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Estela Leñero

(México, DF, 1960) Mario Bellatin

Dramaturga, directora y crítica teatral. Antro-


póloga social por la UAM. Estudió teatro en el La mirada del pájaro
Centro de Arte Dramático y en el Centro Nacio- transparente
nal de Nuevas Tendencias Escénicas en Madrid.
Ha colaborado en Punto de Partida, La Jor-
nada semanal, y es columnista de la revista Pro- Dijeron: Encontramos a nuestros
ceso, entre otros medios. padres adorando estatuas.
Imparte talleres de dramaturgia en el Foro Dijo: Realmente ustedes y sus padres
Shakespeare. están en un evidente extravío.
Fue galardonada con los premios: Punto de S C
Partida por la obra Casa llena; mención honorífi-
ca en el Premio Rodolfo Usigli de la UNAM por Quizás el punto más alto de El Cairo sea el lado
Las máquinas de coser; Premio Nacional Obra de norte de la ciudad. Siempre se ha sabido que des-
Teatro Malcom Lowry del INBA por la Habita- de sus calles puede verse fácilmente lo que sucede
ción en blanco; Premio Nacional de Dramaturgia en el resto del casco urbano. El mercado, la plaza,
Víctor Hugo Rascón Banda 2004 por El Codex la avenida que corta el centro en dos son apre-
Romanoff y mención de honor en el Premio Inter- ciados desde allí en todos sus detalles. En esos
nacional Casa de Teatro por Lejos del Corazón. días se encontraba en esa zona la locomotora que
Ha publicado y llevado a escena más de suele trasladar a los peregrinos por los lugares
quince obras entre las que destacan: Paisaje in- santos. Se hallaba sobre un pedestal de cemento.
ferior Norte/Sur, La ciudad en pedazos, aguaSAN- Alrededor le habían colocado una alambrada de
GRE , Saboramargo, Insomnio, En defensa propia y púas. La locomotora era visible desde la venta-
Verónica en portada. na de la habitación que ocupaba con mi herma-
no. En aquel entonces vivíamos en un pequeño

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departamento ubicado en la misma cúspide del otra cosa, Jarifa nos hacía orar en una esquina
lado norte. A pesar del tamaño, nuestra familia del cuarto. Pero aquella mañana las cosas fue-
parecía sentirse cómoda. Constaba apenas de un ron diferentes. A pesar de la hora, nuestro padre
salón, de dos cuartos y de una cocina situada al continuaba en la casa. Jarifa lo estaba bañando.
fondo. El baño estaba ubicado a mitad del pasi- Pude ver cómo le sobaba la espalda con una es-
llo. Los techos eran bajos y a cualquier hora del cobilla de crin. Sin saludar fui hasta la cocina. El
día era posible oír el barullo de los vecinos. desayuno estaba casi listo.
Cierta mañana de verano, la familia se pre- –Tengo hongos en los pies –dijo mi madre
paraba para la visita que harían a nuestro salón con fastidio.
los hermanos de mi padre, viejos mercaderes a –No debieras rascártelos de esa manera –res-
quienes sólo veíamos cada dos años. Mi madre pondí al ver que después de sentarse en un ban-
se había levantado antes del amanecer para pre- co, se quitaba las zapatillas y, con una especie de
parar el desayuno y algunas jarras de té. Lo más frenesí, hurgaba en las plantas y entre los dedos.
lógico hubiera sido hornear también un pastel de –Justo ahora, cuando vienen los mercade-
pájaros, pero Jarifa dijo no haber encontrado aves res a pedirnos cuentas. ¿Creen acaso que porque
silvestres en el mercado. Por los sucesos que se de- cada dos años nos traen un pájaro negro pueden
sarrollaron ese día, supe más tarde que sus pala- llevarse todo nuestro dinero?
bras no fueron más que una excusa. Lo que mi madre parecía no entender era que
Fui despertado por el ajetreo en la cocina. los tíos mercaderes traían desde Oriente los un-
Estaba todo a oscuras. Alcé entonces la manta güentos y los óleos necesarios para mejorar la vida
que cubría la jaula del pájaro negro, que aquella espiritual en nuestro hogar. Al menos, eso era lo
semana debía permanecer al lado de mi cama. que creíamos en ese entonces. Aquellos dos años
Recordé el motivo de tanto alboroto. En circuns- de ausencia implicaban una larga peregrinación
tancias normales, nuestra madre no abandonaba la por territorios que se encontraban bajo el yugo
cama tan temprano. Era Jarifa, la sirvienta, quien extranjero. Los tíos mercaderes parecían expertos
se encargaba de despertarnos cuando nuestro pa- en eludir fronteras y puestos militares. Contaban
dre ya había salido de casa. Antes de cualquier con varios disfraces y habían ideado un método,

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basado en las cinco oraciones diarias, por el que y con las venas inflamadas. Sin embargo, pare-
lograban pasar inadvertidos la mayor parte de la cían marcados. Salí corriendo de la cocina. Mi
jornada. Luego aprovechaban el mes de Ramadán hermano aún dormía. Lo desperté con un grito
para recorrer la larga zona que nos separaba del en la oreja. Recuerda el rebuzno que le lanzaron
Índico. Era por eso que los viajes tenían dos años al príncipe Mishkin, proferí. Lo dije porque la
de duración. En el primer Ramadán hacían el ca- semana anterior nuestra madre nos había leído
mino de ida y en el segundo el de regreso. En la fragmentos de una traducción del escritor ruso
ida llevaban siempre una jaula vacía. Afirmaban Fiodor Dostoievsky. Para disgusto de mi padre,
que en su interior buscaban preservar el viento. junto a la cama de matrimonio se habían comen-
Cuando al volver entraban a nuestra ciudad, re- zado a apilar las obras completas de ese autor. Se
cuperaban su aspecto habitual. Vestían largas tú- sospechaba que aquella afición era la causa de los
nicas, sandalias, y lucían tupidas barbas. Uno de desvelos de ella. Poco después supimos la verdad:
ellos, el mayor, solía llevar un cayado con el que no era por Fiodor Dostoievsky que nuestra ma-
espantaba a los perros que acostumbraban salir- dre no dormía, sino porque seguía fielmente la
les al encuentro. Algunos vecinos se les acercaban orden dictada por nuestro padre de permanecer
para pedir un poco de ungüento. Pero mis tíos durante las horas nocturnas delante del adora-
jamás se rebajaron a contestarle a ninguno. torio donde se mantenía un amplio conjunto de
–Quién iba a decir que precisamente en es- dioses paganos.
tos días aparecerían los hongos. Mira a tu padre Cuando mi hermano abrió los ojos, le hice
¿te fijaste bien? Aunque parezca lo contrario, no recordar la visita de nuestros tíos los mercaderes.
disfruta con el baño de Jarifa, incluso en la oscu- Lo vi palidecer. No te asustes, lo consolé. En
ridad podrás apreciar su rostro recorrido por las esta ocasión no vamos a ser nosotros los afecta-
lágrimas. dos. Van a tener más que suficiente con nuestros
No pude dejar de ver los pies de nuestra ma- padres. Mi hermano pareció no escuchar mis
dre. Se encontraba frente a la mesa donde Jarifa argumentos. Esa noche había soñado. Había vis-
solía hacer la pasta para el falafel. A simple vis- to el patíbulo de Mansur al-Halaj, el mártir sufi
ta aquellos pies parecían normales. Regordetes del que tanto nos habían hablado nuestros tíos.

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Había apreciado que detrás del verdugo había un gotero, un té bastante cargado. Aquella era
una larga fila de personas. Estaba también toda una receta de salvación para pájaros moribundos
nuestra familia, parecía que esperando su turno. que, precisamente, los tíos mercaderes habían
Al fondo se encontraban nuestros tíos los merca- oído en uno de sus viajes. Dos años atrás se la
deres, cada uno con un pájaro transparente sobre habían dictado a mi padre. El pájaro logró resta-
el hombro. Antes de salir del sueño, mi hermano blecerse. Antes de salir del departamento, al alba
había visto los pies de nuestra madre seccionados como de costumbre, nuestro padre lo metió bajo
con una espada. En ese momento, despierto ya las mantas donde mi madre empezaba a conci-
del todo, aseguraba seguir apreciando las gotas liar el sueño. Aquel día, ella no se levantó sino
de sangre sobre la arena reseca donde estaba co- hasta cuando comenzaba a anochecer.
locado el patíbulo. En ese entonces ninguno de los dos, ni mi
Luego de escucharlo y esperar que se sere- hermano ni yo, teníamos una idea clara del por
nase, nos lanzamos una mirada de complicidad. qué debíamos alternarnos y dormir, una semana
Nos acercamos después a la jaula, colocada al cada quien, junto a ese pájaro negro. Según los
lado de mi cama. “Sólo haciendo viajar a los pá- tíos mercaderes era para que, entre sueños, escu-
jaros en movimientos circulares se podrá lograr cháramos las frases “Yo soy la verdad”, “Yo soy
la liberación”, recordó mi hermano que le había Dios”, dichas por Mansur al-Halaj antes de ser
dicho en el sueño Mansur al-Halaj. La semana ejecutado. Pero a pesar de los tantos años que
anterior, cuando el pájaro estuvo junto a la cama llevamos siguiendo esa costumbre, nunca oímos
de Arib –aquel era el nombre de mi hermano–, nada semejante.
casi muere de un enfriamiento causado por sus Mientras Jarifa seguía bañando a nuestro
orines. Arib, en la madrugada, había confundido padre, mi hermano y yo introdujimos las manos
la jaula con un bacín. Nuestro padre se dio cuenta en la jaula. Aquel pájaro no parecía tener razón
a tiempo del incidente y, alarmado, sacó rápida- de ser. El ave se asustó y pió dos veces. Menos
mente al pájaro de su jaula. Lo llevó a la cocina, mal fueron chillidos leves. Los demás habitantes
lo puso sobre la estufa y mientras lo calentaba, parecieron no oírlos. Mi padre siguió en la ba-
envolviéndolo en unos trapos le suministró, con ñera. En ese momento, Jarifa comenzaba a ento-

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nar una delicada melodía. Nuestra madre, por su Jarifa parecía saber lo que estaba ocurriendo en
parte, parecía atareada con el desayuno. El olor la habitación. La matanza del pájaro. No podía
de la pasta cociéndose llegaba hasta la habitación. ser otra la razón por la que su canto se había ido
Bastó un movimiento brusco de la mano de mi haciendo cada vez más agudo. En ese momento,
hermano para que el pájaro quedara con el cuello sólo se escuchaba la melodía y el sonido del agua
roto. En el instante mismo de la muerte hubo de la bañera.
un aleteo, que pareció llenar de plumas la habi- De pronto, Arib sacó al pájaro de la jaula y lo
tación. Quise contarle a Arib que siempre había arrojó al suelo. Al verlo en ese estado, me atreví
imaginado a Mohamed, el divino, recibiendo las a echarle encima la almohada sobre la que había
palabras sagradas inmerso en una lluvia seme- dormido. El siguiente paso consistía en sacar al
jante. Sin embargo, no me pareció el momento ave del departamento. Faltaban pocas horas para
adecuado para decírselo. Era suficiente el men- la llegada de nuestros tíos. Nadie más, excepto
saje que parecía habernos llegado a través de su quizá Jarifa, podía intuir el crimen que acabába-
sueño. “Si un pájaro negro no tiene razón de ser, mos de cometer.
hay que deshacerse inmediatamente de él”. No El desayuno no tardaría en estar listo. Nues-
estoy seguro de por qué llegamos a una conclu- tra madre pronto debía entrar en la misma agua
sión semejante. En realidad, mi hermano Arib que nuestro padre estaba utilizando. Aunque Ja-
sólo había soñado con el patíbulo de Mansur al- rifa no sería la encargada de bañarla. Ella debía
Halaj, y con las sagradas palabras que pronunció dedicar ese tiempo a dar a nuestro padre un ma-
antes de morir. Por eso, desconozco también los saje revitalizador. Había que prepararlo para que
motivos para referirme a Mohamed, el divino, estuviese en la mejor de las condiciones frente a
rodeado de una lluvia de plumas. Es más, añadir sus hermanos. Ellos tomarían asiento en el salón
las plumas como símbolo podía entorpecer, de y, antes de llegar al tema de los óleos y ungüentos,
una manera grave además, el desarrollo de los lo más seguro era que relataran las peripecias que
acontecimientos. Podría suceder algo terrible du- habían tenido que soportar durante la travesía.
rante la visita que nuestros tíos los mercaderes Nuestro pequeño departamento parecía ser
estaban próximos a realizar. Más aún, porque el punto de referencia para los tíos mercaderes, el

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lugar que señalaba el fin de un viaje y el inicio del que todo el tiempo llevaban consigo. Acto seguido
próximo. Después de la llegada, volvían a partir mis padres debían llevar al salón la jaula de los dos
en una nueva gira que, como la anterior y todas años previos y darla en ofrenda. Con eso quedaba
las precedentes, tendría un tiempo similar de du- demostrado que habían conservado al ave en la
ración. Hablarían de los grupos fanatizados que, mejor de las condiciones. Ante el estupor de nues-
con la inmolación pública, protestaban ante el do- tros padres –una actitud que se repetía en cada
minio extranjero. De los asesinos que mataban en visita–, el tío mercader mayor se untaba los dedos
nombre de Dios. De las mujeres que transporta- con un poco de ungüento y los acercaba luego a
ban explosivos entre los pechos. De los muchachos los barrotes. El pájaro caía fulminado al instan-
del desierto que, acompañados de sus perros mu- te. Entonces, los tres hermanos reían de manera
dos de cola enroscada, buscaban en las dunas los sonora. Aprovechaban ese momento para afren-
valiosos segmentos de aerolitos que aún parecían tar a nuestros padres, para acusarlos de idólatras.
abundar en la región. De la relectura de la Biblia En ese punto, nuestra madre siempre se echaba a
a partir de ciertos descubrimientos empíricos de llorar. Nuestro padre trataba de calmarla. Le de-
nuestros tíos los mercaderes. Incluso se hablaría cía que tomara al pájaro como un ave y no como
de la existencia de una mujer oculta en la vida de el representante de nuestro destino. Jarifa, por su
Mohamed, el divino, quien le habría susurrado parte, tenía prohibido permanecer en el departa-
al oído los suras más bellos del Corán. Cuando mento mientras nuestros tíos hicieran las visitas.
mencionaron aquello último, nuestros padres los Debía ir al mercado y guarecerse en el puesto de
miraron horrorizados, pero ni siquiera entonces se la yerbera.
atrevieron a echarlos del departamento. El llanto de nuestra madre siempre se desató
Recuerdo que mientras hablaban, el hermano cuando tenía los pies limpios. Ahora las cosas se-
mercader mayor –aquel del cayado– iba sacando, rían diferentes. Por eso había que darse prisa en
uno a uno, los tarros de los ungüentos prometi- sacar el pájaro del departamento. No debía quedar
dos. Al fondo de la bolsa, encerrado en una caja prueba de su existencia. Jarifa quizá podría escon-
de madera, solía estar el nuevo pájaro. Amarrado derlo en el puesto del mercado. Pero la salida del
el pico y las alas. Nunca lo traían en la jaula vacía ave debía darse furtivamente. No había tiempo

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para hacer cómplice a Jarifa. Cuando llegaran los varios meses para que nuestro padre pudiera re-
tíos mercaderes, la situación debía desarrollarse cuperarse del embate de sus hermanos. Primero
tan precipitadamente que no cabría el menor ti- se volvería a construir nuestro adoratorio, justo
tubeo. El desayuno iba a quedar intacto. No se al lado de la puerta de entrada. Después de algún
consumirían las jarras de té. No hizo falta hablar tiempo la alacena volvería a estar provista. Nues-
con Arib para que supiera qué hacer a continua- tro padre se levantaría una hora y media antes
ción. Envolvió al pájaro en la tela de la almo- que lo habitual. Ya casi no le alcanzaría el tiempo
hada, y lo sacó por la ventana. Lo mantuvo un para dormir. Nuestra madre apenas abandonaría
momento suspendido y luego lo arrojó al patio la cama. Se mantendría acostada la mayor parte
del departamento del primer piso. De inmedia- del día, con los pies enfermos levantados sobre
to nos escondimos debajo de las camas. No co- altos almohadones. Jarifa no podría bañarse con
menzamos a orar formalmente. Nos limitamos jabón por lo menos en un año.
a repetir, en voz alta, la historia del patíbulo de Pero con lo que no contábamos mi hermano
Mansur al-Halaj. A decir verdad, esa repetición y yo, era con la suspicacia de nuestros tíos los
se fue convirtiendo, poco a poco, en un rezo mercaderes. Habíamos creído que las aves que
profundo. Nos interrumpió el pitazo de la loco- nos traían cada dos años eran pájaros comunes.
motora que se encontraba sobre el pedestal de Aves encontradas en alguna selva oriental que
cemento, a menos de tres calles del edificio que ellos traían a su tierra de origen únicamente como
habitábamos. Por el camino que lleva a esa máqui- símbolo de su presencia en lejanas comarcas. Sin
na vendrían, pronto, nuestros tíos los mercaderes. embargo no era así, y el sueño de Arib no ha-
Llegarían hasta el departamento con la intención, bía evidenciado en lo más mínimo nuestro error.
entre otras cosas, de esquilmar a nuestros padres. Eran unos pájaros de naturaleza tan fundamental
No les bastaría con humillarlos, con destruir el que los únicos que ignorábamos esa condición,
pequeño espacio dispuesto para orar, con burlas éramos mi hermano y yo. Años después maldije
a sus ritos religiosos, echarían, además, mano a nuestros padres por habernos mantenido en la
también de sus ahorros. Les quitarían lo obteni- ignorancia. En ese momento no podíamos saber
do en los últimos dos años. Tendrían que pasar que el remedio que habíamos ideado, retorcién-

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dole el cuello al ave, iba a terminar siendo peor Desde nuestro escondite escuchábamos el
que la enfermedad. Los pies ensangrentados de murmullo de los vecinos. No era el ruido habi-
nuestra madre terminarían rodando. Esos pies tual que producían todos los días. A esos soni-
atacados por los hongos, que se hubieran salvado dos ya estábamos acostumbrados. En esa ocasión
de no ser por nuestra ligereza de conducta. Entre oímos rezos, gritos de dolor; llantos de los que
otras cosas, nunca nos preguntamos la razón por nunca antes habíamos sido testigos. Salimos de
la que los pájaros no volaban pese a tener abierta debajo de las camas y nos asomamos por la ven-
la jaula. Por qué debían dormir junto a nuestras tana. Miramos hacia abajo y vimos a la mujer del
camas. La causa por la que los mercaderes ma- primer piso arrodillada junto al pájaro caído. De-
taban al anterior para dejarnos el siguiente. Por trás de ella se encontraban los demás inquilinos.
qué caían fulminados con el simple olor de los Algunos se sujetaban la cabeza con las manos.
óleos y los ungüentos. Otros no querían, ni siquiera, mirar la escena.
Los cambios que iba experimentando nues- De pronto uno de ellos, el que tenía un negocio
tra sociedad no eran recientes. Pero era creciente en la entrada, miró hacia arriba y nos señaló.
el ruido del tráfico urbano que subía hasta nues- Quién iba a pensar en ese entonces que los
tras ventanas cuando el cielo estaba despejado. extraños viajes de los tíos mercaderes eran una
También el humo tóxico de las fábricas de los manera de pagar el pecado de nuestros padres.
suburbios. La influencia de la televisión, que dia- Que eran parte de la promesa que habían hecho
riamente informaba sobre lo que sucedía en el a los patriarcas de nuestra estirpe. Los tíos mer-
mundo. Los libros con literaturas de otras regio- caderes debían dedicar sus vidas a demostrarle a
nes. Sin embargo ningún cambio fue capaz de mi padre que Dios era el mismo para todos. De-
hacerle entender a nuestros padres, que Dios es el bían quitarle su dinero para evitar la instalación
mismo para todos. Mientras más contacto tenían de adoratorios profanos. Mis tíos, al traer los pá-
con las innovaciones que experimentaba nuestra jaros negros que, como supimos después, hacían
sociedad, más se regodeaban en sus ideas. Tuvo sus nidos en los minaretes de La Meca, se habían
que ser el patíbulo de al-Halaj, quien sacara a la hecho expertos en apreciar los paisajes del Ca-
familia de su ensueño. mino Místico. Pero, como ya dije, era demasiado

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tarde. El patíbulo de Mansur al-Halaj era nues- al primer vistazo. Como de costumbre, el mayor
tra única revelación. De haber sabido antes aque- llevaba un cayado. Lucían túnicas y barbas espe-
lla verdad, quizá nuestro padre hubiera preferido sas. Lograron abrirse paso entre la multitud. Vi-
meter la cabeza dentro del agua de la bañera y no mos cómo hablaban con las fuerzas del orden. A
volver a respirar. Pero mientras ignorara el sacri- los pocos minutos, estuvieron delante del pájaro
ficio de sus hermanos seguiría llorando por ni- muerto. Discutieron entre ellos. Ninguno miró
miedades. En la cocina, nuestra madre estaría a hacia arriba. En el departamento, Jarifa seguía
punto de terminar de hacer el desayuno. Estaría cantando. Nuestro padre continuaba en la bañe-
asimismo arrepentida de no haber insistido en la ra y nuestra madre en la cocina. Parecían haber
preparación del pastel de pájaros silvestres. Tal perdido el sentido del tiempo. Como nunca an-
vez miraría a su alrededor y, al comprobar que tes, los tíos mercaderes les dirigieron la palabra a
nadie la observaba, tomaría asiento en un ban- algunos de los hombres reunidos. Luego, comen-
co, se quitaría las zapatillas, y untaría mermelada zaron a alejarse lentamente del edificio. Habían
entre los dedos de sus pies. Trataría de mantener avanzado unos pocos pasos cuando el menor, de
la calma, porque pensaría que el pájaro negro con- largo cabello rubio, abrió su bolsa y dejó salir
tinuaba al lado de mi cama. Una vez más se que- volando el ave que traía consigo. Se trataba de un
jaría de los hongos. Esta vez lo haría en voz alta, pájaro transparente, de esos que sólo habíamos
como para que los vecinos la escuchasen. intuido en sueños pero nunca escuchado decir-
Los tíos mercaderes llegaron cuando ya es- nos ningún mensaje. El ave desplegó de inmedia-
taba oscureciendo. No sé por qué razón, ni Arib to sus alas, y logró en pocos instantes subir más
ni yo sentimos miedo y seguimos en la ventana, alto que el edificio. Arib y yo lo miramos mara-
a pesar de que me pareció ver que las fuerzas po- villados. El pájaro hizo un par de volutas y des-
liciales empezaban a tomar la parte baja del edi- apareció en el horizonte. Antes pasó por encima
ficio. Hicieron un cordón humano para impedir de la locomotora, siguió por la avenida que corta
que la muchedumbre, que se había comenzado el Cairo en dos, y se perdió por la parte baja de
a congregar, se acercase al departamento de la la ciudad. Comprendimos entonces la importan-
vecina del primer piso. Reconocí a nuestros tíos cia de vivir en aquella zona. Nos pareció que no

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se trataba de una casualidad. El departamento Mario Bellatin


hacía las veces de fortaleza, desde cuyas ventanas (Ciudad de México, 1960)
se podía observar perfectamente el movimiento
de los supuestos enemigos. Los tíos mercaderes Narrador. Estudió Ciencias de la Comunicación
se fueron alejando. Habían cumplido su última en la Univesidad de Lima y Guión Cinemato-
misión. A partir de entonces podían comenzar a gráfico en la Escuela Internacional de Cine y Te-
llevar una vida sedentaria. El sueño de mi her- levisión de San Antonio de los Baños, Cuba.
mano era más que elocuente. Mansur al-Halaj Ha sido director del área de literatura y hu-
era inmortal. Su sacrificio no había sido inútil. manidades en la Universidad del Claustro de Sor
Pronto debíamos bajar y hacernos de los instru- Juana y es director de la Escuela Dinámica de
mentos necesarios para hacer de nuestro hogar Escritores.
un patíbulo. Ni siquiera Jarifa se salvaría. No ha- Premio Nacional Xavier Villaurrutia 2001
bía abandonado, a tiempo, el departamento. No por Flores. Premio Nacional de Literatura Ma-
estaba escondida entre las yerbas del mercado, zatlán 2008 por El gran vidrio.
actitud que quizá la habría protegido. La suerte Parte de su obra ha sido traducida al ale-
de la familia estaba echada. Debíamos comen- mán, italiano, portugués e inglés.
zar con la destrucción del adoratorio. Quemar Es autor de la antología El arte de enseñar a es-
los libros de Fiodor Dostoievsky. Escribir suras cribir y de las novelas: Mujeres de sal, Efecto inver-
nuevos en las paredes. Abracé a mi hermano y, nadero, Canon perpetuo, Salón de belleza, Damas
juntos, nos quedamos contemplando, desde la chinas, Poeta ciego, El jardín de la señora Muraka-
ventana, la locomotora en su pedestal. Arib, en mi, Flores, La escuela del dolor humano de Sechuán,
ese momento se atrevió a hablar. Dijo algo re- Shiki Nagaoka: una nariz de ficción, Jacobo el mu-
lacionado con los hongos en los pies de nuestra tante, Perros héroes, Lecciones para una liebre muer-
madre. ta, Underwood portátil modelo 1915, La jornada
de la mona y el paciente, El gran vidrio, y de varia
El texto de Mario Bellatin es inédito y fue proporcionado por el invención: Obra reunida de Mario Bellatin.
autor.

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