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Del artículo de José Luis Loriente “Juan el Bautista, paradigma del profeta de hoy”:
Esta inmediatez de la salvación que viene genera en el discurso profético una dramática
llamada a la conversión en la que se entremezclan la violencia y la ternura.
“He aquí por qué hay en la figura de Juan Bautista, al lado de una extrema violencia,
una dulzura extrema. Es el hombre de la mayor violencia y de la mayor dulzura. Es el
hombre de la mayor violencia porque es el hombre que ha percibido la santidad de Dios
y que, por tanto, tiene un sentido muy claro del pecado y de la penitencia; es el hombre
de la gran purificación. Pero, al mismo tiempo, es el hombre del gran gozo, de la gran
dulzura. Por otra parte, ambas realidades se encuentran próximas entre sí”.
“En medio del pecado, el profeta debe transmitir la palabra de dios con absoluta
sinceridad. Pero se trata, casi siempre, de una palabra de condenación, de amenaza, de
desgracia, que ignora la adulación y que conserva para la verdad todo su rigor. Hombre
de contienda y de discordia para todo el mundo, se designa Jeremías (cap 15, 10)”.
Ya no queda tiempo, hay que elegir. Ante Dios que pasa cada uno tiene que optar. Esto
se ve de manera notable en Juan Bautista. Los otros profetas apremiaban a la conversión
porque el desastre político estaba próximo. Ahora lo que está próximo es algo más
importante que la ruina de Israel. Juan invita a la conversión inminente porque el Hijo
de Dios está ya entre nosotros.
Toda la urgencia de la profecía parte del momento histórico que vivimos. No es sólo que
le hoy sea mas inhumano que el ayer (¿Cómo se puede medir esto?).
Pero el profeta, con su propia actividad, es ya signo del amor de Dios a su pueblo. Un
pueblo sin profetas es un pueblo sin pastores, sometido al poder de los lobos y de los
ídolos. Es un pueblo errante pero que, además, no tiene guías. Dios lo ha abandonado.
Sin embargo, Dios revela su amor por el pueblo con el envío de profetas.
Sabe que la fidelidad de Dios es más fuerte que el pecado, y que el amor que ha
mostrado Dios en Jesús lo es más que la muerte. Con todo, la ternura en el profeta, su
gozo y esperanza, no se muestran sólo en su función consolaticia, sino, sobre todo, en
función deíctica. El mayor gozo de Juan es señalar a Jesucristo y sus palabras más
tiernas son: “He ahí el cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.
Algunos padres de la Iglesia sostuvieron que la figura de Juan el Bautista siempre
precedería a Cristo. (..) y lo precederá en su venida gloriosa. Pero, por eso precisamente,
precedería también a Cristo en cada hombre. Orígenes lo expresaba así:
“Pienso que el misterio de Juan tiene su realización aún ahora en el mundo. Es preciso
que, a todos los que deben creer en Cristo Jesús, antes les penetre en sus almas el
espíritu y el poder de Juan y prepare para el Señor un pueblo bien dispuesto, allane los
caminos de las asperezas del corazón y enderece los senderos. Incluso en nuestros días
el espíritu y el poder de Juan preceden el adviento de nuestro Señor y Salvador.”
Porque los hombres tal como viven no pueden aceptar a Jesús. El mundo, al menos tal
cual lo conocemos, dista mucho de ser un receptáculo idóneo para el mensaje de Dios.
“Así son los hombres, Así eran los hombres de entonces y así son igualmente los
hombres de hoy. Únicamente están preocupados por sus intereses temporales. Viven
totalmente al margen de Dios, y lo que constatamos, cuando pasamos entre ellos, es la
angustia que sentimos ante la indiferencia del mundo. Para sacudir el mundo de su
indiferencia, se necesitan profetas, es decir, hombres que interiormente se encuentre
atraídos por esta visión divina de las cosas y puedan sacudir a los hombres de su inercia
y ser verdaderamente unos testigos. El testigo es aquel que interiormente en primer
lugar, ha percibido las cosas de Dios, aquel que Dios ha introducido en su manera de ver
las cosas, de tal manera que pueda transmitir a los hombres esta manera de ver”. (J.
Danielou)
Porque el hombre enredado en las cosas, no puede remontar el vuelo hacia Dios. El
profeta es como el que vuelve a la caverna de Platón después de haber visto la luz.
Tiene obligación de iluminar a sus antiguos compañeros. Ellos le rechazarán. No
querrán salir del dominio de las cosas.
Este rechazo del mundo hacia el profeta es la prueba más fehaciente de que el mundo no
puede acercarse a Dios sin purificarse. Abortos, asesinatos, hambre, mutilaciones,
esclavitud, consumismo, nuevos mitos e ídolos religiosos… se enfrentan al Reino de
Dios.
Para renovar la fe de la Iglesia. El hombre viejo no está vencido para siempre. Tampoco
en la Iglesia. En palabras de Mons. Oscar Romero: