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El término rococó empezó a utilizarse ya en el siglo XVIII como una derivación burlesca de la
palabra rocalla (rocaille) que designaba las decoraciones en forma de concha utilizadas en grutas y jardines
desde el manierismo. En el suplemento del "Diccionario de la Academia Francesa" de 1842 se puede leer:
"Rococó: dícese trivialmente del género de ornamento, de estilo y de dibujo que pertenece a la escuela del
reinado de Luis XV y de comienzos del de Luis XVI". Esta inicial actitud despreciativa cambió, sin
embargo, durante la segunda mitad del pasado siglo, sobre todo a raíz de la publicación de los hermanos
Goncourt acerca del arte del siglo XVIII. Pasó a tener el término un sentido puramente neutral y descriptivo
al igual que había ocurrido con el Barroco o el Gótico. Pero si el Rococó no se consideraba ya como una
decadencia o la degeneración de un estilo y se habían descubierto en él valores puramente estéticos, el
dilema que se presentaba ante los historiadores era definir este fenómeno, determinar su cronología y
establecer unas características diferenciadas. Tarea no fácil que ha originado diferentes puntos de vista, a
veces contradictorios, e incluso aconsejó la celebración de un convenio internacional en abril de 1960 con el
título "Manierismo, Barroco y Rococó. Conceptos y términos", del que tampoco salieron acuerdos
definitivos. Algunos conceptúan el Rococó como una fase tardía del Barroco, siguiendo la idea de que,
inspirado en el Barroco italiano, sería su modelo de disolución; otros intentan dar una interpretación
histórico-cultural haciendo hincapié en el aspecto erótico-sensual y en la complacencia de lo gracioso.
Kimball, cuyos estudios fueron fundamentales, lo considera fenómeno parcial del Barroco, producto de una
evolución exclusivamente francesa y limitado al ámbito del estilo decorativo. Sedlmayr y Bauer proponen
que el concepto de Rococó se debe delimitar con precisión, afirmando que no es una fase estilística del
Barroco clásico o tardío y que se trata de lo que llaman un genos-stile (estilo-especie) que no ejerce
influencia sobre cierto tipo de construcciones (parte de los edificios oficiales y la mayoría de los religiosos).
A pesar de sus limitaciones lo consideran como uno entre los estilos del siglo XVIII, junto a las diversas
variantes del tardo barroco y del clasicismo inglés y no una simple moda de decoración. Las dificultades con
que se han topado los historiadores para intentar dar una definición del Rococó se acrecientan cuando llega el
momento de especificar qué artistas y qué obras pueden incluirse en él. Hay algunos ejemplos significativos
que no dan lugar a dudas, como es el caso de un Boucher, pero en otras muchas ocasiones la cuestión no
queda tan clara. En el fondo el problema reside, como afirma Francastel, en que durante el siglo XVIII no
hubo una sucesión de épocas compartimentadas, marcadas cada una de ellas por un ideal absoluto, no existió
una sino varias estéticas ligadas a las diversas especulaciones intelectuales y políticas de la época. Son
generalmente los historiadores del arte en lengua alemana los más empeñados en el estudio restrictivo y a
veces excesivamente formalista del Rococó. Curiosamente los franceses, siendo una manifestación
fundamentalmente gala, han evitado la utilización del término, prefiriendo el de estilo rocalla y desde un
principio sus publicaciones se han dirigido bien a una visión amplia del siglo XVIII con todas sus
particularidades, bien al estudio concreto de artistas o de los diferentes géneros, los ornamentistas, el mueble,
etc. En conclusión, prefiero huir de interminables y estériles discusiones terminológicas y comprender el
fenómeno del Rococó como un estado de ánimo, una actitud ante la vida, el pensamiento, la sociedad, que se
inicia a principios del siglo XVIII y actúa, aunque no de manera excluyente, en la concepción del arte de su
época.
También en la escultura neoclásica pesó el recuerdo del pasado, muy presente si consideramos el
gran número de piezas que las excavaciones iban sacando a la luz, además de las colecciones que se habían
ido formando a lo largo de los siglos.
Las esculturas neoclásicas se realizaban en la mayoría de los casos en mármol blanco, sin
policromar, puesto que así se pensaba que eran las esculturas antiguas, predominando en ellas la noble
sencillez y la serena belleza que Winckelmann había encontrado en la estatuaria griega. En este mismo
sentido habían ido las teorías de Gotthold Ephraim Lessing (1729-1781) que en su libro Laocoonte, o de los
límites de la pintura y de la poesía (1766) había tratado de fijar una ley estética de carácter universal que
pudiera guiar a los artistas; sus concepciones sobre la moderación en las expresiones y en el plasmado de los
sentimientos son reglas que adoptará el modelo neoclásico.
Así, los escultores de fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, crearán obras en las que
prevalecerá una sencillez y una pureza de líneas que los apartará del gusto curvilíneo del Barroco. En todos
ellos el desnudo tiene una notable presencia, como deseo de rodear las obras de una cierta intemporalidad.
Los modelos griegos y romanos, los temas tomados de la mitología clásica y las alegorías sobre las
virtudes cívicas llenaron los relieves de los edificios, los frontones de los pórticos y los monumentos, como
arcos de triunfo o columnas conmemorativas.
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El retrato también ocupó un importante lugar en la escultura neoclásica; Antonio Canova (1757-
1822) representó a Napoleón como Marte (1810, Milán) y a su hermana Paulina como Venus Victrix (1807,
Roma) tomando así los modelos de los dioses clásicos. No obstante otros prefirieron un retrato idealizado
pero al tiempo realista que captara el sentimiento del retratado, como Jean-Antoine Houdon (1741-1828) con
su Voltaire anciano (Museo del Hermitage) o el bello busto de la Emperatriz Josefina (1806, Castillo de
Malmaison) de Joseph Chinard (1756-1813).
Antonio Canova (1757-1822) y Bertel Thorvaldsen (1770-1844) resumen las distintas tendencias de
la escultura neoclásica. Mientras Canova llega al clasicismo desde una formación barroca y configura un
estilo de gran sencillez racional, el danés Thorvaldsen siguió más directamente las teorías de Winckelmann
hasta conseguir un estilo voluntariamente distante y frío que debe mucho a la estatuaria griega. Su Jasón o
Marte y el Amor reflejan esa fidelidad al modelo griego.
Pintura neoclásica: Es estética neoclásica. Obras como el Juramento de los Horacios plantean un
espacio preciso en el que los personajes se sitúan en un primer plano; el predominio del dibujo. Jean Auguste
Dominique Ingres (1739-1867) aunque no fue un pintor neoclásico, tiene obras -como La Fuente- que
representan este movimiento artístico.
Los pintores, entre los que destacó Jacques-Louis David, reprodujeron los principales hechos de la
revolución y exaltaron los mitos romanos, a los que se identificó con los valores de la revolución.