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Sexo y Budismo, sin censuras | Por Argentina Seikyo

El tema del sexo se ha tornado uno de los más debatidos en nuestra sociedad, sea por la
implementación de la educación sexual en los colegios, o por el uso que de aquel se
hace para vender todo tipo de productos, desde pantalones hasta gaseosas. El siguiente
artículo busca presentar una perspectiva budista acerca de ese aspecto tan importante
para la vida humana: la sexualidad.

¿En serio que a Beba le gusta Laisa?


Beba es una mujer como cualquiera de clase media. Es de las que suelen apodarse Beba,
Coca o Lola. Todos los días “se prende” a ver Los Roldán en la tele, al igual que otros
tantos millones de argentinos. Su personaje favorito es Laisa, un travesti interpretado
por Florencia de la V, quien tiene una relación de amor con Uriarte, nombre del
personaje que personifica 2El Puma” Gabriel Goity.
Beba dice: “Lo miro con mi nieto. Laiza es una genia, se roba el programa, la verdad es
que me hace morir de risa”.
Y el hecho de que Beba diga eso indica algo: el mundo está cambiando. ¿Desde cuándo
a las señoras llamadas Beba les caen simpáticos los travestis y, no conformes con eso,
hacen extensiva su simpatía permitiendo que los vean sus nietos?
La madre de Beba quizás hubiese muerto de un infarto con solo pensarlo: ¡un hombre
vestido de mujer, con senos implantados, que aparece en la TV besando a otro hombre!
¡Y su nieto mirándolo como si nada!
Definitivamente el mundo cambió. Lo que antes era impensable ahora es normal; lo que
ahora es inconcebible puede no serlo mañana.
Homosexualidad, lesbianismo, sexo casual, promiscuidad: diferentes aspectos de la
sexualidad humana sobre los cuales las sociedades emiten juicios de valor, que van
cambiando de acuerdo con las épocas y con las culturas.

Sexo, sex, sexe, sesso, geschlecht

Las diferentes culturas y sociedades a través de la historia han tratado el tema de las
conductas sexuales de muy diversas maneras; a veces, desde la ley; a veces, por la
costumbre; a veces, con sanciones contra aquellos que rompieran los códigos
establecidos. Los códigos morales se han transformado y evolucionado, y han decidido
siempre lo que puede ser catalogado como “correcto” o “natural” y lo que no puede
serlo; y la gente se ha visto compelida a aceptar unos u otros códigos, quizá, para
otorgarle un sentido a un tema que no deja de ser bastante confuso.
Dentro de los diferentes contextos, el del Budismo resulta sumamente refrescante, si
pensamos que no propone reglas sobre lo que está bien o lo que está mal, lo que es o no
apropiado en relación con la conducta sexual. No existe una lista de lo que deben y no
deben hacer aquellos que practican el Budismo de Nichiren Daishonin. Por el contrario,
la decisión recae completamente en cada uno de los individuos que practicamos esta
filosofía, quienes nos asumimos como responsables de todo lo que nos ocurre en nuestra
vida, incluso, de la forma en que decidimos vivir nuestra sexualidad.
El Budismo enseña que debemos tener un respeto fundamental por cada individuo y por
la dignidad de la vida en sí misma. No existe ningún mandamiento que nos obligue a
renunciar a nada para practicar el Budismo, ya que la sabiduría de cómo debemos
comportarnos emerge, justamente, de la práctica, cuando invocamos Nam-myoho-
renge-kyo; ello nos permite comprender que cada causa que realicemos tendrá un efecto
sobre nuestra vida. Es el mismo Daishonin quien nos dice que “todos podemos
manifestar la Budeidad tal como somos”.

Travesti, “hetero”, bisexual, humano

Partiendo del principio de que nadie es incapaz de alcanzar la iluminación, está claro
que no existe lugar para la discriminación basada en el género o en la tendencia sexual
en las enseñanzas budistas. En términos del karma, somos quienes somos por las causas
realizadas, que nos llevaron a nacer en determinado ámbito cultural, en determinado
momento, con las características particulares que afectan nuestra personalidad, aptitudes
y capacidad mental y física (incluidos nuestros genitales). Nichiren Daishonin escribe:
“No debería existir discriminación entre aquellos que propagan los cinco caracteres de
Myoho-renge-kyo en el Último Día de la Ley, se trate de hombres o de mujeres. Si no
fueran Bodhisattvas de la Tierra, no podrían invocar el daimoku”.
Nuestra verdadera entidad no tiene forma, pero se manifiesta con las características que
nos individualizan. En términos de la visión budista de la eternidad de la vida, hemos
nacido en diferentes circunstancias y en diferentes tiempos, a veces como hombres y a
veces, como mujeres. Nuestra entidad no tiene género, no tiene sexualidad; de hecho, no
tiene forma alguna. De cualquier manera, al nacer en una existencia en particular,
manifestamos características físicas, mentales y emocionales propias, por medio de las
cuales nos relacionamos con el resto de la sociedad.

No pecarás (ya que no hay pecado)

En el Budismo no existe el concepto de “pecado”, pues esta filosofía carece de una lista
de “mandamientos”, dado que considera que basar la conducta humana en reglas
externas puede generar una sensación de temor a una retribución negativa de origen
externo, a cargo de un “otro”, que decidiría nuestro destino, según nuestra respuesta al
código de conducta; eso va en contra de la filosofía de la causa y el efecto. En las
religiones que tienen ese tipo de mandamientos, romper tal código moral equivale a
“pecar”, y ello genera una sensación de “culpa”, concepto al que tampoco se le da una
entidad verdadera en el Budismo.
No podemos cambiar nuestras acciones pasadas (la serie de causas y efectos
correspondientes ya están grabados); pero podemos reconocer el daño que hemos
causado a la dignidad de nuestra propia vida o de otras, y orar al Gohonzon aceptando
plenamente la ley de causa y efecto. Eso ya es la causa para manifestar la Budeidad.
Cada entonación sincera del daimoku lo es. Y es importante también incorporar la idea
de que no existe fuerza externa que nos castigue, sino retribuciones “kármicas” de
nuestras propias acciones, de las cuales solo nosotros mismos somos responsables.
Como somos responsables de todo lo que nos ocurre.

Las fuerzas de la naturaleza (sexual)

El sexo es una fuerza dominante en la vida. Después de todo, es el medio de nuestra


perpetuación y supervivencia; es en tal aspecto en el cual muchas sociedades fundan su
concepto de que la procreación es la única función legítima de la sexualidad. Sin
embargo, los humanos tenemos notables diferencias del resto del mundo animal. Para
empezar, no respondemos a “estaciones” para la procreación, sino que somos capaces
de mantener un sexo activo en cualquier momento, incluso, luego de la menopausia
femenina, en el caso de las mujeres. Nuestro cuerpo está cubierto de zonas erógenas;
asimismo, expresamos nuestras emociones también a través de la sexualidad.
Si observamos de manera general, podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que el
ser humano no se ha destacado por ser increíblemente diestro en el manejo de su
sexualidad. Quizá nos cueste admitirlo, porque sabemos que algo muy fuerte se esconde
detrás de todo eso que incluimos dentro de la categoría de “sexo”. Reconocemos en
nuestra propia experiencia aquel momento de nuestra adolescencia en que comenzamos
a lidiar con nuestra sexualidad, cuando aun ni siquiera el tema era el temor hacia el otro
o cómo acercarnos a nuestro objeto de deseo, sino el profundo temor a nosotros
mismos, al percibir esas “fuerzas” que comenzaban a moverse en nuestro interior, frente
a las que no sabíamos cómo actuar.

¿Deseos mundanos igual a iluminación?

Algunas personas se muestran profundamente contrariadas al conocer las prácticas


sexuales de otros, aun cuando esas personas no tengan nada que ver con su vida. ¿Por
qué? Después de todo, los gustos de la gente en cuanto a alimentos, decoración o moda
no parecen provocar los mismos sentimientos en los demás, al menos, no con el mismo
grado de emoción.
El Budismo ve la sexualidad como uno de nuestros deseos mundanos, y considera que
estos pueden transformarse en la causa de la iluminación. El Budismo no emite juicio
alguno sobre las virtudes y defectos de la sexualidad. La sexualidad, para esta filosofía,
no es ni buena ni mala, simplemente es. El hecho de que la expresión de dicha
sexualidad se conduzca por un camino positivo o negativo depende únicamente de
nuestro estado de vida, cuando les damos curso a nuestros deseos (o cuando los
reprimimos).
Por ejemplo, si nos sentimos atraídos hacia alguien a quien no respetamos realmente,
seguramente la relación sexual estará basada en alguno de los estados bajos de la vida,
quizá, el de Animalidad. En tal caso, nuestro comportamiento será gobernado
únicamente por nuestros instintos, y no dejará lugar a la reflexión sobre las
consecuencias de nuestro accionar. Si, en cambio, oramos para ver con toda claridad si
vamos a sostener o no una relación, ya estamos inscribiendo esa relación desde el
Estado de Buda. El resultado podría ser, incluso, que decidamos no tenerla o que
decidamos tenerla, y lo hagamos basados en el mutuo respeto.
Las personas somos diferentes y reaccionamos de manera diferente ante circunstancias
similares, de acuerdo con un verdadero cóctel de elementos, del que el estado de vida es
uno de los más importantes. Es por eso, también, que en el Budismo no podrían existir
“mandamientos” o reglas fijas, sin contradecir su propia filosofía. Invocar daimoku nos
permite tomar la decisión correcta para nuestra vida; pero esa decisión puede ser
completamente diferente en un caso o en otro, aunque, desde afuera, las circunstancias
parezcan las mismas.

Sexo y creación de valor

Nam-myoho-renge-kyo, la Ley universal de la vida, abraza todas las cosas, por lo que es
absolutamente natural cantar daimoku por nuestra sexualidad. La pregunta que
necesitamos hacernos ante cada relación sexual es: “¿Crea valor?”. Esa pregunta vale
tanto para cuando uno está casado, comprometido o cuando mantiene una relación
informal.
Los códigos morales vigentes en la sociedad de la que somos parte nos pueden causar
dificultades en el plano personal, o no. En términos del Budismo, lo importante es
desarrollar sabiduría para comprender la mejor manera en que podemos vivir nuestro
“rol” y crear valor en la sociedad, más allá de las normas que prevalezcan. Cuando
logramos llevar nuestra naturaleza de Buda a todas las áreas de nuestra vida, podemos
sentir que nos estamos moviendo con “verdadera libertad”. Es a través de nuestra
práctica que encontraremos el coraje de expresarnos tal cual somos, seamos quienes
fuéramos.

Al final, ¿se puede o no se puede?

El Budismo no juzga en lo absoluto. Al movimiento por el kosen-rufu se pueden sumar


socialistas y conservadores, carnívoros y vegetarianos, heterosexuales y homosexuales,
hombres, mujeres y transexuales. Nos basamos en el respeto a la Budeidad inherente del
otro, sin opiniones previas que nos lleven a prejuzgar. Lo único que importa realmente
es el respeto por la Ley Mística y el respeto por la propia Budeidad. Si uno daña a otro,
está faltando el respeto a su propia Budeidad, además de a la del otro.
¿Existe algo claramente prohibido en el Budismo? Nichiren Daishonin nos orienta para
que tengamos cuidado con la calumnia hacia nosotros mismos, hacia los demás y hacia
la Ley Mística. Eso está expresado con espíritu misericordioso, pues la calumnia nos
causa necesariamente mucho sufrimiento, ya que el que calumnia no respeta la dignidad
de la vida. Pero aun si hemos calumniado y sufrimos por esa causa, no estamos
“condenados” por la eternidad, ni mucho menos. Nichiren Daishonin enseña que, por
medio de entonar daimoku ante el Gohonzon, uno transforma el veneno en medicina.
Incluso el responsable de los actos más terribles contra la dignidad de la vida puede
cambiar radicalmente, a partir de la práctica sincera, y transformar así su ambiente. En
definitiva, la enseñanza del Budismo es una lucha constante para lograr el respeto hacia
uno mismo y hacia los demás.

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