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Superando el nivel nueve Sahara Kelly

SUPERANDO EL NIVEL NUEVE

SAHARA KELLY
Superando el nivel nueve Sahara Kelly

RESUMEN DEL LIBRO:

No todos los vampiros son criaturas de la noche oscuras e intensas. De hecho, el mito
del alma torturada ciertamente no se aplica a Stefan Delouise, quien vive una vida muy
agradable como un empresario y hombre de negocios. Una existencia envidiable excepto por
una pequeña cosa … es completamente incapaz de conquistar el último desafío - el Nivel
Nueve de ese poderoso juego en línea al que es muy adicto.

Quizá necesita un poco de ayuda de una fuente inesperada...

Nota

Este archivo contiene material de carácter sexual solo pensado para aquellos lectores
entrados en años o que hayan superado los sintomas de la pubertad. No dejar al alcance de
los hijos, para que no sepan que leen sus mamis …
Este documento puede crear adición, sudoración, taquicardias, ligeras lipotimias y sobre
todo ganas de sobeteo con la pareja. Pero a disfrutar que solo son dos días.
Superando el nivel nueve Sahara Kelly

Capítulo uno
—Joder, maldita sea.

La interjección salió disparada de entre los labios del hombre sentado dentro de un ani-
llo de luz que irradiaba de un monitor de ordenador. No cualquier monitor, desde luego, era
un aparato de plasma de veintitrés pulgadas, a la última, con un espesor micrométrico, que
haría que incluso el más endurecido de los adictos a los ordenadores babeara de envidia.
Estaba rodeado por un «cine en casa» de lujo con un sistema de sonido surround, y de-
lante de todo ello estaba una silla de cuero diseñada ergonómicamente que otras personas
habrían considerado que era el colmo de la extraordinaria decadencia.
Pero no el hombre allí sentado. Todo lo que podía hacer era asir el ratón sin cables y
maldecir horriblemente.
Una vez más no había superado el Nivel Nueve.
Su Némesis. El último nivel en el último juego. Nihilismo On Line o NOL, como era cono-
cido por sus fans. Y probablemente él se podía calificar como el fan principal, dado que
jugaba incesantemente al juego desde el crepúsculo al amanecer, noche tras noche, y lo
había hecho desde su aparición algunos meses antes.
Después de todo, ¿qué más podía hacer un vampiro hecho y derecho en este preciso
mismo día y edad? Ya no podría ir nunca más a aterrorizar a los campesinos, la mayor parte
de los cuales ahora conducían sedanes y le asustaban a él más de lo que él les asustaba a
ellos. Había aprendido el verdadero significado de «conservadurismo liberal» la primera vez
que había visto un Volvo con un colgador para pistolas.
Chupar la sangre de vírgenes durante su desfloración podría ser muy estimulante, pero
las vírgenes no eran exactamente fáciles de encontrar en estos días. De cualquier manera
no le apetecían los niños.
Los clubs de siniestros eran abundantes, pero estaban poblados por bichos raros que
ponían de punta sus cabellos de trescientos años, y se había acercado al cuello de una mujer
solo para obtener una vaharada de perfume barato y un serio ataque de estornudos.
No, las cosas ya no serían nunca más lo mismo para los antiguos. Algunos se mantenían
firmes en las formas tradicionales, acechando en los bosques oscuros de Europa Central. Al
menos los restos de bosque que no habían sido convertidos en desarrollo suburbano. E in-
cluso ellos tenía que tener cuidado de los conductores de Mercedes locos que tomaban las
curvas muy cerradas en las noches iluminadas por la luna a velocidades que desobedecían la
ley de la gravedad.
Había elegido la vida que le satisfacía más. Hombre de negocios emprendedor, bastante
solitario en sus hábitos, dirigía un pequeño imperio financiero desde la soledad de su histó-
rico hogar y estaba perfectamente contento.
Su necesidad de sangre estaba satisfecha por el sustituto de plasma producido sintéti-
camente que encargaba, por cierto, a un proveedor on-line. Podía atender su más bien
abrumadora adicción a las pizzas de jamón y piña y no tenía que explicar a nadie que desde
luego los vampiros podían comer comida real. Tenía un bonito par de gafas oscuras para los
días soleados y se reía disimuladamente en cualquier momento en que leía las historias apó-
crifas que contaban que su clase ardía en llamas a la luz del día.
Eran todo tonterías creadas por novelistas excesivamente dramáticos con imaginaciones
acaloradas. Era, de hecho, un estilo de vida más bien agradable con una gran cantidad de
beneficios que había disfrutado durante varios cientos de años y era feliz viviéndolo.
Hasta que se había topado con NOL y Nivel Nueve.

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Y con la Puta Alemana.



—¡Aaaargh!
El pequeño apartamento se llenó con el sonido de su grito cuando la figura del monitor
explotó en una lluvia de sangre e intestinos. El Nivel Nueve había reclamado a otra víctima.
Ella se echó para atrás y cerró los ojos, mascullando maldiciones y respirando pesada-
mente. Esta había sido una batalla muy difícil y, una vez más, la había perdido. Ahora cada
noche, como un adicto furtivo, se conectaba a este condenable juego, impulsada a jugar
como un adicto a la cocaína intentando conseguir una raya.
Era seductor, excitante y, al parecer, jodidamente invencible.
Frunció el ceño. Su personaje de Mujer Guerrera tenía un montón de energía, un impo-
nente conjunto de armas y se las arreglaba para abrir brecha en los últimos rastrillos♥ cada
maldita vez que jugaba. Pero la victoria final continuaba eludiéndola y no podía, de ningún
modo, imaginarse porqué.
Había sido metódica en su modo de jugar. Había hablado con la gente correcta, compra-
do los hechizos y pociones apropiados y se había equipado con la mejor armadura que podían
comprar sus monedas, mejorándola tan pronto como se presentó la ocasión.
Pero aun así, derrota. Derrota desagradable, sucia, con la sangre saliendo a borbotones
de la cabeza. El grifo♥ de cinco cabezas con las garras afiladas como hojas de afeitar siem-
pre la golpeaba condenadamente fuerte, bien con sus garras, bien con sus dientes o su cola.
Sin mencionar sus alas, que estaban terminadas en cuchillas venenosas.
Oh, era un tipo difícil, de acuerdo, pero tenía que tener un punto débil. No había encon-
trado aún ese maldito punto.
El hecho de que llegara regularmente a su guarida había sido debidamente notado por
sus colegas de juego on-line, y su tablero de mensajes relampagueaba con comentarios.
—Guau, nena. Bonita daga.
—¿Dónde conseguiste el casco de diamantes, mujer?
—¿Quieres reunirte conmigo y follar?
Ella ignoró el último mensaje. Ese era el GranSemental. Siempre estaba intentando que
alguien, cualquiera, se marchase a la posada con él a follar. Hasta ahora había fallado, al
menos hasta donde ella sabía.
Y honestamente, no le importaba.
Ciertamente NOL proveía no solo de una excitante experiencia de juego, sino también
de una comunidad de jugadores con pensamientos similares cuya intensidad acerca de este
mundo de fantasía podía a veces dar miedo.
Pero la seguridad de su pequeño apartamento era su santuario y ella podía escoger y ele-
gir a aquellos jugadores con los que quería hablar. No quería salir y follar con ninguno de
ellos.
Bien. Eso no era estrictamente cierto. Había uno...
Ella suspiró y alcanzó su DietCoke. Probablemente era un viejo, con exceso de peso y ca-
sado desde hacía treinta años con una mujer agradable que hacía colchas. La falta de una
webcam lo ponía de manifiesto, como también lo hacía el surtido de imágenes de baja reso-


Verja levadiza que defiende la entrada de las plazas de armas.

Animal fabuloso, de medio cuerpo arriba águila, y de medio abajo león.

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lución que aparecían regularmente en la Galería de los Jugadores. Si alguien iba a aparentar
que tenía todavía veinticuatro años, entonces debería al menos cambiar el peinado de los
años ochenta. O retocarlo en el ordenador o algo por el estilo.
Alcanzó su teclado, disponiéndose a salir del sistema.
—Lástima. Mejor suerte la próxima vez.
Maldición. Era él.
Vlad1754.

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Capítulo Dos
Tecleó las palabras con una sonrisa agria en la cara. Realmente esperaba que no tuviera
mejor suerte la próxima vez, ya que si la tenía conseguiría la última hazaña, ganar el juego.
Nadie lo había hecho todavía y joder, él quería ser el primero.
Se había convertido en una cuestión de orgullo. Podía alcanzar el Nivel Nueve con veloci-
dad y eficiencia, equipado con cada artículo que pudiera comprar, robar o arrebatar a gol-
pes a otros jugadores.
Pero el truco, el truco realmente jodido y desagradable de este juego, era que la Guari-
da al final del Nivel Nueve solamente permitía un jugador a la vez. Y la jodida Puta Alemana
siempre le superaba en eso.
Una vez que moría, y siempre lo hacía, los niveles se iniciaban de nuevo. Y cuando jugaba
sin ella, en las raras ocasiones en que no estaba conectada, la Guarida permanecía obstina-
damente cerrada para él.
Había realizado hechizos, usado pociones, estrellado un surtido de inofensiva alfarería y
todavía tenía que descubrir la forma de abrir los malditos rastrillos. La Puta Alemana lo
había hecho y él podía seguirla a través de ellos, pero entonces se veía detenido por un
campo de fuerza invisible que caía detrás de ella mientras se enfrentaba al Grifo Giganti-
cus.
Estaba, hablando claro, jodidamente cansado de mirar su culo y observarla morir. Aun-
que había llegado a un punto en que su frustración se aliviaba de alguna forma cuando yacía
desmadejada sobre el suelo.
Había llamado a su personaje «Mujer Guerrera», eso sí que había sido original, y su
nombre en la pantalla era la Puta Alemana. Él había tenido su parte de putas alemanas, in-
cluso bebido de algunas de ellas, y se preguntaba si era un intento deliberado de parecer
sexy o una manera sutil de ser antipática.
Nunca abandonaba su búsqueda para perder el tiempo con ninguno de los otros jugado-
res. Nunca había visto ninguna evidencia de que hubiera respondido a las muchas invitacio-
nes abiertamente sexuales que estaba seguro que recibía cada noche. Ella, sin embargo, le
respondía a él.
—Gracias. Yo descubriré su debilidad.
Sí. ¿Tú y qué ejército?, pensó cautelosamente. Esta vez había estado convencido de que
podría llegar al Grifo y, una vez más, ella le había superado. Tal vez fuera hora de replan-
tearse su estrategia.
—¿Te gustaría reunirte conmigo en la posada para tomar una jarra de cerveza?
El juego se había reiniciado y los caracteres circulaban por allí en modo prebúsqueda,
esperando que sus dueños les hicieran comenzar su camino.
Se preguntó si ella mordería. Sus incisivos se alargaron ante sus pensamientos, y alcanzó
de manera ausente el frigorífico que estaba bajo su escritorio, sacando una lata de su cóc-
tel Bloody Mary favorito. El hecho de que contuviera sangre sintética estaba oculto dentro
de la lista de ingredientes y ciertamente no era aparente para el observador casual.
Se lo bebió a grandes tragos mientras esperaba su respuesta. Aunque ya habían inter-
cambiado antes bromas inocuas, era la primera vez que le pedía algo como esto y no podía
evitar preguntarse qué estaría pensando. Era una jugadora extraordinariamente buena,
había pocas dudas sobre ello. Aunque ni de lejos tan buena como él, desde luego.
Probablemente era una maestra de escuela retirada o algo así... una mujer con demasia-
do tiempo libre. ¿Una viuda tal vez, cuyo marido había fallecido y había encontrado un nue-
vo interés en el juego de su nieto?

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Aunque tenía que admitir que no era un juego para niños. Había un límite de edad de die-
ciocho años, y el sexo y la violencia eran bastante realistas. Misteriosamente realistas, la
verdad. Había tenido sexo una vez, su personaje lo había tenido, y lo había encontrado bas-
tante... excitante.
Sonrió sobre su lata de sangre y zumo de verduras mientras esperaba.
—Seguro.
Maldición, joder. Tal vez ahora pudiera apretarle los tornillos y averiguar como entrar
en esa condenada Guarida de una vez por todas.

Bien, estaba trincado. Quizás ahora podría averiguar si él conocía el punto vulnerable del
Grifo. Y si era así, si lo compartiría.
Hizo caminar a su guerrera al lado de él y cruzaron la Plaza Mayor hasta la puerta de la
posada. Se abrió para admitirlos y, una vez más, se sintió impresionada por la atención tan
extraordinaria a los detalles que habían logrado los programadores.
Entraron en un cuarto oscurecido, con techos excesivamente radiantes ennegrecidos por
lo que parecía ser el humo de eones y con muchos personajes de otros jugadores charlando
y bebiendo alrededor de ellos.
—Gracias por unirte a mí.
Él había cambiado a modo «Social» en su pantalla, notó ella, y pulsó sobre la suya para
hacer lo mismo.
—De nada. Gracias por preguntarme.
Al menos era educado. Un troll se acercó y colocó dos jarras espumosas sobre la mesa.
De acuerdo con las reglas del programa, la pareja en la pantalla chocó sus vasos y bebió.
—Luchas muy bien.
Miró a las palabras desplegarse a través de la caja de diálogo de la parte de abajo de la
pantalla.
—¿Noto un «para ser una mujer» al final de ese comentario?
—De ningún modo. Luchas como lo debe hacer un guerrero. Es una pena, sin embargo, que
no puedas matar al Grifo.
—Gracias de nuevo. Tú también luchas extremadamente bien. ¿Cuánto tiempo has estado
jugando con el Caballero Negro? ¿Y no es un nombre poco original?
—Desde que empezó el juego. Tomo el control durante la noche.
Ella sonrió ampliamente.
—Yo también. Es muy adictivo, ¿verdad?
—Ciertamente.
Ella sabía que el nivel de interacción social entre ellos se elevaría mientras más tiempo
hablaran. Finalmente cruzaría la línea para entrar en la fase «sexual» de implicación de los
personajes. Pero ella estaba indecisa sobre terminar la conversación. Era agradable.
—Juegas mucho también. ¿Algunas veces toda la noche?
—Me gusta la noche. Es más fácil concentrarse.
—Estoy de acuerdo.
Cuernos. El contador estaba subiendo lentamente, y los personajes estaban empezando a
inclinarse el uno hacia el otro.

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—Así es que… te las arreglas para entrar sin dificultad en la Guarida todo el tiempo, se-
gún parece.
Ajá. Así es que ese era su juego. Estaba tras el secreto para desbloquear la Guarida.
Como si fuera a decírselo. Ella bufó.
—Y si tú entraras... ¿serías capaz de destruir al Grifo?
Hubo una pantalla negra durante un momento mientras los caracteres se miraban en los
ojos del otro.
—No lo sé. No he tenido todavía la oportunidad.
La mano del Caballero Negro se alargó y retiró un mechón de pelo del rostro de la Mujer
Guerrera. El contador estaba volviéndose naranja.
—Estoy segura de que pronto lo harás.
Ella intentó reprimir un ligero escalofrío cuando las dos figuras de la pantalla empezaron
una delicada danza de toques y movimientos.
—Espero que sí. Y me gustaría pensar que estarías allí alegrándote de mi victoria.
Ja. ¿Su victoria? De ninguna manera. Ella iba a ser la que derrotara al Grifo.
—¿Quizás tú te alegrarás por la mía?
—Tal vez. Pero es improbable. Yo tengo mayor fuerza, como sabes.
Estúpido arrogante. Vio como la pareja cerraba el espacio entre ellos. Y se encontró, pa-
ra su asombro, con que sus pezones se estaban endureciendo. Dios, debía de ser una en-
ferma. Todo lo que tenía que hacer era que su personaje se levantara y se fuera.
¿Y por qué no lo hacía? Sus dedos teclearon la siguiente frase.
—Sí pero parece que yo tengo la astucia para entrar en la Guarida.
—Así parece —El Caballero Negro llevó su mano detrás de la cabeza de la Mujer Gue-
rrera y la acercó para un ciberbeso.
—¿Estás mirando el medidor? —No pudo evitar la pregunta. Quizás sería él el que se le-
vantara y devolviera el contador que se estaba elevando rápidamente a la zona menos peli-
grosa.
—No. Estoy observándote.
Jesucristo. Ahora sus bragas se humedecían. Esto era absurdo. Una simple conversación
entre dos jugadores no debería estar excitándola. Pero así era. Estas interacciones esta-
ban programadas para suceder de acuerdo con el perfil de los personajes según los descri-
bían los jugadores. Y que la condenaran si él no había programado un personaje que le gus-
taría encontrar en la vida real.
Un hombre que estaba seduciendo gentilmente a su personaje para que se quitara la ro-
pa interior. Y que probablemente también lo podría hacer en la vida real.
Que le jodieran. A este juego podían jugar los dos.
—¿Y te gusta lo que ves?
—Sí.
La pareja de la pantalla ahora había crecido de tamaño mientras el contador se arras-
traba a través del final naranja de la escala «social» y entraba en la roja zona «sexual».
Los otros clientes de la posada desaparecieron cuando el Caballero Negro besó a la Mujer
Guerrera. Apasionadamente.
—¿Me permites llevarte a un cuarto?

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Oh, qué demonios. ¿Por qué no? Ella vibró de anticipación. Era todo fantasía, ¿verdad?
En algún lugar en el mundo un hombre, al menos ella esperaba que fuese un hombre, estaba
controlando una figura masculina y ella estaba controlando una figura femenina. O algo así.
No era como si ellos estuvieran teniendo sexo on-line o similar.
No. Claro que no era eso.
—Sí.
Desabrochó un par de botones de su camisa. Solo por el aire. Estaba subiendo la tempe-
ratura en su pequeña oficina.
—¿Puedo elegir una o tienes alguna favorita?
¿Qué?
—Nunca he visitado antes ninguna de estas habitaciones.
—Fenómeno. Me siento honrado de ser el primero.
Oh mieeeerda. Ahora estaba en graves problemas.

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Superando el nivel nueve Sahara Kelly

Capítulo tres
Apartó con esfuerzo sus labios de los incisivos que se alargaban mientras seleccionaba
una habitación al azar en la pequeña lista de opciones. El Calabozo del Seigneur. Eso es lo
que debía hacer. Suavizarla, ponerla caliente e irritada, y con suerte ella dejaría escapar
alguna pista mientras veía cómo follaban bien y de verdad a su personaje.
Y él mantendría el control todo el tiempo. Su pene presionaba contra sus pantalones.
Bien, vale. Los dos, él y su polla, mantendrían el control todo el tiempo. Podría tener tres-
cientos años, pero las viejas hormonas todavía funcionaban bastante bien, y mirar a dos
cuerpos bellamente esculpidos follando, demonios, tendría que estar muerto para no res-
ponder. Y había una diferencia entre ser un muerto y un no-muerto.
Muerto, estás muerto. No-muerto era..., no era lo mismo.
Él se concentró de nuevo en la pantalla y lamió sus labios cuando la habitación se mate-
rializó alrededor del Caballero Negro y la Mujer Guerrera. Había una gran cama de madera
en el centro de un oscuro interior similar a una caverna, y había esposas y cadenas fijadas
al cabecero macizo. Oh, sí, mujer. Vas a derramar tus secretos.
—¿Has notado el estilo de lucha del Grifo?
¿Hum? Había estado tan ocupado mirando cómo el Caballo Negro despojaba lentamente
a la Mujer Guerrera de su armadura que casi había perdido el diálogo escrito en la parte
baja de la pantalla.
Pensó por un momento.
—Es muy efectivo.
La Mujer Guerrera dejó caer su cabeza hacia atrás cuando el último de sus petos de la-
tón cayó al suelo y se quedó solo con una suave túnica de seda azul.
—Sí, lo es. Especialmente la cola.
Maldición. ¿Cómo se suponía que iba a discutir movimientos de lucha cuando la Mujer
Guerrera estaba desabrochando los pantalones del Caballero Negro? Una sacudida de des-
agrado le recorrió. Estaba intentando distraerle.
—Lo noté. Parece alcanzarte todo el tiempo. Eso y esas garras de las alas, afiladas como
hojas de afeitar —El pene del Caballero Negro saltó libre a las manos de la Mujer Guerrera
y ella suspiró mientras deslizaba sus dedos a lo largo de su impresionante longitud.
Debía ser impresionante. Él mismo había programado las especificaciones. Era una pieza
de software extraordinariamente precisa. Ignoró la igualmente impresionante pieza de
hardware que en ese momento le estaba causando una gran incomodidad entre sus piernas.
—Quizás mi estrategia podría beneficiarse de alguna mejora —Ella todavía estaba te-
cleando una conversación calmada y racional, maldición. Había dado a la Mujer Guerrera
unos pechos deliciosos. Y el Caballero Negro se estaba preparando para disfrutarlos. Con su
boca.
—¿Tienes alguna sugerencia?
Sí. Chupa mi polla con esos maduros labios rojos. Con los ojos pegados a la pantalla, em-
pezó a escribir de manera ausente.
—Bueno, podrías intentar...
Guau. Maldición, no me jodas. Ella casi lo había conseguido. Distraerle lo suficiente con
las travesuras en la pantalla de sus personajes para que no notara cómo le estaba chupando
el cerebro, igual que la Mujer Guerrera estaba follando al Caballero Negro hasta perder el
sentido.

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Superando el nivel nueve Sahara Kelly

Borró la entrada rápidamente y apartó el cerebro del coño afeitado de la Mujer Guerre-
ra.
—¿Cómo puedo darte ninguna? No puedo superar la barrera final. Tengo algunas ideas,
pero carezco de la oportunidad de probarlas.
La Mujer Guerrera estaba ahora tumbada de espaldas, con las manos resbalando sobre
las nalgas del Caballero Negro, que estaba a horcajadas sobre ella. Oh mierda. Ella iba a
llevarle hasta su boca. Esa boca que tenía esos, esos morritos..
Esperó y miró como la pareja en la pantalla empezaba a proceder. Pequeños quejidos y
gemidos empezaron a resonar por los altavoces, mientras la Mujer Guerrera deslizaba pro-
fundamente dentro de su boca el pene del Caballero Negro y lo chupaba, moviendo rítmica-
mente su cabeza mientras lo hacía.
Más mieeerda. Se movió nerviosamente en el asiento. Esto era increíble. Las figuras cla-
ramente no eran humanas, pero lo que estaban haciendo le estaba excitando como un buen
trago de un afrodisíaco de los antiguos servido por una chica desnuda. Y eso no le había
pasado desde mediados del siglo diecinueve.
Sus dientes estaban ahora completamente extendidos, pequeñas cuentas de sudor teñi-
das de rosa se estaban formando en su frente y mejillas, y su pene... bien, joder.
—Quizás si no te importara compartir tus ideas, yo podría probarlas la próxima vez que
me enfrentara al Grifo, ¿no? —Las palabras de ellas aparecieron en la pantalla.
Chúpate esta, bebé.
Rindiéndose a lo inevitable, desabrochó sus pantalones y liberó su pene. Cayó pesada-
mente en sus manos, purpúrea y estremeciéndose como si estuviera llena de sangre ardien-
te. Como cualquier vampiro normal, saludable y de trescientos años sentado delante de una
jodida exhibición de ciberporno, se agarró firmemente y empezó a acariciarse.

Buen Dios. Sus manos estaban resbaladizas por el sudor, sus pezones duros y doloridos y
su camisa y sujetador hacía tiempo que habían desaparecido. Estaba luchando una batalla
perdida consigo misma, intentando mantener el control de sus comunicaciones y no dis-
traerse por el Caballero Negro y lo que estaba haciendo con y a la Mujer Guerrera.
Casi perdió la batalla cuando el Caballero Negro retiró elpene de su boca y se deslizó
hacia abajo, con su pelo brillante reptando sobre su cuerpo y acabando sobre sus muslos.
Oh jodeeeer. El Caballero Negro estaba a punto de demostrarle las bellas artes del
sexo oral a la Mujer Guerrera. ¿Cómo demonios conseguían los programadores que parecie-
ra tan real? ¿Tan real que podía sentir su propio sexo latiendo al ritmo de los movimientos
de la cabeza del Caballero Negro? ¿O era solo su pensamiento deseoso?
Concéntrate, mujer, concéntrate. Esperó su respuesta e ignoró la suya propia. O lo in-
tentó.
—No le veo sentido. Dado que soy incapaz de entrar en la Guarida, cualquier sugerencia
que pudiera tener sería virtualmente inútil.
Ella gimió cuando la cabeza del Caballero Negro emergió de entre los muslos de la Mujer
Guerrera, refulgiendo con humedad, y se forzó a volver su atención a sus palabras y no a
sus acciones.
—Estaría feliz de probarlas para ti —Y estaría feliz si me hicieras eso a mí mientras es-
tamos en ello.
No, no lo estaría. Eres un hijo de perra manipulador que está haciendo todo lo que puede
para distraerme. Y no funcionará.

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Superando el nivel nueve Sahara Kelly

No lo hará.
Realmente no lo hará.
—Bueno, parece que hemos alcanzado un punto muerto. Dos jugadores que tienen habili-
dades parecidas pero incapaces de ayudarse el uno al otro.
Ella parpadeó. El Caballero Negro se alzó, apoyó su peso sobre las manos y miró fijamen-
te a los ojos de la Mujer Guerrera mientras sus muslos se separaban.
—Ciertamente parece que es así.
No tenía ni idea de cómo se las arregló para teclear las palabras. Involuntariamente, una
mano se había deslizada dentro de sus bragas, y mientras el Caballero Negro introducía
profundamente su pene en el cuerpo expectante de la Mujer Guerrera, ella encontró su
propio clítoris, hinchado y húmedo, y empezó a acariciárselo.

Divididos entre la furia y el deseo insatisfecho, un hombre y una mujer clavaron sus ojos
en sus respectivos monitores. Miraron al Caballero Negro mientras empujaba una y otra vez
dentro de la Mujer Guerrera.
Escucharon los gemidos, los gruñidos y los golpeteos de cibercarne contra cibercarne.
Vieron la brillante longitud de la polla del Caballero cuando se retiraba y descendía otra vez
contra los labios rojos e hinchados del sexo de la Mujer Guerrera.
Notaron cómo cambiaban las expresiones en los rostros de ambos personajes, y miraron
fijamente cómo los músculos se endurecían, los muslos se estremecían y la velocidad de los
movimientos se aceleraba.
Jadearon en sincronización, aunque ninguno lo supo, con la pareja que follaba en la enor-
me cama.
Y finalmente, cuando la presión los abrumó, se corrieron.
El hombre se dejó ir, gritando mientras se derramaba a chorros en su mano y empujaba
fuerte con sus caderas. Sus dientes rajaron su labio inferior y la quemadura añadida de la
sangre envió su orgasmo al infinito.
La mujer gritó y juntó fuertemente sus muslos alrededor de su mano mientras dejaba
que las olas de su clímax autoinducido rodaran sobre ella.
Y en la pantalla, los dientes de la Mujer Guerrera se alargaron y los hincó en el cuello del
trémulo Caballero Negro.
El hombre se quedó mirando.
Joder y joder. La Mujer Guerrera era una condenada vampira.

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Superando el nivel nueve Sahara Kelly

Capítulo cuatro
A las nueve y media de la mañana siguiente, de manera precisa, sonó el timbre de la
puerta en la casa del Dr. Stefan Delouise.
Todavía atontado por la noche anterior y por el sobresalto que había sufrido cuando no
solo había perdido una vez más la oportunidad de atacar el Nivel Nueve sino que su perso-
naje había sido mordido en el cuello mientras llegaba al clímax, Stef tropezó cuando iba a
responder al timbre.
Ya no parecía que le acababan de sacar a tirones de delante del monitor, pero aun así...
no estaba en su mejor momento.
La brillante luz que se derramó en el interior cuando abrió de un tirón la vieja puerta de
roble le hizo sobresaltarse, y dio un paso atrás para apartarse un poco del resplandor.
—¿Dr. Delouise? —Una voz fría se dirigió a él—. ¿Dr. Stefan Delouise?
—Uh hum —Entornó los ojos un poco. Su metabolismo nunca le había permitido darse el
gusto de una resaca, pero se figuraba que, si alguna vez lo hubiera hecho, debería de ser
análogo a esto.
—Teníamos una cita a las nueve y media de esta mañana. Soy Caroline Frost.
—Uh huh.
La fría voz se volvió ártica.
—Según creo, la Sociedad Histórica le notificó que yo le visitaría esta mañana.
Las ruedas giraron en el cerebro de Stef y los procesos de pensamiento empezaron a
ponerse lentamente en acción. Srta. Frost. Sociedad Histórica. Oh, la cagamos.
—Sí. Tiene razón. Le pido disculpas. Estaba trabajando y no me di cuenta de la hora —
Mentiroso saco de mierda. Estabas con la mirada fija en el techo y tratando de idear cómo
conseguir que la Mujer Guerrera te follara de nuevo.
—Le puedo asegurar que no demandaré mucho de su tiempo —El sol de la mañana deli-
neaba su silueta y maldito fuera si podía verla claramente—. Esto es una simple visita de
rutina para asegurar que esta casa histórica se encuentra todavía dentro de los códigos
establecidos por la Comisión Histórica de la ciudad. Veo que ha vivido aquí...
Ella inclinó su cabeza para consultar sus notas y Stef notó un rápido destello de bronce
en sus rizos.
—... ¿durante unos catorce años, de acuerdo con nuestros registros? —Le miró inquisiti-
vamente.
Él asintió. Unos doscientos años más o menos bajo diferentes nombres en las veces que
se había ido y luego había vuelto.
—Así que usted está indudablemente familiarizado con las restricciones establecidas
para aquellos lo suficientemente afortunados como para poseer una casa histórica protegi-
da. Y su última visita habría sido hace cinco años. Dudo que tenga que molestarle durante
demasiado tiempo. Solo necesito asegurar a la Comisión que no ha hecho cambios arquitec-
turales sustanciales o ha pintado todos los techos de púrpura...
Hubo silencio durante un momento hasta que Stef se dio cuenta de que ella acababa de
hacer una pequeña broma. Había estado fascinado por el juego de la luz del sol en su pelo.
Él sonrió.
—Sin techos púrpuras. Lo prometo —Abrió más la puerta y se echó para atrás un poco
más—. ¿No entra?

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Superando el nivel nueve Sahara Kelly

Ella dudó y, por primera vez, Stef notó un olor más bien fuerte flotando en la suave bri-
sa matutina.
—Bueno… bien… esto es más bien embarazoso —Ella se retiró del umbral.
—¿Lo es?
—Sí —Ella suspiró—. Estaba mirando los preciosos y elaborados adornos de los aleros y
no estaba mirando por dónde pisaba. Alguien se olvidó llevar su pooper-scooper♥ esta maña-
na— Miró a sus zapatos con tristeza—. Limpié la mayor parte en la hierba de afuera, pero
no creo que deba...
—Déjelos fuera. Por favor. No hay necesidad de pasar vergüenza.
—Oh, gracias. En serio, le pido disculpas —Con agradecimiento, lanzó de una patada sus
zapatos elegantes pero odoríferos hacia el sendero y entró en el vestíbulo.
—De ningún modo. Podría ocurrirle a cualquiera —Stef cerró la puerta y se volvió para
obtener la primera imagen clara de la Srta. Caroline Frost. Sans♥ zapatos.
Con los pies descalzos solo le llegaba al hombro, y mientras ella se volvía para echar una
mirada al vestíbulo, Stef dejó que sus ojos viajaran sobre su aseado traje de negocios. Y el
cuerpo muy voluptuoso que cubría.
Manda carajo. Era una mujer en la que un hombre podría perderse. Curvas redondeadas
llenaban su falda, grandes pechos empujaban contra su chaqueta abotonada y habría apos-
tado a que sus muslos eran de la clase de los que le sujetarían fuerte mientras la tomaba.
Parpadeó y retrajo cautelosamente las pequeñas puntas de sus dientes vampíricos. ¿Qué
diablos acaba de ocurrir?
—Muy agradable, ciertamente —dijo ella.
—Sí —Estuvo él de acuerdo incondicionalmente.
—¿Le gustaría ver más?
A mí también. ¿Te desnudo aquí o quieres esperar a que lleguemos al dormitorio? ¿O la
cocina? La sala está... justo a tu derecha...
—No faltaría más —Él extendió su mano efusivamente y ella giró hacia la derecha.
Está bien. Entonces la sala.
—Oh qué adorable… —La exclamación escapó de su boca mientras entraba en la sala—.
Debo decir que ha estado muy acertado con el mobiliario... estas piezas son perfectas para
este cuarto.
Él sonrió educadamente. Esas piezas ya podían serlo. Las había encargado especialmente
para este salón hacía doscientos años. También había insistido en un trabajo de calidad. Un
destello de sus dientes en la oscuridad del establo de los trabajadores y lo había consegui-
do. Antes de lo planificado y a un coste inferior a lo presupuestado.
Tristemente, los dientes no aparecían en las negociaciones comerciales de este siglo.
Miró cómo la Srta. Frost pasaba una mano sobre el respaldo del sofá labrado y sonreía
ante el elegante canapé. Su sangre corrió ardiente cuando ella estiró su brazo para sentir
la suavidad de las cortinas y él tuvo un rápido atisbo de las curvas exuberantes dentro de la
chaqueta del traje.


Aparato parecido a una escobilla con recogedor para limpiar la caca de perro en la calle.

Sin. En francés en el original.

12
Superando el nivel nueve Sahara Kelly

Joder. ¿Llevaba puesto algo debajo de eso? Sus dientes le estaban diciendo que no y se
esforzaban en emerger, y medio metro más abajo su maldita polla estaba haciendo lo mis-
mo.
¿Y cómo iba a seducir a este sabroso bocado cuando todo lo que ella quería era ver su
trabajo dental?
¿Huh?
Forzó a su mente a apartarse de su delicioso canalillo y trató de escuchar. Ah. No «den-
tal» sino «dentado♥».
—Esta moldura dentada es simplemente espléndida. Y mire aquí el detalle en la decora-
ción de hoja de acanto... Estoy extasiada. Es una pena que ya no se trabaje así.
Es una pena que lleves ropa encima.
—No puedo discutirle eso. Es un cuarto bonito, ¿verdad? Me gusta mucho, pero debo
confesar que solamente para mí uso más la cocina. Y mi oficina.
Ella le recorrió con la mirada, permitiéndole ver un agradable par de ojos castaños.
—¿Es doctor en medicina?
—No. Solo uno normal. Filosofía... algo así —Stef ignoró los doce títulos que había obte-
nido bajo un nombre u otro, y la variedad de materias que había estudiado hasta que le abu-
rrieron.
—Bien… —Ella recorrió su labio con la punta del bolígrafo. Su labio inferior más bien lle-
no. El que se sentiría muy bien deslizándose arriba y abajo por su pene.
Jodeeer.

Caroline libró una batalla consigo misma para dejar de morder la punta del bolígrafo.
Desde el momento en que había mirado al magnífico pedazo de hombre que le había abierto
la puerta, una variedad de funciones corporales se habían acelerado hasta una velocidad
que nunca habría creído posible
Y la mayor parte de ellas estaban orientadas sexualmente.
Era un metro ochenta y pico de macizo lamible. Colócale un par de breeches y una camisa
con lazo y podría vender un millón de novelas románticas. Oscuro cabello sedoso, cepillado
simplemente hasta los hombros, y unos ojos tan azules que deberían ser declarados ilegales
centelleaban debajo de unas espesas cejas.
Las palabras «pecho agitado» y «cuerpos sudorosos» danzaron a través de su mente con
rapidez alarmante. Su pecho se había sentido un poco zarandeado en el pasado pero nunca,
que ella recordara, agitado. Y el sudor era algo que evitaba siempre que era posible.
Podía sentir condenadamente bien su mirada sobre ella mientras daba vueltas por la
habitación, e intentó con todas sus fuerzas no sonrojarse cuando recordaba su vergüenza
por su llegada al umbral de él rodeada de la peste de caca de perro reciente.
Mierda. Me topo con la residencia del Sr. Gentleman y apesto al mismo tiempo. Y ahora
estaba con sus pies con medias. Había algo sensual en la sensación de las gruesas alfombras
orientales que cubrían completamente los suelos envejecidos, y trató fuertemente de parar
a sus dedos de los pies, que se hundían en ellas. O se curvaban. Como probablemente haría
si él, alguna vez, ponía esa boca sensual en algún lugar cerca de su cuerpo.


Juego de palabras intraducible. «Dentado», en este contexto, se traduce en inglés por «dentil»,
que son unos pequeños bloques rectangulares que se proyectan como dientes de una moldura o bajo un
reborde.

13
Superando el nivel nueve Sahara Kelly

Sus pezones estaban duros, sus muslos se estaban ablandando, su boca estaba seca y su
sexo estaba definitivamente mojado. Era una clamorosa masa de contrastes que estaban
gritando una sola cosa.
Fóllame, diablo maravilloso.
En lugar de eso se concentró en la madera. Cristo. Contrólate, chica.
Se aclaró la garganta y miró sus notas una vez más.
—¿Ha hecho algún sustancial... —movimiento hacia una mujer a la que le gustaría follarte
hasta hacerte perder el sentido?— ... cambio en la propiedad en los últimos cinco años, Dr.
Delouise?
—Por favor, llámeme Stefan, o Stef. Es mucho más amigable, ¿no lo cree así? —Sonrió
él.
Sus bragas se inundaron como advertencia.
—Oh... hum... sí. Desde luego.
—Solo mi oficina.
Sí. Tu oficina estaría bien. Tómame sobre tu escritorio. En tu silla. Lo haré sobre tu dis-
co duro externo si tienes uno o contra tu archivador si no lo tienes. No podría importarme
menos. Solo HÁZMELO.
—¿Le importa si miro?
—Desde luego que no. Por aquí, Srta. Frost.
—Er… por favor… siéntase libre de llamarme Caroline —Su mente se bloqueó ante las
imágenes de lo que le gustaría hacer mientras le llamaba por su nombre, y le siguió a lo lar-
go de un pasillo oscuro hasta un gran cuarto situado al final.
—Oh, señor —La mandíbula de Caroline se cayó, y esta vez el babeo fue de envidia. To-
davía mezclada con una saludable dosis de lujuria, pero envidia en cualquier caso.
La habitación debía de haber sido alguna clase de almacén o cuarto de cocina en algún
momento, dado que el suelo estaba formado por grandes baldosas de pizarra. Pero en lugar
de ser frías, estaban calentadas por alfombras brillantemente coloreadas, y una chimenea
de pizarra a juego dominaba una pared. La pared opuesta presentaba una puertas-ventanas
que se abrían a un pequeño jardín y el resto de la habitación estaba cubierta con paneles de
madera luminosa.
Desde luego, no podía ver mucho de la madera por los juguetes tecnológicos que la cu-
brían. Era el sueño de cualquier adicto a la tecnología... y aún más.
Un enorme monitor de plasma se situaba tranquilamente sobre un gran escritorio, con la
CPU titilando silenciosamente en su rincón de abajo. Una gran impresora láser de color es-
taba en una esquina, con varios cables y cordones que culebreaban educadamente hacia
abajo detrás del escritorio, y un ratón inalámbrico se aposentaba al lado de un teclado in-
alámbrico ergonómico y clavaba sus ojos en ella.
Ella miró fijamente hacia atrás.
—Es un bonito cuarto, ¿verdad?
Por un segundo pensó que había visto un destello de fuego en esos ojos azules. Pero en-
tonces su atracción se vio arrastrada de vuelta al conjunto de dispositivos electrónicos de
avanzada tecnología que hacía la boca agua, lo más delicioso que hubiera visto nunca. Ade-
más de él, por supuesto. Y él no contaba porque no era electrónico. El día que Mastercard le
ofreciera a él sería el día en que ella rompería todas sus reglas y realmente firmaría para
conseguir una de sus tarjetas de crédito.

14
Superando el nivel nueve Sahara Kelly

—Hrmpf… —Su voz se estranguló en su garganta. Tosió y lo intentó de nuevo—. Buen


Dios, Stefan. Este es un equipo asombroso. Estoy asombrada. Qué no daría yo por cosas
como estas... demonios.. ni siquiera sabía que se pudiera conseguir todavía un sistema con
tanta memoria...
—No se puede —Su silenciosa risa se deslizó arriba y abajo de su espina dorsal, distra-
yéndola. Concéntrate, chica. Piensa en charla tecnológica.
—¿Entonces como hizo usted…?
—Con tiempo, interés, conocimiento y dinero, muchas cosas son posibles.
—Ah —Ella devolvió su atención al impresionante escritorio y notó la nevera incorporada,
bellamente panelada para hacer juego con la madera tallada.
El sillón de piel se veía invitadoramente cómodo, los pesados cortinajes que envolvían las
puertas-ventanas añadían un toque suave a la habitación, y Caroline suspiró. Qué agradable
sería sentarse aquí por la noche, con la luz del fuego brillando en un lado de la habitación y
el monitor brillando delante de ella.
—Tengo que hacer una confesión —Su voz estaba cerca de su oído y ella logró detenerse
antes de tocarle mientras ladeaba la cabeza como respuesta.
—Entonces, por favor, oigámosla. La confesión es buena para el alma, según me han di-
cho.
—Tuve que quitar parte de la moldura original para colocar mi cable T1.
Su respiración flotaba alrededor de su cuello y cada vello de su cuerpo se agitó, se esti-
ró y se estremeció.
—Hmm —Fue lo único que pudo emitir en ese momento, dado que la urgencia de aplastar-
se contra él y tener un montón de sexo estaba abrumándola.
Apartó su mente de los encantos de él y se alejó un paso para respirar. Era como si su
presencia absorbiese el aire de sus pulmones o algo así.
—Bien, acabo de ver dónde podría estar el problema. ¿Reemplazó el original o estaba
demasiado estropeado? Si tuvo que usar nuevas molduras, necesitaría verlo.
—Está aquí debajo —Stefan hizo un gesto con su mano hacia el espacio bajo el escrito-
rio—. Desdichadamente tuve que reemplazarlo. Pero pienso que mi carpintero hizo un traba-
jo bastante bueno para duplicar el original. Siéntase libre de mirar.
Ella asintió y se colocó sobre sus manos y rodillas, sacando su bolígrafo-linterna del bol-
so e iluminando el rodapié. Era un espacio diminuto, pero tenía que estar de acuerdo con su
valoración, el carpintero había hecho un excelente trabajo.
—A mí me parece bien. Casi perfecto, diría yo.
Un extraño sonido vino de detrás de ella.
—Oh sí.
Ella se dio cuenta de la torpeza de su posición en el mismo momento en que se dio cuenta
de algo más.
El Dr. Stefan delicioso-Delouise se estaba deleitando con una vista impresionante de su
trasero.

15
Superando el nivel nueve Sahara Kelly

Capítulo cinco
Tragó saliva. En todos sus trescientos años, más o menos, no recordaba haber visto uno
tan delicioso. O quizás es que había pasado demasiado tiempo desde que había visto uno. ¿A
quién le importaba?
El que estaba apuntando directamente hacia él le vendría a pedir de boca. Era curvilíneo
como el demonio, con caderas que imploraban que hincara los dedos en ella, un par de mus-
los llenos que servirían de almohada para un gran empuje y, gloria bendita... ¡medias!
El bajo de su ceremoniosa falda azul marino se le había subido cuando había gateado ba-
jo el escritorio, y allí, en toda su maravilla, estaban los bordes de sus medias, abrazando la
carne blanca de sus piernas como él quería hacer exactamente en ese momento.
Stefan quería recorrerlos con su lengua, trazar los ligueros hacia arriba y acariciar con
la nariz cualquier cosa que encontrara allí. Estaba encontrando realmente difícil no empujar
su falda aún más alto de forma que pudiera ver sus bragas. Y luego quitárselas a tirones.
La tomaría justo ahí... justo en esa posición. Hundiendo su pene rápido y fuerte en su va-
gina y haciéndola gritar. Y luego... y luego... sus dientes dolían por hundirse en la carne de
ella.
Oh, joder. ¿En qué estaba pensando? Sus limitadas experiencias sexuales recientes
habían sido demasiado controladas para permitir cualquier intercambio de sangre. Pero
había algo en esta mujer en especial, y en este trasero en particular, que estaba sacando a
la luz todos sus viejos instintos y enviándolos al infinito.
Tenía que tenerla. De una forma u otra simplemente tenía que tenerla. Ahora. O antes si
fuera posible. Su mente mezcló ideas, sugerencias, formas de tenerla desnuda y deseosa
sin enviarla gritando a la calle.
Por una fracción de segundo, deseó tener ese «control de la mente» tan mencionado y
que tanto adoraban los escritores sobre vampiros. Podría mirarla fijamente e imponer su
voluntad para que ella se quitara la ropa. Puso los ojos en blanco y suspiró mientras ella se
retorcía saliendo de entre las sombras, y enviaba otro relámpago de lujuria desde su man-
díbula hasta su entrepierna.
Cristo. Era una buena cosa que fuera un no-muerto, porque de seguro estaría realmente
muerto si ella hiciera eso de nuevo.
—Así que, ¿qué piensa? —¿Quieres desnudarte conmigo? ¿Por favor? ¿Hum? ¿Por favor?
—Sí —Ella se frotó las palmas de las manos, limpiándose invisibles motas de polvo.
—¿Perdón?
—Sí, su carpintero hizo un trabajo impresionante. No veo ningún punto donde se note el
cambio, tuve que esforzarme mucho para ver dónde había hecho las junturas y ciertamente
no impacta en la continuidad general de la montura.
—Ah —Carajo.
Ella se puso en pie, y su cadera golpeó contra el escritorio, le dio un codazo al ratón y
desactivó su discreto salvapantallas. La pantalla se encendió y allí estaba... la pantalla de
inicio de Nihilismo On Line.
Joder. Su talón de Aquiles estaba al descubierto.

Caroline se quedó sin aliento.
—Oh Dios mío. ¿Juega a NOL? —Miró fijamente a la pantalla y luego a su cara.
—Hum, sí. De vez en cuando. ¿Por qué? ¿Usted también?

16
Superando el nivel nueve Sahara Kelly

Ella se rió nerviosamente. No pudo evitarlo, de verdad se rió nerviosamente. La sorpren-


dió, pero no más que ver esa imagen familiar en el enorme monitor de una oficina tan ele-
gante.
—Bien, dado que parece que estamos compartiendo confidencias, sí. Sí juego. De hecho
me he vuelto algo adicta.
—En serio.
Su expresión era intensa, y ella tuvo que esforzarse mucho para apartar los ojos de los
de él y parecer desinteresada. Era todo ficticio, claro está, porque si estuviera más intere-
sada tendría la lengua más allá de las rodillas.
Ella tragó saliva.
—Sí, en serio. Algunos me consideran bastante diestra —Quizás incuso el Caballero Ne-
gro—. ¿Qué hay de usted? ¿Es bueno?
Él alzó una ceja de manera despreocupada.
—No me gusta jactarme.
—Ah. Ya veo. ¿Nivel cuatro más o menos? ¿Quizás con el golpe de suerte ocasional para
llegar al nivel cinco? Sin embargo esos malditos trolls rabiosos pueden ser un dolor una vez
allí.
Él se movió a su escritorio y la estudió, descansando una cadera sobre la madera cente-
lleante.
—¿Ha superado el nivel cinco? Es realmente impresionante. En realidad encontré un reto
mayor en las ninfas del bosque del nivel seis. Cuando se metamorfosearon en esas nubes de
gas venenoso.
—Ah, pero si tiene el Yelmo de Serum cargado para amplificar el Escudo Azul de Pro-
tección, debería ser inmune.
Sus ojos se entrecerraron.
—Realmente juega, ¿verdad?
Ella alzó la barbilla.
—No tengo el hábito de mentir, Stefan —Se sentía levemente insultada. Podría ser ma-
ravilloso, follable y permanecer demasiado cerca para su comodidad, pero no permitía a
nadie, ni siquiera a él, restar importancia a sus habilidades.
—Hum, Caroline —Su mirada la quemó.
—¿Sí?
—Caroline —Repitió el nombre pensativamente—. Si recuerdo correctamente, hubo una
princesa Caroline. Caroline de Brunswick.
Sus mejillas empezaron a enrojecer. La jodimos. Conocía la historia. Estaba en proble-
mas y lo sabía.
—¿Yyy? —Escupió la palabra desafiantemente.
—La princesa Caroline de Brunswick estaba casada con el futuro Jorge IV. Infelizmen-
te. Cuando él era el príncipe regente, si la memoria no me falla. Ella creó un escándalo im-
portante.
Caroline bufó.
—El regente tampoco estaba exactamente libre de ellos.
Stefan se movió más cerca, deslizando sus caderas a lo largo del escritorio.
—Cierto.

17
Superando el nivel nueve Sahara Kelly

Ella se mantuvo firme. Bueno, vale, realmente no se estaba manteniendo firme. Era más
bien un caso de no lanzarse encima de ese cuerpo realmente bonito, desnudarle y mordis-
quearle. Pero le ofreció un pequeño soborno a su conciencia y se dijo a sí misma que simple-
mente «estaba manteniéndose firme».
—No estoy segura de entender la utilidad de esta conversación —Aparte de distraerme
de los deseos atroces que están convirtiendo mi ingle en las Cataratas del Niágara.
—La utilidad, Caroline... —Él extendió la mano y pasó gentilmente la punta de su dedo
sobre su mejilla, apartando un errante mechón de pelo—. La utilidad es que la princesa Ca-
roline tuvo un apodo muy interesante.
—¿En serio?
—Mmm.
Él cerró la distancia entre ellos, deslizándose más cerca y terminando con ella de pie en-
tre sus piernas. Oh señor. Su corazón se volvió loco.
—Y ese apodo era la Puta Alemana.
Mierda. Era él.
—¡Tú! —Caroline se quedó con la boca abierta—. Tú eres... tú eres Vlad1754. Tú eres el
Caballero Negro.
Y de repente su boca estaba llena. Con la lengua de él.

El descubrimiento de que estaba besando de verdad a la Mujer Guerrera, junto con su
alter ego, la Puta Alemana, palideció en comparación con el sabor de ella. No estaba seguro
de quién se había movido hacia quién, porque en el momento en que sus labios se encontra-
ron, sus cuerpos chocaron y ella se fundió con su pecho.
Bueno, sus brazos cerrados alrededor de ella ciertamente ayudaron a que las cosas fue-
ran en la dirección correcta. Pero ella no estaba resistiéndose o luchando... ¡no señor! De
hecho, ella estaba ayudándole considerablemente al aplastar esos fabulosos senos contra él
y contorsionarse entre sus muslos, dejando todo el rato que su lengua batallara con la de él.
A diferencia de las espadas que habían esgrimido on-line con tanta habilidad, esta era
una dualidad de texturas, sabor y calor. Y estaba encendiendo a Stefan de una forma muy
seria. Quería que ella siguiera contorsionándose, oh, sí, justo así, solo que quería que lo
hiciera desnuda y debajo de él. O encima de él. O en cualquier condenado lugar que a ella le
complaciera, siempre que estuviera involucrado lo de estar desnudo.
Gruñó mientras luchaba para retraer sus colmillos. El calor sexual era una de los princi-
pales instigadores de la vieja urgencia de morder, y esta mujer, este abrazo de deseo y
pasión, estaba elevando su termómetro a la línea roja y más allá.
Ella gimió mientras retiraba los labios de los suyos y tragaba aire afanosamente.
—Oh Señor... no debería... no deberíamos... lo siento...
—No lo sientas —Él ronroneó las palabras mientras deslizaba sus manos alrededor de
sus hombros y hacia los botones de su traje—. Yo no lo hago.
—Sí, pero...
La mirada de ella bajó para observar sus manos mientras desabrochaba los broches de
su chaqueta y apartaba la prenda de su cuerpo sin resistencia. Como él sospechaba, debajo
solo había un sostén. Y un par de senos maravillosamente exuberantes.
Desayuno. Stefan casi babeó.

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Superando el nivel nueve Sahara Kelly

—¿Debería parar? —Tenía que preguntar, incluso aunque su polla fuera a darle un dos
por cuatro, golpearle en la cabeza y preguntarle en términos muy contundentes qué cojones
se creía que estaba haciendo.
—Sí… no… no… ohhh... sí... nooooo —Su confusión era comprensible, ya que había desliza-
do una mano entre el encaje y su seno y estaba acunándolo suavemente, frotando apenas su
tenso pezón con el pulgar—. Ohhh dios mío. Se siente taaaan bien.
Su cabeza cayó y sus ojos se cerraron mientras él continuaba su viaje de descubrimien-
to por su geografía natural, explorando la hondonada que era su esternón y ascendiendo al
segundo pico para plantar allí su bandera. Metafóricamente hablando.
Ofreciendo una plegaria silenciosa de gracias por los sostenes con apertura frontal,
Stef desenganchó los corchetes y se encontró sosteniendo los Grand Tetons♥. Y eran
«grandes» también. Llenos y pesados, descansaron en sus manos como si hubieran sido di-
señados teniendo en mente su agarre, y ansioso por continuar probando esa teoría, Stef
agachó su cabeza, preguntándose si serían igualmente apropiados para su boca.
Lo eran.
Su carne era dulce y ácida y picante y superaba en cualquier momento, sin ninguna duda,
a la pizza de jamón y piña. Stefan se dio un festín, tirando fuertemente de sus pezones con
sus labios y deslizando su lengua sobre ellos, sintiendo sus estremecimientos de placer
mientras la sostenían. Las manos de ella, que agarraban puñados de cabello, fueron también
un síntoma delator repentino. Ella estaba en esto igual que él.
—Más —murmuró él con la boca llena de su seno.
—Oh sí, más... —gimió ella, atrayendo su cabeza más fuerte contra su cuerpo.
Lentamente la soltó, dejando que las ondas de calor que estaban generando flotaran al-
rededor de ellos. Cada terminación nerviosa zumbaba, sus incisivos estaban tamborileando
por la necesidad de alimentarse de ella y él no podía desabrocharse los malditos botones de
su propia camisa.
Ella le quitó el asunto de las manos y los desgarró, suspirando de placer cuando se reveló
su pecho.
—Siempre he querido hacer esto —Era un murmullo ausente, dado que en ese momento
estaba recorriendo suavemente su piel con las palmas de sus manos.
—¿Algo más que hubieras querido hacer?
—Solo sigue. Ya idearemos algo.
Una risa tembló en el fondo de su garganta cuando él la cogió y la llevó sobre la alfom-
bra, delante de la chimenea. Su falda desapareció en algún punto del camino y la dejó en
bragas y medias, con su carne blanca resplandeciendo contra la alfombra brillantemente
coloreada de debajo de ella. Le quitó el aliento a Stefan.
Y las manos de ella en sus pantalones completaban el trabajo. Buscó aire afanosamente
cuando ella desabrochó cuidadosamente su bragueta y liberó su pene. Estaba tan agradeci-
do que no se hubiera sorprendido si le hubiera dado las gracias personalmente.
Desnudo, se tumbó al lado de ella y la recorrió con sus manos, ansioso de sentir cada
curva y rincón sedosos. Y también ansioso por reclamar suficiente control sobre sus instin-


Montañas de Wyoming. También es un juego de palabras, puesto que Grand Tetons significa
«Grandes Pezones» en francés.

19
Superando el nivel nueve Sahara Kelly

tos, de forma que no hundiera sus colmillos en ese cuello blanco y seductor, donde un pulso
latía tan fuerte que podía oírlo.
Era una continua batalla, él y sus deseos. Quería follarla, sí, pero sabía que beber de ella
sería mucho mejor. Y que probablemente la asustaría a morir, matando cualquier deseo
sexual y consiguiendo que le arrestaran y le acusaran de un delito. O al menos de mala con-
ducta.
Joder, joder. Algunas veces, la herencia de uno podría ser el mismo diablo, especialmen-
te en estos tiempos modernos. Hacía unos doscientos años, él podría haber follado y ali-
mentarse y nada habría sido más sabio. Hoy día estaba todo eso de la salud, el sexo seguro
y una docena de otras cosas en las que no quería pensar ahora mismo.
Especialmente cuando ella estaba acariciando su pene como si fuera el artefacto histó-
rico más precioso que hubiera visto alguna vez. Lo era, en su humilde opinión, pero de todas
formas ella probablemente no tenía ni idea de que estaba sosteniendo en sus manos casi
trescientos años de follar.
El perfume de la excitación de ella remolineaba alrededor de sus fosas nasales, y Stef
perdió todo sentido del tiempo y el lugar. Solo estaban sus... ligueros, bragas y demás...
esperando que él la reclamara. La tomara. La follara hasta que ambos estuvieran exhaustos.
Bueno, caramba. Eso lo podría hacer.

20
Superando el nivel nueve Sahara Kelly

Capítulo seis
Asiéndose a su control con manos mentales, Stef se dobló sobre ella y descansó su
cuerpo sobre el suyo.
Ella era calor, blandura y trémulos suspiros de placer mientras se movía sobre la carne
de él, tendiéndole sus brazos y abriendo sus piernas en una invitación. Él dejó que sus de-
dos se deslizaran desde su vientre hasta su sexo, zambulléndose bajo el encaje de sus bra-
gas y hallando sus escondidos secretos.
No era suficiente. Quería verla también. Con un fuerte tirón, desgarró sus bragas, la li-
bró de ellas y la tumbó abierta a su mirada.
Ella se quedó sin aliento cuando la tela se rasgó, y luego ahogó una risa rápida.
—Ahí va la ropa.
—Estaba en medio. Te compraré un par nuevo —Stef contempló su pelo pulcramente re-
cortado centellear con humedad y rizarse cuando pasaba sus dedos a través de él, hacién-
dole gemir con placer—. Sin embargo pienso que te dejaré las medias un poco más.
Él se inclinó hacia abajo y recorrió con sus muslos con su lengua, justo encima del borde
de encaje.
—Son bonitas. Eróticas.
—Dios, como tú —Las palabras escaparon de su lengua y ella pareció sorprendida de
haberlas dicho en voz alta.
Stef sonrió. No pudo evitarlo. Así es que su orgullo masculino se hinchaba hasta explotar
porque la mujer con la que estaba follando pensaba que él era erótico. ¿Y qué? Estaba per-
mitido. Con tal de que pudiera refrenarse de morderla a través del liguero con sus dientes
de vampiro, ella probablemente recordaría esto como la más erótica experiencia de su vida.
Y eso le parecía fenomenal.
Sus labios vaginales se crisparon cuando sus dedos exploraron sus pliegues y descubrie-
ron el pequeño brote duro que acechaba justo debajo. Siguió un jadeo de placer cuando lo
acarició gentilmente, y todavía otro gemido rompió el silencio.
Maldición. Adoraba ese gemido. Mejor que el más bello concierto de piano de Mozart. Y
eso era algo serio, ya que Stef había oído tocar a Mozart en persona varias veces.
—Te quiero. Ahora. Solo para poner las cosas absolutamente en claro —La voz de ella
era firme y exigente, y envió un estremecimiento a lo largo de la columna vertebral de
Stef. Él no tenía absolutamente ninguna duda sobre sus respuestas, pero no podía negar
que era agradable oírle decir esas palabras en particular en ese momento en particular.
Especialmente porque repetían las que repicaban en sus propios oídos.
—Bien. Porque yo también te quiero —Sin pensarlo una segunda vez, Stef se posicionó
entre las piernas de ella. Su pene se hundió en el calor empapado de su sexo y él tembló por
la urgencia de empujar dentro de ella y desaparecer en su vagina por un año o dos.
Ella podría desearle, estar ardiente y hambrienta por él, pero no había necesidad de que
actuara como un animal incontrolado y sin dominar.
—Por favor... Stef... ahora…
Oh, joder. Bueno, quizás era el momento de desatarse. Su susurro disolvió su resolución,
y Stef se zambulló profundamente dentro del cuerpo de Caroline. Su calor le rodeó, su
carne le dio la bienvenida y la mente de Stef flotó en reinos de placer que le sacudieron
hasta el alma.
Libró una batalla consigo mismo.
Y perdió.

21
Superando el nivel nueve Sahara Kelly

—Caroline… Caroline… Tengo que hacer algo… —Las palabras salieron forzadas de sus la-
bios mientras sus dientes se alargaban y su control se convertía en polvo.
—Cualquier cosa… —jadeó ella con placer y movió sus caderas un poco, ajustándole en su
interior y haciéndole casi gritar por lo condenadamente bien que se sentía. Pequeñas ondas
masajearon su pene, no tenía ni idea de cómo lo estaba haciendo ella, pero le estaba
haciendo perder el sentido.
—Perdóname... —Dobló su cabeza sobre su cuello.

Desde el momento en que sus labios se encontraron en ese ardiente beso, Caroline se
había rendido. Física y mentalmente se había entregado al momento, abandonando todas sus
inhibiciones, sus reglas de toda la vida y su sentido común.
Dejó que su cuerpo rigiera sobre su cabeza por una vez y tomó lo que se le ofrecía, dan-
do a cambio todo lo que tenía para dar y algo más. Sintió sus senos hinchándose contra el
pecho de él, y su calor encendiendo sus pechos hasta que fueron sólidas cuentas de exquisi-
ta sensibilidad.
Sus bragas estaban mojadas y ella solo estaba dispuesta para que él la desnudara y la
tumbara a su lado. No tenía ni idea de dónde venía lo de desgarrar la camisa, solo que era
un deseo que le gratificaba y le daba una gran satisfacción.
Como lo hacía su pene.
Se zambulló en su cuerpo deseoso con el entusiasmo de un saltador en las finales olímpi-
cas. Si ella hubiera sido la juez de Luxemburgo, le hubiera dado un cuatro noventa y cinco.
Quizás incluso un cinco, perfecto. O la puntuación que correspondiera a una maniobra que
tuviera una exactitud precisa y sin fallos.
Él la llenó, la completó y la condujo por el borde de la cordura en un reino largo tiempo
olvidado.
Ella combatió con sus propios deseos, queriendo empujar hacia arriba y tomar más de él,
gritar fuertemente por el placer y grabar sus iniciales en la espalda de él con sus uñas. El
suelo era duro debajo de ella, almohadillado solo por la gruesa alfombra que erosionaba sus
nalgas y añadía otra sensación erótica más a su cuerpo ya sobrecargado.
Ella simplemente gimió.
Las ondas de sensaciones sacudieron su vagina mientras se movía dentro de ella, y cuan-
do él se dobló aún más cerca, presionando sus cuerpos juntos, su cabeza se arqueó involun-
tariamente hacia atrás cuando ella le encontró, movimiento a movimiento.
Él estaba diciendo algo… quería hacer algo. Demonios, sí, nene. Adelante. No le importa-
ba lo que quisiera hacer. Se estaba ahogando en sensaciones, de su pene, su cuerpo, su per-
fume... todo de él. Estaba despertando en tantos lugares que habían dormido demasiado
tiempo.
Caroline separó sus muslos aún más, adorando la sensación de sus costillas y su carne co-
ntra la suave piel que frotaba. Su clítoris se había hinchado y proyectado, y estaba reci-
biendo una muy agradable cantidad de atención de sus movimientos, recordándole que su
orgasmo se estaba acercando todo el tiempo, y que probablemente se debería abrochar el
cinturón de seguridad ya que las turbulencias eran una posibilidad clara.
Sus labios se apartaron de sus dientes en un gruñido de pasión cuando su respiración ro-
zó su cuello. Él frotó su cuerpo contra su clítoris mientras su pene dilataba su vagina y ella
sintió el primer pinchazo afilado debajo de su oreja.
Ella se colapsó.

22
Superando el nivel nueve Sahara Kelly

Stefan también. La lujuria por su sangre le estaba dirigiendo despiadadamente, y podía


oír el pulso tronando a través de su carótida. Ella estaba empezando a correrse, los estre-
mecimientos creciendo en intensidad alrededor de su pene, y él no podía, simplemente no
podía, echarse para atrás.
Quería esa premura de su alma sobre su lengua mientras la premura de su orgasmo inun-
daba su pene y sus testículos. Quería el sabor ardiente y penetrante de su sangre en su
boca junto con los espasmos duros de su vagina que le estrujaban hasta dejarle seco.
Él quería… él quería... se echó con fuerza hacia atrás con un gemido poderoso y le reco-
rrió la cara con la mirada... era ahora o nunca.
Y había sangre en los labios de ella.
Él tembló un poco, oh Dios, le había lastimado.
—Caro... —Su voz era áspera—. ¿Te lastimé?
Ella abrió los ojos y los fijó en los de él, con el fuego ardiendo en la oscuridad de sus pu-
pilas.
—Oh no, Stef. No, no has sido tú —Sus palabras eran entrecortadas pero él las enten-
dió.
Sus manos fueron a la cabeza de él y le atrajo de vuelta a su cuerpo, lamiendo su oído y
pasando su lengua por su hombro.
—Fui yo.
Y le mordió.

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Superando el nivel nueve Sahara Kelly

Capítulo siete
Caroline Frost se había rendido a su naturaleza. Abandonando cien años de condiciona-
miento para no hacer exactamente lo que estaba haciendo. Ignorando las firmes enseñan-
zas de su familia sobre que sus tendencias vampíricas eran algo que tenía que ser firme-
mente suprimido. Que ningún hombre aceptaría la intrusión de unos dientes afilados en sus
venas durante el sexo.
Que, especialmente estos días, tales prácticas eran abismalmente inseguras y debían
ser evitadas a toda cosa.
De hecho, el tejido cicatricial había crecido sobre sus incisivos, y ella no se había dado
cuenta de que lo había punzado hasta que Stef la había mirado y ella había gustado la san-
gre en sus labios. Y en ese momento ya era demasiado tarde.
Él había tocado su cuello con algo que se sentía sospechosamente parecido a unos agudos
dientes propios y había desatado todas sus pasiones y deseos ocultos. Por las buenas o por
las malas, Stef estaba a punto de ser el desayuno. Y la cena. Y también posiblemente el
almuerzo y la merienda.
Mientras hundía sus colmillos recientemente emergidos en su delicioso cuerpo, se quedó
asombrada al encontrarle a él haciéndole exactamente lo mismo a ella.
¡Jodido hijo de puta, qué bendición!
El choque estaba bañado de placer mientras cabalgaban las olas hacia sus orgasmos. La
mente de Caroline remolineó en universos donde el éxtasis se medía por latidos y su cuerpo
estaba salvajemente sujeto alrededor del pene de Stef en un ritmo propio.
Sus dientes le estaban sacando sangre a ella, pero los sentía hasta su vagina, con la sen-
sación magnificando cada segundo de su clímax y llevando a su garganta un fuerte chillido
de alegría animal. Era jodidamente increíble.
Y Stef estaba justo allí, con ella. Su sabor la llenaba, reemplazando la sangre que estaba
chupando con la propia. Su pene latía ávidamente dentro de ella, deleitándose en las sacudi-
das y los espasmos que recibía mientras ella tenía su orgasmo a su alrededor. Él también
gritó más allá de su carne y su sangre y se empujó dentro de ella una última vez, tan fuerte
que pensó que tendría magulladuras en su trasero durante una semana al menos.
Ella le sintió correrse en su interior, derramándose fuerte y largamente mientras se li-
beraba, y provocando otra ronda de estremecimientos internos que la hizo gemir con delei-
te.
Lentamente ella retrajo sus colmillos, lamiendo las pequeñas heridas para limpiarlas y
degustando su sabor. Especiado, picante, pero con un ligero gusto de dulzura envejecida,
era condenadamente perfecto.
Ella suspiró y dejó que su cabeza cayera sobre la alfombra mientras Stef se relajaba
lentamente sobre ella, limpiando su propio bar en el cuello de ella y dejando a su pene desli-
zarse lentamente de su cuerpo en un río de sus jugos combinados.
Era pegajoso, caliente, maravilloso y altamente satisfactorio.
Y ahora, ella tenía alguna «explicación» que dar. Aunque, si pensaba en ello, él también.

Stef separó su cuerpo de ella, sobrecogido hasta el fondo y muy deliciosamente exhaus-
to. No, saciado era más apropiado. No había tenido un sexo como ese en incontables siglos.
Y condenación... ¡ella también era una jodida vampira!
Se aclaró la garganta.

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Superando el nivel nueve Sahara Kelly

—En fin —Cristo, ¿por dónde empezar? Por una vez su mente le traicionó, y no podía en-
contrar las palabras.
—En fin —Ella le devolvió sombríamente la mirada, con sus labios enrojecidos por sus
besos y su sangre.
—Supongo que debería haberlo adivinado. Ese mordisco de la Mujer Guerrero...
—Y yo debería haber sabido que tus habilidades con el Caballero Negro eran... extraor-
dinarias. Bastante superiores a las del común de los mortales.
Él sonrió cansadamente.
—Tengo que preguntar. ¿Cuántos años tienes?
—Ciento ochenta y siete —Ella parecía avergonzada—. ¿Tú?
—Oh Jesús, soy un asalta-cunas —Él rió y escondió la cabeza—. Trescientos treinta.
—Hum. No está mal para un anciano vampiro —Increíblemente, ella soltó una risita—. Por
supuesto, siempre he creído que las cosas mejoran con la edad —Recorrió con la mirada su
pene, que ahora descansaba pacíficamente en su nido de negros rizos—. Veo que tenía ra-
zón.
Él le echó un vistazo sobre su brazo.
—Bueno, maldición, Caroline. Supongo que era el sino, o el destino o algo. El atractivo de
ese maldito Nivel Nueve. Estábamos destinados a encontrarnos, ¿verdad?
Su cara se encendió.
—Stef —Le miró excitadamente—. Stef... hagámoslo. Ahora. Juntos.
—Acabamos de hacerlo. Y estoy agotado. Y no tengo ni pizca de hambre por el momento.
—No, no, no quiero decir eso... —ella enrojeció—. Aunque tengo que decir que eso fue
extraordinario, maravilloso, magnífico y que ciertamente me gustaría hacerlo de nuevo. Un
montón. Por favor.
—Ok —Stef no iba a objetar. No señor. De ninguna manera. Tenía la intención de tomar
a esta mujer en tantas formas como pudiera, tan a menudo como pudiera, durante al menos
unos cientos de años.
—Yo estaba hablando del Juego. Nivel Nueve. Aquí, ahora, juntos. Podríamos aniquilar
condenadamente bien a esa cosa chiflada.
Los labios de Stef se curvaron en una sonrisa feliz. Los hados realmente le habían en-
tregado a la única mujer en la tierra que podía satisfacer todos sus deseos.
—Supongo que me queda suficiente fuerza para eso.
Ella se puso de pie, ignorando su desnudez, los jugos que refulgían en sus muslos y su ro-
pa interior, a estas alturas seriamente dañada. Era su tipo de mujer. Vampira. Lo que fuera.
Stef la siguió perezosamente, desperezándose y suspirando mientras ella le llamaba por
señas hacia la pantalla.
—Vamos, Stef. Estoy con ánimo de matar algo. Si te sientes débil me puedes beber un
poquito. No se ha alimentado nadie de mí en unos cien años. Queda mucho.
Ella deslizó una mano sobre su pecho mientras hablaba, y Stef sintió un gruñido de luju-
ria naciendo en sus pulmones. Se lo quitó de encima. Primero superar el Nivel Nueve, luego
follar a su mujer. De nuevo.
Presta atención, esos pechos eran malditamente seductores...
Ella le sonrió inocentemente y su verga respondió. Él no pudo detener sus siguientes pa-
labras.

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Superando el nivel nueve Sahara Kelly

—Sigue haciendo eso y vas a conseguir mi espada subiendo por tu trasero. Y digo esto
de la forma más bonita posible.
—Lo espero con ilusión —Ella le sonrió bromista, luego agarró el ratón inalámbrico e ini-
ció con un clic su camino en el juego—. Vamos, tú, viejo chupasangres. Ven a ayudarme a
superar esta cosa de una vez por todos, luego podremos regresar a las cosas realmente
buenas.
Stef rió disimuladamente. Niños. ¿Quién podría rehusar una invitación como esa? Con un
brillo en los ojos, alzó a Caroline de la silla, se levantó y la dejó caer pesadamente sobre su
regazo.
—Ahí. Ahora podemos limpiarle el polvo a ese Grifo.
Ella acurrucó sus nalgas sobre su falo e hizo que él pusiera los ojos en blanco. Sus incisi-
vos se agitaron al mismo tiempo.
—Hum. Esta es una forma realmente buena de hacerlo —Sus ojos centellearon mientras
enarcaba una ceja en dirección a él, retándole a responder a su intencionado comentario.
—Lo es. Y lo haremos. Pero terminemos el juego primero, ¿de acuerdo?
Ella enrojeció adorablemente y se volvió hacia la pantalla, mientras Stef pescaba un se-
gundo ratón inalámbrico en un cajón cercano y se unía a ella en su expedición.
El Caballero Negro y la Mujer Guerrera habían partido, y corriendo.

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Superando el nivel nueve Sahara Kelly

Epílogo
En veinticuatro horas circulaba por todo Internet la noticia de que NOL había perdido la
partida. Dos jugadores habían resuelto el acertijo y superado el Nivel Nueve. Se les había
observado trabajando como un equipo, uno tenía las habilidades para conseguir que pasaran
los rastrillos y entraran en la cámara final, el otro tenía las armas necesarias para asestar
el golpe definitivo.
Habían entrado mano a mano, y al funcionar como un equipo de lucha perfectamente
coordinado, el Caballero Negro y la Mujer Guerrera lograron ciberfama y destruyeron las
esperanzas de los miles que habían intentado lo imposible.
Mataron al Grifo Giganticus. De manera bastante sucia.
Varios años después de eso, una tranquila casa histórica entró en el mercado de alquiler,
aunque la propiedad permanecía en manos de la familia Delouise. Durante algún tiempo pasó
por las manos de varias familias, ninguna de las cuales conoció a los caseros que poseían
rasgos dentales más bien inusuales.
Pasaron casi setenta años antes de que una agradable pareja, Steve y Carol Dell, llegara
a la puerta principal de esa misma casa, la miraran y se sonrieran el uno al otro. Habían re-
cibido el título de propiedad de los abogados, y las llaves del corredor de bienes raíces. El
sistema de transporte mag-lev les había dejado varias bloques más allá, y el área había
cambiado poco en los años intermedios, aunque uno podía ahora encargar una pizza de jamón
y piña instantáneamente desde el centro de transmisión directo localizado en la unidad de
control de proceso de Pizza House.
—Es bonito estar en casa —suspiró Carol Dell.
—Seguro que sí, bebé —respondió Steve Dell—. Sin ninguna caca de perro esta vez, por
suerte.
Y si la luz del sol titiló sobre dos grupos de dientes más bien inusuales en las bocas son-
rientes de la apuesta pareja, bueno, nadie prestó realmente mucha atención. Claramente
eran jóvenes y estaban enamorados.
¿Y el amor? Algunas veces, si eres un vampiro afortunado, dura para siempre.

FIN

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