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Existen personas para las cuales es un pecado capital sentirse bien consigo mismas;
incluso algunas exhiben una suerte de algofilia encubierta (búsqueda morbosa de la
experimentación del dolor).
Una parte de la respuesta puede hallarse en el libro: Ensayo sobre sociología de la religión,
de Max Weber. Al realizar un estudio comparativo entre las seis principales religiones del
mundo se observa que el sufrimiento es una vía para: 1. Purgar los pecados cometidos por
nosotros mismos en una vida anterior, de los cuales actualmente no tenemos ni la más
remota idea. 2. Purgar los pecados consumados por las generaciones anteriores; quiere
decir que debo pagar una cuota de dolor por los errores de mis tatarabuelos. 3. Purgar la
banalidad contenida en casi todas las creaciones de la humanidad; es decir, debemos
pagar por el desarrollo tecnológico alcanzado y por el cambio de valores que experimenta
y experimentará la sociedad.
Así, para remediar estas “culpas” (que generalmente no son nuestras) se brinda la vía del
sufrimiento; la felicidad será para disfrutarla en un futuro que nunca llega. El sufrimiento
adquiere un sentido cultural del cual nos apropiamos inconscientemente.
Considero que ambas actitudes cercenan nuestra posibilidades para crecer como personas.
Resultan igualmente negativas las creencias: “yo soy una persona buena porque me
preocupo y sufro por los padecimientos míos y los de todo el mundo” (aunque
probablemente lo único que puede hacer es deprimirse, pues su grado de control sobre
estas situaciones es muy bajo) o su contrario: “yo soy una persona muy inteligente pues no
sufro ante nada” (probablemente sea una persona atímica, que reprime sus sentimientos).
Cuando un hecho negativo nos involucra directamente, resulta casi inevitable sufrir sus
consecuencias y deprimirnos en cierta medida. Esto tiene sentido. Lo que no tiene sentido
es asumir el sufrimiento desde una actitud kármica que nos derrota y nos inmoviliza. El
sufrir no tiene sentido cuando no aprendemos del mismo, cuando nos convierte en
personas totalmente deprimidas y desesperanzadas. Tiene sentido cuando aprendemos
una lección del mismo, cuando nos ayuda a darle más valor a la felicidad, cuando nos
convierte en personas más resistentes a las adversidades.