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Ediciones BardoBorde
Lima, Octubre 2007
Ba Han Shen
El fuego unifica, alía los metales, congrega cuerpos y miradas, nos une en el
recuerdo de nuestra condición. Fuego es principio de transformación de la presa:
dónde la carne cazada se cuece y nace la cultura. Perder el fuego es olvidar
humanidad. Quien narra historias en torno al fuego, repite pasos de primeros
poetas, hombres-mujeres-medicina, guardianes de los actos que realizaron los
antiguos y fundaron el mundo tal como se le conoce: los que derrotaron a las
tinieblas de la indiferenciación y pusieron al cielo en el cielo y la tierra en la
tierra. Saber reptil, originario, despierta en palabras del narrador. El narrador
es reservorio o manantial, puqial de sabiduría que sostiene el ser-en-común. No es
la genialidad del creador individual, escribiendo en soledad: la figura de
excepción y originalidad del artista en occidente, no tiene sentido para el
eterno-retorno que ejecutan las palabras del narrador mítico. No se trata de
innovar, de hablar desde la nada, ni de conmocionar a la audiencia con fuegos
pirotécnicos de una inteligencia erudita. Es más bien acercarse a los orígenes lo
que guía la voluntad del narrador de la comunidad. Quien narra los tiempos
míticos, es siempre quién recuerda a quien le narró el mito. Se recuerda a sí
mismo escuchando el mito de la boca de otro narrador, se sabe continuidad de
cadena inagotable, que podemos remontar al principio de la humanidad. Se hace uno
con aquel que pronuncio primero las palabras, con el maestro luminoso que se las
enseñó a sus abuelos, con el ser alado que trajo la palabra del cielo y se la dio
a la humanidad. La palabra convoca el tiempo narrado, trae el vapor de los
orígenes, revive ancestros en la memoria de la comunidad, los hace despertar en
cada célula de los que atienden. Los evoca e invoca su poder. Hace tomar
conciencia que los ancestros siempre estuvieron presentes, que no se ausentaron,
que muerte es sólo engaño, que transformados siguen viviendo en nosotros. Se
recuerda saber que se transmite silenciosos de generación en generación: el
narrador hace recordar lo que desde siempre se supo.
El narrador escenifica, recrea, encarna; es poseído por voces que se expresan a
través de sus timbres, sus facciones, sus movimientos. Sus diálogos son los
diálogos que sostuvieron los antiguos; sus gestos son gestos de héroes fundadores.
Escuchar la narración es volver a vivir lo vivido por padres primeros, los
progenitores, los fecundadores. La narración, al emocionarnos, al poner a palpitar
nuestro corazón en acompasamiento con los sucesos re-vividos al escuchar,
despierta nuestros pensamientos con el correr de la sangre. Acordarnos de quiénes
somos, de quiénes fueron nuestros padres, de dónde venimos y cuál el sentido de
nuestros pasos. Escuchar es salvarnos del olvido bestial, incestuoso, antisocial;
preservar nuestra condición. A pesar de sus diferencias evidentes, pueblos
amazónicos y pueblos alto andinos, comparten noción de lo que es pensar: pensar es
siempre acordarse de alguien, del amor y amistad que nos une con ese alguien, de
los lazos de parentesco y leyes de reciprocidad que sustentan al ser-en-común, de
los que juntos pasan sus días, sus labores, y juntos se acompañan a la muerte.
Pensar es recordar el cariño que nos prodigaron cuando éramos más frágiles y
realizar esos mismos cuidados hacia los que dependen de nosotros. Pensar es
acordarse de las situaciones vividas con otros. Es repetir pasos aprendidos, pues
pensar deriva en experiencias y muestras concretas de amistad, cariño, cuidado.
Pensar es salvar la comunidad. Revivir los momentos vividos con quienes nos
enseñaron a hacer las cosas, a ser humanos, y ponernos en el lugar de quien nos
enseñó. Narrar es recordar a maestros primordiales, sus concejos, y
transmitírselos a los otros.
Inspirado en sus lecturas del Tao, en su práctica de medicina tradicional china,
en las noches intensas recitando a los clásicos romanos y a Rimbaud, en las
inquietudes que lo han guiado desde siempre – como si les vinieran susurradas de
una vida pasada y fuera a ellas por inclinación natural, inevitable – Florentino
Díaz pone a tambalear su literatura sobre las formas poéticas primeras, donde
narración y verso se unen. Y desde ahí se palpa, se recuerda y nos recuerda lo que
somos. La respiración acompasada con el cosmos nos da justa medida de nuestra
condición. El cuerpo, que permite actuar en el mundo, percibir y ser percibido por
los demás, puede ser cambiado para moverse en otros mundos. El cuerpo es el sitio
de las percepciones. El cuerpo no es algo definido, estático en el tiempo, sino un
contenedor en el que se va madurando y se transforma hasta completar ciclos, tras
los cuales se cambia de piel. Para las tradiciones recordadas por Florentino Díaz,
toda forma, toda entidad respiratoria, es manifestación de la energía vital, común
a lo existente. El aliento se hace cuerpo en personas, geografía, animales y
plantas. La energía vital anima todo lo vivo en permanente transformación,
manifestándose en formas que abandona para seguir mutando. La energía se
cristaliza en formas que luego abandona para cristalizarse en otras. Todo comparte
una misma energía, kamay, y Díaz la canta recordando a los chamanes. El chamán es
tal vez el primer poeta, el de la palabra sagrada que congrega voluntades, infunde
valor, hace reír, y cura cuerpos y espíritus. Por eso no sorprenderá que sus
saberes muten en formas distintas, que tomen presencia en nuevos cuerpos, que se
manifiesten en formas literarias que dan voz a sensibilidades postergadas por
estéticas dominantes. Muta conservando saberes ancestrales. El aliento persiste y
el origen es presencia en el presente. Alba que nos recuerda.
Pedro Favaron
Preparación del cardumen
Paradiso, I.
Dante Alighieri
El rostro,
el mar, cómo decirlo.
El mar es el misterio.
El agua es bella.
Su belleza nutre la vida.
Nutriendo la vida el agua se hace corazón.
Resonando en el latido es la visión y lo visto.
8
Luminosidad del fuego,
Recuerda la oscuridad del agua profunda.
Una que sueña, otra que destella, pero ambas son luces.
El manto también es la percepción de que te sabes hilo.
Y te desgarra no entender,
No hay sencillez para vivirlo.
Va más allá de la claridad de tu ciencia:
La íntima e intensa incertidumbre.
Lejos el sol.
míralo,
la tierra gira y otra luz le acaricia.
II
III
IV
10
Canto para el mimbre que se halla en la arena
Estamos en el desierto,
No esperes florestas, no marcas de cigarrillos, no carteles con autos atravesando
el cuerpo.
Ni esperes el rumbo de lo concertado o el tamiz de los planes,
Aquí se olvida todo aquello.
Ellos vinieron antes y ahora no siguen siendo ellos.
Te preguntarás por su sombra o el caudal de sus canciones.
Te digo que permanecen, te aseguro que están contigo. Vuélvete.
Escucha a quien de verdad te dice lo que te ama
A quien te acepta como eres, sin usurparte,
el desierto no te quiere para sí.
Sé tú tu propio ser. Ese es el resplandor del desierto.
Aspira a culminar en la rivera, exhala el perfume del cielo.
Los muertos dónde están. Ya no los ves.
Los muertos con sus corazas, sus costras y sus huesos molidos,
su cavidad de polvo.
La mano tierna descúbrela.
Está el manto majestuoso del sol.
Destino
La liberación: Hsieh
Chen, lo suscitativo
K´an, lo abismal, el agua.
I Ching
11
No me atreveré a decir
Cuál de los cielos es más profundo cuando se esconden los oídos
Cuál de las dos manos tiene perlas.
12
“esto es un bosque”
“esto es el mar”
Por eso,
Mirar adentro y mirar fuera: una estación,
Un movimiento.
En cada paso, siempre su respiro.
En cada nube los ojos vuelven
y en las flores
Sentimos una casa cercana, una caricia
Para el corazón que dance, para la mirada ardiente y todo
Esto es sencillo si lo observas, si en ello estás
Es magia,
si a ello asistes te puedes encender.
Lo único que no puedes dejar es de irte
Con las manos abiertas y el rostro complacido
De saber atesorar con gozo un sueño
Para volcarlo al duende que remedio pone
En las espaldas y descubre con dulzura
Tus alas y el sonido de tu canto,
todo en un instante.
Aunque te hayas encontrado en los fusiles
Y derramado con la sangre el oro de otros seres.
No te despojes de tu natural resplandor,
Es momento para el retorno.
13
Venimos
Como quien llega desde el vacío, la luz negra,
Y expresamos en un verso toda la energía y el abrazo
De los labios cuando se humedecen por reír
O de los ojos que se nublan en la calidez de la brisa.
Y todo porque tal vez la brisa no sea solamente brisa
Ni la risa sea solamente risa, sino
Algarabía de arena hecha manto de luceros,
Algarabía de luceros que se vuelven a la noche.