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Así describe a la evolución histórica de la guerra fría, Eric Hobsbawm. Si bien se trata de
medio siglo –aproximadamente- de una tensión permanente, si hubo matices dentro de
estos casi cincuenta años. Se vivieron cambios dentro de los diversos actores políticos, que
hicieron de este período, todo menos homogéneo. Crisis de índole militar siempre fueron la
constante; dicha constante resuelta con la coexistencia pacífica, teoría con la cual se
buscaba justificar la existencia de ambos bloques de forma no beligerante, sin necesidad de
que alguien se sobre pusiera encima de otro. Todo esto originado por los temores de una
mutua autodestrucción asegurada, si se siguiese incentivando una violenta carrera
armamentista.
Si bien ambos equipos ya estaban clasificados a la segunda ronda del Mundial de la FIFA
1974, con sede en Alemania Federal, el interés que generaba dicho encuentro era capaz de
superar al de cualquier otro encuentro de alta calidad deportiva. El motivo de esto resulta
obvio –era el choque de las dos selecciones de un país divido por los vencedores de la
Segunda Guerra Mundial-. El partido transcurrió con una calma inesperada y fue la
Alemania Oriental quien ganó el partido. Tal triunfo fue usado como campaña política: la
victoria de la Alemania verdaderamente desarrollada.
Más allá del encuentro en sí, yace lo simbólico de él. El partido era una cuestión nacional y
de bloques: nacional, por lo que representaba para las Alemanias como tal; y de bloque por
ser un enfrentamiento entre lo que fue el enclave geográfico más difícil de aclarar tras la
guerra. Era la Alemania capitalista, frente a la soviética.
Al final, Hungría ganó el encuentro 4-0, logrando clasificarse a la final, donde se coronaron
campeones. Más allá de los resultados deportivos, lo logrado –el haber humillado a la
selección soviética- fue una clara demostración de cómo se estaba desenvolviendo la
realidad interna de la Unión Soviética y sus países satélites.