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III.

La doctrina bíblica sobre el hablar en lenguas

Hemos anotado ya que, según la doctrina neopentecostal, el "bautismo en el Espíritu" lleva aparejada la
comunicación de los dones del Espíritu Santo, especialmente los de naturaleza extraordinaria y
maravillosa, como el hablar en lenguas extrañas (glosolalia) y el de sanidades. Debemos añadir ahora
que en los medios pentecostales y neopentecostales, al hablar en lenguas se le asigna un papel de
extraordinaria importancia en relación con el "bautismo del Espíritu", papel que encontramos claramente
delineado en el Statement of Fundamental Truths —Declaración de Verdades Fundamentales— de las
llamadas Asambleas de Dios, que con toda probabilidad es la iglesia pentecostal más numerosa del
mundo. Dice así: "Del Bautismo de los creyentes en el Espíritu Santo da testimonio la señal física inicial
de hablar en otras lenguas..." (Art. 8).
¿Están de acuerdo con esta Declaración todos los neopentecostales? Anteriormente hemos aportado
evidencia de que un número de neopentecostales decididamente sostienen la postura indicada más
arriba, es decir, que el hablar en lenguas es el signo externo necesario e imprescindible de que se ha
recibido el "bautismo en el Espíritu" (What About Tongue-Speaking?—"Acerca del hablar en lenguas—,
pp. 46-48). un autor neopentecostal moderno, Howard M. Ervin, también sostiene la Declaración: "Bien
sea explícita o implícita, es lícita la conclusión de la evidencia bíblica que la glosolalia es 'la demostración
extema e indudable' del bautismo en el Espíritu o recibir la plenitud del Espíritu Santo" (These are not
drunken, as Ye Suppose—Estos no están ebrios, como suponéis—, p. 105).
Otros neopentecostales, en cambio, mantienen que el hablar en lenguas no es señal indispensable de
haber recibido el "bautismo del Espíritu", y que puede haberse recibido el mismo sin haber hablado en
lenguas. Por ejemplo, Laurence Christenson admite que muchas personas que han recibido el "bautismo
con el Espíritu Santo" no han hablado en lenguas (Speaking in tongues—Hablar en lenguas—, p. 55). A
pesar de esta afirmación, un poco más tarde dice el mismo autor (pp. 55-56): "Consumar la propia
experiencia del bautismo con el Espíritu Santo hablando en lenguas le da una objetividad que tiene un
definitivo valor para el propio caminar en el Espíritu". Kevin y Dorotea Ranaghan, en su libro
Pentecostales católicos, se colocan en el mismo plano. Tras admitir que es erróneo decir que a menos
que una persona hable lenguas extrañas no ha recibido el Espíritu Santo (p. 220), estos autores afirman:
"En los Hechos, desde el día de Pentecostés en adelante, el hablar en lenguas es el resultado normal y
corriente del bautismo en el Espíritu" (p. 221). Por este motivo incitan ellos a los lectores a que oren
solicitando dicho bautismo y esperen recibirlo con el don de lenguas, añadiendo esta significativa
aseveración: "Estamos convencidos de que, en cuanto concierne al movimiento carismático, se espera
que todo el afectado por el mismo ore en lenguas, que en realidad el don de lenguas lo da siempre el
Señor al renovar la vida del Espíritu Santo" (p. 222).
Concluimos, pues, que de acuerdo con algunos neopentecostales, el hablar en lenguas desconocidas es la
indispensable evidencia de haber recibido el "bautismo en el Espíritu", mientras que otros no exigen este
requisito. Incluso los que así no lo exigen, admiten que el hablar en lenguas es una clase de evidencia del
"bautismo" muy deseable y extremadamente valiosa que debe solicitar en oración y esperar todo aquel
que desee recibir el "bautismo". Resumiendo, para los neopentecostales el hablar en lenguas es una
evidencia indispensable, o altamente deseable, de que la persona ha recibido el "bautismo en el Espíritu".
En el capítulo anterior hemos visto que la doctrina neopentecostal sobre el "bautismo en el Espíritu" no
está respaldada por la Escritura, debiendo, por ello, rechazarla el cristiano. No hay base bíblica para que
el cristiano tenga que buscar el "bautismo en el Espíritu" después de convertido a fin de gozar de la
totalidad de la presencia del Espíritu Santo y la plenitud de su poder. Siendo esto así, la doctrina de que
el hablar en lenguas —una emisión espontánea de sonidos en un lenguaje que el que habla desconoce y
le es incomprensible— es el testimonio indispensable o altamente deseable de haber recibido el
"bautismo en el Espíritu", ha de ser igualmente rechazada. Lógicamente, si la doctrina neopentecostal
sobre el "bautismo en el Espíritu" está equivocada, la evidencia sobre el mismo bautismo tiene que
estarlo igualmente.
No obstante, como ya hemos dicho, los neo-pentecostales buscan apoyo para su doctrina del "bautismo",
y ahora añadiremos también para el hablar en lenguas como evidencia del mismo, principalmente en el
libro de los Hechos de los Apóstoles. De los cinco pasajes de este libro que generalmente aducen los
neopentecostales, ya hemos examinado uno, la conversión de Comelio y los suyos en los capítulos 10 y
11. Examinemos ahora los restantes pasajes a los que comúnmente apelan los neopentecostales, para
ver si respaldan o no su doctrina sobre el "bautismo en el Espíritu" y el hablar en lenguas como evidencia
. necesaria o deseable de haberlo experimentado.
1) Hechos 2:1-42. Este capítulo nos cuenta el acontecimiento del advenimiento del Espíritu Santo
profetizado por Joel, por Juan el Bautista y Cristo Jesús. Como ya hemos visto, tal derramamiento del
Espíritu es el Bautismo en el Espíritu profetizado en los Evangelios y en Hechos 1:5. En esta ocasión los
120 discípulos reunidos en Jerusalén recibieron tres grandes señales como evidencia de que el
acontecimiento profetizado desde la antigüedad había llegado: el estruendo como de un viento recio, las
lenguas de fuego que se asentaron sobre cada uno de los presentes, y el hablar en lenguas todos ellos
según el Espíritu les daba que hablasen (Hechos 2:1-4). El bautismo en el Espíritu que aquí se describe
no es una "segunda bendición" que cada cristiano deba buscar, sino un acontecimiento histórico que no
puede repetirse, comparable en importancia a la resurrección de Jesucristo. El hablar en lenguas fue una
de las tres señales que indicaron tan fausto acontecimiento.
Al final de su discurso en el día de Pentecostés, Pedro le dijo a la multitud que se había reunido:
"Arrepentios, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y
recibiréis el don del Espíritu Santo" (2:38). Estas palabras no fueron dirigidas a los discípulos, que ya
eran cristianos, sino a quienes aún no lo eran (casi todos o todos judíos o prosélitos de los judíos según
2:5 y 8-11). Evidentemente, las palabras de Pedro no son una invitación a los creyentes para que
busquen el "bautismo en el Espíritu" después de su conversión, sino una conminación a los no creyentes
para que se arrepientan y se bauticen en el nombre de Jesucristo para que así reciban el mismo Espíritu
que había venido a morar en los discípulos de la forma que habían presenciado. Notemos que, según las
palabras de Pedro, el don del Espíritu Santo se recibe, no en alguna ocasión subsiguiente al
arrepentimiento y el bautismo, sino simultáneamente con ellos. Y lo confirma el hecho de que aquel
mismo día, los tres mil que se convirtieron recibieron el Espíritu al arrepentirse y bautizarse. No hay
evidencia de que ninguno de los tres mil hablase en lenguas.
Lo más significativo para nuestro propósito es notar que, en el caso de los tres mil que se convirtieron —
los primeros a quienes se les predicó el Evangelio después de Pentecostés— el don del Espíritu Santo lo
recibieron en el momento de su conversión. No se menciona, ni siquiera se da lugar a intuir, que
hubieran de cumplir condición alguna después de la conversión (según la doctrina neopentecostal) para
recibir el Espíritu: se convirtieron y lo recibieron. Y estos tres mil son precisamente los que marcan la
pauta para el creyente de hoy, los que dan la norma típica para la Iglesia, no los 120 discípulos que
habían recibido la orden de esperar el acontecimiento de Pentecostés (véase The Baptism and fullness oí
the Holy Spirit —El Bautismo y la plenitud del Espíritu Santo-—, por John R. W. Scott, pp. 8-9).
2) Hechos 8:4-24. Estos versículos narran cómo Felipe les predicó el evangelio a los samaritanos,
predicación que fue acompañada por señales milagrosas. La narración salta continuamente de los
samaritanos a Simón el Mago, que había tenido embelesados durante mucho tiempo a los samaritanos
con sus artes mágicas, por lo que todos le oían atentamente. Pero por la predicación, en lugar de prestar
atención a Simón el Mago, los samaritanos "creyeron a Felipe" (12). y por ello Felipe los bautizó. Simón
también creyó y fue bautizado. Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron esto, enviaron a
Pedro y a Juan a Samaría, y viendo ellos que los samaritanos aún no habían recibido el Espíritu, oraron
por ellos para que lo recibiesen, y les impusieron las manos. Entonces los samaritanos recibieron el
Espíritu. Cuando Simón vio lo ocurrido quiso comprar el poder de transmitir el Espíritu Santo, pagándolo
con dinero, por lo que recibió la severa reprensión de Pedro y la amonestación para que se arrepintiese
de tan terrible pecado.
Este es sin duda el pasaje más enigmático de los del libro de los Hechos que habitualmente se invocan en
relación con el "bautismo en el Espíritu". Enigmático precisamente por el tiempo que transcurre entre el
bautismo de los samaritanos en agua y su recepción del Espíritu Santo. Se han propuesto muchas
explicaciones para este lapso, siendo una de las más usuales interpretar las expresiones que
encontramos en los w. 15 y 16, "que recibiesen el Espíritu Santo" y "no había descendido sobre ninguno
de ellos" en el sentido de que los samaritanos no habían recibido aún las manifestaciones carismáticas
del Espíritu (tales como hablar en lenguas y, tal vez, obrar sanidades), asumiendo que sí habían recibido
el Espíritu como el dador de la salvación. Pero el problema que tiene esta interpretación es que las dos
expresiones tomadas de los vv. 15 y 16 se utilizan en otros pasajes de los Hechos, no para designar la
recepción de tales manifestaciones carismáticas del Espíritu, sino para describir la recepción del Espíritu
para salvación. Por ejemplo, cuando Pedro le dice a la multitud: "Arrepentios, y bautícese cada uno de
vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo",
podemos estar seguros que no quiere decir meramente: "recibiréis las manifestaciones carismáticas del
Espíritu", sino "recibiréis el Espíritu para salvación" (ver también 10:47 y 19:2). En relación con la
conversión de Cornelio leemos: "Mientras aún hablaba Pedro estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre
todos los que oían el discurso" (10:44 y 11:15). La misma palabra griega traducida por "cayó" en este
pasaje es la que se usa en 8:16 traducida por "descendido". Aunque el descenso del Espíritu sobre
Comelio y su casa fue acompañado por señales carismáticas, la importancia primordial de tal pasaje no
es el hecho de que hablaran en lenguas y magnificaran a Dios, sino que habían alcanzado el
arrepentimiento. Véase 11:18 donde se nos dice que los hermanos de Jerusalén, después de oír de boca
de Pedro lo que había acontecido en casa de Comelio, callaron y glorificaron a Dios, diciendo: "¡De
manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!"
Creo que existen razones de peso para adoptar una solución distinta al problema de los samaritanos, y es
que los samaritanos no eran verdaderos creyentes cuando Felipe los bautizó, y por tanto no recibieron el
Espíritu para salvación hasta que los apóstoles les impusieron las manos. En primer lugar, no se dice en
el v. 12 que los samaritanos creyeron en Cristo Jesús, sino que "creyeron a Felipe", por contraste con su
anterior postura de creer a Simón el Mago. La construcción griega traducida por "creyeron a Felipe"
normalmente significa el asentimiento intelectual a una afirmación o proposición, y no el entregarse por
la fe a una persona. En segundo lugar, el paralelismo entre Simón el Mago y los samaritanos llama
poderosamente la atención. Se dicen exactamente las mismas cosas de ambos: el uno y los otros
"creyeron" y "fueron bautizados"; sin embargo, la narración indica bien claramente que la fe de Simón
era falsa. Aunque el paralelismo no prueba definitivamente que la fe de los samaritanos no fuese genuina
desde el principio, es, sin embargo, significativo que se diga que los samaritanos creyeron a Felipe, y
"también creyó Simón". Finalmente» en el libro de los Hechos y en todo el Nuevo Testamento, la
posesión del Espíritu es la marca del cristiano. Sencillamente, no se puede ser cristiano sin tener el
Espíritu. Como dice Pablo en Romanos 8:9, "si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de El". Como
ya hemos transcrito repetidamente, Pedro afirma en Hechos 2:38: "Arrepentios, y bautícese cada uno...
y recibiréis el don del Espíritu Santo". Aquí tenemos a aquellos samaritanos que, aunque se habían
bautizado, no habían recibido el Espíritu.
¿No parece lógico pensar que el punto principal de este pasaje es enseñarnos que no puede haber
salvación sin el Espíritu Santo? Si lo miramos desde este punto de vista, los detalles que antes nos
parecían enigmáticos se ajustan perfectamente en sus lugares respectivos. Pedro y Juan fueron enviados
desde Jerusalén porque la iglesia en aquella ciudad notaba que algo no iba bien en la llamada
"conversión" de los samaritanos. Los dos apóstoles fueron a Samaría, no simplemente para establecer
lazos de unión entre los hermanos de Samaría y los de Jerusalén, sino principalmente para que los
samaritanos pasaran de una aceptación meramente nominal de la doctrina cristiana a la genuina fe en
Cristo. El que los samaritanos recibieran el Espíritu Santo (hecho que pudo ir acompañado de
manifestaciones carismáticas, aunque no se menciona ninguna en el pasaje) constituyó la prueba de que
habían sido salvos. Lo que le ocurrió a Simón es una prueba negativa del mismo punto: no hay salvación
sin el Espíritu Santo. (Para una defensa más extensa de esta interpretación del pasaje, véase Baptism in
the Holy Spirit —El Bautismo en el Espíritu Santo—, por James D. G. Dunn, pp. 56-68).
Aceptando la interpretación de Hechos 8:4-24 que acabamos de exponer, no hubo lapso de tiempo
alguno entre la verdadera conversión de los samaritanos y su recepción del Espíritu Santo, y este pasaje
no ofrece base alguna para la creencia de que los creyentes han de buscar un "bautismo espiritual"
después de la conversión. En cuanto a la cuestión de hablar en lenguas, no puede sacarse conclusión
alguna de este capítulo puesto que ni aun se menciona en él.
3) Hechos 9:1-18. Este pasaje se ocupa de la conversión de Saulo. Saulo, caminando hacía Damasco
para arrestar allí a los cristianos y traerlos a Jerusalén, tiene en el camino su encuentro con Cristo, quien
se le presenta desde el cielo. Al caer Saulo al suelo, Cristo se identifica. Cuando se levanta, Saulo está
ciego y tien3 que ser conducido de la mano a Damasco donde, durante tres días, no come ni bebe. Al
cabo de los tres días, un discípulo llamado Ananías se acerca a él y le dice: "Hermano Saulo, el Señor
Jesús, que se te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recibas la vista y seas
lleno del Espíritu Santo". Al instante, Saulo recibe la vista y es bautizado.
Nuestros amigos neopentecostales encuentran en esta narración la confirmación de su doctrina. Dicen
que Pablo se convirtió instantáneamente en el camino de Damasco, y que tres días más tarde, cuando
Ananías le impuso las manos, recibió su "bautismo espiritual". Puesto que Pablo declara más tarde que
habla más lenguas que los corintios (1.a Corintios 14:18), debe haber empezado a hacerlo en este
momento. Aquí tenemos, dicen los neopentecostales, un caso típico que prueba nuestro punto de vista:
primero se produce la conversión; luego, tres días después (el intervalo es corto, pero se considera
válido), el "bautismo en el Espíritu" atestiguado por el hablar en lenguas.
Que es errónea esta interpretación de la conversión de Saulo se demuestra claramente al comparar este
pasaje con otros dos del libro de los Hechos. En 2:21 Lucas anota las palabras de la profecía de Joel, que
Pedro cita en su discurso de Pentecostés: "Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo".
En 22:16, las palabras de Ananías a Saulo al cabo de los tres días de ceguera y oración se dan como
sigue: "Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su
nombre". Uniendo estos dos pasajes vemos que Lucas nos dice, primero, que el paso decisivo para ser
salvos es invocar el nombre del Señor, y segundo, que Saulo no había dado aún el paso decisivo cuando
Ananías le animó a que lo hiciera sin esperar más. La consecuencia lógica es que la conversión de Saulo
no fue un acontecimiento instantáneo, sino una experiencia de tres días de duración. Por tanto, el que
Pablo recibiera el Espíritu Santo al cabo de esos tres días no ha de entenderse como un "bautismo en el
Espíritu" ocurrido con posterioridad a la conversión, sino como parte integrante de su conversión.
En vista de lo que precede, el relato de la conversión de Saulo no ofrece base alguna para la enseñanza
neopentecostal sobre el "bautismo en el Espíritu". Ni suministra prueba alguna de que el hablar en
lenguas sea evidencia del "bautismo espiritual" puesto que en dicho relato no se menciona el hablar en
lenguas. Podemos suponer, si queremos, que Pablo empezó a hablar en lenguas en esta ocasión, pero no
podemos en modo alguno probarlo.
4) Hechos 10:1-48. Como ya hemos comentado este pasaje en el capítulo anterior, bastarán aquí unas
palabras. Este capítulo cuenta la conversión de Comelio y su casa. Después de haber recibido la triple
visión, cuyo sentido se hizo perfectamente claro al llegar los mensajeros de Cornelio, Pedro se dirigió a la
casa de aquel centurión romano para llevar el evangelio a él y a los de su casa. Mientras Pedro estaba
predicando, el Espíritu Santo se derramó sobre los que habían oído la palabra. Los judíos que
acompañaban al apóstol, oyendo a aquellos gentiles hablar en lenguas y magnificar a Dios, se
asombraron de que el don del Espíritu Santo se derramase también sobre los gentiles, Pedro dijo: ¿Puede
alguno impedir que sean bautizados los que han recibido el Espíritu igual que nosotros? Y como la
respuesta evidente era negativa, nadie tenía autoridad para impedirlo, Comelio y todos los miembros de
su casa fueron bautizados.
Como hemos dicho antes, este incidente no se ajusta al marco típico neopentecostal, pues Comelio y los
suyos recibieron el Espíritu incluso antes de ser bautizados en agua. Indudablemente, Pedro no les
hubiese mandado bautizar si no hubiese estado plenamente convencido que al recibir ellos el Espíritu era
evidente existía en ellos verdadera fe y sincero arrepentimiento, en otras palabras, que se trataba de una
conversión genuina. El recibir el Espíritu fue simultáneo con la conversión.
En este capítulo de Hechos se dice, no sólo que Cornelio y su casa recibieron el Espíritu (v. 47), sino que
el Espíritu "cayó sobre ellos" (v. 44), y que "el don del Espíritu se derramó sobre ellos" (v. 45). Parece
ser que todas estas expresiones se usan simultáneamente en este pasaje como sinónimas para designar,
no la recepción del Espíritu Santo con posterioridad a la conversión, sino la recepción del Espíritu
simultánea con la conversión. Además, como antes hemos visto, en el capítulo 11 Pedro hace referencia
a lo que ocurrió en casa de Cornelio como un bautismo en el Espíritu, en cumplimiento de las propias
palabras de Jesús (v. 16). Nuestros amigos neopentecostales, que quieren hacemos creer que el libro de
los Hechos respalda su doctrina sobre el bautismo espiritual, deben enfrentarse con el hecho de que, en
el único pasaje de los Hechos donde la expresión ser bautizados en el Espíritu se refiere a un acto distinto
del derramamiento del Espíritu en Pentecostés, dicha expresión describe una experiencia que proporcionó
la conversión a varias personas que antes no eran creyentes, y no una experiencia de "bautismo
espiritual" posterior a la conversión.
Aunque es verdad que los miembros de la casa de Comelio hablaron en lenguas una vez que el Espíritu
Santo hubo caído sobre ellos, esto no demuestra que el hablar en lenguas sea prueba de haber recibido
el Espíritu en un "bautismo" posterior a la conversión, puesto que no se trataba de creyentes que se
hubiesen convertido con anterioridad. El hablar en lenguas que aquí encontramos lo que hizo fue
probarles a Pedro y a los miembros de la casa de Comelio, así como a los judíos que acompañaban al
apóstol, que sin duda alguna el Espíritu había sido derramado sobre aquellas personas y, por tanto, que
"también a los gentiles había dado Dios arrepentimiento para vida". Los judíos, que durante siglos habían
considerado a los gentiles como extraños a quienes no alcanzaban las promesas de Dios (excepto en
raras ocasiones) tenían ahora la seguridad de que, en lo referente a la salvación, los gentiles estaban en
iguales términos que los judíos.
5) Hechos 19:1-7. pablo encontró algunos discípulos en Efeso y íes preguntó: "¿Recibisteis el Espíritu
Santo cuando creísteis?", a lo que ellos contestaron: "Ni siquiera hemos oído si hay Espíritu Santo" (en
otras versiones, "si se da el Espíritu Santo"), entonces Pablo les preguntó en qué habían sido bautizados,
y su respuesta fue: "En el bautismo de Juan". Pablo les explicó entonces que Juan el Bautista había
señalado al que había de venir, Jesucristo, que es en quien hay que creer, y les instruyó más plenamente
en la verdad evangélica, y después de oído esto por ellos, fueron bautizados en el nombre de Jesucristo.
A continuación. Pablo impuso sobre ellos las manos, vino entonces sobre ellos el Espíritu Santo, y
hablaban en lenguas y profetizaban.
La sola lectura del relato bíblico hace evidente que estos "ciertos discípulos" de Efeso no eran creyentes
en el sentido pleno de la palabra cuando Pablo los encontró, pues ni aun habían oído que el Espíritu
Santo había sido dado a la Iglesia. Bien puede ser que hubieran sido bautizados por Apolos, de quien se
dice en el Capítulo anterior que llegó a Efeso y que "solamente conocía el bautismo de Juan". Al
bautizarlos Pablo, no se trataba de un re-bautismo, sino de su primer bautismo cristiano. La imposición
de manos seguramente constituyó el climax del bautismo. No podemos pensar en un lapso de tiempo
entre el bautismo y la imposición de manos porque Lucas lo describe todo en una sola secuencia: el
bautismo, la imposición de manos, y la recepción del ; Espíritu.
Lo que ocurrió en Efeso, por tanto, no fue un "bautismo en el Espíritu" subsiguiente a la conversión y
distinto de ella, sino que fue la recepción del Espíritu en el momento de la conversión. Como en el caso
de la conversión de los samaritanos, lo que el pasaje quiere demostrar es que no puede haber verdadera
conversión sin el Espíritu Santo. El reconocimiento de esta verdad fue, sin duda, lo que le indujo a Pablo
a preguntarles si habían recibido el Espíritu Santo al creer. Lo mismo que Pedro y Juan había notado que
faltaba en Samaria con los que habían creído a Felipe, lo notó Pablo en los que habían sido bautizados en
el bautismo de Juan: la presencia del Espíritu Santo. Por ello, en ambos casos, el Espíritu Santo fue dado
en respuesta a la oración y a la imposición de manos, no como una experiencia posterior a la conversión,
sino en el mismo acto de la conversión.
Es significativo que estos efesíos hablaran en lenguas y profetizaran después de recibir el Espíritu Santo,
como había ocurrido en Cesárea, en prueba de que el Espíritu Santo realmente había caído sobre ellos.
Esta evidencia de tipo dramático era necesaria porque estos efesios, que no habían oído con anterioridad
si se daba el Espíritu, tenían que convencerse más allá de toda posible duda, de que el Espíritu Santo
había sido dado a la Iglesia y de que ellos mismos, como miembros de la Iglesia, lo habían recibido. Este
tipo de evidencia era necesario, además, en beneficio de la comunidad en que vivían, comunidad que
había de llegar a ser importante centro de influencia cristiana, puesto que pudiera haber otros hermanos
en Efeso que sólo se hubieran bautizado en el bautismo de Juan. El hecho de que se diera el hablar en
lenguas no puede utilizarse, sin embargo, como evidencia del "bautismo espiritual" posterior a la
conversión puesto que el Espíritu vino sobre ellos al convertirse.
Resumiendo lo que hemos aprendido del estudio de estos cinco pasajes del libro de los Hechos, debemos
notar que la recepción del Espíritu Santo por los 120 discípulos que se describe en Hechos 2:1-4 fue el
acontecimiento histórico único, que no puede repetirse, en el que se cumplieron las profecías del Antiguo
y del Nuevo Testamento sobre el derramamiento del Espíritu Santo, y por tanto no pueden sacarse
conclusiones de este pasaje para respaldar el "bautismo en el Espíritu" posterior a la conversión. En cada
uno de los otros casos relatados en los Hechos, incluso en 2:37-41, donde se describe la conversión de
los tres mil en el día de Pentecostés, no se describe la recepción del Espíritu Santo como una "segunda
bendición" subsiguiente a la conversión y distinta de ella —según la doctrina neopentecostal—. sino como
experiencia simultánea o virtualmente simultánea con la conversión. La conversión y la recepción del
Espíritu Santo, según nos enseñan estos pasajes, no pueden separarse, sino que han de ir siempre
juntas. El comentario de Bruner sobre este asunto da precisamente en el blanco: "El Pentecosta-lismo
construye su doctrina de una indispensable segunda entrada del Espíritu Santo sobre textos que enseñan
precisamente su única entrada" (A Theology of the Holy Spirit —Una Teología del Espíritu Santo—, p.
214).
¿Qué papel desempeña, pues, el hablar en lenguas en estos pasajes? Se menciona sólo tres veces, en
Hechos 2, 10 y 19. En Hechos 2 constituye una de las tres señales milagrosas que acompañaron al
acontecimiento irrepetible del derramamiento del Espíritu Santo sobre la Iglesia. Es muy significativo, sin
embargo, que en la conversión de los tres mil, narrada a continuación en el mismo capítulo, no se
mencione el hablar en lenguas. Y es evidente que los tres mil recibieron el Espíritu (ver v. 38), pero no se
dice que hablaran en lenguas. En Hechos 10, la recepción del Espíritu por parte de Cornelio y su casa en
el momento de su conversión fue acompañada por el don de lenguas, y en Hechos 19, cuando aquellos
efesios recibieron también por primera vez el Espíritu, hablaron en lenguas. En ninguno de estos tres
casos constituye el hablar • en lenguas una prueba evidente de una "segunda bendición" o "bautismo
espiritual" posteriores a la conversión y distintos de ella como pretende el Pentecostalismo.
Fuera de estas tres ocasiones, no se menciona el hablar en lenguas en ningún otro pasaje del libro de los
Hechos. Cuando los neopentecostales insisten en decir que la recepción del Espíritu Santo seguida del
hablar en lenguas es lo típico y normal en el libro de los Hechos deben .estar leyendo entre líneas en
dicho libro mucho más de lo escrito. Hay nueve casos en los Hechos en los que se dice de ciertas
personas que fueron llenasdel Espíritu Santo, sin que se mencione el hablar en lenguas (4:8; 4:31; 6:3;
6:5; 7:55; 9:17; 11:24; 13:9 y 15:52): Hay, además, veintiún casos "en el mismo libro donde se cuenta
que las personas alcanzaron la salvación, pero sin mencionar el hablar en lenguas: 2:41; 3:7-9; 4:4;
5:14; 6:7; 8:36; 9:42; 11:21; 13:12; 13:43 y 48; 14:1; 14:21; 16:14; 16:34; 17:4; 17:11-12; 17:34;
18:4; 18:8 y 28:24. Sacamos en consecuencia, por tanto, qué el libro de los Hechos de los Apóstoles no
respalda la doctrina neopentecostal de que hablar en lenguas sea ni evidencia indispensable, ni altamente
deseable de que la persona haya recibido el "bautismo en el Espíritu". En la inmensa mayoría de los
relatos de Hechos ni siquiera se menciona el hablar en lenguas, y en los tres casos donde se menciona,
no es evidencia de un "bautismo espiritual" posterior a la conversión.
¿Dice el resto del Nuevo Testamento algo acerca de que el hablar en lenguas sea una evidencia deseable
o necesaria de haber recibido el "bautismo del Espíritu"? En los Evangelios, la única referencia a hablar
en lenguas se encuentra en Marcos 16:17: "Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre
echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa
mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán". Como este pasaje no se
encuentra en dos de los más antiguos e importantes manuscritos del Evangelio de san Marcos, la mayor
parte de los eruditos (incluyendo a hombres tan conservadores como el finado profesor Stonehouse del
Seminario de Westminster) consideran que estas palabras no formaban parte del Evangelio de Marcos
original. Mas aun incluso si aceptemos el texto como genuino, no dice nada en cuanto a que el hablar en
lenguas sea la prueba de haber recibido el bautismo del Espíritu.
El último texto del Nuevo Testamento que menciona la cuestión de hablar en lenguas es 1.a Corintios
caps. 12-14, El resto del Nuevo Testamento guarda un silencio completo sobre el particular. En la
mencionada epístola, el apóstol Pablo trata el asunto detalladamente, especialmente en el cap. 14. No
obstante, aunque se busque en estos capítulos con el mayor cuidado, no se encuentra ni una sílaba que
sugiera, ni remotamente, que el hablar en lenguas sea la evidencia de la plenitud del Espíritu ni del
bautismo en el Espíritu. Incluso los escritores pentecostales lo admiten así. Carl Brumback, un pastor de
las Asambleas de Dios, escribe: "En 1.a Corintios, caps. 12 a 14, no hay ni la menor indicación de que el
don de lenguas esté asociado, directa ni indirectamente, con ser llenos del Espíritu Santo, y ciertamente
no en mayor grado que los otros dones" (What Meaneth This? —¿Qué significa esto?—, p. 266).
En realidad, en 1.a Corintios 12 Pablo lo que hace es negar que el hablar en lenguas sea prueba del
bautismo en el Espíritu. En el v. 13 de este capítulo, Pablo dice; "Por un solo Espíritu fuimos todos
bautizados en un cuerpo". Como ya tuvimos ocasión de ver en el capítulo precedente, Pablo enseña aquí
que todos los creyentes han sido bautizados en el Espíritu puesto que todos han sido incorporados al
cuerpo de Cristo. En el resto del capítulo, Pablo desarrolla la doctrina de que los diversos miembros del
cuerpo tienen una variedad de dones. Así en el v. 30 hace esta pregunta: "¿Hablan todos lenguas?",
esperando, como siempre en este tipo de preguntas de Pablo, una respuesta negativa. Para Pablo, pues,
el hablar en lenguas no es evidencia de poseer el Espíritu, puesto que todos los cristianos han sido
bautizados en el Espíritu, pero no todos hablan lenguas.
Hemos de concluir, pues, que ni el libro de los Hechos de los Apóstoles, ni el Evangelio de san Marcos, ni
la la Epístola a los Corintios, ni ningún otro libro del Nuevo Testamento, apoyan las Sagradas Escrituras
la doctrina neopente-costal de que el hablar en lenguas sea evidencia indispensable o muy deseable de
haber recibido el "bautismo espiritual" después de la conversión.
Queda, sin embargo, el hecho de que nuestros amigos neopentecostales hacen ardientes elogios del valor
del don de lenguas extrañas para su vida y su ministerio cristiano. Notemos algunos de sus asertos en
este sentido. Morton Kelsey, rector episcopal que ha escrito sobre el particular, informa que las siete
personas cuyas experiencias en hablar en lenguas describe, afirman que tal experiencia ha sido una de
las más valiosas que jamás hayan gozado (Tongue Spealdng —Hablar en lenguas—, p. 4). Roberto Frost,
en su libro Aglow with the Spirit —Brillando con la llama del Espíritu—, dice así: "El magnificar a Dios en
lenguas extrañas puede llegar a ser un sensible termómetro para el cristiano lleno del Espíritu" (p. 69).
Laurence Christenson se expresa de este forma: "Aquellos que han experimentado esta manifestación del
Espíritu —hablar en lenguas —encuentran que encierra una gran bendición y tiene un gran valor. No se
trata de un adorno ni un extra en su vida de cristianos, algo que pudieran tomar o dejar según su estado
de ánimo, sino que ha tenido un efecto profundo, a veces transformador, en su vida espiritual" (Speaking
in Tongues —Hablar en lenguas—, p. 27). Howard M. Ervin se cree autorizado a afirmar: "Si los cristianos
modernos fuesen a los servicios de sus iglesias después de haberse 'edificado a sí mismos en lenguas', el
servicio religioso corriente tendría más tono de jubileo que de réquiem" (These are not drunken, as ye
Suppose —Estos no están ebrios, como suponéis—, p. 173). Kevin y Dorotea Ranaghan, en su reciente
libro titulado Pentecostales católicos, expresan el valor de hablar en lenguas en los términos siguientes:
"Cuando una persona se ha rendido al don de lenguas y ha entregado su cuerpo, toda su persona, de
forma tan radical a la obra del Espíritu, el poder, la dinámica, comienza a fluir de forma tangible y visible
a través de su vida. Es la exteriorización de la obra interior del Espíritu, y así. a nivel corporal, se hace
realidad la experiencia del Espíritu. Es el umbral de entrada a una vida de caminar en el poder del Santo
Espíritu" (p. 221).
Estas afirmaciones son muy impresionantes. No obstante, debemos evaluar las experiencias personales a
la luz de las Sagradas Escrituras, y no al contrario. Por tanto, veamos lo que nos dice la Biblia sobre el
valor del don de lenguas. Ya hemos notado que, en el relato del acontecimiento de Pentecostés (Hechos
2:1-4), el hablar en lenguas se menciona como una de las tres señales milagrosas que acompañaron
aquel hecho único e irrepetible de la investidura del Espíritu Santo a la Iglesia, de una vez para siempre.
También hemos observado que en los otros dos pasajes donde se menciona el hablar en len-; guas en el
libro de los Hechos (caps. 10 y 19), sirvió como evidencia de haber recibido el Espíritu, por vez primera,
ciertas personas que no eran creyentes con anterioridad. En estos dos sentidos, pues, estamos de
acuerdo en que el hablar en lenguas tiene su valor. Pero recordemos que en la mayoría de los pasajes del
libro de los Hechos donde se dice que los inconversos han sido traídos a la fe y han recibido el Espíritu
Santo al creer en Cristo, no se menciona en absoluto la cuestión de lenguas. Ciertamente, el libro d^los
Hechos de los Apóstoles no enseña que el hablar en lenguas deba siempre acompañar a la investidura del
Espíritu Santo incluso en este sentido. Por tanto, no es necesario insistir en este don como evidencia de
la recepción primera del Espíritu Santo, al tiempo de la conversión. Y es un error, como ya vimos, insistir
en que el hablar en lenguas sea evidencia de un "bautismo en el Espíritu" posterior a la conversión, Si
excluimos Marcos 16:17, cuya autenticidad es puesta en duda incluso por eruditos conservadores, nos
quedamos sólo con otro pasaje del Nuevo Testamento que mencione el don de lenguas, que es el 1.a
Corintios caps. 12-14. ¿Qué es lo que nos enseñan estos tres capítulos en cuanto al valor de hablar en
lenguas?
No podemos pasar por alto que existe una importante diferencia entre el hablar en lenguas registrado en
el libro de los Hechos y el que se daba en Corinto. En primer lugar, la glosolalia de Corinto era
incomprensible, a menos que alguien la interpretase, mientras que no se menciona tal característica en
los casos que se citan en Hechos y por el contrario estamos positivamente seguros de que eran lenguas
comprensibles en Hechos 2. En segundo lugar, la glosolalia de Corinto tenía como propósito la edificación,
mientras que la mencionada en los Hechos era para confirmación: a) de la investidura del Espíritu sobre
la Iglesia, b) de su recepción por parte de ciertos grupos. Tercero, la glosolalia de Hechos "parece haber
sido una experiencia irresistible, inicial y temporal, mientras que en Corinto se trataba de un don
permanente bajo el control del que hablaba" (así W. G. Putman en el New Bible Dictionary —Nuevo
Diccionario Bíblico— de I.V.F., p. 1286). Finalmente, en todos los casos de hablar en lenguas que se
encuentran en Hechos, todos los miembros del grupo a que se refieren hablaron en lenguas, mientras
que en Corinto no todos lo hacían.
Debe notarse, además, que según la exposición de Pablo en 1.a Corintios 12, el hablar en lenguas no es
más que uno de los dones del Espíritu que allí se mencionan. Pablo significa especialmente que no todos
tienen este don, cuando pregunta: "¿Hablan todos lenguas?" (12:30). También aclara en este capítulo
que el que habla en lenguas no puede presumir de ser espiritualmente superior a quienes no lo hacen, y
que quien no posea este don no debe considerarse a sí mismo inferior a quien lo tenga. Como el cuerpo
de Cristo, aunque uno solo, tiene muchos miembros, todos los miembros se necesitan mutuamente.
¿Qué es, entonces, lo que dice Pablo del hablar en lenguas en estos capítulos? El asunto primordial en el
cap. 14 es que la profecía, como don del Espíritu, es de más valor que la glosolalia. Según aquí se la
describe, la profecía era probablemente el don que capacitaba a la persona para interpretar las Escrituras
entonces existentes, o bien para dar mensajes recibidos directamente de Dios, y para hacerlo en el
idioma propio de los oyentes. Este don es de mayor valor que el de hablar lenguas extrañas, según Pablo
dice, porque mientras el que habla lenguas ininteligibles sin interpretar se edifica sólo a sí mismo, quien
profetiza edifica a la iglesia. Puesto que los dones espirituales se dan como medios para edificar a los
demás, un don que sirva para este fin es de más valor que otro, que no sirva más que para edificación de
quien lo posea. Por tanto Pablo, aunque le da gracias a Dios porque habla en lenguas más que todos los
corintios, especifica claramente que en la iglesia prefiere cinco palabras con su sentido que diez mil en
lengua desconocida (14:18-19). De acuerdo con esta escala de valores. Pablo dice casi al comienzo de
este capítulo (v. 5): "Quisiera que todos vosotros hablaseis en lenguas, pero más que profetizaseis".
No debemos olvidar que el cap. 13 de esta epístola, que a veces citamos por sí solo como si fuera un
capítulo aislado, se encuentra en el centro del razonamiento de Pablo sobre los dones espirituales. En
12:31 Pablo dice: "Procurad, pues, los dones mejores. Mas yo os muestro un camino aún más excelente"
(o como lo traduce Phillips: Poned vuestro corazón en los mejores dones espirituales, pero yo os
mostraré un camino que los sobrepasa a todos). A continuación sigue 13:1: "Si yo hablase lenguas
humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe". Así,
pues, aunque la profecía es de mayor valor que el hablar en lenguas, el amor es de mayor valor que
cualquiera de estos dos dones. En otras palabras, lo que Pablo dice aquí es que cualquiera que le da más
importancia al hablar en lenguas y a la profecía que al amor está invirtiendo la escala de valores.
De acuerdo con estos tres capítulos —únicos donde se trata en detalle la cuestión de hablar en lenguas—
este don tiene un valor limitado. En realidad, en 1.a Corintios 14 sólo se tratan dos valores de este don:
uno de uso limitado dentro de la iglesia, y otro de edificación personal del hablante. 1) El hablar en
lenguas puede realizarse centro de la iglesia, en la asamblea, exclusivamente cuando haya quien
interprete.
A falta de intérprete, el que tenga el don de lenguas deberá permanecer en silencio y hablar sólo para sí
mismo y para Dios (28). Ni aun la oración ha de hacerse en lenguas en la asamblea sin intérprete, puesto
que los demás hermanos no pueden unirse en la oración y decir Amén sobre ella (16). Debemos sacar en
conclusión que el hablar en lenguas en la iglesia sin interpretación está prohibido por la Palabra de Dios.
2) En cuanto al valor para la edificación personal del hablante —"El que habla en lengua extraña a sí
mismo se edifica"—, Pablo admite que quien da gracias de este forma puede darlas bien, pero añade que
los demás presentes no son edificados por tal oración a menos que sea interpretada (17). El hecho de
que Pablo no prohibiera el hablar en lenguas (39), y que él le diera gracias a Dios porque hablaba más
que los demás (18). indica que este don, usado de acuerdo con las normas especificadas, debió tener
cierto valor espiritual.
De acuerdo con la enseñanza de Pablo en estos pasajes, el don de glosolalia tiene cierto valor para la
edificación de quien lo posee. Muchas personas que dicen hablar en lenguas en nuestros días afirman que
el valor principal de este don lo encuentran en sus devociones privadas. Aun así, de acuerdo con la
Escritura, hemos de entender que el valor de hablar en lenguas es limitado.
Fijémonos en primer lugar en el hecho de que en todo el Nuevo Testamento no hay más que un capítulo
(1.a Corintios 14) que haga referencia a su práctica. Algunas veces se cita Romanos 8:26 como si hiciera
referencia a orar en lenguas: "El Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles". Sin
embargo, yo no estimo que tal sea el caso, pues Pablo aquí describe la intercesión del Espíritu como
"gemidos indecibles", es decir , que el hombre no puede emitir, mientras que el orar o hablar en lenguas
evidentemente implica emitir sonidos. Quien ora en lenguas no emite sonidos correspondientes a su
propio idioma, cualquiera que sea, pero emite sonidos. Los neopentecostales se refieren también algunas
veces a "orar en el Espíritu" según se lee en Efesios 6:18 y Judas 20, como si dijera "orar en lenguas".
Pero en estos pasajes no se pone el orar con el Espíritu en contraste con el orar con entendimiento, como
se hace en 1.a Corintios 14:15-16, y sin tal contraste no hay pie para creer que tales pasajes se refieran
al orar en lenguas. Lo normal es ver en ellos sendas referencias a orar en el poder del Espíritu. Muy
especialmente la referencia de Efesios hemos de interpretarla en este último sentido puesto que Pablo
añade a renglón seguido: "orando... por mí, a fin de que al abrir mi boca me sea dada palabra para dar a
conocer con denudo el misterio del evangelio" (v. 19). No sería posible hacer una petición específica de
esta clase en una oración en lengua desconocida para el que la emite.
Lo que nos hace retroceder a 1.a Corintios 14 como el único capítulo en el Nuevo Testamento que
menciona el orar en lengua desconocida. Y no sólo esto, sino que en el v. 14 Pablo hace constar, como
experto en el hablar en lenguas: "Si yo oro en lengua desconocida, mi espíritu ora, pero mí
entendimiento queda sin fruto". Parece, pues, que el orar o alabar en lenguas es un ejercicio espiritual en
el que los poderes intelectuales del hombre están inertes.
Sin negar que tal clase de oración pueda te ner cierto valor, hemos de hacer constar que la mayor parte
de la enseñanza neotestamentaria sobre la oración recomienda la oración con entendimiento, aquella en
que los poderes intelectuales del que ora se encuentran en acción: rogativas, intercesión, confesión del
pecado, acciones de gracias y adoración. Por ejemplo, una y otra vez encontramos a Pablo —al mismo
Pablo que le da gracias a Dios porque habla lenguas más que todos los corintios— pidiendo a sus lectores
que oren por él, y mencionando sus propias oraciones por ellos. Es indudable que tanto en un caso como
en otro se trataba de oraciones con entendimiento. Cuando los discípulos le pidieron al Maestro que les
enseñase a orar, El les enseñó la oración dominical o padrenuestro, orción que requiere el uso de la
mente. Con la exclusiva excepción de los pásales de Corintios más arriba citados, todas las instrucciones
sobre la oración, y todos los ejemplos de oración que encontramos en el Nuevo Testamento son
oraciones con entendimiento. La holgura que las Sagradas Escrituras dejan para el tipo de oración y
alabanza en el que la mente no entra en acción es, sin lugar a dudas, muy restringida. Sacamos como
consecuencia que las Sagradas Escrituras asignan un valor muy limitado al hablar en lenguas, y que
tanto los pentescostales cómo los neopentecostales han inflado el valor de este don más allá de lo que la
Escritura permite. Probablemente, el propio apóstol Pablo se asombraría de ver la inmensa importancia
que éstos le dan a un don que él valoraba tan sobriamente. Cuando nuestros amigos neopentecostales
dicen recibir gran poder espiritual por medio de lenguas extrañas, y cuando afirman que el hablarlas es el
umbral de entrada a una vida de caminar en el Espíritu, están haciendo afirmaciones exentas de base
bíblica. Aunque Pablo dice muchas cosas sobre el don de lenguas en 1.a Corintios 12-14, en ningún sitio
escribe una sola sílaba que sugiera que este don sea ni la prueba de haber recibido de Dios nueva fuerza
espiritual, ni la entrada a una vida más llena del Espíritu.
No existe evidencia alguna en la Escritura de que el hablar en lenguas sea la prueba de haber recibido un
"bautismo en el Espíritu" posterior a la conversión. Ni hay base bíblica para pretender que el hablar en
lenguas sea un manantial especial de poder espiritual indispensable para una vida cristiana en toda su
plenitud. Quien le atribuye cualquiera de estos dos valores al hablar en lenguas le está dando a este
carisma valores que la Escritura no garantiza.
NOTA: En honor de la verdad debe añadirse aquí que no todos los que hablan o han hablado lenguas
extrañas dicen que tal experiencia haya sido beneficiosa. Un ministro no pentecostal que habló en
lenguas durante cierto tiempo llegó después a la conclusión de que el movimiento de hablar en lenguas
"tiene en su médula un misticismo falso que es contrario a la Palabra de Dios" (What about tongue-
speaking? —¿Qué hay sobre hablar en lenguas?—, p. 133). Otro, que fue pastor pentecostal durante
nueve años, dejó más tarde la iglesia pentecostal porque ya no creía que sus enseñanzas peculiares
estuviesen de acuerdo con la Escritura; ahora está convencido de que el hablar en lenguas que practicó
en el pasado era cosa enteramente camal y no del Espíritu, y que su ministerio ha sido mas fructífero
desde que dejó la iglesia pentecostal (Íbid.. p. 134).

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