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Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con
todas tus fuerzas»
Jesús resumió los deberes del hombre para con Dios en estas palabras:
‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu
mente’ (Mt 22, 37; cf Lc 10, 27: '...y con todas tus fuerzas'). Estas palabras
siguen inmediatamente a la llamada solemne: ‘Escucha, Israel: el Señor
nuestro Dios es el único Señor’ (Dt 6, 4).
Dios nos amó primero. El amor del Dios Único es recordado en la primera de
las ‘diez palabras’. Los mandamientos explicitan a continuación la respuesta de
amor que el hombre está llamado a dar a su Dios. Yo, el Señor, soy tu Dios,
que te ha sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre. No habrá
para ti otros dioses delante de mí. No te harás escultura ni imagen alguna
ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni
de lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas ni
les darás culto (Ex 20, 2-5).
El Segundo Mandamiento
«No tomarás en falso el nombre del Señor tu Dios» (Ex 20, 7; Dt 5, 11).
«Se dijo a los antepasados: “No perjurarás”... Pues yo os digo que no juréis en
modo alguno» (Mt 5, 33-34). El segundo mandamiento prescribe respetar el
nombre del Señor. Pertenece, como el primer mandamiento, a la virtud de la
religión y regula más particularmente el uso de nuestra palabra en las cosas
santas. Entre todas las palabras de la revelación hay una, singular, que es la
revelación de su Nombre. Dios confía su Nombre a los que creen en El; se
revela a ellos en su misterio personal. El don del Nombre pertenece al orden de
la confidencia y la intimidad. ‘El nombre del Señor es santo’. Por eso el hombre
no puede usar mal de él. Lo debe guardar en la memoria en un silencio de
adoración amorosa (cf Za 2, 17). No lo empleará en sus propias palabras, sino
para bendecirlo, alabarlo y glorificarlo (cf Sal 29, 2; 96, 2; 113, 1-2)
El tercer mandamiento del Decálogo proclama la santidad del sábado: ‘El día
séptimo será día de descanso completo, consagrado al Señor’ (Ex 31, 15).
La Escritura hace a este propósito memoria de la creación: ‘Pues en seis días
hizo el Señor el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto contienen, y el séptimo
descansó; por eso bendijo el Señor el día del sábado y lo hizo sagrado’ (Ex 20,
11).
El Quinto Mandamiento
Habéis oído que se dijo a los antepasados: ‘No matarás’; y aquel que mate
será reo ante el tribunal. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra
su hermano, será reo ante el tribunal (Mt 5, 21-22). La Escritura, en el relato de
la muerte de Abel a manos de su hermano Caín (cf Gn 4, 8-12), revela, desde
los comienzos de la historia humana, la presencia en el hombre de la ira y la
codicia, consecuencias del pecado original. El hombre se convirtió en el
enemigo de sus semejantes. Dios manifiesta la maldad de este fratricidio:
‘¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo.
Pues bien: maldito seas, lejos de este suelo que abrió su boca para recibir de
tu mano la sangre de tu hermano’ (Gn 4, 10-11).
El Sexto Mandamiento
Habéis oído que se dijo: ‘No cometerás adulterio’. Pues yo os digo: Todo el que
mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón (Mt
5, 27-28). Dios es amor y vive en sí mismo un misterio de comunión personal
de amor. Creándola a su imagen... Dios inscribe en la humanidad del hombre y
de la mujer la vocación, y consiguientemente la capacidad y la responsabilidad
del amor y de la comunión’ (FC 11).
El Séptimo Mandamiento
El Octavo Mandamiento
El Décimo Mandamiento