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SUSURROS EN LA HIERBA

P.J.Ruiz
2008
TE HE VISTO VEINTITRÉS MILLONES
DE VECES Y TODAVÍA ME FALTA UNA.

- ¿Lo hueles?
- No. No huelo nada.
- Pues está aquí. No en todos lados, ¡pero está! - Julito miró al frente, al lugar donde
Lucía tenía la vista clavada y forzó su nariz a distinguir cada esencia en el aire.
- Pues sigo sin olerlo.
- ¿Dudas?
- No. De ti no.

La colina se elevaba suavemente con sus cenizas moviéndose al soplo del viento, que aún
aullaba tras la furiosa tormenta de calor. Ascendía y rodeaba toda la casa, de un modo tan irreal que
nadie lo hubiese asegurado antes de las llamas. De hecho, parecía más bien que Villa Rosita estaba
enclavada en el centro de un cráter, y aquello llamó muchísimo la atención de Julito desde el principio
por lo insospechado de semejante apreciación cuando todo estaba rodeado de denso bosque. Desde el
fondo, lugar donde se hallaba cimentada, era imposible ver más allá de los bordes del círculo, por lo
que el horizonte era tan corto como la esperanza. Muy apropiado, sin duda, en un mundo tan
empequeñecido de repente.

- Vamos adentro, Lucía. Es peligroso estar aquí.


- Si. Esta noche se seguirá acercando. Cada vez tiene menos miedo, lo noto.
- ¿Puedes oírlo?
- No, pero siento su ira, su sed… Es enorme, Julito, y nada la puede detener. – Él miró
alrededor viendo la extensión de la nada dramática, y notó la punzada de tristeza que
intentaba acallar para conservar la cordura. Todo estaba desvanecido ante el espectáculo
del acto final – Esperará cuanto sea necesario.
- ¿Aún no se ha saciado lo suficiente?
- Eso no se sacia con nada. – Palabras como aguijonazos en la mente de aquel hombre
sencillo reconvertido en guerrero defensor.
- Ven, vamos dentro. Tami está sola, y seguro que tiene miedo. Ya has visto sus ojos cada
vez que salimos.
- Todos tenemos miedo, pero éste es diferente… de otra clase. ¿Sabes por qué, Julito? Es
porque por vez primera estamos verdaderamente solos. Muy, muy solos. Por eso nos
hallamos tan indefensos ante este miedo.

Tras un último vistazo, ambas formas se dieron la vuelta carentes de sombra y caminaron hacia
la casa, al calor de aquella puerta abierta que realmente no les guarecía de nada, pero que invitaba a un
tenue confort. Carmen seguía en la cama, muy hinchada del vientre, casi deformada por su extraño
mal. Parecía empapada en sudor, y sólo los cuidados de Tami la mantenían fresca y limpia. El agua no
era mucha, porque el pozo interior, en el centro del patio al que se accedía por la puerta trasera, se
hallaba casi seco, pero la chica se valía para reutilizarla usando calderos viejos, con lo que gastaba
muy poca para ese fin. Siempre fue una joven muy ingeniosa, aunque los acontecimientos la tenían
algo desbordada. Miró con evidente consuelo la entrada de Lucía, y ésta reconfortó su inquietud con
una mirada cariñosa.
- ¿Está fuera? – preguntó con una voz quebrada que intuía la respuesta.
- Siempre está, Tami. No descansa ni dejará que nosotros lo hagamos. – Hizo un
paréntesis y decidió decírselo una vez más. Todas serían pocas cuando llegase el
momento - Tarde o temprano Carmen o yo cerraremos los ojos a la vez, es inevitable y
entonces entrará por esa puerta, así que no preguntes más, porque ya lo sabes todo.
- No me asustes, mujer. Estoy bastante mal.
- Tienes que estar preparada. Por eso te lo digo. Sabes muy bien lo que tienes que hacer
cuando eso ocurra, ¿no?
- Si, lo sé. ¿Pero crees que podré? – miró al extremo de la almohada, donde Lucía había
dejado escondido el afilado puñal de caza. Era pavorosa la idea de tener que atajarlo.
- Debes hacerlo. No dejes que te coja viva. – acarició su pelo. Estaba sucio, pero seguía
siendo bonito y dorado. Después miró a la mujer en la cama – Ni a ella tampoco.

Julito se aseguró de que la puerta quedaba bien atrancada, desoyendo las palabras de Lucía,
que desde el primer momento había insistido en lo innecesario de ese tipo de medidas contra algo que
no se detiene ante barrera alguna. Siempre le hacía caso, pero esta vez le daba igual, porque para él
suponía un alivio inconsciente, un efecto placebo del que extraía parte del valor que por los ojos se le
derramaba cuando miraban lo que quedaba de cuanto había conocido. Existía mucho miedo en su
interior, incapaz, en el fondo, de entender que todo al final valiese tan poco como una puta brizna de
hierba, la misma hierba que aquella mujer melancólica de falda larga azul y camisa gris olía con ese
poder trágico que siempre la había acompañado. Entre vistazo y vistazo a través del cristal observaba
como las dos mujeres dialogaban al pie de la enferma, y se preguntaba dónde estaba el auténtico límite
de la cordura.

- ¿Ha vuelto a delirar?


- Sí, hace un rato. No parece descansar.
- ¿Otra vez esas visiones? ¿esos… gnomos?
- Sí. No se de dónde las ha sacado ni lo que significan, pero la agobian muchísimo.
- ¿Ha dicho algo nuevo? ¿Algo que te llame la atención?
- Nada nuevo, Lucía. Siempre esos enanos que la rodean en sueños y la tocan. Le hacen
algo que la pone frenética, y todo deja de tener sentido. Es aterrador. ¡Y esa torre blanca
que no sabemos lo que es…! ¿Dime, ¿crees que se trata del recuerdo de algo, como los
sueños normales?
- Sí, eso me temo. Conozco muy bien eso… pero por favor, no preguntes ahora. No
tengo ánimos para contestar cosas difíciles.
- No lo haré. ¿Sabes? Vosotras dos me dais miedo a veces.
- Tranquila. El miedo es nuestro, Tami, el miedo es nuestro y lo tenemos siempre.
Frecuentemente es muy bueno no saber tanto. Voy a prepararte un café, anda, a ver si
me sale bueno y de camino me espabilo un poquito.

Tami, demasiado joven para morir, se incorporaba con frecuencia haciendo crujir la silla al
liberarla del liviano peso, y se sentaba en la cama justo al lado de Carmen, la mujer a la que tanto
debía y a la que cuidaría con mimo hasta el último momento si era necesario. La miraba postrada,
bella a pesar de su estado, y no comprendía cómo alguien tan valioso podía estar en es situación por un
accidente estúpido justo cuando más se la necesitaba. Además, esos ojos cerrados condenaban a Lucía
a mantenerse despierta a base de café, pastillas o cualquier cosa que tuviese a mano, pues su cabezada
significaría el desplome de las barreras que mantenían la desolación perpetua por detrás de la colina.
¿Alguien se pregunta si hubo un inicio? Pues la respuesta es que sí, desde luego que lo
hubo.

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- ¡Ha caído un ángel, base. Repito, ha caído un ángel! Cambio.


- Base a Vigilante ¿Entiendo que tiene un libro azul en curso? Cambio.
- Afirmativo, base. Confirmo libro azul. Confirmo libro azul. Ahora tengo una estela
frente a mí, y brilla como si estuviese llena de diamantes. Es… precioso. Como ese
polvo de estrellas que usan las bailarinas, pero mucho más denso. No creo haber visto
nada más hermoso jamás, ni por supuesto se lo que es. Cambio.
- Entendido, Vigilante. Tenemos vídeo y telemetría. ¿Podría tratarse de una estela de
combustible? ¿Me confirma visualmente impacto del misil? Cambio.
- Confirmado impacto, base. Hubo una explosión y al intruso se precipitó como si se
hubiera roto la cuerda que lo mantenía pegado al cielo. Cayó haciendo zig-zags y
dejando esa estela. En cuanto a ésta y lo del combustible, negativo. Perdona la
familiaridad, pero eso es otra cosa, tío. Cambio.
- Entendido, entendido. Transfiera posición exacta del ángel caído y controle la zona.
Cambio.
- Roger. Paso por encima y transmito. Atentos a la marca. Cambio.

El sargento Ramírez, concentrado en la conversación entre la torre de control y su pájaro, se


acercó a la pantalla que manejaba el soldado Díaz con la mirada muy tensa. Sabía cual era el
procedimiento, y no iba a dejar de aplicarlo con prontitud, como correspondía a una situación que
podía ser excepcional. No se trataba de un avión intruso cargado de drogas lo que habían abatido esta
vez, de eso no tenía duda, entre otras cosas porque conocía muy bien las dotes de apreciación del
capitán Robles, el piloto del F-16 encargado de la vigilancia del espacio aéreo en aquella tarde
caprichosa de cielo revuelto. Minutos antes, al describir el objeto, había dicho que se trataba de algo
perfectamente esférico, una perla (esa había sido su expresión) sin aristas ni ventanas. Parecía de
nácar, aunque eso era imposible, y brillaba intensamente sin emitir luz alguna, cambiando de color con
frecuencia desde el dorado al rojo anaranjado intenso, pero siempre sin deslumbrar. Hizo varias
evoluciones aerodinámicamente improbables alrededor del caza, sin responder a advertencia alguna ni
a las reiteradas solicitudes de identificación que le fueron radiadas mientras volaban a mach 2 sobre la
sierra de Cádiz. Entonces aquello se saltó todas las contramedidas y comenzó de algún modo a
interferir los ordenadores de a bordo, y a su través inició una descarga masiva de datos de las
computadoras centrales de base de control que fue registrada al instante como una fuga debida a un
virus avanzado. Fue como una cascada de dígitos. De algún modo chupaba información crítica como
una sanguijuela, infiltrándose en el sistema y saltándose todos los cortafuegos sin resistencia. Por ello,
repentinamente, Robles recibió permiso para abrir fuego a lo que se consideró una amenaza potencial.
Ramírez no sabía en aquel momento si habían acertado en la decisión, pero ahora ya era inútil pensar
eso, porque el objeto había sido alcanzado y derribado. La fuga de datos cesó con la misma
brusquedad con que había comenzado.

- Base, pasa algo muy curioso, cambio.


- Roger, Vigilante. ¿Qué ocurre? Cambio.
- Al sobrevolar la zona de impacto he pasado muy cerca de esa estela divina. Tanto que
mi ala izquierda la ha cortado casi sin que me diese cuenta, y de repente se ha puesto a
brillar con el mismo fulgor que antes os describía. No sé como, pero he sentido una
especie de textura, una resistencia. Como si estuviese cortando algo denso. Cambio.
- ¿Entiendo que la estela ha vuelto a brillar a su paso? ¿Es eso lo que quiere decir?
Cambio.
- Negativo, negativo. Lo que digo es que mi ala izquierda se ha impregnado e irradia luz
del mismo tipo que lo hace esa estela. Cambio.
- ¿Puede tratarse de una especie de fuego de San Telmo? ¿Tiene daños? Cambio.
- Negativo. Eso no es fuego de San Telmo, base. Es algo muy bonito, como si… como si
hubiese tocado la mismísima cabellera de Dios, no se cómo describirlo. Además
confirmo que estoy dejando un rastro similar tras de mí. No tengo daños, y los sensores
están en perfecto estado, sin variación alguna, cambio.
- Bien, Vigilante, inicie retorno a base con la mayor celeridad y transmita cualquier
variación. Un equipo de descontaminación le recibirá a pie de pista. En este momento
damos salida a Vigilante-2 para ocupar su posición. Buen trabajo. Cambio.
- Roger, base. Cambio y cierro.

Mucho después supo que atacar a aquel ángel había sido un error dramático.

- Atentos todos, habla el sargento de guardia al mando. Son las 16,35 y esto no es un
simulacro, repito, no es un simulacro. Pasamos a código rojo, todos sabéis lo que
significa. Cerramos puertas y comunicaciones. Quiero el registro de cuantos han pasado
por la sala de control y aledaños desde que el incidente se inició y que se presenten ante
mí de inmediato. Cuando ese avión aterrice quiero junto a él a personal de absoluta
confianza y debidamente autentificado. Fin de comunicación. – Pensó unos instantes si
lo que acababa de hacer era lo correcto, y tuvo la certeza de que sí. Se trataba de algo
muy gordo esta vez, algo de lo que había oído hablar en pequeños corros, pero sobre lo
que siempre había especulado pensando que se trataba de algún tipo de alucinación
causada por la fatiga en los pilotos. Ahora, después de observar el pulso del radar y las
imágenes captadas por el caza, todo tomaba otro cariz muy diferente, y estaba a punto
de entrar en el selecto grupo de personas que podían autentificar un contacto OVNI con
datos precisos de primera mano. La de vueltas que da la vida cuando se empeña en
ironizar - Cabo, llame inmediatamente al coronel. Desde este momento estamos en
alerta máxima. Averigüen hasta donde ha llegado ese virus y qué datos ha robado.
Máxima prioridad.
- A sus órdenes, mi sargento.

A 190 kilómetros de allí, justo bajo las evoluciones de un rapidísimo y agresivo interceptor del
ejército del aire español, el pozo humeante repleto de chisporroteos que se elevaban y fundían con la
columna de humo luminoso contenía los restos metálicos exóticos de algo que minutos antes había
estado cortando el vacío universal como una navaja celestial, cambiando mil veces de rumbo hasta
caer aleatoriamente bajo en el influjo gravitatorio de nuestro planeta. Nada había podido detenerlo
hasta llegar aquí, salvo el inesperado impacto de un tosco misil Sidewinder disparado por el capitán
Robles con extrema pericia, al recibir el permiso de abrir fuego contra el que había sido considerado
un intruso en el aire de un país soberano. La elevada tecnología de la nave abatida había olvidado
hacía mucho lo que era defenderse de cuerpos de propulsión química como aquel, e irónicamente
David, una vez más, había ganado la batalla contra Goliat. Fue toda una sorpresa para el cerebro del
ángel desplomado, que no pudo hacer nada por impedir su caída.

- Mi sargento, ya tenemos una estimación del daño recibido en la red informática. –


Habían pasado casi dos horas desde el incidente.
- Hable pues. – El soldado se puso la hoja por delante y comenzó a leer resumiendo.
Estaba muy impresionado.
- Es mucho más grave de lo que pensábamos. No sólo hay bancos de datos violados
desde aquí hasta el mando central, sino que va mucho más allá. La fuga ha seguido
ramificándose saliendo de la red de defensa, no sabemos de qué manera, a través de los
nodos de Madrid y Valencia, para enlazar con ordenadores de grandes corporaciones
privadas de todo tipo. No ha sido selectivo, mi sargento, sino que ha ido directamente al
bulto más grande. Los analistas han llegado a la conclusión de que ese virus ha tejido
una red de araña aleatoria y copiado todo cuanto estaba almacenado en cualquier centro
de proceso de datos del… - pausa tensa. Levantó la mirada del papel y miró a su
superior con sorpresa.
- ¡Siga, por Dios! ¡No tenemos tiempo!
- Del mundo, señor. Esa cosa se ha hecho con toda nuestra información de defensa,
científica, médica, matemática… Todo el planeta ha sido su objetivo. ¡Y lo ha hecho en
unos segundos! La OTAN, los chinos, rusos, americanos y hasta los filipinos han
detectado la intrusión y no han podido hacer nada por evitar la fuga. Hay llamadas en
Madrid muy calientes ahora mismo, porque el embudo se ha estrechado justo aquí. Los
chicos no comprenden cómo varios billones de teras de información han podido fluir
por la red en tan poco tiempo, mi sargento. Es algo fuera de lo común.
- ¡Joder!

Dos horas más tarde un cordón militar rodeaba el perímetro de la zona de impacto, y científicos
con instrumental cargaban en camiones los restos de cuanto encontraban con la esperanza de avanzar
mil años en investigación. No había nada parecido a un cuerpo biológico, ni trazas de haberlo habido,
y el bueno del sargento Ramírez, ya relevado por mandos más autorizados que él mismo, puso todo su
deseo en que aquel torrente de información no hubiese sido transmitido a ninguna parte, y que
desapareciese con los restos del incidente.

Ese fue el comienzo.

Y los temores de Ramírez resultaron muy fundados. Tras la agresión, justo antes de caer y
desintegrarse, la nave sonda, encargada por su raza de catalogar nuevos planetas y recursos, lanzó por
una híper-frecuencia indetectable por el ser humano un mensaje de auxilio que taladró el universo a
través del sub-espacio para alejarse un millón de años luz, y que contenía tres informaciones básicas.
La primera la ubicación estelar y características del planeta hallado, la segunda la consideración de
hostilidad total de su especie dominante, y la tercera la cadena comprimida de datos extraídos de
anticuados ordenadores binarios, con los que alguien podría juzgar, en algún sitio, el interés en aquel
planeta azulado para futuras expansiones.

Treinta y nueve meses después un precioso cometa apareció en el cielo, mientras Ramírez
seguía dando vueltas al motivo por el que el capitán Robles había llamado a aquello Estela Divina.

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Quedaban pocas velas, pero la leña seguía siendo abundante para la caída de temperatura
que precedía a lo que quedaba de la vieja noche, que desde hacía días había perdido todo su encanto y
misticismo, incluso a pesar de las hermosas puestas de sol rojizas propiciadas por la abundancia de
partículas en el aire tras los incendios. Arriba en el cielo el mensajero del miedo comenzaba a alejarse
y a recuperar su cola, prometiendo de momento no barrer más con ella el planeta, mientras en la
superficie solo quedaba la consecuencia rojinegra, babosa y cenicienta de sus excesos. Había sido un
idilio de funesto resultado.
Nadie pensó que aquello, que comenzó como una lluvia de estrellas fugaces, se convirtiese
horas después en un aluvión de fuego y materias malolientes, pero lo cierto es que las llamas
provocadas por la caída global de micro fragmentos de roca en ignición se apoderaron de bosques y
ciudades, reduciendo casi todo a partículas, y dando pocas posibilidades a unos supervivientes
condenados al naufragio más horrible sin que el mundo fuese advertido. Cuando la comunidad
científica fue consciente del peligro, las comunicaciones ya habían caído a nivel planetario, y lo demás
fue como un castillo de naipes que se desploma. Un inesperado cataclismo a nivel de civilización,
predicho por pocos e ignorado por muchos.

Villa Rosita, una pequeña hacienda de corte andaluz, parecía una isla de vida asustada en
medio del gran océano ya depredado. Constituía el último Edén, y todo lo demás la superficie de un
vasto infierno terrenal. Al mirar por la ventana, Julito siempre se hacía la misma pregunta: “¿dónde
están los troncos, los restos de los árboles que rodeaban la casa?”. Debían estar en algún lado, pero
¿dónde? ¿Cómo se habían esfumado? Era algo que picaba muchísimo su curiosidad, porque por más
vueltas que le daba no conseguía una respuesta satisfactoria.

- ¡Lucía!
- Dime, Julito.
- ¿Qué, es, por Dios? ¿Qué es eso que nos persigue? – Ella atizó el fuego antes de
contestar, y se maravilló de las chispitas que subían. Siempre le habían gustado.
- No lo sé, pero una cosa sí que puedo asegurar. Lo que hay ahí fuera es algo solitario.
- ¿Y por qué, entonces, parece estar en todas partes?
- Eso lo desconozco, Julito. Sólo te digo lo que sé… Lo llena todo, sí, pero es una única
cosa. ¿Y sabes? No sé cómo ni por qué, no soy científico, pero de algún modo eso ha
venido con el cometa, entre las lluvias quizás. No tengo ni idea de qué hace aquí, ni qué
motivo lo mueve. Quizás ha viajado por el espacio miles o millones de años en busca
de un lugar donde vivir, no lo sé. Lo que es evidente es que tiene una ira desmedida. Se
comporta con saña, como si pretendiera el exterminio de todo. No lo entiendo, pero el
espacio es un lugar tan tenebroso… Tan oscuro… Siempre hemos querido conquistarlo
sin conseguirlo, y al final parece que es él quien nos caza.
- El cometa – decía Tami mientras pasaba un paño fresco por el rostro de Carmen para
enjugar su sudor – se veía tan bonito, tan brillante… Cuando apareció en el cielo todos
en mi pueblo lo miraban con fantasía. Familias enteras salían al campo de noche para
verlo con sus telescopios entre risas y alegrías ¡Quién lo iba a decir!
- Alguien debía haberlo hecho, Tami. Supongo que tal vez los que sabían algo se lo
callaron, pero lo que sí es verdad es que siempre esos astros han sido tenidos por
mensajeros de catástrofe. A la vista está el por qué. A mí siempre, desde el primer día,
me transmitió malas sensaciones, aunque decir eso ahora suene a recurso fácil. Verás, a
mí no me gustan los fenómenos del cielo, porque siempre son destructivos y nunca
cambian la naturaleza de un modo saludable, sino usando la violencia y la prisa. ¿No lo
habéis notado? Sólo la suerte nos evita desaparecer en segundos cuando algo ocurre,
pero esta vez…
- ¡Joder! – exclamó el hombre mirando a través de la ventana.
- ¿Qué pasa?
- ¡Alguien baja la colina, Lucía! – miró con profunda atención - ¡Es un soldado, y parece
herido!

Desde la puerta, Julito encañonó por prudencia al hombre, teniendo cuidado de no poner sus
dedos en el gatillo, mientras Lucía se situaba por detrás, expectante. El chico iba descubierto, sin
gorra. No llevaba armas, y se agarraba uno de los brazos. Su uniforme era de un verde oscuro cuajado
de pequeñas manchas de camuflaje, y estaba muy sucio, emborronado de ceniza, barro y mugre rojo
caído de arriba.

- ¿Quiénes sois?- Dijo el soldado alzando las manos con la mirada sorprendida viendo a
Julito apuntándole con aquella escopeta de caza. Estaba totalmente detenido a no más
de cinco metros.
- Somos supervivientes, chico. Sólo eso.
- ¿Supervivientes? Ya creía que no quedaban supervivientes.
- Bueno, quedamos nosotros, ¿no?
- Gracias a Dios - apenas murmuró
- ¿De dónde vienes? ¿Qué sucede ahí fuera?
- Yo… No lo sé. Estaba con mis compañeros allá, lejos, patrullando tras los restos de una
casa, hubo un ruido y… ¡no recuerdo nada más!
- Pero habrás visto algo, ¿no?
- Sólo me he visto a mí mismo corriendo entre la ceniza como un conejo. Tenía mucho
miedo, tanto que tropezaba, caía y me levantaba sin sentir las heridas. De vez en
cuando oía algo… muy alto sobre mí, como un batir de alas, pero no sé lo que era. Por
favor, déjame entrar. Necesito refugio, y no estoy bien. – Julito miró atrás, y Lucía le
hizo un gesto afirmativo. No veía nada anómalo en él.
- Bien. Pasa y descansa, chico. Esa herida del brazo….
- No es nada. Sólo necesito limpiarla un poco y estaré bien.
- De acuerdo. Tami te preparará agua y alguna cosa más. Es la chica que está junto a la
cama.
- Tomás.
- ¿Qué?
- Tomás Salas. Es mi nombre. Gracias por alojarme.
- No pasa nada, Tomás. Intenta dormir. Te vamos a necesitar.
- Haré cuanto pueda, señor.
- Julito. Así me llaman. Y una última cosa….
- Dígame.
- Puedo fiarme de ti, ¿verdad? – sacudió el arma mientras lo decía, en un gesto claro que
necesitaba de poco entendimiento.
- Señor, estése tranquilo. Soy un buen hombre.
- Raras veces he encontrado a alguien que diga eso y lo sea – Sentenció Lucía con un
toque de humor, apartándose para que pasara al interior.

El soldado tomó el agua y las esponjas que Tami le tendió con agrado, se desabrochó la
camisa rota, y se curó ante la atenta mirada de Lucía, que aún se sacudía abundante ceniza del pelo,
recogida de la última tormenta ventosa. Julito siguió escrutando por la ventana, a la espera de ver algo,
un detalle, un signo importante que les diese una oportunidad, pero eso no ocurría.

Mientras la chica arropaba y cambiaba de posición a Carmen y le humedecía los labios con
cariño, Lucía se acercó al soldado, que comía un trozo de pan bastante duro con una lata de conserva
que contenía algo multicolor de aspecto gelatinoso. Se sentó en la silla más próxima, y le habló.

- Tomás, ¿qué edad tienes?


- Diecinueve, señora.
- ¡Vaya! ¡Qué jovencito! ¿Y de dónde eres?
- Soy de Arrabal, un pueblo cercano.
- Lo conozco. En verano, de pequeña, mis padres iban allí al baile y me llevaban. Creo
que era en… ¿agosto?
- ¡Vaya! ¡Qué pequeño es el mundo! Si, si… En agosto. Por todo lo que está pasando
creo que este año no habrá baile, señora.
- No, no lo habrá. Agosto está muy lejos para todos nosotros esta vez.
- Así es.
- Seguro que te he visto de pequeño jugando en las atracciones. ¡Qué vueltas da la vida!
- Sí, es probable, sí.
- Dime, ¿qué hacíais los soldados ahí fuera? ¿Cuáles eran vuestras órdenes?
- Pues… pertenezco al tercero de infantería motorizada.- se señaló sin orgullo alguno el
escudo sobre el pecho - Teníamos que buscar supervivientes allí donde los incendios
hubiesen pasado. Ese era el objetivo.
- ¿Y?
- No encontramos a nadie, señora. Ocurrieron cosas, lo se y sin embargo no recuerdo casi
nada. Cuando me vi sólo y encontré la luz a través de esa ventana fue como si hallase el
último sitio habitado en todo el lugar. Ha sido horrible. Lo que no se han llevado las
llamas lo ha asolado la radiación.
- ¿Cadáveres?
- ¿Qué?
- Que si hallasteis muchos cadáveres en los pueblos. Con lo que ha pasado debían estar
llenos de ellos, ¿no?
- Ah, no… no, señora. Eso ha sido lo más extraño. Pasamos por el centro de Onrubia, nos
detuvimos para concentrar a la población y evacuarla, pero no había nadie… Ni allí ni
en las casas de campo, ni en las urbanizaciones… Nadie por ningún lado. Al principio
el teniente pensó que todo el mundo se había ido, que se habían largado con prisas, pero
verá… nadie cogió sus coches, ni enseres… estaba todo como debía estar… ¡pero sin
gente! Después sucedió lo mismo en otros pueblos… No sé si me entiende.
- Te entiendo, Tomás. – Julito pensó que había ocurrido con los cadáveres lo mismo que
con los troncos. Sencillamente ya no estaban - Por cierto, me llamo Lucía.
- Encantado, señora.
- ¿Tienes alguna idea de lo que está pasando tras esa puerta?
- Bueno, de lo del cometa y el paso a través de su cola sí, claro que sí… ¡Nos vendieron
tanto que se iban a producir preciosas lluvias de estrellas que quién pudo mantenerse al
margen! De lo demás, eso que ha venido después, no… sólo sé que me da mucho
miedo… que cuando corría tiré hasta mis armas, porque sentía que algo me miraba…
una sensación en la nuca... Pensaba que estaba a punto de morir… y sabía que no lo
detendrían las balas. No sé cómo, pero de pronto estuve seguro, y me deshice del peso.
En mi vida lo he pasado peor… He llegado a pensar que eso de ahí arriba es el ojo de
Dios que nos juzga, y que ha liberado a su arcángel para acabar con nosotros. A fin de
cuentas, ¿no es esto lo más parecido al Día del Juicio que se puede imaginar?
- Desde luego que lo parece. Nunca lo había pensado, pero sí, tiene su miga la cosa. Oye,
antes dijiste a Julito que creías haber oído un batir de alas sobre ti.
- Si, es cierto.
- Háblame de eso.
- Era… era como si algo muy grande me sobrevolase. Siempre me dieron miedo las
águilas, porque de pequeño me atacó una que tenía atrapada un tío mío, y esas alas me
provocaron terror. – Lucía miró a Julito. Siempre era lo mismo, pensaron ambos -
Además, tenía mucha fuerza.
- ¿Fuerza?
- Si, quiero decir que era una sensación muy clara… creo que eso, sea lo que sea, me
miraba. Calculaba cómo abatirme. ¿Será algún tipo de ave? Me dan pánico.
- No lo creo. Es probable que se trate de algo inducido, aunque es difícil saberlo. De
cualquier forma ahora ya te encuentras a salvo, y para que estés bien entre nosotros he
de contarte algunas cosas.
- Dígame, señora.
- Esta es una casa muy poco normal. No me refiero al edificio, sino a los que estamos
dentro. Verás. Esa que está en la cama se llama Carmen, y es un auténtico nexo. – Julito
se dio la vuelta y miró a la mujer que hablaba con empaque. Se cruzaron los ojos, y se
dijeron en silencio que efectivamente lo mejor era que aquel hombre herido supiese la
verdad y participase con los demás en todo. Era curiosa la comunión que habían
logrado, tanto que él pensaba que realmente ella tenía algún tipo de dote telepática que
se había liberado con el stress de la situación.
- ¿Un nexo?
- Vidente. ¿Lo entiendes mejor así?
- Sí, creo que sí – dijo sorprendido el soldado.
- Y yo también lo soy.
- Lucía…no estoy seguro de lo que me quiere usted decir…
- Eso de ahí fuera sólo se mantiene a raya por nosotras. Mientras una de las dos
permanezca despierta todos estaremos a salvo.
- ¡Por Dios! ¡No creo en brujerías, señora! – el chico respondió con una falta de tacto que
cogió por sorpresa a la mujer, pero ésta tardó un segundo en reaccionar y acercar su
mirada para clavarle dos ojos que eran brasas encendidas.
- Pues aquí tendrás que creer en algo parecido a eso que dices. Todos los que estamos
creemos, y si no te parece eso bien puedes marcharte. No puedo darte más
explicaciones de momento, pero ya irás viendo por ti mismo. La decisión es tuya, pero
si te quedas deberás participar con los demás en todo. ¿De acuerdo, Tomás? – El tono
de Lucía era exigente, y el soldado reflexionó unos segundos hasta darse cuenta de que
su postura era débil en exceso. - ¿De acuerdo… Tomás?
- ¿Me queda elección?
- Sí – no estaba dispuesta a parecer flexible con algo que implicaba la seguridad del
grupo - Toda la puta ceniza del páramo es tu alternativa. Tú dirás. – El hombre tragó
saliva mientras era taladrado por varios pares de ojos que lo analizaban
inquisitorialmente.
- De acuerdo, de acuerdo… Haré lo que hayan decidido. No tienen que preocuparse por
mí.
- Muy bien. – Tras unos segundos tensos los ánimos se relajaron algo.
- Pero ella…. Carmen está….
- Sí, en un estado parecido al coma. Está mal, y eso me obliga a mí a permanecer
despierta. Lo que quiero decirte es que llevo muchas horas así, y que en cualquier
momento puedo cerrar los ojos. Debes estar muy atento a eso, porque si ocurre debes
despertarme como sea con toda la rapidez que puedas. Hay varios cubos con algo de
agua por la estancia, como habrás notado.
- Si, desde luego.
- Úsalos. Despertaré en seguida, y el equilibrio se restablecerá. Todos debéis ayudarme
en eso, por raro que parezca.
- Señora, lo que me dice es…
- Una locura. Lo sé, pero más vale que me tomes en serio, porque en ello va tu vida, y
también la de los demás. – El hombre miró aquellos ojos marrones cansados y sintió un
escalofrío. Desde la inmensa profundidad de un interior oscuro percibió que nadie
estaba mintiendo en aquella estancia.
- Muy bien, estaré atento. Pero ahora dígame… ¿Qué es eso de ahí fuera?
- Aún no lo sé, Tomás, aún no lo sé. Pero estoy de acuerdo contigo.
- ¿En qué?
- En que da mucho miedo.

Carmen comenzó a delirar de nuevo y la conversación se interrumpió. Tami se acercó a su


boca para oír lo que de ella surgía, mientras Lucía se sentaba en la mojada colcha y cogía
cariñosamente las manos de ambas. Hablaba de nuevo sobre gnomos que la atrapaban, inmersa en su
extraño mundo de oscuridad asensuada.

Nadie hizo el menor comentario.

Aquella noche, a las 2,55, se oyeron unos fuertes truenos que no lo eran. El soldado se
sobresaltó y aguzó su oído entrenado. Identificó rápidamente el origen de aquel estrépito en la
distancia y dijo a los demás:

- ¡Son cañones!
- ¿Estás seguro? – dijo Julito mientras Lucía, con los ojos muy enrojecidos, pesarosos
por la falta de sueño, se incorporaba. Tami estaba dormida junto a Carmen, que
respiraba con fuerza.
- Sí, desde luego. Son cañones disparando en batería. Deberíamos salir a ver, porque
puede significar ayuda inminente.
- Bien, hagámoslo, pero no te separes más de cinco metros de mí. No se por qué pero ese
es el radio en que puedo garantizar tu seguridad ahí fuera, ¿entendido? – dijo Lucía
resuelta dirigiéndose ya a la puerta que Julito había abierto de par en par.
- Si, señora.

Ambos hombres y la mujer salieron a la oscuridad, ella en el centro. Sobre la colina se


adivinaban resplandores que después se convertían en truenos, lo cual afirmaba la suposición del
soldado. Efectivamente eran cañones, y eso sólo podía significar que alguien se estaba enfrentando a
alguien… o a algo. Subieron pesadamente pero con prontitud a la cresta, justo en dirección a los
relámpagos. Cuando llegaron arriba el llano quedó a la vista con cada resplandor, y tuvieron
conciencia de la gran distancia que los separaba de aquella batalla.

- Al menos quince kilómetros –dijo Tomás. Mientras, Julito había creído ver una
serpiente entre la ceniza, pero al acercarse Lucía la visión desapareció, como siempre.
Desde pequeño tenía una fobia enorme a los reptiles, y eso de ahí fuera lo utilizaba para
amedrentarlo astutamente, como había hecho con el soldado usando la sensación de un
gran ave. Conocía los puntos débiles de las mentes, y los minaba de un modo sibilino
invadiendo alguna zona oscura. El miedo es el mayor arma.
- Están lejos.
- Demasiado.
- Pero eso…. Es otra cosa. – Lucía estaba hablando muy bajito. Era lo normal cuando
estaba percibiendo algo - Lo que nos acecha está aquí, con nosotros. No está a quince
kilómetros, ¿de acuerdo?
- ¡Podría estar allí, señora! ¡A lo mejor es nuestra oportunidad de escapar!
- No, Tomás. Yo puedo olerlo, ¿sabes? Ése es mi don. Está aquí, muy cerca. Ahora
mismo nos mira, calcula…. ¡Debemos irnos adentro ya!
- ¡Pero señora…! – agarró el brazo de Lucía y la situación se volvió tensa de nuevo
mientras ella miraba aquella mano que le hacía presa.
- ¡Chico! – cortó Julito, liberándola e interponiéndose – Eres libre para hacer lo que
gustes. Si no crees lo que te dice puedes correr en la dirección que desees, pero yo que
tú me encomendaría a todos los putos santos, porque no durarás ni un minuto. Nosotros
nos vamos a la casa ahora mismo, y cuando llegue atrancaré esa puerta con todo lo que
tenga. Si para entonces estás dentro perfecto. No hay más que hablar.

No acabaron de volverse para descender entre la ceniza cuando los cañonazos cesaron
súbitamente. El silencio solo era cortado por el susurro del viento que seguía moviendo los grumos
negros de sitio en sitio, certificando la desnudez de una tierra mustia. Lucía se volvió, y tuvo la
convicción de que para aquellos hombres que alimentaban las baterías todo había terminado. Le
invadió una tristeza que le hizo escurrir una lágrima, y bajó corriendo antes de que Julito cerrase la
puerta de Villa Rosita. Seguía siendo el mejor lugar al que podían ir.

Durante el resto de la noche Tomás no durmió, y estuvo constantemente pendiente de Lucía,


quizás en un intento inconsciente de recabar el perdón del único grupo de personas al que podía
aferrarse. Le daba conversación, y de ese modo supo que era costurera. Vivía en la casa que ahora les
daba cobijo desde que se casó con un hombre al que hacía años que no veía, y del que no quiso decir
ni el nombre. Sus rarezas no eran del agrado de nadie, y eso le había pasado mucha factura en la vida.
No habían tenido hijos, y la amistad de varias personas del pueblo, entre las que estaba Julito, al que
conocía desde la más temprana infancia, era suficiente para complacerla y aliviar su soledad.

- Señora… no dejo de pensar, y… verá. Antes me dijo usted que, al igual que Carmen, es
un nexo. ¿Qué significa exactamente?
- Un nexo…. Si, el término es raro, desde luego. Lo acuñó un amigo que gustaba de
investigar sobre temas ocultos, sencillamente porque todos los términos que se usaban
para definirnos le parecían excesivamente irreverentes para algo que él sabía
trascendente. Un loco que al final acertó. ¡Sólo Dios sabe dónde estará ahora!
- Ya, pero… ¿qué es?
- Un nexo es una persona que está en contacto con algo, amigo mío. Con algo del otro
lado.
- ¿Existe otro lado que no sea éste?
- Sí, desde luego. No es tal como dicen las religiones, desde luego, pero existe. Se trata
de una zona intermedia entre realidades dispares, un sitio raro del que personas como
nosotras extraemos información, a veces, la mayoría, sin pretenderlo.
- ¿Y con qué está usted en contacto?
- No lo sé, pero huelo cosas.
- ¿Las huele?
- Si…huelo hierba mezclada con savia. ¿conoces ese olor?
- Sí, claro. Puedo imaginarlo.
- Cuando lo huelo…. Cuando lo huelo algo malo se acerca. Y desde que esto empezó no
dejo de aspirarlo con una intensidad que fluctúa. Para mí ese olor está íntimamente
asociado a la muerte. He tenido ocasión de comprobarlo muchas veces en mi vida.
- Debe ser horrible.
- Sí, lo es. Pero mira…de algún modo nos mantiene con vida, porque eso no quiere
acercarse a personas como Carmen o yo. Está claro que ejerce algún tipo de enlace
mental con sus víctimas, pero creo que esos centros en nosotras está desconectado o
algo así, y le repelen.
- ¿Y ella? – dijo el soldado señalando a Carmen en la cama. - ¿Qué don tiene ella?
- Ella es diferente. Es un nexo también, pero percibe de otro modo mucho más poderoso.
Por ella sabemos algo más de lo que ocurre, pero desde que se cayó…
- ¡Me cago en la…!!!

Sin terminar el exabrupto Julito comenzó a desatrancar con estrépito la puerta. Había visto algo
por la ventana, y ambos contertulios se levantaron al unísono para acercarse. Debía ser importante.
Salieron los tres, y lo que encontraron ante sí fue lo que menos esperaban.

Cubriendo la loma circular, en todas direcciones, había montones de figuras apenas adivinadas
en la oscuridad, pero indudablemente humanas, vestidas de pies a cabeza con algo parecido a túnicas
oscuras, quizás negras, pero era difícil precisarlo en la noche. Estaban quietas, estáticas, y resultaban
aterradoras. Ninguna se había adelantado a las demás, y formaban un círculo perfecto alrededor de la
gran oquedad en el centro de la cual estaba Villa Rosita. Era verdad que no quedaba ni un tronco en el
suelo, ni un resto de los centenares de árboles que estuvieron allí días atrás. Muy por encima,
presidiendo el cuadro, brillaba el cometa, observándolo todo.

Comenzaba a llover de nuevo. El soldado se miró instintivamente las manos observando las
diminutas gotas, intentando distinguir si de nuevo era una de esas lluvias rojas o negras que tanto
pánico habían repartido por las emisoras en los días previos al incendio por todo el mundo, antes de
que las comunicaciones saltaran por los aires debido al fortísimo pulso electro magnético. Felizmente
comprobó que ésta vez se trataba de agua pura, sin restos minerales o bituminosos, y se sonrió.

- ¿Qué son, Lucía? – preguntó Julito sin quitar ojo de la siluetas. La mujer estaba en semi
trance una vez más, percibiendo realidades ocultas a la velocidad del éter y entablando
una dura lucha con los sobresentidos que en aquel momento la manejaban muy
excitada.
- Almas… ¡Son almas! Dios mío, el olor ahora es…. ¡Hay muchísima hierba!
- ¿Almas…? Pero… ¿qué quieren?
- Huyen, Julito. Huyen de eso, y la casa es el único lugar donde pueden guarecerse. ¡Ni
muertos están a salvo de tanta ira! ¡Es horrible! ¡Una gran tragedia!
- ¿Bajarán aquí?
- No. No lo harán si no se les invita a hacerlo.
- ¿Pero qué clase de locura es ésta? – saltó Tomás de repente - ¿De qué estáis hablando?
No pueden ser almas, ni necesitan invitación ni nada de nada… ¡Esto no es ninguna
película de miedo, joder! Desde que he llegado sólo me habéis llenado la cabeza de
fantasías que no nos sirven para nada.
- Tomás – le dijo Lucía desde muy lejos en el trance – Contente y mira a tu alrededor. No
entiendes lo que pasa, pero tú sólo contente. Lo que está ocurriendo no cabe en la
lógica, pero yo sé lo que veo. Tranquilízate.
- Ya. Claro, señora. ¿Y qué vamos a hacer? ¿Invitarlos a cenar?
- Tienen miedo, Tomás… Como tú. Sólo que ellos ya lo han perdido todo, y aún así algo
los sigue amenazando. No podemos mirar hacia otro lado ante lo que tenemos a la vista,
ante esta gran tristeza.
- ¡Es una locura! ¡No pueden ser almas! Os lo demostraré y todo esto habrá terminado.
- ¡No! ¡Páralo, Julito!

El hombre no pudo contenerlo, y el soldado escaló la ladera, fuera de la protección de Lucía.


En un minuto estaba a punto de llegar a donde estaban alineadas las figuras, que cada vez eran más
numerosas, casi millares, como si estuviesen atraídas por un reclamo. A medida que se acercaba a ellas
ralentizaba su marcha, quizás viendo algo inesperado, y de repente se detuvo en seco, miró hacia
arriba y levantó las manos como protegiéndose de algo. Después dijo unas palabras que nadie
entendió, cayó, y Lucía sintió un estremecimiento. Supo que el chico acababa de morir, y la hierba se
hizo angustiosa en su nariz. Era muy fresca esta vez, una promesa de juventud. Resbaló una lágrima
por su mejilla.

- Entremos, hermano. –se sentía al límite de sus fuerzas - No hay nada que hacer, y eso
está aquí mismo.
- ¿Y las formas?
- ¡Entremos, por Dios! ¡Me estalla la cabeza y he de pensar!

Ambos corrieron apresuradamente y cerraron de nuevo la puerta mientras una legión de


ausentes les miraban. Nada más entrar se dieron cuenta felizmente de que Carmen estaba consciente, y
miró a Lucía con los ojos tremendamente enrojecidos, y sostenida por los brazos de Tami, que le
mesaba el pelo con un cariño digno de elogio. Acababa de vomitar algo de la papilla, y su aspecto era
horrible, pero a ojos de todos pareció más bien un ángel blanco.

- Déjalos entrar…. Déjalos entrar…. Son todo lo que queda, Lucía…. Hay que dejarlos
entrar. – la voz era casi un sollozo, pero emanaba fuerza y convicción.
- ¿Por qué? ¿Qué sientes tú?
- He estado con ellos…. Hasta ahora mismo. Son el futuro del mundo, las almas que
deben llenarlo de vida… y eso se las come. No deja nada. Vino de muy lejos para
acabar con todo, y no cesará. Es algo muy monstruoso, desatado contra nosotros
porque alguien derribó uno de sus pájaros hace mucho tiempo. Cometimos un error, y
ahora lo pagamos como especie. Estamos siendo exterminados por nuestra incapacidad
para entender que no estamos solos, Lucía, por nuestro orgullo y agresividad lacerante.
- Carmen, no entiendo, mi vida…
- Lo sé. No puedes porque no has estado allí.
- ¿Dónde?
- Dónde ellos iban antes de que esto ocurriera, donde están nuestros antepasados... La
puerta al otro lado está cerrada, yo la he visto, Lucía. Tienen que entrar aquí hasta que
se vuelva a abrir, y no se abrirá hasta que eso se detenga. Los que controlan el acceso
tienen miedo de que el mal pase a su mundo, y serán inflexibles.
- ¿Me estás hablando de…?
- De algo parecido al cielo de las religiones, si, pero muy diferente. – Lucía lloraba
mientras todo se magnificaba en su mente.
- ¿Y que hago, Carmen? ¿Qué es lo correcto?
- Invítalos a entrar…. Te entenderán. Hay esperanza…. Hay esperanza….hay
esperanza… - Miró a los tres fijamente, de uno en uno - amigos, siempre hay
esperanza. Repetidlo y no lo olvidéis nunca.
- Pero Carmen… - cortó Julito - ¡Ahí fuera está todo quemado! No hay alimentos, no hay
agua ni aire limpio… ¿Qué esperanza puede haber si hasta las almas de los muertos
corren locas de miedo? ¿Para qué vivir, Dios mío?
- Sí, está todo pasado a fuego, pero no el interior de nuestros pechos…. – Miró a la mujer
de ojos marrones que se había sentado a los pies de la cama - ¡Ábreme, Lucía! Ha
llegado el momento.
- ¿Qué?!
- ¡Ábreme el vientre! ¡Tengo algo que daros!
- ¡Está delirando, Lucía! – espetó Julito, intentando zanjar el tema y moviendo
espasmódicamente la cabeza de lado a lado.
- ¡No! Confiad en mí. Siempre lo habéis hecho y eso os ha salvado la vida, ¿No?
Hacedlo una vez más. ¡Me lo debéis! ¡Todos me lo debéis! Os dije que las llamas
pasarían sin hacer daño a este lugar y no me equivoqué, ¿no? – el hombre miró al suelo,
pero Lucía le sostuvo la mirada, consciente de que nunca mentía y que raras veces se
equivocaba. Cuando estaba en ese pensamiento Carmen cogió su mano con suavidad y
la colocó despacio en el vientre abultado, intentando que sintiese todo cuanto quería
transmitirle. La expresión de Lucía cambió poco a poco a algo parecido a sorpresa.
- ¡Dios mío!
- ¡Me lo debes, Lucía! ¡Abre mi vientre! Tengo la esperanza… Pero antes hazlos entrar...
Por favor… Tienen que verlo para sentirse grandes y escapar a eso que los devora.

La mujer se levantó mientras el hombre, aturdido, abría una vez más. Desde la puerta hizo un
ademán sencillo, casi familiar, y las formas encapuchadas comenzaron a descender la ladera. Eran
millones ya, una cantidad inconfesable que se iba fundiendo a medida que entraban en la estancia.
Estaban por todos lados, pero resultaban etéreos, tanto que no ocupaban espacio, sino algo situado más
allá. Una muchedumbre sin rostro, sin cuerpo, sin tacto… pero con un olor a hierba y savia que de
repente era dulce y prometedor en los interiores de Lucía, a cuyo través pasaban para adentrarse en
Villa Rosita, que se llenaba de gozo y una misteriosa luz que irradiaba desde la modesta cama al
fondo.

Después, ante tres mil millones de aquellas miradas que habían conocido el miedo más allá de
la muerte, Lucía abrió el vientre de su amiga Carmen mientras una cadena de gritos espantosos sonaba
muy lejos en el páramo. Venían de todas partes, y mostraban la infinita frustración que lo que ha
estado a punto de pervivir para siempre y ha sido derrotado por personas anónimas, pequeñas e
insignificantes. Muy arriba el cometa se alejaba aún más.

El niño era de piel muy blanca, casi luminosa, y nació con una sonrisa que contagió a todos.
No acababa de llorar cuando las grandes puertas del cielo se abrieron y todas las almas del llano se
diluyeron en la casa, llenándola de transición con agradable aroma a flores silvestres en los sentidos de
Lucía, que cosía a Carmen con esmero regada en sangre maravillosa.

- Se llamará Noé.
- Sí. Es un nombre precioso, Carmen. Un nombre precioso.

El cometa se apagó, deshaciéndose como si nunca hubiese existido.

El enviado cesó su destrucción.

Un brote verde, el primero, surgió junto a Villa Rosita. Se convertiría con el tiempo en un
enorme y robusto árbol.

Había retornado la esperanza.

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