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La Biblia y nuestro Futuro

1 Las gentes miran hacia el futuro con inquietud, y según sus posibilidades,
estudian, trabajan y se preparan, esforzándose en buscar seguridad y
estabilidad. Pero en realidad, el futuro es incierto para los miles de millones de
personas que hay en el mundo y que compiten luchando para mejorar su
situación o simplemente para alimentarse y alimentar a sus familias, y mientras
gran parte de la humanidad vive en condiciones de pobreza, las naciones
destinan la mayor parte de sus recursos a objetivos que por razones de prestigio
y de poder, son considerados prioritarios.

2 La sociedad humana está habituada a la incertidumbre; conoce enfermedades,


epidemias, penurias e injusticias; sabe de catástrofes en distintas zonas del
planeta, de terrorismo, de continuas guerras y revueltas en un lugar tras otro, de
abusos contra las personas y contra el ambiente de la tierra… y aunque en
general las gentes se protegen de esta realidad, mentalizándose de que estas
cosas poco tienen que ver con sus vidas, aquellos que creen en la existencia de
Dios, podrían tal vez preguntarse si la humanidad ha sido abandonada a su
suerte. Los hombres, que por sí mismos solo han llegado a un conocimiento
parcial y bastante confuso de lo ocurrido en la tierra desde su creación, no
conocen la respuesta, pero Dios no ha dejado al hombre en la ignorancia,
pues “…el Señor Eterno no hace nada sin revelar sus designios a sus siervos
los profetas”, (Amós 3:7) y ha facilitado a través de la revelación, respuestas
fidedignas que están al alcance de todos los que, libres de prejuicios, desean
conocerlas.

3 Con este fin, hace unos tres mil quinientos años se inició un libro que tardó
otros mil seiscientos en completarse. Dios mismo participó en su composición al
grabar sobre unas tablas de piedra, los diez principios básicos que, aún después
de treinta y cinco siglos, constituyen el fundamento ético y moral de gran parte
de la humanidad. El libro consta de sesenta y seis escritos, obra de Moisés y de
unos cuarenta hombres más, que registraron la revelación bajo la guía del
espíritu de Dios; por este motivo y a pesar de los largos intervalos de tiempo que
los separan entre sí, sus textos se confirman unos a otros, complementándose y
manteniendo una total unidad de pensamiento, propósito y mensaje. El conjunto
de estas escrituras fue denominado Ta Biblìa por los primeros cristianos, un
término que significa Los Libros, en el sentido de libros fundamentales, y hoy se
conocen cómo la Biblia, la obra más traducida, impresa y divulgada que hay en
el mundo.

4 A diferencia de otros libros considerados sagrados, la Biblia no solo transmite


pautas morales altamente constructivas, también revela el progresivo desarrollo
del designio de Dios para la humanidad, describiendo los acontecimientos y
las señales de su desarrollo y de su conclusión, que sitúa en un momento aún
futuro. Desde el principio declara el hecho de que “…el universo fue formado por
medio de la Palabra de Dios, de modo que lo visible se originó a partir de lo
que no se ve”, (Hebreos 11:3) y da la razón del camino emprendido por la
humanidad, proporcionando los argumentos que fundamentan la necesidad de
una redención y prediciendo la llegada de un salvador y el triunfo del propósito
de Dios. Por todas estas cosas, Jesús atribuía a estos libros la autoridad de
revelación divina, citándolos con frecuencia cómo testimonio de su cometido en
la tierra.

5 Israel era el pueblo que por las promesas hechas a Abraham, había recibido la
revelación, sin embargo sus gentes se habían acostumbrado a interpretarla
según la enseñanza que los escribas y los fariseos impartían. Esto creó una
fuerte tradición judía, no siempre en armonía con el espíritu de la Ley y de los
profetas, y por esta razón Jesús reprendió públicamente a los maestros de
Israel, diciendo: “…Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas; porque está
escrito: ‘Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.
En vano me rinden servicio sagrado, puesto que imparten disposiciones
humanas cómo doctrinas’… vosotros os aferráis a la tradición humana
abandonando las disposiciones de Dios… violáis el mandamiento de Dios
por causa de vuestra tradición…” (Marcos 7:6-9 e Isaías 29:13) Con esto,
aunque en las Escrituras había cientos de profecías que se referían a los
acontecimientos de la vida de Cristo y a las circunstancias de su muerte, el
pueblo esperaba a un Mesías o Cristo guerrero que luchase contra las demás
naciones, y venciéndolas, gobernase el mundo desde Jerusalén, y puesto que
Jesús no coincidía con esta imagen, fue rechazado a pesar de las señales que
Dios ejecutó a través suyo.

6 Temiendo que con el tiempo, la tradición religiosa llegase también a dominar


en la Congregación, Pablo instaba a los discípulos a respetar “…el principio de
no ir más allá de lo que está escrito, de manera que ninguno se sienta
superior a los demás”, (1Corintios 4:6) y escribía a los Tesalonicenses: “…
siempre damos las gracias a Dios, porque su Palabra, que vosotros
escuchasteis a través nuestro, no la recibisteis cómo si fuese la palabra de
hombres, si no cómo lo que en realidad es, la Palabra de Dios…”
(1Tesalonicenses 2:13) También Pedro escribía a los discípulos: “Tengo interés
en recordaros estas cosas una y otra vez… porque me parece justo manteneros
despiertos con mis exhortaciones mientras viva… y quiero que aún después de
mi partida, tengáis siempre la manera de recordarlas”; (2Pedro 1:12-15)
porque “…tal como hubo falsos profetas entre el pueblo, también habrá entre
vosotros falsos maestros que introducirán disimuladamente herejías
destructivas…” (2Pedro 2:1) Y Juan, en favor de la validez eterna de la
enseñanza que se halla en las Escrituras, decía: “Amados, no os escribo una
enseñanza nueva si no una antigua que ya tenéis desde el principio. Esta
enseñanza antigua es la palabra que escuchasteis, que es para todos
siempre actual…” (1Juan 2:7-8)

7 Jesús había declarado al pueblo de Israel: “…llega la hora y ahora es, en que
los adoradores verdaderos adorarán al Padre con espíritu y con verdad, porque
así quiere el Padre que sean los que le adoren”. (Juan 4:23) Y exhortaba a sus
seguidores diciendo: “Si os mantenéis en mi palabra, verdaderamente seréis
mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”. (Juan 8:31-
32) Salomón había escrito: “Una mosca muerta estropea un frasco de
ungüento perfumado…” (Eclesiastés 10:1) ninguna mentira puede por tanto
ser aceptada por los discípulos de Jesús, porque Pablo dice con respecto a la
responsabilidad que ejercen: “…considerad que solo somos hombres, unos
ayudantes de Cristo en la administración de las revelaciones divinas y lo
que se exige a cada uno de los administradores es la fidelidad”. (1Corintios
4:1-2) Quienes deseen hacer la voluntad de Dios tienen pues que conocer bien
su palabra: la enseñanza sana transmitida mediante su espíritu y registrada por
los apóstoles y los primeros discípulos, permaneciendo fieles a ella y
rechazando cualquier doctrina ajena, asimilada tras la muerte de los apóstoles
cómo tradición eclesiástica.

8 Para mostrar a los discípulos la importancia de confiar únicamente en la


revelación Bíblica, Pedro escribió: “Nosotros no os hemos dado a conocer la
venida y las poderosas obras de nuestro señor Jesús Cristo mediante historias
inventadas, pues fuimos personalmente testigos oculares de su grandeza
cuando recibió el honor y la gloria de Dios Padre, porque a él se dirigió la voz
desde la gloria majestuosa, diciendo: ‘Este es mi hijo amado, el que yo he
elegido’, y nosotros que estábamos con él en el monte santo, oímos esta voz
que venía del cielo; aunque tenemos una confirmación más segura todavía
en la palabra profética y haréis bien en prestarle atención, porque es como
una lámpara que brilla en un lugar oscuro hasta que despunte el día y
resplandezca la luz en vuestros corazones. Pero primero debéis saber que
ninguna profecía de la Escritura proviene de una interpretación personal,
porque ninguna de las profecías vino nunca por la voluntad del hombre, si
no que los hombres hablaron de parte de Dios, impulsados por el espíritu
santo”. (2Pedro 1:16-21)

9 Y si esto es así, cuando el santo espíritu de Dios declara mediante la profecía,


que “…la Palabra de Dios… vive para siempre y… jamás viene a menos…”;
(1Pedro 1:23) que el Creador no ha hecho la tierra “…simplemente para
nada, si no que la ha formado para que sea habitada...”; (Isaías 45:18) que “…
todo el mundo está bajo el poder del Maligno… pero… el Hijo de Dios ha venido
y nos ha dado el discernimiento necesario para reconocer al Dios verdadero y
eterno…” (1Juan 5:19-20) y que “…estamos esperando unos nuevos cielos y
una nueva tierra según su promesa, que alberguen la justicia”, (2Pedro 3:13)
podemos estar seguros de que las cosas prometidas se realizarán sin falta,
aunque para afianzar la fe que es la base de nuestra esperanza, debemos
conocer bien los sucesos que encaminaron a la humanidad hacia su actual
situación.

10 Comencemos pues desde las primeras páginas del primer libro, donde se
relata que Dios creó al hombre con los elementos del suelo, llevándole luego a
su jardín. A partir de aquí, leemos que Dios “…había hecho crecer en aquel
terreno cualquier árbol agradable a la vista y bueno para alimentarse…”
(Génesis 2:9) Con el tiempo, el hombre y sus descendientes hubiesen extendido
aquel jardín por toda la tierra, mientras disfrutaban de una vida sin muerte cómo
la de los ángeles. Dios había creado al hombre “…a su imagen. Los creó varón
y hembra y los creó a imagen divina, y luego los bendijo diciendo: ‘Fructificad
y aumentad, llenad la tierra y ocupadla; gobernad sobre los peces del mar,
sobre las aves de los cielos y sobre cualquier animal que se mueva en la
tierra…” (Génesis 1: 27-28) Él no había hecho al hombre para la muerte si no
para la vida.

11 Siendo a imagen de Dios, los primeros humanos eran moralmente perfectos y


dotados del libre albedrío que les permitía crearse una personalidad propia, de
acuerdo con sus inclinaciones y preferencias. Ahora bien, los hombres estaban
destinados a multiplicarse sobre la tierra y este hecho daría lugar a la
convivencia de personas con temperamentos e intereses diferentes. Era pues
necesario que el Creador estableciese en favor de sus hijos terrestres, unos
arquetipos o modelos que les orientasen en cuanto a la respetuosa relación que
debían mantener entre ellos y con su Creador. Y puesto que había dotado al
hombre de una inteligencia que le capacitaba para razonar, dispuso una
ordenación básica que le permitiese desarrollar objetivamente el criterio que
determinaría su conducta.

12 Con este fin, “…El Eterno Dios tomó al hombre y le llevó al jardín de Edén
para que lo custodiase y lo cuidase…” (Génesis 2:15) pero no se lo cedió en
propiedad. Aquel jardín era de Dios y constituía el santuario donde él se
encontraba con el hombre; el hombre tenía que comprender el límite que el
respeto a la propiedad impone, para transmitirlo a sus descendientes y
facilitarles la convivencia. Por otro lado, Dios es el padre de su creación y la
única autoridad sobre ella; el hombre no debía pues obediencia a ningún otro
ser en el cielo o sobre la tierra, pero tenía que reconocer la autoridad absoluta
de Dios, porque solo aceptando sus disposiciones voluntariamente, garantizaba
la libertad en igualdad de las personas que poblarían la tierra. Por esta razón,
Dios “…le dio un mandato, diciéndole: ‘Te alimentarás comiendo con entera
libertad cualquiera de los frutos de los árboles del jardín, pero no debes comer
el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, porque cuando lo
comas, muriendo, morirás’…” (Génesis 2:16-17)

13 Se comprende que el conocimiento del bien y del mal no estaba relacionado


con la adquisición de sabiduría si no con la adquisición de una clase de
autoridad que solo pertenece a Dios, y cualquier otro ser que de acuerdo a su
propio criterio, pretendiese establecer lo que es el bien y lo que es el mal, se
situaba en el lugar del Altísimo, impugnando su autoridad. Por esto cuando Dios
dio al hombre este mandato, también le advirtió de que si en el uso de su
libertad, actuaba injustamente, se procuraría la muerte; una muerte que no
consistiría en una ejecución ni sería inmediata, pero que le alcanzaría
inexorablemente. Era pues vital para el hombre, comprender que aún siendo
libre, al oponerse al Creador, única fuente de toda vida, cortaría su relación con
él y decaería moral y físicamente hasta dejar de vivir. Por su propio bien, tenía
que aceptar desde un principio, que Dios es el “…único Soberano, el Rey de los
que reinan, el Señor de los señores, el único en poseer la inmortalidad…”
(1Timoteo 6:15-16) y que en beneficio y protección de la vida y de la libertad de
todos los seres, él es el único que tiene autoridad para juzgar y para establecer
lo que es el bien y lo que es el mal.

14 Dios había creado a sus hijos para la vida feliz que la salud, la libertad y el
amor proporcionan, pero para que su condición perdurase, ellos debían
permanecer en voluntaria armonía con él. Y verdaderamente, el hombre y la
mujer disfrutaban de todo cuanto pudiesen necesitar; y tenían ante ellos muchas
cosas que observar y aprender, y muchos proyectos que desarrollar, mientras la
tierra se poblaba con sus descendientes. Ahora bien, en este punto las
Escrituras muestran la intervención de uno de los hijos angélicos de Dios, que
sitúan en aquel jardín, desvelando que había llegado a codiciar el poder que la
absoluta autoridad moral proporciona sobre los demás. El profeta Ezequiel se
refiere a él cuando escribe: “Eras el sello de una obra maestra, lleno de
sabiduría, perfecto en hermosura. Estabas en Edén, en el jardín de Dios... yo
te había hecho un Querubín protector... y fuiste perfecto en tu conducta desde
el día de tu creación hasta que se ubicó en ti la injusticia, cuando por causa de
tus numerosas intrigas, te llenaste de violencia y erraste, Querubín protector...
ahora, ya no vivirás para siempre”. (Ezequiel 28: 12-19)

15 Para lograr la supremacía sobre los hijos de Dios, este poderoso Querubín
que debía protegerlos, pensó en enemistarlos con Dios y entre sí, dividiéndolos
en una contienda relacionada con la autonomía moral. Y para defender su
objetivo sin ser inmediatamente condenado, aquel que el apóstol Juan identifica
cómo “…el Gran Dragón, la Antigua Serpiente, el llamado Diablo y Satanás que
está engañando a la humanidad entera,” (Apocalipsis 12:9) necesitaba la
complicidad del hombre; entonces se dirigió a la mujer, la más joven criatura de
Dios, y le dijo: “¿Es cierto que Dios os ha dicho: No comáis de ninguno de los
árboles del jardín? La mujer contestó… ‘Podemos comer cualquiera de los frutos
de los árboles del jardín, solamente del fruto del árbol que está en medio del
jardín, ha dicho Dios: No lo comáis ni lo toquéis, porque moriríais’… la serpiente
dijo a la mujer: ‘¡De ningún modo moriréis! Bien sabe Dios que el día en que
comáis de él se os abrirán los ojos y os haréis cómo Dios, teniendo
conocimiento del bien y del mal’. Y viendo la mujer que el árbol era bueno
para alimentarse, agradable a la vista y deseable para adquirir conocimiento,
tomó su fruto y comió, dándoselo también de comer a su hombre”. (Génesis 3:1-
6)

16 De esta voluntaria complicidad del hombre que dejó el destino de la


humanidad en poder de “…las fuerzas espirituales malvadas que habitan las
regiones celestes”, (Efesios 6:12) Pablo escribió: “Igual que por causa del
primer hombre el pecado entró en el mundo, por causa del pecado, la muerte
se extendió a todos los hombres, porque todos heredaron el pecado”.
(Romanos 5:12) A causa de su rebelión, el hombre que había sido creado para
vivir, adquirió la muerte para sí y para sus descendientes; pero cuando Dios
dirigió a la serpiente estas entonces misteriosas palabras, mostró que él no
abandonaba a la humanidad a su suerte, le dijo: “… pondré enemistad entre ti y
la mujer y entre tu progenie y la suya; él te aplastará la cabeza y tu le herirás
en el talón”. (Génesis 3:15) Este relato del libro de Génesis es fundamental para
comprender la necesidad que el hombre tiene de redención; Pablo basa en él
muchos de sus argumentos y lo cita de manera explícita cuando escribe: “…
Adán fue formado primero y más tarde Eva, además, Adán no fue engañado, fue
Eva la que seducida, transgredió”, (1Timoteo 2:13-14) o “…me temo que tal
cómo la serpiente sedujo a Eva con sus artimañas, por algún motivo, también
vuestras mentes se alejen de la sencillez y de la pureza que tienen para con
Cristo”. (2Corintios 11:3)

17 Alejados de Dios, los hombres habían heredado la muerte y la tendencia al


pecado; la humanidad estaba pues muerta y ningún hombre, hiciese lo que
hiciese, podía recobrar la condición original del primero. Tal cómo se escribió:
“Ningún hombre puede rescatar a su hermano o pagar ante Dios el precio de su
propio rescate; pues es tan alto el rescate de la vida, que nunca lo
alcanzaremos para poder seguir viviendo sin ver jamás el sepulcro”. (Salmo
49:7-8) Es cierto sin embargo, que la humanidad no había sido “…sometida a la
futilidad por voluntad propia, si no por la culpa de aquel que transgredió”, y
gracias a la misericordia del Creador, mantenía “…la esperanza de llegar a ser
emancipada de la esclavitud a la corrupción, para poder participar en la gloriosa
libertad de los hijos de Dios”. (Romanos 8: 20-21) La vida del hombre dependía
entonces de la misericordia de Dios, y dice la Escritura: “...si se hallase un ángel
que le favoreciese, uno solo entre los miles que haciendo de mediador
apoyase su justificación, uno que mostrándole compasión, dijese: ‘¡He hallado
para él un rescate, redímelo de bajar a la fosa!’ Su carne se tornaría más lozana
que en su vigor y volvería a los días de juventud; entonces suplicaría a Dios y él
le escucharía, mostrándole con alegría su rostro, pues el hombre habría sido
restituido a la rectitud...” (Job 33: 22-26)

18 Así pues, solamente uno de los hijos de Dios nacidos sin pecado, podía
proporcionar a los descendientes de Adán una redención que se adaptase a las
inalterables leyes establecidas por Dios para el gobierno de su creación. No
resultaba una cosa sencilla, se necesitaba a un hombre que fuese descendiente
de Abraham y judío, y también hermano de Adán por ser hijo del mismo padre.
Todas las cosas debían cumplirse tal cómo Dios había dispuesto y anunciado
mediante las promesas a los antepasados, mediante las declaraciones a los
profetas, y también mediante la Ley entregada a Moisés, que el redentor debía
cumplir perfectamente; y de acuerdo con la Ley, quien hubiese perdido su
libertad, solo podía ser rescatado por alguno de sus parientes. (Levítico 25: 47-
48) Así que el hijo primogénito del Creador, uniéndose a la intervención de Dios
en favor de la humanidad, se presentó a él para decirle: “No te has complacido
en sacrificios y ofrendas… No has aprobado holocaustos ni sacrificios por el
pecado, entonces he dicho: ‘Mira, voy yo, cómo en el rollo del libro se ha
escrito de mí, para hacer ¡Oh mi Dios! tu voluntad’”. (Hebreos 10:6-7)
(Cuando se habla de los sacrificios y ofrendas se hace referencia a las dádivas
vegetales y animales que se ofrecían según la Ley de Moisés)

19 Entonces un ángel se presentó a María, una joven virgen judía descendiente


del rey David, para anunciarle las disposiciones de Dios, y ella las aceptó
voluntariamente, diciendo: “He aquí la esclava del SEÑOR, hágase en mí según
tu palabra”. (Lucas 1: 37) De modo que concibió y dio a luz a un hijo, que por
indicación del ángel, fue llamado Yahushua, que quiere decir Yahúh salva.
(Lucas 1: 31-35) El ángel había dicho a María: “…el espíritu santo bajará y el
poder del Altísimo extenderá sobre ti su sombra; por esto aquel que nacerá será
puro, y llamado hijo de Dios”. (Lucas 1:35) Jesús fue pues un hombre puro, o
sea, un hombre libre del pecado heredado, por ser cómo Adán, directamente
hijo de Dios. Pablo dice: “Está escrito que el primer Adán fue hecho alma
viviente, mientras que el último Adán, un espíritu dador de vida”, (1Corintios
15:45) porque ofreció su vida para que la humanidad recuperase la que no había
podido heredar. Desde entonces, “...la fe en el poder redentor de su sangre,
es la base para que Dios, por su misericordia, atribuya la justificación” a los
hombres, considerando la fe que voluntariamente ejercen en su propósito y
en Cristo, cómo rectitud. (Romanos 3:26)

20 Durante su ministerio, Jesús había dicho a sus seguidores: “En verdad, en


verdad os digo: llega la hora, y ahora es, en que los muertos oirán la voz del
Hijo de Dios, y aquellos que la escuchen vivirán”, (Juan 5:25) La humanidad
estaba muerta, pero por la misericordia de Dios, podía alcanzar la rectitud y la
vida escuchando a Jesús y poniendo fe en el valor de su sacrificio. Y si bien
Pablo dice que “…el hablar de este sacrificio es absurdo para los que van a
perecer… para nosotros los que somos salvados, es la demostración del poder
de Dios”, (1Corintios 1:18) pues comprendemos por medio de la fe, que si
“...por una sola trasgresión la condena se extendió a todos los hombres, por un
solo acto de justicia, la justificación que da la vida se extiende a todos los
hombres, y si por la trasgresión de un solo hombre, muchos han sido
constituidos pecadores, por la obediencia de un solo hombre, también muchos
son justificados”. (Romanos 5:17-19) Así, “Si la muerte llegó por medio de un
hombre, también la resurrección llega por medio de un hombre, para que del
mismo modo que mueren todos por la culpa de Adán, vuelvan todos a la vida
por medio de Cristo”. (1Corintios 15:21)

21 Con respecto a la actitud mostrada por Cristo, Pablo explica: “…a pesar de
existir en forma divina, no buscó hacerse igual a Dios, y abandonando su
posición, asumió la condición de un servidor haciéndose igual a los hombres.
Y cuando se encontró en la condición humana, se humilló a sí mismo y se hizo
obediente hasta la muerte, una muerte de sacrificio. Por esta razón Dios le ha
elevado a una posición superior y le ha dado un nombre más sobresaliente
que cualquier otro, para que ante el nombre de Jesús, todos los que están en
los cielos, sobre la tierra o bajo la tierra, (los que murieron) doblen las rodillas, y
todas las bocas proclamen que Jesús Cristo es el Señor, para gloria de Dios
Padre”. (Filipenses 2:5-11) Dios le ha hecho pues Señor de todas las cosas por
la fidelidad que demostró, y por esto en el libro del Apocalipsis, que relata el final
de este mundo y el comienzo de un mundo nuevo bajo el gobierno de Cristo,
Juan le describe diciendo: “…Sus ojos brillaban cómo una llama de fuego y
había sobre su cabeza muchas diademas… Su nombre es ‘La Palabra de
Dios’… Sobre su manto tenía escrito… ‘Rey de reyes y Señor de señores’”.
(Apocalipsis 19:12-16) En armonía con esto, cuando Pilatos preguntó a Jesús:
“¿Acaso eres tú Rey?’ Jesús respondió: ‘Sí, cómo tú dices, soy Rey…” (Juan
18:37)

22 Él, cómo rey designado por su Padre, enseñó a sus discípulos a pedir a Dios
que trajese su reino a la tierra según su propósito. Les dijo: “Debéis orar así:
Padre nuestro que estás en los cielos… venga tu reino a nosotros y hágase tu
voluntad así en la tierra cómo en el cielo…” (Mateo 6:9-10) Y puesto que
todos sus discípulos compartían la esperanza de que el reino de Dios sería
establecido en la tierra cuando él retornase cómo rey, Pedro exhortaba a los
israelitas diciendo: “…convertíos para que vuestros pecados sean borrados; para
que llegue el tiempo consolador de la presencia del Señor y sea enviado a
vosotros aquel previamente designado: Jesús Cristo, que el cielo debe retener
hasta el momento de la restauración de todas las cosas declaradas desde la
antigüedad por Dios, a través de sus santos, los profetas suyos”. (Hechos 3:19-
21) Y Pablo afirmaba “…Cristo, tras haberse ofrecido una sola vez para abolir
por siempre los pecados de muchos, volverá a manifestarse de nuevo en
una segunda ocasión, pero ya no en relación al pecado, si no a los que le
esperan para ser salvados”. (Hebreos 9:28)

23 Por esto, mientras Jesús contemplaba con sus discípulos el entonces


magnífico conjunto de los edificios del Templo de Jerusalén, les dijo: “¿No veis
todas estas cosas? Pues yo os digo que no quedará aquí piedra sobre piedra
que no sea derribada”. De modo que cuando se sentaron a descansar, ellos le
preguntaron: “Dinos ¿Cuándo sucederá esto? Y ¿Cuál será la señal de tu
presencia y del final de este mundo?” (Mateo 24:1-3) Él les habló del futuro y
“…les dijo: ‘Vigilad que no os engañen, porque vendrán muchos en mi nombre,
diciendo: ‘Soy yo’, y ‘ha llegado el momento’, pero vosotros no vayáis tras
ellos...” (Lucas 21:8) Luego, hablando para todos los que en el futuro pusiesen
fe en su nombre, dijo algunas cosas que tenían que ocurrir y mencionó
acontecimientos y señales que precederían a su retorno y a la instauración de su
reinado, que acabaría con este mundo “bajo el poder del Maligno”. (1Juan 5:19)

24 Les dijo: “…’Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os alarméis,


son cosas que antes tienen que suceder, pero el fin no viene tan pronto. En
aquel tiempo’, les dijo, ‘se instigará a nación contra nación y a reino contra reino.
Habrá grandes catástrofes naturales (la palabra griega seismoi no solo designa
terremotos, también todo tipo de catástrofes naturales) y según el lugar,
epidemias y hambres. Ocurrirán sucesos pavorosos y también ocurrirán grandes
fenómenos desde el cielo” Y hablando de nuevo para sus discípulos, dijo: “…
pero antes de todas estas cosas, a vosotros os atraparán y os perseguirán
para entregaros a las sinagogas y prisiones, y por causa de mi nombre, os
llevarán ante reyes y gobernantes… Cuando veáis a Jerusalén cercada por los
ejércitos, comprended que ha llegado el momento de su destrucción; entonces
los que estén en la Judea corran hacia los montes y los que estén dentro de ella
(la ciudad de Jerusalén) ¡Huyan! Y los que se encuentren en los campos, no
entren en ella, porque estos serán días de venganza para que se cumpla todo lo
escrito…” Y “…Jerusalén será pisoteada por las naciones hasta que los
tiempos de las naciones se cumplan”. (Lucas 21: 8-22,24)

25 Después de declarar estas cosas, Jesús continuó con las que ocurrirían una
vez finalizasen los tiempos que Dios ha concedido a los gobiernos del mundo, y
dijo: “…habrá señales en el sol, en la luna y las estrellas, y sobre la tierra
ansiedad en las naciones, que estarán angustiadas por el fragor y las olas del
mar, mientras los hombres se desalentarán por causa del temor y ante la
perspectiva de lo que sobre la tierra ha de suceder. De hecho, los poderes de los
cielos serán sacudidos y entonces verán llegar sobre una nube al Hijo del
hombre, con gran poder y gloria…” (Lucas 21: 25-28)

26 El profeta Ezequiel había escrito: “Esto es lo que ha dicho el Señor Soberano


Yahúh: ‘¡Ay de los profetas estúpidos, que andan tras su propia inspiración,
sin haber visto nada!’…” (Ezequiel 13:3) Y en armonía con estas palabras,
Jesús quiso advertir a los que en aquel tiempo esperasen su regreso, de que
algunos, yendo más allá de lo escrito y basándose en sus propios cálculos, se
adelantarían a los acontecimientos anunciando una y otra vez su llegada
invisible o su presencia, y dijo: “Entonces si alguno os dice: ‘Aquí está el Cristo’ o
‘allá está’, no os lo creáis, porque surgirán falsos ungidos y falsos profetas que
harán grandes señales y cosas prodigiosas, para engañar, si fuera posible, a los
mismos elegidos ¡Mirad que os lo he predicho! Por esto, si os dicen: ‘¡Allí está,
en el desierto!’ no vayáis; ‘¡Allí está, en sus aposentos!’ (El anuncio de una
presencia invisible) no os lo creáis; porque tal cómo el relámpago sale del
levante y brilla hasta el poniente, así será la presencia del hijo del
hombre…” (Mateo 24:23-27) Y entonces “El enviará a sus ángeles con sonora
trompeta, y desde los cuatro vientos, reunirán de un extremo a otro de los cielos,
a sus elegidos”. (Mateo 24:31) Pero advirtió: “De este día y de esta hora nadie
sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, solo el Padre…” (Mateo 24:36)

27 Unos 700 años antes del nacimiento de Jesús, Isaías había escrito: “Yahúh
dice: ‘¡Mira! Voy a crear unos cielos nuevos y una tierra nueva, ya no serán
mentados los anteriores ni acudirán a la memoria, y los que crearé traerán para
siempre alegría y regocijo, porque haré de Jerusalén ‘Regocijo’ y de su pueblo
‘Alegría’, y yo me regocijaré por Jerusalén y me alegraré por mi pueblo, y jamás
se oirán allí ni lloros ni lamentos”. (Isaías 65:17-19) Muchos años después, el
apóstol Juan confirmaba estas palabras, escribiendo: “... vi un cielo nuevo y una
tierra nueva, porque el cielo anterior y la tierra anterior habían desaparecido y
el mar ya no existía. Y vi como Dios hacía descender del cielo a la ciudad santa,
la nueva Jerusalén, (el gobierno de Dios bajo Cristo que regocijará a la
humanidad llenándola de alegría) adornada cómo una novia para su esposo.
Entonces oí una voz potente que provenía del cielo y decía: ’La tienda de Dios
(el templo construido por ‘piedras vivas’, del que Cristo es la piedra angular. 1
Pedro 2: 4-5) está con la humanidad, (la nueva sociedad humana que habite la
tierra) y permanecerá con ella, porque ellos serán su pueblo. Dios mismo
intervendrá en su favor y enjugará toda lágrima de sus ojos, ya no habrá
muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor, porque las cosas anteriores han pasado’.
Aquel que se sienta en el trono me dijo: ‘¡Mira! hago nuevas todas las cosas’ y
continuó: ‘Escribe, porque estas palabras son fieles y veraces’”. (Apocalipsis
21:1-5) Así es cómo las Escrituras describen el futuro de la humanidad en “la
futura tierra habitada de la que nosotros hablamos”. (Hebreos 2:5)

28 Sirvamos pues a Dios con espíritu y verdad. No hay que temer divulgar y
defender estas cosas que hablan del futuro del hombre conforme a los
designios de Dios y que forman parte de la buena nueva que está en las
Escrituras, porque dice Pablo que “…todas las cosas que se escribieron, fueron
escritas para nuestra instrucción, para que por medio de la perseverancia y por
el consuelo que proviene de las Escrituras, podamos mantener la esperanza”.
(Romanos 15:4) Jesús había prometido a sus apóstoles “…el Hijo del hombre
ha de volver en la gloria de su Padre con sus ángeles y entonces recompensará
a cada uno según su cometido”. (Mateo 16:27) Y puesto que el cometido de sus
seguidores es difundir con fidelidad la buena nueva tal cómo fue escrita,
debemos aprender y “…recordar correctamente las palabras de los santos
profetas y las instrucciones que el Señor y Salvador nos ha transmitido por
medio de los apóstoles”, (2Pedro 3:2) ya que fundamentan nuestra fe en que
“…en armonía con su polifacética sabiduría, Dios ha realizado su secular
propósito por medio de nuestro señor Jesús Cristo”. (Efesios 3:10)

29 Ciertamente, el hombre que muestra fe en el propósito de Dios tiene ante sí


un maravilloso futuro; y aunque Pedro dice que: “…en los últimos días se
presentarán burlones… y mofándose, dirán: '¿Donde está su prometida
presencia?… estos olvidan voluntariamente que por la Palabra de Dios, en la
antigüedad fueron constituidos unos cielos y una tierra que surgió del agua y que
estaba rodeada de agua, y que por orden de la misma Palabra, aquel mundo de
entonces fue destruido por el agua del diluvio…” (2Pedro 3:3-6) Pues bien, del
mismo modo que en aquel tiempo una familia puso fe en la salvación que Dios
ofrecía y siguiendo sus instrucciones, salvó la vida al construir un arca,
pongamos ahora fe en Cristo, el medio que Dios nos ofrece para alcanzar la
vida prometida y viviremos para disfrutar de aquella unión con Dios para la
que fuimos creados.

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