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1 Tras las guerras del período de los Macabeos, el pensamiento griego que
servía de base cultural a todos los pueblos del Mediterráneo, penetró también en
el pueblo judío, a pesar de aquel particular sentimiento nacionalista y religioso
que les retraía de admitir cualquier elemento que fuese foráneo. Bajo el imperio
romano se abandonó el carácter político y social del platonismo primitivo, y la
corriente del ‘platonismo medio’, que evolucionó entre el primer siglo antes de
Cristo y el siglo cuarto de nuestra era, fue la influencia filosófica determinante en
la obra de Filón de Alejandría, y en el desarrollo de lo que llamaremos neo-
cristianismo, para diferenciarlo del conjunto de las enseñanzas impartidas por los
apóstoles a los discípulos de Jesús.
4 La filosofía adquirió entonces un carácter cada vez más religioso, y con esto,
los filósofos se convirtieron en guías espirituales; en maestros del camino divino.
Los pastores de la iglesia aceptaban la enseñanza impartida por estos
pedagogos religiosos, que además de muchas obligaciones morales e
intelectuales, imponían un moderado ascetismo. Fueron muchos los filósofos
paganos, que entre el segundo y tercer siglo, se preocuparon de la enseñanza
religiosa y de la moral práctica. A través de estas enseñanzas, se implantó una
faceta del platonismo en la doctrina y moral de la iglesia, que la llevó con el
tiempo a ser dogmática y sistemática.
9 Jesús también dijo haber disfrutado junto al Padre de una existencia previa a
su nacimiento como hombre. (Evangelio de Juan, cap. 8, vers. 58: “Jesús le
respondió: En verdad, en verdad os digo: Antes de que Abraham existiera, yo
soy”) En las Escrituras se le dan los nombres de Primogénito y Unigénito de
Dios, por ser el primer ser de la creación y el único creado directamente por él.
(Colosenses, capítulo 1, vers. 15 al 17, Pablo escribe: “...Él fue generado
primero que cualquier otra creación y todas las cosas fueron creadas por medio
suyo: Las cosas en los cielos y las cosas sobre la tierra, las cosas visibles y las
que no se ven, tanto tronos y señoríos, como principados y autoridades. Todas
las cosas fueron creadas por medio de él y para él, pues él estaba antes que
todas las cosas, y todas se hicieron llegar a existir a través suyo”)
10 Sin embargo, no encontramos nada que pueda hacernos suponer que Jesús,
el Cristo, sea el mismo Dios. El apóstol Pablo, en su primera carta a los
Corintios, cap. 8, vers. 5, escribe: “...porque en realidad, aunque hay quienes
son considerados dioses tanto en el cielo como sobre la tierra, por lo que hay
muchos dioses y muchos señores, para nosotros hay un solo Dios, el Padre, de
quien proceden todas las cosas, nosotros incluidos, y hay un solo Señor, Cristo
Jesús, por medio de quien fueron creadas todas los cosas, incluidos nosotros”. Y
en su carta a los Hebreos, capítulo 5, vers. 7 al 10, dice: “ Durante los días de
su vida como hombre, él (Jesús) invocó con oraciones, con súplicas de gran
intensidad y con lágrimas, al que podía salvarle del poder de la muerte, y fue
escuchado porque mostró temor de Dios. Pues aunque era Hijo, aprendió la
obediencia por las cosas que sufrió, y después de haber sido hecho perfecto,
llegó a ser el agente de la salvación eterna para todos aquellos que le obedecen,
puesto que Dios le ha constituido sumo sacerdote según el rango de
Melquisedec”.
11 En la carta a los Filipenses, capítulo 2, vers. del 5 al 11, leemos que Pablo
exhorta: “Tened la misma actitud que tuvo Cristo Jesús, que a pesar de existir en
forma divina, no buscó llegar a ser igual a Dios, en cambio dejó su posición,
asumiendo la condición de un servidor, para llegar a ser igual a los hombres, y
encontrándose en condición humana se humilló y se hizo obediente hasta la
muerte, una muerte de sacrificio. Por esto Dios le ha elevado a una posición
superior y le ha dado un nombre mas importante que cualquier otro, para que
ante el nombre de Jesús se doblen las rodillas de todos los que están en los
cielos, o sobre la tierra, o bajo ella, y que todas las bocas proclamen que Cristo
Jesús es el Señor, para gloria de Dios Padre”. Este texto nos muestra que a
pesar de la grandeza que Cristo recibe de su Dios y Padre, no pretende
igualarse a él, y como se nos dice en la primera carta de Pablo a los Corintios,
cap. 15, vers. 27, se somete a él voluntariamente: “...no obstante, cuando se
dice: ‘Le ha sometido todas las cosas...’ es evidente que Aquel que se las
somete queda excluido, por esto, cuando todas las cosas le hayan sido
sometidas, él mismo, el Hijo, se someterá a Aquel que le sometió todas las
cosas, para que Dios sea todo para todos” .
12 Jesús fue, según las Escrituras, el Hijo de Dios, el Cristo o Mesías prometido,
el principal de la descendencia de Abraham según la promesa y el mediador de
un Nuevo Pacto con Dios, un nuevo pacto basado en la fe. Aunque fueron pocos
los que en su día le reconocieron y siguieron, él cumplió hasta el final con el
encargo recibido de su Padre, y su sacrificio de expiación ofreció la vida a todos
los que quieran poner fe en su poder redentor, puesto que solamente mediante
la fe en Cristo se tiene acceso a la justificación que nos permite alcanzar la
reconciliación con el Padre, y a la vida eterna. En su carta a los Romanos,
capítulo 3, vers. 21 al 25, dice el apóstol Pablo: “Pero ahora, sin la Ley, se nos
ha manifestado el modo en que Dios justifica, como lo testifican la Ley y los
Profetas. La justificación que por medio de la fe en Cristo, Dios concede a favor
de todos los que tienen fe, sin distinciones. Porque como todos han pecado y
están privados de la gloria de Dios, todos son justificados gratuitamente gracias
a su generoso don, la redención mediante Cristo Jesús. La fe en el poder
redentor de su sangre es la base para que Dios, por su misericordia, pueda
conceder la justificación”.
13 Los apóstoles sabían de antemano que las congregaciones avanzaban hacia
una gran apostasía que predominaría por un largo período de tiempo, hasta la
vuelta de Cristo. Por esto, en su segunda carta a los Tesalonicenses, capítulo
2, vers. del 1 al 8, Pablo da esta advertencia: “Hermanos, en cuanto a la Parusía
de nuestro Señor Jesús y a nuestra reunión con él, os ruego que no os dejéis
confundir fácilmente ni os desconcertéis por discursos, por presuntas
declaraciones inspiradas, o por cualquier carta que se haga pasar por nuestra en
la que se diga que ya se ha iniciado el Día del SEGNOR. No os dejéis engañar
por nadie, ya que este no puede llegar antes que la apostasía, antes de que sea
revelado el hombre de pecado, el que es un hijo de la destrucción y un opositor
que se ensalza sobre cualquier cosa considerada divina y objeto de reverencia, y
que sentándose en un lugar divino, ostenta divinidad ¿Acaso no recordáis que
yo os decía estas cosas cuando estaba con vosotros? Sabéis bien lo que ahora
lo está reteniendo para que solo pueda manifestarse en el tiempo establecido.
Este desconocido transgresor ya está obrando, pero cuando sea retirado aquello
que lo retiene, será reconocido el transgresor, que el Señor declarará
espiritualmente muerto y aniquilará en el tiempo de la manifestación de su
Parusía”. Y en los Hechos de los Apóstoles, cap. 20, vers. 29, dice: “Yo sé que
después de mi partida, entre vosotros se introducirán lobos crueles que no
perdonarán al rebaño, y también de entre vosotros mismos se levantaran
algunos hombres que hablarán cosas perversas, para arrastrar a los discípulos
tras de sí...”
15 Ninguno de los textos examinados en las Escrituras puede, sin que su sentido
sea expresamente forzado, sugerir una dualidad de Dios y menos aún una
trinidad. Sería por tanto ilógico considerar como verdadera y ajustada a la
revelación, una concepción de Dios totalmente desconocida en todos los libros
de la Biblia.
16 Podemos concluir este artículo parafraseando las palabras del apóstol Pablo
en la carta a los Efesios, capítulo 4, vers. 4 y 5: “...hay un solo Señor” nuestro
salvador Cristo Jesús, “una sola fe” la fe en el poder redentor del sacrificio de
Cristo Jesús, que nos permite obtener la justificación que nos da acceso a la
vida, “un solo bautismo” por el que sumergiéndonos en el agua, morimos
simbólicamente con Jesús, para resurgir del agua, simbólicamente resucitados
como él, a una vida nueva que nos otorga el Padre, y “un solo Dios que es el
Padre de todos, que está por encima de todos, que obra en favor de todos
y en todos”.