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¡ÍCARUS BORNE ON WINGS OF STEEL!

- No temas. Ven y ponte las alas.

- ¿Y qué sucederá?

- Tú prueba.

Ícaro colocó el artefacto sobre sus hombros y se abrochó las

correas firmemente. Después voló. Así hizo realidad su sueño.

Pero cuando más feliz estaba las correas fallaron, se precipitó al

vacío… y murió.

P.J. RUIZ 2008


Quizás no estés al tanto de los acontecimientos del espacio. Es natural, casi nadie lo está, y sin

embargo se invierten muchos millones en subir allí arriba para adquirir posiciones de poder en la

investigación avanzada, como ya sabes, o al menos es o es lo que se cuenta. No controlar en qué se

invierte el dinero de los contribuyentes es uno de los males de esta sociedad excesivamente castrada, pero

eso es arena de otro costal que no es cuestión de analizar ahora. A lo que vamos.

El 7 de Junio pasado ocurrió en nuestra órbita algo extraordinario que te voy a relatar y que

conozco de primerísima mano por conductos que no te voy a revelar, pero que son de mi más absoluta

confianza. Siempre he tenido buenos contactos, ya me conoces. El caso es que la misión B41 del

transbordador espacial estaba en plena acción ese día, recogiendo para su retorno a la Tierra los restos de

cuatro satélites obsoletos para así proceder a su reciclaje, ya que portaban material nuclear desfasado y

resultaban peculiarmente peligrosos para la navegación, como tantos de ahí arriba.

Aquel día estaba el astronauta Paul Borman encargado de las operaciones extravehiculares, o lo

que es lo mismo, colgado del vacío por un fino umbilical que era lo único que lo mantenía unido a la gran

calabaza humana. Era un hombre experimentado, muy considerado en la NASA, y estaba situado en el

lugar exacto para atrapar uno de aquellos satélites muertos con el fin de alojarlo en la bodega con ayuda

del brazo robot. Una maniobra compleja y no exenta de riesgos, pero si todo se hacía bien no había por

qué temer la menor sorpresa, y Borman era muy bueno en eso.

Pero lo que llegó fue algo muy diferente.

Según su informe oficial, no lo divisó hasta que estaba realmente cerca. El motivo fue que se

trataba de un cubo regular de metro y medio de arista, negro muy opaco y, por tanto, invisible en el
espacio, que además no había sido señalado por los sensores de aproximación. Por suerte su velocidad y

ángulo de acercamiento no supusieron más peligro para el astronauta que el empujón, un buen susto y algo

de esfuerzo para moverlo al interior, ya que lo consideró chatarra sin dar muchas vueltas. Después si que

se las dio, si. Todos se preguntaron de dónde había salido aquella cosa, pero lo interesante es que la tenían

atrapada en aquella nave orbital.

Borman la aseguró preceptivamente con anclajes después de recoger los trozos que sí estaban

previstos, y que llegaron puntuales a su cita. Restos de un satélite de comunicaciones de la serie Tulip,

francés. Mientras lo hacía observó que el objeto negro estaba muy atacado por restos de micrometeoritos,

que habían dejado marcas y alguna que otra costra adherida, al estilo de los barcos cuando están algo

descuidados. Sin embargo, no habían conseguido atravesar aquella superficie negra, que debía ser muy

dura, a juzgar por lo que esas piedrecillas espaciales eran capaces de hacer en la fibra de carbono o el

acero. Ese detalle era tan sorprendente que en algún lugar de su cerebro encendió una pequeña lucecita de

alerta, pero no tenía tiempo para centrarse en ello en condiciones tan hostiles para la vida, así que

prosiguió su trabajo conforme a lo planeado mientras abajo se afanaban en averiguar qué resto era el que

acababan de atrapar y por qué no estaba en ningún catálogo.

Más tarde, cuando observó el objeto más detenidamente, se percató de que la ausencia de

numeraciones, signos o letras era total, por lo que no era posible identificar su país de procedencia, lo cual

ya sí que era notablemente extraño. Sin embargo, Borman en un gesto reflejo, supuso que sería uno de

aquellos satélites militares rusos lanzados durante la guerra fría desde Baikonur, uno muy secreto, a juzgar

por su aspecto, y posiblemente peligroso de manipular. Hubo intercambio de conversaciones con el

control de misión, ciento noventa kilómetros más abajo, y poco a poco fueron descubriéndose detalles

curiosos a la par que se iban demoliendo barreras para estudiar al intruso.


El primero es que el objeto no había aparecido antes en las pantallas de radar, por más que se

buscó su trazo. Ni en las de Tierra ni en las de la nave. Por tanto debía estar bañado en algo resistente al

rastreo, posiblemente aquella película negra opaca, lo cual hablaba muy a las claras de un fin militar.

El segundo es que no había constancia en los memorándums internacionales de satélite alguno en

aquella órbita, lo cual podía ser fiable o no, pero era lo que había. Hasta ese momento no se habían

producido incidencias con esos datos, por lo cual resultaban muy fiables. Por tanto, ¿qué era?

La tercera es que no parecía haber el menor signo de energía en su interior, estando a todos los

efectos muerto. Y en eso los sensores de la lanzadera si que eran muy finos, así que obviamente se trataba

de un cuerpo artificial extinto. Lo que no se sabía es si alguna vez había estado activo, porque también

podía tratarse de un resto inerte, una pieza de algo mayor.

Pero nadie iba a dejar que aquello se perdiese en el espacio, eso desde luego, y más tratándose de

una misión de limpieza orbital. Tras deliberar más o menos apasionadamente al respecto, desde el centro

de control se estimó más prudente abrir el objeto antes de bajarlo a tierra, y hacerlo en el vacío estelar,

quizás temiendo a algún tipo de reacción anómala que pusiese en peligro el descenso, por lo que se

procedió a dar los permisos e instrucciones pertinentes a la tripulación para operar. Así Edouard Lafaresse,

un ingeniero francés de talento, inició los protocolos en la bodega de carga, bajo estrictas condiciones de

atmósfera cero y la incomodidad del traje de presión, para descerrajar al intruso y averiguar a golpe de

vista qué misterios escondía.

El astronauta, una vez en el exterior, miró a la cosa con ojos calmados a través del visor de oro

evaporado. Aunque era un hombre muy templado y con experiencia de sobra en situaciones anómalas,

llegó a la conclusión de que aquello lo hacía sentir incómodo. Sentía algo de un cierto desagrado al estar
tan cerca, y después, al cotejar su sensación con Borman, descubrió que a éste le había sucedido lo mismo.

Puso su mano encima del objeto y no sintió nada. De algún modo lo sorprendió, porque en el fondo

esperaba algo, una reacción, vibración… algo. Pero por suerte nada ocurrió.

Ninguna de las seis caras del gran cubo parecía disponer de un sistema de apertura, y el

ensamblado era tan preciso que no se distinguían junturas de las presuntas diferentes superficies. Estaba

muy bien hecho, de eso no cabía duda, sin restos de soldadura ni pulimento. Su peso fue estimado en

755Kg, por lo que presentaba evidencias de que buena parte del interior estaba hueco, cosa bastante

normal. Mucha masa para un satélite común de ese tamaño.

Lafaresse buscó un lugar cerca de una de las aristas, ligeramente descentrado, y procedió con el

cortador láser sin que le temblara el pulso. Descartadas sus sensaciones extrañas, la verdad es que estaba

muy excitado, entusiasmado por desmembrar en pleno espacio a un cuerpo intruso del que esperaba

averiguar su procedencia y eliminar de un plomazo el pequeño misterio que suponía. Sería muy rápido,

sólo abrir y localizar componentes determinados que con toda seguridad aclararían el misterio.

El metal se mostró tenaz, muy resistente, pero en unos segundos fue atravesado por el rayito

azul, que dejó un reguero de escorias congeladas que fluyó en todas direcciones en gravedad cero.

Después la aguja se desplazó despacio hasta completar un amplio círculo de sesenta centímetros de

diámetro, tras lo cual la chapa sobrante, ya enfriada por la gélida temperatura del vacío, fue puesta a un

lado para que fuese analizada en el interior por los restantes miembros de la tripulación. Una cara

completa del cubo había sido desarticulada.

Lafaresse introdujo un estrecho umbilical de investigación, que encendió en su punta una potente

micro-antorcha a la vez que media docena de cámaras de tipo diverso, todo material muy sofisticado. Lo
primero que aparecieron en las pantallas fueron más unidades cúbicas similares a la exterior, pero de doce

centímetros de lado, unidas por sutiles puentes tubulares por los que debían ir los cables y otros elementos,

formando un entramado de aspecto modular muy peculiar, elegante y laberíntico. Nadie había visto nunca

algo así, un diseño tan limpio. Era… diferente. Casi como ver una obra escultórica impresionista.

El umbilical entró hacia el centro de aquel enjambre de dados de color negro, chocando con

diversos elementos y adaptándose gracias a su flexibilidad, hasta llegar a lo que parecía ser el corazón

matemático del conjunto. Allí, contra todo pronóstico, estaba la forma inconfundible, solitaria y casi fuera

de lugar de una pequeña esfera roja de quince centímetros, en la que confluían decenas de tubitos

provenientes de los diferentes cubos que la rodeaban. Todos convinieron, por su apariencia

verdaderamente típica, que debía tratarse del sistema de alimentación, algún tipo de pila de carácter

nuclear que ya hacía mucho que dejó de funcionar, debido a la evidente ausencia de todo tipo de radiación

detectable.

El umbilical se dirigió entonces a los laterales del interior del satélite, recorriendo sus lados y

aristas. El conjunto de cubos estaba suspendido en un único mecanismo amortiguador, que partía de un

vértice, y que se mostraba intacto en su función de aislar totalmente el mecanismo interno de las

agresiones exteriores. Por lo demás, las paredes no tenían el menor signo de nada que las hiciera

interesantes, así que se dio a Lafaresse permiso para seccionar cada lado del cubo y dejar al descubierto el

curioso núcleo de aquel laberinto errante.

Tres horas después, mediando los consiguientes descansos, la cosa estaba al descubierto en la

bodega del transbordador. No se veía un solo cable, una fibra, nada. Solo cubos de varios tamaños unidos

por tubos muy finos, en lo que era un sistema de construcción desconocido para los ingenieros y desde

luego avanzado para haber sido realizado en los sesenta. ¡Y hasta en los noventa! Era un diseño
elegantísimo, fuese lo que fuese, valedor de un gran atractivo estructural para tanto erudito en ingeniería.

Lafaresse no gustaba de contemplarlo desde tan cerca.

Recibió permiso para seccionar uno de aquellos tubos y observar los cableados que debían

discurrir a su través, lo cual hizo con las cuchillas radiales de una de las herramientas. Realizó un doble

corte, quedándose en sus manos con un trocito de nueve centímetros de metal sólido, sin conducción

alguna que se mostrara en su esperada oquedad. Era todo macizo. El cubo al que se había dejado a la

izquierda del corte solo accedía otro tubo, con lo que se pensó en seccionarlo para extraer la pieza o y así

confirmar que forzosamente tenía que haber alguna conducción conocida que comunicase los elementos,

un algo dentro de los tubitos que justificase una tecnología obsoleta.

La operación se realizó, y sin embargo nada visible corría por allí. Ambos conductos eran

totalmente macizos, lo cual resultó sumamente extraño. Con el pequeño cubo extraído en una bolsa de

muestras, Lafaresse se dirigió al interior de la nave sintiendo un gran alivio al fin., Tras mucho deliberar se

decidió que se procedería a abrirlo también pese a las reticencias de algunos, que consideraban que aún

podía haber peligro en ello. No obstante, no se tuvieron en cuenta esas objeciones al descartar indicios de

radioactividad, y se procedió del modo que estimaron adecuado conforme a dudosos razonamientos para

saltarse todos los protocolos de seguridad. Había mucha ansiedad, y eso se notaba. Nadie quería dejar

pasar aquel momento inicial sin despejar las dudas sobre lo que tenían en aquella bodega.

De ese modo, ahora situado sobre la mesa de operaciones del laboratorio de la nave,

debidamente precintado, se encontraba un dado negro opaco con dos tubos cortados saliendo de caras

opuestas, que presentaba un aspecto de lo más inofensivo. Estaba hueco, eso se sabía, pero no había la

menor idea de su contenido.


Lafaresse, ayudado ahora por Joseph Moritzzi, uno de los físicos de la misión, cortó una de las

caras con extremo cuidado, y al mirar emitió una sonora exclamación. Todos estaban expectantes para

saber lo que había motivado las malsonantes palabras del astronauta, pero éste se hallaba tan aturrullado

por la excitación que tardó en ubicar debidamente la cámara. Lo que descubrió dentro parecía un modelo a

escala de todo el sistema anteriormente estudiado, una reproducción mucho más pequeña pero de todo

punto literal del enjambre de tubitos y cubitos con aspecto de escultura moderna.

Después extrajo otro dadito de éste conjunto, éste de apenas un centímetro, y dentro, para

sorpresa de todos, se halló otra reproducción aún más mínima, y así hasta unas dimensiones que solo eran

discernibles con el microscopio electrónico, dando lugar a lo que sin duda alguna fue considerado una

auténtica joya de la ingeniería, una implosión de geometría auto-contenida sin parangón. Era como ver

esas muñequitas rusas que se alojan sucesivamente dentro la una de la otra hasta la más pequeña, pero

llevado al extremo. Quien hubiese efectuado aquella proeza estaba lejos de las capacidades actuales del

hombre, y sin embargo lo había conseguido.

Y naturalmente, fue imposible imaginar su utilidad y origen.

Lo más notable que se extrajo de la investigación realizada aquel atardecer en la órbita terrestre

fue la certeza de que nadie en el pasado pudo manejar procesos nanotecnológicos tan mínimos, ya que era

algo inexistente hasta mediados los noventa, por lo que las conversaciones desde la nave con el control de

la misión fueron de lo más suculentas.

- ¡Tráiganlo y activémoslo! ¡Metamos energía en ese núcleo rojo y veamos qué ocurre! -

muchos se miraron ante tamaña muestra de estupidez desmedida.

- Ya hemos bajado antes otros satélites fósiles, ¿no?


La sorprendente orden dada con entusiasmo por Marcus Fraser, jefe de la misión, después de una

corta reunión con sus asesores y de elevar consulta a instancias que ni te digo, puso los pelos de punta a

más de uno en aquella sala. Hasta entonces nadie de los presentes había oído nunca el término “fósil”

relacionado con la palabra “satélite”.

Pero lo cierto es que de un modo u otro, absurdo o acertado, lo hicieron, y aquel artefacto fue

puesto sobre la mesa de una habitación aislada para ser activado justo después de bajar del transbordador,

con una prisa que rehuía cualquier protocolo. Apareció gente muy rara, mucha chaqueta negra, se instauró

el secreto absoluto y se corrió una cortina impenetrable que evitaba la presencia de intrusos. Toda la

información, telemetría e imágenes del encuentro fueron metidas en una caja de Pandora, y todo el

personal fue severamente avisado de no volver a hablar del acontecimiento jamás.

Fin.

¿Lo que sucedió después? Ya no lo tengo tan claro. Incluso mis contactos tienen un límite para

saber cuando el muro se levanta, pero…. Una cosa sí que sé. Lo que se halló en aquel enjambre de cubitos

dejó sin respiración a más gente de la que cabe en la habitación de los grandes secretos donde todas las

cosas acaban cayendo cuando alguien se apodera de la verdad. Como te he dicho, no sé lo que sucedió,

pero sí lo que encontraron.

En ese extraño satélite había fotos, videos cortos… imágenes. De nuestro mundo, si, pero de un

tiempo en el que las cosas no eran como conocemos. Sólo sé eso, que al parecer la configuración de los

continentes no era la de hoy ni mucho menos. Para los no ortodoxos, como yo, es fácil imaginar, deducir,

que alguien puso eso ahí arriba, supuestamente con propósitos meteorológicos, del mismo modo que
nosotros hacemos hoy, posiblemente una antigua civilización que no dejó rastro... O que sí lo dejó y sin

embargo no hemos sabido ni querido mirar, no sé. Lo que supongo es que cumplido su periodo de vida

pasó lo previsto y la nave se apagó, pero en sus entrañas de rara tecnología siguió guardando un sinfín de

escenas de un planeta Tierra irreconocible, imposible de ubicar en el tiempo.

Tras mucho dar vueltas, alguien en los laboratorios de interpretación de imagen de la NASA se

dio cuenta de que al lado de las instantáneas y vídeos había unas líneas que al parecer resultaron ser restos

de transmisiones hechas desde el control Tierra, y que justo en las escenas que esas líneas se pierden, las

últimas de todas, el satélite dejó de grabar, posiblemente porque se trataba códigos, instrucciones y esas

cosas. Sin ellas el mecanismo quedó descabezado y se dejó volar hasta extinguirse.

Sin embargo, esas últimas escenas, las que carecen ya de líneas, son especialmente

espeluznantes….

En ellas se ve algo, un objeto luminoso que golpea muy duro el planeta y una gran llama que

asciende hasta las capas más altas de la atmósfera a modo de columna ígnea. Supongo que la máquina las

hizo en un modo parecido al piloto automático, porque es justo cuando el viejo satélite dejó de recibir los

códigos que daban sentido a sus órbitas.

Después la negrura y el vacío… el silencio… y la noche más larga que se pueda imaginar.

¡Hasta que Frank Borman puso sus guantes en el viejo trasto!

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