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La razón frente al misterio

En sus teorías sobre el origen del mundo, Dios o el sentido de


la vida, los filósofos han intentado responder a los grandes
interrogantes del hombre. Acróbatas del pensamiento y la
abstracción, era inevitable que su afilada razón terminara por
toparse con lo sobrenatural. No se limitaron a especular sobre
ello; algunos lo experimentaron en sus vidas cotidianas,
aunque no siempre se atrevieron a reflexiones sobre lo
invisible de algunos de nuestros más ilustres pensadores.
Parménides
El viajero astral
Los viajes del gran filósofo griego Parménides a otras regiones
espirituales parece que fueron algo corriente. Siempre atribuyó un
valor profético a sus palabras. Su obra más importante, la Vía de la
Verdad y la Vía de la Opinión, le había sido revelada por una "diosa"
después de un viaje mágico "a través de las puertas del día y de la
noche".
No fue el único filósofo de su tiempo (s. V a. C.) que transitó la senda
del chamán. Parménides enlaza con una tradición antigua de
chamanismo griego que cuenta con figuras legendarias como
Etálides, Alisteas y Hermótimo, de los que se decía que habían
recibido el don de que su psique pudiera viajar a otras dimensiones y
que tuvieron fama de aparecer simultáneamente en distintos lugares.
Parménides consideró la búsqueda de la verdad semejante a una
experiencia mística. Curiosamente fue "una diosa" quién le
recomendó "no confiar en los sentidos, sino juzgar por medio de la
razón". Y la Vía de la Verdad le llevó a sus grandes conclusiones sobre
esa fuente desconocida de la que todos procedemos: que es eterna,
inengendrada e imperecedera; que es continua e indivisible e inmóvil.
Empédocles
El sabio que resucitaba a los muertos
A Empédocles sus conciudadanos griegos se le acercaban para
escuchar de él "la palabra de curación para las más diversas
dolencias". En una época -s. V a.C.- en que filosofía, medicina y magia
caminaban de la mano, el griego afirmaba que para curar
enfermedades hay que comprender la Naturaleza como un todo. Junto
a su fama de sanador, la de mago no le iba a la zaga: había logrado
mantener con vida a una mujer durante treinta días sin respiración y
sin pulsaciones y era capaz de resucitar a los muertos y de atrapar los
vientos en odres. Su leyenda nos informa en todo caso de que
compartió con los científicos modernos la meta de estudiar la
Naturaleza con el fin de controlarla.
Defensor de la transmigración de las almas, que decía que podían
reencarnarse tanto en plantas como en animales además de en seres
humanos, para Empédocles las almas de todos los seres vivos eran
inmortales, espíritus o daímones seducidos por la "Discordia" y caídos
en desgracia, condenados a vagar en el exilio por esta tierra y a
reencarnarse sin fin. Sólo mediante las purificaciones y el
conocimiento de la propia naturaleza divina, afirmaba, podremos
recuperar de nuevo nuestra posición original junto a los dioses y
terminar nuestro ciclo de transmigraciones. Según su teoría, los
profetas y los médicos están ya en su última reencarnación y se
hallan dispuestos a dar el salto a la inmortalidad.
Sócrates
Una vida en compañía de espíritus
Sócrates (s. V a.C.) creía firmemente mantener una relación especial
con las fuerzas divinas y decía poseer una daimónion, un guia
espiritual o aviso divino: "Comenzó a estar conmigo desde mi niñez y
me ha acompañado siempre desde entonces; toma forma de voz que
me disuade de algo que iba a hacer, pero nunca me obliga a actuar".
(Apología, Platón). Su discípulo Platón nos ha dejado relatos que
hablan de esta voz interior que su maestro escuchaba.
Y en El Banquete, Alcibíades narra que en una ocasión vio a Sócrates
pararse súbitamente en un punto del camino y permanecer allí de
pie, inmóvil, durante un día completo, aparentemente concentrado en
un pensamiento o mensaje que sólo él podía escuchar, en una suerte
de "trance" que lo tornaba indiferente a la fatiga, mientras la multitud
se congregaba en torno suyo a esperar su despertar: "Y permaneció
de pie hasta que llegó el alba y salió el Sol; entonces, después de
hacer su plegatoria al Sol, se fue".
Aristodemo lo vio hacer lo mismo de camino a una cena. Por lo visto
ninguno de sus allegados daba demasiada importancia a estos
sucesos porque conocían la tendencia de Sócrates "A quedarse
aparte y permanecer quieto, de pie, en dondequiera que se
encuentre".
Jámblico
El iniciado que levitaba
Iniciado en los ritos caldeos, egipcios y sirios, el filósofo neoplatónico
Jámblico (s. III a.C.) se presentaba a sí mismo como maestro de una
escuela de sacerdotes egipcios e intérprete de la sabiduría de
Hermes. Fue un personaje enigmático al que a veces se alude como
"el divino", supuesto lider de una escuela y hombre de poderes
extraordinarios, no sólo en el terreno de la especulación filosófica. De
él se contaba que cuando entraba en meditación, su cuerpo se
elevaba a una distancia de diez codos del suelo, mientras que su piel
y su ropajes quedaban bañados por una luz dorada.
Platón y Lessing
Los filósofos reencarnacionistas
Plenamente convencidos de la naturaleza inmortal del alma y de su
supervivencia tras la muerte, Platón (s. V a.C.) afirmaba que aunque
el cuerpo se destruya, el número de almas se mantiene constante
(Fedón). Ningún alma se purifica de inmediato ni aún en el curso de
una vida. En su anhelo por unirse con el Ser inmutable y divino, el
alma transmigra en cuerpos animales y humanos y vive una sucesión
de existencias. En Fedro se afirma que la primera reencarnación del
alma es como hombre. Durate ciclos de 10.000 aós, el alma
transmigra de uno a otro cuerpo según las acciones cometidas en
vidas anteriores. Sólo el filósofo que ha elegido seguir la vía del
conocimiento durante tres vidas consecutivas, regresa al lugar de
origen y su alma recobra la alas perdidas. Por el contrario, quienes
han sido demasiado contaminados por lo corpóreo tienden a
permanecer próximos al plano físico -lo que explicaría las apariciones
fantasmales- hasta encontrar un nuevo cuerpo.
Platón no fue el único pensador que defendió la doctrina
reencarnacionista. Varios siglos después el filósofo aleman Lessing (s.
XVIII) dejó escrito: "El hombre puede revivir más de una vez en esta
tierra, lo que trae consigo castigos y recompensas temporales. El
alma debe volver con frecuencia para adquirir nuevos conocimientos
y capacidad; pero puede también llevar consigo tantas adquisiciones,
que no convenga que vuelva al mundo...".
Alberto Magno
El alquimista
Alberto Magno, filósofo escolástico del siglo XII, sacerdote y brujo
antes que santo, fue también un gran químico versado en alquimia,
metafísica, cábala e incluso meteorología y firme creyente en la
posibilidad de trasmutar los metales inferiores en oro. Dejó como
legado un nutrido repertorio de fórmulas mágicas entre ellas el
secreto para lograr la invisibilidad y para que las mujeres se
mantuvieran bellas.
Sorprendentemente no fue perseguido por la Inquisición, lo que dice
mucho a favor de su fama de brujo, a la que sin duda contribuyó su
trabajo alquímico, gracias al que describió, por vez primera, la
composición química y las propiedades del cinabrio y el minio.
Pico de la Mirándola
El poder del nombre
Con apenas veinte años, este brillante genio, apasionado de la
filosofía árabe, recopiló en 900 sentencias toda la sabiduría universal.
Tan joven como arrogante, tenía la intención de que los más grandes
sabios del mundo se reunieran en Roma para discutir su propuesta,
que presentaba las verdades cristianas bajo un lenguaje y una óptica
procedentes de la cábala hebrea.
Definió la magia, su magia como "la parte práctica de la ciencia
natural". Para él, el poder de Jesucristo, sus milagros, procedía de su
conocimiento del nombre de Dios, un nombre con poder creador, "la
palabra perdida" que aún buscan los maestros de la Masonería. Más
aún, "toda voz tiene virtudes en la magia, porque se forma de la voz
de Dios", y"según suba o descienda, el nombre de Dios es una
bendición o una maldición, pues tiene un anverso y un reverso...
Ciertos nombres de Dios consumen y otros riegan; ciertos nombres
matan y algunos otros dan vida..."
Para Pico, "hacer magia no es otra cosa que casar mundos", ya que
todo secreto radica en la unión de los contrarios (porque como es
arriba es abajo), y concluye: "Las maravillas del arte mágico no
existen sino por la unión y actuación de aquellas cosas que
separadamente existen en la Naturaleza".
Cornelius Agrippa
La mística de las matemáticas
En el siglo XVI, este filósofo de origen aleman y portavoz de la
"Filosofía oculta" se convirtió en uno de los grandes precursores de la
evolución que habría de conducir desde la magia natural hasta la
ciencia experimental. Declarado hereje por sus prácticas mágicas y
alquímicas, su pensamiento, en el que se dejaban ver claras
influencias platónicas, pitagóricas y cabalísticas, fue un fiel exponente
de lo se ha llamado "el misticismo del número"
Agrippa afirmaba que la matemáticas son absolutamente necesarias
para la magia, "pues todo lo que se realiza por virtud natural está
gobernado por el número, el peso y la medida". En su opinión, cuando
un mago obedece a la filosofía natural y las mátemáticas, y conoce
las ciencias intermedias (aritmética, música, astronomía...) "puede
realizar cosas maravillosas".
Kant y Leibniz
La transmigración planetaria
Algunos filósofos se sintieron seducidos por la posibilidad de que
pudiera existir una suerte de transmiración planetaria de las almas,
de modo que nuestro destino tras la muerte sería continuar
existiendo en otro cuerpo celeste.
Así Kant (s. XVII), padre de la moderna filosofía, parecía aceptar la
posibilidad de una transmigración de las almas, que tras la muerte
pasarían a un tipo de vida más refinada y apta para las funciones
intelectuales. Según él, "la materia corpórea de los habitantes, los
animales y las plantas, debe ser tanto más fina y elástica cuanto más
lejano está el planeta del Sol. Los habitantes de los planetas más
lejanos serán por esto más perfectos. El hombre está en un término
medio, en la Tierra...".
El filósofo aleman Leibniz (s. XVII) también afirmaba que: "nuestra
tierra es como una gota de agua en el oceano del firmamento. Las
estrellas fijas es probable que estén habitadas por espíritus
superiores".
Ouspensky
La cuarta dimensión
Discípulo de Gurdjieff, el matemático y metafísico ruso Ouspensky
(1878-1947) compartió con su mentor la idea de que el hombre vive
en un estado similar al sueño. Para despertar, es necesario que se
acuerde de sí mismo. Ouspensky elaboró un nuevo modelo de
Universo y consideró el tarot como una síntesis de los conocimientos
herméticos.
Pero sus contribuciones más notables se sitúan en el campo de la
cuarta dimensión, que describió como "la repetición infinita de
nuestro espacio, como la línea es la infinita repetición de un punto".
Por tanto, cometemos un error al considerar a cualquier sólido
tridimensional de nuestro espacio como "real", cuando no es más que
la proyección de un cuerpo de cuatro dimensiones en nuestro plano.
Para Ouspensky, "nada nace y nada muere (...). En realidad el círculo
de vida es sólo la sección de algo, y ese Algo sin duda existe antes
del nacimiento... y continúa existiendo después de la muerte, es
decir, después de que desaparezca del campo de nuestra visión".
Artículo publicado en Más allá nº 157

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