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Cada vez que alguien dice que tiene un hijo adolescente, incluida yo, recibimos
como comentario, casi una sensación de pésame o condolencias y en el mejor de
los casos un suspiro cariñoso que nos da ánimo para tan difícil período de la vida.
Sin duda alguna esto forma parte de nuestra costumbre nacional de anticipar
tragedias, cada vez que contamos algo que pudiera tenernos felices. Si estamos
enamorados, estamos felices sólo porque estamos empezando; si nos vamos a
casar, entonces el drama viene después de aquello. Si no tenemos hijos, 'espérate
a que nazcan, ahí sabrán lo que es bueno'; si tienes un hijo y dices estar feliz,
espérate a tener dos, ahí viene el drama. Podría seguir eternamente anticipando
desgracias, pero frente a los adolescentes los augurios siempre son catastróficos
y creo que es muy injusto para este hermoso período de la vida.
Cuando me preguntaba los temas que quería tocar en este ensayo, pensé en las
características que tienen los adolescentes de estas generaciones a diferencia de
nosotros, los adultos, en aquellas épocas en las que tuvimos quince años.
Hay muchas cosas que son similares, pero creo de verdad que tienen tintes y
matices diferentes, sin lugar a dudas por cambios sociales y, por qué no decirlo,
por cambios valóricos dentro de nuestras familias.
Esta generación a mi juicio es una generación que está gobernada por la 'lata'
desde que se levanta hasta que se acuesta, pero es una lata que es más profunda
de la que se esperaba que tuviéramos nosotros en nuestra época.
Este grupo de adolescentes puede tener las mismas características de los otros,
pero han ido educando el factor clave de la felicidad del siglo XXI: la fuerza de
voluntad. Todo parece indicar que el educar fuerza de voluntad en estos tiempos
es una tontera, entonces los adolescentes se están autorregulando solos en sus
comportamientos, no entendiendo los adultos a cargo de ellos que la ausencia de
límites genera angustia en ellos todo el tiempo.
Si a esto le agregamos esta falta de hambre por la vida y que además casi todos
los cambios psicológicos en los niños se han adelantado casi dos años, entonces
se nos configura un 'personaje' aburrido, poco agradecido de lo que posee, que
tiene una enorme capacidad para ver lo 'malo' de todo y que se comunica muy
poco con los que viven con él y mucho con los de afuera.
El tercer punto tiene que ver con el mal de este siglo, que es el convencernos de
que tener fuerza de voluntad es algo innecesario, por lo tanto es central el educar
a los adolescentes en el esfuerzo, en la conciencia de la espera y en el postergar
sus gratificaciones inmediatas en pro de beneficios mayores. Esto ayudará a
desarrollar en ellos una mejor tolerancia a la frustración, que harta falta les hace, y
sobre todo un temple frente a la vida indispensable. Yo siempre planteo que esta
generación es una generación 'merengue' que se derrite al primer problema,
porque como los padres hemos decidido que queremos que 'ellos no vivan lo que
nos tocó vivir a nosotros', les hemos facilitado mucho las cosas, impidiendo de
esta forma que ellos se hagan cargo de sus problemas.
Detalles de este tipo dentro y fuera de la casa nos han permitido incomunicarnos
cada vez más y ellos hoy pasan más 'enchufados' a aparatos que conectados con
los afectos. Si hasta es increíble que piensen que si tienen cuarenta contactos en
MSN tienen cuarenta amigos. Quizás debemos enseñarles lo que es la verdadera
amistad con orgullo, de esas que nosotros tenemos desde el colegio.
Otro aspecto de la adolescencia importante es la búsqueda de la espiritualidad, y
creo que un adolescente que se permite sentir a Dios tiene mejores posibilidades
de pasar esta etapa de mejor manera. Me llama la atención el hecho de que a los
chilenos nos cuesta tanto decir que nos queremos, porque se cree que el que está
contento, no necesita decirlo. Me he topado con muchos adolescentes que no se
atreven a decir que se llevan bien con sus papás, que lo pasan bien con ellos; así
como también matrimonios que no cuentan que son felices, entonces ellos
tampoco están entrenados a decir lo bueno de la vida.
Por último quiero dedicar un espacio a que si estos factores se suman a una
sociedad sobre–erotizada, que estimula una visión del sexo no unida a los afectos
y mucho menos a la espiritualidad, ellos como adolescentes están asesinando el
erotismo. Veo con preocupación cómo hay un grupo no menor de adultos jóvenes
que son 'viejos de alma' por haber experimentado todo muy rápido en la vida, sin
tener adultos que les hayan enseñado a esperar los momentos que la misma vida
regala para vivirlo todo.
Este tema tiene una dimensión más profunda que no puedo dejar de mencionar y
que tiene que ver con la sensación que ellos tienen frente a nosotros como
adultos. Ellos sienten que nosotros no esperamos cosas grandes para ellos.
Es que los adultos hemos dejado de soñar y también dejamos de soñar cosas
grandes para ellos. Nos estamos conformando con el 'mal menor', en vez de
buscar 'el bien mayor'. Es como ellos dicen 'el máximo sueño de mi papá o de mi
mamá para mí es que no la embarre'. Suena atroz, ¿verdad?, pero cuánta razón
tienen. Parece que nosotros decimos muy seguido que esta generación cambió,
que los tiempos son otros, que ellos están así y eso lejos de ser una cuota de
extremo realismo es una fuente de educación en la resignación y en las metas
pequeñas y no en los grandes ideales.
Tenemos los adolescentes que nos merecemos tener, no cabe ninguna duda, pero
de todo corazón para que ellos puedan desarrollarse del alma, necesitan adultos
más claros en lo importante y en lo accesorio de la vida. Más definidos en los
conceptos de autoridad y, por supuesto, más presentes en las cosas del alma.
Ser adolescente es una etapa más de nuestra existencia y, como cada una de
ellas, tiene desafíos y promesas maravillosas. Creo que debemos quitarle el
dramatismo que le vemos, porque en honor a la verdad lo dramático no está en
ellos, sino en el mundo que los adultos no les hemos sabido regular y
entregar de buena forma.
Pilar Sordo.