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La música primigenia Sergio Aschero

En las culturas aborígenes, el canto chamánico y la ejecución de


instrumentos musicales son de orden prioritario para la comunicación con
los espíritus auxiliares o dañinos. También son necesarios en los viajes
extáticos para alcanzar los más sorprendentes y representativos niveles de
exaltación poética y metafórica.
En este sentido, es el espacio, en el cual se difunden los sonidos, el
concepto que adquiere una isotopía jerárquica preponderante ya que ese
espacio, como hemos dicho, es el mismo que ocupan los espíritus, los
dioses, los semidioses y los héroes culturales.
El chamán asciende en la realización de diversos ritos y ceremonias. Tiene
la convicción de que en esa elevación de su espíritu, en conjunción con la
elevación de los sonidos, encontrará el espíritu poderoso que se
trasmutará con su música y con su bebida, sea chicha o cualquier otro
estimulante. Sabe que ese espíritu lo guiará en la búsqueda y obtención
del logro que persigue o en el encuentro con el espíritu del bien o ante
el enfrentamiento con el espíritu del mal.
Ésta es la imagen que de una u otra manera establece una considerable
relación entre la elevación y las caídas en abismos insondables o en la
gravitación del cuerpo o en la potencialidad para realizar los viajes
catabáticos a través de las diferentes capas de la tierra.
Ese vuelo mágico del chamán, aunado a los sonidos del canto y a la
ejecución de algunos instrumentos, es, por sus propias
características, una "metáfora axiomática". Es evidente desde el
punto de vista chamánico, pero indescriptible desde la lógica
racionalizada.
Sólo la explicación chamánica es la única capaz de describirlo y la
investigación sobre terreno, la única experiencia capaz de
percibirlo e, inclusive, sentirlo.
La acción chamánica no sólo se lanza hacia lo conocido, sino también hacia
lo desconocido. Por tanto, reafirmamos: nada lo explica, no es un axioma ni
una ley desde el punto de vista de las ciencias, es más bien un
comprensión del mundo en el cual las estructuras están ausentes y nada
obedece a una lógica, sino más bien a las ilogicidades, y no obstante
funciona. Es, desde su punto de vista, la concreción de un mito y la
realización de múltiples metáforas. Su propia descripción lo explica todo.
El vuelo mágico y la elevación de los sonidos del canto o de los
instrumentos musicales representan la trascendencia que sobrepasa las
limitaciones del hombre; por este convencimiento, el vuelo mágico, la
música y el éxtasis chamánico son absolutamente indispensables en todo
acercamiento a la concepción cosmogónica del cuerpo en las culturas
aborígenes.
Los chamanes explican que tanto los espíritus auxiliares como los
adversos, así como los dioses y semidioses, gustan de escuchar el canto y
los sonidos de los instrumentos musicales. También aman las bebidas
embriagantes e inclusive, estando ebrios, se enamoran de los seres
humanos. Esta coyuntura es favorable para la práctica chamánica que desee
establecer los mejores contactos con los espíritus.
Para la concepción chamánica, la primera necesidad es dominar el sonido;
una vez logrado este principio, se llega al vuelo, o a los viajes y se
dominan los elementos principales como el fuego, el aire y el agua. Cada
uno de estos elementos, como bien los definía Paracelso, tienen la
condición virtual de sus oposiciones: el fuego calienta, asa y quema. Es
decir, el fuego da vida pero también destruye. El elemento agua es vida,
quita la sed, pero también ahoga. El elemento aire es vida, pero también
es destrucción si se sobrepasa de poderes.
Frente a esos tres elementos de potencialidad creativa y destructora a la
vez, el canto chamánico y la ejecución de los instrumentos musicales
adecuados son los mediadores para convertir todas sus acciones en
positividad. De esta manera, el canto chamánico se acerca a los espíritus
de la vida, convence a los espíritus de la destrucción y apacigua y
reorienta a los espíritus eternos para que realicen acciones creativas.
Con todo, el elemento aire es el que hasta ahora ostenta la jerarquía
primordial y de poder virtual y, por tanto, el sonido es el elemento
físico de significación preponderante en toda comunicación chamánica.
Los sonajeros o maracas,
idiófonos de sacudimiento, son asociados al cosmos. El chamán que
posee una maraca y sabe ejecutarla y conoce sus senderos, es
poseedor del mundo. Lo mismo ocurre con el kultrún mapuche. Para un
machi, poseer un kultrún en su mano izquierda y ejecutarlo es poder
dominar el mundo; en ese timbal semiesférico está la representación
del mundo y su sonido es la voz del machi que se eleva para
tramontar todas las sendas y llegar a Wenu Mapu, la tierra eterna de
lo infinito.
La misma concepción mapuche y un instrumento similar es aún empleado
por los chamanes altaicos de Siberia, donde posiblemente se
encuentran los rasgos más antiguos de nuestras prácticas chamánicas,
y también en aborígenes norteamericanos y canadienses de esta
centuria.
Las flautas, los silbatos y las cañas sonoras como ya hemos
explicado, están asociados a la procreación, al nacimiento y a los
viajes del espíritu a través del cuerpo del ser humano y a través de
las capas de las tierra. Con sus sonidos se percibe el mágico
nacimiento del mundo y de la vida.
El arco musical monocorde, universalmente conocido, que utiliza la boca
como caja de resonancia, es otro instrumento de comunicación con los
espíritus. Los espíritus buenos y adversos no se resisten ante tales
sonidos y acuden de manera inmediata. El arco musical está asociado al
arco iris tanto en las culturas aborígenes mesoamericanas, como entre los
shuaras de la selva ecuatorial. Esta asociación con el arco iris
representa los caminos que ostentan los poderes del bien y del mal,
necesarios en toda relación chamánica. Este arco también extiende su
asociación a la serpiente cascabel, que representa la virtud y la
prudencia y es aliada del chamán en las curas sobre mordeduras de
serpientes venenosas.
El turu-turu es un mirlitón de los mískitos de Honduras que está compuesto
por una pequeña caña y una membrana de ala de murciélago (sakanki watla).
Este instrumento, introducido en la boca del chamán especialista, sirve
para comunicarse con los espíritus de los muertos que están ya lejanos. La
caña, en este caso, representa el espíritu de los perros primigenios y el
ala de murciélago sirve para ayudar al chamán a viajar por el mundo de las
tinieblas.
También, entre los piaroas de Venezuela, existe otro instrumento de
utilización chamánica para comunicarse con los espíritus de los
muertos. Se llama wora; está conformado de una olla de barro que
posee tres agujeros que cumplen función acústica. En ella se soplan
dos cañas. Su sonido lúgubre produce el traslado del chamán al
interior de las rocas, lugares donde moran sus antepasados.
También existen muchísimas otras flautas y silbatos, así como
ocarinas elaboradas de cañas, huesos, cráneos de jaguares, venados,
monos, etc., y también instrumentos que se ejecutan por frotación,
como los elaborados con caparazones de tortuga, que también usaban
los mayas (el ayotl); también se usan trompetas de cuerno de ganado
para adquirir su fuerza y flautas y ocarinas de barro, etc. Todos
ellos son instrumentos auxiliares dentro de la práctica chamánica,
terapéutica, ritual o festiva.
Largo podría ser el inventario y mucha la variedad de instrumentos
musicales asociados a sonidos o a características especiales que según su
uso y similitud producen efectos ligados a los diversos fenómenos de la
naturaleza: tambores de madera para atraer la lluvia como el tunduy shuara
o los suaves sonidos del trompe mapuche o guajiro. Por sus características
muy individuales, esos sonidos se dirigen al alma humana y por tanto,
atraen a los espíritus del amor, etcétera.
Todos estos instrumentos y todos los secretos de su creación, asociado a
los sonidos que emiten, tienen sus raíces en los orígenes del mundo y está
muy emparentados con los hombres primordiales de los albores del universo
Como vemos, en la música ceremonial y en el canto chamánico conjugan
además, danza y ritual, mito y poesía, estableciéndose una verdadera
comunicación estrecha y significativa. Y algo que es muy importante e la
relación del hombre con el mundo de los espíritus es que el texto del
canto por ejemplo, no es eficaz si es pronunciado en forma normal. Este
texto de ser cantado, es decir, "entonado" y, en algunos casos, se
complementa con el uso o la ejecución de instrumentos de significación
chamánica.
Por tal razón, la gama musical, instrumental, o entonada a viva voz, con
acompañamientos rítmicos, es parte imprescindible de la eficacia simbólica
ya que hace recorrer caminos míticos al cuerpo sometido a tratamiento o
ritualización. Por otro lado, los textos chamánicos son, en muchos de los
casos, poemas metafóricos que hacen concreción la propia noesis del
chamán; que canta. Dichos textos están conformados por frases poéticas que
funden sonido y sentido en una especie de migración constante, en la cual,
cada frase, aunque se desvanezca en el espacio, va a ubicarse exactamente
en el sitio preciso donde debe causar un efecto ritual, mágico y
chamánico.
Cada texto chamánico y los sonidos que lo acompañan conforman una
totalidad indisociable y cualquier conmutación que se realice en esa
especie de fórmula mágica, va a producir una alteración o una nueva
significación en el proceso ritual. Además es intraducible de manera
literal. Sólo es comprendido dentro de la gran red de significaciones que
conforman la estructura profunda del canto chamánico. Más allá de ese
universo sólo puede encontrarse el insondable silencio o un incomprensible
sonido fuera de toda significación.
La música y el canto trascienden el lenguaje hablado. Esta unión fue
estructurada por sus cultores in illo tempore. Fue creación de dioses,
semidioses y espíritus tutelares. Por eso los chamanes son los
representantes de los sabios de tiempos primordiales.
Los chamanes explican que los grandes sabios y los dioses, semidioses o
héroes culturales fueron hombres como ellos, utilizaron su cuerpo. Eran
grandes danzantes, bebedores de inmundicia y se levantaron de allí para
convertirse en dioses. No eran dioses sacrificiales. Eran hombres como los
actuales chamanes, sus representantes. Fueron creadores de instrumentos
musicales y por eso sus espíritus viven ahora en las raíces más profundas
de los elementos que producen sonidos de la naturaleza y en algunos entes,
en los que han ocultado su sonido, como el caso de tortugas, armadillos,
piedras y montañas. Eran señores festivos e investidos de musicalidad y de
sacralidad.
Por todo lo anterior podemos asumir que en el cuerpo humano, el canto
chamánico cumple un papel primordial y convierte en significativa toda la
gama de sonidos que es capaz de producir el hombre en su comunicación con
la naturaleza. Palabra chamánica y sonido establecen la combinación más
perfecta para llegar a todos los lugares geográficos y a todos los puntos
cardinales, tanto del microcosmos corporal como del cosmos en el cual el
hombre se desenvuelve.
En los chamanismos más centrales, a un verdadero chamán no se le permite
cortar una semilla, un fruto, una hoja, una rama o extraer la corteza de
un árbol, o recoger agua, o piedras, o tierra, etc., si no lo hiciera con
significación chamánica, si no canta los versos correspondientes, si no
ritualiza el lugar o si no aplica las fórmulas adecuadas. Si lo hace,
sería realizarlo en forma compulsiva y significaría arrancárselo a su
propio cuerpo. Cada chamán tiene la facultad de conocer los secretos del
origen y, por tanto, es dueño también de la palabra chamánica pletórica de
poderes virtuales. También es dueño del canto, del poema y del mito, de la
música y del misterio. Es un ser que se manifiesta en su condición de
inagotable porque es parte importante de la propia naturaleza.
En esta concepción vemos que el ente, en la relación chamánica,
pertenece simultáneamente a dos mundos.
El chamán mískito afirma: "Yo soy dos cuerpos". Es decir, pertenece
indudablemente al mundo de la naturaleza; aquí se produce un nexo
sensible entre su cuerpo, el mundo de los instrumentos musicales,
los alucinógenos y la parafernalia chamánica; pero también pertenece
al mundo de las connotaciones sagradas que se establecen a través de
las múltiples hierofanías que evidencian el poder de los elementos
en un mundo no perceptible de manera directa, sino a través del
establecimiento de la comunicación chamánica.
Este ente existe no sólo en la razón, en lo verdadero, en lo
racionalizado; está también ubicado en el mundo que es asumido por la
mente racional, como perteneciente a lo irreal. De esta manera, se ubica
en los espacios de lo numinoso porque ostenta los valores de lo impuro que
aterra y de lo poderoso que fascina, posiciones polares que son propias de
la naturaleza. Por lo tanto, desde el ámbito del ente se revé el difícil
problema de la alteridad que se opone a la reducción de lo otro y no
obstante se pertenecen mutuamente.
Desde la compresión chamánica se piensa en lo otro, en lo diferente, en lo
desconocido de la naturaleza, y esta concepción viene a conformar en
última instancia, la otra razón, es decir, el otro modo de pensar: el de
la propia naturaleza. Este entendimiento es el lugar de escape de una
lógica identificativa pero que involucra a ambas cualidades sensibles, la
del ser humano y la que pertenece a la naturaleza.
Mantener esta distancia es sano porque se permite ahondar en diversos
planteamientos desde horizontes de interpretación hermenéutica etnográfica
para los mismos cultores.
La comunicación más válida, la más intensa, la que produce un verdadero
encuentro es siempre una comunicación en la cual el yo y lo otro son
diferentes aunque estén relacionados. Así, la acción chamánica
comunicativa, el acto ritual-ceremonial y el canto chamánico son eficaces
si se cumplen las condiciones para la posibilidad de una comunicación
mental densa dentro de la cual ni siquiera se responde a lo volitivo. En
este caso, es la naturaleza la que impera y la que impone sus modelos, que
se cumplen en una especie de acuerdo tácito dentro del ámbito de lo
metafísico.
En el éxtasis, el chamán pierde la voluntad y el peso real de su cuerpo, y
una vez libre de ataduras corpóreas, es conducido por una legión de
espíritus poderosos para enfrentarse a los espíritus adversos y en esta
difícil situación, el chamán con su canto, sus instrumentos y su
parafernalia, conforman todos ellos la energía más solidaria de procesos
sagrados que resguardan sus universos de comunicación y simbolización.
Por las razones expuestas y otras, ni siquiera esbozadas, y millares de
otras que faltaría investigar en ese difícil pero fascinante mundo de la
concepción chamánica, consideramos por lo menos a priori, que la música,
el mito, el rito, la literatura aborigen, el canto chamánico y tantas
otras manifestaciones culturales de los grupos étnicos de América aborigen
constituyen un principio inagotable para el entendimiento del hombre a
niveles más generales y, sobre todo, si se analizan los procesos de la
desacralización a los cuales ha sido sometido el ser humano por los afanes
de la homogeneización de la cultura económica dominante, que impone
símbolos descaracterizantes, vergonzantes y falsos sin tener ningún
respeto por la diversidad cultural.
Con todo, aún no se han eliminado de manera radical los universos
polisémicos de las cosmogonías aborígenes. Ese mundo simbólico jamás podrá
agotarse y mientras haya vida para que pervivan por lo menos los elementos
residuales de las culturas aborígenes, si esos elementos residuales están
bien cimentados, permitirán siempre la reconstrucción de mundos
maravillosos para la creatividad humana y nosotros, los foráneos, aunque
impongamos nuestra pretendida cientificidad, no podremos opacar las
diversas y ricas cosmogonías aborígenes de América que aún viven, las que
aún reclaman respeto. Y sus concepciones cosmogónicas serán las que nos
seguirán brindando las razones más aproximadas a la auténtica verdad del
hombre mientras se respete dentro de su cosmovisión su particular y
auténtico modo de pensar, porque aún llegando ya a principios del siglo XXI,
nosotros sabemos que no hay verdades eternas e inmutables y que,
comprendiendo o por lo menos respetando las culturas aborígenes, en alguna
medida seguimos siendo humanos.

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