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estimable ya, la moneda nacional, Ante el peligro que ello podía
representar en su futuro, cuya cercanía nade podía precisar, aquella
mañana del dos de mayo, el comercio y la industria locales, sin previo
aviso al público, se negaron a aceptar en sus transacciones normales,
las monedas de cobre extranjeras, que el público había dado en llamar
“perras de barba”, porque las que mas abundaban eran las italianas
con la efigie de Víctor Manuel.
Cuando al despuntar el alba, la vida empezó a
cobrar el calor de la actividad diaria en la gran
mayoría de los hogares linenses, y se inició el
desfile hacia el Peñón, en el tibio amanecer de la
primavera mediterránea, de los que allá tenían
sus habituales ocupaciones, nuestras modestas
amas de casa se dedicaban como de costumbre a
preparar los desayunos para los hijos que,
momentos después, abandonarían el hogar para
cumplir sus deberes escolares; nada hacía
presagiar el conflicto que solo unas horas mas tarde estallaría en las
proximidades del mercado y se extendería por buena parte de la ciudad.
Conflicto que no solo entrañaba la respuesta a una injusticia originada
en la reprobable conducta de quienes movidos por un desorbitado afán
de lucro, planearon y llevaron a la práctica el sucio “negocio”, sino que
creaba a la inmensa mayoría de nuestras madres el grave problema de
no poder adquirir lo indispensable para el “puchero” del día, ya que la
casi totalidad de las monedas con que se disponía a comprar sus
alimentos, se le rechazaba en todos los comercios de la ciudad y
puestos del mercado.
Porque así sucedió. El comercio, implacablemente, sin titubeos, se negó
a aceptar las “perras de barba”. Los compradores, en su gran mayoría
mujeres, fueron, de este modo, tomados por sorpresa. Tras esta
sobrevino el asombro, e inmediatamente la confusión y, al fin, la justa
protesta y la explosión del conflicto.
La indignación popular se manifestó violenta, casi incontenible, contra
los negocios -una casa de banca y uno de los mejores almacenes de
comestibles y alpargatería- que poseían en la calle de la Aurora, esquina
con la del Ángel, la razón social “Pérez Hermanos”, a cuyo propietario
hacían responsable de la introducción fraudulenta, con intenciones
especulativas, en el comercio local, de las piezas de cobre que se
rechazaban en aquellos momentos.
La fuerza pública acudió con rapidez a los lugares neurálgicos,
impidiendo con su presencia que las multitudes defraudadas, se
lanzaran a acciones que, en su desenfreno, pudiesen dar lugar a
sucesos trágicos por sus consecuencias sangrientas.
Al apaciguamiento de la gente, contribuyó en gran medida, la rápida
acción de las autoridades y de algunos destacados personajes de las
llamadas fuerzas vivan quienes, con la promesa de dar una satisfactoria
solución al conflicto, con la urgencia que el caso demandaba, lograron
calmar los ánimos y hacer que la población recobrase la serenidad,
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aunque en una expectativa tensa, siempre inquietante, en tanto llegaba
la solución prometida.
Con la rapidez impuesta por los acontecimientos, se reunieron
autoridades y fuerzas vivas, llegándose pronto al acuerdo de abrir una
suscripción a la que, de inmediato, aportaron fondos el Ayuntamiento,
los comerciantes, industriales y propietarios, así como aquellos
organismos y vecinos con posibilidades económicas. La suscripción
alcanzó enseguida una cantidad apreciable que permitió ponerse a la
tarea de cumplir el compromiso contraído con el pueblo, para resolver
en la medida de lo posible el conflicto y sus consecuencias económicas
en los hogares obreros.
Efectivamente; en las primeras horas de la tarde, numerosas
comisiones recorrieron la ciudad, casa por casa, cambiando las “perras
de barba”, a la par, por monedas españolas, aunque solo en la cantidad
que como tope máximo, se había acordado previamente.
Así quedó resuelto el conflicto. Durante muchos años se conservaron en
las arcas municipales, cincuenta mil de las monedas retiradas de la
circulación aquel día.
Los beneficiarios del “negocio”, quedaron, como siempre, en el
anonimato. Aparte de los “Pérez Hermanos”, fue también involucrado en
este asunto, por el decir popular, un portugués, dueño de una tiendo de
loza, que estuvo establecido muchos años en la calle del Sol,
precisamente frente a la del Teatro.
Pero, insisto, la verdad jamás se supo; quedó como tantos otros hechos,
envuelto en el espero velo del misterio.