Você está na página 1de 27

BLOQUE I

Contexto histórico y ubicación de la obra


Platón desarrolla su pensamiento filosófico en la Grecia clásica, concretamente en Atenas.
Son acontecimientos que enmarcan su pensamiento las Guerras del Peloponeso, el gobierno
de los Treinta Tiranos y la Liga de Delfos entre otros. Recibió una educación esmerada en el seno
de una familia aristocrática. Se formó en música. aritmética y poesía de la mano de maestros
insignes como Sócrates y Arquitas.
El fragmento que nos ocupa pertenece a la época de madurez del autor, correspondiente al
periodo que va desde la fundación de la Academia hasta su segundo viaje a Italia. En
dicha época, además de La República, escribió otros diálogos muy importantes, como El
Banquete o Fedón.
GUÍA DE LECTURA
En los capítulos I y II de este bloque, Platón expone el conocido mito de la caverna;
en el capítulo III nos ofrece además las claves interpretativas para su comprensión.
Como indica al comienzo del capítulo I, la alegoría de la caverna pretende poner de
manifiesto "el estado en que, con respecto a la educación o falta de ella, se halla
nuestra naturaleza" (5 14-a), es decir, el estado en que se halla la mayoría de los
hombres con relación al conocimiento de la verdad o a la ignorancia. Así, los
prisioneros representan a la mayoría de la humanidad, esclava y prisionera de su
ignorancia e inconsciente de ella, aferrada a las costumbres, opiniones, prejuicios y
falsas creencias de siempre. Estos prisioneros, al igual que la mayoría de los hombres,
creen que saben y se sienten felices en su ignorancia, pero viven en el error, y toman
por real y verdadero lo que no son sino simples sombras de objetos fabricados y ecos
de voces (515 a-c).
Este aspecto del mito sirve a Platón para ejemplificar, mediante un lenguaje plagado de
metáforas, la distinción entre mundo sensible y mundo inteligible (dualismo
ontológico), y la distinción entre opinión y conocimiento científico (dualismo
epistemológico). La función principal del mito es, no obstante, exponer el proceso que
debe seguir la educación del filósofo gobernante, tema central del "Libro VII". Este
proceso está representado por el recorrido del prisionero liberado desde el interior de la
caverna hasta el mundo exterior, y culmina con la visión del sol (515 d - 516 c). El mito
da a entender que la educación es un proceso largo y costoso, plagado de obstáculos y,
por tanto, no accesible a cualquiera. El prisionero liberado debe abandonar poco a poco
sus viejas y falsas creencias, los prejuicios ligados a la costumbre; debe romper con su
anterior vida, cómoda y confortable, pero basada en el engaño; ha de superar miedos y
dificultades para ser capaz de comprender la nueva realidad que tiene ante sus ojos, más
verdadera y auténtica que la anterior. De ahí que el prisionero deba ser "obligado",
"forzado", "arrastrado", por una "áspera y escarpada subida", y acostumbrarse poco a
poco a la luz de fuera, hasta alcanzar el conocimiento de lo auténticamente real, lo
eterno, inmaterial e inmutable: las Ideas. Pero no acaba aquí la tarea del filósofo: una
vez formado en el conocimiento de la verdad, deberá "descender nuevamente a la
caverna" y, aunque al principio se muestre torpe y necesite también un período de
adaptación (516 e), deberá ocuparse de los asuntos humanos, los propios del mundo
sensible (la política, la organización del Estado, los tribunales de justicia, etc.).
Es muy importante que relaciones este mito con tus conocimientos generales sobre
la filosofía de Platón, en especial con la Teoría de las Ideas, la distinción entre
conocimiento y opinión, etc., y que pongas especial atención en interpretar
correctamente las abundantes metáforas del mito (la "visión", "las cadenas", las
"cosas del interior", "las cosas de arriba", "el sol", etc.) traduciéndolas a los
conceptos de la filosofía platónica.
LECTURA CAP. I
-Y a continuación -seguí- compara con la siguiente escena el estado en que, con
respecto a la educación o a la falta de ella, se halla nuestra naturaleza. Imagina una
especie de cavernosa vivienda subterránea provista de una larga entrada, abierta a la luz,
que se extiende a lo ancho de toda la caverna, y unos hombres que están en ella desde
niños, atados por las piernas y el cuello, de modo que tengan que estarse quietos y
mirar únicamente hacia adelante, pues las ligaduras les impiden volver la cabeza; detrás
de ellos, la luz de un fuego que arde algo lejos y en plano superior, y entre el fuego y
los encadenados, un camino situado en alto; y a lo largo del camino suponte que ha sido
construido un tabiquillo parecido a las mamparas que se alzan entre los titiriteros y el
público, por encima de las cuales exhiben aquéllos sus maravillas.

-Ya lo veo -dijo.


-Pues bien, contempla ahora, a lo largo de esa paredilla, unos hombres que
transportan toda clase de objetos, cuya altura sobrepasa la de la pared, y estatuas de
hombres o animales hechas de piedra y de madera y de toda clase de materias; entre
estos portadores habrá, como es natural, unos que vayan hablando y otros que estén
callados.

-¡Qué extraña escena describes -dijo- y qué extraños prisioneros!


-Iguales que nosotros -dije-, porque, en primer lugar, ¿crees que los que están así
han visto otra cosa de sí mismos o de sus compañeros sino las sombras proyectadas
por el fuego sobre la parte de la caverna que está frente a ellos?.

(Los encadenados representan a la mayoría de la humanidad, prisionera de su ignorancia,


de la costumbre y de los prejuicios de siempre)
-¿Cómo -dijo-, si durante toda su vida han sido obligados a mantener inmóviles
las cabezas?
-¿Y de los objetos transportados? ¿No habrán visto lo mismo?
-¿Qué otra cosa van a ver?
-Y si pudieran hablar los unos con los otros, ¿no piensas que creerían estar
refiriéndose a aquellas sombras que veían pasar ante ellos?
-Forzosamente.
-¿Y si la prisión tuviese un eco que viniera de la parte de enfrente? ¿Piensas que, cada
vez que hablara alguno de los que pasaban, creerían ellos que lo que hablaba era otra
cosa sino la sombra que veían pasar?
-No, ¡por Zeus! -dijo.
-Entonces no hay duda -dije yo- de que los tales no tendrán por real ninguna otra
cosa más que las sombras de los objetos fabricados.
-Es enteramente forzoso -dijo.
-Examina, pues -dije-, qué pasaría si fueran liberados de sus cadenas y curados
de su ignorancia y si, conforme a naturaleza, les ocurriera lo siguiente: cuando uno
de ellos fuera desatado y obligado a levantarse súbitamente y a volver el cuello y a
andar y a mirar a la luz, y cuando, al hacer todo esto, sintiera dolor y, por causa de
las chiribitas, no fuera capaz de ver aquellos objetos cuyas sombras veía_ antes, ¿qué
crees que contestaría si le dijera alguien que antes no veía más que sombras inanes
(sin contenido) y que es ahora cuando, hallándose más cerca de la realidad y vuelto de
cara a objetos más reales (alusión a diferentes grados de realidad, en correspondencia a
diferentes grados de conocimiento o de verdad: cuanto “más real” y auténtico es un
objeto, más claro y verdadero es el conocimiento que podemos tener de él), y goza de
una visión más verdadera, y si fuera mostrándole los objetos que pasan y obligándole a
contestar a sus preguntas acerca de qué es cada uno de ellos?. ¿No crees que estaría
perplejo y que lo que antes había contemplado le parecería más verdadero que lo que
entonces se le mostraba?.
COMENTADO EN CLASE
PRIMER ESTADIO DE REALIDAD: LAS SOMBRAS
Según el simbolismo platónico, podríamos pensar que los hombres nacen encadenados a
determinados esquemas propios de la época en que viven y desde los que contemplan su
vida. Esta interpretación plantea un problema de extraordinaria modernidad. Como si el
pensamiento, lo que verdaderamente somos, dependiese de algo que está fuera de
nosotros mismos y que nos condiciona y determina.
Para los prisioneros de la caverna, el mundo es lo que ven. La verdadera realidad está,
sin embargo, en otra parte. Al menos, es lo que nos hace creer el narrador del mito. Los
condenados a ver lo que otros les muestran sólo conocen el mundo por su apariencia.
Una apariencia sin sustancia, sin cuerpo y reflejada en la sombra (sombras inanes).
En ese primer estadio, los hombres sólo ven imágenes; pero oyen también las palabras,
las que ellos se dicen y las que vienen de las conversaciones detrás de la pared por
donde pasan quienes transportan los objetos. Seguramente, personajes parecidos a éstos
tendrán la misión de atizar el fuego para que no se acabe el tinglado de la engañadora
iluminación y de las engañosas sombras. Sí traspasamos esta frontera del mito y de su
simbolismo, podemos pensar que aquí se habla de conocimiento y de saber. Los
encadenados son todos los seres humanos, sujetos a lo que sus sentidos filtran del
mundo. Estamos, pues, atados a un momento del mundo y de la historia. Lo que vemos
es lo que nuestro presente nos deja ver. Y eso que se nos deja ver, con independencia de
las naturales limitaciones de nuestros sentidos, es, en buena parte, lo que el lenguaje en
el que nacemos y las instituciones —familia, escuelas, centros docentes, etc.— nos
enseñan. Ésa es, en cierto sentido, nuestra caverna. Una caverna que, en principio, no
tiene que ser algo negativo, porque es el mundo en el que, queramos o no, nos
encontramos.
La lengua que hablamos es un poco como las sombras de nuestra caverna personal
desde la que vemos el mundo. Lo que sabemos y lo que podamos saber arranca del
reflejo que es esa lengua en la que hemos nacido. Pero, al mismo tiempo, hay en
nuestros días, por el desarrollo de los medíos de comunicación, una forma de
experiencia que no tuvieron los hombres de otras épocas no muy lejanas. A través del
cine y, sobre todo, de la televisión, los hombres de nuestro tiempo pueden «ver» lo que
jamás pudieron imaginar las generaciones que nos precedieron.
Todavía no hace muchos años, nuestros ojos para ver tenían que mirar a donde les
llevara nuestro cuerpo. Era un ver inmediato, natural, humano. Veíamos el mundo real;
el mundo de las cosas. Pero hoy podemos ver, sin tener que estar allí donde vemos. La
televisión nos hace ver, muchas veces, imágenes sin sustento en lo real, y sin que
nuestro cuerpo tenga que moverse de donde está para percibir « visiones» . Una forma
más refinada, y si no somos conscientes de su refinamiento, más insidiosa y cavernosa.
Es cierto, pues, que ya el lenguaje y el tiempo en que vivimos son una limitación;
constituyen, en parte, una caverna. Pero una caverna de la que, aunque no podamos
suprimirla, sí podemos escapar. Esa escapada es el proceso de conocimiento, la larga
marcha de la curiosidad y el asombro que está puesto en la misma naturaleza humana
como origen del progreso y del saber. Pero el reto que plantea la huida de la caverna se
presenta también en nuestros días ante lo que, siendo un prodigioso invento, producto
de la inteligencia y la creatividad, puede, a veces, convertirse en una caverna artificial
dentro de la natural e indestructible caverna de nuestro mundo y de nuestra época.
LA LIBERACIÓN DEL PRISIONERO
Pero el mito describe, además, un segundo estadio. En él se nos presenta la vida como
un proceso de liberación y un camino que hay que andar en una dirección. Al final de
ese recorrido se halla la salida y en ella aparece otro mundo —cosas reales, luz, aire—
distinto de las simples «visiones» de imágenes y sombras a las que el prisionero estaba
acostumbrado. El mito platónico marca un sendero desde la tiniebla a la luz, e índica, al
mismo tiempo, que el camino está ahí para recorrerlo. Entre tantas enseñanzas de estas
páginas platónicas se encuentra la de que el saber es siempre progreso, camino. (Tal vez
por eso el término método quiere decir camino por recorrer.)
Todo conocer parece surgir de esa sombra inicial y su meta es, tras el recorrido de
nuestros pasos «mentales», la inteligencia de la realidad, y la luz que nos lleva a
descubrir el mundo, investigarlo y, en definitiva, hacerlo nuestro, convertirlo en nuestro
lenguaje y, por supuesto, poderlo comunicar.
Pero hay un tercer acto en la «comedía» platónica. El prisionero que haya podido
liberarse de sus ataduras y contemple, al fin, lo que hay al otro lado de la caverna, no se
detiene en el gozo que, sin duda, le ofrece la realidad y la luz con la que ve la verdad. Se
levanta en él un sentimiento de solidaridad con los pobres encadenados que siguen en el
fondo, y ese sentimiento le impulsa a comunicar a los antiguos compañeros su
sorprendente descubrimiento. Un componente moral, una actitud de solidaridad parece
encontrarse en todo proceso de conocimiento. El saber no es saber sí no se comunica,
sí no se enseña, sí no sirve para sentir en él la necesidad de compartir y educar.
El mito platónico deja, sin embargo, un sabor pesimista. Los prisioneros, felices entre
sus sombras, no quieren escapar de sus cadenas. Están cómodos allí, al abrigo de la
costumbre, y se ríen de quien les habla de otro mundo verdadero y real; le toman por
loco y sí le pudieran echar mano acabarían por matarlo. Sin embargo, entre esos dos
mundos, el de la caverna y el de la luz, el de la libertad y el de la prisión, hay una
frontera que representa el movimiento del primer liberado y su necesidad de liberar a los
demás. Y esto nos lleva a otro de los grandes problemas del platonismo: la educación.

OTROS COMENTARIOS REALIZADOS EN CLASE


El mito de la caverna (libro VII de La República) es una alegoría que pretende
representar simbólicamente la estructura de la realidad: los hombres que
viven en este mundo son como prisioneros que nunca han visto la luz del Sol
y que se hallan encadenados de pies y manos en el fondo de una gran
caverna, de espaldas a la única abertura que comunica con el exterior, Dentro
de la caverna y detrás de ellos arde una hoguera de la que les separa un
muro, a lo largo del cual van pasando hombres portadores de figuras de cosas
y animales. Los prisioneros solamente pueden escuchar sus voces y contemplar
las sombras que se proyectan sobre el fondo de la pared que tienen ante ellos.
En este estado permanecen hasta que uno de ellos se libera de sus cadenas y
sale de la cueva para contemplar la luz del Sol y las cosas reales.
Este mito puede interpretarse desde una perspectiva ontológica. Platón
estructura la realidad en dos partes: el mundo sensible, el interior de la caverna
«vivienda-prisión» y el mundo de las Ideas. la «región revelada».
El autor comienza refiriéndose a la ascensión del alma al «mundo de arriba», es
decir, a la ascensión dialéctica desde el mundo sensible al Mundo Inteligible,
que debe ser llevada a cabo por el alma humana. Platón considera al hombre
como un compuesto de cuerpo y alma. El cuerpo pertenece al mundo sensible.
es material y perecedero. El alma pertenece al Mundo de las Ideas, es de
naturaleza espiritual e inmortal. La unión de cuerpo y alma es accidental y
transitoria. En este sentido, la teoría de Platón se puede considerar opuesta a
la que luego desarrollaría Aristóteles, en la que afirmaría que el cuerpo y el
alma están sustancialmente unidos, como la cara y la cruz de una misma
moneda.
La aspiración del alma es, según Platón, separarse del cuerpo y ascender al
Mundo de las Ideas. Este aspecto de la teoría platónica es una herencia directa
de la doctrina pitagórica de la transmigración de las almas, y de su maestro
Sócrates, ardiente defensor de la inmortalidad del alma.
El mundo ideal es simbolizado en el fragmento por los objetos que están en el
exterior de la caverna, así como por las sombras que éstos proyectan. Las
Ideas son definidas por el filósofo ateniense como entes metafísicos que
encierran el verdadero valor de las cosas. Las Ideas son los modelos
ejemplares de las cosas, son únicas, inalterables, eternas. sólo captables por la
inteligencia, son, en una palabra, la realidad misma se puede decir que poseen las
características del Ser de Parménides. Por el contrario, las cosas del mundo sensible
son cambiantes y captables por los sentidos. La relación entre ambos mundos es la de
la imitación o la participación, es decir. las cosas del mundo sensible imitan a las
ideas, participan de su perfección, pues las Ideas son las causas ejemplares o modelos
de las cosas que habitan el mundo sensible.
Pero el ascenso hacia el Mundo Inteligible tiene un segundo momento en el cual el
alma debe ascender de idea en Idea hasta llegar a la cima. Tal y como se nos explica en
el texto, el Mundo de las Ideas está jerárquicamente organizado y en la cúspide se en-
cuentra la Idea de Bien: «en el mundo inteligible lo último que se percibe, y con
trabajo es la idea del bien». El bien es identificado por Platón con la verdad v la
belleza. «es la causa de todo lo recto y lo bello que hay en todas las cosas». Es
la suprema realidad. gracias a la cual existen v son verdaderas las cosas del mundo
sensible. Así pues. todos los seres poseerán realidad en tanto que participan de la
Idea de Bien.
Cabe también comparar el texto con el símil de la línea que aparece en libro VI de La
República. Si se proyectan sobre una recta. cada uno de los sectores en que se divide la
caverna v su exterior se corresponderían con la representación de los distintos grados
del ser. Desde el fondo de la caverna hasta el Sol, aparecería una gradación continua
que iría desde la pura oscuridad del fondo de la caverna, que representa la materia,
hasta la máxima luz representada por el Sol, y que simboliza la Idea de Bien. Esta línea
es una representación de la gran cadena del ser. El escalonamiento de los diversos
sectores de la caverna y salto» hasta el Sol muestra los grados del saber y de la realidad.
Así pues, para Platón. los grados del conocer se corresponden con los grados del ser de
forma que el puro conocimiento será el único capaz de captar la verdadera realidad
(las Ideas), mientras que el no-ser es absolutamente incognoscible. Existen. pues.
diversos grados de conocimiento:

Mundo Sensible Mundo Inteligible


Sombras Cosas Matemáticas Ideas
DOXA EPISTEME
La opinión, o doxa, fundamentada en la percepción de las cosas del mundo sensible, es
decir de las entidades corporales sometidas al devenir espaciotemporal. Es el grado
inferior de conocimiento. .A su vez, la opinión se divide en otros dos tipos:
• La imaginación o conjetura (eikasía,. que es el conocimiento que tenemos de las
cosas cuando percibimos sus sombras o sus reflejos.
• La creencia (pistis), que es el conocimiento que surge de la percepción directa
de las cosas.

La ciencia, o epistéme, es el conocimiento estricto. universal y necesario, cuyo objeto


son las Ideas del Mundo Inteligible, el único real, y al que se llega por medio de la
inteligencia. Platón divide también este conocimiento en otros dos:
• El pensamiento discursivo (dianoia).
• La inteligencia pura, el auténtico conocimiento (nóesis).

Así, a los objetos de la realidad puramente material le corresponderá un


conocimiento sólo aparente la opinión. Sin embargo. cuando el alma logra liberarse de las
cadenas del mundo sensible y elevarse al Mundo de las Ideas surge la posibilidad del
conocimiento verdadero y absoluto, es decir, de la ciencia auténtica.
Así pues. vemos que la calidad del conocimiento depende de la calidad del objeto
conocido, de ahí que. siendo la Idea de Bien la suprema realidad, su conocimiento
sea el conocimiento supremo, la suprema sabiduría. Asimismo, puesto que las cosas son
en tanto que participan de la Idea de Bien, también serán conocidas en función del grado
de participación, de manera que puede decirse que la Idea de Bien es también la
causa del conocimiento cierto de todas las cosas.
Por otra parte, sólo quien llega al conocimiento de la Idea de Bien puede ser sabio y
sólo el sabio puede obrar con sabiduría, es decir, sólo el sabio puede obrar bien. De
aquí se deduce que el ignorante que no sabe qué es el Bien nunca podrá obrar con sabi-
duría. por lo que los más adecuados para gobernar la polis son, sin duda, los filósofos.
pues son los únicos que, siendo capaces de elevarse hasta el conocimiento de la Idea de
Bien, podrán ser guiados por éste para ser gobernantes buenos y justos.
En su concepción de la realidad Platón es heredero de otros autores. El cambiante
mundo sensible es concebido de acuerdo con la idea de Heráclito de que toda la
realidad está sometida a un incesante cambio. Parménides le inspira cuando caracteriza a
las Ideas del Mundo Inteligible con las mismas características que el ser (inalterables,
perfectas...). Pitágoras, con su teoría de la transmigración de las almas, es un claro prece-
dente de la caracterización del alma como inmortal. concepción que también comparte
con Sócrates.

¿ES ANTINATURAL EL CONOCIMIENTO?

ACTIVIDAD: ¿Crees que los hombres tienden por naturaleza a la búsqueda de la


verdad o, por el contrario, a aferrarse a los prejuicios y a vivir en la ignorancia? Razona
tu respuesta.

Es un viejo problema de la filosofía el de si la vida teórica, a pesar del lugar supremo


que ha ocupado, desde las inolvidables descripciones de Aristóteles, no es, en el fondo,
un acto antinatural. O sea, si el peso de la physis, y de sus instintos enmarca y
constituye primordialmente a la existencia humana.
El hecho de que no baste la liberación del prisionero, sino que las etapas de esa
liberación estén determinadas por el esfuerzo y el dolor, parece referirse a la
antinaturalidad del conocimiento, a la no fluidez de la experiencia intelectual, en
oposición al perfecto engranaje que la naturaleza presenta. Sin embargo, la lucha por
vencer todo tipo de posible resistencia en el saber, ofrece el aliciente más intenso de la
vida, su logro más importante. Nadie puede rechazar este proyecto de liberación; ningún
hombre escapado ya de la propia caverna de su animalidad, en un nivel de evolución
histórica, puede negarse a la ascensión.
El problema, sin embargo, consiste en que el dolor y las dificultades no son de índole
individual o subjetivos. La salida de la caverna, de los marcos de la sensibilidad cerrada
en sí misma, tropieza no con la oposición de la naturaleza, sino, sobre todo, con la de la
sociedad. Tal vez, aleccionada la historia y los que la hacen, por la tendencia natural de
poder y dominio -hay abundantes testimonios teóricos sobre este hecho- se calca el
desarrollo humano sobre moldes de violencia y opresión. La interpretación de este acto
individual, y del pequeño dolor privado de unos ojos que no pueden acostumbrarse, de
pronto, a la paulatina luz, se enfrentan ante un medio mucho más complejo. Los
supuestos actos de los habitantes de la caverna están chocando o engarzándose,
continuamente, con los de los liberadores o los engañadores. El proceso subjetivo se
diluye en el cauce de la objetividad, o sea, en el ámbito de la historia, de sus tensiones y
luchas, de sus esperanzas y oprobios.
Una vez establecida la retícula social, por donde tiene que circular todo individuo, el
conocimiento y la vida intelectual son una incesante batalla que hay que reñir contra la
negatividad. La sociedad no deja fluir a los elementos que la componen, con la cálida
suavidad con que, normalmente, fluye la sangre por nuestras venas, o con la precisión
con que, sin saberlo, acomodamos la retina a la luz. La vida social, también como
nosotros mismos, es ciudadana de dos mundos, de la naturaleza y de la libertad. Pero
mientras en la individualidad, la naturaleza ha ido fraguándose lentamente con la
libertad, con una posible racionalidad, en la historia, en la vida colectiva, ha surgido una
nueva naturaleza social, un magma de presiones, falsedades, engaños e intereses, que
pasean sus objetos por encima del tabique que separa los dos mundos de la caverna.
Entre la naturaleza que somos y la racionalidad y libertad a que aspiramos, hay un tercer
mundo más poderoso, aunque no más real, que la mordiente utopía de la justicia y la
perfección, y más inconstante y feroz que el lógico discurrir de la vida. Y este es el
mundo humano. En él tiene que desarrollarse el aprendizaje y el progreso.

MÁS ACLARACIONES Y COMENTARIOS


Efectivamente, extraña es la escena que nos describe Platón, quizás el primer gran
filósofo occidental. Extraña pero no por ello ajena del todo a nosotros y a la condición humana:
con la lectura del "mito de la caverna" uno no puede menos que sospechar que las cosas en el
mundo real y actual no son como parecen y, sobre todo, no son como nos dicen que son. La
sospecha, el desasosiego y, espero, el valor se despiertan y despliegan en nosotros de
manera ineludible. El reto que nos propone Platón es claro: romper las cadenas que
ahogan la existencia humana y la convierten en miserable, para resurgir -liberados
camino de la dignidad.
¿Cómo puede ser esto? ¿Existen realmente la libertad y la dignidad o son
simplemente dos palabras vacías? Ése es el asunto que pretendemos resolver.
El prisionero y la difícil historia de la libertad

La caverna nos aparece como una cárcel. En ella no sólo hay ataduras que sujetan
a los prisioneros, sino que hay, además, oscuridad, privación de movimientos, privación
de luz. Un espacio cerrado para la vida, para el camino, incluso para la mirada y la
comprensión.
¿Somos nosotros esos prisioneros que aparecen en esta historia? Francamente no,
porque tenemos una ventaja respecto de ellos: nosotros, contemplando la escena, sabemos
que ellos son los prisioneros, que ellos viven engañados..., pero, de manera repentina,
empieza a abrazamos la sospecha de que también nosotros lo seamos; sólo ahora
empezamos a sospecharlo; ahora que hemos leído el mito y esa sospecha ya no nos
abandona. Sabemos ahora que la caverna es cárcel, es clausura de la libertad y de la digni-
dad... clausura, en fin, de la existencia humana.
No obstante nuestra aparente seguridad, imaginemos de nuevo la escena. Una
larga hilera de seres -que no de personas- inmovilizados tanto por las cadenas de
hierro como por las de la ignorancia de su situación real. Como siempre no hacen sino
dormitar y, sólo cuando resuenan voces -ecos, realmente; sonidos distorsionados,
deformes-, parecen salir levemente de su aislamiento oscuro y nihilista. Esa es su
vida, eso es lo normal: por ello no aspiran a nada más. Es que no hay nada más
(para ellos, ciertamente, porque nosotros, que observamos la escena desde el
exterior, sabemos que hay mucho más y mejor).
Pero, de pronto, no sabemos muy bien por qué, uno de los prisioneros,
en un movimiento extraño incluso para él y un tanto pesado e inseguro, logra
soltarse de sus cadenas. Primero de las que le retienen las manos después, de las
que le bloquean cuello y cabeza. Su, primeros movimientos son torpes y lentos;
le duelen todos los músculos, todos los huesos; el miedo y la ignorancia también
le pesan y le entorpecen. Pero la curiosidad es superior a todo ello y consigue
avanzar. Primero a rastras, luego de rodillas, finalmente, casi de manera
triunfal, erguido.
Ya en esta posición bípeda, una nueva extraña sensación viene a apoderarse
de él: empieza a mirar hacia todas partes, pudiéndolo hacer ahora con más facilidad
porque una tenue luz resplandece en la lejanía, y comienza a preguntarse acerca de
muchas cosas: quién es él, quiénes son sus compañeros encadenados y, sobre todo,
qué es el resplandor más allá del fondo de su mundo (la pared final de la caverna).
Mira y admira. La mirada a medio camino entre el saber (o, mejor, intuir) y el
preguntarse.
Permanece quieto varios minutos. Pero ahora, movido por no sabe bien qué
impulso, vuelve a caminar. Se acerca a un lugar claro, muy distinto del fondo de la
caverna (que ahora se le presenta tan oscuro y húmedo). Empiezan a dolerle los ojos
porque la luz, que nace de una hoguera, cada vez es más intensa; no puede fijarlos en
ella y aparta su mirada de allí y la vuelve hacia el fondo de la caverna, donde están sus
compañeros, inmóviles e impasibles. Sabe que no quiere volver allí. La sensación
anímica es ahora extraordinaria. Un gran lastre se ha quitado de encima: las cadenas
físicas (y psíquicas, aunque él aún no lo sepa). Siente la liberación de su cuerpo y una
extraña sensación en su interior: algo le da alas.
Vuelve a girarse hacia la luz y, al hacerlo, ¡oh, maravilla!, ve a otros seres
humanos rondando la hoguera en extraño ritual andarín. La curiosidad se apodera de él
y, aún con mucho miedo y con gran inseguridad -tanto en sus movimientos como en
su ánimo-, decide observarlos. Portan extraños objetos que producen sombras en el
fondo de la caverna.
Así las cosas, nuestro prisionero liberado, extrañado por lo que ve, decide proseguir
su difícil camino. Se acerca, pues, a la hoguera. Los ojos, aún medio tapados por las manos,
se le van acostumbrando poco a poco a los destellos de la luz. Y pronto llega a sentirse
hechizado por el juego. Ahora no puede apartar la vista de las llamas, ni tampoco su cuerpo
de la maravillosa sensación de calor.

Mientras tanto, los portadores siguen, impasibles, su tarea. Pero una sensación
de rabia envuelve ahora a nuestro personaje: ¿cómo no han advertido esos portea-
dores a los que vivían (malvivían, realmente) en el fondo de la caverna, apresados
(cosa que él ahora sabe), de la grandiosidad del fuego que ilumina y de la auténtica
realidad que les circunda, ni de que las sombras y los ecos les mantienen engañados e
inmóviles? ¿Cómo no les han liberado de las pesadas cadenas, ellos que no llevan y
pueden alcanzar a ver las que le oprimían a él y las que lo siguen haciendo con el resto
de sus compañeros, allá en el fondo oscuro y húmedo?
Consternado, decide sentarse junto al fuego. Tiene una nueva necesidad
jamás sentida en sus treinta años de vida: pensar en todo lo que le está ocurriendo.
Pensar también en su vida anterior, pensar en sus compañeros, pensar en su nueva
situación de no encadenamiento (de libertad, aunque todavía no sabe cómo llamar a
esa extraordinaria situación), pensar en la actitud (insolidaria y egoísta, y quizá
premeditada) de los portadores, incluso pensar en el más allá del fuego.
Su cuerpo vibra sacudido por emociones nuevas. No sabe qué hacer, pero sí
que no puede detenerse ahora, a pesar del miedo y de la inseguridad física pues todavía
no domina la posición bípeda. Los sentimientos de libertad le embriagan y por eso
exige. Así pues, decide seguir subiendo la cuesta que está más allá del fuego, aunque el
camino se presenta empinado y escarpado. A pesar, sobre todo, de tantas preguntas sin
respuesta y, por qué no, de la segura tranquilidad que le ofrecían las cadenas de su
anterior vida, que nunca era arriesgada. Ahora, en este nuevo intento,
efectivamente, corre el riesgo de morir: despeñado o, quién sabe, en manos de los
portadores (de los que no puede fiarse, dada su actitud para con él y sus compañeros).
Empieza su nueva andadura. Los tropiezos y resbalones son continuos; le duelen los
pies, ahora ensangrentados, y también las manos. De nuevo reina la oscuridad... y con
ella el miedo. Nuestro héroe se detiene. Mira hacia atrás. Todavía vislumbra el
resplandor del fuego en la lejanía. Quizás por arriesgarse más, piensa, pierde el
pedazo de libertad que ya ha conquistado; quizás sea el momento de contar lo que ha
visto y sentido a sus compañeros; quizás nunca debió romper las cadenas que le
detenían pero le ofrecían la seguridad de lo conocido y cotidiano ...

Las fuerzas le flaquean: las físicas y las anímicas. Se sienta. Quiere meditar,
ahora que tiene capacidad para ello, porque es consciente de esa maravillosa
posibilidad. Pero no puede: mil emociones y mil pensamientos se agolpan en su
maltrecha persona -ahora sí: persona; al menos, empieza a serlo- sin darle tregua.
Sus sentimientos se debaten entre la añoranza y la libertad. Y nuestro héroe a punto está
de retroceder y volver a su lugar de origen, del que quizás -piensa una vez más
nunca debió salir.
Pero algo nuevo va a suceder. Ahora es un golpe de suerte lo que le
proporciona un nuevo motivo para avanzar: en el exterior (él no sabe, todavía, que
hay un mundo, una existencia exterior; esto es, otro mundo mucho más rico y
luminoso) el sol está brillando en lo alto con fuerza y sus rayos empiezan a
colarse, providencialmente, por algunas grietas del techo de la gruta. Y, quizás en
el momento más crítico, se da cuenta de esta nueva luz.
Luz distinta a la del fuego: las llamas le detenían en su paso, hechizadoras; sin
embargo la nueva luz es como los mojones que marcan el camino hacia la meta,
hacia la resolución de un misterio. Hay algo más allá, todavía -piensa-: el enigma
continua desplegándose ante él, velado, y con él, el camino. Nuestro personaje, ante
el nuevo hallazgo, se envalentona, una vez más, y decide reemprender la difícil
marcha hacia lo misterioso (que se desvelará como su libertad y su dignidad, esto es,
como su verdadera condición humana).
El camino recorrido por el prisionero liberado le ha acercado bastante a la salida.
Salida de la caverna, salida de su condición infrahumana, salida de un engaño (po-
siblemente perpetrado por los portadores... o quizás éstos también desconozcan la
auténtica realidad y condición humana y sean, a su vez, presos de otro engaño mayor o,
al menos, distinto). Sea como fuere, la sospecha ronda ya por su cabeza y por su
corazón. Pero ahora, piensa, no es el momento para considerar tales asuntos. Mejor
llegar al final -si lo hay- y, una vez allí, meditar en torno a este grave asunto.
Y final, ¡por fin!, la salida de la caverna. ¡Pero qué duro se hace llegar hasta allí!
Es la salida de un misterio y de un engaño; es la salida de la ignorancia; es la salida de
la oscuridad física (los ojos le duelen y le maldicen) y de la espiritual (su alma rechina
de rabia y de coraje recordando su situación primigenia sus cadenas anteriores)... pero
es la llegada a un mundo nuevo, de la talla del ser humano.

Acostumbrado ya, física y anímicamente, a la cegadora luz del sol, ¡cuánta


alegría cubren y descubren su cuerpo y su corazón! El sol le acaricia tibiamente,
los aromas de las flores le seducen, el canto de los pájaros y el sonido de otras
voces nada estridentes ni huecas le hacen sentir distinto. Toma aire, hinchando sus
pulmones. Se deja embriagar por el escenario que ahora contempla: luminoso,
limpio, relajante. Es, por primera vez, auténticamente feliz; es, por primera vez,
realmente hombre: libre.
Sin embargo, una pena se le apodera ahora: después de haber saboreado
durante algunas horas el nuevo mundo, debe dejar aquello que le regala un
nuevo modo de ser para volver con los suyos y enseñarles el verdadero camino
hacia la luz y el conocimiento. La casa del hombre, efectivamente, no es la
oscuridad y las cadenas de la caverna, sino la realidad de luz y libertad que ahora
él contempla y disfruta. Debe volver y convertirse en guía de sus semejantes en
su metamorfosis, en su paso de migaja humana a ser humano en plenitud.
Pero primero tendrá que convencerles del engaño, que les ciega y encadena ....

El prisionero somos nosotros. La intricada senda hacia la liberación


¿Cuál es la condición humana? ¿Somos también nosotros prisioneros en la
caverna? Llevados de la mano de Platón, hemos visto cómo el hombre tiene una
existencia encadenada. No sólo encadenada, también engañada. Hay unos
captores de la libertad y, por ello, de la dignidad humana: los portadores y otros
que permanecen -tanto en el relato del mito como en la realidad actual- en el
más oscuro anonimato..., aunque nuestra rabia y nuestra sospecha, al igual que las
del primer prisionero liberado, se cierne sobre ellos. Pero son los prisioneros
encadenados, junto con el liberado, los verdaderos protagonistas de esta historia.
Cuando alzamos, con la lectura, el telón del texto, los hombres que allí habitan
están en silencio, absortos en el panorama de sombras que en el fondo de la caverna se
divisa. Cuando va a caer el telón, observamos consternados el final de los días del
prisionero liberado.
¿No hay modo de convencer -nos preguntamos, desolados- a los otros
prisioneros de que la verdad, la realidad y la auténtica condición humanas están en
otro lugar, literalmente inimaginable? ¿Cómo hacerles ver que están siendo
engañados -dominados, encadenados, mantenidos en una situación netamente
inferior y, por ello, degradante- por otros que son como ellos? Ni la coerción, ni
los hechizos, ni la religión, ni la política en solitario pueden eliminar este tupido velo
de ignorancia que nos cubre los ojos y la razón. Sólo la educación parece tener una
pequeña oportunidad para desvelar la auténtica condición humana y potenciar las enormes
posibilidades que el ser humano, todos y cada uno, posee. Veamos, a su tiempo, cómo esto
será posible.
Volvamos a la situación inicial. La existencia encadenada, ignorante y
simplona de los habitantes de la caverna es muy parecida a la vida de los habitantes de
las sociedades actuales: del mismo modo que a los primeros les absorbía y embobaba
el desfilar de sombras y el resonar de ecos en el fondo último de la caverna, de mismo
modo a nosotros nos absorben otras sombras ecos claramente sospechosos, a la
manera de publicidad de discursos políticos, moralistas, sin argumentos razonables, etc.
Hoy también, a nuestro alrededor, en nuestra vivir de cada día, al viejo estilo de pan y
circo estamos inundados de mensajes que pretenden dejarnos sumergidos en la idiotez
permanente: ideologías, medios de comunicación, discursos de "sabios consagrados",
problemas falsamente importantes, etc., por no hablar del mundo del espectáculo, de la
moda y de la farándula, o del deporte... Pan y circo era el sustento para el pueblo romano
durante el Imperio: satisfechos los instintos, pero abandonado el espíritu de superación...
Así, hoy, la manipulación social es un pacto silencioso que impera y diferencia a los
grupos humanos y sociales. Hay quienes "disfrutan en la ignorancia y la mediocridad",
creyéndose, como los prisioneros de la caverna, que gozan y disfrutan de un mundo
perfecto, cargado de eslóganes que les sirven de coartada a unos para no hacer, y a otros
para hacerlo todo... , como los porteadores o sus jefes, que obtienen beneficios de la
autocomplacida ignorancia de los prisioneros. Los de abajo son felices porque saben que
ya pensarán los otros por nosotros, para nuestra felicidad y bienestar. Ya tomarán ellos
las decisiones sobre lo que nos afecta y concierne a todos. Pan y circo que son nuestra
felicidad y conciencia.
Pero esos otros pueden ser siniestros, como parecen serlo en la narración del
mito los portadores -quienes, conociendo una situación mejor que la de los presos
encadenados, no se preocupan de advertirles de su condición... no sea cosa que no
quepan todos en la parte de la caverna, mejor provista, que habitan-, y los que ni tan
siquiera aparecen en el texto pero conocen una realidad todavía mejor.
Esos otros, hoy en día, son aquellos embaucadores que, desde la política, la
economía, la educación, etc., pretenden -y consiguen, por nuestra insensatez, cobar-
día y pereza intelectual- hacer el mundo a su medida, dejando al resto, al gran resto,
en una condición infrahumana: empobrecidos, excluidos, enfermos, locos, etc. Que
sólo son un lastre que estorba; mejor tenerlos en la sombra y en la ignorancia, esto es,
en el fondo de la caverna, "atados por las piernas y el cuello, de modo que tengan que
estarse quietos".
Pero es precisamente la ignorancia la clave del asunto: si no hay nadie que
conozca la auténtica realidad y la verdadera condición humana (esto es, el exterior de
la caverna-prisión), nadie puede denunciar las injusticias y, mucho menos, trazar
caminos hacia la libertad y la justicia. Pero, a su vez, si los que habitan la caverna
desconocen la verdad, es evidente que se considerarán felices y cómodos en su
habitáculo y en su modo de vida. Es más, incluso se creerán sabios (aun conociendo,
como conocen, sólo sombras y ecos). Y si la realidad auténtica -para ellos, claro- son
las sombras y los ecos, ¿de dónde arrancará la duda, la sospecha? ¿De qué rincón de
la oscuridad saldrá la insatisfacción para sentir las cadenas como privación, la voz como
eco y engaño, la sombra como mera imagen de lo real y, en fin, la realidad de la
caverna como la gran mentira y el gran artilugio?
Pero hay una mirada, un impulso, un fatuo reflejo de clarividencia, un gesto de
amor (eros) hacia todos los prisioneros encadenados y se ofrece, gratuito: algo
siembra una sensación extraña y dinamizadora; algo hace que alguien rompa lo que
empieza a sentir como peso y bloqueo y dirija su mirada hacia otra parte... y
descubra, asustado y confuso, una nueva realidad. Este descubrimiento se hace en
forma de mirada, pasiva al principio, activa e indagadora después, a medio
camino ya entre el saber y el preguntar. Y al igual que se levanta la niebla espesa
que impide ver la salida del sol en las madrugadas de invierno, del mismo modo
se levanta, con ese mirar, la ignorancia que impide ver la condición humana y el
engaño que la aplasta.
Pero, ¿qué descubre el prisionero liberado? Descubre, desde luego, otra
dimensión del habitáculo que ha sido su hogar hasta ahora; descubre una luz
cegadora y el origen de las sombras y de los ecos; y descubre, sobre todo, una
nueva perspectiva y unos nuevos compañeros: los portadores.
Los portadores, detrás de una pared que trata de disimular el engaño, son,
ciertamente, los engañadores. Parecen libres: caminan, hablan, gesticulan, se
detienen a su antojo... sí, parecen libres, pero no lo son. También ellos tienen sus
cadenas.
¿Quiénes son, en realidad? Porteador es todo aquel que tiene como misión
mantener en la oscuridad, en las sombras, en el eco, esto es, en el engaño, mediante
simulación, al resto de los seres humanos. Son los carceleros de la sociedad punitiva.
El político, que en realidad no lo es, pues su interés no es el general y su objetivo no es
la justicia social sino hacerse sitio en un lugar privilegiado para dominar, precisamente,
al que le otorga la confianza (el ciudadano); el economista, al que no le interesa la
cooperación y la justa distribución (en la empresa, en el país, en el mundo); el
periodista, cuya misión no es informar para formar, sino deformar para favorecer al
mejor postor (sea un grupo empresarial, un gobierno o un ideario político); el educador,
que pretende moldear a sus alumnos según su modo de ser y de ver las cosas, sin
dar cabida a otros modos y, sobre todo, al libre desarrollo del alumno... En fin, todos
aquellos que, desde su situación y ocupación privilegiadas, no trabajan desde y para la
libertad, con la dignidad y la justicia. Esa es la imagen del portador en el mito. Esos son
los que, sin apenas sospecharlo, secuestran nuestras vidas y nuestra verdadera
condición humana (más solidaria y rica de lo que es hoy)".
Pero estos engañadores también son, a su vez, engañados, tienen también sus
cadenas: extrapolan su humanidad en aras de la deshumanización, o, lo que es lo
mismo, rompen con su naturaleza para destruirla (dado que la naturaleza humana
apunta, al menos, hacia la bondad). Se creen colaboradores pero son cautivos de esos
otros a los que, casi siempre, desconocen. Su misión es, en el fondo, monótona, como
lo es la de los portadores del mito: no conocen la auténtica trama, no pueden pasar al
otro lado de su propio engaño. Desconocen, también, que hay un mundo exterior a la
caverna.
Hay otros desconocidos, que ni siquiera el mito nombra, que están ausentes
del escenario y su trama, pero que lo controlan, pues lo han construido ellos y lo
dirigen desde la exterioridad... Esos otros, ¿quiénes son?
"Hay un alienador no alienado, alguien fuera de la oscuridad, alguien que
proclamó el absoluto engaño y mantuvo en sus manos el absoluto poder. Estos
mismos personajes ausentes, alimentan el fuego de la hoguera, que tiene que
estar vivo siempre, para que no cese el embaucamiento, para que el ritmo de las
sombras alimente un resquicio de esperanzas, aunque perdido en las penumbras. El
tiempo biológico de los latidos y las miradas de los prisioneros, se integra así en
otro tiempo, en otro ritmo fuera de la naturaleza, y en las puertas mismas de la
historia, que no puede, sin embargo, cuajar porque sólo se nutre de fantasmas".
¿Hay quien engaña al engañador primero? Pero el juego de los grandes
simuladores, de esos ¡ir portantes personajes ausentes, tiene los días contados: e círculo
vicioso que han creado en la caverna con el mecanismo de la falsa luz del fuego
puede romperse cuan do, de pronto, uno de los prisioneros -que puede se
cualquiera de nosotros- adquiere conciencia - indudablemente lenta, pero ya
inexorable- de su situación. Con él, ha sobrevenido la razón esperanzada ¿Tendrá
coraje para dejarse guiar por ella? ¿Entenderán el resto de los humanos la gran
transformación que vive y las enormes posibilidades que esto supone? ¿Lo enten-
deríamos nosotros, meros espectadores del mito, pero auténticos cautivos?
La esperanza en la razón para alcanzar la libertad y dignidad humanas puesta por
Platón (siglo IV a.C.) es retomada, con su despliegue en el logro de la libertad, la
igualdad y la solidaridad, cientos de años más tarde (desde los siglos XVII y XVIII
hasta la actualidad). Y quizá sea Kant, filósofo ilustrado, el que haya tomado más
claramente el relevo de la propuesta platónica, cuando invitó a todo hombre a la
liberación: "Sapere aude! ¡Ten el coraje de servirte de tu propia razón! ... Para todo
ser humano individual es dificil lograr salirse de la minoría de edad (o de la condición
humana en la caverna) que casi se ha convertido en segunda naturaleza. Incluso se ha
habituado a ella con complacencia, y por ahora es efectivamente incapaz de
servirse de su propia razón porque no se le deja nunca intentarlo. Reglamentaciones
y fórmulas (...), son los grilletes de una minoría de edad persistente. Quien se los
quitase, de todas formas, sólo podría dar un salto inseguro por encima de la más
estrecha trinchera..."13.
Minoría de edad de la razón y caverna aparecen sinónimos. Ignorancia y
grilletes. Pero el engaño, por fin, ha sido desvelado. El camino de ascenso hacia la
verdad será difícil, pero no sólo por las propias dificultades del camino, sino porque
los engañadores anónimos todavía sostienen la madeja que hace circular la vida
según el son que ellos pretenden. Y, sobre todo, cuentan con un material de
extraordinario valor: los esclavos no liberados, que siguen ignorantes y seguros en su
habitáculo.
Sólo conozco un antídoto -sin contraindicaciones, además- contra el gran
simulacro de la caverna prisión: la conciencia histórica, que permite -tendría que
permitir- a todo lector, a todo hombre, descubrir en la voz escrita la sombra de un
simulacro; pero no sólo del que Platón nos habla, sino de un simulacro pleno: aquél
que en el telón de fondo de la caverna dejase reflejar la experiencia completa, sin el
muro del engaño. Así pues, buscaríamos "un reflejo sin muro, que dejase ver el
movimiento de los personajes que transportan objetos simuladores de la vida; y que
indicase, al par, que las palabras se transportan, a su vez, sobre el río de los hombres.
Entonces, el fuego cercano de la realidad, las experiencias, las acciones, los
sentimientos, las ideas que pueblan el mundo, serían capaz de convertir el sueño en
vida, la ficción en historia"14.
Y esa conciencia histórica sólo puede darse con la educación. Pero una
"educación como práctica de la libertad", según entendía Paolo Freire. Buscaba este
gran educador la transformación de la sociedad, romper cadenas y enseñar el camino
hacia el afuera de la caverna.
Para ello necesitamos de la utopía, no entendida como lo irrealizable, como el
ideal imposible, sino como la conciencia de un compromiso capaz de denunciar la es-
tructura deshumanizante (a los portadores y a los otros personajes desconocidos) y
anunciar una vida nueva, humana y humanizante (un camino y un lugar `so-
leados'). Precisamente por esta razón, la utopía es también compromiso histórico.
Educación, utopía y con-ciencia histórica van de la mano. "Sólo los utópicos decía
Freire- pueden ser proféticos (prisioneros libes dos) y portadores de esperanza (no
de engaños y simulacros). Solamente pueden ser proféticos los que anuncian
denuncian comprometidos permanentemente el proce, radical de transformación del
mundo (de la caverna a exterior, de la sombra a la luz), para que los hombres pu, dan
ser más (de la condición de esclavo -migaja hl mana- a la condición humana
plena: libre y digna). Lc hombres reaccionarios, los hombres opresores (portadora y
personajes anónimos y siniestros, grandes simuladores no pueden ser utópicos".
Ciertamente, la transformación social en la que no hace pensar Freire
supone la concepción de un mundo n( acabado y un sentido último de tarea educativa.
La tarea educativa es la tarea estratégica de ir consiguiendo una creciente humanidad
representada, en el mito, por el largo 3 dificil caminar del prisionero liberado por la
senda de la libertad, de la ascensión humana. Para que la educación signifique el
cumplimiento de esta tarea, ha de ser práctica de la libertad, o sea, el proceso de
liberación fue pretendía el desafortunado personaje de Platón- de hacer emerger
la conciencia, de la que resulta la inserción crítica de la realidad, esto es, el
desvelamiento de la trama embaucadora y la consiguiente búsqueda: no somos seres
de adaptación sino de transformación; no estamos hechos para las cadenas sino para
la libertad.
Pero ese camino hacia la libertad, ese proceso de liberación, exige la
inevitable posesión de la conciencia histórica; conciencia de lo que realmente
sucede. Sólo desde ese punto es posible la práctica liberadora que se da -tanto
en el mito platónico como en la filosofía de Freire- en tres dimensiones:
descubrir la trama o la situación, apropiarse, es decir, emprender la marcha y, fi-
nalmente, compartir y explicitar. Y en todo ello juegan un papel fundamental el coraje
a- y la esperanza. Ésta es el ingrediente indispensable de la a- necesaria experiencia
histórica. Sin ella, no habría historia, sino sólo determinismo sospechoso: sólo hay
historia donde hay espacio y tiempo problematizado y no ya u preasignado.
La inexorabilidad del futuro es la negación de la historia. De ahí que se nos
presente el saber de la historia como posibilidad y no como determinación (que es
negación de la libertad). De ahí la necesidad de pensar (para ese saber). El coraje, porque
sin él no se rompen cadenas: liberarse y liberar siempre han llevado parejas la sombra
de la muerte (la vida y muerte de, por ejemplo, Oscar Romero en el Salvador, y de
tantos otros, a veces anónimos o callados por los poderes vigentes).
No podemos dejar de pensar ni de alimentar nuestra conciencia histórica. No
hay tregua en nuestras vidas, porque la libertad es un proceso infinito y, en ese cami-
no, el gran simulador acecha inagotablemente. La libertad, en realidad, no existe, sólo
hay liberación: el "pero todavía no" de nuestra condición humana y la de nuestros
pueblos. Una dificil historia, sin duda.
Y terminamos con unas palabras extraordinarias de Freire, muy en sintonía
con el prisionero liberado de nuestro mito, que golpea nuestro corazón día y noche (lo
escuchemos o no): "la educación me empuja a asumir una cierta responsabilidad y a ser
coherente con el sueño que me exige que tenga..."'

El texto y su autor

Platón nació en el año 427, hijo de Aristón y de Perictíone, ambos de ilustres


familias que se remontaban hasta Codro y Solón respectivamente. Muchos miembros de
su familia fueron conocidos estadistas (inmortalizados por Platón en sus diálogos). Así
Cármides y Critias, hermano y primo, respectivamente, de Perictíone Se trataba, pues,
de una familia aristocrática y culta, cuyos miembros eran educados para el poder, pero
también para la virtud y el conocimiento de las artes.
Platón vivió su juventud en una Atenas convulsionad, por la guerra contra Esparta,
en la que se sucedían las treguas inestables y las campañas muchas veces desastrosas La
política interna también atravesaba un período difícil tras la muerte de Pericles, la
democracia se tambaleó y se produjo un golpe oligárquico en el año 411 a.C. (la llamada
revolución de los cuatrocientos), aunque la democracia retornó poco después. Finalmente,
Atenas sucumbe ante Esparta, quien impone el régimen de los treinta tiranos. Pero sus
decisiones sanguinarias y arbitrarias y, sobre todo, su enfrentamiento con Sócrates -amigo
y maestro de Platón, y hombre bueno y justo- al no acceder éste a colaborar en la detención
de ciudadanos inocentes, hicieron que nuestro filósofo recelara del mismo.
Cuando la oligarquía fue derrocada, la restaurada democracia se mostró benigna
con los tiranos. Platón estaba a punto de reconciliarse con este régimen cuando cayó
sobre los seguidores de Sócrates el golpe de la condena y muerte de su maestro.
Este hecho conduce a Platón a un hondo pesimismo y escepticismo sobre la política
práctica y sobre la condición humana. Desde aquellos momentos decidió dedicarse a
la teoría, aunque tratando de hallar claves para el desarrollo de una política justa,
causante de la felicidad del hombre.
En su propias palabras: "Siendo yo joven, pasé por la misma experiencia que
otros muchos; pensé dedicarme a la política tan pronto como llegara a ser dueño de mis
actos; y he aquí las vicisitudes de los asuntos públicos de mi patria a que hube de
asistir. Siendo objeto de general censura el régimen político a la sazón imperante, se
produjo una revolución; al frente de este movimiento revolucionario se instauraron
como caudillos cincuenta y un hombres (...). Se da la circunstancia de que algunos de
estos eran allegados y conocidos míos, y en consecuencia requirieron al punto mi
colaboración (...) Pero vi que en poco tiempo hicieron parecer bueno como una edad de
oro al régimen anterior (...) De esta suerte yo, que al principio estaba lleno de
entusiasmo por dedicarme a la política, al volver mi atención a la vida pública y verla
arrastrada en todas direcciones por toda clase de corrientes, terminé por verme atacado
de vértigo, y (...) no prescindí de reflexionar sobre la manera de poder introducir una
mejora en ella (...) Y terminé por adquirir el convencimiento con respecto a todos los
estados actuales de que están, sin excepción, mal gobernados" (Carta VII).

ACTIVIDADES COMPLEMENTARIAS:
1. La caverna descrita y la sociedad actual, ¿se parecen en algo?
2. A la luz del midrash construido, ¿crees que el hombre es libre por naturaleza o más
bien es un logro personal y social (incluso histórico)?
3. ¿Existen hoy simuladores/portadores que nos encadenan? ¿Quiénes son? ¿Con qué
medios actúan y nos hipnotizan o nos narcotizan?
4. ¿Qué significa que "sólo la educación parece tener una pequeña oportunidad para
desvelar la auténtica condición humana y potenciar las enormes posibilidades que el ser
humano, todos y cada uno, posee"?
5. ¿Es la libertad posible, se trata simplemente de un sueño inalcanzable (dados los
obstáculos que dificultan) o es más bien un simulacro (dada nuestra condición humana
soberbia)?
6. Debate en torno a las dificultades que existen hoy el día para lograr la
autorrealización: ¿qué obstáculo! encontramos en el camino? ¿Qué apoyos considera:
más importantes en tu experiencia personal?
7. Define la expresión autorrealización (realización per. sonal) y relaciónala con la
libertad (personal).
8. Inventa otra final para la historia del prisionero liberado. Una vez elaborado, haz
estas cuestiones:
a) Subraya, en tu escrito, los conceptos que crees
fundamentales, en especial aquellos que crees que tienen relevancia para la ética y
defínelos.
b) ¿Qué implicaciones éticas tiene tu final? ¿Cómo solventa, si lo hace, las
dificultades para conquistar la libertad y sobrevivir a los engaños de los timadores y
`vendedores' de pseudolibertad?
c) ¿Qué puede significar, en este contexto, la expresión "una larga caminata empieza
siempre con un primer paso"?
9. Fue Kant el que dijo que el hombre tenía dignidad y no precio: ¿qué precio hay
que pagar para la libertad? ¿Qué costes comporta la realización personal? ¿Cómo, en
todo caso, se ensancha nuestra dignidad?
10. ¿Qué es la conciencia histórica? ¿Qué tiene que ver la situación del prisionero
liberado (caverna, esfuerzo, descubrimiento de `lo otro') con ella?
11. Busca datos sobre Matin Luter King y trata de comparar la escena narrada con la de
su vida.
12. Supón que el prisionero liberado es Nelson Mandela: reescribe su vida personal y
su lucha a la manera de un midrash: convierte en literatura la difícil historia de este
importante personaje de nuestro tiempo.

Trabajos complementarios:
1. Disertación: Conciencia histórica y liberación social.
2. Investigación: El debate ético-político en Sócrates y De los Sofistas.

CUESTIONES RESUELTAS

PREGUNTAS:

1/ Explicar el significado de los términos “lo visible” y “lo inteligible".

2/ ¿Que relación hay entre la teoría del conocimiento de Platón y el texto?

3/ Exponer el contexto histórico-filosófico del texto

4/ El pensamiento político de Platón

RESPUESTAS

1/ Definir los conceptos de "lo visible" y "lo inteligible" según el texto.

Lo visible. La estructura de la realidad (ontología) platónica se compone de dos regiones perfectamente


diferenciadas: mundo sensible y mundo inteligible. La primera integra los elementos perceptibles y la
segunda, los inteligibles. A ellas corresponden dos facultades cognoscitivas, sentidos y razón. En el texto
comentado Platón incluye en el reino de lo sensible, es decir, de lo visible, dos tipos de objetos, las
imágenes y las cosas del mundo. Desde una vertiente epistemológica (del conocimiento) para alcanzar las
imágenes debemos hacer conjeturas; mientras que de las cosas sólo podemos tener creencias. Esto
demuestra la desconfianza hacia los sentidos que profesaba el filósofo, en línea con una amplia tradición
filosófica que sitúa a la razón muy por encima de aquellos. En el texto queda patente esta desconfianza
llegando Platón a referirse a lo visible como el reino de la “no verdad”. De él, seguirá afirmando, sólo se
puede lograr opiniones (doxa) pero no ciencia (episteme). En el mito de la caverna (libro VII de La
República) el filósofo ateniense describe de manera gráfica ese ámbito de lo visible, presentándolo como
lugar de oscuridad e incertidumbre, muy diferente al de lo inteligible, espacio de la luz. Los prisioneros
están encerrados, encadenados, a sus opiniones, conjeturas y especulaciones. Es lo que da de sí el mundo
de lo perceptible para un pensador idealista, que desconfía de los sentidos.

Lo inteligible. A diferencia de lo visible, esta región es fundamental en el pensamiento platónico. En la


alegoría de la línea (parágrafos 509d a 511e) se refiere a ella como la zona de la verdad, del conocimiento
epistémico (ciencia). La validez de este conocimiento no reside en los sentidos, que sólo podrían
proporcionarnos opiniones, sino en la propia razón humana. Ontológicamente lo inteligible es un ámbito
compuesto de dos elementos, los objetos matemáticos y las ideas. A los objetos matemáticos se llega
mediante el uso del pensamiento discursivo, que procede, a partir de unos supuestos dados, de manera
deductiva para llegar a ciertas conclusiones. En este proceso es la propia razón humana la que interviene
sin apelar a los sentidos. En lo más alto de este universo, constituido por aquello que sólo es accesible a
nuestro intelecto, se hallan las ideas. Aquí se precisa el más alto grado de utilización de la razón para
llegar hasta ellas, la inteligencia, que procederá dialécticamente. Retornando al mito de la caverna, Platón
cree necesario liberar a los prisioneros de su error, alejarlos del mundo de los sentidos y de la oscuridad e
introducirlos en el del conocimiento intelectual: en suma, en el bello mundo de las ideas.

2/ ¿Qué relación hay entre la teoría del conocimiento de Platón y el texto?

El texto comentado pertenece a una obra fundamental del autor, La República. En ella Platón desarrolla
su pensamiento político desde el nivel teórico, en el que trata de definir la justicia, hasta el aspecto más
práctico, referido al modo de llevarla a cabo mediante un modelo de estado apropiado. El filósofo se sirve
con frecuencia de un lenguaje rico en imágenes y símbolos para ilustrar su pensamiento. Entre estas
alegorías, junto a otras como la del sol o la de la caverna, se encuentra la de la línea. En la misma, en
continuidad con la del sol, donde dividía el mundo en una parte sensible y otra inteligible, elabora una
clasificación del conocimiento en diferentes tipos, en función de los diferentes ámbitos de lo real. Hay,
pues una clara correspondencia entre las alegorías del sol y de la línea, ya que una hace referencia al
aspecto ontológico y la otra, la que nos ocupa, al epistemológico. La tercera alegoría o símil importante es
la de la caverna, más conocida por ser donde Platón expone el desarrollo del proceso dialéctico que
conduce hasta las ideas.

En la alegoría de la línea, que comienza en el parágrafo 509d y abarca hasta el final del libro VI (511c)
desarrolla el filósofo ateniense tres grandes ideas:

– La correspondencia entre los órdenes de la realidad y del conocimiento;

– los grados de conocimiento y

– el método dialéctico

Tras comparar la idea de Bien con el sol, luz del conocimiento, Sócrates realiza una clasificación del
saber recurriendo a una línea dividida en dos segmentos a los que hará corresponder los órdenes de lo
inteligible y lo visible, quedando divididos en cuanto a “su verdad y no verdad”, es decir, en ciencia
(episteme) y opinión (doxa). Posteriormente vuelve a dividir cada ámbito en dos subórdenes: “Toma
ahora una línea dividida en dos partes desiguales; divide nuevamente cada sección según la misma
proporción, la del género que se ve y otra la del que se intelige” (509d). Cada orden de lo real es
aprehendido por una modalidad de conocimiento. Habrá cuatro regiones delimitadas correspondientes a
otros tanto modos de conocer. En el mundo de lo visible, es decir de lo sensible, distingue entre
imaginación y creencia, que se corresponden ontológicamente con las imágenes y las cosas,
respectivamente. En el de lo inteligible, aquello que se conoce con el intelecto o la razón, distingue entre
conocimiento discursivo, es decir, aquel que procede deductivamente para llegar a conclusiones, que
conduce a los objetos matemáticos, y la inteligencia o ciencia dialéctica que lleva a las ideas.

La inteligencia se sirve de la Dialéctica (“la razón misma aprehende, por medio de la facultad dialéctica y
hace de los supuestos no principios sino realmente supuestos, que son como peldaños y trampolines hasta
el principio del todo” – 511b –) que también, al igual que el pensamiento discursivo, parte de hipótesis y
supuestos, pero no para descender a lo concreto sino para remontarse al límite de lo inteligible, las ideas.
No se sirve de imágenes, como hace la Geometría, sino “de ideas, a través de ideas y en dirección a ideas
hasta concluir en ideas”. Este es el estudio que Platón imprescindible para la educación de los futuros
gobernantes: ello les permitirá ascender hasta las ideas en sí, la justicia en sí y el bien en sí: lugar donde
los órdenes ético y político se armonizan y confunden. Algo que se realizará en el estado ideal, que
supone la puesta en práctica y la realización de la idea de justicia. Aquí hallamos el vínculo con la tercera
gran alegoría, la de la caverna. Ella trata de la educación y el proceso que conduce, mediante la dialéctica,
a las ideas.
El texto, exponente de la alegoría de la línea, no sólo se vincula con los otros dos, el del sol y el mito de la
caverna, sino que los tres conforman una totalidad que constituye la esencia de la filosofía platónica. En
ellos se muestra su concepción de lo real (ontología), del conocimiento (epistemología) y de la educación.
Forman juntos un todo inseparable. Es por ello que componen la piedra angular del pensamiento
platónico con la teoría de las ideas y el papel fundamental de la educación para la consecución del estado
ideal por él esbozado. Cuando en los primeros libros de La República dibuja los perfiles de ese modelo de
estado, que recordemos que se halla compuesto de tres estamentos, gobernantes, guardianes y
productores, los tres con unas funciones muy específicas, no hace sino preparar el camino a los conceptos
de los libros VI y VII, ya reseñados como de gran importancia teórica. El texto comentado señala la
importancia del conocimiento, entendido como un proceso gradual que debe llevar a la cima, pero en esa
cima se funden las ideas de Bien y Justicia, sobre las que descansa la filosofía platónica. De este modo los
órdenes ético y político, es decir, la filosofía práctica de Platón, quedan decisivamente entrelazados.

3/ Contexto histórico y filosófico del texto

El tema de la justicia se remonta a una tradición que arranca en los sofistas y pasa de Sócrates al propio
Platón. Precisamente las disputas entre los sofistas y el maestro de Platón son bien conocidas por éste,
algo visible desde el inicio de la obra. Pese a que desde el comienzo de la redacción del libro I hasta la
conclusión del libro X han pasado, según los especialistas, alrededor de 15 años, se da una continuidad
temática que unifica su contenido.

Todo parece indicar que el motivo que llevó a su elaboración fue la muerte de Sócrates, que dejó una
huella indeleble en un joven Platón que aún confiaba en la justicia “real”, la impartida en la Atenas de su
tiempo, pero que debió sufrir una gran desilusión tras el suceso que culmina con la condena de su
maestro. De modo que el impacto de este acontecimiento puede ser, en gran medida, la clave de buena
parte de las cosas que habrán de suceder en la vida y la obra platónicas. Mucho tiempo después un Platón
ya anciano, en una de sus cartas, reconocerá que fue este hecho, y lo que precedió al mismo, lo que le
hizo desistir de su interés por la política profesional. Los hechos a los que se refiere son una serie de
acontecimientos habidos en la polis de Atenas, en los albores del siglo IV a. C., que conducen al final de
la democracia y al gobierno de los Treinta Tiranos, para, tras un corto período de tiempo, volver
nuevamente a la democracia. Todo ello sucedió en muy poco años, pero dejó abiertas grandes heridas en
la sociedad ateniense. Entre los procesos seguidos contra aquellos que contribuyeron a derrocar el sistema
democrático se hallaba el de Sócrates, que culminó con su condena a muerte. Platón consideraba a
Sócrates “el más justo de los hombres de su tiempo”, por lo que no es de extrañar su decisión de
reorientar su vida hacia el pensamiento político más que a la actividad política práctica. El no creía poder
encontrar la justicia en la vida pública de la sociedad de su tiempo. La justicia sólo podía llegar cuando
los dirigentes políticos fueran filósofos o cuando los filósofos llegaran a gobernar. Sólo en el caso de
coincidir en una misma persona el filósofo y el gobernante se podía llegar a conseguir un estado que
encarnara la idea de justicia. Este pensamiento ya no abandonaría a Platón a lo largo de su vida.

Después de estos acontecimientos vendrían sus viajes a Italia, a Siracusa, donde, en vano, intentará poner
en práctica su modelo de estado ideal, siguiendo los esquemas esbozados en La República. En algunos
pasajes de esta obra esencial dejará patente la decepción que le produjo los derroteros finales del sistema
democrático de la polis ateniense, que, para él, desembocará en un régimen demagógico tras la muerte de
Pericles. Es por ello que el diseño de un modelo de estado justo se convertirá en el motor de su filosofía.
El mismo descontento que condujo a Platón a concebir un estado utópico llevará posteriormente a otros
autores, especialmente del Renacimiento, a seguir por este camino. Su repercusión es patente en la obra
de Tomás Moro (Utopía) o Tomasso Camapanella (La ciudad del sol). Aunque las utopías sociales han
seguido vigentes hasta nuestro tiempo. Hay especialistas, sin embargo, que han visto en la obra platónica
un antecedente de los totalitarismos modernos.

En lo que respecta a las cuestiones estrictamente filosóficas planteadas en La República, y especialmente


en el texto que nos ocupa, hay que buscar las raíces más inmediatas, en el pensamiento de Sócrates y en
sus disputas con los sofistas, como se ha afirmado anteriormente. Sócrates estaba convencido de que
había que superar el relativismo de los sofistas y encontrar una respuesta precisa, “epistémica”, a la
cuestión de los valores morales y sobre todo de conceptos centrales como bien o justicia. Persuadido de la
idea de que tales definiciones rigurosas son posibles prosigue un camino abierto también por los
pitagóricos y por Parménides. Para ambos, al igual que para Sócrates, la esencia de todo sólo es accesible
a la razón humana pero no a los sentidos. Esa idea de Demócrito de que “la verdad está en lo profundo”
encuentra en Platón una resonancia de dimensiones insospechadas. Platón estaba convencido de la
existencia autónoma de las ideas, las cuales constituían un modelo para las cosas. Éstas son parte de ese
mundo accesible a los sentidos, el mundo sensible. Y por tanto, esta independencia de las ideas nos da
idea de su verdadera naturaleza: las ideas no dependen de las cosas, pero las cosas sí dependen de las
ideas. De este modo, el filósofo divide el mundo en dos. De un lado, el mundo de las ideas, al que sólo es
posible llegar mediante la razón; y de otro, el mundo de las cosas, visible, es decir, perceptible por los
sentidos. Aquel es pensado, y sobre él se elabora ciencia. Mientras que el mundo de lo visible es objeto de
opinión, no de ciencia. De este modo, el dualismo ontológico y el epistemológico se corresponden
mutuamente. Esta división del mundo en dos ámbitos, lo perceptible y lo concebible, lo sensible y lo
inteligible, era ciertamente ya conocida a los filósofos presocráticos, pero será en Parménides donde
encontrará una formulación tan nítida que le llevará distinguir entre los caminos de la verdad (ciencia) y
de la opinión como dos vías inencontrables.

En el reino de lo inteligible distingue Platón entre pensamiento discursivo y dialéctico, siendo a este
último procedimiento al que reserva el más alto grado de conocimiento: el que da vía libre a las ideas.
Pero, y es otro ejemplo de la influencia socrática, la dialéctica es un desarrollo de la mayéutica socrática.
Por dondequiera se levanta, como un auténtico alter ego de Platón, la figura de Sócrates. Y ello pese a
que en sus obras de madurez la huella de aquel pierde nitidez.

4/ El pensamiento político de Platón

Se puede sostener, sin temor a equivocarse, que el pensamiento de Platón es en lo fundamental un


pensamiento político. Toda su obra se halla impregnada de ese trasfondo que dirige su actividad
filosófica. Como se ha mencionado anteriormente, el desencanto de la política profesional, como
actividad, se produjo como consecuencia de la muerte de su maestro Sócrates. En adelante, el entonces
joven Platón tomará la decisión de dedicarse a la reflexión filosófica sobre lo político. A este tema dedica
su obra La República. Aunque ciertamente no es sólo en ella donde desarrollará su pensamiento sobre
este tema, pues hay otras, como El político o Las leyes, sí puede decirse que esta obra constituye un
auténtico testamento de su pensamiento filosófico y político.

Platón diseña un modelo de estado ideal que sirva para poder plasmar su concepción de lo que debe ser la
justicia. No una justicia real, entendida como la equivalente a la que se impartía en los distintos estados,
sino una justicia basada en la idea de Justicia en sí, que intentara realizar, poner en práctica esa idea. Para
ello toma como punto de partida su clasificación del alma. Hay que recordar que el filósofo ateniense
distingue tres tipos de alma, racional, irascible y concupiscible; lo que dará lugar a otros tantos tipos de
individuos atendiendo al alma predominante, a su carácter, diríamos hoy. A tales tipos de alma
corresponderán otras tantas virtudes. De este modo, al alma racional corresponderá la virtud de la
prudencia; al irascible, la moderación; y al concupiscible, la templanza. Pues bien, sobre este esquema de
las virtudes y los tipos de alma elabora Platón su modelo de sociedad. En correspondencia con cada uno
de ellas su modelo social tendrá tres grandes grupos o niveles sociales. De una parte, los gobernantes,
encargados de dirigir el estado, y que, dada su responsabilidad, deberían ser los más sabios y justos.
Serían los filósofos, pues sólo ellos pueden alcanzar a conocer la idea de justicia mediante la práctica de
la dialéctica. Un segundo grupo lo constituirían los guardianes del estado, responsables de su seguridad.
Los integrantes de este grupo se extraerían de entre los más valerosos (alma irascible). Por último, un
extenso grupo compuesto por los que productores (trabajadores) cuya función vendría dada por la
necesidad de nutrir de bienes materiales necesarios a la comunidad.

La justicia se lograría cuando los tres grupos funcionaran correctamente, cumpliendo su cometido en el
conjunto social. Sólo de este modo se podría llegar a la armonía social, a la justicia, en suma. Para Platón
las exigencias de la colectividad deben imperar sobre las exigencias de los individuos. Los gobernantes
deben ser los mejor preparados (aristocracia), pero la aristocracia platónica tiene como base la sabiduría,
el conocimiento de la justicia, no la mera herencia o la riqueza. Esta es la tesis intelectualista platónica: el
conocimiento del Bien (de la Justicia) es imprescindible para su realización social. Lo único que legitima
el poder es la sabiduría. De ahí que el gobernante haya de ser filósofo.

Pero para llevar a cabo este plan social, es necesario un sistema educativo férreo. La enseñanza es
imprescindible para el buen funcionamiento de ese estado modelo. Es por ello que Platón diseñará las
partes de la que deberá componerse una buena educación. Empezando por la Gimnasia y la Música,
educación del cuerpo y de la sensibilidad, y continuando con las Matemáticas y la Dialéctica. Los más
destacados serán, claro está, los gobernantes. En el ya mencionado mito de la caverna se refiere
simbólicamente al papel de la educación (paideia, raíz de pedagogía). Los prisioneros para liberarse de
sus cadenas deben ascender hacia el estudio supremo, como denomina Platón al saber de las Ideas, al
saber dialéctico. El logro de las mismas supone la verdadera anámnesis, el recuerdo de lo perdido por el
alma racional al encarnarse en el cuerpo. El resultado final de todo este proceso es, como se ha indicado,
la formación de los futuros gobernantes, de los dirigentes del estado.

VOCABULARIO
MITO O ALEGORÍA DE LA CAVERNA
Mito con el que Platón describe nuestra situación respecto del conocimiento: al
igual que los prisioneros de la caverna que sólo ven las sombras de los objetos,
nosotros vivimos en la ignorancia cuando nuestras preocupaciones se refieren al
mundo que se ofrece a los sentidos. Solo la filosofía puede liberarnos y permitir-
nos salir de la caverna al mundo verdadero o Mundo de las Ideas.
En el libro VII de la "República" (514a-516d), Platón presenta el mito de la caverna.
Es, sin duda, el mito más importante y conocido de este autor. Platón dice
expresamente que el mito quiere ser una metáfora "de nuestra naturaleza respecto de
su educación y de su falta de educación", es decir, sirve para ilustrar cuestiones relativas
a la teoría del conocimiento. Pero tiene también claras implicaciones en otros dominios
de la filosofía como la ontología, la antropología e incluso la política y la ética;
algunos intérpretes han visto también implicaciones religiosas.
La descripción del mito tal y como lo narra Platón en la "República" se articula en
varias partes:
1. Descripción de la situación de los prisioneros en la caverna.
2. Descripción del proceso de liberación de uno de ellos y de su acceso al mundo
superior o verdadero.
3. Breve interpretación del mito.

1. DESCRIPCIÓN DE LA SITUACIÓN DE LOS PRISIONEROS


Nos pide Platón imaginar que nosotros somos como unos prisioneros que habitan
una caverna subterránea. Estos prisioneros desde niños están encadenados e inmóviles
de tal modo que sólo pueden mirar y ver el fondo de la estancia. Detrás de ellos y en
un plano más elevado hay un fuego que la ilumina; entre el fuego y los prisioneros
hay un »camino más alto al borde del cual se encuentra una pared o tabique, como
el biombo que los titiriteros levantan delante del público para mostrar, por encima de
él, los muñecos. Por el camino desfilan unos individuos, algunos de los cuales hablan,
portando unas esculturas que representan distintos objetos: unos figuras de animales,
otros de árboles y objetos artificiales, etc. Dado que entre los individuos que pasean por
el camino y los prisioneros se encuentra la pared, sobre el fondo solo se proyectan
las sombras de los objetos portados por dichos individuos.
En esta situación los prisioneros creerían que las sombras que ven y el eco de las
voces que oyen son la realidad.
II. PROCESO DE LIBERACIÓN DEL CAUTIVO
A. Subida hacia el mundo exterior: acceso hacia el mundo verdadero.
1. En el mundo subterráneo.
Supongamos, dice Platón, que a uno de los prisioneros, "de acuerdo con su naturaleza"
le liberásemos y obligásemos a levantarse, volver hacia la luz y mirar hacia el otro
lado de la caverna. El prisionero sería incapaz de percibir las cosas cuyas sombras
había visto antes. Se encontraría confuso y creería que las sombras que antes percibía
son más verdaderas o reales que las cosas que ahora ve. Si se le forzara a mirar hacia
la luz misma le dolerían los ojos y trataría de volver su mirada hacia los objetos antes
percibidos.
2. En el mundo exterior.
Si a la fuerza se le arrastrara hacia el exterior sentiría dolor y, acostumbrado a la
oscuridad, no podría percibir nada. En el mundo exterior le sería más fácil mirar
primero las sombras, después los reflejos de los hombres y de los objetos en el
agua, luego los hombres y los objetos mismos. A continuación contemplaría de
noche lo que hay en el cielo y la luz de los astros y la luna. Finalmente percibiría
el sol, pero no en imágenes sino en sí y por sí. Después de esto concluiría, con
respecto al sol, que es lo que produce las estaciones y los años, que gobierna todo en
el ámbito visible y que de algún modo es causa de las cosas que ellos habían visto.
Al recordar su antigua morada, la sabiduría allí existente y a sus compañeros de
cautiverio, se sentiría feliz y los compadecería. En el mundo subterráneo los prisioneros
se dan honores y elogios unos a otros, y recompensas a aquel que percibe con más
agudeza las sombras, al que mejor recuerda el orden en la sucesión de la sombras y al
que es capaz de adivinar las que van a pasar. Esa vida le parecería insoportable.
B. Regreso al mundo subterráneo, exigencia moral de ayuda a sus compañeros.
1. Confusión vital por la oscuridad de la caverna.
Si descendiera y ocupara de nuevo su asiento tendría ofuscados los ojos por las
tinieblas, sería incapaz de discriminar las sombras, los demás lo harían mejor que él,
se reirían de él y dirían que por haber subido hasta lo alto se le han estropeado los
ojos -y que no vale la pena marchar hacia arriba.
2. Burla y persecución.
Si intentase desatarlos y conducirlos hacia la luz se burlarían de él, lo perseguirían y
lo matarían.
III. INTERPRETACIÓN
A. Comparación de las realidades.
Debemos compara la región visible con la morada-prisión y la luz del fuego que
hay en ella con el poder del sol.
B. Comparación de los procesos.
El ascenso y contemplación de las cosas de arriba es semejante al camino del alma hacia
el ámbito inteligible.
C. Valor de la Idea del Bien.
Objeto último y más difícil del mundo cognoscible: la Idea del Bien.
Idea del Bien: causa de todas las cosas rectas y bellas; en el mundo visible ha
engendrado la luz y al sol y en el ámbito inteligible es la productora de la verdad y de
la inteligencia; es la realidad que es necesario ver para poder obrar con sabiduría tanto
en lo privado como en lo público.
Los siguientes cuadros pueden ilustrar las variadas e importantes consecuencias de
este mito en la filosofía platónica:

Você também pode gostar