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Educar: aproximaciones a un

concepto.
Jesús Bernardo Miranda Esquer.

Quienes ejercemos la docencia, en algunas ocasiones, y sobre todo


después de nuestra jornada de trabajo, nos habremos preguntado: ¿y
después de todo, qué significa educar? Cuando vemos a nuestros niños de
la escuela primaria con sus caritas expectantes ante el nuevo tema a tratar,
o la nueva ocurrencia de su profesor. Cuando los muchachos de secundaria
están en todos lados menos en el aula y el profesor hace malabares para
atraer unos minutos la atención de esos seres despistados, o bien, cuando
nos encontramos con jóvenes adultos cuyas pretensiones entre otras, es
que el docente sea una eminencia y sepa con el mismo grado de dominio de
inglés, francés y sanscrito, que de estadística y filosofía. Estos jóvenes que
pululan en las universidades con más energías que ganas… nos obligan a
preguntarnos ¿qué es educar?

O bien cuando tenemos la suerte de estar coordinando cursos en los


posgrados, y tenemos como alumnos personas con más años de servicio
que el que está al frente. Donde difílcilmente podamos sorprenderlos con
alguna develación misteriosa de los paraísos míticos, donde se dice, crece
el árbol del conocimiento.

Estas experiencias nos obligan a preguntarnos: ¿qué significa


educar?

Educar significa primeramente interactuar. Quien asiste a una escuela


y no interactúa, termina por adiestrarse. La interacción es el puente por
medio del cual podemos asomarnos al otro, y vernos reflejados en su carga
de emociones, incertidumbres y certezas. Una educación sin interacción, no
permite el desarrollo del ser humano.

Dentro de esta interacción, el diálogo, es el principal recurso para


contemplar lo que no vemos del otro. Mediante el diálogo las subjetividades
se objetivizan en lenguaje. Saltan al plano intermental, como truchas recién
expulsadas de algún río en una danza frenética, a la búsqueda del poco
oxígeno que les brinda ese ambiente intersubjetivo. Quien no escucha a los
otros, no aprenderá a escucharse a sí mismo. Quien no dialoga con sus
alumnos… quien no les habla… quien no les escucha atentamente… podrá
ser tirano, pero no maestro. El alumno que no escucha a su maestro, no lo
ocupa a su lado. Ha decidido marchar solo en la búsqueda más difícil: la de
la sabiduría.
El diálogo te proyecta hacia otro aspecto de educar. Educar significa
compartir. La educación no es aquel proceso retratado por los libros de la
escolástica donde unos enseñan –los menos- y otros aprenden –los más-.
Educar significa compartir, un compartir horizontal para que no sean dádivas
que nos conduzcan a desviaciones del humanismo. Compartir nuestros
conocimientos sobre las cosas, así como nuestras ignorancias. Al compartir
con los otros, crecemos como seres humanos. La clave de la docencia
reside en este factor: el grado con que compartes lo que crees es correcto
para tu espacio y tu tiempo. Dentro de esas desviaciones, el humanitarismo
–falso humanismo- nos puede llevar a asumir equivocaciones ontológicas
como educadores: actitudes paternalistas donde a los alumnos se les
atribuye un complejo de inferioridad, y por consecuencia, como profesores
abrazamos el complejo antagónico. Esta visión deshumanizada y
deshumanizante, recordemos, es la lógica que palpita en las dictaduras.

El compartir te lleva a aceptar la diversidad. Compartimos pero


siempre de distintas formas, por medios diferentes y a ritmo desigual.
Compartir significa aceptar dos cosas: primero que existen en este planeta
Tierra, cientos de personas más preparadas que lo que yo creo estar; y por
otra parte: que existen cientos de personas o miles –dependiendo de nuestro
ego- menos preparadas que yo. Ubicarte mentalmente en esa diversidad te
desanima rápidamente para creerte más de lo que eres. La diversidad es tan
determinante en un salón de clases que el principal reto del docente es
atender a esa variedad sin menoscabo de la calidad del proceso mismo.
Entender esta diversidad es aceptar que un alumno nos puede enseñar, y
que el docente puede aprender. Educar es ser tolerante con las diferentes
maneras de asumir el humanismo. Deshumanizar por juicio propio a los
adversarios, nos conduce rápidamente a sembrar la semilla del
fundamentalismo entre nosotros. Es cambiar un nosotros, por un nos-otros.

Educar es un acto de fé. Yo educo por que estoy convencido que las
nuevas generaciones serán mejores que nuestra generación. Yo educo por
que mis alumnos ocupan de mi acompañamiento –nunca educamos en
soledad-. Yo educo por que mis alumnos esperan ser mejores que sus
maestros. Yo educo porque confío en la inteligencia del ser humano. Yo
educo porque estoy comprometido con mis alumnos, seres humanos que
piensan y sienten. Yo educo porque sinceramente deseo formar mejores
educadores que el que escribe estas líneas. Educar implica conocimiento,
habilidad, pero sobre todo actitud.

Quien no sabe educar, no puede ser maestro. Quien no puede


educar, nunca será maestro. Quien no quiere educar, el magisterio no es su
camino.

Educar , me queda claro, es un acto eminentemente humano. Acto


deliberado y conciente realizado exclusivamente entre humanos.

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