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Este reinado, que se desarrolló entre los últimos años del siglo XVIII y los primeros del XIX,
representó la agitada transición de nuestro país a la época contemporánea y estuvo condicionado tanto por
las repercusiones de un acontecimiento exterior completamente novedoso (el éxito de la Revolución
Francesa de 1789) como por las graves dificultades internas españolas. Las derrotas militares, la bancarrota
económica, la pérdida de confianza de los españoles en sus gobernantes y el imparable desmoronamiento
institucional del sistema monárquico absolutista del Antiguo Régimen fueron algunos de los problemas más
complicados que se plantearon mientras permaneció en el trono Carlos IV. Un rey débil, poco capacitado y
desinteresado por las cuestiones de Estado, que asumió la Corona cuando ya sobrepasaba los 40 años de 3
edad.
En 1789, el objetivo prioritario del gobierno dirigido por el conde de Floridablanca es aislar a
España del “contagio revolucionario” y cerrar el país a toda posible penetración de la ideología subversiva
procedente de Francia. Se temía la expansión de las nuevas ideas liberales, que eran consideradas como
una peligrosa amenaza para los principios absolutistas y católicos de la monarquía española. Por ello, se
tomaron diversas medidas defensivas y se impidió la entrada a través de las aduanas de todos los libros,
objetos, periódicos o viajeros sospechosos llegados desde el país vecino. Además, y para silenciar los
acontecimientos de Francia, se prohibió a los periódicos nacionales la inclusión de cualquier noticia o
comentario sobre los sucesos políticos que tenían lugar al norte de los Pirineos.
Poco después la situación se radicalizó aún más en Francia cuando el gobierno revolucionario
proclamó la República Francesa (1792), acuso de traición al rey y ordeno su encarcelamiento y posterior
ejecución en la guillotina (1793). La muerte del monarca Luis XVI, que era pariente del rey español, ambos
Borbones, provocó una tensión en la Corte española que llevó a la caída de Floridablanca en febrero de
1792. El Conde de Aranda se hizo cargo de la Secretaría de Despacho de Estado (casi una jefatura del
Estado), Aranda era un hombre realista, entendía las consecuencias de un posible enfrentamiento con
Francia, evitar el enemigo común: Inglaterra en América. Sin embargo, su postura neutralista era un
imposible en el contexto internacional, durante nuevos meses intento evitar la guerra al ser consciente de
la debilidad del país pero finalmente se le retiro del cargo y Godoy se convirtió en el nuevo responsable de
la política española. En aquellos momentos, las tropas de la Francia revolucionaria y republicana ya se
encontraban en combate contra los ejércitos de Austria, Prusia, Nápoles y Saboya, cuatros estados
gobernados por monarcas absolutos por derecho divino, un derecho que el pueblo francés había puesto en
cuestión.
Historia de España 2º Bachillerato Prof. Félix González Chicote
En 1792, el rey colocó al frente del gobierno al extremeño Manuel Godoy, un oficial de la guardia
real, sin estudios, pero ambicioso, que logró ascender a los más alto del poder (con sólo 25 años de edad)
gracias a su “intima amistad” con la reina María Luisa de Parma. Tras fracasar en su intento desesperado de
salvar la vida a Luis XVI, ejecutado en enero de 1793, en marzo estalló la Guerra de los Pirineos contra la
Convención.
* La Guerra contra la Convención (1793-1795).
Apoyada por el clero y el campesinado, al que se le presentó como una guerra por la monarquía y la
religión católica, y criticada por sectores ilustrados y burgueses (a los que pertenecía Aranda), la guerra fue
un desastre militar. Las operaciones militares fueron negativas para nuestro país, ya que el ejército
enemigo cruzó los Pirineos y ocupó Guipúzcoa, Vitoria, Bilbao y parte de Cataluña (Figueres, Rosas). 4
Finalmente, en 1795, España se vio forzada a firmar la Paz de Basilea. Los franceses obtuvieron Santo
Domingo, y algunas otras ventajas comerciales, a cambio de una retirada de sus tropas de la península. Por
otro lado, además de las pérdidas territoriales se perdió el prestigio militar y se acentuó la ruina económica
y fiscal. Un desastre que irónicamente le fue recompensado a Godoy con el título de “Príncipe de la Paz”.
Las alianzas diplomáticas se invirtieron totalmente en agosto de 1796 con la firma del tratado de
San Ildefonso, un pacto hispano-francés dirigido a contener a Gran Bretaña. El motivo que impulsó al
gobierno español a retornar a los acuerdos con Francia (que habían sido mantenidos durante todo el siglo
XVIII gracias a los Pactos de Familia) fue la defensa de los intereses territoriales, económicos y comerciales
en Hispanoamérica. El gobierno de Carlos IV prescindió de las anteriores discrepancias ideológicas y en su
decisión se impusieron ahora las razones estratégicas. Y es que Gran Bretaña representaba desde mucho
tiempo atrás una amenaza constante para las colonias españolas en América, pues los ataques de los
buques ingleses cortaban la navegación comercial transatlántica entre la Península Ibérica y las Indias, e
interrumpían la llegada de plata desde las minas mexicanas y peruanas. Por su parte, Francia también
sostenía un duro enfrentamiento con los ingleses por la hegemonía mundial desde hacía más de un siglo.
Así pues, la Monarquía española y la República Francesa coincidieron en su interés mutuo por derrotar a un
enemigo común.
* La guerra hispano-inglesa (1796-1805).
Como consecuencia de ese tratado, España y Francia iniciaron una prolongada guerra contra Gran
Bretaña y también contra Portugal, que mantenía una sólida alianza con los ingleses desde principios del
siglo XVIII. El resultado del conflicto fue nefasto para la flota española que, en 1797, fue destruida por los
ingleses en un enfrentamiento frente a las aguas del cabo San Vicente. Ese mismo año, Gran Bretaña se
apoderó de la isla caribeña de Trinidad y sus barcos cercaron el puerto de Barcelona, además de
bombardear Cádiz y otras ciudades canarias. Como resultado, hubo que negociar la paz por separado, y el
rey aceptó la dimisión de Godoy en marzo de 1798.
Mientras tanto, la situación política en Francia continuó cambiando de forma rápida. En 1799, un
brillante y ambicioso general llamado Napoleón Bonaparte culminó un golpe de Estado que señalo el inicio
de su dictadura personal. Posteriormente, Napoleón se autoproclamó emperador hereditario y emprendió
sus planes de expansión territorial con el ataque a Gran Bretaña y la ocupación de Bélgica, Holanda,
Alemania, Suiza y toda la Península italiana.
Desde su llegada al poder el objetivo de Napoleón es uno: someter a la potencia industrial británica
y, para ello nada mejor que dejarle sin mercados para sus manufacturas en plena Revolución industrial, esa
idea se concreto más tarde en una estrategia: el bloqueo marítimo continental para aislar a los británicos,
conseguir la destrucción de sus rutas comerciales y provocar su ruina económica.
En octubre de 1800 la presión francesa consiguió que el gobierno español firmara el Segundo
tratado de San Ildefonso. Godoy, apoyado por Napoleón, fue llamado de nuevo para la secretaria de
Estado y la dirección de un ejército que en febrero de 1801 declaró la guerra a Portugal por negarse a
cerrar sus puertos a los navíos ingleses. La llamada Guerra de las Naranjas fue un paseo militar y termino
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con la Paz de Badajoz, por la que, además de pagar una fuerte indemnización a Francia y ceder la plaza de
Olivenza a España, Portugal se comprometía a respetar el bloqueo.
Un año más tarde se firma la Paz de Amiens (1802) entre España, Francia, Inglaterra y Holanda y
España recupera Menorca. Pero las hostilidades franco-británicas estallan de nuevo y España se ve
arrastrada. En mayo de 1803 estalló una nueva guerra contra Inglaterra, que se saldó con la derrota de las
armadas española y francesa en Trafalgar (octubre de 1805). El desastre supuso la destrucción de la
Armada española, la reanudación del comercio inglés a través de Portugal y la pérdida del ya precario
control marítimo español en sus colonias americanas. Después de Trafalgar declina definitivamente la
capacidad naval del país, necesaria para garantizar su imperio colonial.
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Incapaz de cerrar los puertos ingleses para asfixiar a Gran Bretaña, Napoleón decide intensificar el
bloqueo continental contra los productos británicos. Pero una cosa era declararlo y otra muy distinta
hacerlo cumplir, desde el principio vimos como surgen problemas en varios países, y entre ellos Portugal.
Napoleón decide no ya una expedición de castigo (guerra de las naranjas) sino su ocupación. El 29 de
octubre de 1807, España y la Francia napoleónica renovaron su tratado de alianza en Fontainebleau. Por él,
España permitía que un ejército francés atravesara el territorio español rumbo a Portugal. Nos situamos,
por tanto, en la antesala del inicio de la Guerra de Independencia.
El pánico a la expansión de las ideas revolucionarias liberales en España y los repetidos fracasos
militares en las guerras contra Francia y Gran Bretaña se sumaron a otras complicaciones de carácter
interno. Las complicaciones las podemos considerar de dos tipos: En primer lugar, aquellas de carácter
estructural: Las tensiones de un modelo socioeconómico anclado en el Antiguo Régimen, cuyos niveles
productivos están limitados por una economía de carácter feudal y, donde la extracción de la renta
campesina por los privilegiados es el elemento principal. En segundo término, el problema de la bancarrota
financiera estatal y el fin del flujo financiero vía Imperio americano, consecuencia del gasto militar en
ascenso (desde Carlos III España se encuentra continuamente en guerra) y la imposibilidad de conseguir
ampliar los ingresos del Estado, en tanto que los privilegiados están exentos del pago de tributos. Son dos
cuestiones que han sido muy estudiadas por historiadores como Pierre Vilar, Ángel Sanz y Josep Fontana
entre otros y que constituyen la base para una explicación razonada del proceso dialéctico que supuso la
crisis del modelo socioeconómico y político del Antiguo Régimen y la transición del feudalismo al
capitalismo en España.
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Por otro lado, las complicaciones de carácter coyuntural serían las siguientes: La desconfianza de la
población hacia las instituciones y gobernantes y el enfrentamiento por el trono entre el rey Carlos IV y su
propio hijo Fernando, el príncipe de Asturias. Vamos a analizar cada uno de los factores.
a) Problemas estructurales:
→ Modelo socioeconómico tardofeudal: las tensiones del sector agrario. Veamos la descripción que hace
Tuñón de Lara y la gráfica de Ángel Sanz. Realiza un comentario de texto y del gráfico de forma conjunta.
“Era España, a comienzos del siglo XIX, un país que vivía dentro de los moldes de lo que se ha llamado “viejo
régimen”, o sea: un país eminentemente agrario, dominado por la gran propiedad rústica y los señoríos, en 6
que la nobleza y la Iglesia detentan la mayoría de las fuentes de riqueza. De sus 37.300.000 hectáreas de
terreno, sólo ocho millones y medio estaban dedicadas al cultivo. Más de doce dedicadas a pastos, la
mayoría silvestres, muchos de ellos hollados sólo una vez al año por los rebaños de la Mesta. Según datos
de Cabarrús 1223 familias nobles poseían 16.940.000 hectáreas, los establecimientos eclesiásticos (en
número de 32279) poseían 1380000 hectáreas, mientras que 9.160.000 hectáreas pertenecían a hidalgos.
Sabiendo que la población de España, según censo de 1803, era de 10.268.000 habitantes y de 6.650.000 de
población activa, es posible formarse una idea de la estructura social que tenía España al entrar en el siglo
XIX. En ciertas regiones, como por ejemplo Extremadura, los nobles poseían 2.149948 fanegas de tierra y el
resto de labradores propietarios sólo 741.610.
Los vestigios feudales eran tan acusados que, en multitud de casos, la propiedad de las tierras llevaba
aparejada la potestad sobre los habitantes de pueblos y tierras. De 55 millones de aranzadas de tierra
cultivada, 17.599.900 lo eran de realengo (esto es, sus habitantes estaban considerados súbditos del rey,
que era su señor), mientras que 28.306.700 era de señorío secular (los habitantes eras súbditos del señor y
propietario a la vez) y 9.093.400 eran de señorío eclesiástico (las veces de señor eran cumplidas por una
institución eclesiástica). Los núcleos de población estaban divididos así: ciudades: 124 de realengo y 3013 de
señorío; pueblos, granjas, cotos y despoblados: 13.309 de señorío y 11921 de realengo; lugares: 7856 de
realengo, 4150 de señorío secular y 2868 de señorío eclesiástico (…)
En los campos existían verdaderas relaciones de vasallaje. En las tierras de señorío los nobles tenían derecho
a nombrar corregidores, alcaldes (..) y en lugares como Baza los señores eran denominados de “horca y
cuchillo” (…) El régimen de mayorazgos (que hacía transmititr la propiedad al primogénito de cada familia)
reforzaba la concentración de la propiedad.
En esa sociedad, el poder de la Iglesia en el orden material era de primerísima importancia: 85.546
miembros del clero, 8659 familiares de la Inquisición y 92.727 frailes y monjas repartidos en 3126 conventos
daban un porcentaje de un religioso por cada 50 habitantes, el más elevado de Europa, con excepción de
Portugal. Se ha calculado que los ingresos del clero al comenzar el siglo XIX entras rentas territoriales y
urbanas, diezmos y primicias, casuales, derechos de estola y pie de altar alcanzaban la suma de
1.042.000.000 de reales por año (…) igualaba por lo menos a la mitad del producto neto de tierras y
edificios de toda España”.
El régimen de mayorazgos (que hacía transmitir la propiedad al primogénito de cada familia) reforzaba la
concentración de la propiedad agraria”
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→ Bancarrota de la Hacienda. A principios del siglo XIX, España se encontraba al borde de la bancarrota
financiera por el rápido aumento de las deudas y de los gastos militares ocasionados por 27 meses de
guerra contra los franceses y los casi siete años de guerra contra los británicos. Por contraste, los
insuficientes ingresos estatales, bastante mermados ya por las exenciones fiscales que beneficiaban a los
estamentos privilegiados (nobleza y clero), disminuyeron aún más al interrumpirse la llegada de plata desde
las minas americanas como consecuencia de los ataques de los barcos británicos. Tan agobiado se
encontraba el gobierno que suspendió el pago de sus deudas y rebajó en una tercera parte los sueldos de
todos los empleados al servicio de la monarquía. Además, las continuas subidas de precios de los alimentos
extendieron el descontento entre el pueblo. Este desbarajuste económico ponía en evidencia la ineficacia
del sistema del Antiguo Régimen.
En un primer intento por aliviar el fuerte déficit de la Hacienda Pública y solucionar los apuros financieros,
el gobierno recurrió (con escaso éxito) a los préstamos de bancos extranjeros, a la petición de donativos
voluntarios entre obispos y aristócratas más adinerados, a la emisión de deuda pública (los denominados
“vales reales”) y a la venta de “manos muertas de las instituciones eclesiásticas. Aunque estos bienes
fueron vendidos con autorización del Vaticano, su pérdida intensificó la animadversión contra Godoy.
Veamos un texto de Josep Fontana:
“Para que pudiese aumentar la recaudación fiscal del gobierno central hubiera sido necesario cambiar los
términos del reparto, lo cual quería decir que o se desviaban recursos como los de los derechos señoriales y
el diezmo hacia los impuestos, aboliendo este tipo de cargas (el contribuyente por excelencia era el
campesino, pero su capacidad para atender las demandas del estado estaba limitada por sus obligaciones
con los señores y con la Iglesia) o se hacía contribuir en mayor medida a los perceptores de estos recursos.
Las monarquías del Antiguo Absolutas no podían hacer ninguna de estas dos cosas, porque corrían el riesgo
de romper el consenso social en que se basaba su propia supervivencia. Exigir que cada uno pagase
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impuestos en proporción a sus bienes y a sus ingresos significaba destruir el motor del sistema político y
social del Antiguo Régimen, que se asentaba en el apoyo de quienes gozaban de unos privilegios que se
expresaban sobre todo en términos de exenciones y de ventajas fiscales. La resistencia de los privilegiados
tenía menos que ver con el temor a que se les fijara cargas más elevadas (que podían evadir con el fraude)
que con su oposición a lo que les parecía un intento de alterar la vieja “arquitectura de poderes (…)
¿Cuáles fueron las consecuencias para España de la pérdida de las colonias continentales? Para la
monarquía, a la larga, la conciencia de que había que abandonar cualquier ilusión de que los caudales de
América solucionasen los problemas de Hacienda, lo que obligó a enfrentarse a reformas que no podían
hacerse sin cambios políticos esenciales ..”
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b) Problemas de carácter coyuntural.