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Sobre Hobsbawm y el corto siglo veinte

El siglo veinte terminó en 1991. Eric Hobsbawm identifica y describe detenidamente el periodo 1914-
1991, al cual llama el corto siglo veinte, como una etapa histórica coherente (Historia del siglo XX,
1914-1991 -Age of extremes. The short twentieth century-, Barcelona, Crítica, 1995). En una difícil
síntesis, en algunos momentos brillante y en otros más que discutible, el historiador inglés se aproxima
a la grandeza y miseria del siglo desde la consciencia de que nuestras encrucijadas actuales no son
sino un producto de sus acontecimientos y sus tendencias. Desde esa perspectiva afronta nuestra
capacidad o incapacidad para aprender de ese pasado.
El siglo corto es conceptualizado mediante una periodificación temporal asociada a varias metáforas.
La "era de las catástrofes" de 1914-1945, la "edad de oro" de 1945 a 1973 y el "derrumbamiento" de
1973-1991.
A pesar de las objeciones que podemos realizar a algunos enfoques de Hobsbawm debe
reconocérsele el mérito intelectual que supone su brillante labor de síntesis, así como las numerosas
aportaciones y algunas lúcidas interpretaciones que contiene. Por otra parte, esta obra constituye la
culminación de una notable obra histórica, representada especialmente por la trilogía que componen
Las revoluciones burguesas, La era del capitalismo y La era del imperio, todas ellas editadas en
España.
Aunque Hobsbawm ha sido un historiador marxista atípico, que ha mantenido algunas distancias
respecto a la ortodoxia, su larga fidelidad al Partido Comunista de Gran Bretaña puede estar en la raíz
de algunas de las sensaciones generacionales que transmite el autor ante el giro producido por las
transformaciones antitotalitarias del 89-91. Así parece totalmente sincero al señalar, que "las nociones
morían, igual que los hombres: en el transcurso de medio siglo, él había visto derrumbarse, convertidas
en polvo, varias generaciones de ideas" (p.181). Esa visión de hombre del siglo, resulta inseparable de
esa vinculación a un marxismo que ha sido incapaz de dar cuenta de los procesos reales de cambio que
se estaban desarrollando en el sistema mundial y a los auténticos procesos de mutación en marcha.
Desde el punto de vista crítico se percibe una clara insuficiencia en algunos útiles conceptuales y
políticos empleados para analizar las corrientes profundas del siglo. En particular, sorprende el escaso
protagonismo que concede al desarrollo de las instituciones democráticas-electorales como rasgo
histórico específico posterior a 1945, así como la negativa a la utilización del concepto de totalitarismo
respecto a las experiencias de corte estalinista. Tales limitaciones pueden estar relacionadas, como ha
señalado Michael Mann (New Left Review, nº 214) con el hecho de que el gran ausente del libro de
Hobsbawm es la evolución del pensamiento social contemporáneo, especialmente en términos de teoría
política y sociológica, lo cual contrasta con la atención prestada al desarrollo de las culturas y a la
ciencia dura.
En la obra de Hobsbawm chirrían diversos elementos metodológicos, al mantener en la indefinición
los elementos motrices de su explicación histórica. En la primera parte tiende a un análisis social en
términos de clases, mientras que en la segunda opta por una causalidad tecnológica económica. En
cambio, en la categorización del último cuarto de siglo, el autor parece haberse dejado llevar por un
determinismo ideológico. Como otros numerosos intelectuales conectados con la experiencia comunista
parece ver el final de siglo como la desaparición de una concepción del mundo y atribuye a esa
sensación (o convicción) un carácter axial en su interpretación.
Es evidente que en las puertas del siglo XXI estamos ante una etapa de incertidumbres, dudas y
dilemas que sitúan al ser humano en un intrincado y complejo laberinto faustico. Pero el hombre de su
tiempo hace una trampa al historiador cuando le hace creer que en otros momentos las cosas fueron de
otra manera. Incluso en los momentos en que las seguridades totalitarias parecían dominar el
desenvolvimiento del siglo, existía ese laberinto indeterminado e indeterminable en el que se desarrollan
las acciones humanas.

La era de las catástrofes


En el siglo XX la humanidad ha estado al borde del abismo. Y en ocasiones se ha precipitado en él.
La era catastrófica proporcionó dos guerras mundiales, la desaparición de los regímenes democrático-
liberales de la mayor parte de Europa durante las primeras décadas del siglo, la eclosión de los
fascismos, el triunfo y consolidación del estalinismo y la división del movimiento obrero internacional. Es
forzoso estar de acuerdo en la calificación de Hobsbawm de etapa catastrófica. Mucho antes, el gran
escritor revolucionario Víctor Serge habló de medianoche en el siglo.
Con gran acierto Hobsbawm establece el contraste entre el optimismo antropológico que se iba
extendiendo en el siglo XIX, y el indudable progreso moral y humanización de las instituciones que se
aventuraba para el siglo siguiente, con la realidad de la violenta regresión que ha supuesto, desde esa
perspectiva, la centuria de las guerras totales, los genocidios, la reinvención del esclavismo a gran
escala en el Gulag y los perversos terrores estatales.
La metáfora de la catástrofe o de la barbarie revela mucho más que una caracterización de una etapa
del siglo. La tendencia a la catástrofe no es privativa de esas décadas ominosas y terribles. La barbarie
es recurrente y sigue presente después de 1945 como una de las facetas más teribles de nuestro
mundo. Al fin y al cabo, las barbaries del maoismo, del polpotismo, de las dictaduras militares
latinoamericanas o de las guerras de Corea o Vietnam son posteriores a los horrores de la primera
mitad del siglo.
Después de 1991 siguen presentes los signos de la catástrofe. La guerra limpia contra Irak va
desvelando su horrible trasfondo ocultado a la opinión pública occidental, las matanzas y depuraciones
étnicas de la guerra en Bosnia, la barbarie gran-rusa en Chechenia, el terrorismo indiscriminado contra
la población civil en numerosas zonas del mundo, la persistencia en la brutal violación de los derechos
humanos sólo combatida por débiles organizaciones internacionales o las grandes hambrunas en el
África subsahariana son otros tantos ejemplos de las tendencias catastróficas del siglo. Más que una
etapa de la centuria “la catástrofe” es uno de los polos que se muestran incapaces de evitar
periódicamente las oligarquías que pretenden gobernar el mundo.

La edad de oro
La "edad de oro" del capitalismo está constituida para el historiador inglés por las tres décadas que
transcurren, aproximadamente, desde 1945 hasta 1973; desde la derrota de las potencias fascistas y
sus aliados hasta el final del ciclo largo de expansión económica de la posguerra. En la "edad de oro" se
desarrollan los sistemas de protección social en los países capitalistas avanzados, acaba el
colonialismo, se produce el largo equilibrio entre superpotencias que caracterizó la "guerra fría", se
acelera el avance tecnológico, etc. Lo más importante es que, asociado al nuevo ciclo demográfico y de
acumulación, tiene lugar una trascendental transformación en las condiciones de vida de una gran parte
de los habitantes del planeta. Por vez primera, desde el Neolítico, la mayor parte de los seres humanos
dejan de vivir de la agricultura y la ganadería, y se desarrolla impetuosamente la urbanización del
mundo.
El análisis de la "edad de oro" muestra claramente la doble perspectiva que guía la obra de
Hobsbawm: análisis de un tiempo histórico concreto pero, también, estudio de un tiempo social donde
operan transformaciones de largo alcance.
Sin embargo, ese nuevo ciclo demográfico, económico, social y cultural de la posguerra podría tener
continuidad, tal vez afectando de forma diferente según las grandes áreas geográficas. No parece tan
sencillo considerarlo completamente terminado. Desde ese fundamental punto de vista no se entiende
la periodificación de Hobsbawm, pues no aporta ningún factor analítico que le permita considerar que a
partir de 1973 se haya producido el cierre de esa trascendental era de mutaciones. La aceleración de la
mundialización o la nueva revolución telemática pueden considerarse tanto una nueva etapa como un
desarrollo de algunas de las tendencias de “la edad de oro”. En definitiva, si el ciclo de desarrollo
mundial enfatizado por la propia autor continua desarrollándose, esa periodificación propuesta carece
de entidad, al mezclar niveles heterogéneos de tempo histórico que requieren, probablemente, distintos
modelos conceptuales.
En otro plano, es necesario señalar la laguna analítica que supone la escasa atención prestada a los
equilibrios sociales y políticos que caracterizan a las democracias electorales de los países occidentales
en esa etapa. La desaparición de las condiciones para soluciones autoritarias (en la izquierda y en la
derecha) durante la posguerra son elementos específicos básicos que permiten comprender la
institucionalización de nuevas reglas sociales en esos estados nacionales de la Europa Occidental. Esa
perspectiva se difumina ante el escaso protagonismo concedido en el análisis de Hobsbawm a los
partidos socialdemócratas y a las fuerzas sindicales.

El derrumbamiento
El "derrumbamiento" de 1973-1991 supone el final de los equilibrios internacionales nacidos en 1945 y
mantenidos gracias a la guerra fría. Una imagen tan brutal debería justificarse muy convincentemente.
Hobsbawm utiliza ese concepto intentando dar cuenta de forma unificada de diferentes series de
acontecimientos: la desaparición de los estados comunistas europeos, el final de la guerra fría, la crisis
de la economía mixta y la ofensiva neoliberal, la mundialización creciente de la economía-mundo y la
crisis de identidad del estado-nación, la nueva división del trabajo, la nueva era tecno-informática, etc.
La metáfora del derrumbamiento al utilizarse para caracterizar todo un periodo histórico parece
unilateral, excesiva y, por tanto, completamente desacertada. Ese término sonoro parece tener una
mayor relación con ciertas actitudes generacionales e ideológicas del autor que con unas nuevas
tendencias sociales. De hecho, el fenómeno esencial característico de la actual onda de desarrollo
histórico es el proceso de mundialización del mercado, bien descrito por el autor. Y ese proceso no se
ha iniciado en 1973, ni constituye un proceso “terminado” sino en marcha. Sus efectos sobre los
consensos sociales del estado de bienestar, donde éste existe, y los ritmos de evolución
desencadenados, son más historia por escribir que historia escrita.
El único hundimiento genuino acaecido en el último cuarto de siglo es el que ha afectado a los
anticuados sistemas posestalinistas europeos. Para suavizar ese significado transparente, hablar de la
reaparición del desempleo masivo en Occidente, de la crisis del Estado de Bienstar y de la reaparición
de la extrema pobreza en las ciudades, admite muchos calificativos, pero la referencia a un
“derrumbamiento” común parece excesiva en cualquier caso. En relación a otras zonas del mundo,
como el sudeste asiático, ahora están viviendo su "edad de oro" desde el punto de vista de la
acumulación de capital. Si utilizamos variables políticas no deberíamos olvidar que, en zonas
geopolíticas como América Latina, en la última década han ido desapareciendo todas las viejas
dictaduras que ensangrentaron sus naciones y se han generalizado instituciones democráticas
electorales, excepto en Cuba. En suma, la metáfora del derrumbamiento sólo es útil para dar cuenta del
fin de las dictaduras de origen comunista y completamente inapropiada para dar cuenta de la crisis
específica del sistema mundial.

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