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RECENSIÓN BIBLIOGRÁFICA
FICHA BIBLIOGRÁFICA:
PRESENTACIÓN DE LA OBRA
ANÁLISIS DE CONTENIDO
Trata de encontrar una respuesta a los profundos cambios de las sociedades y las
políticas criminales en ambos países, especialmente respecto del sistema
penitenciario y demás sistemas de control formales e informales, y para ello
analiza el cambio producido en la respuesta social al delito y realiza una
comparativa sobre cómo se ha ido modificando dicha respuesta en ambas
sociedades e incluso se aventura a efectuar un pronóstico de futuro.
Existen pues, elementos comunes que subyacen en los procesos de control social a
pesar de las particularidades y diferencias entre sociedades. Así, determinar y
explicar en qué consisten esos elementos comunes que conforman “la cultura del
control” viene a constituir la principal pretensión de la obra de Garland.
Para su análisis, Garland se centra en el último cuarto del siglo XX, en lo que
denomina la “modernidad tardía”, etapa en la que se produce el declive del
modelo de justicia penal del Estado de Bienestar, del welfarismo penal, que
constituía un marco consolidado de las políticas públicas de Gran Bretaña y
Estados Unidos y cuyo axioma básico consistía en que las medidas penales,
siempre que fuera posible, debían ser intervenciones destinadas a la rehabilitación
en lugar de castigos negativos u otras medidas de carácter eminentemente
retributivo. En sus propias palabras, el ideal de la rehabilitación es «el principio
organizador hegemónico, el marco intelectual y el sistema de valores que mantiene
unida toda la estructura y la hacía inteligible para sus operadores» (pág. 82).
Sin embargo, lo cierto es que se inicia un proceso de cambio social y cultural que
altera las relaciones sociales y genera cambios radicales en las políticas públicas
que afectan a la respuesta estatal frente al delito. Las decisiones y la elaboración
de las políticas públicas surgen para dar respuesta a las exigencias de competencia
electoral y todo este proceso da lugar al modelo de justicia penal que Garland
denomina “tardomoderna”.
Nos encontramos hoy en día con un “complejo del delito”, con una cultura de las
sociedades con tasas de delito elevadas. Esta especial visión del mundo se centra
en varias premisas, en varios enunciados categóricos. Estos van desde el hecho de
interiorizar que las altas tasas del delito se consideran un hecho social normal, que
la inversión emocional en el delito es generalizada e intensa, que abarcan
elementos de fascinación así como de miedo, indignación y resentimiento, que las
cuestiones referidas al delito están politizadas y se representan frecuentemente
en términos emotivos, que el interés por las víctimas y la seguridad pública
dominan en la política pública, que la justicia penal estatal es visualizada como
inadecuada o ineficaz, que las rutinas defensivas privadas están generalizadas y
existe un gran mercado en torno a la seguridad privada, y que existe una
conciencia del delito que está institucionalizada en los medios de comunicación, en
la cultura popular y en el ambiente urbano.
El desarrollo de este complejo del delito produce una serie de efectos sociales y
psicológicos que influyen en las políticas públicas. Los ciudadanos se vuelven
sensibles y conscientes del problema del delito y muchos manifiestan altos niveles
de ansiedad y temor. Consecuencia de esto, la ciudadanía se encuentra menos
predispuesta a ser tolerante con el delincuente, se torna más impaciente con las
políticas de la justicia penal que se experimentan como un fracaso y está más
identificada con la víctima.
Garland trata de encontrar las causas que hicieron virar de semejante forma las
decisiones político-criminales y provocaron el declive del ideal resocializador
sustituyéndolo por un enfoque basado en la imposición de duras medidas
sancionadoras, fundamentalmente privativas de libertad, con la pretensión de
proteger a la sociedad mediante la exclusión de los “sujetos peligrosos”. En su libro
se refiere a «la creación de una narrativa cívica nueva y menos inclusiva» (pág.
136).
La versión estándar, como la califica el autor, la que aparece en los libros de texto
y la historia en general para explicar la reorientación histórica de la política
criminal, gira en torno a la aparición en la década de 1970 de varios artículos
críticos con los resultados empíricos del modelo resocializador. «¿Realmente
pudieron ser tan efectivas las evaluaciones críticas aquí cuando parecen tener tan
poco efecto en otros ámbitos?» (pág. 122). Para Garlan, ésta es una versión
inexacta fruto del análisis superficial del problema.
No obstante, como responde el propio Garland a la cuestión, «el nuevo campo del
control del delito y la justicia penal fue moldeado no por los programas de los
reformadores y por ideas criminológicas, sino por el carácter de la sociedad de fines
del siglo XX, sus problemas, su cultura y sus tecnologías de poder.» (pág. 135).
Las políticas de gestión del control del delito, lo que Garland denomina el “nuevo
dilema” del control del delito en la sociedad tardomoderna, derivaron hacia dos
grandes estrategias que trataban de dar respuesta al mismo de modo ciertamente
contradictorio. Las primeras, las adaptativas, caracterizadas por un alto nivel de
racionalidad y creatividad administrativas, se orientan a la normalización del delito
y son menos punitivas, volcándose con las medidas preventivas. En cambio las
segundas, no adaptativas o de negación, siguen una línea más retributiva y se
conforman como la respuesta política más afín al populismo punitivo, la inflación
penal y la tolerancia cero.
Garland describe con precisión gráfica esta situación cuando explica que durante el
welfarismo penal existía menos control penal y más control económico, mientras
que durante los últimos veinte años, el efecto combinado de las políticas
neoliberales y neoconservadoras ha derivado hacia un mayor control penal sobre
los pobres y una reducción de los controles que afecten a las libertades de
mercado del resto de la población (pág. 319).
Por último, el autor plantea que las estrategias actuales de control del delito
representan un tipo particular de respuesta a los problemas específicos de orden
social generados por la organización social de la modernidad tardía, pero aclara
que estas políticas públicas no son inevitables, puesto que algunos países, a pesar
de haber sufrido transformaciones económicas y sociales similares, han seguido un
camino distinto resultado de elecciones políticas y culturales diferentes.
han gozado del Estado de Bienestar y debe partirse, por tanto, de una realidad
distinta a pesar de que, curiosamente, hayan terminado recepcionando las mismas
ideas penales y punitivas generadas por la transformación neoliberal del estado.
En este sentido, como explica ORTIZ DE URBINA, el análisis prospectivo brilla por
su ausencia e, incluso tras la lectura del apartado titulado «Este futuro no es
inevitable» (pág. 325-328), el lector queda con la impresión de que el título
debería haber sido «Este presente podría haber sido evitado».1
En este sentido, parece que la obra sigue la línea de buena parte de la Criminología
contemporánea, empeñada en dedicar esfuerzos en el análisis restrospectivo y en
criticar la situación actual, pero sin propuestas claras de futuro.
En definitiva, como decía al inicio, se trata de una obra que motivará nuevos
debates en el campo de la criminología y el derecho penal, y que seguramente
servirá para incentivar muchos otros estudios y cambiar la dirección de las
investigaciones en este ámbito.
1
ORTIZ DE URBINA GIMENO, Íñigo. ¿Y ahora qué? La Criminología y los
criminólogos tras el declive del ideal resocializador. Revista de Libros núm. 111 (marzo
2006)