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Que no husmee tu mano ni el corazón como un delfín

amarrado a su veloz terciopelo


el receloso animal que me habita, me había olvidado
que nunca más repetiré en Agosto estas caderas y la miel quemada
en cuyo olor subimos uno a uno los labios, los instantes
la inalcanzable noche de Madrid
hasta encontrarnos, hasta renacernos, hasta exterminarnos
y cómo canta al fin de la escalera, sobre las últimas estrellas,
otra vez, otra vez por vez primera, como una rama tierna
el fuego muerto
y oyéndolo nosotros regresamos a ver, somos los ojos
. del niño que dormía bajo esa flor de nieve

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