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LECTIO DIVINA PARA TODOS

“Él (Jesús), a quien busco en los libros”


San Agustín, Confesiones

Introducción

Entre las herramientas más importantes que tiene una familia o un cristiano
para buscar a Dios y permitir que él nos hable, es la Sagrada Escritura.

Desafortunadamente, durante muchísimo tiempo el acceso a la Biblia fue un


privilegio. Por un lado no existía la imprenta, así que sólo había manuscritos
que se conservaban en los monasterios. Por otro, lado había una barrera de
lenguaje, pues la Biblia oficial estaba escrita en latín y no hubo por mucho
tiempo traducciones. Una tercera barrera tenía que ver con la capacidad de
los creyentes para leer y escribir.

Fue gracias a un herrero alemán, Johannes Gutenberg (1398 – 1468), que fue
posible la impresión de miles de copias de la Biblia. Y en segundo lugar, la
Reforma Protestante, propició la necesidad de traducir la Palabra de Dios al
idioma nativo de cada fiel. La Biblia Casiodoro de la Reina (1569) fue la primera
Biblia en castellano completa (antes hubo otras traducciones parciales).

Todos estos datos parecen lejanos, pero son prueba que ha faltado por mucho
tiempo una cultura religiosa de familiaridad con la Palabra de Dios. Viendo esta
como algo lejana e incomprensible.

Actualmente, todavía hay ciertas barreras que necesitan ser superadas. Sigue
siendo válido un problema de comprensión de lo que dice la Biblia, pues parece
que su mensaje no es claro siempre. En segundo lugar, hay un problema de la
finalidad con que se lee la Biblia. Unos se acercan a ella en busca de
conocimiento, parecido a una enciclopedia, olvidando que lo más importante
sigue siendo el “vivir la Palabra”. Un tercer aspecto, es que se ha olvidado
también, su dimensión sacramental, es decir, una manifestación de la gracia
de Dios, de su Espíritu. Esa dimensión donde la Palabra de Dios es capaz de
transformar nuestras vidas.

Sin embargo, también se desarrolló toda una corriente espiritual desde los
comienzos del cristianismo, presente en los Santos Padres de la Iglesia, que
“vivían” su relación con la Palabra de Dios de una forma más edificante. Esta
corriente se siguió cultivando en los monasterios y recibió el nombre de “lectio
divina”. Se trata de una lectura orante de la Biblia, con la intención de
encontrarse con Dios y dejar que él nos transforme. Esto es lo que aquí se
desarrollará.

Pero antes de hacer una descripción de los pasos para realizar la lectio divina,
es necesario aclarar unos supuestos que todos debemos conocer.

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La Biblia es para Todos

¿Para quién está escrita la Biblia? ¿A quién está dirigida?

Lo primero a tener en cuenta es que la Biblia antes de ser Palabra de Dios para
nosotros fue Palabra de Dios para sus primeros oyentes. Los primero oyentes
fueron aquellos fieles que vivieron en la época en que se escribieron los 46
libros del Antiguo Testamento y los 27 del Nuevo Testamento.

En primer lugar se trata de judíos, cuya lengua materna es el hebreo, por eso
este es el idioma original de la mayoría de los escritos del AT. El segundo
idioma más importante de la Biblia es el griego, lengua que hablaba la
mayoría de los primeros cristianos fuera de Israel.

Así que en principio, para ellos que eran personas de varias clases sociales,
pero en su mayoría pobres y sin educación, la Biblia no presentaba ningún
problema serio de comprensión. Entendían perfectamente el mensaje
expresado en su propio idioma. Y además dado a conocer por medio de
cantos, ejemplos, y símbolos que eran tomados de la vida cotidiana.

Como ejemplo se puede tomar a Ezequiel quien toma dos varas en las manos.
En una pone el nombre de Judá y en el otro el nombre de José. Luego las junta
para formar una sola vara. Ante este acontecimiento sus paisanos le preguntan
qué quiere decir con lo que hace y él responde que Dios desea unir los dos
reinos en uno sólo (Ez 37,16-19). Su acción busca más comunicar que
confundir.

Claro que para nosotros, personas del siglo XXI, hay cosas que no nos quedan
tan claras en la Biblia y más bien son oscuras. Nos topamos con esta dificultad
cuando se hace evidente los problemas de traducción de un idioma a otro
(hebreo-español o griego-español) y las diferencias culturales entre nosotros y
las personas que vivieron hace miles de siglos. Aunque esto es una realidad
innegable, también se debe recordar que la intención principal del Dios es de
comunicarse con nosotros de forma entendible, con sentido, y no de manera
confusa o que nos conduzca al error.

Por eso, la Biblia está dirigida para nosotros para que la entendamos y no para
que nos apartemos de ella por no entenderla.

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Cuál Biblia es la mejor

Luego de establecer que Dios desea comunicarse con nosotros de una forma
clara, surge inmediatamente la duda de cuál traducción de la Biblia es la
mejor. Es decir, cuál nos puede ser de mayor provecho.

En este tema de la traducción con el tiempo se ha mejorado. Un claro ejemplo


es la Biblia de Jerusalén. La primera edición fue en 1973 con un lenguaje difícil,
pero la edición revisada de 1998 mejora mucho el lenguaje. Una Biblia que ha
tenido gran acogida por su lenguaje sencillo es la Biblia Latinoamericana
(1972).

La mejor regla para resolver el asunto de cual Biblia es mejor para nosotros,
está en la finalidad con que la usaremos. ¿Para qué quiero la Biblia? Es la
pregunta que debemos hacernos. Si la queremos para hacer estudios bíblicos
pues es mejor una que tenga bastante anotaciones y referencias, como la
Biblia de Estudio de SBU o la Biblia de América. Pero si la queremos para leer y
orar con ella es mejor una traducción con la que se sienta uno cómodo. En
este sentido recomiendo la traducción al lenguaje actual (TLA) de Sociedades
Bíblicas Unidas o la Biblia Latinoamericana.

En conclusión, ninguna es mejor que otra. Todo está en la finalidad con que
voy a acercarme a la Palabra de Dios.

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La Biblia como una realidad sagrada

Hasta cierto punto hemos perdido ese sentido divino o sagrado que tiene la
Biblia. Esa actitud de respeto hacia ella, porque contiene la Palabra de Dios y
porque es una mediación para acercarnos a Dios. Muchos tienen la Biblia
arrinconada en algún lugar de la casa o hecha pedazos. Y prácticamente nadie
se prepara previamente de alguna manera para leer la Palabra de Dios.

Sin embargo, para mejor expresar cuál debería ser nuestra actitud hacia la
Biblia, quiero poner como ejemplo al pueblo judío.

Cuando los judíos en el año 70 d.C. perdieron el Templo de Jerusalén por ser
quemado durante la rebelión contra los romanos, prácticamente se quedaron
sin la referencia más importante de su fe. El Templo representaba el lugar del
encuentro privilegiado con Dios, era el lugar de la “presencia de Dios”. Fue así
como los fariseos, el grupo religioso más influyente en ese momento, promovió
el estudio de la Torá como reemplazo al templo y medio principal para
encontrar la presencia divina (Armstrong 2008:85). Así que ahora en vez de
construir la vida espiritual alrededor del culto del templo, los fariseos invitaban
a construir una nueva espiritualidad familiar alrededor del estudio de la Torá.

Pero lo más importante de esto, es que no estudiaban la Biblia con una


finalidad intelectual (saber más), sino con una finalidad mucho más práctica:
buscar un sentido bondadoso que inspirara buenas obras (Armstrong 2008:87).

Rabí Johanan un día pasó por las ruinas quemadas del


templo de Jerusalén con Rabí Joshua, que gritó con dolor:
¿cómo podrían los judíos expiar sus pecados ahora que ya
no podrían llevar a cabo allí los sacrificios rituales? Rabí
Johanan lo consoló citando las palabras que dios le había
dicho en Oseas: “No te aflijas, tenemos la expiación que
está a la altura del templo, el hacer buenas obras, como
se dijo: Yo quiero amor y no sacrificio”

Este es el sentido correcto que quiere animar la practica de la Lectio Divina en


casa, ya sea personalmente o en familia.

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La Biblia: testimonio de la Palabra de Dios

Cuando decimos “Palabra de Dios” entendemos que Dios se está comunicando


con nosotros. Que aquello que escuchamos proviene de Él y refleja su
voluntad. Sin embargo, la Palabra de Dios no se reduce sólo a lo escrito, a la
Biblia.

En primer lugar, Jesús es la Palabra de Dios. Con Él Dios Padre lo ha dicho todo
y nos ha revelado su voluntad. El es comunicador por excelencia de Dios. Al no
estar él presente físicamente, podemos encontrar otras mediaciones por las
cuales Dios se nos comunica. A lo largo de los siglos, se ha dicho que es
posible encontrar a Dios en:

a) la naturaleza: si observamos bien, somos capaces de notar que la


belleza, el orden, la sabiduría de este mundo viene de Dios mismo.
b) Los pobres: muchos santos han visto al pobre como otro “Cristo”. Sus
necesidades y sus sueños son una invitación para nosotros para
amarlos.
c) La conciencia moral: la Iglesia nos enseña que Dios nos habla en nuestra
conciencia indicándonos lo que está bien y lo que está mal.
d) La liturgia: a través de los sacramentos y otras actividades religiosas.
e) Los signos de los tiempos: es decir, en los acontecimientos de nuestra
historia humana.
f) En la oración: son muchos los testimonios de la oración como un lugar
de encuentro con Dios.
g) En la Biblia: es un lugar privilegiado, ya que recoge el testimonio de las
enseñanzas de Jesús y sus milagros y hechos.

Estos ejemplos son para que se entienda que Dios habla con nosotros en
muchos momentos, en diversas circunstancias a lo largo de nuestra vida.
Puede hablarnos tanto a ver a un pobre, como al admirar la belleza de un
ocaso, o al leer el periódico. Unas veces requerirá más esfuerzo de parte
nuestra en tratar de comprender con nuestra inteligencia y voluntad lo que
Dios quiere decirnos. En otros momentos, todo parecerá más claro y sencillo.

Aquí aprenderemos a descubrirlo en la lectura y oración de la Biblia, como un


lugar privilegiado para comunicarnos con Él.

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¿Por qué la Palabra de Dios es viva?

“… porque la letra mata, mientras que el Espíritu da vida”. (2 Cor 3:6) Estas
palabras dice Pablo a los Corintios respecto a la obra que Dios está realizando
en ellos por medio del Evangelio de Cristo. Además les dice:

“A la vista está que ustedes son una carta de Cristo redacta


por ministerio nuestro y escrita no con tinta, sino con el
Espíritu de Dios vivo y no en tablas de piedra, sino en tablas
de carne, es decir, en el corazón.” (2 Cor 3:3)

Así queda claro que el Evangelio de Jesús es una acción del Espíritu en el
corazón de cada creyente. Esto significa que la Palabra de Dios toca el
corazón de cada quien y lo transforma.

Sin embargo, muchísimas veces no somos conscientes del poder que tiene la
Palabra de Dios al leer la Biblia. Generalmente, se vuelve como letra de tinta.
Sin la capacidad de conmover o de traer novedad.

Pero más que pensar que la Palabra de Dios no es eficaz, el problema está en
nuestra falta de disposición para acoger la Palabra de Dios. San José de
Calasanz, santo educador de niños, resumía este principio tan importante así:

“La voz de Dios es voz de Espíritu, que va y viene, toca el corazón y


pasa,
ni se sabe de dónde viene o cuándo sopla; importa, pues, mucho estar
siempre alerta para que no llegue de improviso y se aleje sin fruto” E 131

“La voz de Dios es una brisa suave y delicada quien no está atento no la
puede oír y quizá en ella ha puesto Dios su salvación y ¡ay de aquel
que la pierde y no aprovecha la ocasión”
Giner,Severino. San José de Calasanz. Maestro y fundador. BAC. 1992.p.168

Por tanto, aprender la “lectio divina” es aprender a estar atento a esa voz de
Dios que es voz de Espíritu que “toca” nuestro corazón. Esta acción es la que
lleva la gracia de Dios para transformarnos.

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Antes de comenzar la lectio divina

Esta parte es para dar algunos consejos prácticos que pueden ser útiles para la
tarea que se quiere emprender.

En primer lugar, Santa Teresa de Jesús, Doctora de la Iglesia por su experiencia


en temas de oración dice lo siguiente:

“No es mi intención ni pensamiento que será tan acertado lo


que yo dijere aquí que se tenga por regla infalible, que sería
desatino en cosas tan dificultosas. Como hay muchos
caminos en este camino del espíritu, podrá ser acierte a
decir alguno de ellos en algún punto. Si lo que no van por él
no lo entienden, será que van por otro” (Fundaciones 5,1).

Este primer consejo nos dice que Dios nos lleva por muchos caminos en esto
de la oración, y por tanto, la “lectio divina” es un camino que puede ser de
gran provecho para muchos, pero no para todos.

Segundo consejo que da Santa Teresa sobre la oración que nos puede ayudar
es: “lo que más os mueva amar eso haced”. Esto quiere decir que en la
oración podemos utilizar cualquier medio que nos mueva más a amar a Dios.
Se puede usar una candela, tener un crucifijo, la Biblia, una imagen. Lo que se
debe procurar con todos estos medios es despertar nuestro amor.

Un tercer consejo es la preparación de un momento y un lugar para realizar la


“lectio divina”. Se debe procurar un lugar que permita el recogimiento, poner
atención y evitar las distracciones ambientales. Respecto al tiempo es
preferible un momento durante el día que pueda ser respetado. Por ejemplo, si
se hace familiarmente cada domingo en la mañana, o si es individual al menos
media hora al día.

El cuarto consejo es sobre la escogencia del texto bíblico a meditar. Se puede


utilizar las lecturas diarias que la Iglesia propones de acuerdo con los ciclos
litúrgicos A, B y C. Si la “lectio divina” se hace en familia, por ejemplo el
sábado o el domingo, se puede utilizar el evangelio del domingo. Los salmos de

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la Bilbia también son un buen punto para comenzar. Otro aspecto es que se
debe preferir un texto corto a uno demasiado largo y, es mejor, un texto que
entendamos a otro que nos resulte poco entendible. Los textos más difíciles es
mejor dejarlos para momentos en que la “lectio” se hace con otras personas.

El quinto consejo es tener un cuaderno personal o un cuaderno comunitario.


Este cuaderno es muy importante para anotar aquellas palabras que de Dios
hemos recibido. Una vez anotadas, permiten que las retomemos y puedan ser
nuevamente meditadas. Son además un testimonio del recorrido que Dios ha
hecho con nosotros.

El sexto consejo es tener “determinada determinación”, con estas palabras


Santa Teresa quiere decir, que debemos emprender el camino de la oración
con todo el deseo de ser constantes y radicales. Solamente dando un paso,
poco a poco, llegaremos lejos. Poco a poco esta forma de orar nos resultará
más fácil y la palabra de Dios será más familiar para nosotros.

El séptimo consejo es buscar mantener una unidad entre nuestra oración y


nuestra vida. La incoherencia entre nuestra vida y nuestra oración es el
principal obstáculo para desalentarnos en seguir orando. Así que debemos
buscar una unidad entre lo que hacemos y decimos, entre lo que creemos y lo
que actuamos. Hay que recordar que quien ora lo hace con todo lo que es.

El octavo consejo es tener presente que hay momentos en que Dios nos ayuda
a entender un texto y hay otros momentos es que debemos esforzarnos más
con nuestra inteligencia. Lo mismo se puede decir sobre la oración, o la puesta
en práctica de algo que nos hemos propuesto. Esto significa en que la oración
es una gracia de Dios. Aunque él nos facilita las cosas, también nos educa para
que utilicemos nuestra inteligencia y usemos libremente nuestra voluntad para
buscarlo.

El noveno consejo es uno de los más importantes: la Biblia debe ser leída con
el mismo espíritu que la inspiró. Este principio significa que siempre se debe
buscar y preferir aquél sentido de un pasaje bíblico que sea “bondadoso”, que
sus efectos sean los dones del Espíritu Santo. Si un pasaje causa confusión o
duda, no debe tomarse como el sentido que Dios quiere para nosotros.

Luego de esta breve ambientación o marco teórico, a continuación empezamos


cómo se realiza la “Lectio Divina” paso a paso. Debo mencionar que hay
elementos adicionales, que fruto de la experiencia que he tenido, enriquecen el
método que expongo. Estas experiencias son: el Camino Neocatecumenal, los
Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, los escritos de San José de
Calasanz, los escritos de Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, taller de
Lectionautas.

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LOS PASOS DE LA LECTIO

Lectura

Se escoge un texto bíblico para hacer su lectura y oración. Es preferible


comenzar con uno que no sea difícil de entender y, sobre todo, que no sea
demasiado largo.

Hay que tener presente que unas veces nos resulta fácil sentir que la Palabra
de Dios “nos habla” y otras veces requiere más de nuestro esfuerzo personal
para entender el mensaje. Ambas cosas son queridas por Dios.

Cuando la lectura se nos hace fácil y sentimos que Dios “nos habla” es una
acción de la gracia de Dios que nos facilita las cosas. En este caso nos
resultará muy fácil el siguiente paso de la lectio divina. Sin embargo, cuando
no se da esta ayuda, tendremos que usar nuestra inteligencia para encontrar
un sentido del texto que nos sea significativo.
La pregunta clave
en la lectura es:
¿Qué dice el
texto?

En este primer paso, es importantísimo respetar lo que el autor del libro quiso
comunicarnos. Por eso, antes de interpretar el texto de una manera simbólica,
se debe preferir una lectura literal de lo que dice. Si se respeta este principio
evitaremos “decir” a la Palabra de Dios cosas que nunca quiso decir.

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Es recomendable leer el texto varias veces, hasta mejor entenderlo. Otro
sugerencia es leerlo despacio y con nuestra imaginación ir recreando en
nuestra mente lo que se va leyendo.
Hay una anécdota que nos contó un día un hermano
religioso argentino, Ricardo Grzona, sobre cómo fue que
él entendió esto de repetir la lectura. Nos decía que un
día que estaba en casa de sus padres, estaba revisando
y botando las cosas que había en un armario. Fue así
como se encontró con la caja que contenía todas las
cartas que sus padres se habían escrito mientras eran
novios durante un año, ya que uno estaba en otra
ciudad. Todas estas cartas estaban enumeradas y
ordenadas. Mientras él pensaba en botarlas, se acercó su
madre y le hizo gesto de dejarlas. Él se justificó diciendo
que eso fue hace muchísimos años y que ya tienen
tantos de matrimonio. Ella le dijo que gracias a estas
cartas habían llegado tan lejos en el matrimonio, ya que
cuando necesita, buscaba una de las cartas las leía….con
las dos manos las ponía en su corazón… suspiraba y ….
recordaba. Fue así como entendió el hermano Ricardo
que significaba leer la Biblia varias veces: Leo…con las
dos manos lo pongo en mi corazón… inhalo.. y recuerdo.
Recordar es un asunto del corazón, no de la cabeza.
Cuando buscamos sentido con nuestro esfuerzo debemos tener presente
siempre esta regla, ya anteriormente mencionada:

“La Biblia debe ser interpretada con el


mismo Espíritu con que fue escrita”

Esta oración la dijo un obispo católico oriental durante el Concilio Vaticano II y


está recogida en el documento Dei Verbum, sobre la revelación divina. Lo que
quiere decir es que no cualquier interpretación es válida, sino aquella que
recoge el sentir del Espíritu Santo. Aunque tenemos dificultad para entender
algunos textos nunca debemos conformarnos con un sentido que cause
división, juicio a los demás, confusión, debilitamiento de la fe, nos quite la
esperanza y disminuya el amor. Por tanto, recordando los frutos del Espíritu
Santo, podemos decir que el “sentir” del Espíritu es:

“En cambio, el Espíritu de Dios nos hace amar a los


demás, estar siempre alegres y vivir en paz con todos.
Nos hace ser pacientes y amables, y tatar bien a los
demás, tener confianza en Dios, ser humildes y saber
controlar nuestros malos deseos” Gálatas 5, 22-23

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Así que una interpretación más provechosa es la que nos da alegría, paz, nos
acrecienta la paciencia, nos invita a la humildad y a la amabilidad.

También podemos tomar los siguientes elementos para analizar de forma


sencilla un texto que deseamos utilizar en la lectio divina.

a) Es común en muchos libros de la Biblia la comparación entre dos


“modelos”, entre dos tipos de personas: el del justo y el del necio. Por
eso, una clave de lectura es recoger las actitudes propias de cada uno,
sus pensamientos y acciones.

b) Una segunda herramienta es la identificación de los personajes que


intervienen en la historia bíblica. Igualmente hay que ver cómo son
descritos y qué papel tienen.

c) Es conveniente poner atención a los verbos utilizados en un pasaje.


Ellos son como el motor de la acción y pueden orientarnos sobre el
sentido que quiere comunicarnos.

d) Hacer una pausa y pensar cuál es la idea principal del texto es muy
importante. Es mejor si la idea principal se logra ubicar en el mismo
texto. Si encontramos la idea principal sentiremos que nos ilumina todo
el pasaje.

e) Preguntarse por el significado de una palabra puede ser de mucho


provecho. Sobre todo cuando se trata de un pasaje simbólico. Al pensar
sobre el significado de una palabra se nos vendrá en mente sinónimos.
Meditación

En la meditación se hace necesario diferenciar dos situaciones:

A. Cuando la gracia de Dios nos ayuda: Se identifica muy fácilmente


pues sentimos que lo que leímos es “para mí”. Además tiene una
característica importante que “toca el corazón”. Así que si alguien nos
pregunta qué leímos, nos resultará sencillísimo recordar, ya que la
Palabra ha dejado una huella en nosotros.

El mejor criterio para discernir si esto que me ha impactado viene de


Dios es que tenga las siguientes características: LUZ Y FUERZA.

La Palabra de Dios
trae LUZ Y
FUERZA

La Palabra trae LUZ porque nos abre el entendimiento, nos da a conocer


algo de nosotros o algo que Dios quiere. Lo más importante es que nos
enseña algo que lo recibimos sin duda. Lo segundo que trae la Palabra
es FUERZA, porque al “tocar” nuestro corazón también pone en él la
voluntad necesaria para realizarlo, para vivirlo. Si la Palabra nos dice

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“ama a tu enemigo” y nosotros sentimos que nos aclara una situación de
conflicto familiar dándonos luz de cómo actuar, también sentiremos que
nos da la fuerza necesaria para realizar lo que la Palabra nos pide.

Así que cuando hemos identificado las palabras que Dios nos ha
comunicado son su gracia, el siguiente paso será “sacar” toda la riqueza
que tienen. Es como sacar agua de un pozo. Es profundizar en el
entendimiento que nos dio y el sentir que nos despertó.

B. Cuando buscamos sentido con nuestro esfuerzo: Una vez que


hemos logrado encontrar un sentido satisfactorio del texto, el siguiente
paso es permitir que éste nos cuestione a nosotros. Es como colocarse
frente a un espejo, en este caso el espejo de la Palabra.

Para mejor dar a entender esto voy a poner como ejemplo el Salmo 1. Lo
primero que hice fue de acuerdo a los consejos de cómo interpretar
sacar las siguientes observaciones:

• En este salmo hay tres personajes: Dios, los buenos y los


malvados.
• Los tres son descritos de forma diferente: Dios bendice… los
buenos aman su palabra y alegres la estudian…los malvados se
encaminan al fracaso.
• La idea central es la vida abundante de quienes reciben la
bendición de Dios: son como árboles junto a los arroyos que dan
fruto y no se marchitan.

Luego de este breve esfuerzo por buscar un sentido del texto, sigue el
paso de permitir confrontar lo que se dice con nuestra propia vida.
Puedo hacerme preguntas como:

• ¿Qué hago yo para cultivar mi fe como hacen los buenos?


• ¿Cuál es mi constancia en la lectura de la Biblia?
• ¿Estoy dando buenos frutos? ¿Qué hago por Dios y los demás?
• Teniendo la imagen del árbol junto a los arroyos… me pregunto si
encuentro en Dios lo que necesito para mi vida. ¿Acudo a él?

Este segundo momento trata de permitir a la Palabra de Dios examine


nuestra vida, y que nos revele aspectos de nosotros mismos y la forma
en que Dios nos ama y actúa. Dejar que resuene en nosotros con su
eco.

La forma de responder esta preguntas es siendo lo más concretos y


sinceros con nosotros mismos. No se trata de buscar una respuesta
general aplicable a todos, sino una respuesta concreta de acuerdo a mi
situación de vida.

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Si hemos hecho bien la “meditatio” habremos descubierto un sentido
más profundo del texto, tendremos una conciencia más viva del pasaje
bíblico y una sensación de actualidad de su mensaje. Pero lo más
importante es que el texto bíblico ha dejado algo en nosotros.

El fruto de la meditación es el encontrar o recibir una


Palabra de de Dios que guardamos en nuestro interior para
nuestra vida diaria.

El mejor modelo de la “meditatio” es la Virgen María. San


Lucas menciona dos veces en el evangelio: “María, por su
parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón”
(2,19); “Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas
en su corazón” (2,51)

La sabiduría divina: en la “meditatio” se aprende


la ciencia sobre el hombre y el mundo de su
derredor, y sobre todo se asimila la sabiduría de
Dios, ese “sabor” de Dios que el orante gusta en
todo. (Antonio Izquierdo)

Oración (Oratio)

La lectio y la meditatio lo que hicieron fue “abrir” nuestra mente, nuestro


corazón, nuestro espíritu al misterio de Dios y de su voluntad. Sin embargo,
para seguir adelante deberemos echar mano de la oración. Ella nos permitirá
profundizar más en el sentido del texto leído y colocarlo en el contexto de
nuestra relación con Dios.

Pues la finalidad de la lectio divina es la comunicación con el Padre, el Hijo y el


Espíritu Santo. Podemos decir, que por medio del Espíritu Santo nos
acercamos a la Palabra de Dios, que es Jesús mismo, para conocer a Dios Padre
y hacer su voluntad.

Nuestra oración cristiana es por tanto algo personal. Pues no se trata de


meditar sobre el significado de unas palabras, o encontrar sinónimos o

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comprender mejor un texto, sino de disponernos a un ENCUENTRO con
ALGUIEN. Así que orar es ponerse en presencia de Él.

Así, pues, luego de haber realizado los primeros dos pasos tenemos “tema de
conversación” para dialogar con Dios. Este tema puede motivarnos a dar
gracias, a adorar, a pedir, a interceder o alabar. En pocas palabras, nos pide
DAR UNA RESPUESTA. Sin embargo, la primera respuesta que debemos dar es
el SILENCIO. Parece contradictorio, pero es el fundamento de todo.

El SILENCIO es dar un paso más para profundizar en el misterio de Dios. Es dar


la oportunidad a Dios de ser Dios. Es un gesto de reverencia, de humildad, de
asombro pues es reconocer que Él está más allá de nuestro entendimiento,
más allá de nuestras ideas, más allá de nuestros sentidos. Por tanto, no se
identifica plenamente con la idea que tengo de él en mi mente, no se identifica
plenamente con el sentido del texto que yo he descubierto, no se identifica
plenamente con mi sentimiento. Sólo así podremos hacer esta justa
separación entre Dios mismo que es perfecto, y el mensaje que recibimos, que
es imperfecto por nuestra condición humana.

Sin embargo, podemos también utilizar otras formas para expresar nuestra
respuesta a Dios:

A. La Bendición y La Adoración: La bendición es la respuesta del ser


humano a los dones de Dios. La adoración es el reconocimiento que
somos criaturas y Dios Creador. Se trata de exaltar la grandeza de Dios.

B. La petición e intercesión: La petición es pedir a Dios su auxilio,


mostrando así nuestra dependencia a Él. La intercesión es pedir la
misericordia de Dios por otros.

C. Acción de Gracias: todo acontecimiento o necesidad puede convertirse


en una ofrenda de acción de gracias. Es recibir todas las cosas como
venidas de su mano y por ello, mostrar gratitud.

D. La Alabanza: Es toda acción de reconocimiento que Dios es Dios. Es dar


gloria por lo que Él es y no por lo que hace.

Sobre cuál debe ser nuestra respuesta a la Palabra de Dios que hemos recibido
en los pasos anteriores de la Lectio Divina, no hay una receta única. Lo que se
puede recomendar es que nuestra respuesta debe ser apropiada al mensaje
recibido, de acuerdo a nuestra situación o a la voluntad de Dios para nuestra
vida.

En conclusión, el paso de la oración es profundizar en Dios mismo y su


voluntad revelada en su Palabra. Es colocar en medio de nosotros el texto
bíblico para hacer crecer nuestra relación. La mejor actitud que podemos
tener es la del SILENCIO, reconocer que Dios está más allá de nuestro
lenguaje, nuestros sentimientos y pensamientos, es TRASCENDENTE. Sólo así
evitaremos la tentación de reducirlo a nuestra imagen y semejanza.

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Ahora bien, toda Palabra de Dios tiene un propósito y una eficacia y esto nos
llevará al siguiente punto de la Lectio Divina.
Para aclarar más el sentido que debe tener toda oración, quiero poner de
ejemplo las enseñanzas de Santa Teresa de Jesús. Según ella en la oración
buscamos la comunión con Dios y esta comunión se busca al “contentar” a
Nuestro Señor, es decir, estar siempre dispuestos a agradarle. Y no hay cosa
que más le agrade que hacer su voluntad. ¿Y cuál es su voluntad? Teresa
responde: amarlo a Él y al prójimo. Pero además dice: como eso de que
amamos a Dios no se puede saber, es mejor que nos esforcemos por amar al
prójimo. No nos preocupemos que Dios mismo se encargará luego de
aumentar nuestro amor a Él de mil maneras (Moradas 5:3:8). Teresa pues nos
aparta de una oración egoísta y nos muestra el camino correcto: agradar a
Dios por medio del amor al prójimo.

Contemplación-Acción (Contemplatio- Operatio)

En la Edad Media el último paso de la Lectio Divina se llamaba “contemplatio”.


Al parecer el significado de la palabra viene del latín, de la preposición “cum”
que es “con” y el sustantivo “templario” que hace referencia a “templo”. Esta
palabra templo se entendía también como la tienda celeste que cubre el
mundo, como el cielo, la bóveda o cúpula celeste. Así pues, la “contemplatio”
era elevarse al cielo, mantener la mirada hacia arriba.

Con palabras más actuales se puede definir la contemplación como


mantenerse en presencia de Dios. Vivir la vida diara con una cierta mirada
puesta en lo divino. Es como el joven enamorado que está aquí pero en su
mente y corazón suspira por su amada.

Así que el objetivo de la “contemplatio” es cómo llevar a la vida diaria lo vivido


en los pasos anteriores de la lectio divina. Pero este “llevar a la vida diaria” no
se trata de quedarse inmóvil o apartado, más bien de ponerse en camino, de
realizar algo permaneciendo en el amor de Dios y bajo la guía de su Palabra.
Por eso la contemplación también es acción (operatio).

La primera recomendación es buscar resumir nuestra experiencia de los pasos


anteriores de la Lectio Divina es una frase o pocas palabras significativas. Por
ejemplo: el justo en Dios encuentra su refugio. De este modo tendremos el
centro del mensaje de Dios. Cuando Dios nos ha ayudado con su gracia y nos
ha facilitado el entendimiento de algo, será muy fácil identificar la frase o
palabras significativas.

El siguiente paso es preguntarnos:

¿Qué es lo que siento


y a dónde me lleva?

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Retomando el mensaje del texto o la parte del mensaje bíblico que nos ha
tocado el corazón, nos preguntamos cuál es nuestro sentir y cuál es la
dirección hacia donde nos llevan. Se decía anteriormente que la Palabra de
Dios nos trae LUZ Y FUERZA y, aquí en esta etapa es donde notaremos la
dirección que tiene esa fuerza. Nuestra voluntad será movida hacia una
dirección.

No siempre es fácil entender el camino por donde nos quiere llevar Dios con su
Palabra y, sobre todo, cuando se trata de tomar una decisión difícil, podemos
dudar. También existe la posibilidad que hayamos “añadido” algo de nuestros
intereses a esa frase. Por eso recomiendo lo siguiente:

a) Escoger aquello que conlleve crecer en humildad


b) Esperar un signo de confirmación de nuestra decisión.

San Ignacio de Loyola daba gran importancia a este punto. Para él la


confirmación era un paso necesario. La confirmación puede ser un signo de
Dios, la aprobación de la Iglesia, un acontecimiento inesperado, la paz, el
consuelo o la seguridad que Dios comunica.

Es muy recomendable tener también un cuaderno en el cual anotar lo que Dios


nos va comunicando poco a poco en la Lectio Divina. Sobre todo anotar
aquellas palabras que han sido una gracia, que han “llegado” a nosotros. Se
debe anotar, también el sentir que produjeron. Luego de un tiempo será
posible notar que Dios tiene una dirección para nuestra vida. Cuando es posible
visualizar esa dirección, se puede formular una “consigna” que recoja a todas.
Este paso requiere de consejo.

Nuevamente la Virgen María es el mejor ejemplo


que podemos tener. Sus palabras “Hágase en mí
según tu palabra” es la actitud básica del final de la
lectio divina.

Además, San Lucas presenta a la Virgen en


movimiento luego de recibir el anuncio del ángel,
éste se va y ella se pone en camino. Pero no va
vacía, sino que lleva consigo al que es la
PALABRA, JESÚS.

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