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Festividades – 18/12/2008

La festividad de Janucá y las luces como


símbolo de libertad
La luz es el principio de todo. Al crear el mundo Dios creó primero la luz, la posibilidad de visión y luego
siguió toda la creación.
Cuando el pueblo de Israel construyó el Tabernáculo en el desierto, lo primero que hizo al terminar la
tarea fue prender el “Ner tamid'' (la luz eterna). Fue un mandamiento para todas las generaciones hasta
hoy en día, en toda sinagoga (“mikdash meat'', el pequeño templo) arde una luz eterna y aunque
entremos en oscuridad, nunca es total.
Con luz podemos ver, con luz es más fácil crear y aunque arda una vela pequeñísima, ya no hay
oscuridad. Todo lo malo y feo lo identificamos con oscuridad; lo bueno y hermoso, con luz y claridad.
En el año 164 a.C. llegaron días oscuros a nuestro pueblo. El rey Antíoco Epifanes de los griegos
seleucidas (sirios), anulando la tradición de tolerancia del mundo helénico, trató de imponer el helenismo
a los judíos, rebelándose estos contra ese atropello.
El Templo de Jerusalén fue profanado y la luz eterna se apagó. Bajo el liderazgo de la familia Hasmonea
(conocidos también como Macabeos, por Yehuda Hamacabí, su gran jefe militar) combatieron los judíos
con valentía y destreza contra los griegos. Luego de tres terribles años, llegó el triunfo. El 25 de Kislev fue
restaurado el Templo y la luz eterna volvió a iluminar. Para recordar esta magnífica epopeya se estableció
la fiesta de Janucá, con sus leyes y costumbres.
Hasta aquí el relato sencillo de Janucá. Aunque parezca irreal, las explicaciones sobre la fiesta y porque
se celebra durante ocho días, son varias pero todas hablan de luz.
En el libro de los Macabeos (escrito cerca de los acontecimientos, pero no elevado a la categoría de
escrito sagrado en la época de la canonización de los libros bíblicos) se relata que los Hasmoneos
establecieron ocho días de celebración por la reinauguración del Templo, porque el pueblo no pudo
festejar Sucot por la guerra y profanación del Templo.
Varios siglos después se comienza a hablar del “milagro de Janucá''. En el Talmud, en el tratado de
Shabat, cuando se discute sobre las velas de Shabat y qué velas están permitidas, aparece de repente la
historia del milagro de Janucá: encontraron un solo frasco de aceite puro que alcanzaba para un día, y
hacia falta ocho días para preparar nuevo aceite. Ocurrió el milagro y el aceite alcanzo para siete días
más. De ahí que festejamos ocho días esa fiesta. En el midrash Mejilta aparece la misma idea, pero con
ocho ganchos y no ocho velas de aceite.
Todo esto es un poco raro y lo que historiadores piensan es que la fiesta se impuso y el pueblo recordaba
a los Macabeos como grandes héroes, no así los líderes religiosos, que veían a los descendientes de los
Macabeos como helenistas y antirreligiosos.
Esa idea se fortaleció después de la destrucción del Segundo Templo y las rebeliones anti romanas que
fracasaron y trajeron como consecuencia el largo exilio judío.
Las autoridades rabínicas trataron de apagar el ardor guerrero, poniendo a los Macabeos en un semi
olvido y destacando un milagro que no estaba registrado en ningún lugar. Y lo lograron.
En las bendiciones de las velas de Janucá se habla de los milagros, pero no del milagro del aceite. Los
milagros fueron las luchas y batallas de los débiles y pocos (judíos) contra los fuertes y muchos (griegos).
No fue posible anular del todo la realidad histórica. Así quedo la fiesta de la luz. Pero no era muy
destacada en especial, hasta la aparición del movimiento sionista y la idea del “judío combatiente'' que
trajo consigo. Este movimiento busco héroes militares y los encontró en los Macabeos y en Bar Kojbá;
Janucá y Lag Baomer comenzaron a ser fiestas más celebradas.
Todo esto no quita la importancia del mensaje de Janucá. La luz de la libertad disipa la oscuridad de la
tiranía. Al encender las velas de Janucá recordamos el eterno mensaje de libertad, que es la base de
nuestro ser judío, desde la liberación de Egipto. No es un mensaje tan claro lamentablemente, y por eso
hay que repetirlo constantemente. Debemos vivir en libertad. Para eso necesitamos claridad y luz: esa es
la eternidad de Janucá.
*“Congregación "Taguel Aravá'' de Eilat.
Rabino Shmuel Shaish*

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