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EL TIEMPO EN LA CURA:

Las sesiones a-temporales

EPFCL-España-F.P.Barcelona

Conocemos bien la tesis freudiana del inconsciente fuera del tiempo. Apa-rece
ya en 1907 en una nota a pié de página de «Psicopatología de la vida cotidiana»que
concluye diciendo: «En el caso de las huellas mnémicas reprimidas, se puedecomprobar
que no han experimentado alteraciones durante los más largos lapsos.Lo inconsciente es
totalmente atemporal». En dos textos posteriores (Lo incons-ciente, de 1915, y la
conferencia 31 de las Nuevas conferencias de introducción alpsicoanálisis, de 1932)
Freud insiste en el carácter atemporal de los procesos delsistema inconsciente. Para el
padre del psicoanálisis, el tiempo es patrimonio de loconsciente y del Ich, mientras que
lo inconsciente y el Es escapan a él. Desde esaperspectiva, el poder del análisis consiste
en pasar los deseos desde el fuera-del-tiempo del inconsciente a la temporalidad
consciente. Es, pues, un punto que semantiene inflexible a lo largo de su obra, de algún
modo impermeable también alpaso del tiempo.
Sabemos también que con Lacan se opera una verdadera transformación enla
concepción del tiempo, tanto desde un punto de vista clínico como teórico.Partiendo de
la tesis freudiana ya mencionada, incorpora no obstante otra impor-tante intuición de
Freud, la de la retroacción o Nachtraglichkeit, y lleva ambas asus extremas
consecuencias elaborando un aporte propio y totalmente novedoso ensu famoso texto
«El tiempo lógico y el aserto de la certidumbre anticipada» con elfamoso apólogo de los
tres prisioneros y la triada constituida por el instante de ver(ó de la mirada), el tiempo
de comprender, y el momento de concluir. En nuestrajerga entre colegas es habitual
apelar de un modo vago, y a veces un tanto superfi-cial, al llamado «tiempo lógico». En
algunas de esas apelaciones lo único que sevislumbra es una suerte de tiempo subjetivo
(propio de cada cual) o una especie dedesdén hacia el tiempo cronológico. En el primer
caso puede tratarse simplementede una vuelta al redil de la psicología, y lo cierto es que
para semejante viaje nohacían falta tantas y tan sofisticadas alforjas. En el segundo caso
nos encontramoscon una ingenua rebeldía frente a los dictados del reloj que no siempre
se corres-ponde con la organización diaria y real de los oficiantes del análisis, más
esclavosdel tiempo de lo que en verdad querrían. La teorización lacaniana iba, sin lugar
a dudas, muchísimo más lejos, implicando incluso cierta relectura del «cogito» a laluz
de la dialéctica de la intersubjetividad.
No es aquí el lugar adecuado para resumir ese magnífico texto de 1945 perosi
que vale la pena destacar el modo en que Lacan vuelve a ese escrito casi 30
añosdespués. Se trata de la cuarta clase del Seminario «Encore» (1973) cuando
Lacanevoca explícitamente su escrito sobre el tiempo lógico y añade algo muy
sugerente.Nos recuerda que destacaba allí «el hecho de que algo así como una
intersubjetividadpueda desembocar en una salida salvadora», pero va más allá de la
relación entresujetos y agrega que ya entonces podía leerse que «la a minúscula tetiza la
funciónde la prisa»y que lo que ahora puede afirmar claramente es que en la terna de
losprisioneros «cada uno interviene como ese objeto a que es bajo la mirada de
losotros».
El sujeto, nos decía Lacan en los años cuarenta, realiza el momento deconcluir,
en una «desubjetivación al grado más bajo»,donde se aprehende comoobjeto ante los
otros. Pero el mismo Lacan (que en realidad ya es bastante otro) nosdice en los años
setenta que el objeto a «tetiza», es decir pone en escritura y/ó hacetesis de la función de
la prisa que lleva al sujeto al acto. Y se impone, por tanto,cierta relectura o en todo caso
cierto suplemento a la concepción intersubjetiva deltiempo lógico. De la
intersubjetividad hemos pasado a la relación del objeto con elOtro. Ya no hay
propiamente relación entre sujetos. Por ello Lacan propone en eseSeminario un cuasi-
matema cuando dice que esos tres son en realidad «dos más a»:dos más el sujeto en el
momento de aprehenderse como objeto para el Otro. Ydepura todavía más el
razonamiento cuando concluye afirmando que si nos ubica-mos en el punto de vista del
propio objeto a, el «dos más a» se reduce de hecho a un«Uno más a».
Esos 2 ante los que me aprehendo como objeto tampoco son dos sujetos,
sereducen entonces a la función del Uno más la función del a. No hay tres ni dos
encalidad de sujetos, es el problema del Uno y el Otro irreductibles en su
relación,relación que deja siempre un resto irracional y que toca el núcleo de toda cura.
Dos conclusiones (provisorias) sobre esa enriquecedora re-lectura lacanianadel tiempo
lógico:
1-Parece legítimo sostener entonces que la clásica a-temporalidad del in-
consciente freudiano puede reinterpretarse en Lacan a la luz del objeto a.
2-Igualmente puede intentar aplicarse esa lógica del «Uno más a» al interiorde la
cura misma, en especial para abordar los problemas inherentes a la función del
empleo del tiempo en el dispositivo analítico, allí donde el analista ocupa
dealgún modo el lugar del objeto.
Veamos ahora algunas cuestiones problemáticas que aparecen cuando
setransitan los diversos textos sobre el tiempo en el psicoanálisis que se han produci-do
en el conjunto de la comunidad de los analistas lacanianos. Se extrae de algunosde ellos
una especie de dualidad que haría referencia a dos posibles etapas en laenseñanza de
Lacan acerca de la cuestión del tiempo, o dicho de manera redundan-te «dos tiempos»
en Lacan respecto al tiempo.
De acuerdo a esa posible sistematización binaria tendríamos un primerLacan que
sería el de la sesión de duración variable y un segundo Lacan (supuesta-mente último,
en lo concerniente a este asunto) que sería el de la sesión corta. Enaquellos que se
orientan directamente a través de la lectura de Jacques-Alain Millerdicha dualidad se
escribe así: sesiones que funcionan como unidad semántica apartir de la lógica de la
puntuación y otras que funcionan como unidades a-semánticasen base a la lógica del
corte.
Entre algunos de nosotros (Campo Lacaniano) se esgrime la hipótesis deque las
sesiones cortas responden a una lógica que trata de dinamitar la vanidad dela palabra
apuntando a su quebramiento y a sus aporías, pero a la vez se apostillaque una práctica
analítica que se fundamentase esencialmente en la sesión brevenecesitaría algo de lo que
aún estamos bastante lejos: «una sagrada transferencia,del analizante con la verdad
freudiana, del analista con el psicoanálisis» (MarcStrauss, Madrid, 2002). Y, más allá de
la polémica sobre la duración de las sesio-nes, Colette Soler enfatiza que el tiempo del
análisis no puede comprimirse, «puesel tiempo necesario para empujar a lo simbólico a
sus reductos, tiempo lógico, esinseparable del que hace falta aún para admitir y soportar
el resultado» («El más detiempo», 2002).
El primer Lacan es aquel que revoluciona la praxis analítica con su
graninnovación del tiempo libre de sesión. Vale la pena preguntarse: ¿libre de
qué?.Ningún tiempo es verdaderamente libre, todo tiempo tiene sus leyes. Libre, entodo
caso, de la dictadura obsesiva de la duración standard, y liberado por ellomismo del
posible y frecuente manejo resistencial por parte del analizante. En esaconcepción, el
Lacan de la primacía de lo simbólico, utiliza (de una forma total-mente coherente con su
teoría) el tiempo en la propia sesión como un instrumentoprivilegiado para obtener
efectos de escansión, de interpretación y de retroacciónsignificante. Algunos pueden
pensar que no vale la pena detenernos mucho en ello,dado que ya forma parte de nuestra
doxa más conocida, pero otros tal vez opinarán que es en realidad una doxa ya
caducada, una porción más de la historia del psicoa-nálisis, y eso es algo muy
discutible, y merece ser replanteado.
El supuesto segundo tiempo de Lacan al respecto del tiempo en la cura no estan
fácil de ubicar como el primero (que era el Lacan de los «Escritos»), pero eneste juego
de las dualidades hace referencia al Lacan de la praxis clínica de lassesiones cortas,
algunas casi inexistentes, fulgurantes, y con un énfasis que habríacambiado de lugar: ya
no se trataría del corte con una finalidad básicamenteepistémico, sino como una
maniobra encaminada a inducir al sujeto a que abreviesus decires, reduciendo la
producción imaginaria de sentido e implementando deun modo digno el concepto de
«precipitación», y todo ello con una doble intenciónradical, la de la separación del
objeto y la de reconducir al sujeto hasta la opacidadde su goce. Es quizás un pasaje
desde el analizante parlanchín al analizante lógico.
Sin duda es tentador articular esta segunda concepción a ese momento
derelectura que hemos estado examinando hace unos momentos y que obligó a Lacana
incorporar más explícitamente la función del objeto «a» en la lógica
temporal,subrayando así mismo el estatuto de la prisa.
Se nos aparecen, no obstante, algunos interrogantes:
-¿Existe realmente tanta oposición entre el primer modo de concebir el cor-te de
sesión y el segundo?
¿Hemos de privilegiar siempre las últimas elaboraciones de Lacan y olvidar-nos
de las primeras?
-Aun en el caso de que optáramos por enfatizar las supuestas especificidadesde
la segunda concepción, ¿justifica la misma siempre un necesario acortamientode
las sesiones?. ¿No deberíamos tal vez escuchar con algo más de respeto
algunasde las críticas que se hacen (fundamentalmente desde otras
orientacionespsicoanalíticas) a la práctica de las sesiones radicalmente breves?.
Respecto del primer interrogante (¿existe realmente tanta oposición entrelos dos
modos de concebir el manejo del tiempo en Lacan?) hay que ser prudentesy es útil
reconocer que a veces tendemos a re-interpretar de un modo exagerado lasprácticas que
supuestamente ya pertenecen al pasado, aunque sea nuestro propio yreciente pasado,
con la finalidad de remarcar más la diferencia con aquello quequeremos presentar como
un procedimiento novedoso. A fin de potenciar la ideade un manejo del tiempo en la
cura más coherente con la puesta en escena delobjeto a, podemos en ocasiones acabar
ridiculizando ó desvalorizando un manejodel tiempo en las sesiones como herramienta
eficaz en la puntuación y en la emer-gencia de significaciones ocultas para el analizante.
¿No sería mucho más lógico preservar esa primera y magnífica manera de concebir la
interpretación que nosbrindó Lacan, tratando de hacerla compatible con la segunda?.
¿No será que elhecho de que muchos hayan entendido y aceptado esa primera y
subversiva utiliza-ción del tiempo (incluso fuera de los ámbitos estrictos de la
enseñanza lacaniana),nos incomoda de algún modo, cuando más bien debería de
satisfacernos?.
Ambos modos de jugar con el tiempo en la dirección de la cura pueden
serperfectamente compatibles, dado que corresponden en realidad a dos
momentosdiferentes en el desarrollo del análisis. Dos momentos que tampoco hemos
desuponer imaginariamente como si se desplegasen uno detrás del otro formandouna
serie de dos etapas consecutivas, pero sí como un fondo estructural de ladirección de la
cura con un tiempo más empecinado en explorar el ámbito delsaber inconsciente y otro
en el que se trata de enfrentar al sujeto a lo Real. El corteque funciona como una
interpretación que permite al sujeto ser algo más clarivi-dente respecto a las
coordenadas simbólicas e imaginarias de su novela familiar yde sus condiciones de goce
puede ir perfectamente de la mano de aquel otro corte(que a lo mejor no es más que el
revés del mismo, o su resto) que pone en evidenciaque no todo puede ser
significantizado.
Respecto al segundo interrogante (¿hemos de privilegiar siempre las
últimaselaboraciones de Lacan y olvidarnos de las primeras?) seamos coherentes: no
siem-pre tenemos que privilegiar a ultranza el último Lacan. A Jacques-Alain
Millerdicho procedimiento le reportó en una época una posición excepcional en tanto
encuanto se daba por sentado que era justamente él quien podía determinar mejorque
nadie cual era la última concepción de Lacan respecto a cada punto de la teoríao de la
clínica. Aunque durante un tiempo, muchos participamos en mayor omenor grado de
esa tendencia un tanto ingenua de buscar apoyo en las últimaspalabras lacanianas acerca
de cada cuestión psicoanalítica, si lo pensamos bien esun contrasentido teórico dado que
el mismo Lacan nos enseñó a menudo a cuestio-nar ese principio. Pensemos por
ejemplo que en su lectura de Freud, Lacan distamucho de regirse por un supuesto
progreso cronológico en la obra del padre delpsicoanálisis. Si bien es cierto que destaca
algunas cuestiones del Freud más entra-do en años (como por ejemplo la pulsión de
muerte, allí donde justamente apenasningún discípulo le pudo seguir) a la vez es
evidente también que se desmarca deforma explícita de la perspectiva post-freudiana
clásica que privilegia los desarro-llos de la segunda tópica en detrimento de la primera.
¿Por qué no podemos operarentonces los lectores de Lacan con su obra de un modo
semejante (aunque noidéntico) a cómo él nos enseñó a hacer con Freud, relativizando
un poco el culto a «lo último de lo último» y a la supuesta progresión diacrónica de la
teoría?.
Por otra parte, no es fácil encontrar en los últimos seminarios de Lacanmuchas
referencias explícitas a este polémico asunto de las sesiones cortas. Tal vezes un asunto
que se deriva parcialmente de las contingencias propias de la praxis deLacan como
analista y no solamente de su teoría. Algunos pueden fruncir el ceñoante esta
trasnochada apelación a la diferencia entre teoría y práctica, pero hay quetener en cuenta
que Lacan podía tener razones poderosas pero a la vez muy parti-culares (y difícilmente
repetibles) que justificaran en parte su empleo cada vez másradical del acortamiento de
las sesiones. No se puede ignorar el lugar tan especialque ocupaba Lacan en la
comunidad analítica de su tiempo y el modo en que dicholugar influía en las
transferencias. Lacan nos pidió además de manera explícita (en«La Tercera«, en Roma)
que no le imitásemos.
Un uso injustificado del acortamiento temporal y sistemático de las sesionesde
análisis no beneficia para nada a la causa analítica. Hacer de la brevedad unaespecie de
standard de la orientación lacaniana puede ser un error tan poco analí-tico como
estandarizar las sesiones de 50 ó de 45 minutos. La paradójicaestandarización de la
sesión breve resultaría una contradicción aberrante.
Cada paciente es diferente y cada sesión irrepetible. Probablemente,
comoescribió Colette Soler en el Preludio número 3 de las Jornadas en Madrid sobre
eltiempo, la cuestión no es tanto la duración de las sesiones sino «lo que su
suspensiónhace surgir».
Por tanto, es factible considerar dos funciones de la escansión que no nece-
sariamente hemos de considerar antagónicas: una más vinculada a la interpreta-ción y a
la emergencia de algún sentido, y otra más vinculada al acto que permite alsujeto cierto
grado de enfrentamiento al sin-sentido de lo pulsional. Recordemosque Lacan ya decía
en su seminario XI que la interpretación no está abierta a todoslos sentidos y que su
efecto es el de aislar en el sujeto «una médula de sinsentido».
Los riesgos inherentes a la primera (al quedarse solamente en ella o al
abusarde la misma) son aquellos que desvirtúan la posición del analista
transformándoloen un hermeneuta o en un psicólogo de las supuestas
profundidades que utiliza eltiempo como una herramienta más para decantar
posibles significados, jugandosolamente en el registro del «automaton» de los
significantes.
Los riesgos de la segunda son los que pueden desplazar la función del analistahasta un
territorio del puro acto, tratando todo el tiempo de provocar efectos de«tyché», al modo
de una burda copia de un maestro zen o metamorfoseándolo enaquello que Pierre Bruno
intentó cuestionar en los instantes iniciales de la gran crisis de la AMP cuando aludió al
analista que actúa como una figura imaginariadel padre real.
La práctica cotidiana demuestra que en una cura pueden sucederse sesionesde un
tipo y de otro, y que existe una profunda articulación entre ambas. Bajo eltiempo del
saber re-ordenado por la lógica retroactiva del significante, habita eltiempo pulsional,
«tempus» libidinal fuera de la lógica discursiva, propio del obje-to.
Aprovechando un oportuno juego de palabras en castellano, podemos decir:«la
sesión corta», pero no en el sentido de una corta duración temporal de la mismasino en
el sentido de que toda buena sesión analítica tiene efectos de corte para elsujeto, tanto si
es para advertirle de alguna significación que hasta entonces se leescapaba, como si lo
es para ayudarle a desprenderse de un exceso de goce y aenfrentarle con los límites del
decir.
La sesión analítica «corta», y ése es el modo específico de curar que tiene
elanálisis, aún y aceptando lo incurable de cada sujeto al final de la cura.

Manuel Baldiz
Ferbero - Marzo 2004 • Año III • Número 9

SUMARIO
#9
El aparato de psicoanalizar
Febrero / Marzo
2004
El psicoanálisis en la globalización
Por Jacques-Alain Miller Por Manoel Barros da Motta

Lo singular en el síntoma: un principio “The Matrix” y el cuerpo. Una lectura


clínico Por Nora Piotte
Por Samuel Basz
Variante de la neutralidad analítica
Los tiempos del sentido en la Por Adriana Luka

experiencia ¿Qué lugar asignarle hoy al niño en


Por Estela Paskvan
relación a la caída de la imago paterna?
Modalidades contemporáneas del lazo Responsabilidad del analista
Por Agueda Hernández
social: perspectivas éticas
Por Lizbeth Ahumada Yanet Usos posibles del dispositivo
El genio de Xul Solar psicoanalítico
Por Mario Goldenberg Por Andrea Cucagna

Tríptico sobre la depresión


Por Romildo do Rêgo Barros

LA SESIÓN CORTA
Una manzana de discordia para el psicoanálisis
Introducción Lógica de la sesión corta
Por Miquel Bassols
Capricho, imitación y lógica en la sesión corta
Por Hilario Cid Vivas Ser el director de su propia sesión
Por Véronique Mariage
De las lágrimas a la risa
Por Dominique Miller La sesión vista desde otra perspectiva
Por Serge Cottet
La sesión - escansión, La Métrica y la Rítmica
Por Lucia D’Angelo

LA OPINIÓN ILUSTRADA
Cosas que maravillan
Por José Nun

COMENTARIOS DE LIBROS
La práctica analítica La virtud indicativa, de Germán Garcíaa
Por Renata García Por Karina Lipzer

Un comienzo en la vida, de Sartre a Lacan, de La experiencia de lo real en la cura psicoanalítica, de


Jacques-Alain Miller Jacques-Alain Miller
Por Patricio Alvarez Por Alejandra Breglia

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#9 Febrero / Marzo - 2004

La sesión vista desde otra perspectiva


Serge Cottet

La controversia sobre las sesiones breves no data de ayer, incluso si ella recurre a algunos argumentos que parecen ser toma-
dos de la orientación lacaniana. Los partidarios de la sesión larga se apoyan en una cultura del inconsciente que se descubre
a través de sus formaciones: sueños, ensoñaciones, asociaciones, y que contraría la estructura de interrupción que impone su
discurso. Ella convoca al inconsciente a hablar, a hablar más, a hablar siempre. Habitualmente no tan conversador se lo fuerza a
la elasticidad, se lo encuadra en una elongación. De esta topología se deduce una larga duración porque hay que darle tiempo al
inconsciente el cual, según la doctrina, raramente lo tiene, está a contratiempo, es imprevisto, caprichoso, disruptivo. Se supone
que el tiempo está a favor de la palabra plena, del cántico.

A la inversa, la sesión breve procede de una cultura de lo instantáneo, de la sorpresa, de la interrupción, de lo imposible de
decir, y se articula a la palabra vacía y a la estructura del lenguaje del inconsciente, como obturado por este objeto bastante
poco católico: el objeto a en la doctrina. De aquí se deducen dos argumentos opuestos a la práctica lacaniana de parte de los
colegas de la IPA, que cultivan el inconsciente en su versión intersubjetiva. Primero: se objeta el obrar del psicoanalista que no
da tiempo al inconsciente para metamorfosearse con relación a la transferencia, en contra-transferencia, ni el tiempo de elaborar
su resistencia, y mucho menos de interpretar la transferencia. Es el acting-out o el pasaje al acto del analista. Segundo: una ob-
jeción menos clásica y, en sentido lacaniano: la palabra hace pacto simbólico. Las leyes de la palabra no permiten admitir una
variación de la sesión librada a la arbitrariedad de uno solo. Este tiempo simbólico hace que toda intervención intempestiva sea
un obstáculo, remita al discurso del amo.

El ideal democrático de la libertad de palabra precede a las consideraciones menos democráticas de la libertad de desear. La
sesión larga rechaza un manejo del tiempo considerado, por el contrario, en nuestra orientación, como real, un real menos
dócil a las leyes del lenguaje, subrayando la instantaneidad, lo imprevisible, el encuentro. Se capta el origen de la discordia:
para nosotros, lo real del inconsciente es su interrupción (como se dice, el deseo es su interpretación). Para ellos, el artificio de
la sesión pone en función un campo de ilusiones intermedio entre real y pensamiento, entre objeto real y objeto pensado, una
“homomorfía”, como dicen los epistemólogos de la SPP.

Los argumentos opuestos a la sesión breve toman la idea de Freud de que el actuar está excluido de la cura analítica. Es la
regla de hablar en lugar de actuar. Pero los adversarios de la sesión breve toman también de Lacan la tesis de una supremacía
de lo simbólico, que justifica que el diván sea moderado y se opone a la desarmonía del inconsciente. En estas condiciones,
el corte en acto o, como ellos dicen, “la escansión actuada” representa una suerte de transgresión a los principios mismos de
la ortodoxia lacaniana. Aquí está en juego toda una concepción del acto que enmascara una falsa vergüenza de la acción, que
caracteriza en general a la práctica psicoanalítica.

Es para subrayar mejor la dimensión fallida del acto, o la esterilidad de su repetición, que la sesión breve toma su consistencia,
lejos de todo ideal de logro o de armonía. La interrupción del discurso contraría sin duda los presupuestos humanistas, y la
práctica de cuarenta y cinco minutos es ciertamente menos inhumana. La misma envuelve al sujeto de la benevolencia supuesta
del Otro partenaire; ciertamente, no es tan frecuente en la vida que sea así para que se lo acepte. Sin embargo, los ideales de
completud, de comunicación, de mutualismo, reivindicados por los mismos autores, sacrifican al espíritu del tiempo sin definir
lo que tiene de específico el acto analítico. La sesión breve, en efecto, va a contra pelo de la ideología contemporánea de la
escucha (como si todo discurso mereciera ser escuchado). Esta frustración referida al objeto lenguaje, decepciona toda voluntad
de comunicación. Ella anula el factor de satisfacción (del plus de gozar) incluido en la palabra.

Sin embargo, el acto analítico no es un actuar sin palabras, sino que es un decir referido a la enunciación. Si el acto es un decir,
se sale del falso dilema de la palabra concebida como mediación entre pensamiento y acción, como lo define un autor de la
IPA. El acto analítico tiene menos del agierun freudiano que de la dialéctica taoísta que hace norma del actuar el no actuar. Esta
referencia, conocida por nuestros autores, no los conduce sin embargo a volver a evaluar el rol de la interrupción del discurso.

No obstante, es más bien la sesión interminable la que anula todas las consecuencias obtenidas de una enunciación de la que el
analista, amo de la verdad, sería el agente. Es verdad que este sintagma no es tomado por los analistas preocupados por la liber-

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#9 Febrero / Marzo - 2004

tad de indiferencia, que practican una escucha de igual nivel, como se recomienda, pero sin distinguir allí ni palabra verdadera,
ni decisión a tomar en la sesión que no se interrumpe, ni insulto, ni demanda incondicional. Sólo es palabra lo que surge de la
interpretación. No hay jamás un: “está dicho, nada que agregar”. Punto. Suficiente.

Es cierto que para admitir una práctica así, hay que suponer una tesis sobre el lenguaje que transgreda la neutralidad de la escu-
cha. En efecto, leemos en los comentarios hechos sobre la sesión breve, la afirmación: “nosotros no privilegiamos ningún con-
tenido manifiesto”. Como en el teatro, “pase lo que pase la sesión debe continuar”. En este caso, la neutralidad de la escucha se
conjuga con una neutralización de la diferencia entre el significante y el significado. Se escucha al paciente como a la narración
de un sueño. Toda sesión es entonces la vía regia, que ignora, como el inconsciente freudiano, todo índice de realidad.

No es antilacaniano suscribir a una concepción así del significante y del lenguaje. Lo simbólico pacifica, la sesión larga paci-
fica, la intersubjetividad civiliza. Pese a ello, todos los enunciados no son iguales desde el punto de vista de las consecuencias
prácticas a obtener, ni del real en juego en la enunciación. Bajo pretexto de preservar los derechos de la asociación libre, de la
atención flotante, es neutralizado todo efecto de verdad que un decir puede tener. La sesión larga anula esta dimensión del decir
verdadero bajo pretexto de un más allá de lo verdadero y lo falso en psicoanálisis. La dilación del tiempo se revela cómplice
de las maniobras dilatorias. Se mata el tiempo con afirmaciones, denegaciones, negaciones de la negación, yo no sé qué y otros
“casi nada”. ¿Será más allá de lo verdadero y lo falso? O bien es el temor de que el enunciado sea decididamente verdadero que
hace diferir el acto analítico. Es la contra-transferencia epistemológica.

Es pues una desvalorización del decir, un rebajamiento de la palabra que suscriben los que sostienen la sesión de duración
uniforme, garantía última contra el pasaje al acto y la contra-transferencia del analista. Por el contrario, el momento del corte,
la elección de la interrupción, da cuenta de una ética que postula que todo no puede decirse sin consecuencias. Subrayar un
decir, abreviar la debilidad absoluta de un enunciado, acentuar el registro de la pulsión no da cuenta ni del capricho, ni de lo
arbitrario, ni de la contra-transferencia. El querer decir o el querer gozar tienen un estatuto privilegiado en la enunciación desde
el descubrimiento freudiano. Se mencionará en estas Jornadas el efecto Dostoïevski [1]. ¿A qué damos la prioridad? ¿A las
curiosidades literarias o a la crudeza del fantasma? No, la escucha no es de igual nivel.

En este contexto, las críticas dirigidas a la sesión breve me parecen dar cuenta de tres modalidades de indiferencia. Primero,
como acabamos de verlo, una indiferencia por el decir verdadero, un olvido de la diferencia entre el decir y la palabra: hablar
no es decir siempre algo. Segundo, una indiferencia por la pulsión: el olvido de que la realidad del inconsciente es sexual y que
se trata, en análisis, de dar al sujeto la posibilidad de una elección respecto a la pulsión de la que es siervo, o el fantasma a las
órdenes del cual está prendida su existencia. Finalmente y tercero, una indiferencia por lo real concebido como exterior a lo
simbólico, tal que toda la enunciación es significantizada por la palabra. De ello resulta una práctica hermenéutica despreocu-
pada de las categorías clásicas del análisis tales como el engaño, la mentira, artificio de seducción, y tantas defensas contra lo
real del sexo.

De hecho, los autores de la IPA, críticos de la sesión breve, no lo son sin remarcar, como se lo dijo, las afinidades de la escan-
sión con la estructura del inconsciente. La práctica de la escansión, dice un autor, privilegia “el momento fecundo, la pulsación
del significante, bajo el modelo del lapsus, chiste. Su lógica, su inclinación, es la reducción”.

De este modo, ¿el modelo del acto analítico sería el acto fallido del inconsciente? Se interpreta entonces la escansión actuada
como un dominio del lapsus, lógica “a la gribouille [2]” (se tira al agua por temor a la lluvia), y definida como “interpretación
forzada de un acto logrado desde el inicio”. Sin embargo, la interrupción no equivale necesariamente a una puntuación ni, como
ellos dicen, a una liberación significante, a una precipitación del sentido: ningún sentido se impone.

En realidad es más bien a la inversa. El corte no es siempre interpretativo o simbólico. En rigor, nuestros contradictores lo
admiten en las sesiones de duración variable, como puntuación, pero es deslizarse en una mala pendiente. No se equivocan al
percibir la relación estructural entre sesión de duración variable y sesión breve. Dos observaciones se imponen en forma contra-
dictoria sobre este punto. Primero, la sesión breve está destinada más bien a provocar una separación del sujeto de los efectos
del inconsciente, lo que es la definición del acto analítico, en un sentido el revés del acto fallido. Es más bien: “¡Hable de otra
cosa, deje de repetir lo mismo!”

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#9 Febrero / Marzo - 2004

En el plano de la doctrina, hay que recordar que la sesión breve está particularmente adaptada a una época del psicoanálisis
lacaniano caracterizado por una sospecha respecto al inconsciente, por un cierto desamor al inconsciente. Es curioso que los
partidarios de la liquidación de la transferencia, no se den cuenta de que es precisamente el amor al inconsciente, como saber
inconsciente, lo que retarda el término. Así como Lacan ponía en evidencia los amores de Freud con la verdad como factor
problemático en la teoría del fin de análisis, del mismo modo una sospecha respecto al saber inconsciente, está en el corazón de
una teorización del manejo de la temporalidad. Se habrá comprendido que la práctica en cuestión no se prosterne ante el orden
simbólico como el alpha y el omega de la tranquilidad del sujeto. Al contrario, un elemento de intranquilidad amenaza al sujeto
en cada sesión si se quiere confrontarlo a lo real que lo divide.

Por supuesto, esta doble reducción, vista desde otra perspectiva, interdice toda elaboración de la transferencia, y en consecuen-
cia todo análisis de la transferencia misma, considerada, supuestamente, como objeto de aversión para Lacan. A esto, yo objeto
el fragmento clínico siguiente: una paciente, embrollada en sus ensoñaciones con aires de los cuentos de las mil y una noches,
ve su mensaje interrumpido por una escansión en el momento en que se dibuja, para ella, la imagen del hombre. Hasta ese
momento, la paciente, de confesión musulmana, se preguntaba por su identidad cultural, cuestionando vagamente un amor sin
rostro. “Me perturbo con la idea de un príncipe encantador”. Interrumpo. A continuación un sueño de transferencia que opone
al ideal novelesco la figura severa de su analista. No veo en qué la interrupción de sus ensoñaciones que le rondaban, atentaría
a la manifestación de la transferencia como al análisis mismo.

Es pues, en función de otros principios y a partir de otros fundamentos que se hace objeción a las sesiones breves, a saber:

Primero: una ética de conveniencias exterior al psicoanálisis y cuyas abiertas concesiones del tiempo son patentes. La sesión
breve vuelve sensible el hecho de que la práctica analítica, más que cualquier otra, desnuda, empobrece al sujeto, se opone
a su demanda de un estar mejor inmediato, de un más. Arte pobre, esta práctica, que aparece como una herejía, respecto a la
estandarización burocrática, da cuenta más bien de una fidelidad a la ética del bien decir y de una sospecha respecto a la ética
contemporánea.

Segundo, en realidad los autores de la IPA no tienen ninguna objeción que hacer contra una escansión tan próxima a la estruc-
tura del inconsciente. Es necesario, entonces, que sus reproches se refieran a otra abreviación, una reducción más bien intoler-
able que es la supuesta “aceleración de la reproducción de los analistas en el movimiento lacaniano”. De hecho, se postula una
relación directa entre la reducción de la sesión y la reducción de la formación del psicoanalista, del pasaje diván-sillón. Ahora
bien, es lo contrario lo que se impone: la formación interminable del psicoanalista.

Esta es la razón por la que los argumentos teóricos sobre la relación del tiempo y del inconsciente nos parecen como prótesis.
Sabemos que no es sólo a partir de la estructura del inconsciente que se puede deducir los principios que fundan el dispositivo o
la técnica interpretativa. Hace falta un punto de vista exterior para decidir la apertura o el cierre del inconsciente. Una decisión
política lo preside: ¿qué inconsciente queremos producir? ¿Se trata de interrumpirlo o de darle consistencia? Estas cuestio-
nes dependen de la hipótesis y de los principios que no dan cuenta solamente del campo del análisis, a saber: una teoría de la
lengua, y una atención al síntoma contemporáneo. Los psicoanalistas no están solos para decidirlo. La manzana de la discordia
supera al psicoanálisis. Es pues una oportunidad para sus partidarios de discutir sobre ello entre ellos.

Traducción: María Inés Negri

1- Lacan J., “Fonction et champ de la parole et du langage”, Écrits, Paris, Seuil, 1966, p. 315.
2- Larousse, Diccionario Francés-Español: Gribouille es el personaje popular francés que representa el grado máximo de estupidez y de simpleza.

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Papers
La lógica de la sesión lacaniana
Pierre Malengreau

La sesión analítica tiene sus imperativos. Obliga al analizante a hablar sin restricción un
cierto número de veces. La sesión analítica tiene lugar regularmente. Por convención, y de
un modo casi burocrático, decía Lacan. Varias veces por semana. A menudo menos,
algunas veces más. Tres parece ser el número ideal, o al menos, lo más frecuentemente
practicado. Ocurre también que tiene lugar regularmente de un modo irregular. Por elección
o por necesidad. De una semana a la otra, o varias veces por día una vez por mes, o incluso,
varias veces por día durante algunos días varias veces por año. No es menos regular, según
las variaciones o un ritmo que depende de la responsabilidad del analizante y del analista.
Deducimos de ello lógicamente que la sesión analítica no es única, incluso si es nueva cada
vez. A nadie se le ocurre calificar como análisis, una sesión que no tendría lugar más que
una vez. Aunque ocurra que un sujeto se valga de algunas sesiones para decirse analizado.
No es de buen augurio cuando es para asegurarse una posición profesional. El hecho de que
la sesión analítica tenga lugar un cierto número de veces forma parte de su encuadre.
Puede definirse este número? Algunos legisladores, en nombre de factores económicos o
sociales, creyeron poder sostenerlo. No es la posición de Freud, incluso si él recurre en un
momento a la limitación del número de sesiones para obtener una precipitación de la
experiencia hacia su fin. El número de sesiones no está definido previamente. Ni finito, ni
infinito. Se planteó desde el comienzo de un análisis como indeterminado. La multiplicidad
de las sesiones y la indeterminación de su número forman parte de las condiciones
necesarias, aunque no suficientes, de la experiencia analítica. Aportan a la regla
fundamental un encuadre semejante a la obligaciones que la dicha regla impone a la palabra
analizante. Se unen aquí dos obligaciones: hablar sin restricción, si no es la obligación de
rechazar toda restricción, y hablar un cierto número de veces rehusando determinar
previamente cuantas veces serán necesarias. Estas dos imposiciones plantean como
condición de la experiencia que no es posible objetivar ni el contenido, ni el número de las
sesiones. Sitúan a nivel de estas condiciones un casillero vacío, una completud que convoca
lo que E. Laurent nombra “los poderes de los subjetivo”(1). No hacen sino volver más
urgente la incidencia del sujeto en el partido que extrae de la experiencia. De este modo
conforta el lugar que la práctica lacaniana da al manejo del tiempo. Esta doble imposición
forma parte del marco de la experiencia analítica. La cuestión que se plantea entonces es
saber si el encuadra así definido se desprende de las condiciones de aplicación del
psicoanálisis o de sus principios.
Una referencia de Lacan extraída de su enseñanza por J.-A. Miller nos da las coordenadas
lógicas. En un texto reciente propuesto en respuesta a la enmienda Accoyer. J.-A. Miller
propone la realización de una coordinación psi concebida bajo el modo de una “serie sin
regularidad, estrictamente imprevisible cuya ley no está dada de antemano. Este tipo de
serie se llama lawless sequence, serie sin ley, en lógica intuicionista. Lacan demostró la
adecuación de esta forma serial a los fenómenos psi. Se opone en todos los puntos a la
lógica de la dicha marcha cuantitativa, que procede por evaluación cuantitativa sobre
criterios predeterminados”(2) Estas palabras amplían a los fenómenos psi lo que él ya
adelantaba hace algunos años a propósito del sujeto de la sesión analítica.
«La práctica del psicoanálisis procede por serie-de-sesiones; si la regularidad es allí
necesaria, es para favorecer la sorpresa; el automaton es aquí condición de la tuche. Hay
serie y serie. Existe la serie previsible, sin sorpresa, la lawlike sequence, cuya ley está dada
de entrada; se inscribe en la lógica del todo y de la excepción (“sexuación macho”). En el
régimen llamado del “no-todo”, la serie es esencial, pero es en tanto que estructuralmente
imprevisible, en los hechos sería, tan regular como la otra: es que la ley no está dada de
entrada. Una cura de orientación lacaniana, la experiencia subjetiva que se cobija bajo este
término, se soporta de una serie de sesiones que es de este orden, a saber lawless (“fuera-
de-la-ley”, lo que no es lo arbitrario). (...) La distinción del lawlike y del lawless, (...)
pertenece a la lógica intuicionista; está en la raíz de la construcción por Lacan de la noción
del “no-todo”; la considero esencial para la teoría de la sesión analítica”(3)
Estas palabras de JAM retomadas de uno de sus viejos artículos (4), no han recibido el
lugar que merecen. Sin embargo arrojan una luz precisa sobre la sesión analítica a partir de
una referencia de Lacan. Nos invitan a volver a trabajar la sesión analítica a partir de la
lógica intuicionista. Es una forma de la lógica modal a la cual Lacan se refiere
explícitamente en los años setenta. Como lo mostró notablemente E. Laurent (5), la lógica
intuicionista es incluso una de las referencias mayores de la última enseñanza de Lacan.
Es lo que Lacan utiliza en el seminario De un discurso que no sería del semblante, para
retomar la paradoja del mentiroso. La verdad se rehusa y se desencadena. Es su verdadero
uso. Es por que se rehusa que podemos avanzar en la construcción de nuestras propias
aserciones (6). Una “interpretación no está puesta a la prueba de una verdad que se zanjaría
por un sí o un no, ella desencadena la verdad como tal, no es verdadera más que en tanto
que verdaderamente proseguida” (7) Es también lo que Lacan utiliza en el seminario Aún
(8) para construir la noción de no-todo interrogando lo que sería, para una mujer, una
existencia que no puede afirmarse. Es finalmente, lo que da su armadura lógica a la
Introducción a la edición alemana de los Escritos, cuando se interroga sobre el tipo de
certeza propia al discurso analítico, y esto a partir de una definición del sentido como fuga.
Esta referencia de Lacan se inscribe en un debate en torno de una cuestión que divide a los
filósofos y a los matemáticos desde la antigüedad, y que constituyó el objeto de vivas
controversias en los años 20 entre D.Hilbert y L.E.J.Brouwer (1881-1966) [9]. Brouwer era
un personaje anticonformista. Refractario a las doctrinas de autoridad, amaba la
controversia. Sus artículos apelan a menudo a la sabiduría y al desprendimiento, pero su
vida era completamente diferente. Brouwer era un ser apasionado e intransigente. Los lazos
de amistad y de estima que tenía con Hilbert no resistieron a sus desacuerdos. “El casi
fanatismo de Brouwer en sus grandes designios de reformador y el autoritarismo mandarín
de Hilbert transformaron en enfrentamiento de personas lo que hubiera debido quedar en el
marco de una cortés controversia científica”(10) estas controversias denotan una diferencia
de espíritu que atravesó todo el siglo XX. Tienen también la ventaja de enseñarnos que
nada tiene “el poder de borrar la dualidad de nuestros instrumentos de pensamiento”(11),
incluso si el crédito acordado a la lógica deductiva es más fácilmente apreciada en un
mundo dominado por la productividad.
Hilbert llevó la delantera hasta los años 60 en que el intuicionismo brouweriano surge
nuevamente a la superficie, especialmente con los trabajos de G.Kreisler y de A.Troelstra
del lado de la escuela holandesa y con los trabajos de D.Prawitz del lado de la escuela
sueca. Es a partir de esta época que encontramos en Lacan las huellas de su interés por los
trabajos de Brouwer que considera como un “personaje considerable en el desarrollo
moderno de las matemáticas”(12)
La incidencia de esta forma de la lógica sobrepasa actualmente su campo de origen. Ofrece
de este modo por ejemplo a las neurociencias, modelos matemáticos que dan cuenta de los
efectos de inducción y de transformación que operan sobre el cerebro las informaciones
nuevas que recibe. Este extensión se une por otra parte a lo que sostenía Brouwer mismo.
Sostenía que sus investigaciones sobre los fundamentos de las matemáticas podían tener
“consecuencias esclarecedores y liberadoras para dominios del pensamiento no
matemáticos.”(13)
La controversia giraba en torno de la respuesta a dar a una cuestión esencial en lógica: ¿ en
qué condición un objeto matemático debe responder para que podamos plantear como
verdad que existe? Dos orientaciones se enfrentan sobre este punto. Los defensores de la
orientación formalista, entre los que se encuentra Hilbert, que sostienen que la
demostración de la verdad de un enunciado o de un objeto matemático depende únicamente
de un encadenamiento de proposiciones formales. Los defensores de la orientación
intuicionista, Brouwer, se oponen a esta posición de principio. Sostienen que una
demostración pasa necesariamente por el acto del matemático, y partiendo del uso de sus
instrumentos.
El término de “intuicionismo” es un neologismo que data de fines del siglo XIX. Designa
una doctrina que privilegia una teoría del conocimiento cuyo meollo es la aprensión
inmediata y afectiva de la realidad (14). Para Brouwer, “no hay verdad que no haya sido
objeto de una experiencia “(15). La experiencia a la cual hace referencia es aquella de un
acto que engendra objetos matemáticos (16) Es lo que Lacan resume en el seminario Aún
cuando construye la lógica del no-todo. Para plantear un “existe” a partir de un conjunto
infinito. “hay que poder también construirlo” (17)
El término de construcción es central en esta lógica. Determinan su uso dos rasgos. Por una
parte, no hay construcción en el absoluto. Un a construcción es siempre relativa a los
medios prescritos o utilizados. Es lo que ocurre por ejemplo en geometría donde una
construcción exige regla y compás. Por otra parte, una construcción remite siempre a una
actividad que consiste en realizar o en prolongar una figura o un concepto dado. Es así
como la matemática intuicionista se refiere para resolver ciertas oposiciones, tal como la
oposición entre lo finito y lo infinito, entre el punto y el continuo. Ella los resuelve “en
progresiones abiertas, dicho de otro modo entidades marcadas por el carácter tiempo” (18)
Ella ”aparta los objeto estáticos, en provecho de los objetos dinámicos que se realizan
progresivamente en el tiempo” (19)
La lógica intuicionista descansa sobre dos actos (20), El primer acto del intuicionismo es un
acto negativo. El punto de partida del intuicionismo es el rechazo del principio del tercero
excluido. Este principio está en el fundamente de toda lógica clásica. Plantea “que toda
hipótesis es verdadera o no verdadera, matemáticamente”(21) y no hay por lo tanto tercero
entre lo verdadero y lo falso. Este principio está ligado al hábito de razonar sobre
colectividades finitas, y partiendo de colectividades que excluyen el factor tiempo. La
lógica clásica “no es pertinente para objetos en devenir”(22)
La lógica intuicionista cuestiona la validez del tercero excluido. Admite la existencia de
valores de verdad terceros entre “verdadero” y “falso”. Suspender la validez del tercero
excluido no significa que verdadero y falso cesen de ser contradictorios. Lo falso
permanece siempre como lo que es probado falso. La suspensión del tercero excluido
permite solamente la admisión de objetos matemáticos inacabados, como es el caso cuando
tenemos que vérnosla con sistemas infinitos o con continuos.
Un ejemplo clásico de problemas ligados al continuo es el que plantea la cuadratura del
círculo, es decir la construcción de un cuadrado a partir de un área dada por un círculo. Este
problema es irresoluble en lógica formal. La solución que propone Lacan a partir de la
orientación intuicionista es muy simple. Basta, nos dice, tomar un inflador o un martillo.
“Brouwer (...) demostró que (...) dos figuras (...) pueden ser, por deformación (del) borde,
demostradas homeomórficas. En otros términos, ustedes toman un cuadrado, es
topológicamente lo mismo que este círculo, pues ustedes no tienen más que soplar en el
interior del cuadrado, se inflará en círculo. E inversamente, ustedes dan golpes de martillo
sobre el círculo (...) y hará un cuadrado”(23)
Es un buen ejemplo de solución intuicionista de un problema irresoluble de manera clásica.
El segundo acto del intuicionismo es un acto de afirmación. La matemática intuicionista
introduce los principios de análisis necesarios para sostener objetos matemáticos
inacabados. El ejemplo mas corrientemente evocado es el del tiro de dados. Un dado que no
tiene más que seis caras, cómo calcular la probabilidad que tal cifra aparezca más bien que
otra luego de haber tirado los dados un cierto número de veces. Es en este contexto de la
matemática intuicionista que se introduce la noción de serie de libre elección a la que se
refiere J.-A. Miller.
Para una serie de números enteros naturales, o la serie está determinada de entrada,
(lawlike), o es completamente libre (lawless).En este último caso, se admite que todo lo
que puede conocerse de una tal serie, es un segmento inicial. El objeto matemático
constituido por esta serie se demuestra por este hecho siempre incompleto. Una serie
de elección libre (choise sequence), denominada también “serie lo más anárquica posible”,
es una serie que realiza un caso intermedio (24). Esta serie está compuesta de números
enteros elegidos libremente entre números enteros que responden a ciertas condiciones (ser
un número entero primero, ser un número par, ser un múltiplo de...,etc). Estas condiciones
introducen un cierto número de imposiciones sobre el comportamiento ulterior de la serie.
Nos invitan a abordar esta serie bajo el ángulo de su potencialidad.
Si estas condiciones no están definidas, y partiendo siempre satisfechas, se obtiene al final
de cuentas una serie anárquica, denominada absoluty free choice sequence, o incluso
lawless sequence. Si estas condiciones son definidas, las restricciones impuestas se tornan
cada vez más fuertes, al punto de suprimir la libertad de elección que estaba presente al
comienzo (25). Se obtiene en este caso una serie impuesta (lawlike sequence). Las series de
elección libre se demuestran de este modo uno de los medios que la matemática
intuicionista se dio, y se da hoy aún, para engendrar entidades matemáticas nuevas.
Es esta noción de serie de elección libre que J.-A. Miller, en un artículo muy poco leído,
retiene para dar cuenta de la sesión analítica, y de lo que ella debe a la lógica del no-todo en
la enseñanza de Lacan. El uso de la regla fundamental forma parte de estos casos
intermedios tomados por la lógica intuicionista con el término de serie de elección libre. La
regla fundamental invita al sujeto a hablar lawless, sin imperativos. Invita al sujeto a hablar
“lo que se le ocurra”, al “como salga” (26). El dispositivo freudiano invita al analizante a
producir una secuencia sin ley, la única obligación es decir todo lo que se le ocurre.
La noción de serie de elección libre nos permite tratar lógicamente lo que J.-A. Miller
nombra “la desorganización profunda” (27) de la secuencia asociativa. Da a esta secuencia
una existencia que podemos calificar de “no-todo”. ¿De qué existencia se trata? No
podemos calificarla como incompleta. La secuencia asociativa no forma una serie a la que
faltaría el elemento que la transformaría en clase. “El no- todo, no es un todo que
comportaría una falta”. La secuencia asociativa es no-todo en el sentido en que se presenta
bajo la forma de una “serie en desarrollo sin límite y si totalización” (28). Que esté en
desarrollo quiere decir que ningún elemento esta provisto de un predicado que la calificaría
de una vez para siempre, con respecto a los elementos que la preceden o que la siguen.
Hablar de serie de elección libre implica que lo importante no es la sesión única, ni los
efectos producidos por cada sesión. Lo que importa, es su multiplicidad y la
indeterminación de su número. Hablar de “serie de elección libre” significa también que la
elección debe rehacerse cada vez, y que no es por lo tanto posible tener una visión de
conjunto de la serie. La serie de elección libre hace par con una “deconstrucción del
todo”(29)
¿Podemos calificar por lo tanto, la existencia de la secuencia asociativa en términos de
indeterminación? No es esa tampoco la posición de Lacan. Él sabe por haberse instruido,
que el tratamiento lógico de objetos en movimiento no es el que los matemáticos reservan a
los procesos aleatorios. Cuando retoma el axioma brouweriano abre otra perspectiva.
“Sabemos por la extensión de la lógica matemática, la que se califica precisamente de
intuicionista, que para plantear un existe, hay que poder también construirlo, es decir saber
encontrar donde está esta existencia”(30). La secuencia asociativa tiene una existencia que
le es propia, una existencia que Lacan califica de “excéntrica a la verdad” Excéntrica quiere
decir que falta un enunciado o un predicado que podría calificarla verdadera o falsa. Los
significantes están allí, pero nada viene a garantizar su sentido , ni predicar su uso. La
secuencia asociativa es no-todo en el sentido en que la única ley susceptible de definir su
existencia le viene de la forma que toma, cada vez y por el hecho de que tiene lugar.
Su salida, sin embargo no es la que hubiera imaginado el lógico. La secuencia asociativa
como serie de elección libre no se diluye en la anarquía. Se produce en la experiencia
analítica una sorprendente sustitución que J.-A. Miller califica de maravilla. Milagro sin
dios, sorpresa que despierta, estupor que fascina, sonrisa. El asunto es singular. “La
maravilla, es que por su transmisión al analista se torna lawlike” (31). Lo maravilloso del
psicoanálisis es que algo que es lawlike surge del lawless de la secuencia asociativa. Allí
donde no había ley aparece una segunda secuencia que, lejos de borrar la primera intenta
completarla. La cadena de la asociación libre traza lo que Lacan nombra la ranura del decir
verdadero: “El decir verdadero, es la ranura por donde pasa lo que (...) suple a (...) la
imposibilidad de escribir la relación sexual (...)Es a decir verdad – es decir boludeces,
aquellas que se nos ocurren, (...) – que llegamos a trazar la vía hacia algo que no es sino
completamente contingente, el que algunas veces y por error, eso cese de no escribirse (...);
eso lleva, entre dos sujetos, a establecer algo que parece escribirse.”(32) El decir de la
asociación libre traza una ranura donde puede establecerse entre dos sujetos algo que
parece suplir a la relación sexual que falta. Esto vale la pena que se deje llevar al decir
verdadero de la palabra sin imposición, para que se escriba lo que cada uno pone en el lugar
de la relación sexual que no existe.
Es esta maravilla de la experiencia que J.-A. Miller describe en términos de sustitución del
lawlike al lawless, Basta que un analizante consienta en decir lo que se le ocurre sin
obligación para que se produzca una imposición que Lacan sitúa en términos de sujeto
supuesto saber. Esto maravilloso tiene sin embargo su razón. No viene de la serie de
elección libre que comanda la regla fundamental. No viene tampoco de los significantes
amo y de su poder de determinación. Viene por está el analista. Es porque el psicoanalista
se hace garante de la experiencia en la cual el analizante se compromete, que una secuencia
imperativa puede sustituirse al sin imperativo de la regla fundamental.
“La cadena de las asociaciones libre no encuentra jamás su propia ley, sino bajo la forma de
la secuencia que ella misma constituye. ”Esta constitución es la de una secuencia con ley.
Es el efecto de una apuesta. El analista apuesta a la transferencia y a su eficacia propia. Esta
apuesta define su acto inaugural y su oferta. Y es porque soporta la trasferencia que ocurre
a veces y por contingencia que una nueva secuencia se produce. La aparición de una
secuencia lawlike es un efecto de transferencia. Supone la serie. Revela la manera en que el
sujeto intenta completar la secuencia sin ley que comanda la regla fundamental.
La experiencia analítica orientada por el no-todo afina de este modo aquello de lo cual el
sujeto es responsable. Se trata primeramente de volver al sujeto sensible al hecho de que es
responsable de los efectos que su palabra produce. Hablar tiene consecuencias. Tomar en
cuanta estos efecto significa consentir a dejarse desbordar por lo que esta palabra
compromete. Pero esto no basta. Conviene también despertar al sujeto al hecho de que es
responsable de esos efectos mismos, es decir de la parte de viviente que pone allí. Es lo que
le revela la secuencia con ley. Le revela para qué la palabra asociativa le sirve. El
surgimiento de la secuencia lawlike le revela el uso que hace de su psicoanálisis y el apoyo
que allí encuentra. Este surgimiento lo pone a partir de entonces frente a una nueva
elección: hacer de esta secuencia la clave de su existencia y la palabra de su final, incluso si
continúa aún. O por el contrario tomar el partido de ponerla en cuestión y renunciar al
menos un poco a la seguridad que le aporta.
Lejos de reducirse a las condiciones de la experiencia la no determinación del contenido de
las sesiones, de su número y de su duración se refiere al acto inaugural del psicoanalista en
tanto que sitúa el no-todo en todos los niveles de la experiencia. Apuesta a la eficacia
transferencial del principio intuicionista: “para plantear un existe, hay que construirlo
también”.

Pierre Malengreau
Notas

[1] E.LAURENT, Deux réponses, in La Lettre Quotidienne, n°122, 20/10/03.


[2] J.A.MILLER, Pour une coordination psy, Le nouvel Ane n°1, p.12.
[3] J.A.MILLER, Séance et série, La Quotidienne n°14, 2000.
[4] J.A.MILLER, Algorithmes de la psychanalyse, Ornicar ? n°16, 1978, pp. 14-31.
[5] E.LAURENT et C.EVEN, Lacan et la logique intuitionniste, Cahier – ACF Val de Loire
n°7, p.46-77.
[6] E.LAURENT et C.EVEN, Lacan et la logique intuitioniste, p.48-52.
[7] J.LACAN, D’un discours qui ne serait pas du semblant, séance du 13/1/71.
[8] J.LACAN, Encore, p.94.
[9] W.P.van STIGT, Brouwer’s Intuitionism, North-Holland, Amsterdam, 1990.
[10] J.LARGEAULT, Intuitionisme et théorie de la démonstration, recueil de textes, p.534.
[11] J.LARGEAULT, Intuition et intuitionisme, p.16.
[12] J.LACAN, L’objet de la psychanalyse, séance du 15/12/65.
[13] L.BROUWER, Conscience, philosophie et mathématique, in J.LARGEAULT,
Intuitionisme et théorie de la démonstration, p.440.
[14] J.LARGEAULT, Intuition et intuitionisme, 1993, p.8..
[15] L.BROUWER, Conscience, philosophie et mathématique, op.cit., op.cit., p.433.
[16] J.LARGEAULT, Intuition et intuitionisme, p.34.
[17] J.LACAN, Encore, p.94.
[18] J.LARGEAULT, Intuition et intuitionisme, p.163.
[19] J.LARGEAULT, Intuition et intuitionisme, p.176.
[20] L.BROUWER, Base historique, principes et méthodes de l’intuitionisme, in
J.LARGEAULT, Intuitionisme et…, p.446-458.
[21] L.BROUWER, Qu’on ne peut pas se fier aux principes logiques, in J.LARGEAULT,
Intuitioniste et…, p.21.
[22] J.LARGEAULT, Intuitionisme et théorie de la démonstration, p.445.
[23] J.LACAN, L’objet de la psychanalyse, séance du 15/12/65.
[24] J.LARGEAULT, Intuitionisme et théorie de la démonstration, p.415.
[25] L.BROUWER, Base historique. Principes et méthode de l’intuitionnisme, in
J.LARGEAULT, Intuitionisme et…, p.451.
[26] J.LACAN, Intervention à la suite de l’exposé d’André Albert (15/6/75), Lettres de
l’EFP 24, p.24.
[27] J.A.MILLER, Algorithmes de la psychanalyse, op.cit., p.20.
[28] J.A.MILLER, Le désenchantement de la psychanalyse, cours du 22/05/02.
[29] E.LAURENT et C.EVEN, Lacan et la logique intuitioniste, op.cit., p.54.
[30] J.LACAN, Encore, p.94.
[31] J.A.MILLER, Algorithmes de la psychanalyse, p.20.
[32] J.LACAN, Les non-dupent errent, séance du 12/2/74, inédit.

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