Você está na página 1de 6

Once Las anomalías de la identidad política judía

Michael Walzer

Todos sabemos cuán anómala es la identidad judía y conocemos los


motivos por los que esto es así; por ello, empezaré este capítulo enunciando
lo que todos sabemos. Espero que sea un ejercicio útil: hacer explícito lo que
suele ser conocimiento informal, sentido común o comprensión intuitiva
puede ayudarnos a pensar las cosas con mayor claridad.
Entonces: los judíos son un pueblo, una nación, por mucho tiempo,
fueron una nación sin Estado pero siempre fueron una colectividad de un
estilo familiar. Hay muchas naciones, y somos una entre ellas. Y, al mismo
tiempo, los judíos constituyen una comunidad religiosa, una comunidad de fe,
como decimos en Estados Unidos –que es también otra colectividad de un
estilo familiar -. Hay muchas religiones, y la nuestra es una entre ellas. La
anomalía es que estas dos colectividades no son del mismo tipo, y
normalmente no coinciden (o mejor dicho nunca lo hacen), excepto en el caso
judío. Otros pueblos o naciones incluyen miembros de comunidades religiosas
distintas. Otras comunidades religiosas se extienden más allá de las fronteras
nacionales e incluyen miembros de pueblos o naciones distintas.
Consideremos en primer lugar de qué modo nos distinguimos de otros
pueblos. El pueblo francés, por ejemplo, incluye católicos y protestantes y
ahora musulmanes –y judíos también, que sin duda se ofenderían si la
membresía les fuese denegada-. Pero el pueblo judío no incluye cristianos ni
musulmanes. De hecho incluye judíos laicos y también distintas corrientes de
judíos religiosos, y de este modo se puede decir que en el pueblo judío existe
un abanico de sensibilidad (e insensibilidad) religiosa. Pero es común
entender, incluso entre los no religiosos, y es una ley establecida en el Estado
de Israel, que la conversión formal a otra religión excluye al converso de la
membresía del pueblo judío. Pero, ¿acaso no hay judíos budistas hoy en día? Y
los “Jews for Jesus”
1
, ¿acaso no siguen siendo judíos? Quizás sí, pero esas identidades parecen
involucrar algo que está bastante alejado a la conversión formal. Su estatus
está en el aire. Queda claro que no hay judíos católicos, bautistas, metodistas
ni presbiterianos. Aunque hay pentecostales estadounidenses pro-Israel, no
pueden formar parte del pueblo judío sin renunciar al cristianismo –algo que
no tienen que hacer si quisieran formar parte de otro pueblo-. Entonces los
judíos no son un “pueblo” como los demás. El sionismo pretendió producir un
pueblo “normal”, y dadas las condiciones de nuestro exilio, se trataba de un
proyecto indudablemente saludable; la pasión sionista en pos de la
normalidad ha alcanzado logros reales. Pero no nos ha hecho como el resto.
Tampoco nuestra religión es como las demás. La Iglesia católica, por
ejemplo, es una comunidad religiosa universal que incluye a hombres y
mujeres que son miembros también del pueblo francés, italiano, irlandés,
nigeriano y coreano, y muchos otros más. La comunidad religiosa judía no es
así, aunque sí incluye a hombres y mujeres que también son franceses,
ingleses, rusos, y así sucesivamente –porque los judíos son franceses, ingleses
y rusos con una diferencia-. La campaña pre-sionista, y luego la anti-sionista,

1
para crear una comunidad religiosa normal, que consista digamos, de
franceses o alemanes de la “fe mosaica”, me parece menos saludable de lo
que era el sionismo, pero de cualquier modo se trataba de una reacción
comprensible ante las condiciones de nuestro exilio. Y esas campañas también
han demostrado ser inútiles: los judíos franceses siguen siendo judíos tanto en
el sentido religioso como en el nacional. Por más “franceses” que sean o que
se consideren, son tan anómalos como siempre.
En Estados Unidos, los defensores judíos del pluralismo cultural –Horace
Kallen fue el más importante de ellos- fueron los que inventaron la idea de
que era posible componer (usando un guión medio) una identidad judeo-
estadounidense, para poder añadir “estadounidense” a nuestra identidad sin
abandonar “judío”: no somos estadounidenses que casualmente pertenecen a
la religión judía; somos estadounidenses judíos (en términos religiosos) y
judeo-estadounidenses (en términos nacionales). Pretendemos ser como los
estadounidenses católicos, por un lado, y como los ítalo-americanos, por el
otro. Pero la analogía no funciona en ningún otro caso. Muchos
estadounidenses católicos, por ejemplo, no son italianos, y algunos ítalo-
americanos no son católicos, mientras que nuestra identidad religiosa y
nuestra identidad nacional continúan coincidiendo, en forma anómala. Incluso
aquellos de nosotros que no somos religiosos somos judíos en esos dos
sentidos.
La existencia del Estado de Israel complica las cosas aún más. Tenemos
un Estado judío que posee una gran cantidad –en aumento- de ciudadanos no
judíos. Algunos judíos dentro y fuera de Israel sostienen que el Estado no le
pertenece a sus ciudadanos, como sucede con otros Estados, sino que le
pertenece al pueblo judío en su totalidad, incluyendo a judíos que pertenecen
a otros Estados. Esta anomalía es mayor que cualquiera de las que he venido
discutiendo hasta aquí, pero sólo es cierta en un sentido muy especial de
“pertenencia”. Normalmente poseo la autoridad de tomar decisiones sobre
cosas que me pertenecen, pero el pueblo judío en su totalidad no posee esa
forma de autoridad con el Estado de Israel. El Estado es una democracia, y las
democracias les pertenecen, en el sentido normal del término, a sus
ciudadanos. Así, Israel le pertenece a sus ciudadanos, incluyendo a aquellos
que no son judíos.
Quizás la normalidad sionista sería llevada a cabo si y cuando la
“israelí” pasara a ser una nacionalidad –puesto que esta nacionalidad se
extendería a miembros de comunidades distintas, judíos, musulmanes y
cristianos-. ¿Acaso no ocurre ya esto? Pero también se extiende a miembros de
distintas comunidades nacionales, árabes y judíos, y todavía no ofrece una
nacionalidad sustituta. Algún día ser un israelí podría ser más importante que
ser un árabe o un judío, y entonces habrá una nación israelí normal, con su
propio Estado. Pero ese Estado no “pertenecería” al pueblo judío en ningún
sentido del término –ya que es eso precisamente lo que lo haría normal-.
Podríamos necesitar, o quizás ya estamos necesitando, una nueva identidad
compuesta, judeo-israelí, para designar a aquellos ciudadanos del Estado
(nacional) judío que también son judíos (religiosos).
Hasta el momento, los proyectos de normalización no han logrado
superar el peso de la historia y la tradición. Pero no han fracasado del todo;

2
podrían ser revividos algún día con más éxito. Y puedo entender el motivo de
experimentar con lo que podría llamarse porciones y pedacitos de normalidad,
justo ahora. Consideremos la cuestión acerca de cómo es posible formar parte
del pueblo judío/de la religión judía. Hoy en día hay sólo una forma religiosa.
¿Por qué no habría de ser posible que los aspirantes a convertirse elijan si
quieren decir “Tu pueblo será mi pueblo” o “Tu Dios será mi Dios”? ¿Por qué
tienen que decir ambas cosas, incluso en aquellos casos en los que no quieren
realmente decir lo uno o la otro? La búsqueda de un proceso de naturalización
que pueda convivir con el proceso de conversión me parece absolutamente
legítima, incluso sensata, aunque es poco probable que sea exitosa en un
futuro cercano.
Pero hay motivos para la normalización que deberían preocuparnos: por
ejemplo la esperanza de que otras personas nos aprecien si es que nos
parecemos a ellos. Las anomalías no son muy populares. A la gente le cuesta
entendernos. Dado que ninguna de nuestras comunidades (ni la nacional ni la
religiosa) es inclusiva en el sentido común, somos acusados de ser
parroquiales, hostiles a los que no son parte del pueblo, excluyentes,
chovinistas y, en cualquier grupo menos el nuestro, desleales y subversivos.
De hecho, todos hemos oído acusaciones de este tipo, y a veces –puesto que
somos muy buenos criticándonos a nosotros mismos- somos impulsados a
preguntarnos si –o en qué medida- podrían ser ciertas. Aún así, no debemos
asumir las responsabilidad del odio que inspiramos entre (algunos de) nuestros
vecinos. No tenemos que pensar excusas para quienes nos acusan. Tenemos
que defender una postura simple, antes de pasar a criticarnos: no es tan
difícil para nuestros vecinos vivir con nuestras anomalías. En un mundo en el
que hay muchas formas de ser distintos, una extraordinaria diversidad de
costumbres y creencias, lo que requiere la justicia (de nosotros, en la
Diáspora y en Israel, y de los demás también) es respeto por la diferencia –y
nuestras diferencias se encuentran entre aquellas que demandan respeto-.
Para hacer efectiva dicha demanda, debemos respetarnos a nosotros
mismos, y eso quiere decir, ahora mismo, asumir y aceptar las anomalías. No
me parece que este sea el momento adecuado para resucitar ningún proyecto
normalizador. Somos lo que somos, y tenemos que hacernos un lugar seguro
en el mundo –un lugar para nosotros tal como somos-. Si lo hacemos, quizás
con el tiempo tengamos algún tipo de normalidad (o tal vez no).
En tanto lector libre-pensador, ¿qué querría decir asumir y aceptar las
anomalías? Somos una comunidad religiosa que tiene muchos miembros que no
son religiosos, y todos sus miembros constituyen un único pueblo.
Pertenecemos a dos lugares al mismo tiempo (dejando de lado la geografía).
Tenemos una herencia cultural que, tal como escribió Ajad Ha-Am en su
controversia con Brenner, está “llena de espíritu religioso, que no puede ser
adoptado por los libre-pensadores”
2
- pero que muchos libre-pensadores de hecho asumen y aceptan-. Es decir,
reconocen el valor de dicho legado, incluso si se comprometen con él
mediante críticas u objeciones. De modo semejante, citando nuevamente a
Ajad Ha-Am, reconocen al Dios de Israel “como a una fuerza histórica que le
dio vitalidad a nuestro pueblo y que influyó en […] el progreso de su vida a lo
largo de milenios”3, incluso si niegan que exista el Dios de Israel. Es posible o,

3
al menos entre los judíos es posible, estar dentro de la comunidad de fe sin
compartir la fe –otro ejemplo de nuestras anomalías-. Sospecho que más
judíos se han encontrado en esa situación a lo largo de los siglos de lo que los
piadosos hoy reconocerían. Los judíos libre-pensadores poseemos una
identidad religiosa porque hemos heredado una cultura que se inspira en la
religión –en la que encontramos muchas cosas que admiramos y que hacemos
nuestras-. No podemos convertirnos a otra religión y seguir siendo miembros
de la nación judía, pero (la mayor parte de las veces) tampoco queremos
hacerlo.
De modo similar, los judíos religiosos poseen una identidad
laica/nacional puesto que viven siendo miembros de un pueblo que está
organizado y cuyos asuntos son administrados –tanto en la Diáspora como en
Israel- por “líderes laicos” elegidos mediante procesos políticos –que es lo
mismo que decir que no fueron elegidos directa o indirectamente por Dios-.
Ellos lo aceptan y disfrutan los beneficios de dicha identidad. No pueden dejar
de formar parte del pueblo sin abandonar su religión, pero
(mayoritariamente) tampoco quieren hacerlo. En tanto lector libre-pensador
de la Biblia, diría que también en la antigüedad pasaba algo así. Los antiguos
reinos israelitas fueron “como las demás naciones”, precisamente tal como los
ancianos que se acercaron a Samuel pidiendo por un rey quisieron que el
pueblo fuese. Recordemos cómo se quejaban los profetas de la prudencia
política de reyes como Exequias –quién, según dicen, no tenía fe en Dios-. Sin
embargo los profetas y los reyes fueron miembros de la misma nación y de la
misma comunidad religiosa. En ese entonces al igual que ahora, la comunidad
nacional y la religiosa coincidían en términos de membresía, aunque eran de
otro tipo. Y en ese entonces al igual que ahora la comunidad política incluía
gente con identidades nacionales y religiosas distintas (no israelitas/no
judíos). Los autores bíblicos negaron o intentaron eliminar esas diferencias,
pero eso es algo que no podemos hacer hoy. Este compromiso es crucial para
nuestro renacimiento político: que los miembros de otras naciones y
religiones, ciudadanos del moderno Estado judío, no sufran por nuestras
anomalías.
La mezcla constante de elementos incongruentes es nuestra historia, y
esto es lo que yo le enseñaría a nuestros niños. Ellos deben aprender que
nuestra historia nacional también es una historia religiosa, que se inicia con
un pacto con Dios, que fue violado con cierta regularidad por las personas que
lo asumieron. Y deben aprender que nuestra historia religiosa también es una
historia nacional, impulsada por fuerzas políticas y económicas, sujeta a
restricciones ambientales y demográficas, al igual que las demás naciones.
Los niños religiosos deben estudiar textos laicos; los niños laicos deben
estudiar textos religiosos. A todos se les debe enseñar que a pesar de que las
membresías coinciden, nación y religión no son lo mismo (de lo contrario no
habría anomalías). Vivimos de forma muy distinta en cada una de esas
membresías. En la comunidad religiosa, nos asociamos a judíos reformistas,
conservadores, ortodoxos y ultra-ortodoxos, y también a escépticos y libre-
pensadores –y a partir de ahi a cristianos, musulmanes y otras personas que
están fuera de la comunidad-. En la nación, nos vinculamos a judeo-
estadounidenses y judeo-italianos y judeo rusos y judeo-israelíes –y a partir de

4
ahí a estadounidenses, italianos, rusos e israelíes que están fuera de la
nación.
Moverse entre estas distintas asociaciones requiere de cambios
constantes en términos de estilo y sensibilidad. Los judíos nos hemos vuelto
muy buenos para hacer estos cambios y creo que deberíamos celebrar este
talento ancestral, en vez de intentar rechazarlo y reemplazarlo –como si fuese
mejor ser siempre iguales, poseer una única identidad, superar las
anomalías-. Por supuesto, debemos insistir en que el mundo nos ha de
permitir ser lo que somos; debemos actuar de forma honesta frente a los
demás. Pero lo que realmente somos es anómalos.

5
1
Jews for jesús (literalmente “Judíos a favor de Jesús”, o “Judíos por Jesús”) es un movimiento cristiano evangelista
fundado en 1973 por un judío convertido al cristianismo en Estados Unidos (N. de T.).
21
Ahad Ha-am, “Torah from Zion”, en M. Walter, M. Loberbaum, N. Zohar y A. Ackerman (2003), The Jewish Political
Tradition, Volume Two: Membership, New Haven, Yale University Press, pp. 409-410.
3
Ibíd.

Você também pode gostar