Você está na página 1de 48

1

INDICE

Introducción

I. Dos santos, un gran sueño


II. Una infancia que ilumina toda la vida
III. Estudiante y trabajador: pobre pero simpático y atractivo
IV. Para ser feliz siguió la voz del corazón
V. Sus “dolores de cabeza”
VI. El amor de su vida
VII. Tocar el cielo con un dedo
VIII. Sembrar el bien en el corazón de los demás
IX. El secreto de una vida feliz

2
SAN JOSEP MANYANET
DESDE NAZARET, UN PROFETA PARA LA FAMILIA
Sergio Cimignoli, S.F.

INTRODUCCIÓN

“¡Josep Manyanet, un santo más!”. Esta podría ser la reacción frente al número elevado de
santos que Juan Pablo II continúa proponiendo a la Iglesia. Alguno podría objetar que a fin de cuentas
las historias de los santos son siempre las mismas: hechos extraordinarios; opciones no comunes;
caminos de alta espiritualidad adaptados sólo al “personal de la obra”. Discursos y exhortaciones
edificantes, pero con una mentalidad muy lejana de la vida de los hombres comunes.
En la vida que os contaremos lo extraordinario es… ¡que no hay nada de extraordinario!
Milagros en la vida de Josep Manyanet los ha habido, pero son los mismos que suceden en la
vida de cada uno de nosotros. Cuando somos pequeños, nos metemos en peligros de los cuales somos
salvados o por el ángel de la guarda o por alguien que nos protege misteriosamente… Ha habido
también el milagro de la vida cotidiana trascurrida en la humildad y en el silencio construyendo con
constancia y sin ruido, día a día, un mundo nuevo. Ha habido el milagro de la presencia de Dios que
como un “clandestino a bordo”, escondido a los ojos, ha calentado el corazón y ha sido siempre una
compañía y un sostén que ha hecho el camino de la vida de Josep Manyanet bueno y feliz…, aunque
no siempre fácil.
El secreto de su alta y profunda espiritualidad es de una simplicidad que desarma. Al alcance
de todos, consagrados o casados, pequeños o grandes: visitar cada día la pequeña casa de Nazaret.
Josep Manyanet es un fundador e invitaba a los suyos, los Hijos de la Sagrada Familia y las
Misioneras Hijas de la Sagrada Familia de Nazaret, a no olvidar nunca la hermosura de su llamada y
de su misión: el honor de la Sagrada Familia, el bien de las familias y la educación e instrucción de
los niños y de los jóvenes. Probablemente ni siquiera se dio cuenta de la riqueza del carisma que ha
dejado a la Iglesia: ha sido un profeta de la familia y de la pastoral familiar.
Él no es un santo por casualidad, aunque nunca se habría esperado ser uno de los santos que
rezar en la Iglesia. Habla a menudo de la santidad, pero sobre todo, con temblor, de la salvación del
alma que, según él, es la cosa más importante de la que hemos de preocuparnos.
Él que quería a los santos como amigos y protectores para sus diversas situaciones y
circunstancias de la vida, ¿dónde podía ser colocado?
Seguramente como un amigo e intercesor de las familias, para que todas sean alcanzadas por
la bendición de Dios que se ha derramado sobre la humanidad a través de la Santa Familia de Nazaret.
Seguramente como un padre y un amigo muy tierno para los niños, a los que dedicó lo mejor
de sí y a los que no hizo faltar nunca una caricia y unos caramelos.
Josep Manyanet hace parte de una nueva generación de santos, auspiciada por Guardini,
obedientes a Dios y encarnados en la situación cotidiana de nuestros días. Es “un nuevo género de
santos” que invita también a nosotros a ser santos como y más que ellos.

3
Josep Manyanet tiene un sueño: robar a Nazaret el secreto de la Santa Familia para darlo a las
familias y así cambiar la sociedad, por medio de la educación de los niños y de los jóvenes. Es un
sueño que nos deja para que también nosotros, come él, seamos capaces de realizarlo.

Capítulo 1
Dos santos y un gran sueño
Entre las ciudades europeas, Barcelona es moderna y dinámica. En cualquier época del año la
invaden jóvenes para encontrarse con gentes de todo el mundo. Los reclamos son muchos y de todo
tipo. Pero, sin duda, en los últimos años, el principal ha sido el arte de Gaudí. Es el único arquitecto
moderno que recibe cada año el reconocimiento de más de dos millones de visitantes. Todos quedan
encantados frente a la originalidad y actualidad de un artista genial, audaz, revolucionario... un
“enamorado” de la belleza.
Gaudí no pertenece a ningún movimiento arquitectónico; único en su género, experimentó
soluciones nuevas, nunca antes intentadas. Admirador de la belleza de la naturaleza, no repitió nunca
una solución.
Pocos saben que su originalidad artística derivaba de una “experiencia”, también única: la
santidad (su proceso de beatificación, tras haber superado la fase diocesana, está ya en Roma).
Más allá del esplendor, la originalidad y la belleza de las obras y proyectos de Gaudí, está la
extraordinaria riqueza de su persona y de su fe. Él fue un cristiano ejemplar y vivió la fe como
fundamento de su vida y su trabajo. Incluso el principio que le guiaba en sus opciones artísticas
derivaba de la fe. Se consideraba un “imitador”, no un creador de formas, porque el único Creador es
Dios. Gaudí decía: “El hombre continúa la creación con su trabajo. Dios continúa la creación a través
del hombre”.

Un encuentro providencial

Cuando, el 3 de noviembre de 1883, su fe y su genio artístico se encontraron con la idea de


otro “santo”, también su vida y sus intereses cambiaron y poco a poco renunció a todo, fama y dinero,
para dedicarse completamente al proyecto y la construcción del Templo expiatorio de la Sagrada
Familia, poniéndose totalmente al servicio de un cliente “que no tiene prisa”.
La idea era de Josep Manyanet, un sacerdote con una visión y con unos proyectos igualmente
geniales, arriesgados y proféticos. Su sueño era reconstruir una sociedad nueva a través de la familia y
proponiendo a la Sagrada Familia como modelo: “Hacer del mundo una familia, de cada familia un
Nazaret”. Era todavía joven, pero ya había decidido dedicar toda su vida a la realización de su sueño,
hasta el punto de proponer la construcción de un símbolo visible de su proyecto. El 24 de junio de
1869 manifestó su idea en una carta dirigida a D. José Caixal, su obispo de la diócesis de Urgell:

«Voy a manifestar a V. E. Ilma. un pensamiento, al parecer hermoso y devoto, que [se] me ha


ocurrido.
Meditando sobre los males que traen desquiciada a la sociedad y sobre su más oportuno y
eficaz remedio, y no hallándolo sino en la unión de todos los Obispos con la Silla de Roma en el
próximo Concilio ecuménico; me vino la idea de interesar al glorioso Patriarca S. José en este
importantísimo negocio por medio de la erección de un templo expiatorio fabricado por la caridad de
los españoles, grabando en su frontispicio para memoria de las generaciones futuras estas o parecidas
palabras: 'Al glorioso Patriarca S. José, Patrón de la Iglesia universal y Restaurador de España'.
Para no ver defraudadas nuestras esperanzas, empezaríamos rezando una misa todos los
miércoles a S. José, implorando su poderosa protección, y todos los meses otra a María Inmaculada
para los piadosos fines de los que se dignaran contribuir con sus limosnas al levantamiento de este

4
magnífico templo.
Espero que V. E. Ilma. se dignará darme su parecer caso de merecer su aprobación. En caso
afirmativo, excusado es decir que se daría exacta cuenta de los ingresos y gastos para que nadie
pudiera sospechar de la buena inversión de los fondos».

Al final de la carta hay una apostilla, escrita por el mismo Josep Manyanet algún año más
tarde, cuando la construcción del templo se había iniciado:

«Nota. Este pensamiento lo comuniqué más tarde al Sr. D. José Bocabella (a) Viuda Pla, de
Barcelona, quien lo inició en El Propagador de la Devoción de San José, dando todo esto pie al
levantamiento del famoso templo de la Sda. Familia».

Hubo un momento en que se intentó que fuese el propio Josep Manyanet el que se hiciera
cargo de la animación del templo, pero él estaba demasiado ocupado en la realización de su sueño y
no le fue posible aceptar, pero en cualquier caso permaneció fiel a su compromiso de sostener, con la
oración y la entrega de donativos, su idea. Después de su muerte en 1901, sus religiosos siguieron
animando la obra del templo y él desde el cielo continúa contribuyendo “misteriosamente”.
El mismo Gaudí, más de una vez, en su sencillez y humildad, admitió sentirse apoyado por
personas desconocidas: “Nadie puede gloriarse -dijo una vez- porque todo es don de Dios; a menudo
Él se sirve de cualquiera... A veces creemos que nos toca a nosotros la gloria de aquello que es bueno
y los méritos que cada uno de nosotros, con su talento, se ha ganado realizando algo importante;
cuando en realidad, se debe a un alma desconocida que reza por el éxito de una persona más
conocida”.
Es extraordinario cómo la idea inicial de Josep Manyanet fue acogida y respetaba por Gaudí y
continúa siendo respetada en nuestros días.
Aquello que se está culminando en Barcelona no es sólo “ un templo magnífico” sino la más
grande y extraordinaria obra de arte que se está construyendo hoy en el mundo.
Muchos patrocinadores se han ofrecido para acelerar los trabajos, pero no obstante las
presiones tan atractivas, han sido rechazados. El Padre Manyanet y Gaudí quisieron que se edificase
sólo y exclusivamente con la “caridad”, las limosnas “del pueblo”: “En la Sagrada Familia -dice
Gaudí- todo es fruto de la Providencia, incluso mi participación como arquitecto”. Y para decirlo con
pocas palabras, añadía: “Este templo lo acabará San José”.
Cuando 1915 los fondos para la construcción del templo escaseaban, se hizo él mismo
pobre, llegando a pedir limosna entre la rica burguesía de Barcelona para continuar la obra.
Extendiendo la mano por las calles y las casas de la ciudad que lo había hecho famoso, pedía “un
céntimo por amor de Dios “. Florecieron así las anécdotas y leyendas acerca de un hombre que había
renunciado al dinero y a la fama, por una empresa que muchos consideraban imposible.

Originalidad y simplicidad de la naturaleza y de Nazaret

Josep Manyanet y Antonio Gaudí estaban guiados, en sus proyectos, por la misma idea-
madre.
Gaudí creía que su responsabilidad era aquella de unir con un “hilo de oro” la creación de
Dios, la naturaleza con la arquitectura. Buscaba las soluciones en la naturaleza y las transfería a la
arquitectura. Decía: “Mi maestro es el árbol del jardín que está frente a mi ventana”.
Estaba convencido de que “la originalidad consiste en la vuelta a los orígenes; original es, por
lo tanto, aquello que con medios nuevos permite volver a la simplicidad de las soluciones primeras”.

Manyanet decía:

“Volvamos a la simplicidad de Nazaret donde todo tuvo inicio. Vayamos cada día a Nazaret,

5
porque ellos, Jesús, María y José, son nuestros maestros; tomemos de ellos los secretos para la
reconstrucción de la familia, de la Iglesia y de una nueva sociedad, con medios y mentalidad nueva.
Atemos con un “hilo de oro” la experiencia de aquella extraordinaria Familia a la vida de las familias
de hoy, para transmitir las bases sólidas que crean relaciones sanas y educativas”.

Ambos estaban fascinados por el misterio de la Encarnación.


Gaudí, al inicio del siglo XX, en la periferia semidesierta de Barcelona, trabajaba en la
edificación de la fachada del Nacimiento, la única de las tres que ha sido construida bajo su dirección.
Quiso comenzar con la fachada dedicada a la Encarnación, “porque los misterios de la infancia de
Jesús son aquellos que hablan más directamente al corazón del pueblo”.
También Josep Manyanet estaba convencido de que el camino más cercano al corazón de la
gente, para la edificación de buenas familias, debe partir de nuevo desde Nazaret.
Gaudí, según el decir de aquellos que le conocieron, era un “santet” muy humilde, muy
religioso. Mientras construía la Sagrada Familia, la Sagrada Familia, por ósmosis, le construía a él
espiritualmente.

“Ve, repara mi casa”

Manyanet se identifica con el discípulo que cada día aprende algo nuevo del misterio de
Nazaret. Él se dedica constantemente a profundizar en un conocimiento sapiencial y cordial. También
para él se trata de entrar en empatía, en simbiosis con la Sagrada Familia, para dejarse transformar por
ella.
Ambos, como Francisco de Asís, amantes de la sencillez, poseían un espíritu extraordinario
de pobreza y por ello también a ellos el Señor les dice: “Ve, repara mi casa”.
Gaudí responde a este mandato construyendo un templo con piedras que hablan: “Uno ve las
piedras de la Sagrada Familia y es evangelio puro. La Sagrada Familia es un libro para todo el mundo,
para quien tiene fe y para quien sabe leer con el corazón y la mente”. Lo testimoniaba también el
poeta García Lorca visitando, junto con Dalí, la fachada del Nacimiento: “¡Viendo esta fachada yo
siento gritar! ¡Escucho a gente que grita! Miro más alto y aumenta el grito, y se mezcla con el sonido
de las trompetas de los ángeles, y no puedo resistir...”.
Por esto la arquitectura de Gaudí la comprenden mejor los niños que los arquitectos, porque
los niños no tienen prejuicios, conservan todavía la inocencia. Ven una cosa que es agradable porque
se asemeja a la naturaleza, y la naturaleza es placentera.
El cardenal Pietro Palazzini, prefecto de la congregación para las Causas de los Santos cuando
Josep Manyanet fue proclamado beato, tuvo la responsabilidad de examinar los documentos y los
testimonios referidos a su persona y a su obra. De todo esto se formó una opinión personal: “Por los
estudios hechos sobre Manyanet y por los escritos de los testimonios, yo le considero como un nuevo
san Francisco de Asís, a quien un día Jesús dijo: “Ve, repara mi casa”. La casa para reparar de la cual
había sido encargado Manyanet era la familia, entonces muy amenazada en España y en algunos
lugares de Europa. Y esto porque, como dice san Pablo, el carisma de los fundadores no les es
concedido a título personal, sino “en vista del bien común” (1 Co 2,11). Si cada fundador tiene una
misión, el cielo encomendó a Manyanet el cuidado de la iglesia doméstica, la familia, y ella fue el
objeto primordial de sus preocupaciones pastorales.
Manyanet experimentó el daño que hacían a la familia las nuevas doctrinas secularistas y
antirreligiosas y por esto estoy convencido que su mensaje es actual y prioritario en relación con los
problemas familiares de hoy”.

Dos iniciativas con futuro

Les une también una última coincidencia no menos importante.


Manyanet a los 31 años renunció a una carrera eclesiástica brillante para dedicarse al carisma

6
que el cielo le confiaba y que le ocasionó tantas lágrimas y sudores.
Gaudí a los 31 años, ya un artista con futuro, recibió el encargo de construir el templo de la
Sagrada Familia. Trabajó en él durante 43 años. A partir de 1910 renunció a cualquier otro encargo,
para dedicarse exclusivamente al templo. En el último año de su vida eligió vivir en el templo, como
hacían los antiguos artistas y artesanos. Él sabía que no podía unir su nombre a la obra acabada: “No
quisiera terminar yo los trabajos, porque no sería conveniente. Es necesario conservar siempre el
espíritu del monumento, pero su vida debe depender de las generaciones que se lo trasmitan y con las
cuales la Iglesia vive y se encarna”.
Gaudí fue sepultado en la cripta, pero su genio de “artista total” está tan vivo y presente que
visitando su obra de arte, en construcción, parece que uno se encuentra en una cantera de las
catedrales de la Edad Media. El espíritu y el fervor de las obras es aquel..., sólo que los andamios y las
estructuras precarias de antes han sido sustituidos por grúas imponentes, ascensores, técnicas de
trabajo vanguardistas, arquitectos, ingenieros, y trabajadores con cascos brillantes. Pero algunos
jarrones de flores, bien cuidados, cercanos a los talleres de los trabajadores del templo, nos remiten a
la idea de la belleza de la naturaleza, de la cual han sido “robadas” las figuras arquitectónicas más
audaces del templo.

Dicen que en el 2005 estará terminada la fachada principal, la de la Gloria (actualmente están
construidas la del Nacimiento y la de la Pasión). Contemporáneamente se levantarán las dos “torres”
más altas, la de la Virgen y la del Redentor. En el año 2020 él “sueño” de los dos santos llegará a ser
una realidad. El templo de la Sagrada Familia unirá para siempre la Santa Familia a la vida de las
familias.
Quizás sea ésta la clave de lectura más justa para revivir la aventura humana en la intensa
vida de dos santos que cultivaron, en modo diverso, el mismo sueño y que nos han dejado a nosotros y
a las generaciones futuras la responsabilidad de realizarlo.
De Gaudí como artista se ha escrito muchísimo y creemos que se escribirá mucho más de él
como santo. En estas pocas páginas queremos recorrer, a grandes pinceladas, la vida de Josep
Manyanet, sus intuiciones, sus “amores”, su obra..., y será también para el que lee, una gran sorpresa.

Capítulo 2
Una infancia que ilumina toda la vida
Josep Manyanet nació en Tremp, un pueblo situado en una “Conca”[cuenca], al abrigo de los
Pirineos, en España. Era el 7 de enero de 1833. Fue bautizado el mismo día en la iglesia de la Virgen
de Valldeflors [Valle de las flores], situada a pocos pasos de su casa. Era el más pequeño de nueve
hijos.
Antonio y Buenaventura eran dos buenos padres: trabajador incansable, él; muy sensible y
siempre atenta, ella.
Él trabajaba en el cultivo de una pequeña propiedad de la familia, con la tenacidad típica de
la gente de montaña, que sabe cuánto sudor cuesta sacar fruto de una tierra tan avara y, como dice la
sabiduría popular, son capaces con su obstinación de “sacar el pan de las piedras”.
Josep heredará de su padre la nobleza de carácter, el sentido del deber, el amor al trabajo
incluso manual y la tenacidad que, unidos a la determinación y a la iniciativa de su gente, lo harán
digno hijo de Tremp (que en catalán significa: temple, vigor, fortaleza de ánimo).
La madre estaba atareada en casa y en el cuidado de los hijos, pero encontraba siempre
tiempo para hacer una visita y saludar a “Nuestra Señora de Valldeflors”, de la cual era muy devota.
A Josep, que era el más pequeño, lo llevaba siempre consigo.
Lo que se vive en la infancia tiene una influencia determinante para toda la vida. Josep no
tuvo una infancia fácil. La vida le hizo encontrar rápidamente con el dolor, el sufrimiento y la

7
pobreza.
Muy pronto, con apenas tenía 20 meses, quedó huérfano de padre. En aquella edad no se llega
a entender la idea de la muerte, pero la falta de un padre bueno como Antonio, hizo sufrir durante
mucho tiempo a Josep, incluso cuando ya era joven. Afortunadamente la madre era una mujer piadosa
pero también firme y generosa.

El amor de las dos madres

El coraje y la fuerza con que la madre, sola, llevó adelante a la familia lo ayudará a ser un
hombre de grandes iniciativas y a intuir las necesidades de su tiempo para los jóvenes y las familias y
a dar una respuesta concreta con la obra que realizará. Nunca se acobardará ante las dificultades, feliz
de poder gastar su vida al servicio de los más pobres, y entusiasmar a muchos otros, hombres y
mujeres, que quisieran compartir con él el don que Dios le había hecho.
La gran fe y la piedad de la madre ayudaron a Josep a crecer con una gran confianza en el
corazón. Uno de los recuerdos más hermosos de su infancia fue el día en que mamá Buenaventura lo
consagró a la Virgen. Lo recordará al final de su vida, en la página de sus escritos en la que nos cuenta
este episodio, donde se descubre su sensibilidad, la fascinación por la belleza, su corazón de poeta y
su gran “amor”. Como él mismo dice: “No fue un sueño, sino una realidad, que lo conté a mi madre y
todavía hoy lo recuerdo perfectamente”. Una realidad que ha atravesado toda su vida, como uno de
aquellos momentos que la iluminan para siempre:

“[...] Yo era (y mejor lo sabes tú, ¡oh Hermosa y siempre pura!), era yo un jovencito de cinco
años... Mi madre (que con Vos descanse), conociendo mi afición por lo Bello, me llevó un día consigo
a una casa muy grande, donde vi una Señora de imponderable hermosura, con los brazos extendidos y
en ademán casi suplicante, de pie sobre un hermoso trono, rodeada por una resplandeciente aureola,
con doce estrellas alrededor de su cabeza, y que con sus delicados fuertes pies aplastaba la cabeza de
un gran culebrón... Nos acercamos, y, al llegar junto a la misteriosa Señora, mi madre se postró a sus
plantas, y yo imité su acción, y me incliné también a besar el pedestal de aquella gran Señora... Mi
madre habló largo rato con voz baja a aquella Beldad... Yo, queriendo adivinar, por el movimiento de
los labios, lo que decía, posé mis ojos (que los tenía fijos en la Hermosa) en los de mi madre, y
observé que gruesas lágrimas brotaban de los suyos... Mi madre lloraba... ‘¿Qué es lo que os mueve a
llorar?’, le dije. Mas ella, sin hacer caso, al parecer, de mi pregunta y volviéndose a la Bella, entre
amargos sollozos le dice: ‘María, ahí tenéis a vuestro hijo..., a este tierno niño que os ama... No
permitáis que, cuando..., cuando yo falte..., trueque vuestro cariño por el de...’ Y, sin poder continuar,
fue su voz apagada por el copioso llanto que vertían sus ojos... Yo también lloré... y llorando me
quedé dormido..., luego de haber cerrado los ojos, vi con los del alma (y no fue sueño, sino realidad,
pues lo conté a mi madre y aún hoy lo recuerdo perfectamente)... Sí, yo la vi... Yo vi aquella Beldad.
Yo os vi, ¡oh bella María!..., cuando, llena de majestad y de compasiva hermosura, inclinando
suavemente la resplandeciente cabeza, empuñando el cetro de vuestra celestial monarquía..., me
abristeis vuestros brazos y me estrechasteis contra vuestro inmaculado corazón. ¡Oh María, yo os
amo!... A este grito desperté, y mi madre, acercándoseme, me dijo: ‘No llores, hijo mío... ¡Nuestra
buena Reina ha oído mis súplicas y ha... recogido tus lágrimas!’... ”.

Desde entonces, Josep, se sintió siempre protegido y seguro de ser llamado, guiado y
sostenido por Dios en las opciones decisivas de su vida.

Dos anécdotas del niño Josep

Otros dos episodios de su infancia lo acercan a todos nosotros cuando, por un motivo u otro,
hemos hecho saltar el corazón de los padres por aquello que nos ha sucedido. Nos lo cuenta en los
Recuerdos de mi vida.
El primero fue debido a su tendencia a dejarse fascinar por la belleza. Un día de invierno, se

8
produjo una nevada excepcional y el espectáculo de las blancas montañas del Pirineo y del paisaje de
la Conca de Tremp recubierto de aquel manto blanco, fue una llamada irresistible:

“Al ver aquella inmensa blancura, salí de mi casa una mañana y, estando fuera del pueblo,
comencé a caminar sobre la nieve, que estaba helada, y después de andar algún rato sobre ella con
gran regocijo, viendo aquel prodigio de que la nieve me sostuviera, de repente me sentí hundirme en
un precipicio o barranco lleno de piedras, que, a causa de la gran cantidad de nieve, estaba
enteramente cubierto. Naturalmente, debía morir con aquel tremendo golpe que di sobre aquellas
piedras. No sé si a causa de los gritos que di o porque me vieron caer, al cabo de unos instantes me
sacaron y llevaron a mi casa sin sentido y aterido de frío. Mi madre tuvo un disgusto muy grande. Con
los remedios que me aplicaron reaccioné, pero estuve una larga temporada enfermo”.

El segundo se refiere al estupor y la curiosidad que provocó en él el paso de soldados con


vistosos uniformes que, como era normal entonces, fueron hospedados en las casas del pueblo:

“Era la primera vez que veía militares. En mi casa se alojaron dos asistentes y mi madre les
facilitó todo lo necesario para guisar la comida. Estaba yo en la cocina viendo cómo ellos arreglaban
las cosas. Uno de ellos tenía una sartén con gran cantidad de aceite, que estaba hirviendo con todo
vigor, y, al sacarla de la lumbre, sin querer, lo derramó todo sobre mí. Quedé al momento derribado
en tierra sin sentido y con horrorosas quemaduras en todo el cuerpo. En mi familia hubo una alarma
tremenda. Estuve largo tiempo en cama, desconfiando los médicos que pudiese vivir mucho tiempo.
Después de grandes sufrimientos, apurando muchos remedios, se mandó me quitasen la ropa interior,
que, a causa de las grandes llagas que aquellas quemaduras me produjeron, estaba adherida a la carne,
arrancándome extensos trozos de piel al verificarlo”.

Huérfano protegido por un sacerdote joven

Un encuentro decisivo para Josep, en su infancia, que marcará toda su vida futura y su
decisión de hacerse sacerdote, fue con el joven D. Valentín Lledós:

“Pocos años tenía Josep Manyanet cuando fue acogido por don Valentín, quien, al encontrarlo
una mañana en la puerta de la iglesia parroquial de su ciudad algo desarropado y tiritando de frío, tras
breve coloquio, le invitó a que entrara con él en la iglesia, que oyera su misa y que después le llevaría
a su casa para atenderle y vería con su madre lo que podría hacer por él. Procurole dos vestidos (en
casa de don Valentín eran sastres de oficio), y fue tal el cariño que este buen sacerdote sintió por el
huérfano Josep Manyanet, que se convirtió desde aquel momento en su verdadero padre y decidido
protector”.

Desde entonces le ayudará en todo su camino. Josep, tan pequeño que todavía no alcanzaba
bien al altar, se convierte en su monaguillo. Lo introduce en la “schola cantorum” y, en privado, le
enseña solfeo y música. Junto a él, cultiva las flores de su jardín, para que no falten nunca a los pies
de la hermosa estatua de la Hermosa Señora de Valldeflors. (Estos dos intereses, la música y el jardín,
no le abandonarán nunca y los recomendará también a sus comunidades).
Con apenas siete años y medio, cosa inusitada en su tiempo, Josep recibió la primera
comunión. Se preparó con algunos días de ejercicios espirituales guiado por su mejor amigo:

“A más del señor maestro [José Espessier], me dispusieron para ello mi amado protector, el
reverendo Valentín Lledós y algún otro sacerdote”.

Esta experiencia, la de ser “adoptado” como hijo por un sacerdote, será determinante para su
vocación futura y para sentirse llamado a ser también él un “padre” para tantos hijos. Escribirá, en una
de sus cartas: “Un padre basta para cien hijos; cien hijos no bastan para un padre”.

9
Como él mismo recuerda, de pequeño, se sintió llamado a la misión de enseñar el catecismo y
a explicar el evangelio y la vida de los santos a los amigos de su edad que reunía en casa, en la
habitación que su “buena madre” había reservado para él. Sus relatos y narraciones enganchaban y
todos seguían con atención y con gusto..., incluso porque todo acababa con una buena merienda
preparada por la madre.
D. Valentín le preparó, personalmente, para los estudios medios y después lo recomendó a los
Escolapios para que lo acogieran en Barbastro en el conocido colegio de las Escuelas Pías.
Pero aquí se abre otro capítulo de su vida, una vida de estudiante que ha de trabajar para
pagarse los estudios.

Capítulo 3
Estudiante y trabajador: pobre, pero simpático y atrayente
Josep Manyanet era pobre y mamá Buenaventura no podía pagarle los estudios y mucho
menos la pensión del colegio de Barbastro. Afortunadamente D. Valentín Lledós consiguió que los
escolapios lo acogieran como “fámulo”. Juntamente con otros treinta chicos (pobres como él) tenía el
deber de estar a disposición de la comunidad religiosa: ayudaba a misa, hacía encargos en la ciudad,
prestaba servicios y participaba, de alguna manera, de la vida de la comunidad. A cambio no pagaba
comida ni alojamiento, el coste de los estudios y quizás tampoco la ropa.
Ya desde entonces, adolescente de apenas doce años, “persuadido de que la vida no está
destinada a ser un peso para muchos, y una fiesta para algunos, sino un esfuerzo para todos, del cual
cada uno dará cuenta, empezó a pensar cómo hacer útil y santa su vida”. Este compromiso y la fuerza
de voluntad le ayudaron a superar la separación de su madre, la dureza de la vida del colegio y la
lejanía de su amada “Conca” de Tremp.
El modo como Josep transcurrió aquellos años lo podemos resumir en pocas palabras a través
del testimonio que dejó un compañero suyo de estudios: “Era, en aquel entonces, un joven y un
estudiante modelo en todo. Modesto, aplicado, fervoroso y obedientísimo. Su virtud se imponía en
todo y en todos los demás escolares. Era una virtud simpática y atrayente la suya, sin afectación ni
vanagloria. Su carácter jovial y a la vez compasivo le hacía respetable siempre y en todo lugar”.
Siendo ya educador invitará a los adolescentes y jóvenes a amar y cultivar la virtud porque
convierte en fáciles, estables y gratificantes el bien y la belleza.

Estudiante de filosofía en Lleida

Una vez terminados los cursos de retórica y humanidades (según el currículo escolar de
entonces), estaba decidido a entrar en el seminario. De este modo, siempre siguiendo el consejo de D.
Valentín, fue al seminario de Lleida para asistir a los cursos de filosofía. No fue fácil, pues no lo
aceptaron como interno, ya que no era de la diócesis, y no había ningún puesto de “fámulo”. No
obstante, obtuvo del obispo el permiso de poder frecuentar las clases como alumno externo.
Tuvo que buscarse la vida, hasta que la familia Morlius-Borràs lo acogió como preceptor de
sus hijos. De este modo, él disponía de alojamiento y de ayuda para pagarse los estudios y la familia
estaba muy satisfecha de sus servicios. Josep, sólo un poco mayor que los hijos, los educaba de una
manera equilibrada, hasta el punto que le hacían más caso a él que a los mismos padres: “Bastaba una
indicación de Josep para determinarles a obrar, siendo más eficaz el aviso de Manyanet que el de su
propio padre que era bastante exigente”. No llegaba, sin embargo, a cubrir los gastos de la inscripción
anual: 32 reales. No era una suma excesivamente elevada, pero no pudiendo disponer de ella, pidió y
obtuvo la “gracia de la matrícula”, esto es, la reducción de un tercio o de la mitad de la cuota total.
Seguramente que esto fue humillante para Josep, y, además, no era fácil trabajar y
concentrarse en los estudios (¡como ocurre a todos los estudiantes que trabajan para mantenerse!).
Pero, no obstante todo, los primeros dos años consiguió la calificación de “Bonus” y el tercero la de

10
“Meritissimus” (excelente).
Quizás fue a partir de esta experiencia que maduró la decisión de dedicar su obra sobre todo a
los más pobres: “Los ricos -escribirá años más tarde- tienen colegios para educar a sus hijos;
hagamos colegios para educar e instruir a los hijos de los obreros”.
Esta experiencia de estudiante y trabajador resultará fundamental a medida que irá
discerniendo de una manera más clara la misión a la que se sentía llamado, y organizará su proyecto al
servicio de la educación y la familia. De aquí derivó la idea de una pedagogía familiar y la necesidad
de una colaboración estrecha entre la escuela y la familia.
De este período también ha sido recogido el testimonio de un compañero de seminario:
“Josep Manyanet poseía el don de la amenidad, pero siempre dentro de los límites más correctos”.
Esto favorecía el aprecio de los profesores y la admiración de los compañeros.
Probablemente la simpatía y jovialidad de su carácter, además de la atracción de sus veinte
años, lo hacían tan atractivo que no tardó una joven mujer adinerada en enamorarse de él. Para
atraparlo, ella había recurrido a una estratagema, y él para alejarla, no tuvo otro modo que un sonoro
revés.
En la defensa de la castidad fue siempre transparente y muy decidido. Educado y amable con
todos, también con las mujeres, pero sin permanecer atado a compromisos afectivos que le habrían
hecho perder la libertad de poder vivir plenamente su misión de “padre”, siempre disponible para
atender a todos.
Sabía que la castidad es la virtud que hace posible el amor verdadero y la fuerza que empuja
al don total y gratuito de uno mismo.

Familiar del obispo de Urgell

Terminada la filosofía en el seminario de Lleida, Josep Manyanet se trasladó a Seu d´Urgell,


sede de la diócesis a la que pertenece Tremp, para continuar los estudios de Teología. Justamente
aquel año había sido reabierto el seminario por el nuevo obispo José Caixal, que llegó a ser para Josep
un padre, un consejero y un punto de referencia. Desde el primer encuentro lo acogió con amabilidad
y, sabiendo que era pobre y, no obstante las dificultades, continuaba en los estudios, lo acogió como
familiar en el palacio episcopal. A cambio le ofrecía la manutención y asumía las mensualidades para
todos los estudios teológicos. Josep respondió con gratitud a la generosidad del Obispo:

“Desde aquella fecha nada hice ni emprendí sin el consentimiento y la paternal aprobación de
mi virtuoso prelado y padre espiritual a la vez”.

De este modo entró en la familia del Obispo formada por entre siete y nueve personas (un
vicario general, un secretario, un mayordomo, un paje ayuda de cámara y otro sacristán, un cocinero,
un criado y un portero). La vida de palacio estaba regulada por el ritmo de una verdadera comunidad
religiosa: todos asistían a la misa y a las actividades comunes de la casa con puntualidad, casi al toque
de campana. Existía un reglamento (“Plan de palacio”) que tenía que ser cumplido puntualmente:
“No se dirá de tú a nadie, ni aun a los criados, y se amarán todos en Jesucristo... Tratarán con especial
atención a los forasteros que vengan a visitar al señor obispo; entrarán luego el recado y se abstendrán
de toda altivez y falta de crianza”. Estaba previsto el llamado silencio monástico: “No levantarán
nunca la voz, guardarán silencio desde que concluya la recreación por la noche hasta la hora del
desayuno al día siguiente; si fuese necesario decir algo, será en voz baja y no más que lo
indispensable”.
Y todo esto en actitud de servicio hacia los otros, no como un mundo cerrado en sí mismo:
“Los familiares sacerdotes no se contentarán con las obligaciones de su particular oficio, sino que, en
cuanto éstas lo permitan, confesarán, predicarán, visitarán los enfermos y las cárceles, enseñarán el
catecismo, etc. Los no sacerdotes, además de dar ejemplo y de confesar y comulgar al menos una vez
a la semana, también procurarán encaminar al cielo a los demás; evitarán visitas”.
El Plan de palacio describía detalladamente la responsabilidad de cada uno. ¿Qué

11
obligaciones en concreto tenía Josep como familiar o paje del obispo? Lo encontramos en el citado
reglamento: “El paje -dice el artículo 18- alternará con el ayuda de cámara en la lectura (durante la
comida y la cena), en servir a la mesa y en la guarda del antesala. Cuidará, además, de la sacristía, de
sus vasos, ornamentos pontificales. etc., y correrá a ver lo que se ofrece al prelado al primer
campanillazo que oiga”.
Estos años fueron claves para la formación de Josep Manyanet y para su decisión de fundar
dos comunidades religiosas.

Dos pérdidas irreparables

Superadas las dificultades económicas y querido y valorado por el obispo, se acercaba a la


meta del sacerdocio, pero el dolor y el sufrimiento llamaron de nuevo a su vida: en el plazo de dos
años perdió a las personas más queridas.
El 14 de mayo de 1855, con tan solo 44 años, moría D. Valentín Lledós, su padre adoptivo y
protector.
El 10 de noviembre de 1857 murió Buenaventura Vives. La pérdida de la madre, a la que él
llamaba “buena y santa”, fue un desgarro muy doloroso en el ánimo de Josep..., quizás le recordó el
desgarro de la ropa que se llevaba la piel de la quemadura, cuando, siendo pequeño, fue quemado por
el aceite ardiente derramado por los soldados. Por poco tiempo, ella que había soñado con verlo
sacerdote desde que era pequeño, no pudo verlo.
Josep Manyanet fue ordenado sacerdote un año y medio después, el 9 de abril de 1859, por
Caixal que, considerándolo ya como un hijo, quiso que celebrara su primera misa solemne en la
capilla del palacio episcopal.

Capítulo 4
Para ser feliz siguió la voz del corazón
Ordenado sacerdote, el obispo Caixal, valorando sus cualidades, lo nombró mayordomo de
palacio. Josep se hizo merecedor de aprecio por su capacidad organizativa y por su fidelidad y
entusiasmo.
El obispo se preocupaba de la formación humana e intelectual del clero. Por esta razón
encargó reordenar la biblioteca a su mayordomo y proveerla de nuevos libros. Lo nombró, por lo
tanto, también bibliotecario, con la responsabilidad de mantener la biblioteca siempre abierta, excepto
los días de fiesta.
Con el paso del tiempo, la confianza y las esperanzas en el joven sacerdote aumentaban. Lo
llevó consigo a las visitas pastorales que hacía en los valles de los Pirineos, sobre todo durante el
verano. Las visitas eran auténticas “expediciones misioneras” que duraban meses y no se limitaban a
los aspectos burocráticos.
Los años pasaban rápidos entre las ocupaciones de palacio, la administración y los
compromisos pastorales y Josep, joven sacerdote, se sintió cada vez más llamado a comprometerse a
favor de las familias y de la educación de los más pequeños. Comenzó a confiarse con su padre y
obispo, el cual se ponía triste y de mal humor cuando Manyanet le hablaba de marcharse.

Las largas noches de Urgell

No fue una decisión fácil. En la tradición de los Hijos de la Sagrada Familia, se habla de “las
largas noches de la Seu de Urgell”. Noches en las que se dedicó a meditar largamente y a rezar
intentando comprender el camino a tomar. Reflexionó y reflexionó largamente... y cuando sintió, en
su corazón, la voz de Dios que lo llamaba, fue “a donde lo llevaba el corazón”. Sabiendo que es tarea
de cada hombre conocer bien hacia qué camino lo atrae el propio corazón y después elegirlo con todas

12
las fuerzas, sin titubeos o lamentos, en sus escritos, invitará a todos a hacerlo para ser personas
felices:

“Dios tiene un amor tan grande a los hombres, que tiene también de ellos un particular
cuidado. Conoce el interior de cada uno y sabe con qué inclinaciones y cualidades ha enriquecido a
cada persona. Suavemente pues inclina a cada uno al estado de vida que conviene mejor a cada uno,
para que sea feliz y alcance la salvación.
Parecerán coincidencias, pero un encuentro entre amigos, una lectura que conmueve, una
explicación de la Palabra de Dios que toca al corazón, las desilusiones y traiciones que derivan de la
vida y de las personas que menos lo esperas y tantos otros acontecimientos, abren el camino para
llegar a una elección más bien que a otra.
Cada llamada exige mucho amor y fidelidad, y a cambio da la felicidad aquí y en la eternidad.
Como un jardín es hermoso por la diversidad de plantas y de flores y por el arte y el buen
gusto con el que son distribuidas, así la iglesia resulta más hermosa por la variedad de las vocaciones
que el Señor le da y después distribuye con arte divino. No somos nosotros los que lo elegimos a él,
sino que es él quien nos elige a nosotros, y nos llama, y de diversas maneras nos guía para hacernos
capaces de responder prontamente y de perseverar en el camino justo”.

A los 31 años, tras apenas seis años de sacerdote, abandonó la seguridad de una carrera
eclesiástica con futuro y bien programada para continuar un sueño que lo llevará por caminos
inexplorados mucho más difíciles y comprometidos que los senderos de la montaña que estaba
acostumbrado a recorrer.
No de muy buena gana el Obispo le dejó marchar, pero le bendijo y siguió con mucho interés
el desarrollo de su obra.
Los hechos y los encuentros que ayudaron a Josep Manyanet a ser tan determinado en la
respuesta a lo que creía una llamada para su vida, convierten su proyecto en muy actual también para
nuestros días.

Amenazas contra la familia

En aquel período, en España y en Europa, se vivía una época de grandes luchas que llegaron a
ser muy violentas contra la iglesia y sus instituciones, hasta la supresión de las órdenes religiosas y la
persecución abierta y cruenta contra sus representantes.
Entre otros le tocó también a su amigo el obispo Caixal, que después de haber sido exiliado
en varias ocasiones, murió en Roma en 1879.
En estas luchas de poder político entre carlistas y liberales, la iglesia en España se encontró
tristemente dividida. Sus hombres se decantarán unos de un lado y otros de otro.
Pero la lucha más fuerte, en aquel momento como hoy, fue en el plano ideológico. El objetivo
era de descristianizar la sociedad, en España y en Europa, empezando por lo que es el fundamento: la
familia.
En tiempos de Manyanet con las armas y la imposición, en nuestros tiempos en nombre de la
libertad y con el extraordinario poder de los medios de comunicación social, a través de los cuales
cualquier ocasión es buena para ridiculizar y banalizar el mensaje cristiano. Hoy también el Papa Juan
Pablo II, aunque es admirado y seguido por los potentes medios de comunicación, cuando se refiere a
la esencia del mensaje del Evangelio y de sus exigentes opciones, se convierte en un hermoso
“florero”: “Si la iglesia hace estas opciones, se quedará sola; en esto nadie la seguirá...”.
La cultura dominante de entonces, como la de hoy, buscaba desestabilizar a la familia
haciendo pasar el mensaje de que la propuesta cristiana estaba superada, era obsoleta, anacrónica,
oscurantista..., contraria al progreso de la ciencia y de la evolución social. Sólo una propuesta
plenamente laica y secularizadora podía prometer derechos y dignidad en una sociedad nueva...
Josep Manyanet, hace ya siglo y medio, intuyó que nos estábamos jugando (¡y nos lo estamos
jugando todavía!) el futuro de la humanidad. Joven sacerdote, iluminado por el Espíritu, entendió

13
aquello que se apunta en la Familiaris consortio: “El futuro de la Iglesia y de la sociedad pasa a través
de la familia”.

Arriesgando la propia vida

Muchos cristianos de entonces, como los de hoy, no supieron responder más que con el
silencio o acomodándose a la opinión reinante. Él en cambio no transigió, y hombre decidido como
era, no tuvo miedo de arriesgar incluso la vida.
Se encontró en medio de dos revoluciones: la 1868 mientras estaba en Tremp, y la 1873, al
poco tiempo de llegar a Barcelona.
En 1868 permaneció en su lugar, a pesar de ser perseguido, calumniado, y abiertamente
amenazado de muerte: “Yo trabajaba por Dios, y estando Dios con nosotros, ¿quién contra nosotros?”.
Fue justamente en este periodo cuando uno de los jóvenes más encarnizado contra él, en una pelea
entre soldados, asesinó a un oficial del ejército. Fue detenido y encarcelado en espera de ser
ejecutado. Él, sin titubeos, “arriesgando la vida, fue desde Tremp a la Seu de Urgell, con el fin de
obtener del gobernador de aquella ciudad la gracia en favor del condenado a muerte que, junto a otros
tres compañeros, había sido su peor enemigo hasta el punto de estar dispuesto a atentar contra su
vida”.
El 11 de febrero de 1873, después de la revolución, fue proclamada en España la I República.
Manyanet, “vestido de paisano y dejándose crecer la barba” se encontró paseando por las Ramblas.
Un señor elegantemente vestido había convertido la popular arteria ciudadana en un Hyde Park
londinense y hacía un verdadero mitin, en el cual la religión y la Iglesia no quedaban precisamente en
buen lugar.
Manyanet reaccionó: “El padre, encendido de santo celo por su fe ultrajada, se abrió paso en
medio de los oyentes y, llegando delante del impostor, osó contradecirlo en voz alta, demostrando al
público oyente la falsedad de aquellas opiniones. La confutación fue hecha con tal energía y
elocuencia, que aquel emisario de Satanás quedó mudo, incapaz de resistir a sus argumentos. Mientras
el padre defendía así la verdad, se dio cuenta de que un individuo armado de pistola intentaba llegarse
a él; pero la tentativa de agresión quedó sin efecto, porque el padre, sin saber cómo, se halló lejos de
aquella muchedumbre y a salvo de sus enemigos”.

Las dificultades de los inicios

Además de estos episodios extraordinarios, los primeros tiempos fueron muy duros en todos
los sentidos y fue necesario toda su fuerza y coraje para seguir hacia adelante.
En 1865 había empezado en Tremp con cinco niños acogidos en unos “entresuelos”, en los
que era necesario quitar las camas durante el día cuando se hacía las clases; y por la tarde se
cambiaban los bancos cuando se tenía que dormir. Al año siguiente todo había mejorado, según su
punto de vista positivo:

“Ya tenemos un tanto arregladas nuestras cosas - escribía a Caixal-. Los estudiantes son
catorce; los internos, ocho. Pocos son, mas todos los inicios son dificultosos. Lo que nos falta es local,
pues algunas cosas no podemos hacerlas cual conviene”.

Cuando en 1868 llegó la revolución, el colegio que, aunque estaba en sus inicios, había ido
creciendo en número de alumnos, no cerró. Recibió, no obstante, fuertes presiones e imposiciones
desorbitadas. Resistió hasta que pudo y, en 1875, tuvo que cerrar durante dos años.
Mientras tanto maduró la decisión que era urgente “bajar” a Barcelona para ampliar su obra
en una gran ciudad y ponerse al servicio de los ambientes más pobres:

“Siento una misteriosa fuerza en mí que de mucho tiempo me llama a Barcelona”.

14
En mayo de 1872 llegó a Barcelona con tres religiosos. Se hicieron cargo de una escuela de la
parroquia de san Francisco de Paula, patrocinada por la “Junta de Señoras” fundada por Doña Dorotea
de Chopitea, una benefactora de la ciudad que había fundado las “Salas de asilo” en las que eran
admitidos niños de ambos sexos, de cuatro a seis años, pertenecientes a familias pobres de la clase
obrera, y cuyos padres no podían ocuparse de ellos a causa del trabajo.
En los años sucesivos continuaron ocupándose de las escuelas de la Junta Diocesana en otras
parroquias y viviendo en casas de alquiler. Él tuvo que viajar a menudo entre Barcelona y Tremp para
cubrir las necesidades y resolver las dificultades que a menudo se presentaban.

Discerniendo la voluntad de Dios

La desilusión más grande en los inicios, no derivaba tanto de las dificultades económicas o
del poco éxito de su obra, sino del esfuerzo de implicar a otros en aquella empresa que para él era “la
perla preciosa” por la cual lo había abandonado todo.
En un tiempo en el que el sacerdote se bastaba a sí mismo, él, sin embargo, estaba
convencido que “aunque uno pueda trabajar y se mate de esfuerzo y cansancio, solo no puede
conseguirlo”. Buscó de todos los modos de implicar a sus amigos de la diócesis. Envió, corriendo con
los gastos, jóvenes a estudiar para llegar a ser sacerdotes y conseguir el título necesario para ejercer la
enseñanza: maestro nacional. De modo que después pudieran ser buenos educadores en sus colegios.
Su pena derivaba del hecho que muy pocos se habían entusiasmado y le seguían. La mayoría,
visto el compromiso, no tardaron en abandonarlo. Se encontró casi solo y, en una carta, confió todas
sus dudas y amarguras a su amigo Caixal:

“...Me viene a la imaginación que no habrá sido más que un acto de orgullo y vanidad mía, y
que, aunque no fuera eso, mis pecados y faltas serían suficientes para estorbarlo; que por qué he de
meterme yo en estas cosas, cuando podría hacer más fruto confesando, predicando y haciendo otras
funciones...”.

Caixal lo animó y aprovechó la ocasión para recomendarle que estuviera atento a la salud:
“Mire, hijo mío, y le digo la verdad: todo lo que pasa son para mí pruebas de que Dios quiere hacer
su obra y que le hará si usted no desmaya. Me dicen que usted se mata predicando, confesando,
etcétera, y que trabaja demasiado. Por eso le aconsejo que modere su celo un poco más, pues perderá
pronto la salud si continúa en este tren de vida durante más tiempo”.
El obispo había ya superado el disgusto que Manyanet le había ocasionado al elegir dejar su
palacio, y apoyaba su obra. En una carta de 1868 escribía: “La obra de Manyanet se va formando en
mi diócesis y bajo mi protección”.
Josep se arremangó y continuó. Él, que era un hombre activo y generoso, no soportará nunca
la pereza y la indecisión. Dejará escrito:

“No bastan los buenos deseos y la euforia inicial, es necesario una decisión eficaz y continua.
Algunos, sin embargo, son inconstantes y tras haber emprendido su camino espontáneamente y con
alegría, se cansan enseguida y se conforman con vivir una vida mediocre y sin entusiasmo en manos
de la pereza. Se contentan con lo poco que hacen, considerando siempre que es demasiado y se
sienten siempre apesadumbrados de vivir. Tal indolencia les lleva a tener poca autoestima y cuidado
de sí: es como una grave enfermedad que poco a poco lleva a la muerte.
En este camino no ir hacia delante, quiere decir volver hacia atrás. Quien no hace fructificar
los dones de Dios se hace siempre más pobre y amargado. No llegará nunca a disfrutar plenamente el
don de la vida. No saboreará nunca la dulzura y las consolaciones de quien es generoso y atento.
Quien es perezoso y descontento de todo no es capaz de reconocer la importancia de su
llamada y para él todo pierde significado y se abandona en su vida.
Dios no quiere nuestro amor porque tenga necesidad de nosotros (Él es inmensamente feliz y
beato en sí mismo y no tiene necesidad de nadie), pero quiere hacernos semejantes a Él y quiere que

15
seamos generosos con todos como lo es Él con todas las criaturas.
Cada uno debe sentirse un privilegiado por el amor y la elección personal que Dios ha hecho
de él” (de La Escuela de Nazaret).

Por el honor de Jesús, María y José

Después de las amarguras que experimentó durante los primeros tiempos, el 2 de febrero de
1870 hizo la primera profesión religiosa y al escribir poco a poco las “Constituciones” de los Hijos de
la Sagrada Familia, quiso introducirlas con una llamada muy clara a aquellos que decidirán seguirlo:

«Todos los que con la gracia del Señor han sido llamados a esta Congregación, tengan
siempre presente y procuren recordar que, a ejemplo de Jesús, María y José, no han venido a ser
servidos sino a servir y a entregar su vida por todos para ganarlos para nuestro Señor Jesucristo.
Así pues, persuádanse que han renunciado a los honores y dignidades y que han de procurar
con todas sus fuerzas la máxima santificación de sí mismos, no sólo por la perfecta observancia de la
ley, sino también por la práctica de los consejos evangélicos.
Y como el objeto de este nuestro Instituto, a saber, acoger a los niños y los jóvenes,
enseñarles, instruirles y formarles según el Corazón de Jesús, es ministerio de continuado sacrificio,
conviene en gran manera que seamos hombres crucificados a todas las cosas del mundo y él en
nosotros..., procuremos guiar a los demás con las armas de la justicia, usándolas diestramente de una y
otra parte, ya por la honra y deshonra, por la infamia o buena fama, ya por la prosperidad o
adversidad, no mirando otra cosa que la mayor gloria de Jesús, María y José.
...Ánimo, pues, y adelante. “Mantén firme lo que tienes -os digo con el discípulo amado- para
que nadie te quite la corona”. El que así lo hiciere y perseverare hasta el fin, de seguro recibirá el cien
doblado en esta vida y después la eterna bienaventuranza».

En 1874, había fundado también la rama femenina con el nombre de Hijas de la Sagrada
Familia, en una forma que le fue impuesta por la obediencia, es decir, tomando como base de la nueva
congregación a las llamadas Religiosas del obispo Caixal, lo cual fue causa de muchos sufrimientos y
contrariedades.
Finalmente, en 1877, Josep Manyanet abrió una escuela en Sant Andreu de Palomar, entonces
una localidad cercana a Barcelona, hoy uno de los barrios de la gran ciudad. Se llamó “Colegio Jesús,
María y José”. Por falta de medios se abrió en un pequeño local, “Casa Salí”.
Con gran esperanza y con un sutil sentido del humor daba la noticia a un amigo suyo:

“Mucho bien se puede hacer aquí, y creo que lo haremos con la ayuda del Todopoderoso. Lo
del colegio se encamina bien, y confiamos que luego será pequeña la casa que habitamos, y creo será
necesario procurarnos un edificio propio. Pero, ¿cómo hacerlo? -y añadía en catalán- Pobre Josep,
no´t faltaran mals de cap! [Pobre Josep, no te van a faltar dolores de cabeza].

Capítulo 5
Sus “dolores de cabeza”
Es en las situaciones difíciles cuando aparece el carácter de las personas y se muestra su perfil
humano y espiritual. Examinando la personalidad de Josep Manyanet, se ve claramente lo que el
Espíritu, cuando es acogido, es capaz de realizar en la vida de cada uno. Justamente en los momentos
decisivos de la vida exalta las cualidades y las actitudes personales y da valor a las raíces culturales y
familiares. Así se ve cómo la tenacidad de la gente de montaña y la determinación y la audacia de su
pueblo se convierten en “elementos de fuerza” para realizar su misión.

16
Para trazar el perfil de una persona, sin ensalzarla demasiado, pero también sin prejuicios, es
necesario fiarse del testimonio de quien, durante largo tiempo, ha vivido a su lado.

Algunos rasgos de su personalidad

La imagen más exacta que tenemos de Josep Manyanet es la que ha permanecido en el


recuerdo de la gente que vive en Sant Andreu de Palomar, el barrio de Barcelona, dónde como
decíamos, él empezó su obra: los religiosos, que todavía trabajan en aquel lugar, son llamados los
hijos del “padre”. Por lo tanto el recuerdo de un padre de gran corazón, que amaba y era amado por
todos. Partícipe de la vida de las familias y cercano a los pobres y sobre todo a los más pequeños,
como recuerda Jacinto Mateu, uno de sus sacerdotes colaboradores: “Tenía un atractivo tan grande
sobre los niños, que sólo al verlo corrían a besarle las manos, de las que siempre recibían dulces,
caramelos o alguna cosita. Era, en fin, manso, afable y bueno con todos, pero sobre todo con los
pequeños párvulos, arte que unía a la seriedad. Un día dio con un niño pobre que lloraba de frío en el
patio, pues iba poco abrigado. Él, consolándole, se puso a llorar con él, pero al cabo de un rato los dos
ya se reían...”.
En la memoria de quien había colaborado desde el inicio con él, y había compartido los
esfuerzos y las alegrías, había permanecido el recuerdo de una persona elegante y amable, un gran
señor. Amante de la pobreza, pero también de la limpieza y de la generosidad. Contaba el hermano
Francisco de A. Sala, portero del colegio de Blanes (localidad de la Costa Brava): «Al besarle la
mano, él se dio cuenta de una mancha que llevaba en la sotana. Entonces, amablemente, me dio un
pellizco, diciéndome: “Esta mancha no está bien aquí; a ver si se la quita”».
Buenaventura Mullol, compañero durante gran parte de su vida, conservaba de él esté
recuerdo: “Durante los cuarenta años de convivencia, no he tenido jamás motivos de desacuerdo con
él y por esto aprendí a quererle y a tener por él una auténtica veneración. El Padre Manyanet poseía
una elegante personalidad y maneras exquisitas en sus relaciones. Poseía un carácter enérgico, pero
aparecía educado y sencillo y nunca se precipitaba en el obrar. Antes de decidir alguna cosa lo
sospesaba siempre en la oración”.
Él mismo nos recuerda que en el trabajo era una persona incansable, e incluso hasta
comprometer la propia salud: «Manyanet amaba mucho el trabajo. Toda su vida estaba muy bien
ordenada. desde joven había tenido un diario de trabajo y de disciplina personal que no abandonó
nunca. Por esta razón fue eficiente y constante. Leí una carta en la cual el obispo le decía: “Sé que te
estás matando por el excesivo trabajo de promover la vida de piedad. Te aconsejo que te moderes un
poco, pues podrías perder la salud”.
Las mismas cosas le recomendaba el médico personal rogándole que limitará sus actividades
y mitigara su austeridad y penitencia».
Pero también él, como todos los hombres generosos, estaba convencido que es necesario
comprometerse hasta el final, pues ya está toda la eternidad para descansar.
Pedro Verdós, que escribió la primera Historia de la Congregación en 1890, decía de él: “Su
trato es dulce y amable, y a primera vista parece descubrirse en él un hombre de vida reposada y
quieta... Pero cuando se trata fondo... se descubre que es una persona de una actividad sin límites, de
una voluntad de hierro, y de una entereza de carácter incomparable”.
Otra de las características más hermosas de la personalidad de Josep Manyanet, que emerge
de los recuerdos de quien vivió largo tiempo con él: él era un hombre sin fingimientos, transparente y
amante de la verdad, auténtico en sus intenciones:

“Podré tener mis defectos, como cualquier hijo de Adán, escribía. Pero, por la gran
misericordia de Dios, he amado siempre la rectitud de intención, la justicia y una santa claridad y
simplicidad evangélica”.

Según el P. Mullol “era un hombre de paz y siempre confiado en la bondad de los otros:

17
“Prefiero que me engañen cien veces - le dijo una vez- antes de engañar yo, aunque solo sea
una vez”.

Esto le llevó a fiarse siempre de la buena fe de los otros, y, por desgracia, se encontró a
menudo con grandes desilusiones.

La traición de algunos colaboradores

Sus mayores “dolores de cabeza” fueron provocados, una vez más, no tanto por la dificultad
de afrontar los problemas económicos, sino, sobre todo, por la traición de sus colaboradores Juan
Barber y Montserrat Massanès, dos religiosos muy ambiciosos que querían sustituirle en la dirección
de las dos nacientes congregaciones: “Con sus buenas palabras y manifestando gran celo...,
emprendieron ambos una insidiosa, solapada y vil campaña contra el padre Manyanet, logrando por
tales medios seducir y engañar a varios personajes de virtud y santidad”.
Pero lo que le hizo sufrir más fue el hecho de que lograron ganar para su acción a amigos del
corazón, entre ellos, el más amado: el obispo Caixal. Estaba exiliado en Roma y había recibido
muchas cartas (algunas anónimas), en las cuales se vertían acusaciones contra Manyanet y se criticaba
su actuación en el instituto femenino. Quizás había interpretado el traslado de la congregación
masculina a Barcelona como el deseo de alejar su obra de la dependencia de la diócesis de Urgell.
Consta que el obispo, escribiendo a una religiosa, dice haberse formado la siguiente idea: “Temo, y
algo más, sea verdad que el padre Manyanet ha perdido la brújula. Sé varias cosas y desatinos que ha
hecho (...). He necesitado valor para leer ese cúmulo de desatinos y ese abandono de sus deberes”. A
él personalmente le escribirá cartas durísimas y se negará en dos ocasiones a recibirlo:

“Nada, padre mío, podía venirme de mayor pena en este mundo, fuera del pecado, que me
afligiese tanto como el que mi padre espiritual me negase su casa ya por dos veces...”.

Manyanet cree en su obra y propone al obispo, con tal de salvarla, que tome partido:

“Conozco que el Señor quiere esta obra... y si así lo conoce mi padre, fácil es el remedio,
ejecutando conmigo lo que los marineros hicieron con Jonás profeta...”.

Todos llevamos en nuestras espaldas heridas de la vida que no cicatrizan nunca, las más
dolorosas son los abandonos y las traiciones de los amigos. Así ocurrió a Josep Manyanet, que creía
en la amistad y tenía una particular sensibilidad de alma. Jamás se hubiera esperado un rechazo tan
grande de aquel que había sido “un padre” desde que le había recibido como familiar en su palacio. Le
escribirá con una sentida llamada: “...Si más tarde el Padre me dispensa la dicha de verle y
abrazarle...”. Pero no fue posible porque el obispo murió pronto, y él, en la última carta, lo llamará
igualmente “padre” diecisiete veces.
Josep Manyanet, los últimos 16 años de su vida, a consecuencia de unas operaciones
quirúrgicas, tenía heridas sobre el costado que no cicatrizaban, pero seguramente le provocaron menos
dolor de ésta que le había llegado a lo más íntimo.
Aceptó con mucha mayor serenidad la decisión que tomó el nuevo obispo, Salvador Casañas,
de destituirlo como superior general de la congregación femenina: “Hemos creído conveniente
disponer, que por ahora y mientras otra cosa dispongamos, se abstenga usted de ejercer su cargo de
superior o director del Instituto de la Sagrada Familia, cuya dirección, así en lo espiritual como en lo
temporal, asumimos Nos personalmente”. Resaltó, en esta ocasión, otra de sus cualidades: la
obediencia incondicionada. Sufrió la humillación de dos “visitas canónicas”, hasta que todo fue
aclarado y él tuvo la fuerza de seguir adelante.

18
La pobreza como opción de vida

También afrontó siempre con mucha decisión los problemas económicos. Como hemos ya
visto, desde niño a estudiante, a seminarista, a fundador la pobreza fue siempre su compañera. En una
ocasión confesó que no tenía ni dinero para el tranvía. La falta de medios económicos era tan grande
que en algunos momentos habría desanimado a cualquiera. Sin embargo, una de sus reglas era: “No
desanimarse nunca y... esperarlo todo de Dios”.
Esta gran confianza en la Providencia pasaba por las manos de san José, a quien acostumbraba
depositar cada día las llaves de la casa y, simbólicamente, de las dos congregaciones para que no
faltaran nunca personas y medios. Sólo los medios necesarios para afrontar las necesidades y no para
hacer ganancias, como recomendaba a las religiosas:

“Es preciso facilitar la instrucción cristiana, seguras de que ése es el espíritu de la Sagrada
Familia: lo demás lo cuidará san José... La cuestión es el número para hacer el bien y no para hacer
negocio, como por desgracia hacen muchos colegios. Nuestra misión principal (después de la propia
santificación) es la de santificar almas y no comercializar con nuestro ministerio”.

Él, desde la pobreza de medios, midió su capacidad, como buen catalán, para realizar grandes
cosas con lo poco que tenía a disposición.
Las estrecheces, que muchas veces fueron motivo de preocupación y de incertidumbre, Josep
las supo transformar de un estado de necesidad a una elección de vida. Una opción de vida pobre y
austera para sí mismo y para quienes le seguirán.
La consideró una llamada a estar cercano, incluso con la pobreza de medios a disposición, a
los más pobres:

“Ocupaos principalmente de los pequeños, en la escuela elemental y en la superior, en las


escuelas profesionales, agrarias, de oficios... Estas pequeñas profesiones que son asequibles a la clase
pobre”.

No permitió nunca que ningún alumno quedara fuera de sus escuelas por falta de medios por
parte de la familia.
Fue precisamente esta opción y la confianza en la protección de san José la que, en 1892, le
salvó de las amenazas de una multitud revolucionaria que se dirigía, con malas intenciones, hacia su
escuela: «En efecto, llegó la gente y furiosamente tocaron la campana. Josep Manyanet abrió la puerta
y les dijo: “Este colegio está lleno de niños en las clases y son pobres y los protege san José”. Y el
cabecilla de la gente se fijó en el padre y le dijo: “Si son pobres, respetaremos el colegio”, y se fueron
silenciosos».

Su amor a los animales: gatos... y ratones

Josep Manyanet manifestaba la amabilidad y el señorío de su carácter también en el amor que


tenía hacia los animales. No soportaba que fueran maltratados y reprendía siempre, dentro y fuera de
casa, a quien se atrevía a hacerlo. Decía siempre:

“Quien no tiene caridad para con los animales, demuestra que no la tiene tampoco para las
personas”.

Simpática es la anécdota que cuenta el cocinero de la comunidad: “Media hora antes de venir
la comunidad a cenar, venía él, y yo le esperaba en el refectorio para que cenara antes, pues debía
curarse las llagas que tenía en el costado desde que en una operación los quirurgos le tuvieron que
quitar tres costillas; y, si cenaba antes que la comunidad, el enfermero tenía tiempo para curarle y

19
terminar a la hora del último examen. El enfermero era el hermano Francisco [Pinós], carpintero,
obrero finísimo y muy piadoso. Pues bien: el padre salía de su celda y tres gatos lo esperaban a la
puerta. Y el padre les decía: 'Vamos'; y los tres gatos, como si fueran personas, le seguían velozmente
por la escalera y el corredor, y, al llegar a la puerta del refectorio, los animales se paraban, y el padre,
abierta la puerta, les decía: ' Adelante'. Y ellos, como en procesión, seguían hasta la presidencia del
refectorio delante suyo y se paraban y esperaban que se sentase el padre. Entonces los gatos se ponían
cada uno en su puesto: uno a la derecha, otro a la izquierda, y el tercero en medio, solo. Yo servía la
cena al padre. Los gatos, sin menearse, esperaban algo, y el padre daba a los tres animalillos pedacitos
de pan, para que ninguno se moviera para arrebatarlo a los otros. Continuaba así hasta terminar la
cena. Cuando el padre se levantaba para dar gracias, los gatos no se movían de su lugar. Al decirles
'Vamos', los tres, en procesión, iban delante del padre, quien, abriendo la puerta, les decía: 'Arriba', y
los tres pobres animales se dirigían por el corredor a la escalera y subían hasta la puerta de la celda, y
allí esperaban que llegase el padre y los bendijera, y después se iban corriendo hacia los gallineros.
Esto sucedía cada día".
José Manyanet sabía afrontar siempre sus quebraderos de cabeza con un pellizco de buen
humor y de ironía, que lo hacían cordial y simpático. Su descripción del espíritu que animaba (y
anima) la ciudad de Barcelona y a sus habitantes es tan puntual y llena de ironía que merecería una de
las viñetas de primera página en los diarios actuales más prestigiosos:

“Ya sabe que en esta ciudad todo se vende y de todo se hace gran aparato y tráfico
provechoso. Así, pues, yo deseoso de presentar alguna novedad al caprichosísimo pueblo barcelonés,
he creído que nada mejor que exponerle una magnífica colección de ratones instruidos, disciplinados,
famosos y campanudos, y como no dudo que en nuestra casa-colegio durante este tiempo de ausencia
y encierro los habrá en abundancia de las indicadas condiciones, puesto que han tenido allí sobrado
tiempo y medios para ello, espero me dirá, a serle posible, el número fijo que allí reside y los que
serán a propósito para la exposición indicada”.

Capítulo 6
El amor de su vida
Sin un amor no se puede vivir. Cada uno de nosotros vive “un tiempo especial” en el que nace
y crece dentro del propio corazón el amor que marca para siempre la vida y sus decisiones.
Josep Manyanet desde joven se sintió fascinado por la devoción a María. Por el nombre que
llevaba, sintió una simpatía particular por san José y ellos, María y José, le llevaron a Jesús. Se
encontró siendo “uno de casa” en Nazaret: un hijo que gozaba de la intimidad de la Sagrada Familia.
Poco a poco esto llegó a ser su gran amor, el centro y el punto de apoyo que movió toda su vida:
“Experimentando espiritualmente la intimidad de vida con Jesús, María y José, llegó a ser hijo, testigo
y apóstol del misterio de la Sagrada Familia” (Juan Pablo II).

Nazaret, un carisma para la Iglesia

Llegó a ser también el carisma y el don espiritual que él dejó a la Iglesia: entender hasta el
fondo el realismo de la encarnación del Hijo de Dios que realiza la redención de la humanidad en el
seno y con la ayuda de una familia humana. Juan Pablo II en la Carta a las familias escribe: “En el
misterio de la Sagrada Familia el Esposo divino realiza la redención de todas las familias y proclama
el Evangelio de la familia”.
Josep Manyanet, descubierta la riqueza de la casa de Nazaret, se enamoró y vivió
establemente en ella contemplando y escuchando con el corazón aquello que, poco a poco, Jesús,
María y José le sugerían para estar de modo concreto al servicio de los jóvenes y de las familias.
Él ofreció toda su vida para que la Sagrada Familia fuera un punto de referencia para todo

20
cristiano, para todas las familias, para las comunidades religiosas, para la Iglesia y para la sociedad.
En sus escritos se presenta convencido de que cualquiera que se acerca, con ánimo libre, a
este misterio fácilmente se enamora de él.
No es una devoción cualquiera, sino el camino más breve y más sencillo para acercarse a la
verdad y a la intimidad más profunda con Dios-Trinidad del cielo. La Trinidad de la tierra (así llama
a menudo a la Sagrada Familia) es un enganche intermedio necesario para llegar a las alturas de Dios
y a la profundidad de su misterio. Pero no nos deja en suspenso, nos empuja a seguir a Jesús en la
concreción y sencillez de la vida de todos los días.

Una escuela de Evangelio

En su libro La Escuela de Nazaret y Casa de la Sagrada Familia él se hace alumno que se


confía dócilmente a las enseñanzas de Jesús, María y José. Anticipa lo que, en la visita a Nazaret el 5
de enero de 1964, dirá Pablo VI: “Nazaret es la escuela donde empieza a entenderse la vida de Jesús,
es la escuela de su Evangelio... Aquí, en esta escuela, comprendemos la necesidad de una disciplina
espiritual si queremos seguir las enseñanzas del Evangelio y ser discípulos de Cristo... ¡Cómo
quisiéramos ser otra vez niños y volver a esta humilde pero sublime escuela de Nazaret!... Algunas
enseñanzas de la lección de Nazaret. Su primera lección es el silencio: Cómo desearíamos que se
renovara y fortaleciera en nosotros el amor al silencio, este admirable e indispensable hábito del
espíritu, tan necesario para nosotros que estamos aturdidos por tanto ruido, tanto tumulto, tantas voces
de nuestra ruidosa y en extremo agitada vida moderna. Silencio de Nazaret, enséñanos el recogimiento
y la interioridad, enséñanos a estar siempre dispuestos a escuchar las buenas inspiraciones y la
doctrina de los verdaderos maestros. Enséñanos la necesidad y el valor de una conveniente formación,
del estudio, de la meditación, de una vida interior intensa, de la oración que sólo Dios ve”.
Josep Manyanet retenía que el silencio de Nazaret era una escuela de perfección para todos
aquellos que saben escuchar la voz de Dios y quieren hacer su voluntad .

Un designio de Dios para las familias

También para las familias, la Sagrada Familia, no es una simple devoción, sino un punto de
referencia de la propia vida y un modelo seguro y probado, que las acerca a su modelo original: la
Trinidad del cielo. La Sagrada Familia es Trinidad de la Tierra porque en ella las opciones diarias y
los gestos ordinarios crean una paz, un intercambio continuo de las diferencias y de cualidades, una
atención al futuro y a la felicidad del otro que implican a Jesús, María y José en la misma lógica de
comunión que une al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. En ella el Hijo de Dios encuentra, en un
ambiente humano, lo que desde siempre vivía en la eternidad y de este modo tiene la posibilidad de
acercar el cielo a la tierra.
Traduciendo sus pensamientos en el lenguaje actual de Tonino Bello, la Sagrada Familia ha
sido para toda la humanidad y para las familias de cada generación la primera agencia periférica de la
Trinidad: un laboratorio que ha producido las mismas lógicas y ha vivido las mismas experiencias de
comunión. Una imagen de la Trinidad que incita e invita a todas las familias a la comunión y a la paz.
Josep Manyanet estaba convencido de que la sencillez de la vida de las familias tenía
necesidad de la mediación de la Santa Familia para acercarse y asomarse al pozo del gran misterio de
Dios y para sacar agua en el gran océano de paz de la Trinidad beata. Él decía:

“Las familias que imitan lo más y mejor posible los ejemplos de la Familia Santa de Nazaret,
Jesús, María y José, son las únicas que disfrutan una paz estable”.

Él escribió un libro para las familias titulado Preciosa joya de familia. En él describe la
doctrina y los ejemplos que los padres pueden aprender en la Santa Casa de Nazaret para su armonía
como pareja y para una buena educación de los hijos. En sintonía con cuanto han expresado dos

21
grandes Papas de nuestro tiempo. Juan XXIII el 4 de octubre de 1962, en Loreto: “He aquí la
enseñanza de Nazaret: familias santas, amor bendecido, virtudes domésticas que brotan en el calor de
corazones ardientes, de voluntades generosas y buenas”. Pablo VI, en la ocasión ya citada: “Que
Nazaret nos enseñe el significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza,
su carácter sagrado e inviolable, lo dulce e irreemplazable que es su pedagogía y lo fundamental e
incomparable que es su función en el plano social”.
Josep Manyanet se auguraba que toda familia, acercándose con estupor y contemplando el
amor, la armonía y la paz que reinaban en Nazaret, pudiese despertar, en su interior, la nostalgia y el
deseo de llegar a ser “un nuevo Nazaret”. Su sueño en cinco palabras: “Un Nazaret en cada hogar”.
Otra convicción suya era la certeza de que la bendición de Dios, que se ha derramado sobre la
humanidad a través de las humildes personas de María y de José, es una bendición para todas las
generaciones y para las familias de todo tiempo. La maternidad de María y la paternidad de José les
superan a ellos mismos, sobrepasando los muros de la pequeña Casa de Nazaret, para abrazar a cada
persona, a la humanidad entera de todos los tiempos y de todos los lugares.
Él estaba seguro de que la “Sagrada Familia era un proyecto de Dios para todas las familias”,
por ello anunció “al mundo y a todas las familias el Evangelio de la Sagrada Familia, proponiéndolo
como un modelo a imitar” (Juan Pablo II).

José de Nazaret y Josep Manyanet

Como ya hemos recordado, dado el nombre que llevaba, él tenía una “debilidad “por la
persona más humilde la Sagrada Familia: San José. Con él entra en confianza. A él le confía todo. En
él confía en los momentos de gran dificultad. De él lo espera todo. De él escribe ampliamente con el
corazón abierto, dedicándole una colección de 31 “visitas” (Visitas a San José).
Josep Manyanet sigue la espiritualidad de santa Teresa de Jesús y se adelanta a la época en
que San José reunirá en torno suyo la atención de la Iglesia (el 8 de diciembre de 1870 Pío IX lo
declaraba patrón de la Iglesia universal) y la devoción de muchos santos. Anuncia y auspicia, junto
con ellos, un tiempo “nuevo” en la vida de la Iglesia que, según lo que afirma Jean Guitton, debe
todavía llegar: “Creo que el verdadero tiempo de San José no ha llegado todavía: después de dos mil
años empezamos sólo ahora a entrever algo del vertiginoso misterio en el cual está inmerso”. Casi una
estrella lejana que, para hacer llegar su luz sobre la tierra, tiene necesidad de muchísimos años, pero
una vez llegada iluminará con una luz diferente la esperanza de los hijos de Dios y el camino de los
sencillos. Mientras tanto Manyanet nos ofrece ya hermosas “instrucciones de uso” para vislumbrar
reflejos de aquella luz que nos indican, en la vida concreta, cuál es el camino a recorrer.
El papa Juan Pablo II, en la Carta a las familias abre un fragmento de aquella luz cuando
afirma: “Es también gracias a San José que el misterio de la Encarnación y junto a él, el misterio de la
Sagrada Familia está inscrito profundamente en el amor esponsal del hombre y de la mujer e
indirectamente en la genealogía de cada familia humana. Lo que Pablo llamará el “gran misterio”
encuentra en la Sagrada Familia su expresión más alta. La familia se coloca de este modo en el centro
de la Nueva Alianza”.

Un vivo deseo de permanecer en Nazaret

Josep Manyanet quiso que sus comunidades religiosas, los Hijos de la Sagrada Familia y las
Misioneras Hijas de la Sagrada Familia de Nazaret, no sólo llevasen el nombre, sino que estuvieran
íntimamente ligadas a la experiencia de la Sagrada Familia sintiéndose una verdadera familia que,
siguiendo el estilo de Nazaret, fuese una comunidad de vida, de amor, de oración y de trabajo.
La amistad con la Sagrada Familia se cuida porque, como dice la sabiduría popular, “el
camino que lleva a la casa de los amigos se llena de espinas si no es frecuentado”. Con una sugerencia
muy simple, y siempre actual, Josep Manyanet invita a realizar una breve visita a Nazaret una o más
veces al día. Esto servirá para alimentar el amor de Amigos tan especiales y para acoger sus

22
enseñanzas. A su hija espiritual, sor Encarnación Colomina, recomendaba:

“Entra varias veces al día en la pequeña casa de Nazaret y, aunque sea brevemente, saluda y
entretente con afecto y sumisión en compañía de Jesús, María y José. Las otras devociones si puedes
mantenerlas sin demasiado esfuerzo, mantenlas; si no, déjalas sin ningún escrúpulo”.

En el libro La Escuela de Nazaret y Casa de la Sagrada Familia” recoge 43 visitas realizadas


a la pequeña casa de Nazaret. Él se identifica con Desideria usando el lenguaje de los enamorados que
sienten el “deseo” de encontrarse con frecuencia y de permanecer siempre juntos.
Quien siga esta sugerencia suya, compartirá con Josep Manyanet la alegría de permanecer y
descansar un momento en Nazaret para escuchar aquel “silencio” que habla y recuerda a un Dios
humilde y enamorado de la humanidad. Lo encontrará encarnado allí donde está presente, en cada
hombre; no lo buscará en las nubes. Le parecerá volver a escuchar su voz, hoy. Lo ayudará a hacerse
hijo, discípulo y apóstol de la Sagrada Familia, lleno de nueva sabiduría y de nuevo coraje.

La espiritualidad de Nazaret

Quien imita el misterio de Nazaret es una persona serena, equilibrada, concreta y, al mismo
tiempo, orientada hacia el sueño que Dios le ha puesto en el corazón, por lo tanto siempre activa y
valiente, pero también firme.
La espiritualidad de Nazaret da valor a lo ordinario, a lo cotidiano, “no va a la búsqueda de
cosas importantes, sino sencillas”. Es un camino de ocultamiento y humildad, sin la agitación del
sensacionalismo, sino dando valor a las pequeñas cosas, valorando “la presencia doméstica de Dios”.
Una espiritualidad que cuida los detalles, en una cálida acogida de las personas y en una elevada
calidad de las relaciones que es capaz de transformar incluso el gesto más monótono en una fiesta y
una alegría. Es una espiritualidad familiar que hace sentirse a todos amados e importantes, como
ocurría en la Sagrada Familia. El amor de los Amigos (y de los amigos de los Amigos) se convierte en
una bendición para todos.
Para los esposos cristianos visitar Nazaret es una manera de reforzar la relación con aquella
Familia para que incida sobre su vida concreta: reavive las relaciones; ayude en el respeto, la acogida
y la confianza recíproca; renueve la esperanza; dé ánimo y fuerza en las dificultades pequeñas y
grandes; acostumbre a abandonarse en las manos de la providencia; invite al perdón y haga crecer el
amor.
Josep Manyanet soñaba que tal “devoción” pudiera renovar la sociedad. No un conjunto de
prácticas piadosas, sino el esfuerzo concreto de sus hijos e hijas y de las familias por la educación de
los pequeños y de los jóvenes que se convirtieran después en artífices de un mundo nuevo, más justo y
solidario.
Si bien los orígenes de la devoción a la Sagrada Familia se deben situar en una época muy
remota -prácticamente coinciden con los primeros tiempos del cristianismo-, fue sólo durante la
segunda mitad del siglo XIX cuando tuvo un impulso extraordinario en toda Europa. Los papas vieron
en ella un medio providencial para la restauración de la vida cristiana y la propusieron resueltamente.
Pío IX aprobó las primeras asociaciones de la Sagrada Familia. León XIII, en su breve apostólico
Neminen fugit (14-6-1892), ilustró los cimientos teológicos y el alcance religioso y social de la
devoción a la Sagrada Familia e instituyó su fiesta en las semanas sucesivas a la fiesta de Navidad:
“Nadie ignora que el bien del individuo y de la sociedad depende principalmente de la institución
doméstica...”.

Llevar Nazaret al mundo

Josep Manyanet, anticipando algunos años este y otros documentos pontificios, fue el
iniciador y el gran apóstol de esta devoción en España, que difundió incansablemente con la palabra y
la pluma. Una gran parte de sus escritos, están dedicados a profundizar y a desarrollar este tema
predilecto. Para la difusión de esta devoción entre los fieles, publicó también la revista La Sagrada
Familia. En enero de 1899, desde la calle Elisabets, 19 -donde se encontraba la sede de la casa general
de la congregación masculina- publicó el primer número. En la primera página, bajo el título “Nuestro
objetivo”, escribe:

“El título de esta humilde publicación sintetiza nuestro programa; él manifiesta quiénes somos
y adónde vamos. Somos hijos amadores de la Sagrada Familia y vamos a intentar un esfuerzo para
colocarla en el seno de sus familias [la cursiva resalta la relación de esta iniciativa con el carisma
religioso y la misión apostólica del padre Manyanet]. Valga la buena intención y el ardiente celo por lo
temerario de la empresa.
La Sagrada Familia será nuestro lema, nuestro punto de partida y el término de nuestras
aspiraciones. La Sagrada Familia desea ser conocida; la santidad del venerable León XIII lo suplica, el
estado actual de la sociedad lo exige. Propagar, pues, esta devoción, hacer brillar en este siglo de
falsos esplendores las virtudes de la casa de Nazaret y caldear los corazones en el amor de Jesús,
María y José, ése es nuestro objeto”.

Josep Manyanet, con la intuición del “profeta”, se había dado cuenta que se estaba
produciendo una abierta batalla sobre la familia para cambiar la sociedad. En aquellos años también
Carlos Marx pensaba que la familia era el motor de la historia, pero su objetivo era totalmente
diferente y lo declaraba abiertamente. En una crítica a Feuerbach decía: “Tras haber descubierto en la
familia humana el secreto de la Sagrada Familia, es necesario demostrar teóricamente que es falsa ésta
y revolucionar prácticamente a aquélla”. La estrategia era la misma: el medio, que también el
consideraba más idóneo, para alcanzar el fin era la instrucción y el “adoctrinamiento” de los niños.

Las estrategias contra la familia, entonces y hoy

En nuestro tiempo, cuando parece que la ideología marxista esté ya fracasada, el proyecto de
“revolucionar” a la familia permanece en pie, si bien de manera más solapada. Está planificado en el
“Informe Hite sobre la familia”, de 1994.
Molesta que todavía estamos “viviendo en un mundo cuya percepción de la “familia” viene
filtrada a través del modelo de la “sagrada familia” con sus iconos de Jesús, María y José.
Ciertamente, se podría objetar, que hoy en día la gente no piensa así. La familia moderna no
es religiosa, la mayor parte de la gente no es católica, y así podríamos continuar. En cambio, estamos
rodeados por los iconos de la “sagrada familia”, la única admirable. Su mensaje nos llega a través de
algunas de las obras de arte más hermosas de la historia occidental. En las imágenes y en los colores
fastuosos de los grandes cuadros, en la arquitectura y en la música, se cuenta y se recuenta la historia
de la “sagrada familia”. Compositores como Bach y Handel y artistas como Tiziano, Rafael y Miguel
Ángel eran encargados por la Iglesia de crear obras de arte basándose en temas bíblicos.
Aunque pudiera parecer hermoso (especialmente en su promesa de “amor verdadero”), este
modelo de familia es esencialmente represivo, porque enseña modos de comportamiento autoritarios y
a creer en la legitimidad inmutable del poder masculino. En esta familia jerárquica el amor y el poder
están indisolublemente relacionados. Un modo de comportamiento que tiene efectos perjudiciales no
sólo sobre todos los miembros de la familia, sino también sobre la política de la sociedad en general.
¿Cómo puede existir una verdadera democracia en la vida publica si existe un modelo autoritario en la
vida privada?”.
Está formulada también una estrategia precisa.
En primer lugar hacer pasar a la familia fundada sobre el matrimonio como algo del pasado,
ya superada y animar a no casarse dado que “esta tendencia continuará no obstante la predicación
contraria de los fundamentalistas, porque la gente está cansada de buscar la adaptación al modelo de la
“sagrada familia”.

24
Liberarse de cualquier sentido de culpa dado que “esta profunda transformación social está
ocurriendo de manera furtiva, defensiva e incluso culpablemente, puesto que persiste la mitología de
que no se es “normal”, no se “tiene éxito”, si no se alcanza la posición social de familia nuclear.
El hombre de la calle es empujado a considerar que es importante para un candidato político o
para un jefe de gobierno estar casado y tener hijos, esto es, “ser normal”. La tesis oculta es que la
gente debería respetar, adorar y elegir al candidato con la familia que más se asemeja a la “sagrada
familia”, al modelo de Jesús, José y María”.
Corregir el término “familia”. “Toda familia es “normal”, aunque esté formada por un sólo
padre, por dos o por ningún hijo. Una familia puede estar formada por cualquier tipo de combinación
de personas heterosexuales u homosexuales, que comparten la vida de un modo íntimo (no
necesariamente sexual). Y los niños serán felices sea con una familia adoptiva o con padres
biológicos. No es necesario que en una familia haya hijos. La sociedad empuja fuertemente a las
mujeres a tener hijos pero una mujer no se verá disminuida en ningún aspecto si decide no tenerlos.
Allí donde exista un amor duradero, allí hay una familia”.
La última indicación está recogida en una nota del texto y sugiere sustituir las obras de arte
que representan a la Sagrada Familia con “conjuntos alternativos de “grande arte” que constituyen las
tradiciones clásicas egipcias y griegas (incluido el neoclasicismo floreciente en la Francia del siglo
XVIII), cada una de las cuales representa al propio panteón sagrado y político (religioso); también
aquellas tradiciones persas y chinas. Existe además el arte de la “religión de la Creación” y de la
cultura de la prehistoria, cuyos símbolos principales son la fecundidad femenina, las plantas sagradas y
la vida animal”.

Actualidad de un mensaje

Esta estrategia, apoyada por poderosos medios de comunicación y por el empuje secreto del
“tiñoso” (así llamaba Manyanet al señor del mundo, Satanás), ha provocado, en poco tiempo, efectos
devastadores que están ante los ojos de todos. Por lo tanto, está clara la actualidad del carisma de
Josep Manyanet que, justamente, es considerado un Profeta de la familia.
En nuestros días es Juan Pablo II quien no se cansa de recordar que “el futuro de la humanidad
pasa a través de la familia” y en más de una ocasión ha insistido en que “la santidad de la familia es el
camino maestro y el recorrido obligatorio para construir una sociedad nueva y mejor, para devolver la
esperanza en el futuro a un mundo sobre el que pesan tantas amenazas. Sepan por ello las familias
cristianas de hoy entrar en la escuela de aquel centro de amor y entrega sin reservas que fue la
Sagrada Familia “.
El papa, reconociendo la santidad de Josep Manyanet y proponiéndola a toda la Iglesia,
reconoce también la bondad de sus intuiciones y la eficacia de su carisma. Esto debería barrer, de
ciertos ambientes de la Iglesia, el titubeo y las sospechas en relación con la Sagrada Familia.
Sospechosa “por parte de los inteligentes y de los sabios”de falta de fundamentos teológicos, es
minusvalorada y considerada por ellos “icono embarazoso”. Sin embargo, es muy querida a los
“pequeños” y a las familias que la sienten cercana a su condición , punto de referencia seguro; se
sienten protegidas por ella y animadas a realizar un camino con Jesús, encarnadas en la sociedad de
hoy y capaces de dar vida, de morir y de resucitar con Él; fermento de un mundo nuevo.

Capítulo 7
Tocar el cielo con un dedo
Si el amor no es dado se estanca, si se da con generosidad fluye como agua limpia dando
frescor y produciendo abundantes frutos de vida.
Josep Manyanet no vivió su amor a la Sagrada Familia como una experiencia exclusiva de su
intimidad sino que la volcó a todas las familias.
Él entendió, desde su experiencia personal, que sólo la familia puede satisfacer las exigencias
más profundas de cualquier ser humano: nacer y crecer en un ambiente en el que se es amado y
reconocido; en el que se vence la soledad y se experimenta la pertenencia, viviendo con compromiso
la relación con Dios y con los otros.
Confirmó que la familia no es una invención humana sino divina y que el rechazo de la misma
daña al propio hombre. Este rechazo es el origen de la “multitud de males que afligen a la sociedad”.
La familia es un bien social, punto de unión entre el individuo y la sociedad, patrimonio de toda la
humanidad.

La familia, el objetivo de su obra

Su carisma, la finalidad de su obra, es la formación de familias cristianas y el medio


privilegiado es la educación e instrucción de los niños y los jóvenes:

“La educación e instrucción sólidamente católica de toda la juventud... puesta en manos de


sacerdotes y estos religiosos ad hoc llamados por Dios, es, a mi pobre entender, el medio más apto,
más sencillo y práctico... para reformar la familia y con ella la sociedad y volverla a su propio centro,
que es la Iglesia católica”.

Escribía:

“Quisiera el cielo que muchos padres entendieran la grandeza de su ministerio y el poderoso


influjo que tienen sobre el futuro de la sociedad... Si sus decisiones no siguieran la moda, dejándose
fascinar por falsas pretensiones de grandeza o de carrera para sus hijos, sino que comprendieran la
sublime misión que tienen encomendada de hacer presente la paternidad de Dios en medio de los
hombres, entonces su casa llegaría a ser verdaderamente una morada de paz y bendición. Tendría
aquello que dice Dios por boca de David: - Poned todo vuestro gusto y vuestra alegría en el servir y
alabar al Señor, él os colmará con sus bendiciones”.

Así la familia se convierte en un lugar en el que se pregustan las realidades del cielo. En el
cuidado atento de las relaciones y en el respeto recíproco se pueden crear los presupuestos para
afirmar que se toca el cielo con el dedo. Según Josep Manyanet, en esto es determinante el rol de la
mujer:

“Si ella une a todas sus cualidades, un rostro sonriente capaz de apaciguar la rabia; maneras
tranquilizadoras que inviten a la paz y a una actitud de ternura y acogedora para el marido, para los
hijos y para aquellos a quienes puede ser útil, ella pone las condiciones para crear un ambiente feliz en
la tierra que llega a ser un anuncio de felicidad y de gloria eterna en el cielo”.

Escritor al servicio de la familia

Josep Manyanet fue un escritor infatigable. De él se conservan más de mil cartas. Escribió las
Constituciones para los dos institutos de los Hijos de la Sagrada Familia y de las Misioneras Hijas de
la Sagrada Familia de Nazaret; para ayudar a sus religiosos y religiosas a ser y a actuar según su
vocación, escribió una colección de meditaciones titulada: El espíritu de la Sagrada Familia; escribió
el Método práctico y seguro para la dirección de los colegios y de las escuelas. Escribió, como ya
hemos recordado, sobre la Sagrada Familia: La Escuela de Nazaret y Casa de la Sagrada Familia.
Muchos de sus escritos están dedicados a la familia y aunque reflejan el estilo y la mentalidad de su
tiempo, contienen intuiciones que anticipan las urgencias y las necesidades pastorales que han
madurado en nuestro tiempo y que esperan todavía ser afrontadas.
Él usa su capacidad de escritor sin permitirse vuelos literarios o poéticos, sino como un

26
instrumento para realizar su misión de propagar la devoción a la Sagrada Familia, para apoyar,
orientar y ayudar a las familias y para educar cristianamente a los niños y jóvenes.
Muy realista él va directamente al núcleo de las cuestiones, sitúa al lector delante de las
verdaderas dificultades y, sin demasiados giros de palabras, llega a la raíz de cualquier mal: el rechazo
de Dios y de su presencia en la vida de los hombres. Todo lo demás, en positivo o en negativo, viene
por añadidura...

Una guía para las familias

El libro dedicado a las familias es el ya citado Preciosa joya de familia, que tiene un largo
subtítulo particularmente significativo: Manojito de saludables instrucciones, dirigidas principalmente
a los padres de familia para vivir ellos en santa paz y saber educar a sus hijos según la doctrina y
ejemplos de las Santa Casa de Nazaret.
Como era habitual en aquel tiempo, el libro está lleno de sugerencias prácticas (incluso
demasiadas). Pero sus indicaciones no son las “habituales” que encontramos en los manuales escritos
por sus contemporáneos. Josep Manyanet tiene su propia originalidad.
Baste pensar que, para ser todavía más cercano a la vida ordinaria de las familias, escribe parte
del libro en castellano y en catalán, la lengua más familiar que se hablaba en las casas de sus lectores.
Además se demuestra un profundo conocedor de las situaciones reales que se vivían en la
familia. La suya no es una enseñanza separada, ya que la claridad y la pasión con las que se dirige a
las familias dan a entender cuánto las quería y cuánto se sentía cercano de ellas.
Él invita a los casados a reconocer la dignidad del matrimonio: es una llamada a la santidad y
a la práctica de grandes virtudes:

“Todos los estados son buenos, y en cualquiera de ellos puede uno santificarse con tal al
mismo sea llamado por Dios y cumpla en él sus deberes con fidelidad... Resulta, pues, que si bien por
muchos siglos y en algunos pueblos, la unión justa y honesta del hombre y la mujer tuvo sólo el
carácter de simple contrato natural, para quien cree ha sido instituida por el mismo Dios Creador allá
en el paraíso terrenal entre nuestros padres, Adán y Eva, cuya unión Él mandó y bendijo... Siguiendo
estas leyes del Señor muchos se santificaron en el matrimonio. Cuando después Jesucristo, Dios y
Hombre verdadero, vino al mundo para redimir al hombre... quiso no sólo restituir al matrimonio la
dignidad “del principio”, sino que lo elevó a Sacramento. Enriqueciéndolo con gracias particulares
para superar las dificultades, para reforzar los corazones, para mantener la paz, y para unir no sólo los
cuerpos sino también las almas. De modo que se pueda cumplir, de verdad, la palabra: “Serán dos
almas en un solo cuerpo”.
Como dice san Pablo a los fieles de Éfeso: “El sacramento del matrimonio es un sacramento
grande, mirando a Cristo y a su Iglesia, cuya unión en él se significa”. Por lo tanto, grande es su
santidad, y tan amable y respetable, que exige de quien se casa, que ponga un delicado y continuo
esfuerzo y una permanente atención”.

El matrimonio, camino de santidad

Josep Manyanet, siguiendo el pensamiento de san Pablo, deduce que quien se ha casado está
en desventaja en relación de quien ha hecho una opción exclusiva por el Señor en la vida religiosa,
porque puede estar distraído por las preocupaciones que le traen la mujer, los hijos y los negocios del
mundo. Pero, sorprendentemente, afirma:

“Si pone todo el esfuerzo y busca encontrar a Dios en todo, puede llegar a ser tan virtuoso y
santo de aventajar a muchos religiosos”. Y para demostrarlo refiere la narración de Casiano que
“yendo un simple labrador a ofrecer las primicias de sus frutos al abad Juan, varón venerado como
santo en aquellos desiertos, halló a éste que hacía algún tiempo batallaba para echar del cuerpo de un
pobre hombre al maligno espíritu. Pero apenas se acercó el labrador, Satanás se alejó inmediatamente.
Asombrado, el abad preguntó al labrador qué estado tenía, qué ejercicios hacía y qué virtudes
practicaba. A lo que respondió el sencillo labriego: ‘Estoy casado y me ocupo en la humilde y
trabajosa vida del campo... Once años ha que soy casado y he vivido en paz, amor y quietud con mi
mujer, no pasando un día que juntos no hagamos alguna cosa del agrado del Señor...”.

Josep Manyanet está convencido que:

“Si el matrimonio es un proyecto de Dios para el hombre y para la mujer, seguramente Él no


permitirá que falte su gracia para que quien se casa pueda servir al Señor con mucha perfección...
Casados eran los patriarcas, los profetas, Moisés mismo estaba casado, algunos de los apóstoles
estaban casados... ¿No consiguieron quizás un alto grado de virtud y santidad?... ¿No son
innumerables los santos, hombres y mujeres, que la Iglesia venera en los altares y que se santificaron
en el matrimonio?”.

Un sabio consejo que daba a los esposos de su tiempo y es muy útil también para los de hoy:

“Abandonar las sutiles excusas sobre la pesadez de las obligaciones del matrimonio que
favorecen la pereza y el abandono y, al contrario esforzarse generosamente. Se encontrará tiempo para
todo”. Lo importante es poner en el centro de los propios esfuerzos la relación con la esposa y con la
familia sin ir a la búsqueda de compensaciones peligrosas: “Algunos por apatía y olvido de sus
deberes más sagrados y otros porque dominados por las modernas distracciones, abandonan la casa y
la familia. Incluso si trabajan cada día para poder ganar el pan y afrontar las otras necesidades de la
casa, al fin del día, no sosteniendo el peso de las relaciones familiares prefieren frecuentar los círculos,
el café o las tabernas, descuidando completamente a la esposa y los hijos”. Es importante estar
cercanos a Dios para conseguir el discernimiento y el equilibrio justo. Equilibrio que es necesario
tener también para valorar el compromiso en la iglesia y “por las devociones que ocupan demasiado
tiempo con prejuicio de los deberes precisos que se tienen en casa y para la familia. Una verdadera
devoción ayuda al cumplimiento de los propios deberes y deja tiempo para lo demás”.

Necesidad de una buena preparación

Ve clara la necesidad de una buena preparación para el matrimonio:

“No porque el estado matrimonial sea el más común entre los hombres, es menos
indispensable pensarlo con toda seriedad y sin pasión. No hay duda de que se trata de una opción entre
las más importantes de la vida, tanto es así que, el dicho popular resuena: Antes no te cases, mira lo
que haces”. De hecho, se trata de una elección de la que depende, en gran parte, la salvación o la
condenación eterna y de vivir una vida de paz y tranquilidad o de inquietud y sinsabores continuos. Y
esto solo indica suficientemente ser el negocio de suma importancia y que no debe procederse a la
ligera”.
Es la misma preocupación que tienen, hoy, los Obispos cuando insisten en la necesidad de que
quien se casa en la Iglesia tenga pleno conocimiento de sí, de la elección que hace y del sacramento
que recibe. No existiendo entonces los cursos prematrimoniales para los novios, Josep Manyanet
confía esta tarea a los padres que, como preparación remota,

“se preocupen de educar a los hijos en el amor desde pequeños. Cuando están en la edad de
elegir y se sienten llamados al matrimonio, no obliguen a los hijos a hacer opciones según sus
proyectos, sino que les dejen la libertad de elegir. Instrúyanles acerca de tres argumentos principales:
el amor conyugal que no es sólo físico sino sintonía de corazón y mutua estima; La fidelidad que
deben mantener los esposos entre ellos, acompañada de una confianza mutua y de una recíproca y

28
continua atención; por último los actos de amor, de trabajo, de obsequio que los esposos deben tener
entre ellos. Deben ser premurosos el uno hacia la otra, para prestarse auxilios tanto en las necesidades
pertenecientes al cuerpo como aquellas que miran al espíritu”.

Una vez casados, marido y mujer deben ayudarse para que entre ellos

“el amor no disminuya sino que aumente con el respeto y la paz... La unión matrimonial se
fortalece y consolida a través de la unidad de intenciones entre los esposos; de modo que, las
decisiones de ambos sostengan esta feliz armonía de afecto, y así todo se soporta, todo se excusa y se
sufre considerando que el amor es fuerte como la muerte”.

La armonía y la paz en la familia

Según Josep Manyanet nada es más hermoso en familia que la armonía y la paz:

“Así como la discordia turba el corazón de la persona, así la serenidad y la armonía,


especialmente en la pareja, son las cosas más hermosas que se puedan desear. Una profunda serenidad
y la armonía reciproca constituyen la gran felicidad de los esposos y son el fundamento de la sociedad.
Tanto es así, que la palabra de Dios nos dice: ‘De tres cosas me he adornado y me hago hermosa a los
ojos del Señor y de los hombres: la comprensión entre los hermanos, la amistad entre los vecinos de
casa, hombre y mujer que están de acuerdo (Si 25,1)”. Tal armonía es un sólido fundamento que hace
prósperos los hogares y felices las familias que el Señor colma de bendiciones.
La misma experiencia enseña que la paz y armonía es la base para vivir felizmente el
matrimonio. Es conocido por todos lo que escribe el libro de los Proverbios 17,1: “Vale más un
pedazo de pan con paz y armonía, que las dos manos llenas de riquezas con inquietud y pesadumbres”.
Con la paz lo poco es mucho; y sin ella, lo mucho es nada.
Si reina la paz en la familia no faltará la bendición de Dios y además la salud y el bienestar. Si
estos son los frutos que nacen de la perfecta unión y conformidad entre los esposos, la disensión y
antipatía ellos es señal evidente de su malestar y de su inevitable ruina. Que nadie se maraville de
estas consecuencias, porque, siendo Dios el dispensador de todos los bienes y el autor de todo buen
orden, no gusta de disensiones, sino de paz y alegría inocente, pues, como nos dice san Juan: Dios es
amor y sólo los que viven en caridad están en Dios, y en ellos.
La casa donde no hay paz y unión, y por el contrario son frecuentes los litigios y discordias,
se convierte en morada insufrible y más que pacífica habitación de cristianos, se parece a una reunión
de orates, energúmenos o condenados, ya que no otra cosa puede llamarse una familia cristiana que, en
vez de alabar a Dios, honrándolo con la oración y ejercitando una constante paciencia unida a las
otras virtudes, no se oyen más que denuestos, juramentos, blasfemias y maldiciones. Entonces
acontece que el marido airado e impaciente pelea contra la mujer, y ésta, llena de impaciencia y como
fuera de sí, se las ha contra el marido, llegando su alteración y alboroto al extremo de no atender a lo
que se dice ni a lo que se hace, siendo el escándalo de los hijos, mal ejemplo de la familia y el vecinos,
inquietud de los parientes que lo saben y lamentan sin que puedan remediar tan graves males,
cumpliéndose aquella sentencia de Jesucristo que dice: ‘La casa que se divide en discordia se arruinará
sin remedio’.
Se puede afirmar en verdad que no hay pena ni presidio más intolerable que la vida de un
matrimonio en donde no reina la paz y concordia de buenos cristianos, porque si se sientan en la mesa,
todos son miradas sospechosas y malas caras; si se retiran para el descanso, les siguen el mal humor y
a veces los temores; en fin, en todas partes acritud, rencor y despecho.
En semejantes circunstancias, es grande la tentación de fomentar la discordia, alimentando y
exagerando sospechas infundadas y faltas que tal vez no existen. A veces la mujer se pone contra el
marido, más a menudo éste contra la mujer.
...A este punto es justo preguntarse ¿existen modos y maneras para prevenir o reparar tamaños
males y de tan pésimas consecuencias?
Todo estriba en el querer de los esposos y de sus decisiones. Todo depende del amor y temor
de Dios, que oye y bendice a los que veras a Él acuden y le piden socorro. En estos casos, más que en
otros, es menester la paciencia cristiana acompañada de una entera conformidad a la voluntad divina,
que permite su santa unión, sin duda para que, tolerándose mutuamente sus defectos y amándose con
caridad, procurasen su santificación y asegurasen mejor la salvación eterna. A todo esto ayuda
poderosamente la frecuencias de los sacramentos de la Reconciliación y de la Eucaristía, recibidos con
devoción y con el firme propósito de imitar en lo posible a nuestro maestro y redentor Jesucristo”.

Cómo afrontar los conflictos

Manyanet habla a menudo de los conflictos, de la diversidad y de las “sorpresas


desagradables” en la vida de la pareja. Es necesario corregirse y desafiarse pero hacerlo siempre “con
dulzura y amor”... No se puede siempre disimular como si no pasara nada y ni siquiera corregirlo todo,
pero, según las circunstancias y la oportunidad del momento, utilizar uno u otro modo “para favorecer
el encuentro”. Cuando los esposos se encuentran frente a las debilidades y a los defectos del otro
deben ayudarse recíprocamente “con caridad y amor, esperando que el Señor dé al otro la fuerza
necesaria para que sepa y quiera cambiar”. Pelear mal o disimular no ayuda a ninguno:

“¿Para qué le sirve al marido dejar a la mujer de mal humor y con sus defectos? No sirve sino
para hacer más pesado el clima familiar de miedo, de caras largas, y a que las labores de casa se hagan
de mala gana y con retraso... De igual modo la mujer frente a los defectos y faltas del marido: o se
corrigen o se soportan. Pero ¿cómo hacerlo?... Es necesario servirse de toda aquella sagacidad que
una esposa fiel y afectuosa sabe inventar”. La alternativa más triste es “irse cada uno por su camino,
pero esto no ofrece ningún buen resultado y lleva perjuicio para el alma, para la salud física y para el
ambiente familiar”.

Otra sugerencia válida para todos los tiempos:

Uno de los momentos que dan paz y aumentan la armonía de la familia es cuando se acogen y
se hospedan con generosidad y con gusto a los parientes del otro-otra. Esto evitará quejas,
murmuraciones y reproches.

La paternidad es como un sacerdocio

Josep Manyanet nos sorprende también con dos argumentos: considera la paternidad y la
maternidad como un sacerdocio; es favorable y aconseja el trabajo para la mujer.
Intuyó que también la llamada de los padres es una responsabilidad sacerdotal que tiene
necesidad de amor, servicio y coherencia:

“La paternidad es como un sacerdocio: y así como es propio del sacerdote exhortar, predicar
y rogar, del mismo modo los padres de familia, dentro de su casa deben ser celosos vigilantes y
constantes, pero prudentes predicadores. En efecto, además de ofrecerla y encomendarla de veras a
Dios y con frecuencia pedir vengan sobre ella las celestiales bendiciones, deben reunir la familia toda
en el lugar conveniente y las más veces posible y allí enseñarles la doctrina cristiana, inculcarles la
sana moral y la práctica de las sólidas virtudes... Todo esto, y más si es acompañado del buen ejemplo,
es medio poderosísimo para que los hijos se aficiones a las cosas del servicio de Dios... Y, por el
contrario, si se les predica y observan que las obras de los que tal hacen no corresponden a sus
palabras, producen en ellos un efecto del todo opuesto”.

Por lo tanto como él quería que “cada familia fuera un nuevo Nazaret”, así tenía la certeza de

30
que cada familia fuera una “pequeña iglesia doméstica” con sus celebraciones, con su liturgia, con sus
catequistas, con sus predicadores... con sus discípulos, testigos y apóstoles.

La mujer y el trabajo

Sobre, el trabajo de las mujeres escribe:

“Desde el día del matrimonio en vez de distraerse en cosas superficiales, establezca el trabajo
como regla de vida. Porque más tarde, ocupada en la educación de los hijos, no podrá trabajar cuándo
y cómo quisiera, pero si ha adquirido una capacidad de trabajo, aunque tenga sólo una hora libre, la
aprovechará como distracción inocente y como un tiempo bien utilizado. El trabajo, como dice el
sabio, “es una amigo fiel que se adapta a todas las edades y a todas las circunstancias de quien lo ha
elegido como compañero de vida”. ¡Oh! Si se llegase a comprender que el trabajo posee el secreto
para alejarse de la vorágine de este mundo estúpido y al mismo tiempo exigente y caprichoso”.

Capítulo 8
Sembrar el bien en el corazón de los más pequeños
Dispuesto a entregar toda su vida, sus energías y su amor en favor de la familia, Josep
Manyanet decidió entregarse a la educación e instrucción de los niños y de los jóvenes. Considera que
este es el camino más justo para formar nuevas familias verdaderamente cristianas, capaces de cambiar
el mundo. Sabía que era el camino más largo y requería esfuerzo, confianza, paciencia y sobre todo
mucho amor..., pero era el camino de Nazaret, donde Jesús permaneció treinta largos años para
prepararse o preparándose para cumplir su misión.

La cultura del corazón y de la inteligencia

Cuando Josep Manyanet habla de educación e instrucción trata de decir que es necesario
cuidar en los niños y en las niñas (preocupación bastante nueva en aquellos tiempos) un crecimiento
integral de su persona:

“La cultura del corazón debe ser el primer objetivo de la educación de la juventud. A la
cultura del corazón debe añadirse, a la par, la cultura de la inteligencia”.

Por lo tanto una educación del corazón y de la mente. No se cansa de repetir:

“Los educadores trabajen con todas sus fuerzas y sean capaces de infundir en el corazón de los
jóvenes no sólo la ciencia, sino principalmente la piedad y las sólidas virtudes”. Un corazón educado
es un corazón enamorado del bien y de la belleza. En efecto el corazón es el ámbito más íntimo de la
persona donde reside la voluntad y la conciencia, donde se toman las decisiones más importantes: “La
verdadera paz y la alegría residen en el corazón, esto es, son sigo de una buena conciencia”.

No es menos importante la cultura del conocimiento:

“Es necesario que demos a nuestros alumnos una instrucción sólida y profunda válida para
cada profesión. La razón es que, pronto, estos jóvenes deben construir la sociedad y reconstruir el
mundo. Pero, ¿cómo llegarán a conseguirlo si la enseñanza no ha sido profunda?...”.
Sabiamente él insiste en que los jóvenes reciban una instrucción sólida porque fruto de la
ignorancia es la ordinariedad y la presunción:

“Una instrucción superficial no contribuye a hacer al hombre humilde y útil para sí y para los
demás, sino que lo llena de vanidad y de orgullo, creyéndose de tener capacidades y cualidades que no
tiene... Es necesario hermanar lo útil con lo agradable, lo sólido con lo brillante, evitando no obstante
el hacer de nuestros discípulos sabios a la violeta y por consiguiente orgullosos y presumidos”.

Sistema preventivo

Se trata de una educación que tenga en cuenta el crecimiento y la maduración de los pequeños
y de los jóvenes en todas las dimensiones de la persona, para que lleguen a ser libres y autónomos,
capaces de ser protagonistas de la propia historia y comprometidos en la mejora de la sociedad.
Josep Manyanet, como Giovanni Bosco, es un defensor convencido del sistema preventivo en
la educación. Esta es la razón por la que empieza con los más pequeños:

“No debemos olvidar que el corazón del niño es como un pedazo de cera blanda en el que
puede imprimirse con facilidad la imagen que se quiera. ¡Dichoso aquel que logra que la primera
figura impresa en estos tiernos corazones de la juventud sea la de Jesús, nuestro divino Redentor!”

Prevenir es mejor que curar, por eso recomendaba que en sus escuelas

“se procure preveer y evitar los errores antes que castigarlos... Es más fácil dificultar la
entrada que hacer salir al intruso, dice la Biblia... Es un gran error aquel de quien, viendo ciertas
extravagancias, caprichos y otros defectos en los niños, los considera travesuras de la niñez, diciendo
que los corregirán cuando sean más grandes y tengan mayor capacidad de juicio. No se dan cuenta de
que cuanto más se atrasa la corrección, más se arraiga un vicio o un defecto que después es muy difícil
eliminar”.

La paternidad de la cultura

Él decide dedicarse a la educación y a la enseñanza para salvar a los niños de la calle y de una
educación a la moda que niega toda autoridad. Manyanet en cambio invita al educador a orientar a los
niños con autoridad, ejercitada de un modo competente y no autoritario:

“Quien se dedica a la educación esta investido de una segunda paternidad: la paternidad de la


cultura y de la formación del alma, que se acerca mucho a la paternidad natural”.

Esta paternidad es ejercida con amor y con espíritu de servicio, no con poder. Buscando de
convencer más que de obligar y recordando que los jóvenes tienen necesidad de “modelos de vida”
más que de maestros. Por lo cual

“El que es maestro debe poner su principal cuidado en que a todas sus lecciones y
explicaciones preceda por el buen ejemplo, porque si es muy cierto que la instrucción alumbra el
entendimiento, también lo es que los sanos ejemplos cautivan suavemente el corazón... Los chicos son
más atraídos por las buenas acciones y por la coherencia en las opciones de vida que por los avisos y
preceptos”.

Esto presupone un auténtico y gran amor para los niños y los jóvenes:

“Es necesario conquistar a los niños más con el amor que con el rigor... El amor con todos

32
tiene corazón de padre, de todos se compadece y a todos trata con afecto, benevolencia y maneras
cariñosas y a la par persuasivas, e inclinada mejor a recompensar que no a castigar”.

Más ánimos que castigos

Josep Manyanet esta convencidísimo de que es siempre mejor evitar el castigo, recurrir
a una santa y noble motivación...

“Nuestro método de educar y de enseñar se debe distinguir justo por esto: saber entretener y
animar a los niños sin castigarlos o castigándolos poco... Cuánto mejor es la educación, menos tiene
necesidad de castigar; cuánto menos frecuentes son los castigos, tanto son más eficaces”.

Si el castigo fuera necesario, sea dirigido a corregir los comportamientos equivocados no a


humillar la persona de los niños:

“Cuando hay que reprender a alguien es necesario evitar las palabras humillantes y mordaces,
evitando cualquier tipo de exageración”.

Pero cuando el castigo llega a estar justificado, es necesario tener el coraje de castigar:

“Un castigo justo no es odio, sino un acto de verdadero amor. Es mejor castigar que permitir
la perdición temporal y eterna de uno mismo. Demasiada compasión es debilidad y la debilidad es
altamente perjudicial para los niños... Es mejor castigar cuando los niños son muy pequeños, después
la edad, si se está atento, perfecciona las cosas por sí misma”.

El educador

“No se tiene que mostrar nunca enfadado, irritado, colérico y amigo de los castigos... Nunca
castigos con rigor y mucho menos con golpes, la penitencia ha de servir de estímulo y no para
mortificar... Para que el castigo sea eficaz es necesario darle el justo valor: ha de ser un castigo
equilibrado y proporcionado... A los castigos dados con demasiada frecuencia y de un modo
indiscriminado, los niños se acostumbrarán y estos perderán la eficacia”.

Cualidades del buen educador

Josep Manyanet cree que la responsabilidad de dedicarse a algo tan grande y decisivo para la
vida de los niños debe estar acompañada, además de las motivaciones superiores, de capacidades
humanas importantes. Antes que nada el educador ha de ser una persona equilibrada, constante y de
una gran firmeza.
Ha de estar dotado de buen humor:

“No tendrán nunca la cara triste y melancólica, casi aburrida y fastidiada por la enseñanza, al
contrario estén alegres y manifiéstense satisfechos e interesados por el bien y el provecho de los
alumnos. Ejercitando su actividad tengan un buen aspecto, agradable, alegre y lleno de caridad”.

Sean capaces de escuchar y respetar a los niños:

“Si se quiere tener el respeto de los alumnos y enseñarles con el buen ejemplo, es necesario
respetarles y evitar preferencias... Es necesario escuchar siempre con calma sus razones y no imponer
por la fuerza y siempre las propias”.
Con los niños y los jóvenes se necesita una gran paciencia. Josep Manyanet habla de una
paciencia heroica:

“Es muy difícil, si no imposible, llenar debidamente el ministerio de la educación sin la virtud
de la paciencia. En efecto, de gran caudal de paciencia debe estar provisto el maestro para no alterarse
y soportar tantas ligerezas, necedades y aún malicias de los jóvenes alumnos... Educar a los otros tiene
más mérito que el martirio. Cuántos actos de paciencia, de dulzura y de caridad son necesarios hacer
durante los largos horarios y a lo largo de tantos días, que se suceden, dedicados enteramente a este
ministerio”.

Existe además una cualidad que las resume todas: la bondad. Si debemos sembrar el bien en el
corazón de los niños y de los jóvenes,

“el medio más apto que comprende todos los demás, es la bondad. Si todo nuestro esfuerzo
sale del corazón, va directamente a su corazón y así serán conquistados inmediatamente y entonces
todo es posible, a favor del bien sobre el mal”.

Una pedagogía familiar

Para Josep Manyanet todo esto tiene un nombre significativo: pedagogía familiar. No sólo
porque en sus escuelas se respira un clima de acogida familiar, sino porque implica, en la realización
de su proyecto, a una gran familia, toda la familia.

Implica a la familia de Dios: la Trinidad, de la cual proviene la idea de familia. Arquetipo de


toda familia.
Dios es el eterno educador del hombre “nosotros, como educadores, somos los colaboradores
de Dios”. Él ha puesto en el hombre una profunda nostalgia de Sí, por lo que el corazón del hombre
está inquieto hasta que no se llene de la presencia y de la verdad de Dios. Esta intuición de san
Agustín, Manyanet la explica con una imagen original:

“Dios quiere principalmente el corazón del hombre al que creó para que lo amara, y en este
amor no admite ninguna competencia. Como la aguja magnetizada de la brújula tiembla y no se para
hasta que no encuentra el norte, que es su centro; así el corazón el hombre vive inquieto y agitado
mientras va a la búsqueda de otras cosas fuera de Dios, que debe ser siempre y en todo su último fin”.

Cuando Dios, que es relación eterna, está en el centro del corazón del hombre, él es capaz de
cultivar las buenas relaciones con los otros.
Dios, verdad eterna, ha puesto en el ánimo del hombre y en su mente una profunda sed de
verdad y una llamada fuerte al conocimiento, pero “considérese que las ciencias no pueden encontrar
la unidad sino en el seno de una idea superior, la idea de Dios. La ciencia de Dios es la idea madre que
dirige, coordina y vivifica todas las otras”.

Implica a la Sagrada Familia, trinidad en la tierra. Ella es el modelo para imitar y el prototipo
de cada familia. Nazaret es la escuela predilecta de Josep Manyanet y querría que fuese una escuela
para todos. La Sagrada Familia es la fuente de su inspiración. Contemplando la casa de Nazaret donde
Jesús crece en sabiduría, edad y gracia, acompañado por María y José, Manyanet encuentra la clave
para toda educación plenamente humana: el amor incondicional y total por los niños y los jóvenes.
Tanto es así que sus escuelas deberán inspirarse y serán un compendio de Nazaret: familia, donde se
modela a la persona en todas sus dimensiones; taller, donde se trabaja y se crea; escuela, donde se
ofrece a los niños una síntesis de fe, cultura y vida.

34
Implica a la familia de los Hijos de Dios: la Iglesia, familia de familias. Josep Manyanet amó
a la Iglesia y se sintió siempre en comunión con el Papa y los Obispos, sucesores de los apóstoles,
buscó de entusiasmar a los jóvenes para que vivieran felices su pertenencia a esta gran familia.
Seguros de tener un puesto privilegiado en el corazón de una madre que tiene por ellos un amor
especial y cosas siempre nuevas que proponer: “El catolicismo debe ser presentado a los jóvenes como
agente de vida nueva, anunciador de aquello que es hermoso, justo, útil y santo”.
Él precedió y siguió a las preocupaciones y las enseñanzas de la Iglesia, fue un hijo fiel y
obediente, sobre todo en los momentos más difíciles. Su obra nació en la Iglesia y para la iglesia con
la aprobación de su Obispo. Con él mantuvo siempre un estrecho contacto para informarle y para
pedirle consejos y ánimo.
Cuando recibió de la Santa Sede el decreto de aprobación del Instituto de los Hijos de la
Sagrada Familia el 22 de junio de 1901, él se puso a llorar como un niño y, después de haberlo leído
dijo: “Me siento más feliz de saber que mi obra ha merecido la aprobación del Papa que si me lo
hubiera dicho un ángel, porque la aparición de un ángel habría podido ser una ilusión pero la
aprobación del Papa es una realidad ciertísima e infalible para todos”.

Los padres, primeros y principales educadores

Implica a las familias, porque son el ámbito natural del carecimiento y la educación de los
hijos:

“La naturaleza misma indica que los primeros y principales educadores de los pequeños
deben ser sus padres. Los hijos, de hecho tienen tendencia a imitarles incluso en las imperfecciones.
De esto se deduce el cuidado atento y la solicitud continua que deben tener los padres por una buena y
cristiana educación de los hijos”.

Los padres sigan y dirijan a los hijos sin renunciar nunca a su deber de autoridad que anima,
incita a esforzarse y a vencer la pereza, sabe ir contra corriente y, cuando es necesario, corrige:

“Es importante que los hijos vean en nosotros decisión y convicción en la transmisión de los
valores en los que creemos y comprendan que el deseo de hacerlo nace solamente del profundo amor
por sus personas y por su salvación eterna. Los padres no se desanimen frente a las dificultades de un
hijo que no quiere aceptar consejos y avisos. Tengan confianza en Dios y confíen que él tarde o
temprano hará fructuosos sus esfuerzos”.

Josep Manyanet sabe que las madres tienen un papel decisivo en la educación:

“Madres educad a vuestros hijos. Este alimento espiritual es tan importante para vosotras y
para vuestros hijos como el físico ¡Oh madres! Educad vosotras mismas a vuestros hijos, durante el
mayor tiempo posible”.

Aquello que se recibe en la infancia, cuando no se tiene pleno conocimiento con la mente pero
el corazón ya es capaz de asimilar, incide de un modo significativo en toda la vida, por ello los padres,

“deberían comenzar la enseñanza justo cuando los niños aprenden a repetir las primeras
palabras, sobre todo las madres mientras les visten y desnudan. Es entonces cuando se incide más en
sus tiernas mentes y en sus cándidos corazones las cosas que se les dicen y enseñan. No sólo, sino que
permanecerá en ellos la persuasión de la bondad y necesidad de aquellas cosas relacionándolas con el
hecho de que quien se las comunicaba, en aquel momento, les amaba mucho y les acariciaba”.
Los padres no pueden delegar enteramente la educación a la escuela. No es suficiente enviar a
los hijos a la escuela:

“Después de los padres, vienen en este campo los sacerdotes y los maestros. Nótese que
decimos “después de los padres”, para que estos comprendan que no están dispensados de sus
obligaciones por el simple hecho de enviar a sus hijos al catecismo parroquial o a la escuela, sino que,
además de la enseñanza impartida en casa por ellos, deben reconocer con solicitud sincera, si
realmente asisten a la explicación hecha por el sacerdote, si frecuentan puntual y constantemente la
escuela”.

Josep Manyanet subraya a menudo que su obra nace como una ayuda para la familia no a para
sustituirla. Ya en sus apuntes, que explican los objetivos del primer colegio abierto en Barcelona,
escribe:

“Una instrucción sólidamente religiosa y una educación paternal, fina y esmerada,


acompañada de una vigilancia nunca interrumpida, son las más firmes garantías que podemos ofrecer
a los padres que deseen educar a sus hijos según los principios de la fe y de la moral católicas”.

Por lo tanto, los primeros educadores de los hijos son los padres, por eso las escuelas fundadas
por Josep Manyanet prevén “la escuela de padres”, para que ellos, siendo buenos esposos, puedan
cumplir de la mejor manera su responsabilidad educativa.

Una familia para las familias

Implica a las familias religiosas fundadas por él. Así le gustaba llamar a las congregaciones
de los Hijos de la Sagrada Familia y Misioneras Hijas de la Sagrada Familia de Nazaret. Hombres y
mujeres que, fascinados por su carisma, viven con él la experiencia familiar de Nazaret y se dedican
generosamente a enriquecer a la Iglesia con el don de la atención a aquello que es el fundamento de
todo: la familia. Hombres y mujeres que, movidos por la fe y dotados de una profunda madurez
humana y espiritual, dedican toda su vida a la educación y la instrucción de los niños y de la juventud.
Hombres y mujeres que por la santidad y la cultura saben “estar a la altura de los tiempos..., dado que
la ciencia no es menos necesaria que una vida santa”.
Él fundó a los Hijos de la Sagrada Familia en 1864, cuando todavía estaba en Tremp. Si bien
al inicio tuvo muchas desilusiones, tuvo después la satisfacción de que su familia religiosa fuera
aprobada por el Papa, tal y como hemos recordado.
Las Misioneras Hijas de la Sagrada Familia de Nazaret tienen una historia más complicada,
que merecería un espacio más amplio. Aquí apuntamos solamente que fueron fundadas en 1874,
acogiendo también a las religiosas de un Instituto fundado anteriormente por el obispo Caixal. Esto
ocasionó problemas, divisiones y amarguras, hasta llegar a la “casi” desaparición del Instituto. Sólo la
madre Encarnación Colomina (considerada la cofundadora) y doce señoritas permanecieron con Josep
Manyanet, hasta que en 1894 renacieron como “familia religiosa”, en Aiguafreda. Él llevaba en el
corazón a sus hijas y, recomendaba a sus religiosos que entonces se mostraban un poco escépticos: “Si
me queréis a mí, quered también a ellas”.
Además de las dos familias religiosas, él había ideado una singular asociación laical:
Camareros y Camareras de la Sagrada Familia. Quería así “congregar el mayor número posible de
personas a fin de que honren, veneren e imiten... a la amabilísima Trinidad de la tierra, Jesús, María y
José” y apoyar y favorecer la obra educativa.
Como ya hemos visto, su obra, al principio, a duras penas despegó, pero desde 1877, después
de la apertura del primer colegio en Sant Andreu de Palomar, él abrió una media de una nueva escuela
o un nuevo colegio cada año. Siempre atento a las necesidades de su tiempo, prefirió a menudo abrir
escuelas profesionales, para estar más cercano a los más pobres.

36
Gracias a él, hoy, sus “familias” religiosas trabajan en Europa, América y África.

Finalmente, Josep Manyanet implica a la familia civil, de los hombres: la sociedad. De las
instituciones recibirá obstáculos y promesas no cumplidas. A menudo encontrara más rechazos que
aprobaciones. Pero él estará siempre dispuesto a colaborar. Tanto es verdad que en 1897 se hizo cargo
de la educación e instrucción de los huérfanos del Asilo Naval Español, que se encontraban alojados
en la corbeta Tornado en el puerto de Barcelona.
Tenía un gran sentido social y por ello deseaba que su obra sirviera para transformar la
sociedad y hacerla más justa y habitable, más solidaria y fraterna.

Capítulo 9
El secreto de una vida santa y feliz
Josep Manyanet tenía buen aspecto y no aparentaba su edad; su rostro era sano y sonriente.
Conservaba un secreto que nadie conocía: tenía cinco llagas abiertas en el costado. Cuando todavía
era un joven sacerdote, al servicio del obispo de Seu d’Urgell, sufrió un fuerte golpe en la parte
derecha del costado, del cual no habló nunca a nadie.

Coraje y buen humor en el sufrimiento

Fue descubierto, tras 18 años, por el hermano José Vilanova que, lavando su ropa interior, se
dio cuenta que tenía llagas que supuraban continuamente. Por los testimonios no se ha llegado a saber
si se trataba de un proceso de osteitis costo-esternal con fistulación o bien un empiema o supuración
de la pleura.
En 1885, con cincuenta y dos años, enfermó:

“Luego vino la terrible enfermedad; caí en cama el 4 de marzo... Empecé a sentirme algo
aliviado a mitad de diciembre. Se me hicieron tres operaciones quirúrgicas, cortando tres costillas,
parte del esternón y trozo de los cartílagos”.

Las operaciones fueron dolorosísimas y no dieron los resultados esperados. De hecho, cinco
llagas no se cerraron más, él las llamaban las misericordias del Señor.
En esta circunstancia, demostró una gran fortaleza y una capacidad muy alta de soportar el
dolor. Emergió su ironía para desdramatizar las situaciones. Todas las operaciones se realizaron sin
ningún tipo de anestesia. Su hermano le asistía y sostenía una lámpara para iluminar. Cuando él se dio
cuenta de que, por la impresión, se estaba poniendo pálido, le dijo: “‘¡Vete de aquí!’, y le tomó la
palmatoria y él mismo la sostuvo”. A los médicos que estaban demasiados cansados les dijo:
“Descansad un rato y tomad una copita”.
Desde entonces su salud permaneció muy frágil, aunque parecía lo contrario. “Yo voy tirando,
aunque a veces arrastrando, haciéndome traición el buen parecer”. El dolor le atormentaba también por
una artrosis reumatoide crónica. Ya a los 31 años, escribía: “ También me está royendo el dolor que se
me ha fijado fuertemente en las piernas, sin dejarme casi andar, pareciendo un viejo”. Con el paso de
los años se agravó hasta el punto que le impedía escribir: “A este punto había casi renunciado a la
satisfacción de escribir de mi puño y letra no pudiendo estar ni sentado ni de pie ni recostado”. Había
días en los que decía: “La pluma me cae de las manos”.
Su reacción era: “La crucecita de cada día no puede faltar. ¡Alabado sea Dios!”.
Dos grandes alegrías antes de morir

A pesar de las enfermedades y los achaques tuvo la satisfacción de sobrepasar el mil


novecientos y de ir, peregrino, a Roma para celebrar con emoción el Jubileo. El inicio de nuevo siglo
le proporcionó dos grandes alegrías: la aprobación, en junio, de la congregación de los Hijos de la
Sagrada Familia por parte del papa León XIII; la reapertura, en septiembre, del colegio San José de
Tremp.
Tuvo así la ocasión, de saludar por última vez, como cuando era “un niño”, a su Belleza: la
Virgen de Valldeflors. Después enfermó por última vez.
Era a primeros de diciembre, él tenía 68 años. Hacía mucho frío y una fuerte bronquitis la
ocasionó fiebre alta. El día de la Inmaculada, el 8 de diciembre, quiso levantarse para celebrar la misa
con la comunidad y para festejarla juntos en la mesa. Después los hermanos le obligaron a
permanecer en la cama. Llamado el doctor, diagnosticó una doble pulmonía.
A pesar de estar muy grave, cuando le traían las medicinas, continuaba a bromear: “¡Tanta
cosa para querer que llegue a los setenta 70 años!”. A uno de los sacerdotes que le preguntó si quería
dejarlos huérfanos, respondió con un hilo de voz, pero firme: “Si todavía soy necesario, no rechazó el
trabajo...”.
Cuando ya estaba llegando al final, el subdirector general, Buenaventura Mullol, le propuso,
con un cierto titubeo, recibir el sacramento de la unión de los enfermos. Él respondió rápidamente:
“Un cristiano, y mucho menos un sacerdote, no se afecta por eso... ¡Pronto, pronto!”.

El llanto de una familia

Acompañado por la oración de sus hijos que, a duras penas, aguantaban las lágrimas, Josep
Manyanet, después “de haber pronunciado con los ojos, con el corazón y con el alma: "Jesús, José y
María expire en paz con vosotros el alma mía", dejó esta vida. No estaba más con nosotros”.
Era el amanecer el 17 de diciembre de 1901.
Como publicó el diario El Correo Catalán “todo el barrio se estrechó a su alrededor:
trabajadores, mujeres y niños..., como una familia que llora una perdida irreparable. ¡Nueva
confirmación de que la virtud es en todos los tiempos y lugares reconocida y admirada!”.
Josep Manyanet no dejó un estamento escrito, pero su vida se ha convertido en una herencia
preciosa para la Iglesia, para sus hijos e hijas, para las familias, para los niños y los jóvenes y para la
sociedad. Su carisma, su obra y su santidad son un mensaje atractivo y actual para todos.
El buen humor con el que afrontó los últimos momentos de su vida, nos dice que estar
cercanos a Dios nos hace felices y hace buena la vida. Nos hace capaces de afrontarlo todo:

“No te extrañes de que la presencia de Dios dé paz, tranquilidad y alegría y de que el alma
unida a Dios sienta estos beneficios. Esto es natural..., sería extraño que el fuego helara y el que el frío
provocase calor”.

Cultivar la virtud en la propia vida es aquello que hace fácil, estable, alegre y atrayente el bien
y la belleza. Una continua y feliz relación con Dios y el esfuerzo en la práctica de las virtudes
construyen la bondad del hombre, y de esta bondad el mundo de hoy tiene urgente necesidad.
Josep Manyanet nos invita él mismo, sin saberlo, a aprovecharnos de su ejemplo. En efecto,
decía:

“Como una abeja trabajadora extrae de las flores lo mejor y más sustancioso para elaborar el
dulce y perfumado panel de miel, así cada uno debe imitar de los otros los ejemplos y las virtudes que
juzga, para él, más edificantes”.

Es como si dijera: “Si algo de mi vida os puede ser útil..., no hagáis cumplidos, cogedlo sin

38
ningún reparo”. Es como una donación espiritual de órganos.

Su herencia

Antes que nada nos deja como herencia un “pensamiento hermoso”.


Con esta expresión comunicó a su obispo y amigo Caixal la y de construir el Templo
expiatorio de la Sagrada Familia. Para nosotros es una invitación a descubrir toda la belleza de nuestra
vida para que llegue a ser, con la ayuda de un Arquitecto Divino, una obra maestra.
Es una invitación a dejarse conquistar por la Belleza de Dios que se ha manifestado, de modo
extraordinario, en la Sagrada Familia de Nazaret para captarla y llevarla a las familias y a la sociedad.
Es una invitación a dejarse fascinar por la belleza que está presente en la inocencia de los
niños, para preservarla, custodiarla, y hacer así más hermoso el mundo.
Es una invitación a no acabar nunca de maravillarse frente a la belleza de la naturaleza y de la
creación, para respetarla y gozarla.
Es una invitación a admirar la belleza del arte, de la música, de todo aquello que el hombre es
capaz de expresar con su genio, con su fantasía y su capacidad de realizar, desde la pequeñez, grandes
obras.
Es una invitación a seguirlo para dejarse fascinar por la belleza de su ideal y de su misión:

“¡Cuánto es hermosa tú misión, Hijo de la Sagrada Familia! Es nada menos que la misma que
Jesús confió a los apóstoles, esto es, enseñar y procurar la salvación de los hombres”.

Volver a Nazaret

Josep Manyanet nos deja el amor de sus amores: la Sagrada Familia de Nazaret.
Nos revela también el secreto de su espiritualidad. El modo más sencillo para acercarse a
Dios y para permanecer con él: visitar cada día Nazaret.

“En Nazaret está la casa santa por excelencia. Donde se aprende a servir y amar a Dios en
espíritu, a ser útiles al prójimo, a corregir los propios defectos y a dominar la concupiscencia y a obrar
con pureza de intención”.

No es una experiencia difícil o complicada. Está al alcance de todos: de los consagrados, de


las familias y de los más sencillos. Permanecer en la pequeña casa de Nazaret para descansar,
contemplar y aprender.
Para comprender que la alegría y el deseo de Dios es estar cercano al hombre y vivir con él.
Hasta tal punto que Jesús, su Hijo, en la encarnación, se hace el esposo de la humanidad. Un esposo
que ama tanto a su esposa que permanece largamente con ella para compartir la vida cotidiana, en una
relación afectuosa y solidaria, hasta llegar, después, a entregarle la propia vida en la cruz. Antes de
hacerlo, pide al Padre le conceda que, al final de los tiempos, su esposa se mantenga cercana a él, allí
donde él está, vivo y resucitado, en un eterno Nazaret. Mientras tanto continúa siendo un Dios con
nosotros, como en Nazaret, en la Eucaristía, para alimentar nuestra fe, esperanza y caridad.
Volver de Nazaret para confirmar que el proyecto de Dios no ha cambiado: la familia es el
centro de la humanidad. Es el lugar natural para el nacimiento y el crecimiento del hombre. Es el
fundamento de la Iglesia y de la sociedad.
Ir a Nazaret para superar el prejuicio de Natanael y de todos los escépticos como él: “¿De
Nazaret, puede salir algo bueno?...”. Abrirse, por el contrario, a las sorpresas de Nazaret para saborear
las primicias del Reino de Dios que, antes de manifestarse, estaba ya “en medio de nosotros” en una
familia humana como las nuestras.
Para “robar” con los ojos del corazón el “oficio” de la humildad, de la vida oculta, del
esfuerzo constante y silencioso, de la paz, la alegría, el abandono a la voluntad de Dios.
Para mirar al mundo, sus conquistas, progresos, preocupaciones, tragedias, contradicciones
desde el punto de vista de Nazaret, desde la mirada limpia de quien quiere entregar su vida para
salvarlo.
Para mantener, en las opciones de la vida, la misma proporción de Nazaret: una larga
preparación para las grandes empresas. Una paciencia heroica para que cada persona tenga la
posibilidad de crecer en sabiduría, edad y gracia. 30 años para dar profundidad al testimonio personal
y a la misión de la Iglesia. Para que el anuncio del Evangelio no se convierta en mera propaganda
ocasional, de exhibicionismo o proselitismo a toda costa.
Para no ir a la búsqueda de sensaciones o de las cosas extraordinarias, sino tener la capacidad
de Nazaret para transformar lo cotidiano, el día más aburrido y ordinario, en una fiesta. Como primicia
de la fiesta “sorpresa” que Dios nos está preparando y que no terminará jamás.
Para saborear la vida en todos sus gustos y disgustos, dulces y amargos, con la pequeñez,
sencillez y alegría de Nazaret.

Una vida activa

Josep Manyanet quiere que cada uno se sienta responsable del destino del mundo y de la
sociedad. Juntos podemos construir un mundo nuevo. Él pone todas sus esperanzas en los niños y los
jóvenes, futuro de la humanidad. Si ellos serán capaces de formar familias nuevas, ellas llegarán a ser
el laboratorio del que nacerá la paz para un mundo más solidario y fraterno.
Él desea que el hombre vuelva a Dios con el corazón para que cese “el deterioro de las
familias; las frecuentes calamidades naturales que destruyen los cultivos; las epidemias de los árboles
y de las plantas, de los animales y de los pájaros; las enfermedades y los epidemias; las catástrofes casi
diarias y agresiones del mar y de la tierra; las inquietudes y el malestar continuo y general en todas las
clases sociales”... Hoy añadiría: “Para que cesen los odios, las guerras, el terrorismo...”.
Josep Manyanet, tenaz e infatigable, no soportaba la pereza, la indolencia o la indecisión. En
más de una ocasión tuvo que contenerse la agitación, con firmeza, ante quien no tenía su mismo
entusiasmo. En otras ocasiones pidió perdón a quien había reprendido, con excesiva rigidez, porque no
seguía su mismo ritmo de trabajo.
Nos invita a no malgastar nuestra vida, sino a entregarla generosamente a los demás. A
tener un gran sueño para alcanzar y un proyecto detallado para realizarlo. A tener una vida plena y
activa. A esforzarse en el trabajo y no permanecer nunca ocioso u holgazán. Y... cuando llama el
amor, a decidirse por el amor y la familia. Nos invita a decir un “sí” decidido al Padre, como el “sí”
de Jesús, María y José. Como su “sí”.

Píldoras de devoción y de cordura

Josep Manyanet vivía continuamente en la presencia de Dios. La suya era una oración
confiada. Utilizaba el lenguaje del amor, el lenguaje del “deseo”, hasta identificarse con Desideria.
Era, a menudo, una oración alegre y de alabanza. De hecho, escribió algunos goigs (gozos), alabanzas
sagradas en versos propias de la tradición catalana. Cuando estaba muy ocupado y no encontraba
tiempo para dedicarse largamente a la oración, recurría a oraciones breves, las jaculatorias. Hoy, en la
época de los móviles, las podríamos llamar SMS (mensajes breves) dirigidos a Dios y a la Sagrada
Familia. También de estos nos ha dejado algunos:

“Padre amoroso, ilumina mi mente, fortalece mi fe, sostén mi pobreza”.


“Dios amable, esposo de mi alma, tú solo eres digno de ser amado sobre todas las cosas”.
“Oh verdad eterna, ilumina mi mente, dirige mis pensamientos, fortalece mi voluntad, inflama
mi corazón”.
“Dulce Jesús, amado mío, acepta mi pobre corazón y el alma mía”.
“Quiero convertirme, Señor, por eso te suplico que no dejes de amarme”.

40
“Sagrada Familia, que todas las familias de la tierra te amen, te bendigan, te imiten”.
“¡Sacra Familia bendita, bendita mil veces seas!”
“Como luz universal, que Dios eterno nos envía, sed Jesús, María y José, la esperanza de todo
mortal”.
“Virgen hermosa, aquí está mi corazón, yo lo pongo en tus manos”.
“Oh dulce Madre mía, dirige una mirada benévola sobre mí y dame el don de la
perseverancia”.
“Virgen santa y madre del Amor Hermoso (!), dame constancia y un ardiente amor por tu
Hijo”.
“José, padre mío, con tu paz y serenidad haz que en mi alma y en mi corazón no dominen la
agitación y las prisas”.

Otros SMS Josep Manyanet los deja en 100 Máximas de cristiana perfección. He aquí
algunas:

“El que habla poco de Dios es porque el corazón está vacío de su amor”.
“La paz interior es la mayor felicidad de esta vida”.
“Si quieres la paz con Dios, quita el pecado; si tenerla deseas con el prójimo, sé humilde; y si
contigo mismo, sé mortificado”.
“El que habla con doblez o fingimiento, ofende a Dios y a cuantos le escuchan, y sin pensarlo,
se hace antipático y odioso”.
“El que hablando se complace en mortificar al prójimo, aunque por chanza o por lucir
habilidad y agudeza, atropella la caridad y es querer tomar gusto a costa del disgusto de su hermano”.
“La corrección es medicina que, administrada con oportunidad y tomada con gusto, si
amarga el cuerpo, aprovecha al alma”.

Desde Nazaret, un profeta para la familia

Josep Manyanet dedicó toda su vida al “honor de la Sagrada Familia, al bien de las familias y
de los niños”. Él es profeta de la familia. Nos invita a ser familia, a hacer del mundo una familia y de
cada familia un nuevo Nazaret.
Es un poderoso protector de la familia, para que vivan más unidas y lleguen a ser íntima
comunidad de vida y amor. Sean para los hijos verdaderas escuelas de humanidad y de virtud.
Es un custodio cariñoso de los niños más pequeños a los que tanto amó y dedicó lo mejor de
sí mismo. A ellos, como cuando estaba vivo, dedica la máxima atención y para ellos tendrá siempre...
una caricia y un caramelo.
Josep Manyanet, para ti que has conseguido leer hasta el fin, como ya prometía en la
introducción de sus libros, “es un amigo afectuoso que no te olvida nunca en sus oraciones”.
Canonizado por Juan Pablo II el día 16 de mayo de 2004
Estatua situada en fachada lateral exterior de la Basílica de San Pedro en Roma

42
ESTAMPAS DE SU VIDA
44
46
48

Você também pode gostar