Escolar Documentos
Profissional Documentos
Cultura Documentos
Miguel Díez R.
Hay quienes no pueden imaginar un mundo sin pájaros; hay quienes no pueden
maginar un mundo sin agua; en lo que a mí se refiere, soy incapaz de imaginar un
mundo sin libros.
Jorge Luis Borges.
Ante esta situación, el profesor tiene que hacer un planteamiento quirúrgico que
probablemente le conducirá a cortar drásticamente gran parte de las programaciones al
uso, olvidarse de hermosas teorías y orientaciones de psicopedagogos de laboratorio y
adecuarse a una realidad muy poco halagüeña, para intentar sacar el máximo provecho
del tiempo lectivo. En primer lugar, creo que hay que dar menos gramática y más
lengua. Hay que suprimir, sin miedo, muchas reglas y complicados análisis sintácticos,
pseudoprofundas teorías y farragosa terminología lingüística, y, en cambio, centrarse en
el aprendizaje “instrumental” de la lengua viva y, especialmente, en su nivel léxico-
semántico. A este respecto, recuerdo un breve e intencionado cuento de Mario
Benedetti:
Lingüistas
Tras la cerrada ovación que puso término a la sesión plenaria del Congreso
Internacional de Lingüística y afines, la hermosa taquígrafa recogió sus lápices y
papeles y se dirigió hacia la salida, abriéndose paso entre un centenar de lingüistas,
filólogos, semiólogos, críticos estructuralistas y desconstruccionistas, todos los cuales
siguieron su garboso desplazamiento con una admiración rayana en la glosemática.
—¡Qué sintagma!
—¡Qué polisemia!
—¡Qué significante!
—¡Qué diacronía!
—¡Qué Zungenspitze!
—¡Qué morfema!
—Cosita linda.
2. La dificultad de la lectura
Pero todos somos muy conscientes de las muchas dificultades que se acumulan
contra este objetivo. A nuestros estudiantes les cuesta mucho leer, se aburren
soberanamente, y asistimos perplejos o desconcertados al progresivo distanciamiento o
abandono masivo. Ante unos muchachos tan inmaduros, tan faltos de capacidad de
atención y concentración, tan movidos e inquietos, tan distraídos, difícil tarea es
encaminarlos y centrarlos en una actividad seria y absorbente como es la lectura.
El acto de la lectura, del que aquí tratamos, es una actividad personal, intensa y
profunda, en la que hay que imaginar y crear; y que exige tiempo, silencio y paciencia;
se encuentra, pues, en las antípodas de esta situación descrita tan pasiva, tan superficial,
facilitona e idiotizante.
Los adolescentes son clientes de pleno derecho de una sociedad que los viste, los
distrae, los alimenta, los cultiva; en la que florecen los macdonalds, los burgers y las
boutiques de moda. Nosotros íbamos a guateques, ellos a discotecas, nosotros leíamos
un libro, ellos oyen su música estridente... A nosotros nos gustaba comulgar bajo los
auspicios de los Beatles, ellos se encierran en el autismo del walkman... Se ve incluso
esa cosa increíble de barrios enteros confiscados por adolescentes, gigantescos
territorios urbanos entregados a sus vagabundeos.3
Ante esta situación, que se va agravando curso a curso y que da como resultado
una juventud llamativamente hedonista, enemiga del más mínimo esfuerzo, pasiva y
despersonalizada, muy poco crítica, que ha perdido toda clase de referentes culturales y
que sólo entiende textos muy simples, el profesor tiene que buscar, con inteligencia y
sentido de la realidad, los medios más idóneos para conseguir vencer la apatía de los
alumnos, motivarlos y crear buenos hábitos. Se trata de descubrirles el placer y la
riqueza de la lectura, de conseguir futuros lectores, es decir, hombres más reflexivos,
más cultos, más libres. Y este es el objetivo tanto de la asignatura de lengua como de la
de literatura.
La brevedad del cuento literario o relato moderno corto que puede leerse en
menos de veinte minutos o que incluso sólo ocupa media o una página, y la sugestión y
concentración de los grandes pequeños cuentos, facilitan la entrada del lector juvenil y
los convierten en un posible camino de iniciación al placer de la lectura y al
conocimiento directo de la literatura. Si se hace una buena selección desde distintos
planteamientos —temas, estructuras, personajes, épocas y ambientes, técnicas narrativas
y usos del lenguaje, etc.—, los cuentos pueden convertirse en un material vivo de
trabajo en las clases de lengua y literatura.
Pues bien, esa lectura en voz alta, bien modulada o expresiva, es ya en sí, como
decíamos, un buen comienzo en la iniciación de la lectura. Después, el nuevo lector ha
de ir entrando, poco a poco, en la lectura individual e interiorizada, estableciéndose la
comunicación silenciosa entre el libro y él; pero, incluso en esta situación normal de
lectura, sentirá, en ciertos momentos, la necesidad de leer para sí en voz alta.
Y después de la lectura del cuento, ¿qué? El profesor, tal vez por deformación
profesional o por excesivo celo pedagógico, requiere, y casi necesita, un listado de
ejercicios, trabajos, comentarios de texto, sobre la lectura realizada. ¿Qué pintamos
nosotros, los profesores, si no explicamos, proponemos, examinamos y calificamos a
nuestros alumnos?
Pues bien, muchas veces, después de la lectura, nada; el placer o la sorpresa ante
el texto leído, sin más explicaciones... y ya es bastante. Siempre recuerdo las palabras
de una joven estudiante al finalizar la lectura en clase del cuento de García Márquez,
“El ahogado más hermoso del mundo”:No sé si lo he entendido, pero es lo más bello
que he oído en mi vida; tal vez, el mejor comentario que se puede hacer de dicho
cuento. En algunos manuales de literatura y en muchas guías didácticas se propone, y
parece que se exige, tal cantidad de ejercicios sistematizados, ordenados y
pormenorizados que su exhaustiva realización desanima al profesor y hace que el
sufrido alumno aborrezca el texto leído; destruye, por tanto, exactamente lo que se
pretendía conseguir: provocar el goce de leer.
Al hilo de lo que estoy comentando, quiero salir al paso de una falacia muy
peligrosa que se ha presentado a bombo y platillo como pilar básico de la pedagogía al
uso: el estudio y la enseñanza, en general, tienen que convertirse en una actividad
prioritariamente amena y lúdica. Parece que el único criterio valido en esta moderna
pedagogía es que los alumnos se diviertan en las clases, que aprendan jugando, que las
actividades y los ejercicios escolares sean siempre agradables y divertidos, muy lejos de
todo lo que suponga trabajo y esfuerzo. Para ello, el buen profesor ha de convertirse en
una especie de animador festero que entretenga y distraiga a un coro de maravillosos y
entusiasmados chicos que viven cada día, en su centro de enseñanza, una apasionante y
renovada aventura. Por esta misma razón, en algunas de las ofertas editoriales de
literatura infantil y juvenil, el único criterio parece ser el recurso a lo fácil, a lo bonito y
frívolo, a lo divertido, a evitar todo esfuerzo, y, desde luego, ignorar o enmascarar
cualquier aspecto duro o desagradable de la realidad. Lo que se busca es que el
muchacho no se fatigue ni se entristezca o deprima, que pueda seguir vegetando en el
limbo de un mundo idiotizado, convertido así, y desde sus mas tiernos años, en un
ciudadano políticamente correcto, sin discernimiento ni asomo de pensamiento crítico,
sin la más mínima responsabilidad.
Todos sabemos que la principal característica del cuento frente a otros géneros
narrativos es la brevedad. El cuento pude leerse en unos minutos, en media hora o algo
más: de una sentada.
Pero ¿cuál es la extensión mínima del cuento? Hoy es frecuente un tipo de textos
llamados cuentos, tan cortos que la narración se ha condensado y reducido incluso a una
frase o algunas pocas líneas y cuya extensión máxima puede llegar a una página más o
menos. Los teóricos estudiosos los consideran como una modalidad o subgénero del
cuento, sin haber llegado a un consenso generalizado para su denominación:
minicuentos, minirrelatos, microcuentos, etc.
Para que los textos muy breves puedan recibir la denominación de cuentos, tiene
que darse ineludiblemente una narración. Es decir, el suficiente desarrollo de una
historia, en un espacio y en un tiempo: la acción de un personaje protagonista o
principal no necesariamente humano e, incluso, a veces, no explícito o ni siquiera
nombrado, pero siempre en relación con un medio determinado y con otros personajes o
elementos, ya explícitos, ya implícitos en la propia textualidad.
Ítem más, que sea ficción (invención): una historia inventada por el autor. Este
puede crear, sin ningún límite, la historia más fantástica o bien partir de un hecho real,
de una experiencia personal o ajena, que su imaginación puede cambiar, transformar,
modificar y literaturizar con absoluta libertad creadora, porque ni es un gracioso
contador de anécdotas, ni un historiador, ni menos un periodista de sucesos. Y de esta
manera se cumple lo que es el proceso normal de la creación artística literaria; proceso
muy complejo en el que intervienen la sensibilidad, la memoria, y la imaginación para
recrear una historia plasmada, como resultado final, en el texto escrito.
Un texto escrito comienza a ser literario cuando, más allá del puro relato de
sucesos o de la transmisión de datos, pretende una expresividad de carácter estético,
para dar a la supuesta realidad referente una condición distinta, marcada por lo
simbólico. En tal sentido, lo sustantivo en la creación literaria es el estilo, el modo de
expresar por escrito lo que se pretende, a través del lenguaje. El lenguaje es materia
esencial para elaborar la ficción literaria, sostenedor de sus capacidades expresivas y de
su tono general.5
—¿Por qué?
—Porque puede quebrarse en cualquier momento.