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Parece importante partir señalando el termino de ciertos ciclos en la historia de América

Latina para ir dando cuenta del horizonte del cual hoy somos parte y buscar los nodos
de condensación que producen el que gran parte de la población trabajadora hoy no se
encuentre sindicalizada. Esto significa descifrar dos espacios fundamentales que aún
asumiendo las particularidades propias, en función de los procesos insurgentes y
estrategias de superación de las estructuras de dominación desde el nivel de lo local,
tanto en expresiones históricas como historiográficas, permiten una aproximación al
tema en cuestión. La primera es una forma antagonista-creciente que ve su
materialización en el gobierno de la Unidad Popular en nuestro país, que se comprende,
en tanto, “síntesis” de la construcción de un proyecto/texto de lazos comunitarios que
venían sosteniendo como formula los sectores populares encabezados por los
trabajadores, en tanto además, estética del marxismo en uso en la época. La segunda es
una etapa de subalternización que se posibilita a través de una operación represiva a
nivel regional y que desemboca en un reordenamiento conservador de largo alcance
anclado en el miedo y en la restitución de las relaciones mando/obediencia que diluye
en gran medida el antagonismo que fluía en el continente. El miedo como
disciplinamiento social, como dispositivo de restablecimiento de la subalternidad,
configuró, según Omar Nuñez, “una expresión periférica de la fractura civilizatoria
que caracterizó al siglo XX.” Este continúa indicando que “… Si bien la dimensión y
profundidad de la misma varía entre los países, cuatro aspectos son consustanciales en
todas las experiencias: un registro sistemático y pormenorizado de las acciones y
tareas habituales del aparato represivo (trabajo burocrático); una doctrina de
seguridad y un anticomunismo militante como matrices ideológicas movilizadoras y
justificadoras; la intención de eliminar un grupo étnico (indígenas), social
(sindicalistas) y/o político (izquierda); y una metodología represiva: secuestro-tortura-
desaparición pensada en producir efectos sociales y escenarios políticos calculados. Es
decir, un dispositivo material capaz de ejercer el horror mediante la construcción de
modelos...”1. El genocidio/politicidio estatal constituyó en América Latina un modelo
de destrucción de relaciones sociales de orden comunitario, una solución radical
aplicada en defensa de un orden jerárquico, librecambista y autoritario, capaz de hacer
compatible estratégicamente el uso racional de los medios y tecnologías de represión:
los aparatos de Estado, con los fines sociales aparentemente más irracionales: el
exterminio social.

1
Omar Núñez Rodríguez, “Progreso regresivo. Problemas civilizatorios y del desarrollo en América
Latina”, 2007, mimeo.

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