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BARROCO
REPRESENTACIONES DEL CUERPO EN LA NUEVA
GRANADA DEL SIGLO XVII
2
neoclásico. Como sucede con casi todas las denominaciones históricas, los
sujetos barrocos no sabían que eran barrocos. La historiografía del siglo XX se
encargó de “inventar” una forma de comprender las actitudes y los
comportamientos de la cultura cristiana postridentina, aquel proceso que
inevitablemente se inició con la Reforma Luterana y que llevó a la más
profunda crisis de la cristiandad desde los tiempos del cisma ortodoxo del siglo
XI.
1
Alejo Carpentier. Concierto Barroco. México: Siglo XXI, 1994, p 9.
3
barroco” nació en la Europa de la Contrarreforma, y se insertó en el siglo XVII
un siglo casi de transición entre la medievalidad y la modernidad. El nuevo
paradigma por sí mismo no fue una forma exclusiva de vivencia, porque
convivía con otros paradigmas de vida y cultura. Sin embargo, es un
paradigma triunfante, al menos para la conciencia burguesa contemporánea
que ha querido ver en su elaborada estética una forma que preanunciaba el
estado moderno, la riqueza soluble del capitalismo y una moral
fundamentadora de la modernidad.
Es así que lo barroco se caracteriza por la muy católica exterioridad de sus
actos, la demostración externa de sus formas, la manifestación pública de los
sentimientos. Esto es lo que se traduce con el famoso cliché que ha dado
forma estética al barroco: el movimiento. La teatralidad fundamentó la
expresividad de la cultura europea, que bajo los efectos de la acumulación de
factores del siglo XVI, permitieron la preeminencia de la piedad externa v el
juego ¡limitado con las imágenes. Este corte brusco, tal vez el primero, con la
medievalidad, tenía como objetivo fundamental impactar los sentidos, crear
sensaciones. Los cristos sangrantes, los ángeles que casi caían de las cúpulas,
los cúmulos funerarios, el desgarro frente a la muerte, la estética de la
pulcritud exterior del cuerpo en las cortes absolutistas, son hábiles muestras
del nacimiento de la cultura de la imagen.
4
precisamente la nave que articuló el tránsito entre la oralidad y la escritura.
Esto es lo que permite hablar de la aparición del “barroco”.
5
tarde las clarisas y concepcionistas, se dieron a la tarea de propagar el uso de
las imágenes. Finalmente, detrás de la idea de moldear la cristiandad desde
los comportamientos éticos, también se encontraba la necesidad de moldear
las prácticas, lo que narrativamente significaba la conquista de los cuerpos.
6
representación parte fundamentalmente del discurso que estableció la cultura
visual y narrativa neogranadina en el periodo señalado. Se trata
fundamentalmente de observar qué “dicen' las pinturas neogranadinas del
cuerpo, contrastado con lo que “dicen” los discursos narrativas, esto es, la
literatura, la poética, los textos morales y teológicos, etc., los cuales
comparten un mismo horizonte discursivo. El elemento que articula este
análisis son las representaciones de sí-mismo confrontadas retóricamente con
la elaboración de las imágenes, conceptuales o figurativas, que como veremos,
se acercan a una espiritualización de la autorepresentación del cuerpo.
Ahora, si se parte de los principio de que la Iglesia española, bajo los efectos
del Concilio de Trento, ejerció un especial control sobre la cristiandad
indiana, y que además, la experiencia discursiva barroca neogranadina estaba
influida por el barroco que provenía de España, surge la pregunta acerca de
cuáles son los elementos que son propios al problema neogranadino. La
respuesta a este problema se encuentra en las múltiples posibilidades de
7
modelos de corporeidad que ofrecía la cristiandad, de los cuales el discurso
neogranadino optó por algunos de ellos, y sobre estos elaboró una
representación muy específica de comportamiento corporal, la cual tenía por
objeto la construcción de sujetos pasivos, obedientes a las necesidades
políticas del estado, una respuesta al contexto específico neogranadino.
8
Reforma luterana, quienes desnudaron las iglesias y la piedad de todas
aquellas “idolátricas” formas de comunicación con Dios. La respuesta de la
Iglesia romana, fue contundente, fortaleció el culto a la imagen. Con algunos
cambios radicales, la imagen ya no sólo era la representación de lo exterior,
sino una condición interior que se hacía más abstracta. No solo se reglamentó
y se normativizó la pintura, la escultura o el grabado, también las imágenes
que se hacían con las palabras, los gestos o el pensamiento. La compañía de
Jesús, sociedad de la Contrarreforma, desarrolló a partir de su espiritualidad
un legado fundamental para la cultura de¡ barroco, la “composición de¡
lugar”, cuya influencia se sintió en la Nueva Granada. El mundo se volvía un
gran teatro exterior e interior, para componer, a partir de todos los sentidos
la ubicuidad de los actos.
9
inciden en las prácticas culturales sobre las cuales se construyen las actitudes
modernas.
Una acertada reflexión sobre el sentido histórico del cuerpo hace Certeau
cuando percibe la historia como constructora de cuerpos simulados que poseen
2
dos valores, uno narrativo y otro representativos, que son trasmitidos por los
textos históricos. Entre todo el conjunto de actitudes y comportamientos
sociales, estos seleccionan determinadas series que se comportan como
cartografías de esquemas corporales, los cuales conforman un sistema de
convenciones que definen la sociedad narrada. En este sentido, el cuerpo se
convierte en un discurso que autoriza y reglamenta las prácticas culturales,
pero también está sujeto a selecciones y codificaciones de cada grupo
cultural, lo que establece las maneras de pensarlo y percibirlo. Cada sociedad
tiene su cuerpo sometido a una administración social: obedece a reglas,
rituales de interrelación y a escenificaciones cotidianas.
2
Michel de Certeau, “Historias de cuerpos”, p 13.
3
Michel de Certeau, La fábula mística, siglos XVI y XVII, p 107
10
partir de entonces, el cuerpo místico se delimitó aún más por la doctrina, lo
que impulsó nuevas representaciones de la corporeidad, una especie de
tránsito antes que el cuerpo se convirtiera en la “colonia de la medicina o la
mecánica” del siglo XIX.
El cuerpo, individual o social, era básicamente un cuerpo moral que
representaba los sentimientos del barroco, emitidos a través de imágenes
dirigidas a los sentidos. ¿Quién era el público receptor del discurso que
producía la cultura neogranadina?. Varios, allí jugaba un papel importante
tanto el que encarga, el que ejecuta, como el que recibía. El primero,
generalmente órdenes religiosas, cofradías y capellanías, partía de la
tradición, pero también, de alguna forma imponía imaginarios. Santos de
moda o que se hacían de moda. El segundo imponía los códigos, traslucía la
mentalidad de su sociedad. El tercero, recibía, no impávido, el discurso de los
ideales de corporeidad.
Pero no sólo los santos, los cristos o las vírgenes, tanto en la pintura como en
el discurso, hablan de una forma de ser en el mundo, también los recurrentes
temas bíblicos. ¿Por qué ciertos temas y no otros?. Porque son reflejos de
valores de hacer con el cuerpo. El tema bíblico reflejaba una forma de
11
gestualidad y de corporalidad. Pero hablar de lo bíblico, también implicaba el
carácter de los tenias clásicos, tan presentes como lo apócrifo, el gran recurso
barroco. Finalmente se trataba de las dos grandes autoridades que aún
marcaban el entorno para entender la realidad. El cuerpo era una realidad
cultural.
12
pregunta fundamental para tratar de desentrañar los problemas que tienen
que ver con las representaciones es ¿qué se pintó entre el siglo XVIII y la
primera mitad del siglo XVIII?. Se trata de analizar los modelos,
fundamentalmente de santos, que el discurso trató de instaurar en el
imaginario, y sobre los cuales se elaboró toda una política de control del
cuerpo y creación de sujetos pasivos. En este sentido, la mística neogranadina
generó unos mecanismos específicos para lograr el ideal, la espiritualización
del cuerpo, lo cual se lograba implementando prototipos de santidad, sistemas
de mortificación y valoraciones de formas de pertenencia al cuerpo social.
4
Estas son algunas de las obras que se emplean en la presente investigación, las cuales
contienen imágenes discursivas que amplían el panorama de lo que ofrece la producción de
imágenes pictóricas.
13
Desde la experiencia textual barroca, bajo los efectos de la conciencia de los
sentidos, se allanaba el camino para adquirir una mayor conciencia de cuerpo.
La cultura barroca se caracterizó por la fuerza inusitada que proporcionó a la
piedad, aquella virtud que debía inspirar amor a Dios y devoción a las cosas
santas. A partir del discurso de la piedad se pretendía formar los
comportamiento y las actitudes de los creyentes, es decir, crear un ethos, que
se manifestaba en actos de abnegación y compasión, sobre los cuales se
ensamblaba el cuerpo social. Esto es entonces, el espacio de perspectivas que
se pretende abrir con los capítulos siguientes, los cuales permitirán ubicar los
mecanismos aplicados en la Nueva Granada con respecto a la representación
del cuerpo. Muchos otros problemas, como el cuerpo en reposo, el cuerpo
extático, el cuerpo místico, el sagrado corazón, el cuerpo castigado de los
juicios finales y los purgatorios, la muerte, el cuerpo paciente y el penitente,
entre muchos otros, hablan del proceso de simbolización de la experiencia
cultural neogranadina desde el discurso, misma que lentamente fue formando
identidades de autorelación e intersubjetividad colonial.
14
Capítulo 1
5
San Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo, Libro 3, capítulo 35, epígrafe 3.
15
ensamblaba el cuerpo social. Este ideal, repetido insistentemente en los
diversos espacios discursivos del barroco, es al que en últimas hace referencia
san Juan de la Cruz en el citado epígrafe. Para lograr la necesaria cohesión
devocional, la cultura católica postridentina incentivó y reglamentó el empleo
de la imagen, y es precisamente a acerca de sus funciones, lo que quiere
llamar la atención san Juan de la Cruz, uno de los símbolos de la nueva piedad
contrareformada.
16
de concebir la cristiandad. Esto es, una teatralidad que se refleja en la
espiritualidad, en los gestos, en las representaciones de la vida, la muerte, la
fiesta, el cuerpo y hasta en una experiencia gastronómica. 7
6
Francisco Gil Tovar, “Del aparente barroco en Colombia”.
7
Esta problemática es la que Bolívar Echeverría ha llamado ethos barroco. Bolívar Echeverría,
La modernidad de lo barroco.
8
Existe un amplio debate sobre la calidad de la pintura colonial neogranadina. Más allá de que
si representa o no el espíritu del barroco, el problema se puede ver desde las condiciones
materiales que posibilitaron la elaboración de las imágenes, como por ejemplo, la poca
afluencia de materiales pictóricos, la carencia de escuelas y talleres, el alejamiento de los
centros de producción y la poca circulación de textos y pinturas del barroco. Además debe
tenerse en cuenta que la valoración de la producción pictórica neogranadina se comenzó a
hacer en las últimas décadas del siglo XIX, con un marcado acento nacionalista. Interpretar la
“baja” calidad de esta producción, debe hacerse desde la restitución de la obra dentro del
contexto colonial. Sobre el arte colonial neogranadino: Martha Fajardo de Rueda, El arte
colonial neogranadino, C.A.B, Bogotá, 1999.
9
La producción narrativa y literaria en la Nueva Granada en el siglo XVII fue escasa debido a
factores como la carencia de imprenta, condiciones económicas y a los mismos controles que
se establecieron frente a la producción. Tan solo con los cambios que se generaron en el siglo
XVIII, como la instalación de el Virreinato y las reformas borbónicas, incentivaron un proceso
17
el problema central que plantea este capítulo está relacionado con lo que
esbozaba el epígrafe de san Juan de la Cruz: lo que representan las imágenes,
el discurso que contienen. Para el efecto, la pregunta central es ¿qué
representan las imágenes más allá de los sentimientos devocionales y cómo se
articuló su experiencia en la Nueva Granada?. Para responder a esta cuestión,
he tomado como núcleo central el discurso visual, para establecer sus
relaciones con los discursos narrativos en relación a la construcción de las
representaciones del cuerpo.
de escritura más complejo. Para un contexto general véase, María Teresa Cristina, “La
literatura en la conquista y la colonia”, en Manual de Historia de Colombia, tomo I.
10
Vicente Carducho, Diálogos de la pintura. Su defensa, origen, esencia, definición, modos y
diferencias, pp. 350.
18
1.1 Trento y la difusión de la imagen
Debido a los ataques de las iglesias reformadas contra el tradicional culto
medieval por las imágenes, el concilio de Trento fue enfático en afirmar que a
las imágenes se les debía rendir “honor y veneración”, para lo cual refutaba
con vehemencia, cada uno de los puntos que habían utilizado los reformados
para atacarlas. Insistía en que el culto era a lo que representaban y no a la
imagen en sí misma, de lo que se podía derivar necesarios beneficios en las
prácticas de piedad de los creyentes. Así mismo, prevenía contra los errores
más frecuentes, y para evitarlos, establecía los debidos controles a la
exhibición y elaboración de imágenes:
Y para que se cumplan con mayor exactitud estas determinaciones,
establece el santo concilio que a nadie sea lícito poner, ni procurar
que se ponga, ninguna imagen desusada, y nueva, en lugar ninguno, ni
iglesia, aunque sea de cualquier modo exenta, a no tener la
aprobación del obispo. 11
11
Ignacio López de Ayala (traductor), El sacrosanto y ecuménico concilio de Trento, Sesión
XXV, Decreto sobre el purgatorio, pp. 449.
12
Véase un contexto de la formación del barroco en, Arnold Hauser, Historia Social de la
literatura y el arte, tomo II, pp. 103-130.
19
El territorio recién constituido de la Nueva Granada entraba dentro de esta
órbita y recibía los vientos de la Contrarreforma. Aunque la declaración del
Concilio de Trento citada anteriormente se promulgó en 1563, unos años
antes, las constituciones del sínodo de 1556 convocado por fray Juan de los
Barrios, arzobispo de Santafe de Bogotá, ya enunciaba el problema del control
sobre la proliferación y uso de las imágenes y más aún cuando estaba en juego
el proceso de evangelización de los naturales, quienes a juicio de los
eclesiásticos eran susceptibles de caer de nuevo en la idolatría. Muy en la
línea contrareformada, el sínodo proponía que
Deseando apartar de la yglesia de Dios todas las cosas que causan
indevoción, y a las personas simples causan errores, como son
abusiones y pinturas, indecencias de imágenes estatuimos y mandamos
que en ninguna Yglesia de nuestro obispado se pinten historias de
santos en retablo, ni otro lugar pío, sin que se nos dé noticia, o a
nuestro visitador general para que se vea, y examine si conviene, o
no. 13
Con control o sin él, lo cierto fue que la producción pictórica en el siglo XVI
fue escasa, y sólo se comenzó a incentivar a finales del siglo, cuando llegaron
a la región pintores de oficio como el italiano Angelino Medoro y el español
Baltasar de Figueroa el viejo. Sin embargo, estas disposiciones tuvieron
efectos más claros en el siglo XVII.
13
Fray Juan de los Barrios, “Constituciones sinodales”, capítulo 22, No. 176, en Mario Germán
Romero. Fray Juan de los barrios y la evangelización del Nuevo Reino de Granada, pp. 528.
20
piedad. Estos elementos
evidentemente estaban contenidos en
las prácticas pictóricas neogranadinas
como puede observarse en uno de los
temas más ampliamente difundidos en
su pintura, “El purgatorio y trinidad”
(Ilustración 1), en el cual se reúnen
estos tres elementos. La composición
se establece en tres niveles, en primer
lugar, el dogma de la Trinidad rodeada
de su corte celestial; en seguida, las
santas intercesoras encargadas de
sacar las almas del purgatorio, y
finalmente los demonios y condenados.
Ilustración 1. Purgatorio y Trinidad
La imagen comunica dos importantes
(c.149)
dogmas combatidos por la Reforma
protestante, Trinidad y Purgatorio, e insinúa el triste destino de quienes no
obedecen la ley de Dios, despertando, pues, los debidos sentimientos de
devoción tanto a las benditas almas del purgatorio como a las santas
intercesoras. También, en la imagen, ya se pueden apreciar los significados
del cuerpo desnudo en dos versiones: el cuerpo de los condenados como
pecado y el cuerpo de los redimidos como regreso al estado de la gracia, el
paraíso de los primeros padres.
Sin embargo, podría argumentarse que estas tres ideas tridentinas ya estaban
contenidas en la tradición católica previa a la reforma de Trento. Uno de los
más importantes estudiosos de la historia de la imagen, Michael Baxandall,
menciona cómo Juan de Génova escribía en El catholicon, texto de finales del
siglo XIII, que las tres razones por las cuales se habían instituido las imágenes
en las iglesias eran para instruir, para que fueran más activos los misterios de
la encarnación y los ejemplos de los santos, y finalmente, para excitar la
21
pasión por medio de la vista. 14 Como es notorio, en Trento persistía la
tradición de la Iglesia con respecto a las imágenes, la cual había permanecido
prácticamente invariable en los últimos siglos. Cabe entonces la pregunta a
cerca de qué era lo novedoso de las disposiciones tridentinas y cuáles fueron
las consecuencias, especialmente para las representaciones del cuerpo
neogranadino.
14
Michael Baxandall, Pintura y vida cotidiana en el renacimiento, pp. 61.
15
La sociedad medieval mantuvo un carácter cultural estrictamente oral. Aunque la difusión
de la imprenta a mediados del siglo XV introdujo importantes cambios, una sociedad
gobernada por la racionalidad de la escritura solo se desarrollaría hasta el siglo XVIII. Este
aspecto es lo que permite ver el ordenamiento barroco como una tensión constante entre la
oralidad y la escritura, lo que se refleja en la fuerza inusitada que recibió expresiones de
oralidad como el sermón, o el caso que nos ocupa, la pintura.
16
Véase Perla Chinchilla, Predicación jesuita en el siglo XVIII novohispano “de la compositio
loci a la república de las letras”, pp, 107.
22
actitudes místicas. 17 Las imágenes, por supuesto, formaban parte de este
engranaje.
17
Para ampliar el contexto de este “cristianismo estallado” y las transformaciones del
pensamiento cristiano, puede verse a Michael de Certeau, La fábula mística, especialmente la
segunda parte.
18
Arnold Hauser, Historia social de la literatura y el arte, T. II, pp. 105.
19
La imagen presenta dos errores interesantes: San Antonio de Padua, aunque se le representa
con el niño, no tiene como atributo el libro. Además, iconográficamente, el orden de los
santos está invertido, por orden de importancia, san Andrés debe estar a la derecha de la
23
cantidad de reproducciones que se hicieron de esta imagen durante la colonia,
refleja aquella piedad barroca que generaban las imágenes, la cual no se
agotaba en la idea de los lienzos milagrosamente estampados. Existían
también imágenes por cuyo poder se lograban conversiones, o aquellas que
efectuaban milagros, tales como esculturas y pinturas de Cristos y las Vírgenes
que cobraban vida para gratificar el fervor de su adorador. Vicente Carducho,
autor de uno de los tratados de pintura que circularon en la Nueva Granada,
insistía en la importancia de las imágenes milagrosas, pues en ellas “se
muestra muchas veces Dios agradecido al devoto y religioso celo con que se
obraron, no menos que a la cuidadosa y científica mano”. 20 Las diferentes
versiones pictóricas neogranadinas de la misa de san Gregorio que contaban la
historia de la estatua de Cristo que cobra vida como respuesta al fervor del
santo, refleja precisamente la credibilidad en el carácter sagrado de las
imágenes.
Virgen. Sobre la historia de la Virgen de Chiquinquirá, véase: Rafael Mauricio Méndez Vargas,
El prodigio de Chiquinquirá; o en www.banrep.gov.co/blaavirtual/boleti3/bol12.htm.
24
católica aun más compleja con el fin de cumplir con las nuevas necesidades
persuasivas que surgían de la evangelización. Explorada con ahínco por lo
humanistas, el siglo XVI volvió sobre los rétores de la Antigüedad,
principalmente Quintiliano, Cicerón, Aristóteles y el Ad Herenium, y el
resultado fue una explosión inimaginable de tratados de preceptiva. La
retórica, más allá de comportarse como un arte, fue una técnica que se
empleó para la persuasión, y como tal se aplicó a todas las instancias del
conocimiento.
20
Vicente Carducho, Diálogos de la pintura. Su defensa, origen, esencia, definición, modos y
diferencias, pp. 370.
21
Como es bien sabido, el término “barroco” apareció en el siglo XVIII con una significación
peyorativa. Sólo hasta comienzos del siglo XX comenzó el proceso de valoración del barroco,
pero con un enfoque casi exclusivamente artístico. El debate acerca de las características y de
la designación del período del siglo XVII con este nombre, aun no ha llegado a conclusiones
satisfactorias. Sin embargo, desde la década de los ochenta, se ha incentivado los estudios a
cerca de la utilización del término aplicado a un “estilo de vida”, un “ethos” en palabras de
Bolívar Echeverría, y no sólo a una corriente artística. Aquí precisamente radica el debate.
Para el caso se puede consultar Bolívar Echeverría, La modernidad de lo barroco; y Petra
25
La retórica de los siglos XVI y XVII asumió los tres grados necesarios para lograr
la persuasión que proponían los clásicos, enseñar, deleitar y conmover. El
discurso debía enseñar, porque este era el camino intelectual de la
persuasión; al deleitar se captaba la simpatía del público hacia el discurso; y
al conmover se pretendía crear una conmoción psíquica, literalmente excitar
el pathos. Estos principios estaban aplicados en la obra pictórica, y eran
especialmente recomendados por los tratados de pintura. Carducho, por
ejemplo, cuando trata de las maneras de pintar la última cena, indica que se
pueden alterar ciertos detalles “mayormente para mejor conseguir el fin que
se pretende, que es ayudar a mover la devoción”. 22 Además de este elemento,
la pintura se clasificaba dentro del género demostrativo, y se recomendaban
los tradicionales “lugares comunes” para lograr un mayor efecto persuasivo,
entre los cuales se encontraba el realismo y elementos tomados de la vida
cotidiana, de modo que el creyente se identificara con la imagen, algunos de
los cuales exploraremos más adelante en la pintura neogranadina.
26
el carácter retórico del barroco es signo indiscutible de que el arte no busca
ya la belleza en sí misma, sino el convencimiento de los enormes
conglomerados de fieles y súbditos del rey. 24
cuanto a la retórica como visión de mundo, véase, Perla Chinchilla Predicación jesuita en el
siglo XVIII novohispano “de la compositio loci a la república de las letras”, pp. 87-88.
24
Guillermo Tovar de Teresa, México Barroco, pp. 27.
25
A diferencia de las retórica medieval, la que se desarrolló posteriormente a Trento se
estructuró a partir de un elemento que servía para las intenciones de persuasión, la
amplificación (amplificatio) de la materia, para lo cual trabajaron fundamentalmente en el
problema de crear argumentos (argumenta). A manera de acercamiento a las retóricas del XVI
y XVII, véase Luis Alburquerque García, El arte de hablar en público. Seis retóricas famosas
del siglo XVI; Antonio Martí, La preceptiva retórica española en el siglo de Oro; Bice Mortara
Garavelli, Manual de retórica.
27
Velasco; o las autobiografías de Josepha de Castillo y Jerónima Nava, 26 por
citar algunos casos y a pesar que pertenecen a espacios tipológicos discursivos
diferentes, participaban de un mismo contexto retórico, a partir del cual es
plausible acercarse a los elementos que componen sus representaciones del
cuerpo. En cuanto a sus características y vínculos con la retórica, se puede
tomar a manera de ejemplo, el caso de las autobiografías, tal vez el género
que más se ha estudiado para el caso de producción de textos en la Nueva
Granada.
26
Estas son algunas de las obras que se emplean en la presente investigación, las cuales
contienen imágenes discursivas que amplían el panorama de lo que ofrece la producción de
imágenes pictóricas.
27
Francisca Josepha de la Concepción, Su vida, escrita por ella misma por mandado de su
confesor; Jerónima Nava, Autobiografía de una monja venerable, respectivamente.
28
Las autobiografías de Josepha de Castillo y Jerónima Nava, se pueden
comparar aunque los textos en su concepción son diferentes. La conocida obra
de Josepha se abre en dos fuentes: “Su vida” es una narración testimonial
desde el cuerpo, relata cronológicamente el proceso vocacional, la familia y la
vida conventual, expresando sentimientos y encuentros diarios; mientras que
“Los afectos espirituales” es un testimonio del alma, como intuitivamente lo
entendiera Dario Achury Valenzuela, prologuista a la edición de 1956. 28 Por su
lado, la autobiografía de Jerónima Nava, funde lo corporal y lo espiritual en un
solo relato, con menos señales particulares y enfatizando la experiencia
mística desde las visiones. Estos dos textos no se puede tomar como un
testimonio verídico de lo que era ser monja de clausura entre finales del siglo
XVII y la primera mitad del XVIII; o lo que era la vida conventual o las
condiciones de mentalidad para la misma época. Obras de esta naturaleza,
encomendadas por el confesor, se constatan a lo largo y ancho de América
hispánica, y casi todas ellas conservan la misma estructura. Es el caso de la
vida de la quiteña Mariana Flores Paredes (Santa Mariana de Jesús), Santa Rosa
de Lima, o las mexicanas Mariana e Inés de la Cruz, todas ellas en el siglo XVII.
28
Darío Achury Valenzuela, Estudio Preliminar, en Sor Francisca Josepha de la Concepción, Su
vida, escrita por ella misma por mandado de su confesor, pp. 39-44.
29
Las autobiografías de monjas coloniales como problema literario e histórico ha sido
ampliamente estudiado, como introducción al problema se puede ver: Kristine Ibsen,
Women´s Spiritual Autobiography In Colonial Spanish America; Electa Arenal y Stancey
Schlau, Untold Sisters. Hispanic Nuns in their Own Works; Alison Weber, Teresa de Avila and
the Rhetoric of Feminity.
29
persuasiva, en los que las autoras narraban humildemente los
inconmensurables esfuerzos para alcanzar la santidad, objetivo fundamental
de cualquier monja al ingresar al convento, a lo cual dirigieron sus mejores
esfuerzos. La santidad era una obligación del cristiano y uno de los temas
barrocos por excelencia. 30
30
Antonio Rubial, La santidad controvertida, pp. 38-42.
31
Véase el numeral 3.2 de este capítulo.
30
el acervo de modelos posibles, es el mismo, santidad eremita, santidad mártir.
Jerónima, aunque no menciona su infancia, alude al mismo modelo. Este
elemento revela ya una idea clara del cuerpo barroco que se puede confirmar
en la pintura neogranadina 33 : el cuerpo sufriente y aislado. La experiencia
mística era necesaria para que la corporeidad no sólo fuera un obstáculo y
enemigo a vencer, sino también un espacio teatral que permitía su disfrute
pero poseído místicamente por el alma.
32
Darío Achury Valenzuela, Estudio Preliminar, 31- 35.
33
Véase capítulo 2.
34
Paul Zumpthor, La medida del mundo. Representaciones del espacio en la Edad Media, p.
18.
31
orientación (dentro-fuera, aquí-allá, vacío-lleno, cerca-lejos). A partir de
estos términos había elaborado un lenguaje cultural, en el cual la gestualidad
generaba sentido. Los gestos se comportaban como representación, a un
tiempo imagen y símbolo, un lenguaje separado que articulaba un modo de
pensar y de disponerse anímicamente. 35 La autorepresentación del cuerpo
proporcionaba los códigos desde los cuales se ensamblaba el orden social, esto
es, “el cuerpo social”.
35
Ibid, p. 38
36
Michel de Certeau, La fábula mística, siglos XVI y XVII, p. 107.
37
Vicente Carducho ubicaba el acto de pintar el cuerpo como el elemento primordial, lo
demás era accesorio. Vicente Carducho, Diálogos de la pintura, pp. 163-164.
32
La teología tridentina de la Compañía de Jesús reflexiona sobre la
vida terrenal -vista como despliegue del cuerpo y sus apetitos sobre el
escenario del mundo- a partir de una actitud completamente nueva,
diferente de la que la doctrina medieval tenía ante ella. 38
38
Bolívar Echeverría, La modernidad de lo barroco, pp.66.
33
2.1 El discurso visual de la pintura
En el caso de la pintura, y como ya se ha visto, ésta desempeñaba un papel
fundamental en la propagación de la fe, problema que desde nuestra actual
perspectiva, permitía la consolidación de imaginarios sociales. La propagación
de tratados de pintura fue intensa en la España del siglo XVII, y a través de
ella, por sus colonias en el Nuevo Mundo. Los tratados recogían y
sistematizaban las “reglas y preceptos” que eran empleados en los talleres y
muchas veces complementados a través de ordenanzas específicas para cada
oficio. La importancia de estos tratados para la actual investigación reposa en
que ellos postulaban los elementos básicos y los significados desde los cuales
se le debía proporcionar sentido a la práctica de la pintura, y en este sentido
se comportan como metatextos que permiten comprender qué se entendía por
pintura desde las determinaciones propias de su época, lo que facilita
acercarse a las codificaciones internas del oficio y a la manera como podía ser
leído por sus espectadores.
39
Oscar Hernando Guarín, Del oficio del pintor... los talleres de pintores en Santafe de
Bogotá, durante el siglo XVII, pp. 17-44; ver también Marta Fajardo de Rueda, La pintura
santafereña del siglo XVII y comienzos del siglo XVIII, vista a través de una selección de obras
restauradas, pp. 11-12.
34
conocimiento del oficio de la pintura se empleó en los talleres de los Figueroa,
los hermanos Acero de la Cruz, Gregorio Vásquez, Juan Francisco Ochoa y los
hermanos Heredia.
Todos ellos tenían una matriz común a pesar de ciertas diferencias, pues en el
metatexto se encontraban las reglas generales del discurso y sus mecanismos
de transmisión. Sin embargo, y dado el caso que los pintores neogranadinos no
conocieran los tratados, sus representaciones estaban guiadas por estos
principios y articulaban la pintura desde estos códigos. La importancia de
estos tratados para la comprensión de lo que significaba pintar el cuerpo,
radica precisamente en que estos textos delimitaban el saber del oficio y
determinaban los elementos que lo componían, de manera que es más factible
40
Marta Fajardo de Rueda, El arte colonial neogranadino a la luz del estudio icnográfico e
iconológico, pp. 67- 76; Jaime Gutiérrez, La iconografía en las imágenes religiosas
santafereñas, pp. 31; Oscar Guarín, Del oficio del pintor..., pp. 52-53.
35
“leer” la imagen dentro de su propio horizonte de expectativas, pues el
discurso visual ha reactualizado sus reglas.
41
Vicente Carducho, Diálogos de la pintura, pp. 117.
42
Francisco Pacheco, Arte de la Pintura, pp. 238; Vicente Carducho, Diálogos de la pintura,
pp. 142.
36
Este tópico del discurso visual que presentaba a Dios como su función
primordial, estaba reforzado por la condición que hacía que la pintura tuviese
su excelencia: trasmitía las tres noblezas, la política, la natural y la moral, de
las cuales la última debía dominar sobre las otras dos. Se trataba de trasmitir
la virtud y perfección moral de las costumbres y actos honestos humanos, de
los hombres buenos y virtuosos, especial quando son dirigidos a Dios como a
último fin. 43 Evidentemente era una preocupación contrareformada, pero
también una actitud coherente con la función misma de la pintura. Estos eran
los códigos sobre los cuales se debía pintar y observar lo pintado. Para lograr
este fin, la nobleza política y natural permitían tener un conocimiento
calificado de lo que se quería difundir, de manera que en las representaciones
hubiera una estrecha relación entre los cuerpos representados y el alma
contenida. Su correspondencia obraban en la devoción.
43
Vicente Carducho, Diálogos de la pintura, pp. 135; Francisco Pacheco, Arte de la Pintura,
pp. 239
44
Vicente Carducho, Diálogos de la pintura, pp. 138.
37
Este texto permite ubicar los elementos básicos sobre los que se daba el
proceso creativo de la obra. Al respecto, un primer problema surge alrededor
de la pregunta acerca de la libre iniciativa que podía tener un pintor al
momento de hacer una representación. Si bien es cierto que había una
reglamentación en cierta manera estricta, existían ciertas condiciones que
permitían “crear” elementos originales en una composición. En primer lugar
hay que llamar la atención sobre el significado de la palabra representar. Se
trataba fundamentalmente de la capacidad de hacerse previamente la imagen
que se iba a realizar. Aunque habían unas técnicas específicas, existía un
elemento retórico previo que se denominaba la inventio, es decir, el acto en
el cual el pintor buscaba los argumentos verdaderos o verosímiles para
persuadir hacia la causa.
45
Francisco Pacheco, El arte de la Pintura, pp. 254. Vicente Carducho, Diálogos de la pintura,
pp. 212
38
La función religiosa de la imagen era entonces trasmitir discursos que eran
necesarios dentro de la sociedad que los precisaba. Es importante recordar
que estamos ubicados en la sociedad neogranadina del siglo XVII, en la cual se
llevaba a cabo un complejo proceso de consolidación de las instituciones, y
era aquí en donde se hacían necesarios los discursos que orientaran las
prácticas, como es el caso, sobre el cuerpo.
39
que era el arte que representaba a la vista todo lo visible, 46 pero que también
ésta revelaba los movimientos, los afectos y las pasiones del ánimo. Pero
además, narrar historias implicaba que los modelos de cuerpos debían tomarse
de las fuentes consideradas como autoridades, es decir, fuentes religiosas o
bíblicas. Debido a este carácter, los cuerpos idealmente imaginados eran
antitipos que imitaban los tipos 47 bíblicos, es decir, la gestualidad, los
comportamientos, las disposiciones del cuerpo debían imitar lo que
proporcionaban las fuentes. El ideal del discurso, era entonces, que el cuerpo
se comportara como los modelos bíblicos y los ejemplos de santidad. Esto,
discursivamente, convertía a un cuerpo en “verdadero”, en la medida en que
imitaba un modelo.
46
Vicente Carducho, Diálogos de la pintura, pp. 152
47
La teoría de los tipos, desarrollada en la Alta Edad Media, se basaba en una premisa: en el
Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento está oculto; en el Nuevo, el Antiguo se revela.
Todo lo que aparecía en el primero era presagio de lo que acontecería en el otro, lo que se
denominó en la interpretación typos, es decir figura o forma. Pero todos los tipos tienen su
antitipo. La figura que originó la imagen estaba tomada de la acción de acuñar monedas, en la
cual el tipo correspondía a la imagen del cuño, mientras que el antitipo era la imagen del
cuño reproducido en materia moldeable; es decir, alegóricamente todo tipo del pasado tenía
su antitipo en el presente; o todo tipo del presente, su antitipo en el futuro. Henrich
Lausberg, Manual de retórica literaria, t.II, p. 288.
40
narraban historias compuesta por
ambos personajes. En la Degollación
de Santa Catalina (ilustración 3),
Vásquez narra una historia, cuyo
argumento central es el cuerpo
recién degollado de la santa (la
cabeza aun no se ha desprendido
completamente de su cuerpo). La
disposición de los argumentos son
resultado de la inventio previa a la
elaboración de la imagen, donde el
pintor presenta en primer plano a la
santa. El verdugo y quienes
contemplan la escena teatralizada,
sirven como argumentos para
41
los cuerpos encerraba significados variados, la historia se podía leer de varias
maneras: qué es la santidad, la disposición del cuerpo santo, el vicio de la
temeridad, etc. Además, este tipo de pinturas que retrataban imágenes un
tanto seculares, llenaban el vacío que había en la práctica pictórica
neogranadina de los siglos XVI y XVII en cuanto a la ausencia de imágenes
mitológicas, retratos y temas profanos, las cuales eran aproximadamente un
4% del total producido. 48
2.2.2 El exempla
Se ha mencionado un elemento central en la inventio, el hallazgo de
argumentos. Aunque habían muchos recursos, entre los que se contaba la
descripción (hipotiposis), el símil (similitudo), la comparación (comparatio),
entre otros, quiero llamar la atención sobre uno que fue muy importante en la
práctica de la pintura neogranadina, el exemplo (exempla). La cita de
Carducho antes empleada, hacia alusión a él porque se trataba de uno de los
recursos más importantes en la argumentación retórica del discurso visual. El
exempla se clasificaban como lugares comunes que eran tomados, en este
caso, de sucesos históricos de la cristiandad, ya fueran dogmáticos,
doctrinales o de la vida de santos.
48
Esta ausencia de temas profanos en la Nueva Granada resulta un tanto extraña, en
comparación con la producción pictórica en otras gobernaciones o virreinatos, en los cuales se
desarrollaron profusamente los temas mitológicos relacionados con los emblemas, igual que el
42
en dos ámbitos diferenciados. En primer lugar, lo que tenía que ver con el
aspecto exterior del cuerpo, como los gestos, los ideales de belleza, el sentido
de la desnudez, las valoraciones del cuerpo social, la aparición de nuevas
conciencias de cuerpos, como la niñez, entre otros.
retrato y otos temas profanos. Para ampliar, véase Santiago Sebastián, Barroco
iberoamericano. Mensaje iconográfico, p. 249-288
49
Roy Porter, Historia del cuerpo, pp. 260.
43
emplazaba la imagen dentro de la pintura, es decir, la técnica estaba al
servicio de reflejar las pasiones en el cuerpo. 50
Estas sugerencias para pintar el cuerpo respondían al primer ámbito del que se
ha hablado anteriormente, el aspecto exterior del cuerpo. Pero como toda
50
Vicente Carducho, Diálogos de la pintura, pp. 159-160.
51
Ibid, pp. 398.
44
relación corporal manifestaba acciones y afectos por accidente, de igual
manera se proponía la manera como se debía pintar los sentimientos, de
manera que los efectos persuasivos fueran mas evidentes. Al caso citado, se
podía completar con la forma de describir la crueldad, aspera es la crueldad
en los movimientos, y en el mirar, la frente sin gracia, arrugada, y partida en
medio, el modo ofensivo y suelto, violento, encendido. 52
52
Ibid, pp. 406
45
sujeto vestido de esta manera, sostiene un alfanje en su mano derecha,
representación muy común en los diversos talleres de la época. Su cuerpo
“narrado” refleja los antivalores frente a lo que significa el menudo cuerpo de
la santa. Retóricamente se trata de una figura de pensamiento llamada
comparación (comparatio), mediante la cual demostrativamente se pretendía
representar a cada uno de los personajes, encarnando el vicio y la virtud, por
comparación, resaltaba la virtud.
46
Hombre de malas costumbres Malignidad (vicio)
(vicio)
Homicida (vicio) Envidia (vicio)
El prudente (virtud) Fortaleza (virtud)
Necio (vicio) Devoción (virtud)
Insensato y rudo (vicio) Majestad (virtud)
Atrevido y temerario (vicio) Avaricia (vicio)
Los tímidos (virtud) Alegría (virtud)
Pusilánimes (vicio) Crueldad (vicio)
Mansos y piadosos (virtud) Ira y furia (vicio)
Lujuriosos (vicio) Deshonestidad (vicio)
Castos (virtud) Prudencia (virtud)
Desvergonzados y mentirosos (vicio) Hurto (vicio)
Vergonzosos y verdaderos (vicio) Honestidad (virtud)
Hombres de costumbres pésimas Temor (virtud)??
(vicio)
Ingeniosos (virtud) Locura (vicio)
Llanto (vicio) (virtud)
Risa (virtud) (vicio)
53
Véase el artículo de Patricia Magli, El rostro y el Alma, pp. 87-126.
47
Hércules, Venus, Cupido (un niño) y Baco. La propuesta de proporciones
complementaban la tipología de cuerpos, gestos y afectos, en la medida en
que las simetrías proporcionaban características morales: Adonis era idóneo
para representar nobleza, gravedad y juventud; Hércules, la fortaleza y la
persistencia; Venus, la virtud femenina; cupido, al niño Jesús y ciertos cuadros
angélicos y Baco, lo desproporcionado y vicioso.
54
Es importante mencionar que Fernando Rodríguez de la Flor denomina “tecnologías” a tres
formas de leer la imagen, en la medida en que modifican y adaptan el objeto, y lo hacen
susceptible de consumo. Las tres formas son típicamente barrocas. Fernando Rodríguez De La
Flor, ““Tecnologías” de la imagen en el siglo de oro: del arte de la memoria a la emblemática
(pasando por la “composición de lugar” ignaciana), pp. 180-181.
48
La interpretación de las formas de piedad que suscitaba la imagen, parte de la
pregunta a cerca de la función religiosa de la pintura religiosa. 55 Aunque
puede parecer paradójico, el problema es importante en la medida en que
permite observar la dinámica que se establece entre quien producía las
imágenes y lo que el observador comprendía por lo religioso al “leer” las
pinturas. Se trata pues de entender el mundo del lector de las imágenes, y no
solamente de quienes las producían. Esta situación implica observar la
dinámica que se establece entre las dos partes de la relación comunicativa,
pues aunque la labor del pintor estaba marcada por las reglas de producción,
también influían las indicaciones de quien encargaba. El carácter del encargo,
ya fuera por una cofradía, una orden religiosa, una devoción privada, o un
donante, permite ubicar al pintor dentro de un contexto de necesidades
piadosas, y a él como parte de esas necesidades. En este sentido, el pintor era
una “institución activa de visualización”, y más aun dentro del contexto de
una sociedad colonial como la neogranadina, en la cual, los pintores de oficio
eran escasos.
55
Esta formulación la hizo Baxandall con respecto a las funciones de la pintura en la Italia
humanista del siglo XV, en la medida en que permite ubicar las relaciones del pintor con su
entorno. Michael Baxandall, Pintura y vida cotidiana en el renacimiento, pp. 66
49
afectara el entendimiento y se tomaran decisiones, o en su lugar, impulsara a
tomar una acción. 56 Originalmente, la composición de lugar (compositio loci),
fue el método de espiritualidad que creó el fundador de la Compañía de Jesús,
Ignacio de Loyola. Pieza clave y elemento esencial en los Ejercicios
espirituales, desbordó sus espacios iniciales para convertirse en uno de los
elementos articuladores del barroco. 57 En palabras de Ignacio de Loyola
en la contemplación, o meditación visible, así como contemplar a
Christo nuestro señor, el cual es visible, la composición será ver
con la vista de la imaginación, el lugar corpóreo donde se haya la
cosa que quiero contemplar. Digo el lugar corpóreo, así como un
templo o monte. 58
56
Con respecto a estos problemas, véase Perla Chinchilla, Predicación jesuita en el siglo XVIII
novohispano “de la compositio loci a la república de las letras”, pp, 144-145.
57
La historiografía reciente ha rescatado el importante papel que desempeñó la Compañía de
Jesús, no solo como adalid de la Contrarreforma, sino también como elemento integrador de
la “primera modernidad” de América, y en este sentido, el aporte a la consolidación del
barroco como elemento de la modernidad. Sobre el problema véase a Bolívar Echeverría, La
modernidad de lo barroco, pp. 57-82.
58
Ignacio de Loyola, Ejercicios espirituales, pp. 169
59
Entre los teóricos de la historia del arte barroco existe acuerdo sobre la importancia de esta
técnica, la cual más que técnica, se convirtió en un modelo para pensar los temas que se iban
a representar. Véase por ejemplo a Fernando Rodríguez De La Flor, ““Tecnologías” de la
imagen en el siglo de oro: del arte de la memoria a la emblemática (pasando por la
“composición de lugar” ignaciana), pp. 183; Peter Burke, Visto y no visto. El uso de la imagen
como documento histórico, pp. 66; Diego Suárez Quevedo, “De imagen y reliquias sacras. Su
regulación en las constituciones sinodales postridentinas del arzobispado de Toledo”, pp. 258.
50
Quinto exercicio es meditación del infierno; contiene en sí, depuse de
la oración preparatoria y dos preámbulos, cincos punctos y un
coloquio.
1º. Preámbulo. El primer preámbulo composición, que es aquí ver con
la vista de la imaginación la longura, anchura y profundidad del
infierno.
2º. Preámbulo. El segundo, demandar lo que quiero: será aquí pedir
interno sentimiento de la pena que quiero padecen los dañados, para
que si el amor del señor eterno me olvidare por mis faltas, a lo menos
el temor de las penas me ayude para no venir en pecado.
1º.puncto. El primer puncto será ver con la vista de la imaginación los
grandes fuegos, y las ánimas como cuerpos ígneos.
2º. El 2º: oir con las orejas llantos, alaridos, voces, blasfemias contra
Christo nuestro señor y todos sus santos.
3º. El 3º: oler con el olfato humo, piedra azufre, setina y cosas
pútridas.
4º. El 4º: gustar con el gusto cosas amargas, así como lágrimas,
tristeza y el verme de la consciencia.
5º. El 5º.: tocar con el tacto, es a saber, cómo los fuegos tocan y
abrasan las ánimas. 60
Este texto es todo un programa de representación del cuerpo, porque no sólo
incorporaba la experiencia de los sentidos como un elemento en el que se
recreó sin cesar el barroco, sino que también escenificaba, teatralizaba, el
cuerpo en el mundo. Este principio, cuando se aplicó a la creación de
imágenes pictóricas, pretendía “mover las almas a lágrimas”, el mencionado
pathos. Se trataba de un elemento más que cerraba el contrato entre retórica
y las artes pictóricas barrocas postridentinas, prácticas controladas a partir de
los cinco sentidos corporales, en detrimento de los “sentidos interiores”. 61
60
Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, pp. 174-175.
51
Esta era toda una teología de los afectos, cuyo efecto en la representación de
imágenes pictóricas se sintió en el arte colonial, debido a la propagación de
esta espiritualidad por parte de los jesuitas, no por poco la comunidad
religiosa más influyente en la piedad colonial. Santiago Sebastián ubica la
composición de lugar como uno de los elementos más importantes en el
espacio de creación artística y en el proceso de fijación de imágenes. 62 En las
pintura neogranadina se puede advertir, debida la influencia de la Compañía,
la composición se nota en las representaciones del infierno, el purgatorio y en
las escenas de la pasión. Estos eran temas que muchas veces no estaban
reglamentados por los tratados, tampoco contaban con una iconografía muy
rígida -como sucedía con escenas de santos o aspectos dogmáticos-, y se
prestaban para las representaciones debido que contaban con una gran
devoción popular. La escena del Rosario y Purgatorio de Sepúlveda (ilustración
7), tenía los elementos icónicos tradicionales, pero al momento de fijar las
imágenes, la inventio, jugaba un papel importante en su distribución la
composición de lugar. Los sentidos se encontraban representados muy en el
entorno barroco, y sin duda lograba el pretendido efecto persuasivo.
61
Al respecto de la importancia de este elemento para la cultura oral barroco, véase a Perla
Chinchilla, op. cit., 113- 118; 126.
62
Santiago Sebastián, El barroco Iberoamericano. Mensaje iconográfico, pp. 352.
52
Estas condiciones que se
establecían alrededor de la
imagen a la manera de
“técnicas de representación”
hacían que estas obras
contuvieran dentro de su
cultura visual, un alto valor
didáctico y devocional. A partir
de estos principios, se pueden
establecer tres categorías que
permiten acercarnos a los tres
niveles desde los cuales se
podían leer las imágenes de los
cuerpos: una facultad
didáctica, otra catequética y
Ilustración 7 Sepúlveda - Rosario y una exegética. 63 Por medio de
purgatorio (c.460) la primera se enseñaban los
ideales de los
comportamientos; catequéticamente, los elementos que pertenecían a las
creencias de la iglesia; y exegéticamente, los modelos sobre los que se debía
articular las relaciones sociales, el cuerpo social.
63
Tres categorías tomadas de Montaner aunque para efectos de esta indagación se han
asumido de manera distinta, pues este trabajo no se basa solamente desde el método
iconográfico de Panopsky, sino que se ampliado con la teoría de la recepción estética de Hauss
53
XVIII, debe partir del intento por restituir el significado de lo que es “poseer”,
y aun más, “ver” imágenes. Se trataba, pues, de un orden cultural en el cual
la relación con la imagen tenía cierta condición de “extraordinaria”, en el
sentido en que debido a su relativa escasez no formaba parte de la cultura
visual cotidiana. El público tenía un cierto acceso restringido a las imágenes,
entre otras razones, porque se trataba de una sociedad que carecía de
imprenta, los libros circulaban restringidamente, las estampas se importaban y
eran frecuentemente controladas por la Iglesia. A esto hay que agregar que la
“lejanía” de la metrópoli y de los centros de comercio, hacía difícil la
circulación de estos bienes de consumo visual. Si bien es cierto que había una
proliferación de oratorios privados en las casas donde la imagen era parte del
mobiliario, estos no cubrían sino una parte de la población, es decir, no eran
objetos habituales para el hombre o mujer colonial. 64
Por esta razón, el contacto con la imagen se llevaba a cabo básicamente en los
espacios religiosos, como las iglesias y los oratorios. La imagen pictórica, como
se ha señalado anteriormente, era fundamentalmente religiosa, pues de este
modo, el discurso visual que trasmitía era igualmente religioso. A diferencia
de las imágenes que podían circular en los espacios cotidianos, generalmente
grabados en libros de oración, estampas devocionales, etc, el impacto que
podía causar visualmente las pinturas de iglesia, era, en palabras de los
teóricos, el “ornato”, es decir, composición, color, y demás elementos que
disponía el pintor por la inventio para persuadir hacia los sentimientos
piadosos. Esta ubicación de la relación de la sociedad con la imagen pictórica
se debe tener en cuenta porque contextualiza la importancia no sólo
simbólica, sino también el carácter de “novedad” que tenían las imágenes
dentro de la sociedad colonial.
y la teoría del lector de Iser, entre otros elementos. Emilia Montaner, Aspectos devocionales
en las imágenes del barroco, p. 10.
54
3.2 Impacto de la imagen
De esta manera, lo que “representaban” las imágenes estaba más allá de la
simple experiencia inmediata, formaban parte de lo que podría definirse como
lo “maravilloso” cotidiano, y desde este lugar, se puede percibir la
importancia del discurso sobre el cuerpo. La imagen obraba como
“representación” en la medida que alimentaba la imaginación, valga la
redundancia, creando imaginarios. Pruebas del impacto de la imagen se
encuentran en la escasa producción de textos literarios, poéticos, biográficos
y autobiográficos que se escribieron durante el siglo XVII y primera mitad del
XVIII. Los relatos de las visiones de las monjas, por ejemplo, contienen
abundante material de la manera como las apariciones de Cristo, la Virgen, los
ángeles o los santos, respondían a la iconografía visual que era habitual en su
época. En sus escritos autobiográficos, Josepha de Castillo relataba una de sus
visiones: contaba que le dio uno de sus usuales desmayos, entonces se
encontró en “una sala o zaguán de algún templo” donde vio a unos dominicos
cantando salmos, pero también “Otros muchachos de malísima figura, como
suelen pintar al enemigo, haciendo visajes y dando saltos, como que
contradecían aquella música”. 65 Otras veces, en sus relatos de visiones, las
pinturas marcaban su percepción del cuerpo:
64
Con respecto a los oratorios en Bogotá, durante los siglos XVII y XVIII, véase la
reconstrucción de sus inventarios y un estudio, en Pilar López, El oratorio, espacio doméstico
en la casa urbana en Santa Fe de Bogotá durante los siglos XVII y XVIII.
65
Josepha de Castillo, Su vida, contada por ella misma por mandato de su confesor, pp. 183-
184.
55
Cuando se pusieron a la vista de mi
alma unos niños, como suelen pintar
acá o vestir a los ángeles: bien vi ya
que no eran ángeles, sino niños, que
habían pasado pequeños a la
bienaventuranza (...). Aquellos niños
se pusieron a los ojos de mi alma y era
tal su hermosura y gracia, tal su aliño
que no cabe en palabras, ello confortó
mi corazón y lleno de alegría mi alma.
Ellos iban como incesando, vueltos a un
palio. Tenían representación de
cuerpos humanos, mas aquella carne
era como glorificada, transparente o
resplandeciente sin fastidio, mas de un
color tan agradable, blanco y puro.
Asimismo era la gracia y riqueza de sus
vestiduras y sus colores, que ni ellas ni
las flores de que estaban coronados, es
cosa que se ve en este mundo. 66
Ilustración 8 Anónimo - Ángel de la
guarda (c.336)
66
Ibid, pp. 184-185.
56
sobrenaturales que debían ser imitados. Casi como una composición pictórica,
Josepha pinta con sus palabras el color de la carne.
Otras veces, los textos biográficos no hacen alusión expresa a la relación entre
la pintura y su visión, pero se infieren por las profusas descripciones. Otra
monja del siglo XVII, Jerónima de Nava, tuvo la siguiente visión:
57
a la expansión de la formación de la idea moderna de la infancia. 68 Lo que es
interesante en este lugar, es esta relación con el cuerpo del infante a través
de las visiones. En los “Desposorios de Santa Catalina” de Vargas de Figueroa
(ilustración 9), se puede observar la manera como se corresponde la
descripción de la visión con la representación pictórica, la cual pertenece a la
misma época de Jerónima. Como lo observa Stoichita, en los escritos de los
místicos españoles del siglo XVI son comunes las referencias a la alteridad de
lo sagrado “a la ruptura ontológica entre el acá de la experiencia y el allá de
la visión” 69 . La mística neogranadina, hacia suyo el mismo problema, aunque
las soluciones pictóricas eran muy diferentes a las utilizadas en España en la
misma época. Estos impactos del discursos del cuerpo a través de la imagen no
eran únicos. También se puede mencionar la manera como en las
declaraciones de indígenas acusados por demonolatría, describían a Satanás
con imágenes tomadas de santos, y de igual manera, los esclavos acusados por
el santo oficio de la Inquisición por la misma práctica, describían al demonio
como subido en un “trono negro, muy suntuoso, y una figura debajo de él que
parecía obispo, porque tenía mitra y vestido de una vestidura larga y negra”. 70
67
Jerónima Nava y Saavedra, Autobiografía de una monja venerable, pp. 97.
68
Este tema se desarrollará en esta investigación en el siguiente capítulo.
69
Víctor Stoichita, El ojo místico. Pintura y visión religiosa en el siglo de oro español, pp.48.
70
Jaime Humberto Borja Gómez, Rastros y rostros del demonio en la Nueva Granada, pp. 214
-215.
58
voluntad del azar. A este carácter improvisado corresponde también la
relativa falta de claridad de la representación 71
71
Arnold Hauser, Historia social de la literatura y el arte. T. II, pp. 96
72
Véase el capítulo 2
59
porque estos forman parte del mundo de relaciones del cuerpo, son los
“escenarios”, la puesta en escena del cuerpo.
73
Giovanni Careri, el artista, pp. 364.
60
Ilustración 11. Vásquez- El hogar de Nazareth
(c.729)
74
Svetlana Alpers, El arte de describir. El arte holandés en el siglo XVII. Especialmente el
capítulo 3; Arnold Hauser, Historia social de la literatura y el arte. T. II, pp. 137.
61
3.5 Representar las imágenes de cristo y la virgen
Finalmente es importante mencionar que dentro del carácter sagrado de la
pintura, las representaciones del cuerpo que tenían una obvia sugerencia de
perfección eran los de Cristo y la Virgen. Los tratadistas recomendaban que
sus proporciones, color y movimiento, fueran representados de la mejor
manera, porque carecían de los efectos del pecado de los primeros padres, y
en consecuencia, del resto del género humano 75 . El pecado contenido en los
humores, distorsionaba el cuerpo, de modo que no existía, con estas dos
excepciones, expresiones perfectas de gestualidad o proporción. De nuevo,
para sustentar esta posición se regresaba al ya mencionado argumento de la
manera cómo la condición moral interior afectaba irremediablemente al
“cuerpo exterior”, así “no tendrá el mismo rostro, ni las mismas facciones,
colores y miembros, regularmente hablando, el que fue santo y piadoso, que
el que fue iniquo, cruel y tirano: no la doncella vergonzosa, como la meretriz
deshonesta” 76 . Este elemento proporciona un importante dato para el estudio
del cuerpo barroco, y para el caso particular el neogranadino, se trata de los
ideales de belleza.
75
Vicente Carducho, Diálogos de la pintura, pp. 182
76
Ibíd., pp. 183.
62
estas imágenes respetaban ciertas reglas barrocas con respecto a la
representación de estas dos imágenes: las vestiduras debían ser anchas, señal
de respeto, y los pies debían mantenerse ocultos (ilustración 14).
Ilustración 12 Anónimo -
Ilustración 13 Baltasar Ilustración 14 Anónimo
Divino Maestro con
Vargas Figueroa- El - Inmaculada con San
animales (118)
divino Maestro (224) Antonio y S. Francisco
(130)
La imagen y el cuerpo
Esta revolución de la imagen se produjo en el preciso momento en que se
comenzaba a ordenar el proceso de evangelización del Nuevo Mundo, el cual
había comenzado en el mismo momento de la conquista. Debido a ciertas
condiciones específicas del momento, la evangelización de la Nueva Granada
tuvo características diferentes con respecto al proceso que se adelantó en el
virreinato de Nueva España y del Perú. Entre ellas, se cuenta la ausencia de
culturas altamente organizadas, como el caso inca o mexica, que obligó a que
63
la evangelización fuera especialmente organizada, y para el efecto, la pintura
tuvo un especial desarrollo desde los primeros tiempos del siglo XVI 77 .
Igualmente, su constitución como virreinatos, centró un mayor interés en el
desarrollo de todos los espacios institucionales y culturales.
Los elementos que se han propuesto hasta este lugar, permiten ubicar qué era
pintar y los mecanismos aplicados en la Nueva Granada con respecto a la
representación del cuerpo. Muchos otros problemas, como el cuerpo en
reposo, el cuerpo extático, el cuerpo místico, el sagrado corazón, el cuerpo
castigado de los juicios finales y los purgatorios, la muerte, el cuerpo paciente
y el penitente, entre muchos otros, hablan del proceso de simbolización de la
experiencia cultural neogranadina desde el discurso, misma que lentamente
77
Véase por ejemplo, Constantino Reyes-Valerio, El pintor de conventos, Los murales del siglo
XVI en la Nueva España.
64
fue formando identidades de autorelación e intersubjetividad colonial. A
continuación veremos más detalladamente los problemas regionales y la
construcción simbólica del cuerpo a través del discurso visual.
78
Contexto a este proceso pictórico, Yobenj Chicangana, La imagen y el discurso en la obra
de Gregorio Vásquez de Arce y Cevallos. Lecturas de una historia social y cultural de la santa
fe del siglo XVII, pp. 8 ss.
65
Capítulo 2
66
pretensión de establecer o crear un “retrato” verídico de las situaciones
sociales. En segundo lugar, la producción de imágenes pintadas tenía como
intención narrar una idealización de los elementos representados, 80 en este
caso, de los tipos de cuerpos. Estas perspectivas marcan la diferencia entre la
representación de lo real y lo ideal, es decir, no se pueden buscar imágenes
“reales” en la producción pictórica y narrativa, sino representaciones ideales.
Ahora bien, si las narraciones visuales y discursivas no reflejaban la realidad,
pero se comportaban como idealizaciones, ¿qué es lo específico del discurso
neogranadino con respecto a los modelos corporales con los cuales se
pretendía ordenar el espacio social?.
Si se parte del principio que establece Baxandall según el cual “los mejores
cuadros expresan a menudo su cultura no directa sino complementariamente,
porque están pensados precisamente como complementos para servir las
necesidades públicas: el público no precisa lo que ya tiene”, 81 se puede lograr
un acercamiento al problema a partir de la consideración de qué fue lo que
primordialmente se pintó en el Nuevo Reino. Este aspecto es precisamente el
punto de partida de este capítulo. Los elementos propuestos hasta el
momento permiten ubicar qué era pintar y cuáles eran los mecanismos
empleados en la Nueva Granada. Pero el problema de utilizar los documentos
iconográficos no se agota en el intento de restituir la práctica a su horizonte
de producción. A partir de estas perspectivas surgen inquietudes como: desde
la pintura, ¿cuáles eran los modelos de corporeidad que se propusieron en la
Nueva Granada?, ¿cuáles eran los discursos de cuerpo y qué ideal de santidad
proponían?, ¿qué implicaciones tuvieron las pinturas en la piedad
neogranadina?, ¿los pintores fueron “institución activa de visualización”?. El
problema está confrontado desde los discursos narrativos, que guiados por la
retórica, también pretendían establecer las normas de comportamiento y los
79
Marco Tulio Cicerón, Primeras Academias, Lib. II, VII.
80
La idealización de la representación es un elemento característico en la práctica de la
pintura al menos hasta el siglo XIX. Al respecto, véase Peter Burke, Visto y no visto, pp. 146.
81
Michael Baxandall, Pintura y vida cotidiana en el renacimiento, pp.69.
67
modelos corporales, esto es el discurso de vicios y virtudes, pues finalmente,
detrás de la idea de moldear la cristiandad desde los comportamientos éticos
también se encontraba la necesidad de moldear las prácticas.
82
Santiago Sebastián, El barroco iberoamericano, mensaje iconográfico, pp. 351.
68
con los cuales la producción pictórica se aglutinó en nueve categorías :
ángeles, historias bíblicas del Antiguo Testamento, temas tomados de los
evangelios apócrifos 83 , cristología (vida de Jesús y pasión), representaciones
dogmáticas y teológicas, advocaciones y escenas marianas, Sagrada familia,
santos (agrupados inicialmente sin distinguir sus divisiones internas) y
finalmente, la pintura profana (retratos, escenas no religiosas, etc). 84 A partir
de esta división se obtuvieron los siguientes resultados con sus respectivos
porcentajes:
Temas y número de 7%
pinturas 2%
21%
Ángeles 72 4%
Ángeles
Antiguo 11% Antiguo Testamento
Apócrifos
Testamento 19 Cristológicos
1%
Apócrifos 42 Dogma Teología
4% Profanos
Cristológicos 115 Sagrada Familia
Dogma Teología 16 Santos
9% Virgen
Profanos 41
Sagrada Familia 96 41%
Santos 443
Virgen 228
Total 1072 Tabla 2 Distribución de temas iconográficos neogranadinos
83
Muchos de los temas apócrifos, aunque no pertenecen al canon de los evangelios, son
reconocidos por la tradición de la Iglesia. Entre ellos se cuentan los desposorios de José y
maría, el niño de la espina, temas relacionados con Santa Ana y Joaquín, historias de la
sagrada familia, los 3 reyes magos, etc.
84
En el anexo 1 se puede observar el conjunto de temas y número de imágenes que se
emplearon para la elaboración de este cuadro, el que además presenta un panorama de temas
y problemas de la pintura neogranadina.
69
vidas de santos ocupa el primer lugar con el 41% de la producción, seguido de
temas relacionados con la virgen (21%) y los cristológicos (11%). De la tabla, es
interesante anotar dos cosa, en primer lugar el alto porcentaje de
representaciones que ocupa la Sagrada Familia, lo cual proporciona índices del
ascenso del discurso de la conformación de la familia nuclear moderna; 85 y en
segundo lugar, la muy escasa producción pictórica de temas no religiosos,
profanos, ocupando un pequeño porcentaje (4%), escasa si se le compara con
la importancia de la pintura alegórica, retratos, escenas mitológicas y otros
temas en otras regiones de América colonial. En este sentido, se puede
establecer que en el siglo XVII y una parte del XVIII, la persuasión que
suscitaba la teología de los afectos giró fundamentalmente alrededor de la
vida de santos y mártires como modelos de vida, a partir de los cuales se
pueden establecer las representaciones del cuerpo.
85
Véase el capítulo 4.
70
Tema Iconografía No. pintura
86
Con respecto a la labor evangelizadora y a la historia de estas dos órdenes, puede verse
para su contexto, Luis Carlos , los franciscanos en Colombia; Pérez José Gómez, Provincia
Agustina de Nuestra señora de Gracia en Colombia, especialmente el tomo I y II.
71
cabo en 1668 y su canonización en 1672, ya hacia mediados de este siglo había
despertado una piedad en el Nuevo Reino. 87 De esta tabla también es
importante llamar la atención sobre el hecho de que tres de los doce temas,
estaban relacionados con el matrimonio (la sagrada familia, los desposorios de
José y María y la adoración de los pastores), lo cual, como ya se ha
mencionado, indica el ascenso de la doctrina tridentina y del imaginario de la
constitución del modelo de familia nuclear.
87
Acerca del impacto político, místico e iconográfico de Santa Rosa de Lima, véase el trabajo
de Ramón Mujica Pinilla, Rosa Limensis, capítulos 3 y 4.
88
Roy Porter, Historia del Cuerpo, pp. 265.
89
Santiago Senbastian, El barroco iberoamericano, mensaje iconográfico, pp. 218-220
72
representaban la lucha, la tenacidad y el sufrimiento, contra la incomprensión
de la que era objeto el cristianismo primitivo.
Sin embargo, este no fue el único núcleo de vidas ejemplares con los cuales se
trató el tema del sufrimiento: los otros santos que aparecen en el listado
estuvieron muy asociados con la experiencia mística en el cuerpo sufriente,
como fueron los estigmas de Francisco de Asís, los famosos castigos corporales
que se infringía santa Rosa de Lima, o las representaciones de San Francisco
Javier, que insistían en el carácter de su muerte. Habría que agregar la
diversidad de imágenes que circularon con respecto al Cristo de la pasión, las
cuales narraban estas modalidades del discurso del cuerpo sufriente, como se
verá más adelante.
73
Los elementos técnicos de la
pintura, o de “ornato” 90 ,
estaban dispuestos de manera
que contuvieran una serie de
valores corporales a partir de
los cuales se establecía el
discurso, porque de su buena
aplicación dependían las
actitudes o los movimientos de
las figuras. Pero también, junto
al ornato, la composición jugaba
un papel muy importante,
porque la equitativa distribución
de las imágenes permitía la
comunicación de la historia. El
Ilustración 15. Anónimo - san Juan
autor anónimo de San Juan
Nepomuceno (c.136)
Nepomuceno, cuenta la historia
de este santo (ilustración 15), por citar un ejemplo, a partir de la imagen
resaltada del cuerpo glorioso del santo sosteniendo su lengua en la mano
derecha, mientras aplasta al demonio, mientras a la izquierda del cuadro
aparece la escena de su muerte, al ser arrojado de un puente por no revelar el
secreto de la confesión. Desde la retórica, el cuadro funcionaba como una
oración, donde los cuerpos reemplazaban las cláusulas, los miembros a la frase
y los planos a las palabras. En este contexto, los temas eran muy importantes
y cuando se hace la revisión de las tipologías de composición y ornato en el
Nuevo Reino de Granada, los resultados proporcionan los elementos sobre los
cuales se establecieron tanto los mecanismos, las técnicas de representación,
y las ideas que creaban un discurso corporal. Para ejemplificar el problema
90
El barroco heredó el concepto de “ornato” que se había forjado en el renacimiento italiano,
sobre el concepto se puede ver a Michael Baxandall, Pintura y vida cotidiana en el
renacimiento, pp. 169.
74
neogranadino, se puede ver a continuación el panorama de subtemas (tabla 4)
de los santos neogranadinos.
Santas
Santos Mártires
4%
Apóstoles y padres de la
Iglesia
9% Santos fundadores
3% Santos
20%
12%
91
Véase Anexo 2
75
santos y santas en la piedad neogranadina?, pregunta que sigue de cerca la
relación entre piedad y discurso de las actitudes corporales. A continuación se
esbozará los problemas de la pintura de santos, para dar paso a continuación,
a la respuesta a este último problema.
92
Perla Chinchilla, Predicación jesuita en el siglo XVIII novohispano “de la compositio loci a la
república de las letras”, pp, 109.
76
documentos icónicos neogranadinos, confrontados con la producción
discursiva, dejan entrever que el tipo de misticismo que se desarrolló fue el
de aquellas corrientes más cercanas a una espiritualidad estática, en la que el
santo se representa inmóvil, aguardando el destino que Dios le depara. Cerca
de un 72% de las historias narradas en las pinturas, presentan santos en
condiciones místicas, cuerpos en reposo que no registran prácticamente
ninguna actividad.
77
reparte limosna a un mendigo (la donante, la madre Isabel de Jesús es un
agregado posterior); mientras tanto, la segunda ilustración es bastante común,
una visión, es la espiritualidad contemplativa. Para este segundo tipo de
mística, cuando no se utilizaba el tema de las visiones, se recurría a otros
argumentos, como el cuerpo en contemplación, el cuerpo arrobado o el cuerpo
estático, en gestos de oración.
78
los trajes, los gestos y las fisonomías trasmitían actitudes. Es por esta razón
que la pintura de santos, más allá de inducir a la piedad, también trasmitía un
“texto oculto”, en este caso unos tipos de misticismo muy definidos: los
brazos extendidos, símbolo de la apertura espiritual de Faustino de Padua
(ilustración 17); o la actitud gestual del cuerpo de Tomás de Villanueva ante el
mendigo. Finalmente, para la espiritualidad barroca, el cuerpo estaba
concebido como un espacio teatral, y como tal, tenía un aparato escénico y un
lugar de representación.
93
Vicente Carducho, Diálogos de la pintura, pp. 208.
94
Caroline Walker Bynum,, El cuerpo femenino y la práctica religiosa en la baja Edad Media,
pp. 191.
95
Pedro de Mercado, El cristiano virtuoso, Libro 8, p. 138 (para esta investigación se utilizó el
manuscrito 282 de la Biblioteca Nacional de Colombia, sin embargo, existe una edición
impresa en Madrid en 1673).
79
Desde esta perspectiva se identificaba a la mujer con la ruptura de límites,
con la ausencia de formas; en definición, era desbordada. El discurso partía de
la constitución del ser hombre, se proponían modelos de masculinidad,
corporeidades varonilizadas. A la mujer sólo le quedaba imitar estos modelos.
96
Vicente Carducho, Diálogos de la pintura, pp. 356.
97
Bolívar Echeverría, La modernidad de lo barroco, pp. 64.
80
2. LOS SANTOS PROTOTÍPICOS NEOGRANADINOS
Uno de los problemas que enfrentó el arte cristiano desde sus orígenes fue la
representación de lo abstracto, como las virtudes, pese a que la antigüedad
clásica ya había aportado posibilidades a través de la alegoría. La solución fue
encarnar lo abstracto, o lo irrepresentable, en aquellos individuos cuyas ideas
y valores representaban los ideales de comportamiento. 98 De esta manera,
iniciaban su carrera los modelos de santidad, los cuales se iban ajustando a las
necesidades de cada sociedad. La representación de imágenes de santos,
narrativas o pintadas, obedecía fundamentalmente a una serie de normas que
estaban reglamentadas por la iconografía -la cual otorgaba los respectivos
atributos, mediante los cuales se les podía identificar-, y por conocidos libros
que narraban las vidas de santos. Estas reglas y patrones hagiográficos, se
trasmitieron de generación en generación, conformándose como parte de la
tradición de la Iglesia.
Desde este entorno, los santos significaban más que devoción. Frente a un
complejo santoral cristiano, una sociedad específica como la neogranadina
había elegido un pequeño grupo de santos, en los cuales reflejaba los modelos
de comportamiento y los valores sociales. La importancia de estos santos
radicaba en que el cristiano, al asumir sus virtudes y sus vidas como
ejemplares, complementaba el proceso social de constituirse como sujeto. Lo
santos construían subjetividades a partir de constituirse modelos de imitación.
¿Cómo se llevó a cabo este proceso de identificación? ¿cuáles fueron los
modelos neogranadinos?. Este apartado pretende responder a estas preguntas.
98
Acerca del problema de las imágenes de los individuos, sus significados y las soluciones en
la representación, véase a Peter Burke, Visto y no visto, pp. 82-97.
81
Eliminado: a
99
Juan Interián de Ayala, El pintor cristiano y erudito o tratado de los errores que suelen
cometerse frecuentemente en pintar y esculpir las Imágenes sagradas, tomo II, pp. 226. Con
respecto a sus indicaciones sobre los santos véase especialmente los libros 5 al 8 y en
Francisco Pacheco, El arte de la Pintura, tercera parte, capítulo XIV.
82
acción: estar apasionado era dejar actuar a alguien: “El abandono estático de
los cuerpos de los santos barrocos representa el abandono de sus almas a la
acción de Cristo, que los místicos describen como una infusión luminosa o,
conforme al modelo eucarístico, como incorporación de la gracia”. 101 Este
problema se evidencia en un conjunto de santos de gran popularidad, como
San Francisco (ilustración 18), un ejemplo de este “abandono estático”, pero
también es el caso de Santo Domingo de Guzmán o San Agustín, que como se
ha visto, se representaron en gran cantidad (Tabla 3). Su popularidad era
resultado no sólo de la creciente importancia en el contexto neogranadino de
su respectivas órdenes, sino también de la constitución de cofradías, las cuales
también se reunieron alrededor de advocaciones a la virgen y figuras de
Cristo 102 . Estas instituciones, importantes en el proceso de evangelización,
acogían a un tipo de santo en razón de su profesión o gremio, pero también,
en relación a los valores que representaban estos santos.
100
Vicente Carducho, Diálogos de la pintura, pp. 334 y 356.
101
Giovanni Careri, El artista, pp. 355.
102
La importancia de las cofradías reside en la fuerza que representaron socialmente.
Agruparon personas dedicadas a un mismo oficio, lo que determinó la formación de gremios,
como sucedió con los sastres, plateros, carpinteros y herreros. Las cofradías participaban en la
construcción de iglesia, organización de fiestas civiles y religiosas y en diversas
organizaciones sociales. Marta Fajardo de Rueda, El arte colonial neogranadino, pp. 39.
103
Francisca Josepha de la Concepción, Su vida, escrita por ella misma por mandado de su
confesor, pp. 98.
83
definitivamente separados, el cuerpo significaba el alma. Josepha relacionaba
en su visión las partes del cuerpo con la sacralidad de los estigmas, lo sagrado
se incrustaba en la corporeidad. Pero también, las imágenes actuaban en su
imaginación contemplativa, la imagen se hacia “real”. Compárese el San
Francisco de Vásquez (ilustración 19), contemporáneo de Josepha, con otra de
sus visiones, en la que
describía su gestualidad: “porque estaba en su
hábito, cruzados los brazos y algo cubierto el
rostro, con grande compostura y modestia, y tal
amabilidad y gravedad, que con sólo su vista,
estando en sumo silencio, me hallaba con ánimo y
consuelo grande...” 104 . Nos acercamos entonces a
los modelos de cuerpos lacerados, como el llagado
de San Francisco, mediado por los valores de la
modestia, la amabilidad y la gravedad, entendida
esta última como compostura y circunspección.
Ilustración 19. Vásquez -
san Francisco (c. 569) Las imágenes de santos difundidas por el discurso
barroco neogranadino, centradas en la tradición cristiana, tomaron fuerza en
la medida en que reflejaban virtudes y expresaban el conjunto de valores
morales que debían moldear el orden social, además reflejaban una serie de
condiciones corporales, gestos y actitudes, por lo que, narrar afectos
implicaba crear un discurso de las valoraciones del cuerpo. Los santos se
comportaban como marcos de valoración del cuerpo, y a partir de ellos, se
elegían los valores específicos, como los mencionados anteriormente.
84
Nuevo Reino, comenzando con la más famosa de todas la recopilaciones
barrocas, el Flos Sanctorum del jesuita Pedro de Rivadeneira, de la cual se
105
conocen varios ejemplares en Bogotá, lo que favorecía el recurso a su
lectura. En la biografía que se escribió sobre Antonia de Cabañas, se comenta
que su recogimiento era tal que “se iba despertando en Doña Antonia el deseo
y afición de leer vidas de santos y libros espirituales; siendo sus intentos de
ser religiosa”. 106 Estos textos también reflejan los tipos de espiritualidad y de
qué manera estas vidas ejemplares se elevaron a la condición de modelos de
imitación. Las biografías barrocas estaban llenas de desarrollos
complementarios, citas eruditas y digresiones, pero a diferencia de las
antiguas y medievales, insistieron en los rasgos individuales, en las
descripciones psicológicas y en la condición del hombre de acción más que al
107
santo contemplativo, lo que favoreció sin duda este ascenso de la
conciencia de cuerpo.
104
Ibid. pp. 168-169.
105
Jaime Gutiérrez, La iconografía en las imágenes religiosas santafereñas, pp. 37. También,
a manera de ejemplo, a mediados del siglo XVIII, sólo en la biblioteca de la Universidad
Javeriana habían 42 libros de vidas de santos y mujeres venerables, muchos de los cuales son
los que aparecen en las representaciones pictóricas. El listado se puede ver en José del Rey
Fajardo, la biblioteca colonial de la Universidad Javeriana de Bogotá, pp. 505-515.
106
Vida ilustre en esclarecidos ejemplos de virtud de la modestísima y penitente virgen Doña
Antonia de Cabañas, (manuscrito), f. 20r.
107
Véase Antonio Rubial, La santidad controvertida, pp. 38-42; Julio Caro Baroja, Las formas
complejas de la vida religiosa (Siglos XVI y XVII), pp. 113-118.
85
3), sino que también de la gran cantidad de obras pictóricas que hacían
referencia al tema, como de las referencias narrativas y literarias. Sin
embargo, es importante tener en cuenta que a pesar de la experiencia
neogranadina, el culto a los mártires fue incentivado muy ampliamente por
Trento, de manera que se convirtió en un punto articulador de la piedad
barroca. De hecho, el mismo decreto que reglamentaba el uso de las
imágenes, nomativizaba el uso de las reliquias e insistía en que “instruyan
también a los fieles en que deben venerar los santos cuerpo de los santos
mártires”. 108 Esta insistencia se debía a que la veneración de mártires y sus
reliquias había sido blanco de los ataques de los reformados, especialmente de
Calvino.
108
Ignacio López de Ayala (traductor), El sacrosanto y ecuménico concilio de Trento, Sesión
XXV, Decreto sobre el purgatorio, pp. 449.
109
Un ejemplo de la fuerza que tomó este culto a los santos y sus reliquias, lo constituye el
mismo Felipe II, compulsivo coleccionista quien llegó a componer una lipsanoteca con 7422
reliquias. Con respecto a este culto por los mártires y sus reliquias, véase José Luis Bouza
Álvarez, Religiosidad contrareformista y cultura simbólica del barroco, pp. 23-55.
110
Con respecto a las biografías de santos, véase Julio Caro Baroja, Las formas complejas de
la vida religiosa (Siglos XVI y XVII), pp. 96-100. La circulación de la obra de Villegas también
se puede constatar por la existencia de varios ejemplares a mediados del siglo XVIII en la
Biblioteca de la Universidad Javeriana en ediciones de 1596 y 1609. José del Rey Fajardo, la
biblioteca colonial de la Universidad Javeriana de Bogotá, pp. 286, 464505-515.
86
fenómeno cultural más amplio de representación en el cual se articulaban
algunos elementos que hacían de éstos un prototipo de comportamiento
corporal. Para contestar la pregunta acerca de qué tipo de valores encarnaban
los mártires, es importante tener en cuenta lo que se mencionó en el capítulo
anterior con respecto a la inventio. A partir de la historia del mártir, el pintor
llevaba a cabo la composición de lugar, y entre las múltiples escenas, escogía
la que quería representar, y este es precisamente el espacio donde entraban
en juego los valores. Como ejemplo, se puede tomar una secuencia ejecutada
por un mismo pintor, Gregorio Vásquez sobre Santa Catalina de Alejandría
(ilustraciones 21, 22, 23).
87
rodeada de muchas historias, 111 a partir de las cuales Vásquez elabora su
representación, o composición de lugar, de esta manera: la mártir con sus
atributos en la obra titulada Santa Catalina (ilustración 20); la conocida
escena de las bodas místicas con el niño Jesús (Desposorios de Santa Catalina)
(ilustración 21); o el momento en que era juzgada (Juicio de Santa Catalina)
(ilustración 22). Sin embargo, a excepción de la primera imagen, estas son
representaciones aisladas, y de hecho casi son los únicos ejemplares sobre
estas escenas, porque la forma más tradicional de representarla en la Nueva
Granada era en el momento en que estaba sufriendo el martirio, de la manera
como se encuentran en la Ilustraciones 23 y 24, casi idénticas. En esta
secuencia de composiciones, reposa la búsqueda de los valores fundamentales
sobre los que se articulaba la representación del cuerpo, pues las escenas que
podían rodear a una mártir eran múltiples, pero desde el mismo momento en
que se llevaba a cabo una elección de escena, se implicaban los valores y los
tipos de cuerpo que se quería representar. La imagen más representada, eran
aquella donde jugaba un papel importante el pathos, el movimiento de los
sentidos, el momento mismo en que el cuerpo había sido sacrificado. De esta
manera se anunciaba la postura de abandono en Dios, y el valor del
sufrimiento como elemento esencial en la conformación del entorno social.
111
Véase por ejemplo, el anecdotario que trae uno de las principales recopilaciones de
historias de santos, Santiago de la Vorágine, La leyenda Dorada, tomo 2, pp. 765-774.
88
Ilustración 23. Anónimo - Degollación
Ilustración 24. Vásquez - Degollación
de Santa Catalina (c.900)
de Santa Catalina (c.640)
112
Nadia Tazi, Los cuerpos celestes: varias etapas en la vía hacia el paraíso, pp. 545.
89
hagan mártir de Dios estas penas que su paternal providencia me envía” y más
adelante puntualiza, “Dios mío yo acepto desde ahora la muerte [142v] con los
dolores y accidentes que me han de afligir. Ellos deseo que sean mis tiranos y
verdugos”. 113 Se trataba de asumir el cuerpo sufriente, y su causa exterior
como el verdugo. El cuerpo se embellecía en el martirio, un mecanismo para
perfeccionar lo imperfecto.
Este mismo autor sugería a los neogranadinos que especialmente había que
celebrar los días festivos de los mártires, aunque cualquier momento era
propicio para adquirir el mérito de mártires. En su tratado moral, exaltaba
esta imagen de los mártires, sus virtudes y sugería exponer las condiciones que
podían hacer mártir a una persona: “quiero ponerte aquí algunos para que los
imites y ensayes para mártir por si Dios te tiene escogido para el martirio”. 114
Todas sus referencias atendían a un solo problema, el deseo de morir como
gracia de Dios, para lo cual esbozaba los modelos de conducta más
representativos, entre los que sobresalía el cuerpo sacrificado, una actitud
modelada desde los valores del pudor y los escrúpulos. El problema se cifraba
en el control de las pasiones: “Qué dijera Santa Eufrasia, que quiso entregar
su cerviz a los sangrientos filos del alfanje, que contaminar su pureza?”, 115
recuerda Ribero. La mayor parte de estas mártires eran además los modelos
que llevaron continua guerra contra la rebeldía de la carne, mecanismo
mediante el cual aseguraban el cielo.
113
Pedro de Mercado, El cristiano virtuoso, f. 142r.
114
Ibid, f. 142v.
115
Juan de Ribero, El teatro de el Desengaño, pp. 77.
90
El pudor como virtud y la idea de
desnudez en el sentido de inocencia
estaban cerca de la representación de
los mártires. En los martirologios se
narran historias de como los ángeles
cubrían las partes “vergonzosas” en el
momento en que iban a ser
sacrificadas, o de cómo la castidad era
cubierta en el momento oportuno, lo
cual reflejaba una serie de valores con
respecto a la disponibilidad del cuerpo.
Este elemento, reflejar el pudor a
partir del pudor en las vestiduras,
estaba reglamentado: “Por lo que toca
a representar los tormentos de los
mártires, en ninguna manera puedo
aprobar, o permitir que se pinten
Ilustración 25. Vargas de Figueroa -
enteramente desnudos (...) quando
Martirio de Santa Bárbara (c.1022)
estan padeciendo los tormentos, o bien
cuando les llevan al suplicio, siempre se deben representar con algún lienzo, o
paño, tapando principalmente aquellas partes, que el mismo pudor, y la
naturaleza procuran encubrir”. 116 Y así lo ejecutaron los pintores
neogranadinos, sólo se insinuaba el valor del pudor, generalmente para un
sentimiento de pathos, como es el caso del martirio de Santa Bárbara de
Vargas de Figueroa (ilustración 25).
116
Juan Interian de Ayala, El pintor cristiano y erudito, Tomo 1, pp. 30; ver también sobre los
modelos de conducta y representaciones femeninas de Interian en Juan Monterroso Entre el
decoro y la conducta ejemplar. La figura femenina en el Pictor Christianus de Juan de Iterian
de Ayala, pp. 251.
91
aspirar a la muerte física, sino que esto también implicaba la renuncia a los
placeres que otorga el cuerpo, no rendirse a las pasiones, sostener la
capacidad de renunciar. No hay texto colonial que no haga alusión a esta
concepción, y siempre aluden al argumento de mártir que ha padecido y ha
optado 117 : el cuerpo quemado de San Lorenzo, el asaeteado de San Sebastián,
el penitente de San Jerónimo y San Francisco de Asís. Pero también el martirio
se extiende más allá de las fronteras de los mártires: se erige como modelos a
aquellos santos que se hicieron famosos por castigar su cuerpo, por imitar el
cuerpo lacerado de Cristo, esto es el cuerpo castigado de Ignacio de Loyola y
Francisco Javier, el místico de Santa Rosa de Lima.
Estos últimos modelos de santos abrían una última cuestión: “¿cómo uno podrá
ser mártir sin morir violentamente?”, se preguntaba Pedro de Mercado, pero
118
también se respondía “el mortificarse es un género de martirio”. De esta
manera, el modelo de cuerpo inspirado por los mártires se aseguraba en la
cotidianidad, vida que si bien no era sufrida, el cuerpo se debía hacerse
sufriente, siempre ajustado al estado al que se perteneciera. Ribero reconoce
tres estados, el religioso, el casado y el soltero, de hecho, cada libro de El
Teatro de El Desengaño, estaba dirigido a cada uno de estos estados,
insistiendo por supuesto en el perfecto, el religioso. Mercado apoyaba su
perspectiva cuando aseguraba que “religioso votos Pobreza, Castidad y
Obediencia, labran mártires como dicen algunos santos”, pero también
acercaba a este sufrimiento todo lo que infligiera sufrimiento al cuerpo, como
la peste, la muerte, al enfermedad, los dolores, los accidentes.
117
Véase por ejemplo, Juan de Ribero, El teatro de el Desengaño, pp. 77; Pedro de Mercado,
El cristiano virtuoso, f. 141v.
92
narración. Durante un viaje de peregrinación a la virgen de Chiquinquirá, a
Antonia “le cayó de la cabeza a las muelas una reuma con tan cruel dolor que
no la dejaba un instante de alivio, que doblando dolor a dolor y martirio a
martirio, le reventó la muela en la quijada”. 119 Esta situación le sirve al
escritor, con intenciones de hacer una hagiografía, para establecer una larga
reflexión acerca del sentido del dolor corporal y su extensa relación con el
martirio. En Sáchica encuentran un barbero -quienes tradicionalmente
ejercían la labor de cirugía-, y ante la única posibilidad , se encarga de
aliviarle el dolor. Con tan mala suerte que cada intento es fallido, y
experimentando nuevos métodos, el barbero lo único que causa es más
dolor:”Corriose de su mismo desacierto, el barbero en el romper la muela en
la quijada, tomó brío para nuevos desaciertos y aun para no usados martirios,
de los más sangrientos tiranos, que cuentan las historias que usaban con los
santos mártires”. Como cualquier virgen y mártir del cristianismo primitivo, el
dolor corporal es asumido con la paciencia necesaria, lo cual codificado en la
gestualidad se convierte en una imagen narrada: “En este último tormento por
más sensible lo estuvo tampoco Doña Antonia que levantando apacible los
ojos, como solía en sus mayores dolores al cielo, se medio se sonrió”. Los
“tormentos” se extienden a otras partes de la boca. Finalmente, el exempla
permite concluir en la virtud del buen cristiano, para quien el dolor corporal
es camino de salvación, “no sólo en este achaque tan penoso, sino también en
las enfermedades de más terribles dolores, se le notó; que las decía con tanta
frecuencia, que era cada vez que respiraba; como quien hallaba su vida solo
en pronunciar a su amado: y a la manera que cuando falta respiración
corporal; es apagarse el vivir; el vivir del amor de su esposo lo quería
declarar en el repetir de su nombre en cada respiración”.
118
Pedro de Mercado, El cristiano virtuoso, f. 141v.
119
Vida ilustre en esclarecidos ejemplos de virtud de la modestísima y penitente virgen Doña
Antonia de Cabañas, (manuscrito), f. 48r. Esta como las siguientes citas del caso, se toman del
largo exempla que ocupa los folios 47v. A 52v.
93
De fondo, la idea del modelo de cuerpo mártir estaba relacionada con la
misma doctrina que había hecho triunfar el purgatorio. El sufrimiento era una
experiencia dotada de unidad que afectaba cuerpo y alma, ambos constituían
un ser. Necesariamente el cuerpo alterado por un sufrimiento, indirecto o
infligido, también afectaba el alma como resultado del accidente. De esta
manera, el dolor del cuerpo era un mecanismo para el ascenso del espíritu. No
había una radical dicotomía entre cuerpo y alma, porque la visión beatífica se
desbordaba en forma natural en el cuerpo: el cuerpo era el lugar donde se
castigaba o se recompensaba.
120
La obra de Pedro de Solís y Valenzuela, Panegírico sagrado, en alabanza del serafín de las
soledades, San Bruno fue publicado en Lima en 1646, y una segunda edición en Madrid en
1647. Mientras tanto la Vida del glorissimo patriarca San Bruno, fue publicado en Madrid
94
Teatro de El Desengaño le dedica concluyentemente el último capítulo a San
Pablo, otro famoso ermitaño.
también en 1647. Con respecto a estas obras véase, Héctor Orjuela, El desierto prodigioso y el
prodigio del desierto” de Pedro de Solís y Valenzuela. Primera novela hispanoamericana,
pp.55.
121
Francisca Josepha de la Concepción, Su vida, pp. 59.
95
manera de experimentar el eremitismo, lo que a su vez posibilitaba que el
cuerpo se diera en solitario, pero formando parte de un cuerpo místico
eclesial que estaba representado en la experiencia comunitaria. Los relatos de
Josepha y Jerónima abundaban en narraciones que contaban las discordias
conventuales, y ellas, las víctimas de los enfrentamientos. En el retiro casi
desértico, la vida era una tragedia y el cuerpo habita esa tragedia que se
manifestaba en las múltiples posibilidades de inadaptación al entorno social y
conventual.
96
raíces. Finalmente todo su cuerpo era un original muerto y una
imagen viva del rigor y de la penitencia”. 122
122
Pedro de Solís y Valenzuela, El Desierto Prodigioso, tomo I, pp. 152-153.
97
el medio para perfeccionar la segunda, y todo acto corporal, repercute en el
alma:
“De muy poco servirá el estar encerrado en cuanto al cuerpo, sí el
alma anda vagueando por todo el mundo (...). De muy poco servirá el
estar encerrado en cuanto al cuerpo, sí el alma anda vagueando por
todo el mundo. Espíritu es Dios, y no cuerpo, y así soledad espiritual
pide, y no corporal, dice San Bernardo”. 123
Sin embargo, esta sugerencia se daba en el contexto del clero secular, aquel
cuyo trabajo de evangelización les ponía en constante contacto con los
seglares. A ellos les recomienda prudencia y el contacto mínimo, de manera
que no absorbieran los desórdenes que los caracterizaban. De su obra, el
núcleo más importante es el último capítulo dedicado a San Pablo, el primer
ermitaño, en la medida en que lo eleva a la condición del ejemplo de
comportamiento. Además de narrar acontecimientos de su vocación, centra
sus expectativas en el encuentro que sostuvo con otro famoso eremita, San
Antonio.
La lectura que hace de estos dos eremitas se codifica en dos elementos muy
barrocos que se han venido desarrollando: la muerte y el cuerpo abandonado.
Su insistencia se dirige hacia la demostración de la importancia de qué sucede
con quienes se abandonan en Dios: el cuerpo de San Pablo vivía prácticamente
desnudo, no tenían más habitación que una cueva, su alimento lo
proporcionaba la palma, a la hora del sueño reposaba sobre la tierra. En fin,
todo un catálogo de virtudes que se entrelazaban en relación a la necesidad
de perfeccionar lo imperfecto, virtudes que fundamentalmente estaban
relacionadas con la corporeidad. Desde la tradición medieval, la soledad de la
carne debía ser una necesidad, como bien la refiere Ribero, lo cual se
expresaba en los místicos como la tristeza del hombre al ver humillada una
123
Juan de Ribero, El teatro de El Desengaño, pp. 90.
98
124
parte de si mismo, como si viviera en la mala compañía de su propia carne.
La conclusión no podía ser diferente: “a este pobrecito desnudo le está
patente el paraíso y salen a recibirle en su muerte un ejército de ángeles y
santos y a vosotros cargados de oro, os tragará el infierno y saldrán a
recibiros en vuestra muerte ejércitos de demonios”. 125
124
Vito Fumagalli, Solicitudo carnis. El cuerpo en la Edad Media, pp. 11.
125
Juan de Ribero, El teatro de El Desengaño, pp. 375.
99
lentamente a lo público, a la construcción de sujetos dóciles que formaban el
cuerpo místico, el cuerpo social. La espiritualización del cuerpo sugería modos
de domesticar lo que por naturaleza era frágil y susceptible de corrupción. En
este contexto, la idealización del santo encontraba místicamente su lugar en
el entorno social: la vida santa posibilitaba la redención, porque el santo
representaba el espíritu inmortal, imperecedero y, especialmente, obediente.
126
Vito Fumagalli, Solicitudo carnis. El cuerpo en la Edad Media, pp. 55.
127
Antonio Rubial, La santidad controvertida, pp. 25-30.
100
salvaje, el idiota, el espiritual), que no logró sobrevivir más allá de ese mismo
siglo. 128 Para este mismo autor, se necesitan tres condiciones para que se
pudiera desarrollar la experiencia mística: la voluntad de comunicación con
Dios, la condición de ofrecer el yo como lugar de comunicación; y la
representación del contenido de la comunicación por el lenguaje. 129 En este
sentido, el lenguaje comportaba mecanismos narrativos para la trasmisión de
esa experiencia, que se trataba de evidenciar en todos los espacios de la vida
cotidiana.
128
Certeau justifica su desaparición al momento en que sus prácticas lograron ser
reinterpretadas desde otros conjuntos teóricos: “en el lugar ocupado por la mística no
quedaron sino depósitos de fenómenos psíquicos o somáticos dominados pronto por la
sicología o la patología”. Ver Michael de Certeau, La fábula mística, pp. 95.
129
Kathleen Myers, El discurso espiritual en la fundación del convento de la soledad: la
crónica de la madre María de San José (1656-1719), pp.131.
130
Pedro de Mercado, El cristiano virtuoso, f. 32.
101
Ilustración 27. Anónimo la visión de
Santa Gertrudis (c.440)
131
Véase capítulo 3.
102
suspenso el semblante, siempre el cuello torcido, o las manos
enclavijadas, también tendidos al suelo, o muy inclinado el
rostro casi hasta la tierra, los hombros encogidos, y otras
acciones según el efecto del devoto, que puede, o rogar, o
ofrecer, triste, alegre, o admirado, que todo cabe en la
devoción”. 132
3.1.1 La Santidad
Estos problemas tenían una clara dirección en la medida en que el barroco
asumió como proyecto que la aspiración de todo cristiano era la santidad
132
Vicente Carducho, Diálogos sobre la pintura, pp.
133
Caroline Walker Bynum,, El cuerpo femenino y la práctica religiosa en la baja Edad Media,
pp. 167. Esta autora también encuentra una mayor disposición de la cultura bajo medieval
para que la mujer estuviera más afecta a las cosas de la devoción. El ordenamiento social las
hacía más disponibles hacia el cuidado corporal de los jóvenes, enfermos y los muertos.
103
cotidiana, de tal manera que en algunos tratados se le consideraba como el
sexto grado de santidad 134 . En el Nuevo Reino, estas ideas estaban
plenamente fundamentadas en el discurso. Pedro de Mercado dedica todo un
capítulo de su obra a argumentar de qué manera todo cristiano debía llevar
una vida religiosa sin que entrara necesariamente a alguna orden. 135 El
discurso de la mística como experiencia cotidiana permitió crear uno de los
elementos característicos del barroco que se debía reflejar en las prácticas
externas de la piedad, un espiritualidad interior, lo cual requería del cuerpo.
Para de Certeau “en todos los casos que se trate de reformar una Iglesia, de
fundar una comunidad, de edificar una “vida” (espiritual) o de preparar(se)
un “cuerpo glorioso”, la producción de un cuerpo desempeña un papel
esencial en la mística”. 136 Precisamente este elemento aparece en las
narraciones en tanto lo que se formula como rechazo del cuerpo o del mundo,
se entendía como el elemento preliminar a partir del cual se daba la tarea de
ofrecer un cuerpo al espíritu, para encarnar el discurso espiritual.
Además, desempeñaban funciones litúrgicas asociadas con la maternidad y las nupcias. En esta
medida se identificaban con el prototipo de la virgen. Véase, pp. 176.
134
Julio Caro Baroja, Las formas complejas de la vida religiosa (Siglos XVI y XVII), pp. 100-104
135
Pedro de Mercado, El cristiano Virtuoso, capítulo 2.
136
Michael de Certeau, La fábula mística, pp. 98.
137
Vida ilustre en esclarecidos ejemplos de virtud de la modestísima y penitente virgen Doña
Antonia de Cabañas, (manuscrito), f. 68v.
104
vida de una laica, un discurso místico a través del cual buscaba trasmitir el
valor de la santidad. Los canales para la creación de la santidad como gran
imaginario de la piedad barroca, contó con la ayuda de varios mecanismos de
expansión, los jesuitas entre los más importantes 138 .
De acuerdo al modelo propuesto por santa Teresa de Jesús, y seguido por sus
contemporáneas, el llamado a la santidad se sentía en la infancia. Este modelo
tendía a reforzar la representación del cuerpo como un ente llamado a su
espiritualización desde los primeros momentos de la vida. Pero para que esto
fuera efectivo había que tener cierta disposición a aceptar y escudriñar los
símbolos que Dios colocaba en el camino, de lo que especialmente Josepha es
conciente como lo refleja en los primeros capítulos cuando narraba su
temprano discernimiento del pecado. De su infancia, se dolía por haberse
dejado tentar por los libros de comedia, cuya lectura le valía un castigo de
Dios. 139 A partir de estos primeros indicios, se conformaba un método para
alcanzar la santidad, lo cual permitía organizar las prácticas que definirían el
138
Bolívar Echeverría, La modernidad de lo barroco, pp. 74.
139
Francisca Josepha de la Concepción, Su vida, 64.
105
camino de la perfección, y de nuevo, todo comenzaba con el trabajo del
cuerpo: “Tuve siempre una grande y como natural inclinación al retiro y la
soledad; tanto, que, desde que me puedo acordar, siempre huía la
conversación y la compañía”. 140
140
Francisca Josepha de la Concepción, Su vida 60.
141
Francisca Josepha de la Concepción, Su vida,73.
142
Margo Glantz, El cuerpo monacal, pp. 195.
106
De esta manera, la comunicación con Dios se lograba sólo mediante una
práctica ascética, cuyo escenario era el cuerpo. Este era un camino barroco,
la búsqueda de la santidad a través del cuerpo, como cultivo de la mística en
una modalidad novedosa: la mística del cuerpo en el mundo, es decir, la
mística como experiencia sensorial y secular. Un rasgo de modernidad se
delineaba entonces en estos textos, la exagerada conciencia del cuerpo.
143
Ángela Inés Robledo, La escritura mística de la madre Castillo y el amor cortesano:
religiones de amor, pp. 383.
107
carne, el juicio final, es decir, con los acontecimientos escatológicos. 144 En
este sentido, y mientras el cuerpo tuviera su condición terrena, el ideal
cristiano era preparar lo escatológico a partir una serie de elementos que
permitían adelantar dicha experiencia. A esto obedecía los ideales de
misticismo y santidad que eran comunicados a través de los discursos visuales
y narrativos barrocos.
144
Sobre este contexto filosófico y teológico, véase Nadia Tazi, Los cuerpos celestes: varias
etapas en la vía hacia el paraíso, pp. 530-536.
145
Caroline Walker Bynum, El cuerpo femenino y la práctica religiosa en la baja Edad Media,
pp. 193.
146
Vida ilustre en esclarecidos ejemplos de virtud de la modestísima y penitente virgen Doña
Antonia de Cabañas, (manuscrito), f. 119.
108
penitencias exteriores-, que permitían que éste se relacionara con el
escenario donde estaba ubicado. Sin embargo, y antes de acceder a las
penitencias exteriores, el texto anterior sobre Cabañas proporciona un
elemento importante, el examen de conciencia.
109
por medio del rostro, manifestación del alma. Esta imagen de Gregorio
Vásquez revela la angustia frente a su pecado (ilustración 28).
Este fue uno de los grandes avances del siglo XVII con respecto a las relaciones
cuerpo-alma, pues se trataba de crear una serie de relaciones compartidas
entre las dos partes constitutivas de la condición terrena. 150 En este sentido,
las fronteras del cuerpo solían ser fluidas, y uno de los elementos que
permiten ver la relación que se establecían en relación a la articulación entre
el cuerpo y el alma, era la enfermedad, la mortificación y la penitencia. Se
trataba de tres vehículos distintos para establecer las armoniosas relaciones o
los procesos de purificación.
147
Jaime Gutiérrez, La iconografía en las imágenes religiosas santafereñas, pp. 37.
148
Véase ilustración 11 capítulo 3.
149
Juan de Ribero, El teatro de el Desengaño, pp. 66.
150
Para Porter, estas relaciones cuerpo-alma se presentan como una prerrogativa que trata de
explicar y reprimir el desorden. Desde esta perspectiva se debe entender el problema de las
posesiones y los procesos de brujería del siglo XVII; como también una cultura que relacionaba
no solo el cuerpo con el alma, sino ahora con la mente. Roy Porter, Historia del cuerpo, pp.
267.
110
3.2 Dominar y domar el cuerpo
La comunicación con Dios y la aspiración de la santidad implicaban una
preparación espiritual, cuyo primer paso era necesariamente la dominación
del cuerpo. Al “domesticarlo” no se trata solamente de castigarlo para
rechazar su condición material, por el temor, o para crear una ruptura con el
pecado que podía representar el cuerpo. Estas formas de castigo, más que
rechazo, implicaban una manera de perfeccionar lo imperfecto, de domesticar
lo que por naturaleza era pasional y salvaje. 151 Tanto los discursos visuales
como los narrativos aconsejaban la metodología de mortificar el cuerpo,
mecanismos que pretendían ejercitar la penitencia de una manera exterior,
pues la meditación, el arrepentimiento y el examen de conciencia por si
mismos eran insuficientes, pues estos elementos afectaban el alma, y para que
esta fuera perfecta, el cuerpo también debía recibir el sufrimiento necesario.
151
Michael Foucault, Historia de la sexualidad, pp. 2.
111
enfermo se constituía en la posibilidad del camino hacia muerte, y de allí, a la
resurrección. El problema no sólo era que se construía desde esta perspectiva
la idea de “resignación” frente al dolor, sino que la enfermedad se debía
constituir en un llamado para la perfección del cuerpo, en otras palabras era
un gesto del alma. La enfermedad como gesto implicaba que esta se debía
asumir como “la expresión física y exterior del alma interior”, 152 el lugar
desde donde se establecía la interrelación entre el cuerpo y el alma.
152
Jean-Claude Schmitt, La moral de los gestos, pp. 130.
153
Santa Teresa de Jesús, Libro de la vida, capítulos 2 al 5 especialmente.
154
Jerónima Nava y Saavedra, Autobiografía de una monja venerable, pp. 35.
112
A partir de este momento el cuerpo se convertía en teatro de vida, y como
habitáculo del alma, debía ser perfeccionado. La enfermedad se comporta
como una constante narrativa, un lugar común de argumentación en las
autobiografías de Josepha y Jerónima y en la biografía de Antonia Cabañas,
casi como un eje articulador que atraviesa sus vidas, al mejor estilo de Santa
Teresa de Jesús. La enfermedad era un instrumento, un beneficio
proporcionado por Dios para domar el cuerpo. En todas las etapas de sus vidas,
especialmente aquellas de oscuridad espiritual, sus cuerpos permanecían
enfermos como reflejo de las debilidades del alma. 155 Cuenta Jerónima que
“Luego que se conoció el gran peligro del achaque, habiendo
desahuciado todos los médicos y recibido, sin merecerlo, los santos
sacramentos, oí una voz en mi interior que me decía: “no morirás por
ahora, durará tu padecer por diez años, aunque no en todos será igual
el tormento”. Entendí que el santo Apóstol me negoseó este padecer,
conmutándome en él las terribles penas que me esperaban por mis
gravísimas culpas”. 156
Un cuerpo que buscaba santidad era un cuerpo lacerado que sólo sanaba en la
medida en que había tranquilidad y encuentro con Dios, pero como la
búsqueda era constante, el alma siempre permanecía atribulada. Esta
situación se explica por la todavía empleada tradición medieval que
justificaba que el cuerpo era fiel reflejo del alma, su epifanía.
155
Los significados de estos hechos de escritura y la relación con lo místico y confesional se
deben interpretar en el contexto de su producción, las alucinaciones sensoriales y la
integración de sus personalidades. Para un contexto general véase, Ángela Inés Robledo, Las
mujeres en la literatura colonial, pp. 36.
156
Jerónima Nava y Saavedra, Autobiografía de una monja venerable, 61.
113
cuerpo enfermó con intensos dolores en las manos y los pies, además de un
dolor en el corazón, los lugares de las llagas.
“Yo padecía gran trabajo en lo corporal, y espiritual; en lo espiritual,
porque me dio nuestro señor un modo de padecer que parecía me
ahogaba interiormente, y aquel modo de pena era sensible, de modo
que resultaba al cuerpo, principalmente los pies, las manos y el
corazón me dolían y atormentaban con un desasosiego y apretura, que
pasaba muy amargamente”. 157
La vida enferma desde la infancia, era un recurso para demostrar como ésta
era un regalo de Dios, enfermedad siempre ligada a un espacio de
sacralización. Jerónima, en sus visiones previas o posteriores a la enfermedad,
desarrollaba de manera similar un culto a las heridas, lo que evidenciaba
cuando narraba que en sus estados extáticos, Cristo se le aparecía
“mostrándome aquella franca y amorosa puerta de su costado me a metido en
su pecho, regalando y acariciando a esta serpiente como si fuera paloma;
dándome a beber la sangre de su mismo corazón...”. 158 La enfermedad se
presentaba como superación del espíritu, un encuentro místico que
narrativamente posibilitaba el perfeccionamiento del cuerpo.
157
Sor Francisca Josepha de la Concepción, Su vida, 126.
158
Jerónima Nava y Saavedra, Autobiografía de una monja venerable, 75.
114
enfermedad, entre las más
destacadas, Santa Rosa de Viterbo
(ilustración 29), San Antonio de
Padua, 159 San Francisco de Paula
(fundador de los mínimos o
franciscanos menores reformados).
La relación con el cuerpo enfermo
también partía desde la expectativa
del milagro como curación del
cuerpo, por cuya intercesión, las
vidas de santos eran ejemplares de
los beneficios que recibían quienes
habían soportado el dolor de la
enfermedad. Además, frente a la
ausencia de saberes médicos más
Ilustración 29. Vargas - Santa Rosa de
instituidos, el recurso a los santos
Viterbo
como curadores, tenía una larga
trayectoria en la cristiandad, pues desde la Baja Edad Media se combinó el
interés en los milagros con el poder curativo. Se trataba de los limites entre
cuerpo y alma, poder curativo y enfermedad.
159
Vale la pena anotar que este santo no es estrictamente taumaturgo, pero esta fue la
imagen que difundió la Contrarreforma, Santiago Sebastián, Barroco Iberoamericano, pp. 317.
115
mortificación, pues el consuelo a la enfermedad sólo se debía encontrar en
Dios. 160
160
Pedro de Mercado, El cristiano virtuoso, f. 150r.
161
Ignacio de Loyola. Obras, pp. 244.
116
Andaba llena de pavor y horror de mi misma, sin atreverme a alzar los
ojos a Dios, ni a su Santísima Madre, y en ella me faltaba el consuelo y
la vida. Consultaba continuamente a mi confesor, y ponía esfuerzo en
tomar los medios que me daba; mas yo conocía que el altísimo y
limpísimo Dios quería así humillar mi soberbia, y que me aborreciera a
mi misma, como a un costal de estiércol”. 162
162
Sor Francisca Josepha de la Concepción, Su vida, 144.
163
Margo Glantz, El cuerpo monacal, 201.
164
Sor Francisca Josepha de la Concepción, Su vida, 90.
165
Frank Graciano, Santa Rosa de Lima y el cuerpo sacrificial, pp. 196.
117
Las disciplinas de Antonia Cabañas “de continuo eran cada día; y muchas vezes
las doblava que fueran dos: tan dilatadas que ensangrentaba las paredes,
derramando con sus propias manos, con tres diferencias de instrumentos la
sangre por su querido Esposso, que con las mismas diferencias de azotes,
derramó la suya por manos agenas para redimir al genero humano”. 166
166
Vida ilustre en esclarecidos ejemplos de virtud de la modestísima y penitente virgen Doña
Antonia de Cabañas, (manuscrito), f. 142v.
118
En igual dimensión se encuentra
el problema para el espacio que
ocupaba la pintura como
discurso. La mortificación de la
carne se comunicaba a veces con
imágenes complejas y directas,
como la de Angelino Medoro que
mostraba a uno de los modelos
de vida penitente, María
Magdalena, lacerándose con una
cadena (ilustración 30). Este
discurso visual, se estructuraba
de manera sólida: el autocastigo
es tan sólo una manera de
perfección, lo que se aseguraba
Ilustración 30. Medoro - Maria Magdalena
narrativamente con el cristo
penitente
crucificado, el incensario, la
Biblia y la
calavera que están a su derecha. Mientras tanto, suena la música celestial,
aprobación a su penitencia. Estas persuasivas imágenes, no eran únicas.
Existían diversos métodos alegóricos para trasmitir el mismo mensaje desde
otras perspectivas, entre las que se encontraba el carácter simbólico de la
Circuncisión Del Señor, otro tema representado en la Nueva Granada. Bíblica y
teológicamente se comprendía como el acontecimiento que preanunciaba el
bautismo como acto de iniciación de la vida cristiana, pero la literatura
espiritual posterior a la patrística desarrolló una serie de reflexiones
encaminadas a suministrar puntos de meditación 167 . Alegóricamente, la
contemplación de la escena debía producir en el creyente una reacción capaz
de guiar comportamientos y modos de conducta, pues lo que significaba la
167
Véase el artículo de Emilia Montaner. La imagen mental: consideraciones en torno al tema
de la circuncisión.
119
escena era la idea de que la mutilación de la carne tenía correspondencias en
el espíritu, de modo que ambos actos corrían paralelos: los dolores físicos y los
esfuerzos destinados a luchar contra los vicios y las virtudes encarnados en el
cuerpo.
Otras veces tan sólo era necesario enunciar el santo sin hacer evidente la
escena de la flagelación. Es el caso de Rosa de Lima, una de las santas más
apreciadas y de gran impacto en la Nueva Granada. Iconográficamente se le
representaba con la corona de rosa, alegoría como su nombre, que indicaba la
paradoja de la belleza y las espinas, así, formaba parte de aquel jardín florido
que fue un tema especialmente barroco. Su vida fue famosa porque
acostumbraba a utilizar una cadena hasta que se formaba un charco a su
alrededor, o rotaba la corona de espinas alrededor de su cráneo para
maltratarse de manera uniforme. Ella, como casi todas quienes escribieron
sobre sus vidas, gustaban casi como un topos uniforme, hacer descripciones
que rallaban en lo grotesco, de los usos del cuerpo, narraciones que saltan con
facilidad en sus biografías. Un último ejemplo, tomado de la vida de Antonia
Cabañas, expresa esa sensación de extraña ternura que generaba los actos de
castigo, narrativamente exarcebados para atraer sentimientos de imitación:
“Meditaba en la cruz a su querido esposo y aunque en la postura dicha
le imitaba quiso hacerlo muy al vino el corazón que latiendo en los
pulsos de la mano la calentura que de su divino esposo la abrazaba
empezó fervorosa a descubrir el pecho; que no sufría el fuego divino
que en el estaba, el que tuviese ropa que lo abrigase y echando mano
de unas tijeras de costura dio con valor y soberano impulso sobre su
corazón cinco heridas cortándose en proporción en cinco partes la
carne que al corazón cubría y derramando por días copiosa sangre,
juntamente respiraba el amor que le abrazaba: sosegando al fervor de
tener juntas cinco llagas sobre el corazón en memoria de las que su
dulce esposo Jesús tenia repartidas en pie, manos y costado. ¡Qué
soberano impulso! ¡Que devoto aliento! Que intento tierno de
120
trasladar en si lo que en su amado meditaba fervoroso! Quedó al alma
bañada de dulzuras” 168
168
Vida ilustre en esclarecidos ejemplos de virtud de la modestísima y penitente virgen Doña
Antonia de Cabañas, (manuscrito), f. 97r
169
Juan de Ribero, El Teatro de El Desengaño, pp. 84.
121
Capítulo 3
170
Juana Inés de la Cruz, Obras escogidas, pp. 189.
122
Pintura y narración se encuentran en este
soneto de Sor Juana Inés de la Cruz, en el
cual procura desmentir los elogios que a
un retrato de la poetisa inscribió la
verdad, que llama pasión, según sus
propias palabras. En efecto, el pintor
Miguel Cabrera realizó un retrato de la
famosa monja (ilustración 31), a lo cual
ella reaccionó con este poema que
contiene una de las ideas más
ampliamente desarrolladas por el
barroco, el desengaño. En el soneto se
resume la experiencia de cuerpo y los
Ilustración 31 Cabrera - Sor Juana
engaños que representa la pintura, su
Inés de la Cruz
inventio y el ornato que la acompaña,
porque detrás de ella, la realidad es otra, es el alma, es la muerte. Los
sentidos engañan, y más especialmente, a través de aquello que se presenta
ante los ojos. Para esta cultura barroca, la realidad es una espesa red de
símbolos, un complejo teatro donde los sujetos se insertan a través de su
corporeidad. La única manera de sobrevivir en él es a través del desengaño,
es decir, ver lo que hay detrás de lo que se representa a los sentidos.
123
consumo visual, 171 como fue el caso de la “composición de lugar”, aportaron
elementos esenciales para que se lograran los efectos de desengaño. Al mismo
tiempo, desarrollaron elementos muy puntuales con respecto a las
articulaciones del cuerpo dentro del amplio panorama que ofrecía la
cristiandad. La imágenes narradas y pintadas “hablaban”, manifestaban un
discurso acerca de los sentidos y de los escenarios donde el cuerpo se
manifestaba.
Este aspecto fue tan importante para la mística contrareformada que para
desenmascarar la verdadera realidad, entre otros mecanismos, se tomó el
171
Véase el capítulo 1, numeral 3.
124
concepto de “la vista de la imaginación”, elaborado por San Ignacio de Loyola.
A partir de éste y para lograr la visualización de la nueva realidad a través de
las apariencias, se desarrollaron las “técnicas de representación”, las cuales
tuvieron mayor desenvolvimiento en la literatura, y por supuesto, en las artes.
Como se ha señalado anteriormente, la composición de lugar ejercía un papel
fundamental en cuanto que permitía el ejercicio de la imaginación, y a través
de ella, el creyente podía desengañarse.
172
Fernando R. De la Flor, Teatro de la memoria, pp. 81.
125
formaban parte de la espiritualidad y que gracias a la sensibilización que
establecían, ayudaron a conformar las imágenes sobre las que reposaban las
representaciones de la corporeidad. El biógrafo de Antonia Cabañas, dedicó un
capítulo completo a explicar cómo esta mujer llegó a los ejercicios
espirituales ignacianos, modelo de espiritualidad “porque son la fragua de
amor de Dios; espejo de desengaños; mina rica de aciertos; camino de la
gloria; medio con que innumerables almas han poblado la bienaventuranza.
Había oído D. Antonia el nombre de ejercicios, mas no, lo que en ellos se
aplicaba”. 173 La influencia de esta técnica de representación se encuentra
prácticamente en toda la producción discursiva neogranadina de los siglos XVII
y XVIII, y no solamente en aquellos textos producidos por conocidos jesuitas
como Pedro de Mercado, Antonio Julián, o Juan de Ribero, sino también en la
lírica de Hernando Domínguez Camargo, la novela y escritos de Pedro de Solís
y Valenzuela, o en las autobiografías de las clarisas Josepha de Castillo Y
Jerónima Nava, por mencionar algunos casos. 174
173
Vida ilustre en esclarecidos ejemplos de virtud de la modestísima y penitente virgen Doña
Antonia de Cabañas, (manuscrito), f. 35v - 35r.
174
Véase ejemplos de descripciones elaboradas desde esta técnica de representación: Juan de
Ribero, El teatro de el Desengaño, pp. 58; Francisca Josepha de la Concepción, Su vida,
escrita por ella misma por mandado de su confesor, pp. 265 ; Jerónima Nava y Saavedra,
Autobiografía de una monja venerable, pp. 73;Pedro de Solís y Valenzuela, El desierto
prodigioso y prodigio del desierto, tomo 2, pp. 76.
126
esperanza de salir de él cuando se cumpliese el año. Supongamos tam-
bién, que pusiese Dios a tu lado para tu consuelo un ángel que te
avisase con fidelidad los días y las horas y los meses que ibas cum-
pliendo y el tiempo que te restaba. Ya está encendido el horno, donde
te han de arrojar: ya prevenidos los candados para cerrar la puerta:
ya te llevan allá atado de pies y manos con cadenas de hierro y te
despojan del vestido: ya pones los ojos en las llamas y en las brasas de
fuego y en la estrechura del lugar: ya oyes los estallidos de la leña
que arde, y el pavoroso ruido de las chispas y llamas. Empiezas a
estremecerte y te cubres de horror y palidez mortal. Es llegada la
hora y te arrebatan los verdugos para arrojarte en él. Empiezas a
clamar entonces y a resistirte cuanto puedes con el natural espanto.
Arrójante por último dentro y cierran la puerta con candados y te ves
en el fuego. ¡Oh, Santo Dios, y qué ademanes tan desmedidos y
violentos los tuyos a la violencia del ardor! ¡Qué de vuelcos
arrebatados sin descansar un punto! ¡Qué de gritos y voces
desentonadas y rabiosas! ¡ Qué saltos como de víbora entre los tizones
y llamas! ¿ Qué harías entonces, ¡oh mancebo!, si te pusiesen así y
vieses en este horno?. 175
La imaginación trataba cada uno de los sentidos corporales en función de
asumir el castigo al cuerpo. La imagen narrativa se inicia enfatizando en el
tiempo, un año y nada más, y el ángel anunciador del tiempo es un argumento
que pone de manifiesto una extrema conciencia de la temporalidad, un rasgo
de modernidad. A continuación, cada objeto, cada descripción, busca poner
al lector en la escena. Se le interpela directamente, se introduce al lector en
la escena, “ya oyes los estallidos de la leña”, ve las llamas, siente el fuego,
huele los tizones. El narrador señala tan sólo las rutas de la reflexión, sugiere
los ademanes y la resistencia, invoca el espacio, y al final hace la pregunta
que propone la meditación.
175
Juan de Ribero, El teatro de el Desengaño, pp. 339.
127
Para medir el impacto de estas descripciones que se llevaban a cabo desde la
composición de lugar, es necesario indicar que el problema se plantea en dos
vías: por un lado quien “imagina” la escena como parte del proceso de
inventio -el pintor o el narrador-, por otro, quien contempla la escena -el
devoto-. No sólo era un ejercicio retórico que ejercía el emisor, sino que por
este medio “guiaba” las conciencias de los devotos para que aprendieran a
leer la imagen. Como técnica de representación, fue la base sobre la que se
estructuró el sermón, que como ya se ha mencionado, inundaba todos los
espacios de la cotidianidad. 176 Esta manera de producir y leer imágenes se
convirtió en un código compartido entre el emisor y el receptor. Además se
debe tener en cuenta que era usual que en la predicación que se llevaba a
cabo dentro de los recintos sagrados, se empleara la pintura para “ilustrar” el
sermón, lo que reforzaba esta enseñanza del cómo leer las imágenes.
176
Un contexto de la estructura del sermón y su impacto en el cristianismo colonial, en Perla
Chinchilla, Predicación jesuita en el siglo XVIII novohispano “de la compositio loci a la
república de las letras”, capítulo 3 y 4.
177
A cerca del método véase, Emilia Montaner, Aspectos devocionales en las imágenes del
barroco, pp. 33.
128
Ilustración 32. Vásquez - Juicio final (c.474)
129
El problema central con la composición era el intenso trabajo de
adiestramiento de los sentidos, un elemento claramente barroco, lo que por sí
mismo lograba la conciencia sobre el cuerpo. Junto a este entrenamiento,
alrededor del cuerpo se disponía la imaginación, el intelecto y el afecto. Estos
elementos preparaban al creyente para que en el momento de la recepción y
por medio de la conformación afectiva, lograra los efectos piadosos
requeridos, en la medida en que el espectador se identificaba en lo
representado o con los modelos que se le proponían. El lugar imaginado tenía
múltiples determinaciones, de manera que como parte constitutiva de los
ejercicios espirituales ignacianos, las imágenes no se daban por sí mismas, sino
que el ejercicio consistía precisamente en esto, quien contemplaba debía
producirlas, re-producirlas. Por esta razón, y para atraer la atención, los
éxtasis, las visitas celestiales, las experiencias místicas, los santos, se llevaban
a cabo en ambientes cotidianos, los cuales se abordan de una manera
pormenorizada, todos los objetos se presentaban de manera armoniosa con el
espacio de lo sagrado. Los datos se tomaban del mundo sensible, los cuerpos
se relacionaban con los códigos que eran conocidos, de manera que el devoto
pudiera observar con los “ojos de la imaginación”. Con este método, se
conformaba la cultura visual con la cual se pretendía desengañar, ver más allá
de lo que se representaba la imagen. Ver u oír una historia posibilitaba la
meditación, lo que incluía sensaciones olfativas y auditivas.
130
visible, que debía sugerir la meditación invisible. El cuerpo se alojaba
irremediablemente en esta experiencia de interiorización, cuya conciencia se
asumía a través de los sentidos. En palabras del mismo Loyola:
“la composición será ver con la vista imaginativa y considerar mi alma
ser encarcelada en este cuerpo corruptible y todo el compósito
(compuesto) en este valle, como desterrado entre brutos animales;
digo todo él compósito (compuesto) de ánima y cuerpo”. 178
El ideal del método era desalojar las viejas imágenes, hasta que se lograra la
contemplación sin imágenes. Un recurso que permitía aquella necesidad
neogranadina de espiritualizar el cuerpo, en la medida en que el devoto
asimilaba los modelos corporales que representaban las imágenes y a partir de
esto asumía las composiciones de su alma. También es interesante tener en
cuenta que para estos efectos de meditación y contemplación, se tenía en
cuenta la correspondencia de la imagen con el lugar físico que ocupaba -
capillas o lugares interiores- de modo que los efectos de luz ayudaran en el
proceso de componer la imagen.
178
Ignacio de Loyola, Ejercicios espirituales, pp. 40.
131
Ilustración 33. Anónimo - Bautismo de Cristo (c.869)
Esta línea es el detalle dramático a partir del cual se debe leer la historia, no
sólo el acto del bautismo por sí mismo. De hecho, el pintor incluye un
elemento a partir del cual se genera la retórica del cuerpo, el gesto de los
brazos cruzados, señal de aceptación. La función del pintor, debido al carácter
retórico de la pintura, era la amplificación 180 del argumento sobre el cual
quería dirigir la mirada, para lo cual empleaba la técnica, ya fuera el color, la
luz, el orden de las figuras, etc. Otro tanto hacía el narrador, quien “pintaba”
la escena con los colores del lenguaje. Las narraciones de Ribero
frecuentemente hacían alusión a esta idea de “pintar con vivos colores”
cuando hacía alusión a la descripción de alguna situación donde se involucra el
cuerpo, los vicios y las virtudes, el núcleo narrativo sobre el cual llamaba la
atención para su meditación. 181
179
Peter Burke, Visto y no visto, pp. 66.
180
Retóricamente se entiende por amplificación, la intensificación gradual y preconcebida de
la materia tratada, el eje sobre el cual se articula el discurso.
181
Véase por ejemplo el exempla de Martiniano, en Juan de Ribero, El teatro de el
Desengaño, pp. 313. también, esta idea de pintar con palabras en las páginas XXVI, 125, 133,
162 y 183.
132
de manera que por medio del apropiamiento, alcanzaba la contemplación de
Dios. 182 De allí la importancia que dio la política tridentina de la imagen a la
narración de historias sagradas lo más ajustadas a lo verídico, porque de su
elaboración dependía el “decoro moral” de la meditación.
182
Perla Chinchilla, Predicación jesuita en el siglo XVIII novohispano “de la compositio loci a
la república de las letras”, pp. 118 y siguientes.
183
Como ya se ha mencionado en el primer capítulo de este trabajo, el mundo se encontraba
reductible a la imagen, y para descubrirlo, además de la composición de lugar, habían otras
técnicas como las artes de la memoria, donde las palabras debían ir acompañadas de
imágenes. También, el discurso mnemotécnico y emblemático, estaban unidos por la
composición de lugar, de lo cual hay ejemplos en la Nueva Granada. Todas estas técnicas de
representación forman parte de la cultura de la imagen. De fondo, el problema se acerca a los
significados de la imagen simbólica. Véase Fernando R. De la Flor, “Tecnologías” de la imagen
en el siglo de oro: del arte de la memoria a la emblemática (pasando por la “composición de
lugar” ignaciana, pp. 183-185.
184
Giovanni Careri, El artista, pp. 355.
133
acerca de los vicios y mostrar las bondades de las virtudes. Un texto
interesante lo aporta Jerónima Nava, quien si bien no narra su composición,
menciona los efectos:
“Sucédeme en otro modo que tengo experimentado lo que diré; y esto
lo causa el grande amor y miedo que tengo de ser engañada, que, en
representándoseme alguna cosa (hablo siendo en la imaginación), no
espero a ver el fin de esto. Si a mi parecer cierro los ojos y procuro
repelerlo, sin más que recelarme si será bueno o malo: y esto me
parece a mi que será repugnar a la voluntad de Dios. Digo más. Que en
algunas cosas que me pasan (no hablo de las intelectuales sino de las
imaginarias), como sean algo oscuras, quedo con alguna duda de si
serán de Dios o si serán ilusorias; y esto me sucede aunque sean ellas
de principio a fin buenas”. 185
Aún en el ejercicio de la meditación, quedaba la duda acerca de que la
interiorización fuera de Dios. El temor al engaño podía asaltar hasta en los
momentos de contacto con lo sagrado, razón por la cual, el discernimiento
debía ser muy claro para separar las representaciones “intelectuales” de las
“imaginarias”. De hecho, esta condición del engaño, fue lo que llevó a que la
iglesia mantuviera una posición vigilante y muy prevenida frente a las “falsas”
visiones, los místicos aparentes o cualquier otra situación donde actuara el
engaño. 186
185
Jerónima Nava y Saavedra, Autobiografía de una monja venerable, pp. 56-57.
186
La inquisición juzgó muchos de estos casos. En general había una actitud prevenida frente a
estos textos biográficos y ante las falsas santidades. Un caso estudiado puede verse en Stacey
134
articulaba esta particular visión del mundo se encontraba en la desconfianza
frente a la red de valores con la cual se veía el mundo, un resultado del
incipiente proceso de secularización que avanzaba desde el siglo XVI y que sin
duda abarcó hasta la ilustración del XVIII.
La visión del mundo como engaño era una sensación colectiva, pues se tenía la
certeza que los hombres leían la naturaleza desde perspectivas falsas, un
mundo donde imperaban sentimientos de autosuficiencia y paulatino abandono
de las virtudes cristianas y del camino de Dios. Esta reinterpretación no
significaba una desconfianza en la naturaleza, sino lo contrario, confianza en
la creación. Pero había que desengañarse, es decir, ver con el “ojo interno”
para ver a través de las apariencias. Esta visión desencantada del mundo se
encausó hacia varios elementos que por sí mismos anunciaban la aparición de
una conciencia de modernidad, como la conciencia del paso del tiempo, el
cambio, la caducidad, y por supuesto, la conciencia de cuerpo. 187 En este
sentido, puede verse esta conciencia en la descripción del infierno de Ribero,
donde el tiempo es conciencia.
Schlau, “Yo no tengo necesidad que me lleven a la inquisición”: las ilusas Maria rita Vargas y
Maria Lucia Celis, pp. 183-192.
187
Perla Chinchilla, Predicación jesuita en el siglo XVIII novohispano “de la compositio loci a
la república de las letras”, pp. 55.
135
Desengaño, impresa póstumamente en 1739, es un claro ejemplo de esta
perspectiva. Llama a su obra teatro
“por la semejanza que tiene esta idea a los teatros, en donde
representan sus papeles los personajes, y en que se ven varias
transformaciones y figuras, ya de jardines, ya de bosques, ya de
tempestades, ya de mares en que hace el Desengaño el principal
papel”. 188
La vida es concibida como un gran teatro, por sí mismo engañoso. En este
escenario actual cuatro conceptos cobran cuerpo: experiencia, engaño (los
vicios), desengaño (las virtudes), y escarmiento (nombre que recibe el joven
personaje central). El texto insinúa otro problema, el principio del orden del
cuerpo social neogranadino, el cual está articulado desde la concepción de los
estados sobre los cuales se organiza el libro. El autor lo presenta en
perspectiva cuatripartita: clérigos, religioso, los casados y por último los
solteros. Para cada uno existe una representación de cuerpo a partir de los
vicios y virtudes más recurrentes, además de ubicarlos en el espacio que
ocupan en el orden del cuerpo místico social. La forma como se escalona la
experiencia del desengaño se ajusta a cada uno de estos y para cada uno había
un discurso particular.
188
Juan de Ribero, El teatro de el Desengaño, pp. 44.
136
Hame enseñado ésta, ser hijos del Engaño los vicios, y del Desengaño
las virtudes, con quienes vive el Escarmiento”. 189
La forma como se trasmitieron estos ideales a través de alegorías narrativas,
adquirió muchos matices retóricos, pues se empleaban desde los ejemplos
(exempla) hasta las descripciones (hipotiposis). Sin embargo, esta carga
simbólica para trasmitir aquello de lo que debía desengañarse, también utilizó
los símbolos, de los cuales el discurso visual también participó de manera muy
activa, especialmente cuando estos se relacionaban con los atributos de la
iconografía que formaba parte de la tradición de la Iglesia.
189
Juan de Ribero, El teatro de el Desengaño, pp. 51.
137
alma penitente; a su derecha, un clérigo y un ángel de la pasión. El mensaje
indicaba los estados posibles frente a la muerte, desde las posibilidades
escatológicas hasta la condición del cuerpo esperando la redención final.
138
Ilustración 35 Vásquez - La muerte de Santa Clara (c138)
San José (c530)
190
Pedro de Solís y Valenzuela, El desierto prodigioso y prodigio del desierto, tomo I, pp. 40.
139
Como en El Desierto prodigioso, las biografías y autobiografías, vuelven
recurrentemente sobre el mismo tópico. El problema es el mismo, la
contemplación de la muerte conduce inexorablemente al desengaño, es la
fuente de toda conversión. En la biografía de Antonia Cabañas, la muerte de
su hermana Juana y la de su padre la conducen hacia la conversión:
“quedando pues D. Antonia sin los cariños del hermana ya difunto; se
avivaban cada día mayores desengaños; y no pudiendo el hurtarse al
sentimiento; que la naturaleza con tales pérdidas permite, con regia al dolor
la razón”. 191 Este mismo texto aporta también otro importante elemento que
permite determinar la importancia del tema en la Nueva Granada, como fue la
circulación de un famoso tratado sobre los desengaños, la “Diferencia entre lo
temporal y lo eterno” de Juan Eusebio Nieremberg, del cual la biografía de
Cabañas da noticia que cayó en sus manos y fue uno de los motivos para su
cambio de vida. 192 Esta situación indicaba una amplia preocupación colonial
por el tema, no sólo a partir de los discursos visuales y narrativos, sino
también a través de las lecturas que circulaban.
191
Vida ilustre en esclarecidos ejemplos de virtud de la modestísima y penitente virgen Doña
Antonia de Cabañas, (manuscrito), f. 18r. Véase también todo el capítulo 5 y 6.
192
Vida ilustre en esclarecidos ejemplos de virtud de la modestísima y penitente virgen Doña
Antonia de Cabañas, (manuscrito), f. 22r. En la biblioteca de la Universidad Javeriana
colonial, reposaban a mediados del siglo XVIII, cerca de 16 obras de Nieremberg. Véase el
140
este proceso, los sentidos jugaban un importante papel, en la medida en que
eran los naturales instrumentos para percibir la realidad sensible, el mundo y
su naturaleza.
141
inmortificados y por eso los ungen a los fines de la vida con el santo
óleo”. 194
Para el discurso barroco, los sentidos eran la comunicación del cuerpo con el
exterior, casi como si fueran independientes, conducían el cuerpo hacia el
pecado. Por esta razón, el cuerpo por sí mismo no era malo, sólo un
instrumento al servicio de los sentidos, es decir, de las pasiones. Ahora, en la
misma medida en que existían mortificaciones para la carne por medio de los
cilicios, el azote y otras penitencias, como se ha visto en el capítulo anterior,
los sentidos requerían del mismo adiestramiento, de la misma domesticación,
de allí la necesidad de mortificar los sentidos.
194
Pedro de Mercado, El cristiano virtuoso, Libro 10, capítulo 7, f. 172v.
195
Georges Vigarello, El adiestramiento del cuerpo desde la edad de la caballería hasta la
urbanidad cortesana, pp. 149-151.
196
Véase de este autor, por ejemplo, el Enquiridión o manual del caballero cristiano.
142
Cuando Mercado establece las normas que deben regir el uso de los sentidos, y
la manera como estos deben ser sometidos, parte de una virtud, la templanza,
a partir de la cual estructura su discurso:
“Templado es el que se modera y refrena el apetito concupiscible en
las materias de los sentidos corporales del gusto y el tacto. En el
título de este capítulo pregunté que era el hombre templado y ahora
digo que sólo el templado es hombre porque el destemplado es un
bruto. ¿Por qué? Porque los dos sentidos del gusto y del tacto son
comunes a los hombres y a los brutos en que los hombres usan del
gusto y tacto con la medida del dictamen de la razón; pero los brutos
sin el modo, sin la moderación de la razón, sino según el impulso del
apetito”. 197
Al valor de la templanza, el acto que marcaba el carácter de la masculinidad,
como elemento particular sobre el cual se debía llevar a cabo la mortificación
de los sentidos, aparecía un aspecto más, los dos sentidos centrales en el
discurso eran el gusto y el tacto. Con el primero se refería a los placeres de la
comida y la bebida, pero con el segundo explícitamente se lo apuntaba a los
usos de la sexualidad. Desde esta perspectiva, la templanza por el gusto era
obligación de todos los cristianos, mientras que con respecto al tacto, la virtud
sólo la debían ejercer los casados, “porque los que no lo son deben tener más
que templanza pues están obligados a la castidad”. La insistencia en estos dos
sentidos, implicaba un elemento más, los otros tres se le supeditaban: “tengo
que reprimir los actos de los sentidos que incitan a los apetitos del gusto y
tacto como son el ver, el oír y el hablar cosas provocativas a mal”. 198 La boca
estaba relacionada con dos experiencias diferentes que podían conducir al
pecado, el gusto entendido como gula y la capacidad de hablar mal. Mientras
tanto, el sentido del olfato prácticamente no era tenido en cuenta, porque por
sí mismo no podía ser objeto de provocación.
197
Pedro de Mercado, El cristiano virtuoso, Libro 9, capítulo 1, f. 160r.
198
Pedro de Mercado, El cristiano virtuoso, Libro 9, capítulo 1, f. 160v.
143
El discurso narrativo granadino enfatizaba estos aspectos mediante una serie
de normas con las cuales se sugería cómo se debía llevar a cabo la
mortificación de los sentidos. Su importancia para el proceso de
espiritualización del cuerpo radicaba en que al dominio de los sentidos
correspondía el dominio de los afectos. De este modo, el texto de Pedro de
Mercado daba indicaciones precisas sobre la mortificación sensitiva, partiendo
del presupuesto de que “En las cosas que son deleitables al cuerpo he de
observar toda honestidad, toda decencia”. 199 Previamente y partiendo del
principio de la templanza y de la dependencia de los sentidos con respecto al
gusto y al tacto, establecía en su texto cinco virtudes esenciales para la vida
del cristiano, las cuales se pueden considerar elementos esenciales sobre las
que se construía el ideal neogranadino de cuerpo y sentidos. La estructura de
su propuesta de virtudes era la misma para los cinco casos: proponía y definía
la virtud, a continuación unas indicaciones de cómo conservarla en la vida
cotidiana, y posteriormente, narraba acerca de vidas ejemplares de santos o
personas virtuosas que habían conservado dicha virtud. La tabla 5 presenta el
catálogo propuesto por Mercado:
199
Pedro de Mercado, El cristiano virtuoso, Libro 9, capítulo 1, f. 160v.
144
en las bebidas.
Virginidad Especias de templanza que tocan al Tacto Un mal criado y
sentido del tacto. Entre éstas la una doncella
primera es la que espiritualiza las (crónica de San
carnes de los hombres y de las Francisco)
mujeres haciéndolos semejantes a Padre Antonio
los espíritus. Corderes sj
Castidad Castos son todos los que se Tacto Un hombre
abstienen de los deleites ilícitos de espiritual
la carne cuales son los que se San Buenaventura
tienen fuera del matrimonio. San Francisco de
Borja
Pudicia y La pudicia y vergüenza viene a ser o Tacto Doña Catalina de
vergüenza la misma castidad o tan de su parte Mendoza
que la ayuda mucha para su San Felipe Neri
conservación, y se vera por la P. Juan Sebastián
definición del púdico o vergonzoso Parricio
que es el que refrena la vista, la San Bernardino de
lengua y las manos para que no se Sena
ocupen en cosas vergonzosas cuales Padre Pedro Fabio
son las indiferentes y menos San Luis obispo
honestas que se oponen a la
castidad
200
Pedro de Mercado, El cristiano virtuoso, Libro 9, capítulo 1 al 5.
145
de estos dos espacios, de manera que las sugerencias que hacía para conservar
estas virtudes atacaban todo aquello que atentaba contra la templanza de
estas virtudes.
Para mantener la templanza del gusto, sus normas eran una mezcla de
consejos morales y modales de comportamiento, tales como “No he de comer
fuera de los tiempos ordenadamente acostumbrados” o “No he de comer con
mucha ansia ni con mucha prisa ni dejarme llevar del apetito”. 201 Las demás
normas se ajustaban a los preceptos que establecía la Iglesia, pero también en
una insistencia acerca de llevar una vida corta en cuanto a los placeres de la
mesa y la bebida, negando cualquier posibilidad de manjares o exigencias
especiales, pues cualquier cosa que condujera al deleite, desviaba la virtud.
Estas disposiciones estaban encaminadas a proporcionarle al cuerpo
estrictamente lo necesario, donde el objetivo esencial era disponerlo
suficientemente para las acciones del alma.
La templanza del tacto era más exigente. Implicaba una renuncia total a todos
los “deleites carnales”, aunque fueran lícitos en el espacio del matrimonio, lo
cual implicaba las acciones de los demás sentidos. Virginidad, castidad y
vergüenza, como virtudes que templaban el tacto, implicaban un
comportamiento social muy cuidadosos: evitar contactos, el recato, la
cautela, y hasta la desconfianza de sí mismo, debían ser las normas que regían
las relaciones sociales. Se trataba de la formación de una cultura de la
“ocultación del cuerpo”, casi bajo la expectativa de “retirar” el cuerpo del
entorno social y experimentarlo desde el modelo de la soledad, ideal sostenido
desde las imágenes de los padres del desierto.
Esta práctica incluía evitar el contacto de cualquier parte del cuerpo con otra
persona, a menos que se tratara de una curación, e incluso el contacto visual
consigo mismo. El contacto de los cuerpos, hacia fuera o personalmente, solo
146
era posible en caso de extrema necesidad. Para llevar a cabo estos ideales,
era necesario ejecutar algunas prácticas que afectaban directamente al
sentido del tacto, como las diferentes variaciones de la mortificación de la
carne, y en general, desechar cualquier tipo de ociosidad, de manera que la
permanente ocupación mantuviera los deleites carnales alejados, lo cual
incluía, por el peligro que representaba, las relaciones con otras personas, así
fueran del mismo sexo, a menos que se contara con la compañía de otra
persona.
Para Mercado, los sentidos se debían regir por la razón, pues como motor del
cuerpo, repugnaban a la ley divina. Por sí mismos se constituían en causa de
guerra consigo mismo, eran la fuente que quitaba la paz. 202 Para lograr la
anhelada domesticación, dedicaba un capítulo a sugerir ejercicios de
mortificación mediante los cuales se podía lograr el sometimiento, y esta era
una exhortación para todos los cristianos virtuosos: “Pues no hay sino que te
animes a mortificar tus sentidos que pondré aquí con el orden en que los
aprendiste cuando niño en la cartilla. Haz ahora los propósitos de
mortificación y ejecútalos en las oraciones que se te ofrecieren a
propósito”. 203
201
Pedro de Mercado, El cristiano virtuoso, Libro 9, capítulo 2, f. 161v.
202
Pedro de Mercado, El cristiano virtuoso, Libro 4, capítulo 9, f. 83v.
147
desagradables, por caridad oler los olores desagradables de los enfermos o
“Jamás he de admitir comodidad ninguna del cuerpo por el gusto ni por el
deleite que él siente sino por otros fines santos y siempre he de sentir que el
cuerpo reciba gusto aun en lo necesario”. 204
203
Pedro de Mercado, El cristiano virtuoso, Libro 9, capítulo 7, f. 172v.
148
tacto y el gusto, pero le interesaba en la medida en que tenía la potencia de
hablar. Para este caso, la recomendación era sencilla, el silencio. Las
disposiciones arraigaban en la necesidad del control de la palabra, con
recomendaciones basadas en la prudencia.
204
Pedro de Mercado, El cristiano virtuoso, Libro 9, capítulo 7, f. 176r. Este catálogo de
mortificaciones se encuentran a lo largo del capítulo siete.
205
Real Academia Española, Diccionario de Autoridades, tomo III, pp. 153.
206
Esto tiene que ver con el método básico del arte barroco. Bolívar Echeverría lo define como
aquel que “consiste en hundirse y salir del desasosiego agudo y fugaz, pero aomniabarcante,
que trae consigo aquella “vivencia” “. Bolívar Echeverría, la modernidad de lo barroco,
pp.216.
149
además de modificarlas por sus pasiones, afectos y mociones. 207 La pintura
trasmitía sentimientos y pasiones, expresados a través de los sentidos, de
manera que buscaba mover la devoción, la reverencia, el respeto y la piedad.
207
Véase Vicente Carducho, Diálogos de la pintura, pp. 165.
208
Véase capítulo 1, numeral 3.2 (ilustración 9).
209
Francisca Josepha de la Concepción, Su vida, escrita por ella misma por mandado de su
confesor, pp. 272.
150
El movimiento doble de la imagen narrada y la pictórica era “mover a
lagrimas”. La emergencia de la piedad barroca se establecía desde una función
pedagógica que se construía iconográfica y textualmente. Esta era la retórica
de los afectos, la que trataba de conmover y mover la devoción, lo que
atendía también a un discurso que impactaba los sentidos a través de la
emoción que provocaba la relación con lo sagrado. En esta misma perspectiva,
desde el discurso, la visualización de los conceptos debía impresionar los
sentidos de tal manera que llegara a la inducción de sensaciones olfativas y
auditivas.
210
Ejemplos de la forma como la imagen religiosa y devoción actúa en los sentidos puede
verse en david Freedberg, El poder de las imágenes, pp. 390-393.
211
Con respecto a las alegorías barrocas de los cinco sentidos y su importancia como tema de
la época, véase, Santiago Sebastián, Contrarreforma y barroco, pp. 30-36.
212
Para Gil Tovar, se trata de un bodegón a la manera flamenca, pero no entra en el análisis
de la obra. Los otros dos bodegones se perdieron en un incendio a finales de la década de los
40, lo que no permite la identificación de el conjunto de la obra. Francisco Gil Tovar, La obra
de Gregorio Vásquez, pp. 62.
151
Ilustración 38 Vásquez - Otoño (c. 582)
152
2.2 La autoconciencia de cuerpo
Desde la experiencia textual barroca, bajo los efectos de la conciencia de los
sentidos, se allanaba el camino para adquirir una mayor conciencia de cuerpo.
El problema se puede rastrear en las biografías y autobiografías de las monjas
neogranadinas, quienes mediante diversos mecanismos, trasmitían las
percepciones de su corporeidad. De estas, son notorias las experiencias
místicas que se desprenden de las visiones, raptos, suspensiones y deliquios,
momentos en los que revelaban su propia conciencia de situacionalidad.
Asumir la conciencia del cuerpo se iniciaba a través de la ya mencionada
conciencia de sus constantes enfermedades, actitud que las enfrentaba al
problema de cómo gobernar un “cuerpo muerto”. Este era el espacio donde se
confundían las penas del cuerpo con las de espíritu. Cuando Josepha de
Castillo estaba en situaciones de rapto místico, “hacia todas mis diligencias;
me clavaba alfileres en la boca y no los sentía, tiraba a arrancarme los
cabellos de la cabeza, y me quedaba con la mano pendiente y sumida en aquel
letargo...”. 214
Esta era la condición que les acercaba al objetivo final del modelo de santidad
elegido, la corporeidad aislada, modelo donde el cuerpo aspiraba a su
completa espiritualización. En este estado Josepha, según sus palabras, duró
14 años, número que en la tradición cristiana y retórica, representaba la doble
perfección. Estos arrojos místicos acontecían sólo cuando estaba
espiritualmente equilibrada, porque en los momentos de alma tribulada, estos
cesaban. 215
“Llegue a cobrarme a mi misma un horror tan grande, que me era grave
tormento el estar conmigo misma. Me falto del todo el sueño, y cada
instante se me hacia una eternidad. Pasaba las noches mirando y
213
Vicente Carducho, Diálogos de la pintura, pp. 342.
214
Sor Francisca Josepha de la Concepción, Su vida, pp. 157.
215
Sor Francisca Josepha de la Concepción, Su vida, pp. 159.
153
clamando a las imágenes de la Virgen Santísima, como el que lucha con
las angustias de la muerte, y cuando el gran trabajo de la noche se
había pasado, empezaba a temblar y estremecerme de nuevo de los
instantes y momentos del día. Tenía un horror a mi cuerpo, que cada
dedo de las manos me atormentaba fieramente, la ropa que traía
vestida, el aire y luz que miraba”. 216
Esta conciencia de cuerpo le permitía repetir constantemente en su narración
su condición: pobre, sola, despreciada y simple; esclava, vil e ignorante.
Cuerpo amorosamente arrojado a su propia miseria, muy de acuerdo al modelo
de santidad que habían elegido. Esta era una especie de muerte en vida,
muerte del cuerpo, para que el alma pudiera vivir. A los 20 días de su
nacimiento, Josepha contaba que tuvo su primera experiencia de muerte, con
lo que simbólicamente presentaba una marca que profetizaba su futuro,
estableciendo una imagen de cuerpo que representaba el tránsito, siempre
llamado para abandonar esta vida.
Pero también, uno de los aspectos más comunes en sus obras, son las visiones,
característica de la espiritualidad barroca. En su conjunto, la visiones estaban
ensambladas como un elemento típicamente retórico a la manera de un
exemplum con el cual se quería trasmitir una enseñanza. Las visiones ocurrían
por lo general, en momentos de oración intensa, por inspiración divina, una
luz que aclaraba algún momento de oscuridad de la fe. Fundamentalmente se
trataba de imágenes con características narrativas muy barrocas, pues de
fondo era una puesta en escena, una teatralidad del cuerpo que delimitaban
un campo de metáforas y una iconografía imaginaria que también se basaban
en los ejercicios de Ignacio de Loyola, especialmente en la composición de
lugar, y se reforzaba con la iconografía real.
Habían dos tipos de visiones. Por una parte, se encontraban aquellas cuya
estructura narrativa se presentaban como alegorías en las que las monjas
216
Sor Francisca Josepha de la Concepción, Su vida, pp. 163.
154
participaban. En los símbolos alegóricos, Dios se manifestaba para indicarles el
camino que debían seguir. Estas narraciones se inspiraban retóricamente en el
material discursivo o visual que tenían a su alcance:
“En otra ocasión, estando yo en una ocupación, sentí un impulso
interior que me llamaba a la soledad y retiro interior y fue tan
vehemente que hube de omitir lo que me divertía. Y fui donde me
llamaban, deseando hacer la voluntad de quien así me impelía; y,
habiéndome recogido, vi al Señor en un campo, frente a frente
conmigo. Tenía un arco en la mano y disparando una flecha al
corazón, caí. Y el ángel de mi guarda, con gran presteza y lástima, me
levantó”. 217
217
Jerónima Nava y Saavedra, Autobiografía de una monja venerable, pp. 65.
155
Ilustración 39 Zorro Useche - Extasis de Santa
Teresa (c.361)
sagrado, espacios donde se ejercían todos los sentidos, casi como un ejercicio
de desengaño. Jerónima Nava cuenta uno de estos casos:
“Parecía que se me derretía el corazón y que el alma se quería salir
del cuerpo para ir a su centro. Pregunté a mi señor qué quería hacer
de mí, y me parece que llegaba a la llaga de su costado en la cual
fuente me hizo beber... quise registrar con los ojos de mi alma su
amante y tiernísimo corazón, que es el imán con que siempre me
atrae a sí. Y a este deseo tuve por correspondencia, el mandarme
entrar dentro de él con estas palabras: dentra amiga mía, dentra
palomita, que mi corazón ha de ser el arca donde tu has de habitar,
para verte segura del diluvio de peligros que te asaltan. Dentra en
estos espacios y paséate ...”. 218
Todos los sentidos estaban en relación a la sacralidad: el tacto al entrar en el
corazón, el gusto al beber la sangre del costado, la vista de la contemplación,
el oído al escuchar las palabras de Cristo. Estas visiones funcionaban como una
218
Jerónima Nava y Saavedra, Autobiografía de una monja venerable, pp. 120.
156
especie de teatro portátil mental, cuyas acciones y personajes provenían de
un repertorio preestablecido por la preceptiva retórica que definía y daba
forma a estas narraciones. Además, dominadas por la metodología espiritual
ignaciana de la composición de lugar, era el elemento retórico que les
permitía colocar en un cuerpo, a la manera de teatralización, las angustias,
los valores, los dolores. Ignacio aconsejaba poner en marcha la imaginación
como apoyo de la meditación y las visiones eran parte de esta práctica que
bien conocían las autoras, porque sus directores y confesores, además de sus
lecturas, pertenecían a la Compañía.
157
predilección, al tiempo que acrecentaba la fama espiritual de quien las tenía.
Este era un recurso importante hacia la espiritualización del cuerpo y la
erotización de Dios, el amado esposo.
219
Sor Francisca Josepha de la Concepción, Su vida, pp.185.
220
Víctor Stoichita, El ojo místico. Pintura y visión religiosa en el siglo de oro español, pp. 169
ss
158
sistema de códigos, con significaciones concretas para el caso de la Nueva
Granada.
221
Sobre la importancia del gesto en la sociedad medieval, véase Paul Zumthor, La medida del
mundo. Representación del espacio en la Edad Media, pp. 38.
159
movimientos se definían culturalmente dentro de ese espacio. La gestualidad
generaba sentido y formalizaba sus efectos dentro de entornos sociales
concretos, revelando una experiencia sensorial del espacio. 222
222
Paul Zumthor, La medida del mundo. Representación del espacio en la Edad Media, pp. 19-
22.
223
Citado por Víctor Stoichita, El ojo místico. Pintura y visión religiosa en el siglo de oro
español, pp. 164.
160
En el Nuevo Reino se asumió el significado de los gestos como efectiva
manifestación del alma, lo que también se empleó para ensamblar el discurso
del cuerpo. En estos territorios, también se estableció una diferencia entre el
lenguaje gestual pasivo y activo, lo cual afectaba las prácticas devocionales.
Un ejemplo lo ofrece Pedro de Mercado en el Cristiano virtuoso, donde en
alguno de sus consejos dice “He de cuidar las arrugas en la frente y más en la
nariz, mostrando la serenidad del alma en la serenidad del rostro”. 224 Esta
gestualidad pasiva que se revelaba en el rostro, se complementaba con la
activa, los movimientos gestuales del cuerpo, las actitudes. La importancia de
estas actividades del alma, tenían como efecto el posibilitar que el cuerpo
actuara para que la divinidad se manifestara en el alma.
224
Pedro de Mercado, El cristiano virtuoso, Libro 10, capítulo 1, f. 185r.
225
Acerca de este contexto, véase a Jean Claude Schmitt, La moral de los gestos, pp. 131 -
132.
226
El cristianismo asumió las 4 virtudes romanas como propias, prudencia, justicia, fortaleza y
templanza, a las que san Jerónimo llamó “cardinales”, y les agregó las 3 “teologales” -fe,
esperanza y caridad- enunciadas por San Pablo de Tarso, lo que se constituyó en la base de la
teología moral cristiana.
227
Jean Claude Schmitt, La moral de los gestos, pp. 136.
161
“Modesto en lo corporal es el que tiene modo no sólo en el mirar de
los ojos sino también en el movimiento de los otros miembros del
cuerpo a fin de mirar por la decencia propia y a la de las personas que
miran las acciones corporales. Esta virtud la aconsejó San Agustín
cuando dijo: In omnibus motivus vestris nihil fiat quod cuius quam
ofendat aspectum. En todos vuestros movimientos corporales no haya
ninguno que pueda parecer mal a los que los miraren”. 228
El texto de Mercado apropia esta tradición al menos conceptualmente. Los
gestos, las actitudes y los comportamientos son aprendidos como experiencias
sociales, y son el resultado de aprendizajes y mimetismos intencionados,
voluntarios o inconscientes. Como se podrá notar en el texto anterior, el
hecho que se esté tomando una tradición clásica casi textualmente, también
inserta los gestos en el larga duración. Pero lo relevante es que a pesar de que
su definición provenga del mundo clásico o medieval, lo que los hace
específicos son ciertas formas de actividad corporal, un catálogo de gestos que
cada época escoge como propios aportándole significados precisos, como lo es
el caso de la interpretación de los gestos en el Nuevo Reino. En este sentido
hay que ver que son muchos los factores que afectan su reproducción o
mantenimiento, como los sistemas educativos y los esquemas que estructuran
ideologías y costumbres, como también los principios donde se establece los
códigos y normas.
228
Pedro de Mercado, El cristiano virtuoso, Libro 10, capítulo 1, f. 185r.
162
“No tengo de mover ligeramente la cabeza a un lado y a otro sino con
madureza y gravedad cuando fuere necesario. Y no siendo necesario
mover la cabeza la he de tener derecha con alguna inclinación hacía el
pecho y no al [185v] un lado ni al otro. (...) Las manos he de traer
decentemente quietas cuando no es necesario ocuparlas en algo. (...)
He de andar ni muy despacio ni muy deprisa sino es que haya cosa
urgente a lo contrario”. 229
Su preocupación por establecer los problemas relacionados con las
disposiciones del cuerpo se resuelve en doble vía. Por un lado está el propio
control de la corporeidad, la necesidad de crear cuerpos pacientes sobre los
cuales se cimentaba la construcción del estado colonial y la invención de
sujetos pasivos frente a las acciones estatales y culturales; pero por otro lado,
el discurso también tendía a la acción de agradar al que mira, de modo que el
ojo tenía una función fundamental.
229
Pedro de Mercado, El cristiano virtuoso, Libro 10, capítulo 1, f. 185v.
163
3.1.2 Los gestos activos: el cuerpo
El texto de Mercado como la mayor parte de las fuentes narrativas y pictóricas
neogranadinas intentaban presentar la dimensión escénica de los
comportamientos del cuerpo como si este fuera un espacio teatral al que
había que proporcionarle decoro y elegancia. Este no sólo era un
adiestramiento esteticista del cuerpo, sino que a través de la “belleza” de los
gestos se podía representar las condiciones del alma. Por esta razón, el
discurso establecía una especie de “pedagogía de la vigilancia” de los gestos
del cuerpo, de manera que estos se entendían como composturas sociales
atrapadas en las consideraciones morales. Entre la gestualidad activa que
proponía Mercado, marcaba algunas pautas del comportamiento social del
cuerpo:
“El estar asentado en algún lugar ha de ser con modo cortés y
modesto. (...) No he de estar solo sino acompañado cuando lo pide la
decencia. Porque es necesarios entender este acto, lo explico. La
mujer ha de procurar no estar sola cuando recibe visitas de hombres.
El religioso no ha de visitar ni andar solo (en cuanto pudiere) por las
calles. Y aún el seglar si quisiere ser modesto no ha de visitar mujeres
si no es acompañado por alguna persona de respeto”. 230
La rectitud manifestaba el proceso de conformación de un cuerpo social a
partir de un discurso que pretendía crear el imaginario de una corporeidad
controlada en sus modos. El principio partía de la idea de establecer un
dominio sobre las pasiones, lo cual se manifestaba a través de una actitud
corporal impasible que reflejaba la permanencia de actitudes tan medievales
como la mencionada prudencia de las acciones, pero también en el acto de
portar ciertas indumentarias, en la gravedad de los gestos, en el repudio a los
andares severos, etc. Este elemento era propio del discurso neogranadino en
230
Pedro de Mercado, El cristiano virtuoso, Libro 10, capítulo 1, f. 185v.
164
la medida en que contradecía la normas de elegancia y urbanidad que en
aquel mismo siglo XVII estaban en boga en Europa. 231
231
Acerca del contexto de los códigos de elegancia, véase Georges Vigarello, El
adiestramiento del cuerpo desde la edad de la caballería hasta la urbanidad cortesana, pp.
176.
232
Maria Dolores Bravo Arriaga, El “costumbrero” del convento de Jesús Maria en México o del
lenguaje ritual, pp. 166.
165
Pero el problema no se agotaba en las
narraciones. El discurso visual
neogranadino también desarrolló un
culto al gesto, aún más solemne en la
medida en que reflejaba la
participación de la gestualidad en las
ceremonias y en la piedad. De hecho
complementaba la extrema ritualidad
del cuerpo que se evidenciaba en las
celebraciones litúrgicas, el espacio
privilegiado donde el gesto adquiría
todo el sentido de teatralidad. Las
genuflexiones, las reverencias, las
postraciones eran parte de los códigos
que trataban de regular la corporeidad
Ilustración 40. Baltasar - Misa de San para disciplinarla, lo que se
Gregorio (c.323) manifestaba en la cotidianidad, una
cotidianidad intima y cargada de simbolismos. La Misa de San Gregorio de
Baltasar Vargas (ilustración 41) refleja esta complejidad de símbolos gestuales
que relacionaban el acto litúrgico y lo que representaba la pintura. Los
cuerpos en genuflexión ante el milagro de lo sagrado, el Cristo que cobra vida
ante el fervor del san Gregorio, la mano en el pecho como acto de adoración,
o los brazos extendidos del Cristo y el oficiante como entrega y aceptación,
estaban acompañados de una distribución teatral en donde la dirección de las
miradas jugaba un papel importante. La escena superior, las almas del
purgatorio, complementaban las gestualidades del cuerpo a la manera de
imploración o salvación. Cada gesto estaba acompañado de una acción
plenamente significativa.
166
reconocen que el pintor que dio una importancia significativa a los gestos en la
pintura fue Alberti, quien en su tratado renacentista afirmaba que “los
movimientos del alma son reconocidos por medio de los movimientos del
cuerpo...hay movimientos del alma, llamados afecciones: dolor, alegría,
temor, deseo y otros. Hay movimientos del cuerpo: crecer, encogerse,
quejarse, mejorarse, moverse de un lugar a otro”. 233 La mística
contrareformada dio aún más importancia a esta expresión, lo cual aparecía
frecuentemente en las normas que se estipulaban para su representación.
En este punto entraba la idea del “desengaño”. La duda sobre la verdad que se
revelaba en las apariencias, se debía manifestar a través del color y los gestos
del cuerpo en el espacio. La labor del pintor, era mostrar el desengaño
proporcionando las herramientas de “ornato” para que el espectador viera
más allá de estos accidentes, por que estos
“mudan y alteran aquel mismo color, según la pasión, y moción
interior, o movimiento exterior, encendiéndose, o perdiendo el color,
ya blanquecino, y ya verdinegro, según la calidad de la causa, y del
humor, inquietando por ella; cólera, flema, sangre o melancolía.
Asimismo, se alteran las formas en mayor, o en menor, y más o menos
233
Víctor Stoichita, El ojo místico. Pintura y visión religiosa en el siglo de oro español, pp.
153; Michael Baxandall, Pintura y vida cotidiana en el renacimiento, pp. 82.
167
dilatadas; porque la admiración, espanto y afirmación, dilatan y
abren, según la acelerada acción de aquel que la hace” 234
Esta retórica del cuerpo, se traducía en una retórica de los gestos, organizados
a partir de los elementos que la tradición medieval había esbozado en relación
a la teoría de los humores, y estos en función de despertar una actividad
sensitiva frente a la imagen dependiendo de la causa, es decir, de lo que se
quería desengañar. Los gestos se clasificaban de acuerdo a la vieja tradición:
coléricos, flemáticos, sanguíneos o melancólicos.
234
Vicente Carducho, Diálogos de la pintura. Su defensa, origen, esencia, definición, modos y
diferencias, pp. 160
235
Vito Fumagalli, Solicitudo carnis, pp.72.
236
Patricia Magli, El rostro y el alma, pp. 89.
168
suerte que no sea con cachinos ni demasiada ni frecuente sino a sus
tiempos. 237
Los esquemas visuales y narrativos sobre los cuales se integraban la
gestualidad del rostro estaban en relación a los códigos que el sujeto tenía con
la cultura que los producía, de modo que comunicaban no lo que nosotros
sabemos sobre ellos sino un espacio más complejo. En este sentido, la pintura
y las narraciones reflejaban un simbolismo moral y sentimental por ejemplo
con respecto al color en relación al rostro, como se ha mencionado
anteriormente con respecto a la Misa de San Gregorio (ilustración 41), en la
cual la tonalidad roja resultado del fuego eterno, es un elemento de ornato
para establecer las diferenciaciones con respecto a los que, arrodillados,
adoran el milagro del Cristo.
237
Pedro de Mercado, El cristiano virtuoso, Libro 10, capítulo 1, f. 185v.
169
que le había dado Cristo como piedra angular de la Iglesia. El rostro, la llave y
la mano, abren un dialogo sobre la traición a la confianza depositada, espacio
donde el arrepentimiento es legítimo. Los rostros se convierten en espejos del
alma.
Así como había movimientos del alma como llorar, alegrarse, temer o desear,
así también los había del cuerpo, como crecer, encogerse o moverse. La idea
era que el pintor pudiera representar los unos en los otros. El catálogo de los
gestos como movimientos del alma era muy amplio, pero algunos eran más
comunes en algunas de las temáticas típicamente barrocas, como los cuadros
de visiones. En la Nueva Granada esta temática generalmente representó la
sorpresa, la ceguedad, la adoración . Muchas veces estos gestos no eran
expresivos, en el sentido que surgían de una experiencia física, sino que eran
manifestación de la comunicación entre lo sagrado que se revela y el
vidente. 239 En este sentido hay que atender a las condiciones en las que se
podía dar un contacto físico entre el vidente y la revelación.
Por otra parte, hay que atender desde la tradición cristiana, a ciertos rostros
en particular, especialmente a los rostros de Cristo. Las referencias al rostro
238
Maria Merced Virginia Sanz, La teoría española de la pintura en los siglos XVI y XVII, pp.
113.
170
de Cristo manifestaban la Iglesia y su poder, era la imagen de la iglesia
triunfante. Había toda una teología del rostro, entendiendo por esto una
doctrina estratégica que combinaba la mirada e imponía una visión. 240
239
Víctor Stoichita, El ojo místico. Pintura y visión religiosa en el siglo de oro español, pp. 33.
240
Marie-José Baudinet, Rostro de Cristo, forma de la Iglesia, pp. 153-157.
241
Paul Zumthor, La medida del mundo. Representación del espacio en la Edad Media, pp. 39.
242
Véase capítulo 1, numeral 2.2.
243
José Andrés-Gallego, El predicador, pp. 189-90.
171
3.2.1 El cuerpo expresado
Para analizar el sentido de los gestos también hay que observar dos
problemas: en primer lugar se debe tener en cuenta que desde la Edad Media
había una clara diferencia entre gesto y gesticulación. La Tradición católica,
había propuesto que la oración, la meditación y la contemplación se llevaban
a cabo regularmente en relación a un conjunto de actitudes expresivas del
cuerpo, lo cual se denomina gesticulación, la cual muchas veces era censurada
por los abusos que se cometían en su ejecución. A partir de la Contrarreforma
fueron más matizadas, más controladas, en la medida en que solo bastaba el
gesto para expresar los movimientos del alma. 244 El segundo problema que hay
que observar, es que los gestos no son una razón individual, es decir, no se dan
fuera de un conjunto de significaciones.
Los gestos siempre están relacionados con algo o alguien que provoca la
expresión, incluso, es importante observar la interacción de las figuras como
espacio donde se relacionan los cuerpos y la gestualidad, lo que Baxandall
llama “formas de agrupar”, 245 relacionado básicamente con el teatro y las
formas de representación. En este sentido, técnicamente el discurso visual
hacía uso de las disposiciones del decoro, las cuales empleaba como normas
para centrar la gesticulación.
244
Víctor Stoichita, El ojo místico. Pintura y visión religiosa en el siglo de oro español, pp.
152.
245
Este autor ha desarrollado algunas técnicas de interpretación de los códigos de significación
de los gestos a partir de las expresiones teatrales, demostrando la íntima relación que existe
al menos en Italia renacentista, entre teatro y pintura. Pese a que este método sólo es posible
aplicarlo en aquellas regiones y épocas donde hay una producción significativa de obras de
teatro, o descripciones sobre sus representaciones, sus aportes son interesantes en tanto que
han confirmado el sentido de los gestos y su influencia en la percepción barroca de los
mismos. Michael Baxandall, Pintura y vida cotidiana en el renacimiento, pp. 96-98.
172
partir de los estudios de iconología. Marta Fajardo de Rueda, por ejemplo, ha
identificado los grabados flamencos que fueron empleados por los pintores de
los talleres neogranadinos. 246 Se puede tomar como ejemplo el grabado de
Adrian Collaert y Cornelius Galle Santa Teresa huye con su hermano Rodrigo a
tierra de Moros (ilustración 43), el cual en primera instancia es similar en la
composición a la pintura del mismo nombre atribuido a Jerónimo Simón López
(ilustración 44), pero al detallar los elementos a partir de los cuales se
establece la inventio, el uso de la gestualidad es uno de los elementos que
presenta variaciones, como por ejemplo en la gesticulación de las manos de
Santa Teresa y su hermano, lo mismo que el escenario en el cual se
encuentran.
246
Marta fajardo de Rueda, El arte colonial neogranadino, pp. 42-67.
173
identificar las actitudes corporales más recurrentes. Una cartografía de los
gestos neogranadinos tiene como punto de partida no sólo de los análisis
iconológicos, sino también de los elementos que se han anotado anteriormente
que se desprenden de los discursos narrativos, como el texto de Mercado, las
autobiografías o la literatura del siglo XVII y principios del XVIII, los cuales
aportan los elementos necesarios para establecer lo propio de la
representación pictórica y permite acercarse a los códigos de conducta que
discursivamente se pretendía que se manifestaran en costumbres y tradiciones
particulares.
Aunque las dos imágenes corresponden a visiones, se puede dar cuenta cómo
los gestos de los rostros son resaltados a partir del uso del ornato: reciben la
iluminación que viene del rompimiento de gloria, en el caso de San Ignacio, y
la luz que desprende la aparición de la virgen a San Antonio de Padua. Los
rostros manifiestan su condición espirituales. A continuación, la luz resalta los
gestos de las manos. San Ignacio las mantiene cerradas en actitud de
imploración, mientras que San Antonio, mantiene abiertas las palmas hacia
aquello que ha visto, cuyo significado es de demostración de humildad. La
mano y el brazo levantado de la Virgen significa afirmación, la aprobación a su
vida santa. Como estos ejemplos, la mano en el pecho representaba el dolor,
174
la vergüenza se gesticulaba con la mano cubriendo los ojos, los brazos
cruzados el abandono y la aceptación del destino; los brazos abiertos,
comprometían al cuerpo en la actividad espiritual; las manos levantadas, la
visión de cosas santas.
175
también de cómo debía percibir los valores culturales de las disposiciones del
cuerpo.
176
hablaba con la virgen y deseaba que “diese una voz en la Iglesia triunfante”,
en ese momento aparecieron dos ángeles para llevarla al cielo:
Yo me encogí, y no sabía que decir ni que responder a aquellos santos
príncipes, porque me llené de vergüenza viendo mi indignidad; pero
habiéndoles obedecido, me pareció que me llevaron y presentaron
ante el trono de la Altísima Trinidad, a cuyos pies me arrojé yo. Y el
Eterno Padre, mi Señor y cuando me tomó de la mano y me levantó y
dio un abrazo; y lo mismo hizo el dulcísimo Jesús que llegándome a la
amorosa llaga de su costado, me permitió que se la besase, bañando a
mi alma de lo que yo con mi rudeza no puedo decir. Y a mí se me iban
los ojos por llegarme al Espíritu Santo, el cual con sus alas hizo unas
demostraciones amorosísimas. Y después de esto, empecé a oír r aquel
repetido verso Sanctus: pero en la forma que diré: según me pareció
que unidos todos, decían el primer Sanctus; y por este mismo orden
de unión, fueron las otras dos. Y en habiendo dicho tres veces
Sanctus, todas las voces se unieron; y dijeron Dominus Deus Saba Va.
Después de esto, dio mi Señora la Virgen Santísima como una ojeada a
todo el Cielo, con la cual dio a entender que pedía silencio o atención
y empezó (Oh madre mía! ¿cómo lo diré?) con una suavísima melodía a
cantar y a gloriarse en lo que cantaba. Desía: “yn nomine Yesu” y
miraba a su Santísimo Hijo y Él a su amorosa madre. Proseguía: “omne
genuflectatur” y todo el Cielo se hincó de rodillas cifrando su gloria
en darle adoración a aquel que tan merecidas las tiene”. 247
177
corresponden mutuamente con las imágenes de la pintura. La alegoría de la
Trinidad de Heredia, aporta una idea cercana a la visión de la monja
(ilustración 47). La Trinidad, los coros angélicos y los santos, los gestos de las
manos de los que se ha hablado anteriormente, como la disposición de las
figuras, permite establecer el complejo entorno de los gestos, los cuales sólo
tienen sentido en la medida en que hay una o más figuras que se
interrelacionan.
247
Jerónima Nava y Saavedra, Autobiografía de una monja venerable, pp. 108-109.
178
Dios a través del cuerpo, de la misma manera como los gestos representaban
lo irrepresentable, los movimientos del alma. La perturbación que provocaba
la presencia mística, también afectaba el entorno en el cual se producía la
acción. Para el caso es interesante la representación criolla de las visiones
como podrá observarse en las ilustraciones 40, 45 y 46, respectivamente, La
transverberación de Santa Teresa, la visión de San Ignacio y la Visión de San
Antonio de Padua, prácticamente sin excepción, las revelaciones y las visiones
se llevaban a cabo en espacios cerrados, insinuando el carácter de intimidad e
interiorización de la experiencia. Son espacios que insinúan los mecanismos de
la vida devota.
248
Víctor Stoichita, El ojo místico. Pintura y visión religiosa en el siglo de oro español, pp.
181.
179
los dos ojos: con el “ojo corporal” podía aprehender la vista de la imagen,
mientras que con el “ojo interior”, interiorizaba los sentidos de la visión. Al
leer correctamente los códigos del cuerpo podía cerciorarse de su percepción,
y los que ejecutaban la imagen bien lo sabían: la mirada hacia lo alto,
reflejaba una experiencia visionaria personal e intima, mientras que ciertas
actitudes de los personajes, como dar la espalda, invitar con el gesto de una
mano, atraer con una gestualidad de los ojos, etc. Las estrategias
neogranadinas son distintas, por ejemplo en La misa de San Gregorio
(ilustración 41), uno de los personajes de la derecha que no contempla el
milagro, observa al espectador, haciéndolo participar de la escena; mientras
tanto, la posición del santo en La visión de San Ignacio (ilustración 45) o de la
virgen en la ilustración 36, están colocados de tal manera que incorporan al
espectador dentro de la escena, involucrarlo dentro del espacio pictórico. Las
relaciones que establecía la visión eran dobles, por un lado el acceso del
vidente a la divinidad, y la invitación a la contemplación de lo sagrado a la
que lleva al espectador.
249
Mario Perinola, Entre vestido y desnudo, pp. 243.
180
relacionado con lo “honesto” y lo “deshonesto” de la pintura, especialmente
el tema de la desnudez.
El tema no era nada nuevo. Una tradición tan cercana como el humanismo del
siglo XV, había desarrollado una importante pintura de desnudos relacionada
con el mismo proceso de conocimiento del cuerpo y la anatomía. El arte de la
pintura, como el talento de sus artistas se media en su capacidad para
representar cuerpos desnudos. Pero no cualquier cuerpo. El desnudo sólo era
permitido para presentar escenas mitológicas, o cuando el caso lo ameritaba,
escenas religiosas 250 . Sin embargo, la simbolización de esta representación era
un tema que acercaba al creyente al desengaño, porque el desnudo podía ser
la vergüenza o la virtud.
250
Esta percepción del cuerpo desnudo, tardaría mucho tiempo en cambiar. A finales del siglo
XVIII, el pintor español francisco de Goya pintó la “Maja desnuda”, considerada la primera
pintura de desnudo, que ni era tema religioso ni mitológico.
251
Paul Zumthor, La medida del mundo. Representación del espacio en la Edad Media, pp. 40.
181
largos, en el caso de las santas, o ciertos escorzos, las piernas cruzadas o
sombras apropiadas, permitían respetar las normas de la iconografía, pero sin
caer bajo la sospecha de lo deshonesto.
252
Véase Mariano Monterroso, Manual de símbolos cristianos, pp.153
253
Véase por ejemplo: Vicente Carducho, Diálogos de la pintura. Su defensa, origen, esencia,
definición, modos y diferencias, pp. 359.
182
Estos elementos también se encuentran
especialmente en la figura de una de las santas más
populares de la piedad, María Magdalena. A partir
de Trento se fue consolidando como imagen del
arrepentimiento y la penitencia, lo cual se explica
por el contexto, pues los sacramentos de la
penitencia y la confesión fueron duramente
atacados por los reformados, razón por la cual el
concilio estableció normas más firmes con respecto
a la confesión, como por ejemplo la obligación de
confesarse una vez al año. De esta manera, se
establecía un control más estrecho sobre la
conciencia individual 254 . Inserto en este proceso,
las múltiples representaciones de María Magdalena
en la Nueva Granada, insistían en un cuerpo muy
Ilustración 47. Anónimo definido, el cuerpo penitente, el cual se reafirmaba
- Santa María Egipciaca con otras imágenes que justificaban el mismo
(c.110) problema.
254
Sobre el contexto de la instauración de la confesión, sobre la cual también hay un
importante avance acerca de la concepción del cuerpo, y más específicamente sobre su
control, véase: Jean Delumeau, La confesión y el perdón. Capítulo 1.
183
cuerpo, donde la desnudez representaba el abandono en Dios, o lo que es lo
mismo, el retorno a la inocencia perdida que representaba el paraíso. El pintor
anónimo respetó las normas imperantes, pues si se observa, el cuerpo es
suficientemente andrógeno, como para no despertar la “lascivia” sobre la que
llamaba la atención Carducho.
255
Martha Fajardo de Rueda. El arte colonial neogranadino, pp. 24; Helena Wiesner, La
restauración, un instrumento para la historia, pp. 45
256
Véase la leyenda tal como la relata Santiago de la Vorágine, la leyenda dorada, Tomo 1,
pp. 382-392.
257
Jaime Gutiérrez, La iconografía en las imágenes religiosas santafereñas, pp. 37.
258
Enrique Valdivieso, Hermosura del cuerpo y belleza del alma. Observaciones sobre la obra
pictórica de Alonso Cano, pp. 136.
184
Ilustración 48. Anónimo - santa María Ilustración 49. Vásquez - La creación
Magdalena Penitente de Eva (c513)
Sin embargo, es interesante observar que había una actitud “tolerante” frente
a la desnudez, pese al fenómeno del control eclesiástico e inquisitorial sobre
estas situaciones, y que también este tema fue escaso aún en la pintura
española del siglo XVII 259 . Precisamente sobre este tema del significado de la
desnudez como retorno al paraíso y como abandono, se repite en una de las
pocas imágenes que representan escenas bíblicas, en este caso la escena de La
creación de Eva de Vásquez (ilustración 50). Interian de Ayala, otro de los
tratadistas cuyo texto circuló en la Nueva Granada y conocido por su posición
conservadora, acepta la pintura de desnudo porque es conveniente al tema
que se está tratando:
259
Enrique Valdivieso, Hermosura del cuerpo y belleza del alma. Observaciones sobre la obra
pictórica de Alonso Cano, pp. 126.
185
“Con efecto por lo que toca a nuestros primeros padres, confieso
desde luego, que es tolerable el que les pinten enteramente
desnudos; ya porque esto lo vemos apoyado por una costumbre
antiquísima; ya porque de otra manera acaso no se podría
representar aquel estado felicísimo de donde cayeron...sea,
pues, tolerable el que se pinten desnudos, con tal que los
pintores honestos, y timoratos tengan particular cuidado de que
no se vea la menor indecencia en tales imágenes. O que se
conseguirá perfectamente, si el pintor con darles cierto gesto, o
postura al cuerpo, o por medio de alguna cosa, como es un
tronco. O rama de árbol, sabe ocultar en especial aquellas
partes, que el mismo pudor, y decencia pide que no se expongan
a la vista”. 260
En este caso se trata el cuerpo como estado de inocencia, y el cuerpo
discretamente cubierto, permitía descubrir el sentido oculto, el estado de
inocencia. La iglesia actuaba frente a la censura de una obra
fundamentalmente cuando atentaba contra la fe, o presentaba un dogma
falso.
260
Interian de Ayala, El Pintor cristiano, tomo I. Pp. (OJO Cita y pp)
186
De igual forma, el otro escenario donde actuaba la
pintura de desnudo como imagen de la penitencia, se
encuentra en algunos cristos penitentes, aunque su
desnudez no fuera completa, se insinúa a la manera de
una “La desnudez simulada”. Con la Reforma, el
desnudo fue percibido de manera mas radical en la
medida en que se le dio un valor más espiritual y de
interiorización a las representaciones del Cristo
crucificado, el de la penitencia, en el martirio, el
agónico. Las imágenes insistían en un cuerpo más
descubierto, parcialmente desnudo, y en ocasiones,
completamente desnudo, como esta talla sobre madera
de autor anónimo del siglo XVII (ilustración 51). Esta
identificación del desnudo con el sufrimiento, lo
acercaba a una imagen más espiritual, “de ahí que la
perdición, el desgarramiento, la aniquilación, el
abismo, la confusión, el desorden, el estupor, el
temblor, el vértigo y la muerte se impongan también
como modelos de experiencia erótica”. 261 Para la
Ilustración 50.
pintura de la reforma existen dos peligros, el desnudo
Anónimo - Señor de
clásico y el misticismo metafísico. A partir de estos
la Humildad (c.400)
elementos se trata de crear un espacio intermedio. La
noción de desnudez no tiene sentido en el hecho de estar desnudo, sino en lo
que refleja el cuerpo como materia o carne, y esta imagen de cristo con la
Carne castigada, se elevaba como el ideal del cuerpo espiritualizado. Por esta
razón, el punto de referencia es el Cristo desnudo, lacerado, herido y
martirizado en su cuerpo. El asunto es interesante en la medida en que en el
revestimiento del erotismo se denota un despojo de divinidad en las imágenes
del cristo pasionario, desnudo, mientras que bajo los efectos del concilio de
261
Mario Perinola, Entre vestido y desnudo, pp. 245.
187
Trento, el cuerpo del resucitado es reemplazado por el cristo vestido de la
resurrección, el esplendor de la gloria.
188
fuere con mucha necesidad”, 262 para lo cual colocaba como vida ejemplar a
San Felipe Neri, quien nunca vio en su vida alguna parte de su cuerpo desnuda,
y que aun de muerto, cuando lo desvistieron para amortajar el cadáver, se
“cubría con la mano las partes menos decentes de su cuerpo porque no las
vieren”. Por supuesto, la recomendación tenía un marcado sentido social, en
tanto que si aún la vergüenza era con el propio cuerpo, éste no debía tener el
mínimo riesgo de presentarse descubierto en público.
262
Pedro de Mercado, El Cristiano Virtuoso, Libro 9, capítulo 7, f. 170v.
263
Francisca Josepha de la Concepción, Su vida, escrita por ella misma por mandado de su
confesor, pp. 348. Véase también imágenes en la pp. 144.
189
quitado mi manto!”. 264 La imitación de la desnudez de Cristo afectaba
fundamentalmente la condición de despojarse del mundo, de estar vestido con
lo indispensable.
264
Vida ilustre en esclarecidos ejemplos de virtud de la modestísima y penitente virgen Doña
Antonia de Cabañas, (manuscrito), f. 106r.
265
Interian de Ayala, El Pintor cristiano, tomo I. pp. 25-26.
190
habían renunciado a los bienes materiales. A algunos mártires como Santa
Bárbara se les representaba con finas vestiduras, 266 o en ocasiones, ligera de
ropas. En el primer caso significaba su origen noble, y las vestiduras se
comportaban como un oximorón retórico, es decir un mensaje que contenía
contradicciones, pero que pretendía desengañar hacia el martirio. En el
segundo caso, el vestuario respondía a la necesidad de mostrar su condición de
pobreza y la elección espiritual.
266
Véase ilustración 6 capítulo 1.
267
A cerca del sentido del vestido y su importancia en la imágenes véase Peter Burke, Visto y
no visto, pp. 92 y 101.
191
Ilustración 51. Anónimo. San
Bartolomé desollado (c 222)
192
objeto de disección. Allí el cuerpo es considerado como objeto de atención
impasible.
268
Pedro de Mercado, El Cristiano Virtuoso, Libro 9, capítulo 7, f. 187v.
193
Conclusión
194
el escaso interés de los historiadores del arte por este período y los
relativamente pocos aportes que se han hecho para comprender la cultura
visual colonial, problema que tampoco ha sido de interés para los
historiadores. Es importante resaltar que con respecto a las fuentes narrativas,
éste si ha sido un campo de interés para la crítica literaria y sus resultados han
sido bastante alentadores. En segundo lugar, existen varios problemas con
respecto a las fuentes: hay una relativa escasez de producción de objetos
culturales neogranadinos en los siglos XVII y XVIII, como pinturas o la misma
escritura de crónicas, textos teológicos, morales y literarios, lo que en buena
medida se debió a la muy tardía aparición de la imprenta en estos territorios,
a la escasa circulación de libros, y todo aquello que permitiera la expansión de
una cultura barroca.
Con este contexto, se puede resaltar las siguientes conclusiones con respecto
al proceso de construcción de los sujetos barrocos neogranadinos.
195
El método de análisis discursivo
La investigación determinó la íntima relación que existe entre el discurso
visual y el narrativo, es decir, pinturas y textos convergían sobre los mismos
modelos particulares en el proceso de construcción de las representaciones del
cuerpo. La imagen -narrada o pintada- fue la principal herramienta empleada
para la propagación de un imaginario de cuerpo, el cual se insertaba dentro de
los prototipos de la espiritualidad barroca: la aparición de una religiosidad
exterior y la teatralización de los mundos interiores. El tratamiento de la
imagen se llevó a cabo desde la retórica como arte de la persuasión, mediante
la cual se trató de atraer a los fieles hacia la devoción, a través del
entendimiento, los sentidos y el sentimiento.
196
barroco, el discurso neogranadino tomó la “composición de lugar”, la cual
destaca la importancia e influencia de la Compañía de Jesús en el Nuevo
Reino. Estas lecturas pretendían “hacer hablar” a la imagen, que manifestara
un discurso, una especie de “texto oculto”, cuyos códigos, de dominio público,
trasmitían un conjunto de valores culturales. La composición de lugar
incentivó el desarrollo de cada uno de los sentidos, de manera que permitió un
mayor acercamiento a la conciencia de cuerpo y la consolidación de su
discurso. Los códigos de emisión y recepción de la imagen barroca estaban
marcados por la persuasión, luego las representaciones discursivas actuaban
como “instrucciones” para el espectador.
197
cuerpo aislado. Entre los santos con mayor devoción y representación se
encontraban los llamados padres del desierto y aquellos santos que estaban
relacionados con el silencio, el desierto y el abandono. Este modelo se elevó
principalmente como prototipo de identificación para los religiosos. Tanto el
discurso visual como el narrativo insistieron en las imágenes de santos como
“modelos” sobre los cuales se debía dirigir la vida cristiana, y en este sentido
se comportaban como “exemplas”.
198
de modelos tuvo tres objetivos discursivos: el control de la corporeidad, la
necesidad de crear cuerpos pacientes sobre los cuales se cimentaba la
construcción del estado colonial y la invención de sujetos pasivos frente a las
acciones estatales y culturales. De este modo, la comunicación visual y
narrativa tendía a la construcción de cuerpos pasivos, elaborados desde la
inventio retórica, de manera que la representación se comportaba como una
idealización, no sólo física, sino también entendida desde una perspectiva
moral.
Desde este entorno, los santos significaban más que devoción. Frente a un
complejo santoral cristiano, una sociedad específica como la neogranadina
había elegido un pequeño grupo de santos, en los cuales reflejaba los modelos
de comportamiento y los valores sociales. La importancia de estos santos
radicaba en que el cristiano, al asumir sus virtudes y sus vidas como
ejemplares, complementaba el proceso social de constituirse como sujeto. Los
santos construían subjetividades a partir de constituirse modelos de imitación.
199
En el discurso, habían mecanismos para lograr el control del cuerpo y los
sujetos pacientes y pasivos. Para esta cultura barroca, la realidad es una
espesa red de símbolos, un complejo teatro donde los sujetos se insertaban a
través de su corporeidad. La única manera de sobrevivir en él, era a través del
desengaño, es decir, ver lo que hay detrás de lo que se representa a los
sentidos. Para el efecto, como los movimientos del alma se representaban a
través de las actitudes del cuerpo, el discurso establecía los parámetros
necesarios para mortificar los sentidos y el cuerpo. Los sujetos controlados se
creaban en la medida en que el cuerpo, el alma y los sentidos se pudieran
domesticar, lo que además este ejercicio condujo a una creciente
autoconciencia del cuerpo.
200
Los efectos de la recepción de este discurso se miden a través de lo que los
teólogos de la época llamaban “conformación afectiva“, es decir, el proceso
pasional de apropiamiento del discurso emotivo. Los gestos que se pretendía
trasmitir por el discurso resumían lo que era original al discurso neogranadino:
a través de ellos se comunicaba la disposición teatral de los cuerpos y el
carácter de los sentidos como el instrumento que permitía comunicar al
cuerpo con el mundo exterior. Un elemento particular del discurso
neogranadino es que sobrevaloró dos sentidos, el tacto y el gusto, de manera
que los tres restantes, dependían de éstos. La virtud social que los matizaba,
que de paso permitía la construcción de los cuerpos pasivos, era la templanza,
la cual supeditaba el gesto a una acción del alma, de manera que daba paso a
la formación de una cultura de la “ocultación del cuerpo”, casi bajo la
expectativa de “retirar” el cuerpo del entorno social y experimentarlo desde
el modelo de la soledad, ideal sostenido desde las imágenes de los padres del
desierto.
201
BIBLIOGRAFÍA CITADA
202
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errores que suelen cometerse frecuentemente en pintar y esculpir las
Imágenes sagrada. Tomo II. Barcelona: Imprenta de la viuda e hijos de
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203
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204
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Tesoros de Tunja
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208
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210
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211
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siglo XVI en la Nueva España. México: Instituto de Antropología e
Historia (INAH), 1989.
212
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las ilusas Maria rita Vargas y Maria Lucia Celis”, en Mabel Moraña, ed.
Mujer y cultura en la colonia hispanoamericana. Pittsburg: Instituto
internacional de literatura hispanoamericana, University of Pittsburgh,
1996.
213
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paraíso”, en Feher, Michael; Naddaff, Ramona; Tazi, Nadia. Fragmentos
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1991.
214
Wiesner, Helena. “La restauración, un instrumento para la historia”, en
Revelaciones. Pintores de santa fe en tiempos de la colonia. Bogotá:
Museo de Arte Religioso, 1989.
215
ANEXO 1
216
La virgen y Cristo 5
Virgen gloriosa 13 Total: 981
206
217
ANEXO 2
218
Santa Lucía Santa Polonia Santa Teresa de Jesús
Santa Lucía de Siracusa Santa Rita de Casia Santa Úrsula
Santa Margarita de AntioquiaSanta Rosa de Lima Santiago, patrón de España
Santa María Egipcíaca Santa Rosa de Viterbo Santo Domingo De Guzman
Santa María Magdalena Santa Rosa Lima Santo Tomas de Villanueva
Santa María Penitente Santa Rosalía Santos Cosme y Damián
Santa Mónica Santa Rufina Santos Justo y Pastor
Santa Perpetua Santa Tecla
219
INDICE
Capítulo 1
DISCURSOS VISUALES Y REPRESENTACIONES NARRATIVAS DEL CUERPO
NEOGRANADINO
Capítulo 2
LAS DEVOCIONES DEL CUERPO BARROCO
208
Modelos y prototipos neogranadinos
Capítulo 3
EL GRAN TEATRO: LA CARNE, LOS SENTIDOS Y EL DESENGAÑO
209
3. EL CUERPO Y LOS GESTOS....................................................... 158
3.1 Los gestos como expresiones del alma .................................... 159
3.1.2 Los gestos activos: el cuerpo........................................... 164
3.1.2 Los gestos pasivos: el rostro............................................ 168
3.2 Los significados de los gestos ............................................... 171
3.2.1 El cuerpo expresado ..................................................... 172
3.2.2 Los gestos y los escenarios de las visiones ........................... 178
3.3 Los gestos del cuerpo desnudo ............................................. 180
3.3.1 La vergüenza y la virtud ................................................ 181
3.3.2 El Vestido y el desengaño............................................... 190
210
INDICE DE ILUSTRACIONES
211
Ilustración 29. Vargas - Santa Rosa de Viterbo .................................... 115
Ilustración 30. Medoro - Maria Magdalena penitente............................. 119
Ilustración 31 Cabrera - Sor Juana Inés de la Cruz............................... 123
Ilustración 32. Vásquez - Juicio final (c.474) ...................................... 129
Ilustración 33. Anónimo - Bautismo de Cristo (c.869) ............................ 132
Ilustración 34 Rubences - la muerte y la Trinidad (c 215) ....................... 137
Ilustración 35 Vásquez - La muerte de San José (c530) .......................... 139
Ilustración 36 Anónimo - La muerte de Santa Clara (c138)...................... 138
Ilustración 37 Anónimo - Nacimiento y adoración de Jesús (c140) ............. 150
Ilustración 38 Vásquez - Otoño (c. 582) ............................................ 152
Ilustración 39 Zorro Useche - Extasis de Santa Teresa (c.361).................. 156
Ilustración 40. Baltasar - Misa de San Gregorio (c.323) .......................... 166
Ilustración 41. Vásquez - San Pedro arrepentido (c.483) ....................... 169
Ilustración 42. Collaert y Galle - Santa Teresa Huye con su hermano Rodrigo173
Ilustración 43. Simón López - Santa Teresa huye con su hermano Rodrigo ... 173
Ilustración 44. Vásquez Visión de San Ignacio de Loyola (c350) ................ 175
Ilustración 45. Camargo - Virgen y san Antonio de Padua (c257)............... 175
Ilustración 46. Heredia - Alegoría a la Trinidad (c996) .......................... 178
Ilustración 47. Anónimo - Santa María Egipciaca (c.110) ....................... 183
Ilustración 48. Anónimo - santa María Magdalena Penitente .................... 185
Ilustración 49. Vásquez - La creación de Eva (c513) ............................. 185
Ilustración 50. Anónimo - Señor de la Humildad (c.400)......................... 187
Ilustración 51. Anónimo. San Bartolomé desollado (c 222)...................... 192
INDICE DE TABLAS
212
213