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(A CONTINUACIÓN, REPRODUZCO EN WORD EL TEXTO DE LA NOTA EN
CUESTIÓN):

Todos los días, a lo largo y a lo ancho del país, los televisores reproducen un corto publicitario
del gobierno en el que aparece la figura de Félix Luna, convenciéndonos de que en todos los
grandes conflictos de nuestra historia habría privado siempre la “inteligencia política”,
eufemismo con el que el citado señor intenta meternos el “acuerdo” o “concertación” como
forma de las más idóneas, para salir de la crisis profunda en la que se encuentra la Argentina en
la actualidad.
¿Por qué se ha elegido este señor? La respuesta parece fácil: el señor Félix Luna es un
“historiador de nota”, ha escrito numerosos trabajos sobre el pasado argentino y por lo tanto
posee la suficiente autoridad como para ratificar con ejemplos perfectamente documentados,
que la de la Argentina es una historia de acuerdos, en la que siempre, por encima de las rabietas
del principio, o los antagonismos circunstanciales, terminaron conciliándose morenistas y
saavedristas, unitarios y federales, radicales y conservadores y, en fin, haría falta que ahora
sacaran la misma conclusión los actores políticos del presente mediante el uso de la “inteligencia
política” y abrir así los cauces de un “gran entendimiento nacional”.
La recurrencia de este tipo de ilusiones es propia de los que se han tragado el cúmulo
de zonceras que la cultura oligárquica, a través de una historia burdamente falsificada,
ha introducido en la cabeza de militares, abogados, filósofos, psicólogos, sociólogos, en
fin, toda la variedad de “logos” paridos por nuestro régimen educativo. No sabemos si
Jauretche que escribió un “Manual de Zonceras Argentinas” incluyó esta de la
“inteligencia política”, pero como don Arturo dejó páginas en blanco al final del libro,
nos permitimos tratar a esta original y atrevida frase como una categoría jauretchiana
del tipo a que hemos aludido.
La zoncera se funda siempre en una intención no zonza, destinada a “cachar giles”
para la gran causa del régimen “falaz y descreído” que sólo pronuncia la palabra
acuerdo cuando alguna derrota histórica se avecina. Ese fue al caso del acuerdo
llamado “Tratado del cuadrilátero” por el cual los unitarios simularon reconocer
derechos de los caudillos del interior con el objeto de ganar tiempo y poder seguir luego
con la nefasta política rivadaviana que culminó con la secesión de la Banda Oriental.
También fue el caso de la aceptación de la jefatura de Urquiza por parte de los
mitristas porteños , a continuación de la caída de Rosas, pero dispuestos a mantener los
privilegios del puerto de Buenos Aires así se hundiera el país entero, como sucedió
cuando a raíz de la contrarrevolución del 11 de septiembre de 1852 la “provincia
metrópoli” quedó separada de la confederación.
Y qué decir de la victoria política de Hipólito Yrigoyen mediante el ejercicio de una
ley electoral que no fue el resultado de un acuerdo con Roque Sáenz Peña , como
pretende hacernos creer Luna, sino la culminación de la intransigencia radical que a lo
largo de más de 15 años había organizado conspiraciones revolucionarias en aras de la
democracia política.
Para el señor Félix Luna, el conflicto no fue sino el hecho secundario, ya que al final
prevaleció la razón, y no es difícil darse cuenta de que la razón siempre estuvo,
curiosamente, del lado de los que le pagan a Luna para que diga las zonceras que dice
por la televisión.
En uno de sus últimos trabajos, llamados históricos, Luna afirma que si bien el
presidente Roberto M. Ortiz, fue el resultado del fraude vigente durante los años ’30,
sus verdaderos objetivos apuntaban a la democracia. Esto me recuerda un episodio más
reciente; el caso del general Videla, que si bien accedió al gobierno por la subversión

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armada, tenía como objetivo la restauración de la democracia, según rezan las catas del
proceso. Siguiendo esta genial lógica deductiva, el derrocamiento de Perón en 1955
estaba justificado, ya que si bien el caudillo popular había sido elegido en comicios
democráticos, sus objetivos no lo eran. Qué fácil resulta de este modo tener espacios en
televisión y ocupar preciosos minutos profiriendo inexactitudes históricas, protegido por
la condición supuesta de historiador, cuando en realidad nuestro amigo muy poco tiene
que ver con esta disciplina, salvo por el hecho de que él es un personaje histórico
lamentablemente recurrente en nuestra escena política.
Que el señor Luna no es un historiador lo demuestra la montaña de cosas que ha
escrito sobre la materia y en donde la constante es la negación permanente del conflicto
(fundamento de toda historia) y la reiteración del mito oligárquico de que los disensos
ocurridos entre Moreno y Liniers, Rivadavia y los caudillos, Mitre y Peñaloza,
Sarmiento y Facundo, en fin, entre cipayos y patriotas, no fueron otra cosa que
episodios secundarios de un destino ya escrito a cuyo descubrimiento accedía siempre
la “inteligencia política”, dejando en el camino a los resentidos e inadaptados de
siempre. Pero en esta tentativa conciliadora y por lo tanto esterilizante de la historia,
Luna no alcanza a ser ni siquiera un mitrista, ya que lejos de él la intención de construir
una historia polémica, nos quiere convencer de que las corrientes que el curso del
tiempo ha consolidado como interpretaciones polares de nuestro pasado, no son más que
los sueños de exaltados que pretendieron ver conflicto allí donde sólo había cuestiones
de detalles
Toda la Argentina oficial, esa Argentina anglófila , putrefacta y estéril que agoniza
en estos momentos hace coro a los Luna, para que con su prédica de sustancia
antinacional y antipopular, contribuyen a arrojar un manto de olvido sobre todo lo que
pasó en tiempos recientes y obtener de ese modo la capitulación, por el acuerdo, de las
banderas revolucionarias del pueblo argentino.
Sería interesante verlo a Luna hablándonos del acuerdo con los ingleses,
seguramente querido por los mandos cipayos y los partidos moribundos del régimen. Se
nos ocurre que diría que a pesar de que la Argentina tiene derechos sobre las islas,
adquiridos por la historia y por los hechos, también los kelpers los habrían adquirido,
pues ya que trabajaron y vivieron tanto tiempo en dicho territorio, bueno es
reconocérselos. De que al fin de cuentas la deuda externa hay que pagarla, pues las
deudas se pagan y “la Argentina ha cumplido siempre con sus compromisos
externos” (magna zoncera frecuentemente repetida), y bueno… los ingleses al fin de
cuentas se quedarán en las Malvinas provisoriamente (unos 150 años más) mientras
nosotros ponemos el mapa en un cuadro, al lado de la escarapela y la bandera.
El plácido curso del tiempo seguirá fluyendo de este modo, como un navío que
transporta a unitarios y federales, mitristas y antimitristas, nacionales y antinacionales,
patriotas y cipayos, sólo conmovido de vez en cuando por algunas razonables disputas
que a la postre serán zanjadas por la razón.
Descubrimos, a poco que nos interroguemos, el verdadero oficio de Luna, que es el
de escribiente de temas de historia, lo que es muy diferente al de la condición de
historiador. En efecto, mientras éste indaga en la sustancia de los conflictos entre
naciones y clases sociales el contenido de los mismos y su proyección en el tiempo,
aquel escribe, a pedido, lo que le dictan. De este modo, nunca podrá ser acusado de
revisionista o liberal, apenas se podrá hablar de su condición de sirviente, y esa
calificación podrá pesar más o menos en las oportunidades de trabajo de Luna, según el
poder de turno.
La erudición de que hace gala el amigo Luna no lo autoriza a pretender un lugar al
lado de Pérez Amuchástegui, “Pepe” Rosa, Ramos o Irazusta cuando le
conviene, o al lado de Mitre y Levene cuando no. Por eso no es difícil descubrir que el

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verdadero sentido de la vana pretensión conciliadora de Félix Luna está más allá de él
mismo; en la sociedad que lo ha producido y que, a pesar de su inédita metamorfosis
que la ha convertido en ese monte de ruinas a que está reducida en el presente, sigue
alimentando con su savia moribunda a esta especie de simulador del talento , que
alcanza status sólo porque ha demostrado tener un lomo dócil a la palmada cómplice o
al látigo, según sean las circunstancias.

Post scriptum

Cuando terminaba la nota me di cuenta de que las líneas que había escrito
constituían un acto calumnioso, pues caí en la cuenta de que a Félix Luna no le
interesa un rábano la historia. En efecto, recordé que no hace mucho tiempo en la
contratapa de la revista dominical de la revista de “La Nación”, apareció su figura
haciendo la propaganda de “Old Smuggler” al tiempo que profería una frase llena de
sentido: “basta de historias; lo que importa es la calidad” (del whisky, se
entiende). Más allá de la “ganga” que le significó a Luna aparecer en un aviso
publicitario, la rareza de la nota gráfica a la que aludo, pierde tal condición al
revelarnos la verdad que hemos tratado de dilucidar.
De que con el whisky pueden contarse historias, no caben dudas. Pero de que otra
cosa es la historia del whisky, tampoco caben dudas. Las historias del primer tipo no
requieren otro requisito que arrimarse a un “pub” o a un “estaño” , según se asuma el
personaje; en el segundo caso, la cosa es completamente distinta, se requiere
dedicación, talento, compromiso.
De haber recordado antes el episodio, quizá mi comentario no habría tenido sentido.
Lo lamento.-

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