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El Problema de la Coca

Arturo von Vacano

Ahora que el futuro inmediato de la patria parece decidido (una dictablanda de corta
duración, para parecer optimista) sería bueno que los bolivianos, por lo menos los que se
dicen “educados”, dedicaran una media hora diaria a pensar sobre el problema de la coca,
su letal hijastra la cocaína y el sino triste de Bolivia como uno de los proveedores de la
plaga que está· matando al mundo. Ignorar este problema es, sin duda, un rasgo del carácter
nacional: doscientos años de dictaduras y falsas democracias nos han enseñado a ser
fatalistas y a ocultar nuestros problemas en lugar de buscarles solución.
Lamentablemente, el ignorar este problema (o peor, el negarlo) es una actitud que conduce
hacia las desgracias más grandes que pueda imaginar el más pesimista de los bolivianos, en
este como en otros casos, el suscrito.
A primera vista, pareciera que la cocaína no es un problema boliviano: nadie discute nunca
o casi nunca la adicción boliviana a la droga ni se dan cifras sobre el daño que la cocaína
inflige a la salud de nuestro pueblo.
Durante mi última visita al Chapare (2009) me fue fácil comprobar la abundancia de la hoja
y el muy notable desinterés general por el polvo blanco: la coca es el único producto
comercial importante del Chapare, pero los adictos brillan por su ausencia en Bolivia toda,
o por lo menos así lo afirma el 99 por ciento de los bolivianos, tanto de palabra como con
su indiferencia aparente ante el tema. (De hecho, las cosas no son tan simples: los
habitantes del Chapare conocen muy bien la ley no escrita que prohíbe el tratar en voz alta
este problema; es una ley que mata sin vacilación alguna).
Así, si en Bolivia no se dan adictos y si la coca es apreciada sólo para el muy necesario
ritual del acullico, parecería que la responsabilidad de los bolivianos sobre la droga es
mínima: la hoja es verde, el polvo es blanco, la hoja es nuestra, el polvo es foráneo, ¿qué
culpa tienen los bolivianos de la adicción mundial al polvo y las tragedias humanas que
torturan a todas las grandes ciudades y no sólo a ellas? (Cada billete de un dólar en USA
lleva huellas de cocaína; así de grave es la tragedia).
La respuesta puede conducir a un real final de Bolivia como nación soberana (de soberanía
tan vigente como sus bombas atómicas, es cierto, pero respetada todavía por el mundo
exterior) y llevar a su primer Presidente indio a la culminación de su tragedia personal en el
poste de Villarroel.
Una política abierta aunque no declarada de producción masiva de coca parece gozar del
apoyo mundial porque tanto los grandes bancos como los principales gobernantes del
planeta como los dueños de la economía mundial están decididamente del lado de la
producción “ilegal” de cocaína. Si tal industria fuera legal para el mundo, no crearía ya los
billones que engordan a los bancos, enriquecen a los plutócratas y llegan a los bolsillos de
los gobernantes. Es porque la cocaína es “ilegal” que vale tanto o más que el oro.
Pero ninguna nación puede sobrevivir a la maldición de ser la fuente del veneno que mata
tras mucho sufrimiento a millones de seres humanos. Es cierto que la guerra colombiana es
eterna porque el botín de esa guerra, la droga, no queda ni nunca quedó en manos de un
solo grupo, sea éste el militar, el “izquierdista”, el traficante o el dinero multinacional, para
el que trabajan las mafias europeas y los gángsters rusos. Colombia se acostumbró a la
guerra porque tales grupos se reparten el negocio de la droga quieras que no, ¿y quién le
importa el sufrimiento de los pueblos?
Tampoco importa mucho la muerte de una nación como México, por ejemplo. Hoy México
es el cadáver de lo que fuera antes del advenimiento de la droga. México es un “estado
fracasado” según su vecino del Norte, el primer adicto del mundo que sería otro estado
fracasado si no fuera porque chinos, japoneses y árabes no pueden permitir su disolución:
serían acreedores sin posibilidad de recuperar sus billones. La promesa mejicana que
alguna vez brillara en 1910 murió para dar lugar a una pesadilla monstruosa de vicio y
violencia en 2010. México es un gran cementerio creado por la droga y la violencia “legal”
e ilegal. Uno de cada dos mexicanos emigraría a cualquier otra parte si pudiera. 17.000
mexicanos murieron en la guerra de la droga durante 2009. Y la violencia comenzó ya a
invadir el Sur del Norte: las decapitaciones, los asesinatos en masa y otras características de
las guerras por la droga se hacen parte cotidiana del Imperio en decadencia.
Imperio que no por ello abandona su clásico papel de “policía” mundial: todavía pone el
Primer Mundo el dinero para las guerras en que el Imperio pone la sangre de sus
mercenarios (como dijo Obama en Oslo) y la de las víctimas de esas legiones. Europa y el
Japón (y los estados árabes) “prestan” el dinero necesario al Imperio y el Imperio invade,
ocupa y mata… ¿Dónde? Donde se produce droga, por supuesto. Si se mira con verdadero
interés, se descubre la razón primera de la destrucción de Irak, las matanzas de Afganistán
y el comienzo de los 20 años de la guerra de Pakistán. ¿Si no la droga, cuál el botín?
(También: la Bomba).
Algunos bolivianos piensan que la maldición de Bolivia ha sido su increíble riqueza. Potosí
significó las montañas de cadáveres que sembraron en sus laderas los españoles
“civilizadores”. Nuestro oro negro provocó la Guerra del Chaco. El estaño, el cobre y otras
riquezas nos dieron los sátrapas y los dictadores que hacen nuestra historia republicana. El
oro verde hizo su aparición masiva con Banzer, el industrializador de la cocaína. Hoy,
Morales parece ser el primer gobernante que intentará reemplazar esas riquezas perdidas
con la humilde hoja de nuestros acullicos. ¿Es posible construir el Tahuantinsuyo II sobre
el oro verde?
La devastación, el sufrimiento y la violencia que hoy sufren Irak, Afganistán y Pakistán son
la respuesta. Como en esos pueblos que son víctimas inocentes, también en Bolivia se verá
la guerra inacabable por el control del oro verde y su pérfida hijastra blanca.
¿Quién iba a creer que acabaríamos como los talibanes?
 

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