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El Estado impostor
El presidente Ollanta Humala padece
del mismo mal que no pudieron ocultar
Alan Garca y Alejandro Toledo: creer
que la jefatura de Gobierno lo es todo
y que la jefatura de Estado es absolutamente
prescindible.
Lo triste es que Humala carga con los efectos
acumulados de esta enorme omisin, ya sin posibilidad
alguna de revertirla en la recta final de
su mandato.
El punto es que la histrica falta de ejercicio
real y efectivo de la jefatura de Estado, por la absorcin
casi total del tiempo presidencial en las tareas
de gobierno, ha abierto una profunda brecha
en el funcionamiento del pas.
Es ms: hemos perdido, a causa de ello, importantes
horizontes de mediano y largo plazo, prcticamente
irrecuperables.
El desastroso saldo del proyecto de regionalizacin,
traducido en el dispendio y la pillera de recursos,
recuerda, por ejemplo, la alocada carrera
del gobierno de Toledo por convocar la eleccin de
presidentes (qu tal ttulo, por Dios!) de regiones
que an no estaban creadas, y el error garrafal del
gobierno de Garca de suprimir el Consejo Nacional
de Descentralizacin (CND), que constitua un
bsico nivel de control del Gobierno Central sobre
las competencias transferidas al interior del pas.
Lejos de reforzar el carcter unitario del Gobierno
y del Estado, Humala dej aun ms sueltas
a las regiones en el manejo ineficiente y corrupto
de sus presupuestos millonarios, en parte destinados
a pagar escandalosas facturas de campaas
electorales, como las que ahora se investigan en el
Caso Belaunde Lossio.
Por carecer de una jefatura de Estado abierta,
convocante, concertadora y premunida de autoridad
suprema, tampoco ha habido reformas polticas
de fondo, despus de la herencia constitucional
y macroeconmica de Fujimori, de la que
todava vivimos a contracorriente de los fantasmas
de ese tiempo.