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La historia íntima de cómo un grupo de periodistas, los mejores de su generación, perdió su
trabajo. La reconversión tecnológica o cómo el gran relato de los medios pierde vigencia
ante el nuevo paradigma: la conversación global.
Por Graciela Mochkofsky
En 1995, a los 25 años, vendí mi departamento en Buenos Aires y pedí un año de licencia en el diario en que
trabajaba para pagar por la maestría en periodismo más prestigiosa del mundo, en la Universidad de Columbia en
Nueva York. Otro centenar de jóvenes, en su mayoría norteamericanos, se endeudó por décadas para estar allí. En su
discurso inaugural, las autoridades de la facultad nos dijeron que éramos parte de una elite y nos garantizaron que, si
nos graduábamos, nuestra inversión estaría asegurada.
Atravesar esos nueve meses fue más arduo de lo que esperábamos. En la primera semana, pedí a un
compañero que me aclarara qué había dicho un profesor; una palabra se me había escapado. Sin mirarme a los ojos,
respondió que si no podía arreglármelas sola, no merecía estar allí. No volví a pedir ayuda.
Fue un año de privación de sueno, lágrimas contenidas y cuchillo entre los dientes. En los años que siguieron,
nos mantuvimos al tanto de nuestros ascensos, corresponsalías en el exterior, libros publicados, premios recibidos,
mediante una lista de correo electrónico. Paul fue contratado por el New York Times para cubrir el sudeste asiático,
como quería. Susan logró escribir desde México para una gran agencia de noticias. Julia se dedicó a producir
documentales en Nueva York. Otros escribían desde Sierra Leona, Afganistán, China, Madagascar… ¿Alguien en Nepal
para tomar unos tragos? Luego, comenzaron a llegar las ofertas de trabajo de quienes habían alcanzado posiciones
ejecutivas.
Este año, a casi quince de la graduación, llegó un mensaje distinto. Amy había renunciado a su puesto de
periodista de investigación televisiva para montar su propio negocio en Connecticut, con el que estaba ganando mucho
dinero. ¿Un medio propio? Nada de eso: era manager regional de una marca de cosmética suiza, una versión sofisticada
de Avon. Trabajaba desde su casa, y quería avisarnos que si estábamos “buscando un plan B en estos días”, ése era uno
muy bueno. El mensaje provocó una avalancha de correos. ¿Se conmiseraban de Amy mis viejos companeros? ¿La
censuraban por usar la lista con motivos no periodísticos, como había ocurrido con otros en el pasado? Todo lo
contrario.
La primera en contestar fue Deena, desde Nueva Jersey. Se describió como “uno de los últimos graduados de
la escuela de periodismo lo suficientemente ingenuos para seguir trabajando en un periódico”. Porque Amy no estaba
sola: “Un número creciente de talentosos periodistas está dejando la profesión para perseguir oportunidades mejor
pagas y más excitantes. Tengo que admitir que una parte de mí se siente increíblemente inspirada por eso”. Luego,
Norman nos comunicó que estaba por crear un emprendimiento social y que lo mismo estaba haciendo Paul. Temima
confesó que le había llevado mucho tiempo darse cuenta de que “estaba bien hacer otra cosa” que no fuera periodismo,
pero que ahora era feliz dando clases de Literatura inglesa y oratoria en una escuela secundaria. Ana Lisa contó que
había sido editora de grandes revistas en Nueva York y Los Angeles durante doce años y había colaborado a lanzar
nuevas publicaciones al mercado. Sólo dos revistas sobrevivían (y eran “una porquería”). Quienes siguen trabajando en
ellas “están deprimidos y odian su trabajo más de lo que creían posible”. Ana Lisa pasó más de un ano desempleada.
Ahora estudia para ser bibliotecaria, una carrera con un futuro laboral que el periodismo, dijo, ya no ofrece. Josh sigue
en su puesto de editor senior en Entertainment Weekly, donde hizo una ascendente carrera de doce años. En 2008,
luego de publicar su primer libro, había descubierto su plan ideal: escribiría libros, daría clases y sólo se mantendría en
el periodismo como colaborador ocasional. “En la manana que siguió a esa epifanía, la economía se fue a la mierda, y
desde entonces tengo los nudillos blancos de aferrarme a mi trabajo y a mi sueldo”, se lamentó. Adam nos recordó que
poco después de la graduación fue contratado como asistente de producción por Fox News. En cinco anos, llegó a
productor senior. Luego pasó a otra cadena, wabc, como productor de un programa de noticias en horario central. Pero
cada día se sentía más infeliz en su trabajo, hasta que “se volvió dolorosamente claro que ya no quería producir
noticias”. De un día para el otro, renunció al periodismo e inició una nueva carrera como… stand‐up comedian.
En otra generación, estos relatos serían expresión de la crisis de los 40. No en la mía. En la mía, es la
estampida de una especie en peligro de extinción.
La mayoría de nosotros tuvo en Columbia, en 1995, su primera casilla de e‐mail, y todos debimos aprobar la
materia Reporteo Asistido por Computadora. El cambio que esos dos hechos anticipaban era fenomenal, pero ni lo
imaginamos: éramos la última generación preparada para un oficio que se transformaría por completo cuando
llegáramos a la edad en que deberíamos alcanzar su mayor dominio.
Volví a Estados Unidos en el momento exacto para comprenderlo en toda su dimensión: mediados de 2008,
cuando la mayor crisis financiera de los últimos setenta años se combinaba con una revolución tecnológica que ponía
fin al modelo de difusión de las noticias que predominó en el mundo durante casi tres siglos.
Fui a Boston con una beca para periodistas de la Nieman Foundation, en la Universidad de Harvard. La beca
Nieman, que se otorga cada año a una veintena de periodistas con experiencia (una mitad norteamericanos; el resto,
extranjeros), fue creada en 1937 como un modo de elevar el estándar del periodismo con un ano de reflexión y
exploración académica. Normalmente, los periodistas elegidos dedican el año a cursar como oyentes los cursos más
diversos: filosofía, literatura, ciencia, música, religión, oratoria, leyes, arte, salud pública, negocios, política, historia,
arquitectura, diseño, urbanismo… la fascinante oferta de Harvard. A poco de comenzar el año, quedó claro que mi clase
sería diferente de las anteriores.
Los periodistas, en especial los norteamericanos, no podían permitirse un año de descanso: cada día llegaban
noticias de despidos masivos en sus redacciones (de a 400, 500 periodistas por vez); varios recibieron ofertas de
retiros voluntarios o fueron advertidos de que a su regreso les esperaba el despido; una se enteró de que su diario, el
centenario Seattle Post‐Intelligencer, del que era columnista, clausuraba su edición en papel para convertirse en una
pequeña redacción online en la que ella no tendría cabida. Todas las semanas asistíamos a charlas de colegas,
empresarios de los medios y expertos académicos que coincidían en el diagnóstico: la gratuidad, la velocidad y el
acceso que hacía posible internet habían quitado a los medios el monopolio de la información; y el modelo económico
del periodismo, tal como lo conocíamos, se había derrumbado.
En la revista The New Yorker, Eric Alterman lo explicó de otro modo: era un cambio de paradigma. De una
elite preparada que detentaba el poder de la información y la distribuía entre un público mayormente pasivo, a una
sociedad que aspira a manejar colectivamente, mediante una “conversación”, la distribución de la información que
necesita.
Nos cayó encima un aluvión de estadísticas. La planta total de periodistas en los diarios norteamericanos, que
había crecido de 40 mil a más de 60 mil entre 1971 y 1992, volvió a 40 mil en 2009, según un estudio de la Universidad
de Columbia. Los avisos en diarios de papel cayeron 23 por ciento en los últimos dos años, según el reporte sobre el
estado de los medios 2009 del Pew Project for Excellence in Journalism: “Algunos diarios están en bancarrota, otros
han perdido tres cuartos de su valor. Según nuestros cálculos, casi uno de cada cinco periodistas que trabajaban en
diarios en 2001 ha perdido su puesto, y es posible que 2009 sea todavía peor”. En los canales de televisión, los equipos
de noticias fueron reducidos “a niveles sin precedente”, y las ganancias cayeron 7 por ciento en un año electoral
(2008), “algo nunca antes visto”. Once diarios metropolitanos fueron cerrados y ocho pasaron a publicarse
exclusivamente online o redujeron al mínimo su existencia en papel desde marzo de 2007 en los Estados Unidos, según
el sitio Newspaper Death Watch.
La migración de audiencias hacia internet es cada vez mayor. Según el informe del Pew Project, la cantidad de
usuarios habituales de sitios de noticias en internet en Estados Unidos creció un 19 por ciento en los últimos dos años.
Sólo en 2008, el tráfico de los cincuenta sitios de noticias más populares de internet creció 27 por ciento. Pero su
ganancia publicitaria, que en los últimos dos anos había crecido a razón de un tercio anual, se está estancando. Se
calcula que, en 2008, la recesión duplicó, al menos, las pérdidas de la industria periodística norteamericana, según el
informe del Pew Project.
Los intentos por encontrar nuevas fuentes de ingresos para el periodismo quedaron estancados. “En los
esfuerzos por reinventar el negocio, 2008 puede haber sido un año perdido, y 2009 amenaza con serlo también.”
(Las cifras son especialmente dramáticas en Estados Unidos, que va al frente de la transformación digital,
pero la tendencia es mundial. En Argentina, la circulación de los principales diarios, según los datos del Instituto
Verificador de Circulaciones publicados por el sitio Diario Sobre Diarios, registran bajas históricas. Clarin vendió en su
mejor mes del primer semestre de 2009 unos 366 mil ejemplares diarios –calculados sobre la venta total de una
semana–, cuando en 2006 su piso de venta estaba en los 400 mil. La Nación ronda los 150 mil ejemplares diarios,
cuando hace dos anos tenía un piso de venta diario promedio de 170 mil. Según Diario sobre Diarios: “…los estudios de
años anteriores demuestran que será difícil que reviertan una nueva caída anual en sus circulaciones”. Al mismo
tiempo, la cantidad de lectores de sus sitios online no ha dejado de crecer y supera, de lejos, a los lectores de papel.
Pero los ingresos publicitarios en las páginas de internet no se acercan ni remotamente a los ingresos históricos del
papel.)
En Boston, todas las conversaciones giraban alrededor de un plan B. Algunos de los Nieman, como mis
companeros de Columbia, fantaseaban con abandonar el periodismo. La mayoría resolvió que era imprescindible
realizar una reconversión tecnológica. Forzamos a la fundación a conseguirnos entrenamiento en video, audio y diseno
para internet.
“No importa cómo lo cuentan, lo que importa es lo que cuentan”, nos alentó Al Tompkins, profesor del
Poynter Institute para periodistas, en una clase en que nos mostró cómo la tecnología podía hacer más fácil e
interesante nuestro trabajo. Por presión de mi clase, el programa de la Nieman Foundation fue resideñado y a partir de
este año, los becados tendrán clases semanales de “nuevos medios”.
Pero al finalizar el ano, la mayoría comprendió que los cambios en la industria eran tan profundos que
exigían una reconversión mayor: debíamos adquirir una nueva mentalidad. Abrazar el nuevo paradigma. Explorar sus
oportunidades. Cada vez sería más difícil trabajar para una gran empresa periodística, pero sería más fácil ser dueño, o
socio, de una pequeña empresa periodística de calidad. Rosental Alves, director del Knight Center para el Periodismo
en las Américas, señaló durante una conferencia sobre periodismo online en la Universidad de Austin, Texas, en mayo,
que ya no alcanzaba con formar periodistas: “Hay que formar entrepreneurs”.
Todos comenzaban a mirar con esperanza las variadas experiencias nacidas de la crisis. Por ejemplo, Talking
Points Memo (www. talkingpointsmemo.com), la expansión del blog de un periodista formado en diarios de papel, John
Marshall. Hoy tiene una pequena redacción de periodistas en Nueva York y Washington, con un presupuesto anual de
600 mil dólares entre avisos y contribuciones de los lectores. tpm aspira a convertirse en un medio nacional influyente,
y dio un gran paso en ese sentido al revelar que el gobierno de George W. Bush había despedido a fiscales federales por
razones políticas. Fue crucial en la investigación la participación (gratuita) de un grupo de lectores, que aportó y
chequeó información, un nuevo método llamado periodismo “proam” (con participación de profesionales y amateurs).
tpm creó un modelo, muy imitado luego en blogs, que combina noticias, comentarios y participación de los lectores.
Otro ejemplo es ProPublica (www.propublica. org), el mayor sitio de noticias en internet sin fines de lucro en los
Estados Unidos. Lo creó en 2008 Paul Steiger, un veterano editor de diarios, ex secretario de redacción del Wall Street
Journal, con 30 millones de dólares que le donó un matrimonio de millonarios de California. ProPublica tiene un equipo
de reporteros que hace investigaciones sobre temas de interés público (corrupción gubernamental, la crisis económica,
etcétera). Vende sus investigaciones a los grandes medios, a los que cada vez les cuesta más realizar las propias.
También las publica, con acceso gratuito, en su sitio web, donde también tiene blogs y una base de datos. Politico
(www.politico.com) es un sitio web de noticias políticas, centrado en Washington, al que han emigrado muchos ex
periodistas de los grandes diarios. Tiene setenta en su staff y se financia, en abundancia, con avisos de corporaciones y
grupos de influencia. Tiene una edición en papel, gratuita, que se reparte en el Congreso en días de sesión. Globalpost
(www.globalpost.com) es un sitio de noticias internacionales. Lo dirige un ex corresponsal extranjero del Boston Globe,
Charles Sennot, que consiguió un socio dispuesto a aportar 10 millones de dólares. Cubre noticias internacionales con
más de cincuenta periodistas distribuidos por el mundo, a los que paga contratos part‐time. Sus artículos se publican
en su página web y se venden a diarios de papel que se han quedado sin corresponsales propios. El acceso al sitio es
gratis, pero los lectores pueden pagar por el “pasaporte” que da acceso directo a los corresponsales y a información
exclusiva. Spot.Us, que comenzó gracias a una beca de 340 mil dólares de la Knight Foundation, pide donaciones a sus
lectores para encargar investigaciones a periodistas freelancers. Los lectores eligen qué investigaciones les resultan
relevantes. En sus primeros diez meses, 800 lectores aportaron 40 mil dólares para treinta investigaciones publicadas
en la página www. spot.us y en pequenos periódicos.
Luego de analizar éstas y otras experiencias en un exhaustivo y demoledor estudio de cien páginas, “La reconstrucción
del periodismo americano”, Leonard Downie Jr., vicepresidente del Washington Post, y Michael Schudson, profesor de
la Universidad de Columbia, concluyeron: “Creemos haber visto abundantes oportunidades para el periodismo del
futuro. En muchas de las empresas periodísticas que visitamos, viejas y nuevas, vimos los comienzos de una genuina
reconstrucción de lo que el periodismo puede y debe hacer. Vimos diarios en crisis abrazar el cambio digital y
comenzar a colaborar con otros diarios, vimos empresas periodísticas sin fines de lucro, universidades, bloggers y sus
lectores. Vimos el energético reporteo que llevan adelante redacciones que recién comienzan, donde el entusiasmo por
las nuevas formas del periodismo es contagioso”.
Paul Steiger, el director de ProPublica, afirmó en el congreso de Austin que este momento de “destrucción
creativa” ofrece a un mismo tiempo “oportunidad y terror”: terror para los mayores de 50, oportunidad para los que
comienzan. Un momento magnífico, concluyó Steiger, para tener 20 años. B