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“Bienaventurados los de limpios corazón,

porque ellos verán a Dios”

Hemos visto que el único motivo por el que un hombre es salvo es la libre
misericordia de Dios. Ahora bien, la salvación incluye la liberación del pecado la cual
equivale a la limpieza del corazón. La gracia salvadora es la que conduce al hombre en el
proceso de santificación. Cuando la misericordia de Dios alcanza a un hombre, podemos
estar seguros de que ella efectúa en la vida de éste aquello que se ha propuesto a hacer.
Esto no lo hace aparte del hombre, ni contrariamente al mismo, sino juntamente con él, y
en él. Si plantamos un árbol de almendros, no nos sorprende en absoluto que lo que
obtengamos al fin sean almendras. Por lo tanto, la seguridad de esta verdad reside tanto
en la naturaleza misma de la salvación (por gracia), como en la plena certeza de que ésta
es ejecutada, en todas sus dimensiones, única y exclusivamente por Dios. Por eso Judas
puede decir en el versículo 24: “Y Aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y
presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios,
nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos.
Amén.”
Bíblicamente la limpieza del corazón se puede entender en dos fases distinguibles
pero inseparables. En primer lugar hablamos de la justificación por medio de la fe, la cual
es un regalo de Dios independiente del hombre mismo, pues es por gracia. Ser justos
delante de Dios es posible a causa de que, aparte de la justificación que el hombre pueda
alcanzar mediante las obras, se ha manifestado la justificación otorgada por Dios
gratuitamente por poner nuestra confianza en lo que él ha hecho mediante su Hijo
Jesucristo. La justificación es el “manto de justicia” de Jesucristo que cubre la vida del
creyente, haciendo que el mismo sea completamente justificado delante de Dios, y esto
aparte de sus propias obras, tanto rectas, como corrompidas. La misma nos es dada
mediante la confianza en lo que Jesucristo hizo por nosotros en la Cruz. Repetimos que
esta justificación es un regalo de Dios cuando el hombre era completamente incapaz de
hacer nada al respecto. Esta obra no es un proceso, sino un momento puntual.
Pero en segundo lugar, al hablar de la limpieza de corazón, debemos referirnos a
la santificación. La santificación es el proceso mediante el cual esta justicia que es por la
fe en Jesucristo, que, como hemos dicho, nos cubre como un manto de justicia, pasa a ser
efectiva y real en nuestros corazones. Es a esto a lo que la Biblia se refiere cuando habla
de ser hecho conforme a la imagen de Jesucristo. En otras palabras, es la restauración de
la imagen de Dios en el hombre. Este proceso de santificación es una obra realizada por
el Espíritu Santo en nuestros corazones, y nosotros también somos llamados a ocuparnos
de la misma. Por lo tanto, la limpieza de corazón consiste en la justificación, y la
decurrente santificación, términos en los que debemos aprender a meditar.
La naturaleza de Dios exige que los únicos que puedan ver su rostro sean
aquellos que son limpios de corazón. Y esta limpieza sólo es posible por la justificación
que Dios otorga gratuitamente en Cristo Jesús. Amigo, ¿haz comprendido tu necesidad de
esta justicia? ¿Te haz arrepentido de tu condición, y abrazado la gracia que te es ofrecida
en Cristo Jesús? Es mi oración que aprendamos a cada día caminar en santidad delante de
Dios y de los hombres, sabiendo que el hombre feliz es aquel que ha sido liberado de la
corrupción del pecado, el cual ciertamente habitará eternamente en la presencia de su
Dios. Amén.

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