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Leibniz, dentro de lo que su luz natural le pudo revelar, Descartes prefiri los aplausos antes
que las certezas. Silva establece:
Por contraste con Descartes, Leibniz subraya que respecto del mtodo par llegar al
conocimiento lo importante es ser cuidadoso en el manejo de las evidencias y el uso de las
reglas de inferencia. Puesto que la memoria y la atencin a veces nos fallan, las
operaciones y los procesos discursivos deben ser verificados muchas veces antes de
tenerlos por confiables (Ibid., p.229).
Leibniz, en todo caso, demuestra la imposibilidad de comprender absolutamente la
naturaleza de Dios (tal y como segn l, presume Descartes) y por consiguiente, tener una idea de
Dios, dado a que el ser humano tiene una mente finita. De acuerdo al planteamiento ontolgico y
lingstico, la palabra Dios sugiere una existencia implcita, sin embargo, aunque la
existencia est sujeta, no funciona como evidencia. No obstante, por el hecho del concepto
contener una probabilidad de existencia en s, se asume la postura de concebir la idea de una
naturaleza divina a partir de una esencia que depende de la existencia misma. Y si hay tal
esencia, entonces existe la sustancia y todos sus atributos caractersticos de una naturaleza divina,
como la sugiere el concepto. Con esta nocin es posible legar al punto que estriba en el que el
Dios que se pone en discusin, no es el Dios segn el cristianismo; y que segn como lo concibe
Descartes, expresa ineptitud en su metafsica, pues conduce al Espinozismo (Ibid., p.235). No
empero, la nocin de Dios como sustancia trasciende a otro plano, cuando Silva nos lo presenta
segn desde la perspectiva de la metafsica tradicional. Nos recuerda la posicin elevada
respecto al mundo y Su unidad de las almas finitas, las cuales fueron concebidas como
esencialmente activas y dotadas de un impulso existencial, una fuerza, que resulta del acto
creador (Ibid., 237).
Finalmente, podemos afirmar tal y como Jos Silva, que la filosofa de Leibniz tena
como objetivo ser ese antdoto que contrarrestara el efecto daino que provocaba el
cartesianismo. Pues tal y como fue antes dicho, el verdadero quehacer filosfico no se basa en
los sorprendentes argumentos, cuyo fin remiten a los elogios, sino mas bien en la responsabilidad
y seriedad del pensamiento; dirigido hacia una constancia y profundidad que pueda poner en
manifiesto las inquietudes del ser humano, desde una perspectiva novedosa.