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P R Ó L O G O

Material es lo que no es espiritual: todas las sustancias con las cuales


están hechas las cosas y los seres. Así, casi lo único que identifica al
campo de los materiales es su propio nombre; esto es, la etiqueta, la
palabra "materiales". Madera, plásticos, metales duros y blandos, vidrio
y cerámicas, telas, las llamadas tierras raras, el cemento, son todos
ellos materiales. Su disponibilidad, sus propiedades y características
físicas y químicas, sus usos y aplicaciones son radicalmente diferentes,
pero todos forman parte del mundo de los materiales. ¿Cómo definir
tan vasta extensión? Guillermo Aguilar hace bien en acudir a nuestra
intuición; más aún porque cuando de materiales se habla no siempre se
incluyen todos los que, estrictamente, lo son. Generalmente se dejan
fuera elementos y sustancias que no se utilizan para la manufactura de
objetos y cosas. El agua rara vez se incluye como material, aun cuando
estrictamente lo es; lo mismo ocurre con el aire que respiramos y
(afortunadamente) con la carne que nos constituye.

Dejando a un lado los problemas de definición y clasificación, y si


tomamos en cuenta que el hombre es el homo faber, el animal
constructor de herramientas por excelencia, y que éstas y los objetos
que con ellas se logran están hechos de materiales, buscar paralelos
entre la historia del hombre y la de los materiales no sólo es natural
sino obligatorio. Así lo bosqueja atinadamente el autor al pasearnos con
rapidez por la Edad de la Piedra, del Cobre, de Bronce, de Hierro, del
Acero, y del Plástico (¿por qué no habrá la Edad de la Madera, del
Papel, o del Cuero?). Su relato sobre el descubrimiento y uso de
algunos materiales es accesible e interesante, aunque quizá, para mi
gusto, hubiera resultado aún más atractivo si profundizase en la
relación histórica bidireccional entre los materiales y la organización
social y económica, en particular en el caso de México.

El tránsito de las sociedades nómadas a las agrícolas sedentarias y de


éstas a las urbanas industriales, modificó sin duda la demanda de
materiales, lo que a su vez fue posible gracias a la disponibilidad,
domesticación y transformación de éstos. Los grandes rascacielos y las
ciudades de hoy serían imposibles sin el uso de los metales y el
concreto. La gran industria electrónica mundial no podría haberse
desarrollado como lo ha hecho si no fuese gracias a nuestro manejo de
los materiales semiconductores. La producción y adquisición de este
libro habría sido otro cantar sin el papel de que está hecho. Podríamos
repasar así cada área de las actividades humanas y en su evolución
trazar los cambios en el uso de diferentes materiales; cascos de
embarcaciones que pasan del cuero a la madera, de ésta a los metales
y de ellos a las fibras de vidrio, incluso con algunas incursiones del
concreto. Vestidos que van del cuero a la lana y la seda, al algodón y a
las fibras sintéticas (plásticos). La disponibilidad de los materiales limita
o abre posibilidades de desarrollo. El comercio y la conquista han
estado ligados desde siempre a la obtención de materiales. Hay indicios
de que Colón no fue el primero en pisar tierras americanas;
probablemente los vikingos y los celtas lo hicieron antes en varias
ocasiones para obtener metales americanos. En México la Colonia no
puede dejar de asociarse con la extracción minera del oro y la plata. La
economía entera de muchos países descansa en su producción de uno o
unos cuantos materiales. Los nuevos permiten cubrir las necesidades
que van planteándose o cubrir las viejas a menor costo. Buscamos
materiales resistentes a las altas temperaturas para poder incrementar
la velocidad de los transportes aéreos, o reducir el peso y, por ende, el
consumo energético de los transportes; fibras de vidrio que nos
permitan transmitir cantidades enormes de información de un lugar a
otro empleando señales ópticas y cables de mucho menor diámetro (y
peso) que los actuales de cobre; envases de plástico más resistentes,
ligeros y baratos que los de vidrio para almacenar y transportar bebidas
y alimentos.

El ascenso del hombre está marcado por una continua conquista sobre
los materiales. Hasta hace muy poco, este ascenso se realizó
aprovechando los materiales disponibles en la naturaleza y buscando
aplicaciones para los descubrimientos recientes y cada nuevo material
encontrado y dominado permitía desarrollar mayores avances. Pero hoy
en día este proceso empieza a sufrir un cambio cualitativo: ya no se
trata simplemente de encontrar otros usos para cada material, sino de
diseñar y sintetizar los materiales más adecuados para los nuevos
requerimientos. Hoy se especifican las características del material
necesario para una aplicación dada y después se fabrica.

Así, tenemos que admitir que los materiales son indispensables,


determinantes para cualquier economía, y que los avances científicos y
desarrollos tecnológicos nos permiten hoy obtenerlos, manipularlos,
procesarlos, transformarlos y utilizarlos como nunca antes en la
historia. Vivimos en contacto continuo con los materiales y a todos nos
cuestan más de lo que generalmente imaginamos.

Pagamos más por la lata que por su contenido; más por el envase de
vidrio o de metal que por el refresco. Sin embargo, por esas extrañas
asociaciones de ideas que no siempre pueden explicarse del todo,
cuando pienso en la atención que damos en México a los materiales,
frecuentemente recuerdo el título de una vieja pero excelente película
de Luis Buñuel: Los olvidados. Quizá porque creo que en nuestro país
hemos descuidado su estudio sistemático. Nos hemos preocupado muy
poco por desarrollar la ciencia de los materiales, por investigar sus
límites y sus posibilidades. Y esto es paradójico, porque México tuvo
durante la Colonia una importante industria minera; incluso hoy en día,
nuestro país sigue ocupando un lugar muy destacado a nivel mundial
en la producción de varios minerales. El oro y la plata fueron los
principales productos de exportación de México hasta los años
cuarenta; el cobre, el cinc y el plomo (junto con el algodón), lo fueron
desde fines de los cuarenta hasta principios de los sesenta, el azúcar en
los setenta y el petróleo desde mediados de dicha década. México ha
sido exportador de materias primas; con demasiada frecuencia sin
agregarles valor, sin convertirlas antes en productos terminados o
semiterminados.

En México hemos prestado una atención tan marginal a los materiales


que ni siquiera tenemos en claro cuáles son indispensables para
nuestros objetivos como país, para nuestra seguridad nacional;
tampoco hemos estimado en qué cantidades mínimas los requerimos,
ni nos hemos preocupado por tenerlas en reserva. Prevalece entre
nosotros la imagen de que son importantes para México sólo aquellos
materiales que la naturaleza nos proporcionó en abundancia y solemos
ignorar aquellos que nos permitirían generar mayores riquezas al
transformarlos, agregándoles valor, dándoles nuevos usos,
independientemente de si los tenemos o no disponibles dentro de
nuestras fronteras. La riqueza de las naciones está en su tecnología, en
su saber transformar los materiales en objetos con gran demanda, y no
tanto en su dotación natural de recursos (aunque es obvio que esto
último ayuda). Por esta razón, sea bienvenida la presente obra de
Guillermo Aguilar que, como lo hacen ya otras de esta bella e
importante colección del Fondo de Cultura, seguramente contribuirá a
despertar nuestras inquietudes e interés por los materiales y por
aprender cómo han ido y van de la mano con nuestro desarrollo social,
económico y cultural. Entre los retos que nos traerá el porvenir
seguramente ocupará lugar prominente la ya próxima revolución
tecnológica en los materiales, con cerámicas y superconductores, con
nuevas aleaciones, con materiales compuestos; con una mirada más
profunda a la estructura molecular. Todo esfuerzo por dotarnos de
mejores armas intelectuales para comprenderla mejor, en esencia y
alcances, aunque sólo sea en algunas de sus partes, debe ser
aplaudido.

ANTONIO ALONSO C.

México, D.F., mayo de 1988.


I N T R O D U C C I Ó N

Desde la misma aparición del hombre sobre la Tierra se dio la eterna


lucha de éste por obtener una mejor manera de vivir. Explotar los
recursos naturales y transformarlos a su mejor conveniencia fue uno de
sus primeros retos y continúa siendo una de sus principales
preocupaciones.

Productos evidentes del ingenio del hombre son los que ahora
conocemos bajo el nombre de "materiales", a tal punto que
prácticamente nos resulta imposible imaginar actividad humana alguna
en la que los materiales no sean determinantes: muchas veces, éstos
nos resultan tan familiares que ni siquiera cobramos conciencia de su
intervención en nuestra vida cotidiana.

Los grandes avances de la humanidad han sido posibles gracias a un


material o a un conjunto de ellos. Para ejemplificar, citemos algunos de
los avances más espectaculares de los años recientes: los transistores,
el rayo láser o la fibra óptica.

En este libro hablaré, a grandes rasgos, de la lucha que la humanidad


ha sostenido para disfrutar de los beneficios de la explotación y
adecuación de los recursos naturales.

Mi mayor satisfacción sería que quien terminara de leer este libro


tuviera la sensación de haber participado en una gran hazaña que aún
no ha concluido. Si no lo consigo, esperaría al menos que los lectores
se hubieran divertido.
I N T R O D U C C I Ó N

Desde la misma aparición del hombre sobre la Tierra se dio la eterna


lucha de éste por obtener una mejor manera de vivir. Explotar los
recursos naturales y transformarlos a su mejor conveniencia fue uno de
sus primeros retos y continúa siendo una de sus principales
preocupaciones.

Productos evidentes del ingenio del hombre son los que ahora
conocemos bajo el nombre de "materiales", a tal punto que
prácticamente nos resulta imposible imaginar actividad humana alguna
en la que los materiales no sean determinantes: muchas veces, éstos
nos resultan tan familiares que ni siquiera cobramos conciencia de su
intervención en nuestra vida cotidiana.

Los grandes avances de la humanidad han sido posibles gracias a un


material o a un conjunto de ellos. Para ejemplificar, citemos algunos de
los avances más espectaculares de los años recientes: los transistores,
el rayo láser o la fibra óptica.

En este libro hablaré, a grandes rasgos, de la lucha que la humanidad


ha sostenido para disfrutar de los beneficios de la explotación y
adecuación de los recursos naturales.

Mi mayor satisfacción sería que quien terminara de leer este libro


tuviera la sensación de haber participado en una gran hazaña que aún
no ha concluido. Si no lo consigo, esperaría al menos que los lectores
se hubieran divertido.
I I . D E L A C E R O A L O S P R I M E R O S
P O L Í M E R O S

EN El capítulo anterior hemos descrito someramente cómo el hombre


fue satisfaciendo sus necesidades mediante el manejo de nuevos
materiales, que, en la inmensa mayoría de los casos, le eran
proporcionados directamente por la naturaleza. Como ya lo hemos
mencionado, esto no quiere decir que los metales en sí se encuentren
en estado natural, pues salvo el mercurio, el oro y en ciertos casos el
cobre y la plata, la mayoría de los metales se encuentran en estado
combinado en forma de minerales. Los más importantes, en razón del
papel que han desempeñado en la obtención de cobre, plomo, cinc,
estaño y hierro se muestran en el cuadro 3.

En términos generales, se puede decir que de estos minerales es


posible extraer los diferentes metales mediante el proceso llamado de
reducción por carbón, y justamente gracias a ello fue que hacia el
tercer milenio a.C., todos estos metales ya eran conocidos para el
hombre.

Cuadro 3.

Cobre ( Cu ) Plomo ( Pb )

Cerusit
Cuprita Cu2O PbCO3
a
Malaquit CuCO3Cu
Galena PbS
a (OH)2
Calcocit Anglesi
Cu2S PbSO4
a ta
Calcopir
Cu FeS2
ita

Cinc ( Zn ) Hierro ( Fe )

Esfalerit Hemati
ZnS Fe2O3
a ta
Calamin Zn4(OH)2Si2O7· Magneti
Fe3O4
a H2O ta
Limonit Fe2O3H2
Cincita ZnO
a O
Willemit Zn2SiO4 Siderita FeCO3
a

Estaño ( Sn )

Casiterita SnO2

El proceso de reducción por carbón consiste, grosso modo, en lo


siguiente: cuando un mineral que contiene oxígeno (hematita, cuprita o
casiterita) es calentado en presencia de carbón, éste captura parte del
oxígeno que se libera y ambos se combinan, produciéndose algún
compuesto de oxígeno y carbono y dejando al metal libre de oxígeno,
es decir, puro. En el caso de la hematita, por ejemplo, la reacción
química que se lleva a efecto es la siguiente:

He aquí pues, una posible explicación de la manera casual en la que el


hombre llegó a la Edad del Hierro. Ya hemos visto cómo el hombre
aplicó el fuego para tratar los distintos materiales de que iba
disponiendo, dando origen a lo que hemos denominado "artes
pirolíticas". Cabe suponer que este fuego lo producía por la combustión
de madera o incluso carbón de piedra, y muy probablemente en
configuraciones tales que favorecían la mezcla de mineral con la fuente
de calentamiento. El resultado empírico fue que el mineral resultaba
beneficiado o reducido (términos actuales para describir este proceso).

Experiencias similares debieron dar por resultado el descubrimiento del


cinc, estaño, plomo y plata. Resulta oportuno en este punto hacer la
observación de que, salvo el hierro, ninguno de los metales que
inicialmente conoció el hombre son de los que más abundan en la
naturaleza. Más de la mitad de la corteza terrestre está constituida por
sólo siete elementos, a saber: silicio (Si), 27.6%; aluminio (Al), 8.1%;
hierro (Fe), 5.1%; calcio (Ca), 3.6%; sodio (Na), 2.8%; potasio (K),
2.6% y magnesio (Mg), 2.1%.

¿Cuál sería, entonces, la razón por la cual, siendo tan abundante el


aluminio, no fue de los primeros en descubrirse? La respuesta la
encontramos en los párrafos anteriores, pues resulta que no es posible
reducir el aluminio por carbón y consecuentemente, el hombre no pudo
realizar un descubrimiento casual de este proceso tan valioso.

Estos hechos dan pie para concluir que en el desarrollo de la


humanidad ha resultado definitivo no sólo el que la naturaleza
proporcione de manera más o menos directa un determinado material,
sino también que el hombre realice el descubrimiento de los procesos
para transformar los materiales.

¿HIERRO O ACERO?
En relación con la Edad del Hierro, son muchos los metalurgistas de la
época actual que se han planteado y tratado de explicar una serie de
dudas que surgen justamente ahora que disponemos de mayor
información sobre lo que es el hierro y sus compuestos. Una de estas
preguntas, tal vez de las más profundas, es la siguiente: actualmente
sabemos que, en buena medida, las propiedades mecánicas del hierro
puro son inferiores a las que presentan el cobre y el bronce. Así pues,
¿cómo es que el hierro pudo llegar a sustituir a esos materiales?; y, por
consecuencia, ¿cómo es posible que se haya considerado que el paso
de la Edad del Bronce a la Edad del Hierro fue un avance sustancial en
la historia de la humanidad?

En primer lugar, cabe mencionar que la secuencia histórica Edad del


Bronce a la Edad de Hierro no es universalmente aceptada y existen
bastantes estudios que presentan hechos bien fundamentados que se
oponen a ella. T. A. Wertime lo resume de esta manera: "... las
'edades' según los metales son clasificaciones útiles para una visión
general de la historia, pero no dicen nada acerca de los verdaderos
orígenes de la metalurgia."

En segundo lugar, y considerando como válida la sustitución del bronce


por el hierro, es posible explicarla de la manera siguiente: el hierro
aparece inicialmente como producto de reducción de sus minerales,
proceso que requiere de una temperatura menor que la del punto de
fusión. El resultado de esto es una esponja metálica que, al ser
martillada, se libera de sus escorias y permite formar una masa
compacta y dúctil. Prueba de ello serían las muestras que se han
encontrado y a las que se les ha asignado, de acuerdo a técnicas
actuales, un origen que data del tercer milenio a.C. Pero además, y
como lo mencionamos al iniciar este capítulo, el proceso de reducción
por carbón consiste precisamente en el calentamiento en presencia de
este elemento, y sabemos que si al hierro se le da un tratamiento
consistente en elevar su temperatura y en presencia de carbón, lo que
se obtiene es justamente el acero. Es decir, es altamente probable que
lo que el hombre del siglo XV a.C. conoció y manipuló haya sido lo que
hoy conocemos como acero al carbón y no el hierro. La figura 6
muestra una espada corta del año 800 a.C., o aún más antigua. La hoja
es de acero al carbón endurecida por tratamiento térmico y el mango
está formado por varias piezas de hierro. Algunas de ellas son piezas
forjadas.

No sería remoto que en este proceso de consecución del acero se


hubiera tenido el convencimiento de que el simple calentamiento de los
minerales seguido del enfriamiento consecuente diera por resultado un
nuevo material, quebradizo a veces, más duro y menos maleable que el
cobre, menos útil que el bronce pero más abundante y fácil de obtener.
Figura 6.

Pronto debió haberse observado que si el calentamiento se prolongaba,


se mejoraba la condición de fragilidad y se aumentaba notoriamente su
dureza. Esto no podía ser otra cosa que el "resultado obvio" de la
purificación del material, es decir, se pensaba que el acero era una
forma más pura del hierro.

LOS ACERO DE DAMASCO

Estas ideas prevalecieron hasta finales del siglo XVIII, cuando el


metalurgista sueco Swen Rinman, en 1774, logró establecer ya de una
manera científica que la diferencia entre hierro dulce, acero y hierro
colado radica fundamentalmente en la cantidad de carbón que entra
como aleante con el metal. Este descubrimiento empezó a dar luz sobre
lo que por muchos años constituyó un gran misterio, conocido como el
misterio de los aceros de Damasco, sobre los cuales existían consejas
de todo tipo, como veremos en seguida.

Los aceros de Damasco son famosos por su resistencia, dureza y por la


belleza de sus marcas. Las descripciones más antiguas sobre ellos
datan del año 540 de nuestra era, pero seguramente se utilizaron
desde la época de Alejandro Magno, es decir alrededor del año 330 a.C.
Durante las Cruzadas, los europeos encontraron en Damasco espadas y
dagas con propiedades excepcionales y por ello fue que se difundió este
nombre a pesar de que el acero de que estaban hechas provenía de la
India, donde se conocía con el nombre de wootz. Se cree que las
mejores hojas de acero fueron forjadas en Persia con el wootz
proveniente de la India, material que también se usó para hacer
armaduras. Entonces, bien pudieron llamarse aceros de la India o de
Persia.

Las propiedades excepcionales de este material se traducían en


superioridad guerrera, pues influía de manera decisiva tanto en la
protección como en la acción de ataque. Estos motivos fueron
suficientes para alentar a los europeos a indagar sobre la fabricación de
esos aceros, y fue en esa búsqueda que se encontraron con una serie
de leyendas o consejas tan inverosímiles como las siguientes: "el acero
debía ser templado", es decir enfriado bruscamente, "con los orines de
un niño pelirrojo", o bien "con los orines de una cabra de tres años que
hubiera sido alimentada por tres días sólo con helechos". Otros
procedimientos igualmente fantásticos eran más detallados, como el
siguiente: "el acero debe calentarse hasta que cese de brillar, justo
como la salida del sol en el desierto; después de esto debe enfriarse
hasta que llegue al color púrpura de rey y, en esta condición, insértese
en el cuerpo de un esclavo lo más musculoso posible, así la fuerza del
esclavo será transferida a la hoja de acero, lo que se traducirá en la
resistencia del metal".

Por muchos años y con estos procedimientos o tal vez otros similares,
muchos herreros, forjadores y aun científicos de renombre intentaron
reproducir las propiedades de los aceros de Damasco. En 1819 el
científico inglés Michael Faraday publicó un artículo, en el que proponía
como solución al problema la adición al acero de pequeñas cantidades
de sílica y alúmina. La propuesta no tuvo éxito pero consiguió inquietar
a Jean Robert Breant, a la sazón inspector de ensayos de la casa de
moneda de París, para que éste iniciara una serie de experimentos
consistentes en añadir distintos y variados elementos al acero. Para
1821, Breant había llegado al meollo del asunto y pudo establecer que
era el alto contenido de carbón el responsable de la resistencia y
dureza poco comunes de los aceros de Damasco.

Breant logró producir espadas con propiedades muy similares a las de


Damasco, pero nunca explicó en detalle los procedimientos y cabe
también suponer que no fue capaz de discernir sobre la importancia de
los distintos factores que intervenían en el proceso. De hecho, las bases
sólidas para la comprensión científica de los aceros de Damasco se
dieron hasta el presente siglo, al conocerse las transformaciones de
fase que presenta el acero como función de la temperatura y el
contenido de carbón.

Ante un misterio como éste, que duró más de 2 000 años, no queda
otra cosa más que aplicar el viejo proverbio ruso que dice:
"Frecuentemente lo mejor de lo nuevo resulta ser lo largamente
olvidado del pasado".

EL MISTERIO SE DESPEJA
En un intento por esclarecer en este libro el misterio de los multicitados
aceros de Damasco a la luz de los conocimientos actuales,
reproduciremos aquí la interpretación hecha por Sherby y Wadsworth
de la patética receta que menciona el sacrificio del esclavo musculoso.

Caliéntese la hoja de acero a alta temperatura, pongámosla a 1 000°C


("sol naciente en el desierto"), después déjese enfriar al aire hasta una
temperatura aproximada de 800°C ("púrpura de rey"). Finalmente
témplese a temperatura del cuerpo humano, 37°C en un medio salobre
("entrañas de un esclavo fuerte"). De seguirse este procedimiento, muy
probablemente se obtendrá un acero con la dureza requerida pero
quebradizo, problema que se supera si en vez de calentársele hasta
1 000°C se hace sólo hasta unos 727°C, siempre que el contenido de
carbón sea entre 1.5 y 2%. Con estas condiciones y procedimientos se
habrán reproducido las propiedades de las misteriosas espadas de
Damasco.

Desde el punto de vista formal, resulta esencial para reproducir las


propiedades de resistencia y dureza de los aceros de Damasco lo
siguiente:

Fundición. Lo importante es contar con un metal para el forjado con el


contenido de carbón adecuado (1.5 a 2.0%). La figura 7 muestra
esquemáticamente la manera de obtenerlo.

Figura 7.
Figura 8.

El mineral de hierro mezclado con carbón se calienta hasta una


temperatura de alrededor de 1 200°C, con objeto de extraer el oxígeno
del mineral (reducción por carbón). Se obtiene entonces un hierro
esponjado que mediante martilleo es liberado de impurezas. El
resultado es pedacería de hierro dulce (hierro con bajo contenido de
carbón), al cual se le agrega carbón para someter nuevamente la
mezcla a una temperatura de 1 200°C en atmósfera inerte para evitar
la oxidación. A esta temperatura, el hierro dulce permanece sólido y
sus cristales presentan una estructura cúbica centrada en las caras
(Figura 8), la cual consiste en una disposición de átomos de hierro en
las esquinas de un cubo y en las caras de éste. Esta disposición de
átomos deja huecos entre ellos, los que son llenados por átomos de
carbón, dando origen a una aleación denominada "austenita". Una vez
que se ha fundido el material se le deja enfriar muy lentamente, en un
proceso que puede llegar a tardar varios días. Durante el enfriamiento,
al pasar por los 1 000°C aproximadamente, el carbón que no ha
intervenido en la formación de la austenita se combina con el hierro,
formando carburo de hierro (Fe3C), también llamado "cementita". Este
compuesto es resistente pero quebradizo, de tal modo que si en tal
estadio se hiciera una espada, ésta resultaría muy resistente pero
quebradiza a temperatura ambiente. Simultáneamente, en este mismo
proceso de enfriamiento lento, la austenita se transforma en "perlita",
que consiste en la alternación de capas de ferrita suaves (pobres en
carbón) y capas de cementita. La estructura de la ferrita es una
estructura cúbica centrada en el cuerpo, y consiste en la disposición de
un átomo de hierro en cada una de las esquinas de un cubo y un átomo
en el centro del mismo cubo (Figura 9). El proceso seguido garantiza
una distribución homogénea de 1.5 a 2.0% de carbón en el acero.
Ahora se pasa a la forja.
Forjado. Probablemente éste sea el paso crucial en el proceso que lleva
a una "verdadera" espada de Damasco. He aquí el procedimiento. El
material obtenido de acuerdo al paso anterior se somete a
calentamiento hasta una temperatura entre 650°C y 850°C, entre rojo
sangre y rojo cereza dirían los antiguos forjadores, causando su
reblandecimiento al punto de poder ser conformado mediante martillo y
yunque. Atendiendo al punto de vista microscópico, lo que está
ocurriendo en esta etapa es el rompimiento de la red construida por la
cementita, transformándola en simples cúmulos de este compuesto, de
modo tal que aporta su característica de resistencia alta pero se
disminuye su característica quebradiza al restringirse a cúmulos
aislados.

Templado. Para terminar con la reproducción de una espada de


Damasco, sólo nos resta revisar el proceso de templado.

Después del forjado, la hoja de la espada se encuentra ya conformada


pero la estructura del material es de ferrita, lo cual quiere decir que es
muy resistente pero no lo suficientemente dura. La dureza requerida se
le dará mediante este procedimiento: se calienta la hoja hasta una
temperatura ligeramente superior a 727°C y se le enfría bruscamente
hasta llegar a la temperatura ambiente, para lo cual resulta ideal
sumergirla simplemente en agua.

Figura 9.
Figura 10.

Lo que ha ocurrido al elevar la temperatura a 727°C es que se ha


alcanzado la temperatura a la cual la ferrita centrada en el cuerpo
empieza a transformarse en "austenita" centrada en las caras (Figura
8), y al enfriarla bruscamente (templarla) se detiene la transformación
hacia "perlita", quedando los cristales de hierro con estructura centrada
en el cuerpo en forma tetragonal (Figura 10) en vez de cúbica.

Esta nueva estructura, llamada martensítica, contiene la resistencia de


la ferrita (centrada en el cuerpo) y aloja a los átomos de carbón como
la austenita. En consecuencia, dará origen a un material resistente y
duro para satisfacer las necesidades humanas que exijan estas
características. El misterio de las espadas de Damasco se ha
despejado.

En un párrafo anterior, al seguir la receta del esclavo sacrificado,


comentamos que de seguirse el procedimiento propuesto se obtendrá
una espada resistente pero quebradiza, y esto tenía relación con la
temperatura de templado (sol naciente en el desierto). Pues bien, lo
que ocurre si se trabaja por encima de 850°C es que se propicia
nuevamente una disolución de la cementita en la austenita, provocando
que el material en conjunto sea muy quebradizo.

El conocer o no los más íntimos secretos de las espadas de Damasco no


impidió o limitó siquiera que la humanidad diera uso al acero. Esta
aleación, hija de la casualidad o del empirismo (lo mismo da), ha
resultado ser uno de los materiales más utilizados por el hombre. El
dominio de la tecnología para producirlo en forma controlada pronto se
tradujo en cambios sociales profundos, pues sus características físicas
permitieron la fabricación de maquinarias más complicadas, estructuras
más resistentes, procesos en los que intervenían condiciones más
difíciles de obtener, etcétera.

Lo que propiamente se puede llamar tecnología del acero tuvo sus


inicios en los albores del siglo XIX, y alcanzó su consolidación alrededor
de 1861, con la invención de hornos que permitieron su producción
masiva y la sucesión vertiginosa y abundante de nuevas aleaciones a
base de este material.

La primera de ellas fue la obtenida a nivel experimental por Faraday, al


fundir una mezcla de acero y níquel y una mezcla de acero y cromo, lo
que ocurrió alrededor de 1819. Posteriormente se obtuvo el acero al
tungsteno en 1858, y diez años más tarde, el acero al manganeso, que
ha resultado ser una aleación con propiedades idóneas para la
fabricación de herramienta. Ya en 1877, se obtiene el acero al cromo.

Cada una de estas aleaciones posee características que permiten su


utilización de manera específica, y podríamos escribir muchísimo acerca
del desarrollo que ha tenido este material, al punto de que aún en la
actualidad, a más de un siglo de su surgimiento, se continúa
trabajando intensamente en las aleaciones del acero. Existen
programas de investigación tendientes a resolver el problema de la
creación de aceros especiales, ya sea que se busque obtener mayor
resistencia mecánica de éstos, mayor dureza o flexibilidad, o se
busquen aleaciones que resistan temperaturas cada vez más elevadas
con objeto de obtener materiales que vengan a resolver problemas en
aeronáutica, en perforación de pozos petroleros o extracción de
petróleo, o que se trate de producir materiales más resistentes a la
corrosión por salinidad o acidez, etcétera.

El cuadro 4 muestra los elementos principales que se utilizan para


realizar aleaciones con acero, y los efectos que se obtienen.

Para dar una idea de la rápida evolución e influencia que el acero y sus
aleaciones tuvieron hacia finales del siglo pasado, cabe mencionar que
entre 1870 y el fin de ese siglo, la producción mundial de acero
aumentó de 500 000 a 28 000 000 de toneladas y, por otra parte,
generó el surgimiento de un sinnúmero de tecnologías.

Cuadro 4.

Elementos Funciones principales


Aluminio
º Desoxida eficazmente

º Restringe el crecimiento del grano1

Cromo
º Aumente la resistencia a la corrosión y a
la oxidación

º Aumenta la templabilidad

º Añade resistencia a altas temperaturas

º Resiste la abrasión y el desgaste

º Contibuye a conservar la dureza a alta


Cobalto
temperatura

Manganeso º Contrarresta la fragilidad debida al


azufre

º Aumenta la templabilidad

º Eleva la temperatura del inicio del


Molibdeno crecimiento del grano

º Favorece el endurecimiento desde la


superficie hacia el interior del material

º Contrarresta la tendencia a la fragilidad

º Aumenta las resistencias a alta


temperatura, a la fluencia y la dureza a
alta temperatura

º Mejora la resistencia a la corrosión en


aceros inoxidables

º Forma partículas resistentes a la


abrasión

Níquel
º Hace resistentes los aceros no templados
o recocidos
Fósforo º Aumenta la resistencia del acero al bajo
carbón

º Aumenta la resistencia a la corrosión

º Mejora la maquinabilidad en los aceros


de cortado libre

Silicio º Desoxidador de propósito general

º Elemento de aleación para láminas


eléctricas y magnéticas

º Mejora la resistencia a la corrosión

º Hace resistentes los aceros de baja


aleación

Titanio
º Reduce la dureza y templabilidad en
aceros al cromo

Tungsteno º Forma partículas duras y resistentes a la


abrasión en acero para herramientas

º Promueve la dureza y la resistencia a


altas temperaturas

Vanadio
º Eleva la temperatura de inicio de
crecimiento del grano

º Aumenta la templabilidad

º Produce endurecimiento

1
Se entiende por "grano" la región de un sólido que tiene la
misma orientación cristalográfica. De esta manera, el sólido
estaría formado por muchos granos que difieren en orientación
cristalográfica, y cuando todos los granos que constituyen un
sólido tienen la misma orientación cristalográfica, se tiene un
monocristal.

Como muestra, vale la pena mencionar la construcción del Crystal


Palace en el año de 1854, y la construcción de la Torre Eiffel en 1889
(Figura 11), que trajo consigo el diseño y construcción de ascensores
eléctricos y, por supuesto, el diseño y construcción de una nueva
maquinaria que permitiría dar nuevas formas y encontrar aplicaciones
novedosas a este material.

LA QUÍMICA

En la época en que el acero empezó a producirse masivamente, surge


también el desarrollo vertiginoso de la química orgánica, que condujo al
hombre a la explotación de uno de los recursos más importantes de
nuestro tiempo: el petróleo.

A continuación revisaremos de manera muy breve la evolución de la


química, que ha hecho posible que estemos a finales del siglo XX
viviendo la "edad del plástico". Los orígenes más remotos de la química
los encontramos en la explotación de las salinas y la fabricación de
colorantes, perfumes y sustancias medicinales a partir de la extracción
de sustancias activas de las plantas.

Figura 11.
Figura 12.

Posteriormente se tiene la época alquimista, cuyo objetivo más


conocido era encontrar la piedra filosofal, sustancia mágica que
permitiría transmutar los metales, curar todas las enfermedades y
rejuvenecer al individuo. Con esos fines, se hicieron algunas
contribuciones importantes al conocimiento, como por ejemplo, el
"aceite de vitriolo", el cual se obtenía de "vitriolo verde" —compuestos,
que en el lenguaje actual, son ácido sulfúrico y sulfato ferroso,
respectivamente (Figura 12).

Pero no se puede hablar de química propiamente dicha sino a partir de


los experimentos de Joseph Black y Joseph Priestley, entre 1754-1774,
consistentes en la obtención de bióxido de carbono y de oxígeno,
respectivamente. (Este último, mediante calentamiento del óxido rojo
de mercurio.) Desde entonces, la evolución de la química hasta
nuestros días ha sido vertiginosa. En ella se pueden distinguir tres
etapas: la química mineral, que se inicia con la fabricación del ácido
sulfúrico concentrado y el carbonato sódico; la química orgánica, que
tiene como objeto de estudio el carbono, por lo que también se le
denomina "carboquímica", y cuyo desarrollo histórico se ubica en el
siglo XIX; y ya en pleno siglo XX, la petroquímica, que consiste en el
estudio sistemático del gas natural y el petróleo.

Como se mencionó antes, de la primera etapa se tiene la obtención del


ácido sulfúrico a nivel industrial, que se realiza mediante la quema de
azufre y nitrato de potasio en un recipiente suspendido en un gran
globo de vidrio parcialmente lleno de agua. Este procedimiento se ha
venido modificando hasta llegar a un proceso continuo de fabricación.
El carbonato sódico necesario para la fabricación de jabones
inicialmente se obtenía de las cenizas de algas marinas y
posteriormente fue sujeto a un procedimiento a escala industrial,
consistente en convertir la sal común en sulfato sódico mediante el
tratamiento con ácido sulfúrico concentrado. Dicho procedimiento,
desarrollado por Leblanc, no entró en operación hasta los albores del
siglo XIX (1807).

Paralelamente, se desarrolló la industria del vidrio, dando origen a la


fabricación de vidrios para lentes, microscopios, etc., de modo que el
vidrio pasó de ser un objeto de lujo a un objeto de uso común. La
necesidad de nuevas composiciones de vidrios para funciones diversas
obligó a que los silicatos se estudiaran de manera más sistemática.

En 1868 se inició la fabricación industrial de cloro a través del proceso


ideado por el inglés Henry Beacon. En este proceso, el cloro se obtiene
del ácido clorhídrico gaseoso.

La segunda etapa de la carboquímica nació a principios del siglo XIX,


con el surgimiento de la industria del gas para alumbrado, cuyos
subproductos más importantes fueron colorantes artificiales, fármacos
y perfumes, que vinieron a sustituir a los extraídos de la naturaleza.

La combustión incompleta de la hulla produce coque y alquitrán. Este


último compuesto tiene una gran diversidad de derivados, que se
emplean en aplicaciones igualmente variadas: el ácido fénico, de gran
utilidad para desinfectar heridas e instrumental médico; la aspirina, la
sacarina, sulfamidas y otras drogas de uso en medicina. La industria de
los materiales plásticos y de fibras sintéticas utiliza derivados del
alquitrán para producir baquelita, nylon, rayón, etc. El trinitrotolueno
(TNT) es otro derivado del alquitrán.

La tercera etapa se mezcla con el final de la segunda, mediante la


sustitución progresiva de la carboquímica por la petroquímica, proceso
en el cual el petróleo surge como combustible alrededor de 1859, y hay
que esperar hasta el siglo XX para que a partir de su destilación se
empiecen a obtener destilados como el propano, del cual a su vez se
obtiene la acetona. A partir de 1920, aproximadamente, el petróleo
sustituye al carbón como combustible y como materia prima en la
industria química orgánica.

Si la destilación fraccionada de la hulla proporcionó al hombre tantos y


tan útiles compuestos, los procesos desarrollados en la petroquímica y
las soluciones a las demandas humanas obtenidas de ellas son
literalmente pasmosas, sobre todo cuando un análisis a las entrañas de
estos compuestos nos muestra que estamos frente a moléculas
gigantes o macromoléculas, y lo impactante, lo pasmoso y a la vez lo
obvio es que justamente con ellas, con las moléculas grandes, es con
las que la humanidad ha vivido y se ha desarrollado desde siempre. Los
organismos vivientes trabajan con macromoléculas, la naturaleza
misma se desarrolla mediante macromoléculas, de modo tal que parece
que desde siempre nos ha estado diciendo, nos ha estado sugiriendo,
que intentemos ese camino, del que nos ocuparemos en el capítulo
siguiente.

I I I . P O L Í M E R O S Y
S E M I C O N D U C T O R E S

COMO se mencionó en el capítulo anterior, el siglo XX parece traer


consigo la optimación de los productos de las industrias del carbón y
del petróleo. En este desarrollo, como en muchos otros o la totalidad,
para ser más precisos, es la propia naturaleza quien sugiere los pasos
iniciales y es el ingenio del hombre el que permite y da lugar a
desarrollos que son realmente impresionantes. En la naturaleza existe
de manera abundante el elemento carbono, que es la base de lo que
denominamos materia orgánica. Este elemento tiene la capacidad de
combinarse con él mismo y con otros elementos en series continuas, de
modo que se crean moléculas muy grandes. De hecho, la vida misma
no hubiera sido posible sin esta capacidad del carbono, puesto que toda
la materia viviente está formada por moléculas gigantes. De hecho,
cuando comemos, lo que hace nuestro organismo es absorber
moléculas gigantes de proteínas, disolverlas y transformarlas en otras
moléculas también gigantes para alimentarnos. Tratando de imitar a la
naturaleza, el hombre ha aprendido a crear moléculas gigantes en el
laboratorio y, de manera industrial, sustituir a las materias orgánicas
que se utilizan en la vida cotidiana. A estas cadenas de moléculas
creadas en el laboratorio se les denomina polímeros sintéticos, que han
hecho posible que sustituyamos en la actualidad materiales tales como
la seda, la lana, la piel, la goma, la madera y distintas fibras vegetales;
materiales que inicialmente, de una u otra manera, han sido provistos
por la propia naturaleza.

Desde cierto punto de vista, hemos sustituido o acelerado el trabajo del


gusano de seda, el proceso de trasquila del borrego y el trabajo de los
telares.

¿INORGÁNICO VS. ORGÁNICO?


Para poder comprender cómo el hombre ha llegado a reproducir
algunas de las propiedades y características de la materia viviente,
resulta indispensable el revisar aunque sea de una manera muy rápida
el desarrollo de la química, esbozado en los párrafos anteriores.

A principios del siglo XIX, la humanidad contaba con los conocimientos


siguientes: en 1754, en Edimburgo, Joseph Black había logrado extraer
bióxido de carbono (gas) de la piedra caliza, quedando como residuo
cal, la que al quedar expuesta al aire reabsorbía el mismo gas,
volviendo a transformarse en piedra caliza. Aquí había, por una parte,
un indicio de que el aire contenía bióxido de carbono y, por otra, la
evidencia de un proceso reversible. El propio Black logró descomponer
la molécula de carbonato de calcio (CaCo3) en dos moléculas más
pequeñas, —cal (CaO) y bióxido de carbono (C02)—, para volverlas a
unir y obtener de nuevo CaCO3.

Alrededor de veinte años más tarde Joseph Priestley obtuvo "un aire
extraño" en presencia del cual las velas ardían vivamente y las brasas
de leños o carbón desprendían llamas. Este aire extraño era el oxígeno.

Poco tiempo después Henry Cavendish descubrió el "aire inflamable",


gas que se desprendía al atacar metales con ácido y que al combinarse
con el "aire extraño" producía, en presencia de una chispa, una
explosión y unas gotas de agua en las paredes del recipiente que había
alojado a los gases. Este "aire inflamable" es lo que hoy conocemos por
hidrógeno, y lo que ocurrió durante la explosión fue la síntesis de la
molécula de agua (H20). Sin embargo, no se tenía aún conciencia de la
existencia del hidrógeno y el oxígeno como elementos, y menos aún se
sabía la manera en que se combinaban éstos para formar un
compuesto: el agua.

Hubo de revisarse entonces lo que la humanidad había desarrollado y


hablar nuevamente de los átomos de Demócrito y de las teorías de
Robert Boyle, que sostenía que la materia podía estar compuesta de
muchos "corpúsculos" en movimiento, y volver a considerar las ideas
de Newton acerca de que la materia podía estar compuesta por
"partículas sólidas, macizas, duras, impenetrables y móviles". Así, en
los albores del siglo XIX, John Dalton y Joseph Proust, cada uno por su
cuenta, lograron demostrar que algunos elementos químicos, al
combinarse con otro cualquiera, lo hacen de tal manera que las
cantidades de ambos intervienen siempre en proporción a sus pesos y
serán siempre múltiplos enteros uno del otro, lo cual, sugirió Dalton, es
explicable sólo si se supone que los elementos están formados por
átomos.

Amadeo Avogadro establece claramente la diferencia entre átomo y


molécula, siendo ésta la unión de varios átomos.
En esta época, se descubrieron muchos elementos hasta entonces
desconocidos, realizándose todo tipo de reacciones químicas, pero
siempre con materiales minerales, con lo no vivo: agua, sales, metales
y gases, sustancias compuestas por moléculas pequeñas, formadas por
pocos átomos. La mayoría de estas moléculas se podían descomponer
en sus elementos, preparar compuestos con ellos y casi siempre
hacerlas intervenir en procesos reversibles.

Mientras tanto, los materiales del mundo vivo, la madera, los azúcares,
las grasas, aceites, etc., seguían en el misterio y apenas se sabía que
lo que tenían en común era ser combustibles, carbonizar y tomar parte
en procesos químicos irreversibles. Antoine Lavoisier se dio a la tarea
de investigar estos productos de manera sistemática y en esa labor
quemó sus objetos de experimentador dentro de una campana,
encontrando que invariablemente se producía bióxido de carbono y
agua, de lo que dedujo que deberían contener carbono e hidrógeno;
pronto se descubrió que entre los residuos había oxígeno y nitrógeno.
Más y más experimentos con sustancias orgánicas llevaron a la
conclusión de que todas ellas, a pesar de sus notorias diferencias y sin
importar su complejidad, estaban compuestas en lo fundamental sólo
por un conjunto de cuatro elementos: carbono (C), hidrógeno (H),
oxígeno (O) y nitrógeno (N), los cuales ya habían sido aislados de los
compuestos del mundo no vivo.

Puestas las cosas así, el camino a seguir estaba trazado; había que
combinar, con los procedimientos adecuados, los cuatro elementos
CHON para producir lo que la naturaleza ponía en nuestras manos:
seda, madera, azúcares, etc. Mucho se intentó y poco o nada se
obtuvo, incluso hasta llegó a pensarse en la existencia de algo extra,
un elemento misterioso que recibió el nombre de "fuerza vital" y que
poseían sólo los compuestos de los mundos animal y vegetal y del que
la naturaleza había privado al mundo mineral. Esta tendencia llegó a
cobrar tal importancia que hasta el propio Jacob Berzelius, a quien se
debe la distinción entre la química orgánica y la inorgánica, la notación
atómica por símbolos y el descubrimiento del selenio, llegó a compartir
tal idea y a pensar que entre la química de la materia viviente (la
orgánica) y la inorgánica existía un abismo infranqueable. Este fue tal
vez el origen de un reto más para el intelecto humano: ¿sería posible
franquear tal abismo?

DE LO INORGÁNICO A LO ORGÁNICO

Como suele suceder, fue un discípulo de Jacob Berzelius quien dio el


primer paso para salvar el abismo que alguna vez mencionara su
maestro. En 1828, Friedrich Wohler, trabajando con una solución de
cianato de plata y cloruro de amonio, ambos compuestos inorgánicos,
obtuvo cianato de amonio, el cual después de calentado, produjo
cristales transparentes e incoloros que resultaron idénticos en su
composición química a la urea, principal compuesto orgánico de
desecho en la orina. De inmediato escribió a Berzelius: "Debo decir que
puedo hacer urea sin la intervención de un riñón animal, sea de hombre
o de perro." ¡Se había sintetizado el primer compuesto orgánico fuera
de un organismo vivo! ¡La química y la biología se habían unido!

El abismo empezaba a ser salvado; la teoría de la fuerza vital se


tambaleaba y los logros de los investigadores se sucedían uno a otro
con mayor frecuencia. Adolph Kolbe sintetiza el ácido acético, que
antes sólo se encontraba en el vinagre o en destilados de madera y, de
pronto, como resultado del trabajo tenaz que caracteriza a los
investigadores científicos, surgen los primeros compuestos artificiales.
Marcellin Berthelot "fabrica" sustancias grasas parecidas a las grasas
naturales, ninguna de las cuales se hallaba en la naturaleza.

Nuevamente se estaba frente a resultados espectaculares sin que se


supiera bien a bien qué estaba sucediendo, es decir, sin tener una
teoría que explicara lo obtenido. La respuesta la encontraron Joseph
Gay-Lussac y Berzelius en lo que éste llamo "isómeros" ('partes
iguales'), concepto que puede resumirse en lo siguiente: un grupo
idéntico de átomos de los mismos elementos puede formar compuestos
químicos muy diversos, dependiendo de la manera en que se
encuentren colocados en la molécula. Consecuentemente, mientras
mayor sea el número de átomos en un compuesto, mayor es el número
de sus isómeros. De esta manera fue posible entender que el cianato
de amonio y la urea, isómeros en fórmula CH 4N2O, eran 10 mismo, de
modo que lo observado por Wohler fue que el calor aplicado al cianato
sirvió para reacomodar los átomos para producir urea.

Gay-Lussac hizo otra observación importante: en algunos compuestos


(cianuro de hidrógeno (HCN), por ejemplo) hay conjuntos de átomos
(la pareja carbono-hidrógeno en este caso) que ante determinadas
reacciones químicas pasan de un compuesto a otro sin separarse, es
decir, se comportan como si fueran un solo átomo. A estos conjuntos
de dos o más átomos que permanecen fielmente unidos a través de las
reacciones químicas les llamó "radicales" (raíz, en latín).

A Jean Baptiste Dumas le tocó encontrar la riquísima veta de los


compuestos del carbono que aún continuamos explotando. Hizo
reaccionar cloro con varias sustancias orgánicas y descubrió en el
átomo de cloro la capacidad de sustituir átomo por átomo al hidrógeno.
Intentó hacer lo mismo con los parientes directos del cloro, es decir con
bromo y yodo y obtuvo resultados similares, de lo que concluyó que en
los compuestos orgánicos los elementos pueden ser sustituidos por
otros, produciéndose familias de compuestos de carbono que, a pesar
de su parentesco, son muy diferentes entre sí.

Ilustremos estas ideas con un ejemplo muy simple. Uno de los


hidrocarburos (compuesto de hidrógeno y carbono) más sencillos es el
metano, conocido por la mayoría de las personas por ser el
componente principal del combustible para calefacción en el hogar.
Contiene un átomo de carbono y cuatro átomos de hidrógeno. Si se
hace uso de la ley de sustitución de Dumas y se sustituye uno de los
hidrógenos por un cloro, el metano (CH4) cambia a clorometano
(CH3CI), que es útil como refrigerante y es totalmente inútil como
combustible.

Si en vez de tres de los hidrógenos del metano se ponen tres cloros, se


obtiene el triclorometano, que no es otra cosa que el cloroformo
anestésico. Finalmente, si en vez de los cuatro átomos de hidrógeno del
metano se colocan cuatro cloros, lo que resulta es un compuesto cuyas
propiedades lo hacen útil para extinguir incendios, para quitar manchas
y como poderosísimo solvente, cuyo nombre científico es tetracloruro
de carbono (CCl4).

Este ejemplo pone en claro la trascendencia de la química del carbono


en favor de la satisfacción de las demandas de la humanidad, pero la
permanente inquietud y el quehacer científico ha ido más allá y no le ha
satisfecho al hombre el que algo funcione, que le sea útil; quiere,
necesita, exige conocer cómo ocurren las cosas, por qué suceden, para
con estas respuestas continuar sirviendo a la humanidad, satisfaciendo
sus demandas.

Las preguntas centrales por contestar en la segunda mitad del siglo XIX
eran: ¿Cómo se eslabonan los átomos de las moléculas orgánicas y qué
reglas siguen? ¿Cómo se reflejarán estas reglas en las propiedades?
¿Por qué es posible ir sustituyendo hidrógeno por cloro y obtener
compuestos con propiedades tan diversas? ¿Se podrá continuar
haciendo sustituciones?

Las primeras respuestas fueron proporcionadas por el entonces joven


químico francés Friedrich August Kekulé, en un artículo publicado en la
revista alemana Anales de Química en 1858. El artículo tiene como
título: "Sobre la constitución y metamorfosis de los compuestos
químicos y sobre la naturaleza química del carbono." Kekulé tomó como
punto de partida las ideas expuestas en 1852 por Edward Frankland, en
las que éste señalaba que cada especie de átomo sólo puede
combinarse con un determinado número de otros átomos, según su
"aptitud" (valencia) para combinarse.

Con esto, todo cobra sentido: un átomo de hidrógeno que tiene


valencia uno, sólo puede combinarse con otro átomo más; el carbono
con valencia cuatro puede combinarse con otros cuatro átomos, etc.
Así, podemos imaginarnos al átomo de carbono como una esferita con
cuatro brazos que le servirán para enlazarse (combinarse) con los otros
átomos para formar compuestos. Veamos cómo funciona este modelo y
demos comienzo por la molécula más simple de la que habíamos
hablado párrafos atrás: el metano.
Como ya se mencionó, la molécula de metano está formada por un
átomo de carbón y cuatro átomos de hidrógeno (CH4), y se encuentra
representada en la figura 13, donde se aprecia que cada uno de los
cuatro brazos del carbono se entrelaza con el brazo disponible del
hidrógeno, no dejando posibilidad alguna de otra combinación. Los
átomos de carbono pueden combinarse con cualquier otro átomo, pero
tienen una cierta "predilección" por hacerlo con sus semejantes, con
otros carbonos, de modo tal que cuando las condiciones les son
propicias se unen a otros átomos de carbono haciendo cadenas
larguísimas de este elemento.

Figura 13. Metano.

Pensemos ahora en dos átomos de carbono. Estos utilizarán uno de sus


brazos para unirse entre sí, quedándole a cada uno tres brazos libres
para otras uniones (Figura 14).

Figura 14. Unión de dos átomos de carbono.


Si estos brazos los ocupan para unirse con hidrógenos, se tendrá un
esquema similar al de la figura 15, que en forma condensada se puede
escribir como C2H6, fórmula que representa al etano, un gas que se
encuentra en la naturaleza.

Figura 15. Etano.

Si agregamos ahora otro carbono, quedan 8 enlaces (brazos) libres, ya


que el carbono del centro tendrá ocupados dos de sus brazos en ligarse
con los carbonos vecinos. Al ocuparse los brazos restantes con
hidrógenos, lo que resulta es el gas propano (C3H8), representado en la
figura 16, que tal vez sea el más conocido de los hidrocarburos, pues
forma parte de la mezcla gaseosa que generalmente se usa en las
cocinas.
Figura 16. Propano.

De esta manera, se puede continuar con este proceso para formar


innumerables hidrocarburos, pero el carbono es más versátil y no sólo
se combina con él mismo y con el hidrógeno, sino que lo hace con
muchos otros elementos y de maneras diversas. Un átomo de carbono,
incluso, puede unirse con otro átomo de carbono utilizando dos o hasta
tres de sus brazos, dando como resultado compuestos distintos. En la
figura 17 se muestra el esquema de un enlace doble entre carbonos. Al
saturarse cada brazo libre del carbono con hidrógeno, se obtiene el
etileno, compuesto que proporciona la naturaleza en el petróleo y el
gas natural.

Figura 17. Etileno.


Figura 18. Acetileno.

En la figura 17 se muestra el esquema de un enlace doble entre


carbonos. Al saturarse cada brazo libre del carbono con hidrógeno, se
obtiene el etileno, compuesto que proporciona la naturaleza en el
petróleo y el gas natural.

Cuando dos átomos de carbono ocupan tres de sus brazos para unirse
entre sí y saturan el brazo que les queda libre con hidrógeno (Figura
18), se tiene un compuesto altamente explosivo que recibe el nombre
de acetileno.

Antes de pasar a discutir algunos ejemplos de combinaciones con otros


átomos distintos del hidrógeno, hagamos la siguiente pregunta: ¿Las
uniones en los hidrocarburos, necesariamente harán cadenas lineales?
La respuesta es NO y, de hecho, al establecerse cadenas no lineales las
propiedades de los compuestos resultan harto distintas, a tal punto que
se pueden distinguir claramente dos grupos o familias: la familia de las
grasas, que comprende compuestos como ceras, jabones, glicerina,
lubricantes, detergentes y alcoholes, denominados alifáticos, cuya
unidad básica es el metano. La otra es la familia de los aromáticos, que
son compuestos extremadamente volátiles, reactivos, muy olorosos y
cuyo elemento básico es el benceno, molécula en forma de anillo con
seis átomos de carbono que se ligan entre sí por enlaces simples y
dobles en forma alternada, saturando sus brazos libres con hidrógenos
(Figura 19), y cuya expresión condensada es C6H6

Es innegable que el mundo de las moléculas compuestas por átomos de


carbón e hidrógeno (hidrocarburos) es amplio y de gran utilidad para la
humanidad, pero en la naturaleza están presentes otros muchos
elementos, de tal forma que cuando éstos se combinan con los
hidrocarburos, el espectro de posibilidades de nuevos compuestos para
emplearse en las más diversas aplicaciones es realmente enorme.

Para nosotros, habitantes del planeta Tierra en el final del siglo XX, este
mundo de los plásticos nos resulta harto familiar, al punto que ni
siquiera somos conscientes de la enorme cantidad de objetos y
productos que tienen su origen en el petróleo, y nos resulta
sorprendente cuando nos enteramos de que el acetato de rayón, el
acrilán, el dacrón o el orlón usados en la fabricación de prendas de
vestir; el acetato de etilo o el alcohol etílico utilizados como disolventes
de lacas y la aspirina o las sulfas que alguna vez habremos tomado
para reestablecer nuestra salud son todos ellos derivados del etileno
(C2H4), el cual es un gas incoloro e inodoro.

Sin duda alguna todos y cada uno de nosotros hemos tenido entre
nuestras manos recipientes de plástico para muy diversos usos y
habremos observado que unos son mas rígidos que otros, característica
que se aprovecha para su aplicación, pues mientras que los recipientes
rígidos se utilizan generalmente para envasar líquidos muy ligeros, los
que no lo son se destinan para sustancias un tanto "pastosas" como la
salsa de tomate, la mostaza, el champú, etc., en los cuales el deformar
la botella contribuye a que el contenido salga más fácilmente.

Figura 19. Benceno.

Pues bien, ambos recipientes están hechos de lo mismo: polietileno. Su


composición química es la misma y, sin embargo, su comportamiento
es distinto. Surge de inmediato la pregunta: ¿Qué es entonces lo que
hace la diferencia en el comportamiento de este material?

En repetidas ocasiones hemos insistido en la importancia que en un


material tiene la estructura, y este es un ejemplo claro. Lo que hace la
diferencia en el comportamiento mecánico (y térmico también) entre
ambos tipos de polietileno, es la manera en que se juntan sus cadenas
moleculares, cada una de las cuales se forma por la unión de miles de
monómeros de etileno. De aquí proviene su nombre: polietileno (poli:
muchos).

Los polímeros son moléculas formadas mediante la repetición sucesiva


de un mismo grupo de átomos. A este grupo de átomos se le denomina
monómero.

El polietileno rígido tiene sus moléculas no ramificadas (Figura 20(a)),


mientras que el polietileno que se presenta más flexible tiene sus
moléculas en cadenas ramificadas (Figura 20(b)), lo cual impide que las
moléculas gigantes se alineen en filas compactas, dando como
resultado un plástico que, además de ser más flexible, es menos denso
y más maleable al calor.

Con el ejemplo anterior, se pone en evidencia que en el


comportamiento y características de un plástico en su presentación
final no sólo es importante la composición química de los materiales
que intervienen, sino también la forma de la cadena y el alineamiento
de la misma.

En un polímero, los monómeros que lo constituyen se unen entre sí


como los eslabones de una cadena y, como en ésta, existen
posibilidades de ramificarse, cerrarse, enlazarse, alinearse, etc.
Dependiendo de la manera como estén hechos los eslabones, la cadena
puede ser flexible o rígida (Figura 21). Estas posibilidades de estructura
de la cadena polimérica y las combinaciones que se obtengan es lo que
dará las propiedades del polímero en su forma final.
Figura 20.

Figura 21.
Figura 22.
Figura 23.

Esto da lugar a una verdadera ingeniería de moléculas y abre la


posibilidad de diseñar y construir materiales (en este caso poliméricos)
a la medida, al gusto del consumidor, adecuados a la demanda de la
humanidad.

Ejemplifiquemos con el polietileno que, como mencionamos párrafos


atrás, es una molécula de las más pequeñas y simples en el inmenso
mundo de los hidrocarburos. Si con ella hacemos una cadena no
ramificada como la que se muestra en la figura 20(a), obtendremos
polietileno de baja densidad y flexible, cuyo punto de fusión se
encuentra alrededor de los 134°C, ideal para ser utilizado en la
fabricación de las bolsas que nos suministran en cualquier tienda de
autoservicio.

Si a esta cadena le ponemos ramificaciones como las mostradas en la


figura 20(b), pero sin permitir que éstas lleguen a unir una parte de la
cadena principal con otra, entonces lo que se obtiene es un polietileno
con punto de fusión ligeramente menor y, finalmente, cuando las
ramificaciones llegan a unir dos regiones de la cadena, entonces se
obtiene una elevación del punto de fusión hasta de 200°C
aproximadamente. Pero aún hay otra posibilidad: si las moléculas de
polietileno se alinean como lo muestra la figura 21(a), entonces lo que
se obtiene es polietileno de alta densidad, con punto de fusión alto y
mayor rigidez mecánica.

Resulta evidente que el espectro de aplicaciones es amplísimo y más


aún si exploramos la posibilidad de incorporar otras moléculas y
combinarlas entre sí. Tal es el caso de la mezcla poliestireno-polietileno
que origina una cadena desalineada como la mostrada en la figura
21(b) y que por sus características resulta ideal para la fabricación de
juguetes, implementos caseros y tantos objetos de uso común hoy en
día.

Para finalizar este capítulo y con el propósito de mostrar la gran


variedad de aplicaciones de los hidrocarburos, en la figura 22 se
muestra un diagrama de los principales compuestos obtenidos de la
refinación del petróleo.

La figura 23 muestra esquemáticamente algunos productos derivados


del benceno. Obsérvese, por ejemplo, que la aspirina forma parte de
ellos, al igual que la resina de fibra de vidrio.

DE LA MANO CON LOS POLÍMEROS

Decíamos que en este siglo ha sido impresionante la manera en que se


desarrollaron los polímeros, cuyos primeros productos tuvieron su
origen en el siglo pasado. En forma prácticamente paralela se
desarrollaron los semiconductores, que en la actualidad son dispositivos
de uso totalmente generalizado. Podríamos decir que no existe un solo
lugar en el mundo urbano o aun rural donde no estén presentes.

La primera observación importante sobre semiconductores se debe a


Michael Faraday, quien observó, en 1833, que a diferencia de los
metales, en general buenos conductores de la electricidad y cuya
resistencia aumenta al aumentar la temperatura, el sulfato de plata
presentaba un decremento en resistencia al aumentar la temperatura.
Pocos años más tarde, en 1839, Becquerel observó que al iluminar la
superficie de ciertos materiales aparecía un voltaje, lo que vino a
complementarse con la observación de W. Smith en 1873 sobre la
reducción de resistencia en el selenio al ser iluminado, fenómeno
conocido como fotoconductividad. Un año más tarde se da a conocer el
hecho de que en ciertos materiales la relación lineal entre el voltaje y la
corriente, conocida como ley de Ohm, no se cumple, sino que ésta
depende tanto de la magnitud como del signo del voltaje aplicado. Es
decir, se está frente al fenómeno de rectificación. F. Braun lo observa
en contactos entre metales y varios sulfatos o sulfuros como la galena
y las piritas y A. Schuster lo encuentra en contactos entre conductores
de cobre opacos y brillantes.
La conductividad eléctrica, en general, se ha logrado explicar en
términos de la movilidad de los electrones en el material. Así, por
ejemplo, en un cristal metálico, los electrones de valencia (los más
externos de cada átomo) no están atados a un sitio particular en la red
cristalina sino que son libres de moverse a través del cristal. Esto da
cuenta del porqué los metales son buenos conductores eléctricos. Por
otra parte, en los cristales covalentes como el diamante, por ejemplo,
los electrones de valencia están ocupados en establecer las ligaduras
que determinan la estructura del cristal y por tanto no están libres para
moverse; consecuentemente, no hay cargas disponibles para la
conducción y los materiales así formados son aislantes. Algo similar
ocurre con los cristales iónicos como el cloruro de sodio (NaCl), por
ejemplo, en el que no hay cargas libres de moverse y el NaCl sólido es
un aislante. Sin embargo, cuando se funde la sal, los iones dejan de
estar atados a los sitios del cristal y pueden moverse; entonces, el NaCl
fundido es un buen conductor.

Otro hecho importante es la dependencia que observa la conductividad


de todos los materiales con la temperatura. Para los aislantes aumenta
con la temperatura, mientras que para los buenos conductores
disminuye cuando la temperatura aumenta.

LOS SEMICONDUCTORES

Como lo implica el nombre, la resistividad eléctrica de un


semiconductor es intermedia entre la de un buen conductor y la de un
buen aislante, pero como lo mencionamos, este es sólo uno de los
aspectos interesantes de estos materiales.

Ejemplificaremos estos materiales con los casos más simples: el


germanio y el silicio. Ambos elementos tienen cuatro electrones en su
capa electrónica más externa y cristalizan en estructura de diamante
(Figura 24). Como puede observarse, cada átomo está en el centro de
un tetraedro regular ligado por covalencia con cuatro vecinos cercanos
en las esquinas, de modo tal que sus cuatro electrones externos están
ocupados y por tanto los materiales deberán ser aislantes.
Figura 24.

Sin embargo, las ligaduras de estos átomos se rompen muy fácilmente,


de modo que con una pequeñísima cantidad de energía es posible
liberar electrones para que deambulen por la red cristalina. Al arrancar
de la ligadura covalente uno de estos electrones, se genera un agujero
de electrón que lucirá como una carga positiva, agujero que de
inmediato será ocupado por otro electrón de un átomo vecino,
generando de nuevo otro agujero y así sucesivamente, de modo tal que
los agujeros viajarán por la red cristalina dando origen a una corriente
de agujeros. Obsérvese que esta corriente se ha generado por medio
de la adición de energía al sistema y no ha habido adición de cargas, de
modo que el número de electrones es igual al número de agujeros y, no
obstante, hay corriente eléctrica. Por ello, a esta conductividad se le
denomina conductividad intrínseca.

Un símil útil para entender la conducción en un semiconductor es el


siguiente: imaginemos un cristal sin ligaduras rotas, como un
estacionamiento de automóviles completamente lleno. En sus pisos
inferiores ningún auto (electrón) se puede mover pues no tiene a donde
ir. De pronto, un automóvil del primer piso ocupado decide subir a
alguno de los pisos superiores donde sí hay espacio, y puede moverse
libremente. Entonces, se ha creado un hueco que pasará a ocupar otro
automóvil, el que a su vez dejará un hueco. Si observamos los huecos,
nos parecerá que son éstos los que se están moviendo. Si agregamos a
nuestra analogía la condición de que los automóviles sólo pueden
ocupar algunos niveles específicos en el estacionamiento debido a que,
por ejemplo, ciertos pisos están reservados para el dueño del edificio y
por tanto son niveles prohibidos, habremos añadido el concepto de
cuantización del sistema, creando un modelo de bandas de energía que
consta de grupos de niveles energéticos separados por "bandas
prohibidas".
Esto fue, grosso modo, lo que propuso A. H. Wilson en 1931 como
modelo para un sólido semiconductor intrínseco, que vino a ser la
culminación de todo un conjunto de investigaciones anteriores.

En 1888, H. Hertz demuestra la existencia de las ondas de radio,


descubrimiento que genera la demanda de detectores adecuados que,
después de 16 años de búsqueda, son hallados en los semiconductores
de contacto puntual, tales como galena, carburo de silicio, telurio,
silicio, etc. Se encontró que los detectores de silicio eran los más
estables, y los de galena los más sensibles.

Los tubos al vacío (bulbos), que también se desarrollaron en la misma


época, tuvieron un progreso vertiginoso, relegando a los
semiconductores hasta 1920, cuando surgieron los rectificadores de
óxido de cobre y la fotocelda, que encontraron aplicaciones industriales
inmediatas en cargadores de baterías, exposímetros para fotografías,
moduladores y elementos no lineales en circuitos electrónicos. Sin
embargo, no se tenía un conocimiento claro de su funcionamiento, lo
que hubo de esperar hasta el advenimiento de la mecánica cuántica y
las aplicaciones de ésta al estudio de los sólidos. Con esta poderosísima
herramienta fue posible explicar que, por ejemplo, la rectificación y el
fotovoltaje son fenómenos de superficie que ocurren en la interfase de
dos semiconductores o entre un semiconductor y los contactos
metálicos; mientras que el mecanismo de conductividad eléctrica da
origen al coeficiente de resistividad de temperatura negativa y al
cambio de resistencia bajo iluminación (fotoconductividad), que son
propiedades que derivan del cuerpo como un todo y no sólo de la
superficie.

Los experimentos de C. J. Davisson y L. H. Gerner y los de G. D.


Thomson, que condujeron a demostrar la naturaleza ondulatoria de los
electrones, los conceptos de niveles de energía con un electrón por
nivel, espín electrónico, principio de exclusión de Pauli y estadística de
Fermi-Dirac, fueron de gran ayuda para que A. Sommerfield y
colaboradores lograran esclarecer la conducción eléctrica en los
metales. El concepto de electrón como onda de Bloch en un cristal fue
definitivo para entender el comportamiento de los electrones en todo
tipo de sólidos.

LAS IMPUREZAS OTRA VEZ PRESENTES

En páginas anteriores vimos cómo una pequeña cantidad de carbón


adicionada al hierro dio origen al acero, que resultó ser más versátil
que el hierro mismo. Algo similar ha ocurrido con los semiconductores
intrínsecos: una pequeña cantidad de un elemento ajeno aumenta la
conductividad eléctrica en relación con la conductividad del elemento
puro.
Si al germanio fundido se le agrega una cantidad pequeña de arsénico
y se deja solidificar la mezcla, ocurre lo siguiente: el arsénico tiene
cinco electrones en su capa más externa y una carga eléctrica de 33
veces la carga del electrón en su núcleo, mientras que el germanio
tiene cuatro electrones externos y 32 veces la carga del electrón en su
núcleo, de modo que, siendo tan similares los átomos, el arsénico
puede sustituir al germanio en la red cristalina, ocupando cuatro de sus
electrones de valencia en ligarse covalentemente a sus cuatro vecinos
cercanos, quedando prácticamente suelto el quinto electrón disponible
para participar en la conductividad eléctrica. Por supuesto que además
existe la conductividad producida por los agujeros que describimos con
anterioridad, pero ciertamente es minoritaria comparada con la de los
electrones de la impureza y por esta razón se dice que el material es un
semiconductor tipo n, de impurezas negativas o donadores.

Si en vez de utilizar arsénico para "envenenar" al germanio utilizamos


galio, que tiene sólo tres electrones en su capa más externa, lo que
ocurre es que le "roba" un electrón a su vecino más cercano, creando
un agujero de electrón, generándose una situación completamente
equivalente a la de la conductividad intrínseca, pero ahora generada
por una impureza. A este tipo de semiconductores se les denomina tipo
p, de impurezas positivas o aceptadores. La variación del contenido de
impurezas se traduce en el control de la conductividad en un
semiconductor, y la combinación de éstos hace posible la realización de
muchas funciones que en el pasado se realizaban mediante tubos al
vacío (bulbos), con las ventajas de reducción considerable de tamaño,
mejor aprovechamiento de la energía y robustez mecánica.

Después del descubrimiento del transistor en 1948, la tendencia


mundial ha sido la miniaturización de los componentes electrónicos, lo
cual permite hacer cada vez más especializados los equipos. El ritmo al
que se ha desarrollado esta miniaturización es realmente
impresionante, como puede deducirse de los datos siguientes: para
1960, la línea más estrecha que podía trazarse en un circuito era de 30
micrómetros, es decir treinta millonésimos de metro. Veinticinco años
después, es posible trazar un ancho de sólo medio micrómetro (.5 µ )
que equivale a una ciento cincuentava parte del grueso de un cabello
humano. Esto ha permitido la construcción de chips que contienen más
de 100 000 transistores para la realización a alta velocidad de
operaciones lógicas en las computadoras, y chips para almacenar hasta
16 millones de bits de información (un bit o dígito binario es la unidad
fundamental de información en computadoras y es equivalente al
resultado de escoger entre dos alternativas excluyentes: "sí" o "no",
"prendido" o "apagado").

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