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Este comentario apareció publicado en la Revista Contrapunto, Costa Rica, Mayo, 1999.
Escasas semanas antes de que la Asamblea Legislativa promulgara la Ley de la Jurisdicción
Constitucional en octubre de 1989, el texto que se discutía y estuvo a punto de aprobarse
era sustancialmente diferente al que nos rige hoy en día. La Comisión de Asuntos Jurídicos
del Congreso prácticamente sustituyó el Proyecto original avalado por la Corte Suprema de
Justicia y aprovechó las circunstancias positivas que generaba la aprobación en esos
mismos días de la reforma al Texto Fundamental que creaba una jurisdicción constitucional
especializada. Esta situación probablemente favoreció el que se pudiera modificar un texto
que había venido discutiéndose durante largo tiempo pero que en realidad no podía haber
contemplado las nuevas posibilidades abiertas por la reforma a los artículos 10 y 48 de la
Constitución Política(Saborio: 1999,1).
Esto explica por qué apenas pocos meses después de la entrada en vigencia de la Ley de la
Jurisdicción Constitucional ya se planteaba seriamente en las instancias oficiales (Poder
Ejecutivo y Parlamento) una reforma sustancial a dicha normativa, y que sin haber
cumplido dos años de vigencia, ya se hubiera presentado a la opinión pública un Proyecto
que sustituía integralmente la ley vigente. (Saborio: 1999,1)
Es de suma importancia para la comprensión de este tema, observar que según la versión
anterior a los cambios introducidos en los momentos finales al Proyecto:
"Los procesos terminados y las situaciones jurídicas que hubieren surtido plenamente sus
efectos entre las partes sin intervención de los tribunales, no podrán ser objeto de revisión o
variación de ningún género a causa de una declaración posterior de inconstitucionalidad,
salvo si se tratare de procesos penales o sancionadores en que, a consecuencia de la
inconstitucionalidad de la norma aplicada, resulte la disminución de la pena o sanción
impuesta, o una exclusión, exención o limitación de la responsabilidad". (Saborio: 1999,2)
Resulta entonces que en una misma Ley se recogen dos tesis totalmente antagónicas: la
tesis constitutiva y la tesis declarativa.
Por su parte, la tesis declarativa, en los términos en que se acoge en el artículo 91 y sin una
debida aplicación del concepto de limitación de efectos que establece el actual artículo 93
proveniente del proyecto original, tiene repercusiones más severas sobre el funcionamiento
normal del ordenamiento jurídico. En realidad, en ningún país con una jurisdicción
constitucional evolucionada se sostiene tal tipo de efectos radicales de una sentencia de
inconstitucionalidad. Dentro de las razones más importantes para desechar esta tesis, se
encuentra la de que las normas jurídicas han sido creadas para regular conductas humanas,
no existen en el vacío. Las conductas humanas expresadas en negocios o actuaciones,
fundadas en normas válidas al momento en que se adoptan, en la mayoría de los casos
surten efectos pacíficamente sin la intervención de ninguna autoridad judicial. Estas
conductas y sus consecuencias no pueden ser declaradas inconstitucionales con efectos
retroactivos. Pretender lo contrario sería intentar ir en contra de la realidad. Lo que se
acostumbra es dotar al juez constitucional de competencias para que gradúe en el tiempo
(pasado y futuro) los efectos de las declaraciones de inconstitucionalidad, de modo que los
casos pendientes de solución ante los Tribunales o situaciones en donde todavía prevalece
algún grado de litigio sobre la aplicación de la norma anulada, puedan ser conocidos y
resueltos a la luz de la nueva situación presentada con la declaratoria de
inconstitucionalidad. (Saborio: 1999,3)
Este es un tema que demanda inmediata atención, para lo cual no basta con definir que se
aplicará la tesis constitutiva, ya que debe dotarse al juez constitucional de las competencias
suficientes para que pueda modular hacia el pasado y el futuro sus resoluciones anulatorias,
de modo que las declaraciones de inconstitucionalidad sean más un elemento de
regularización del sistema normativo como un todo, y no una fuente de tensión. (Saborio:
1999,3)
En efecto, de acuerdo con la versión aprobada por la Comisión de Asuntos Jurídicos hasta
el 4 de julio de 1989, se establecía expresamente que no era posible la interposición del
recurso de amparo:
La suspensión de pleno derecho, sin mediar resolución judicial previa, no se conforma con
los criterios generalmente aplicados a las medidas cautelares, y por sí misma es merecedora
de revisión. No obstante, debe entenderse que su ubicación en unas condiciones en donde
previamente a acudir al amparo, debe agotarse la vía administrativa, podría tener más
justificación que en una hipótesis como la que en definitiva se aprobó. (Saborío: 1999,4)
La regulación vigente de los efectos suspensivos del recurso de amparo debe entonces
ajustarse de modo que tan solo proceda la suspensión una vez admitido formalmente a
trámite el recurso. . (Saborío: 1999,4)
Por sus funciones y por la interrelación con todos los componentes institucionales, la
jurisdicción constitucional se ejercerá en mejores condiciones si se garantiza una total
independencia de todo el engranaje de poderes y órganos sometidos en última instancia a
sus decisiones. (Saborío: 1999,5)
Aunque ya se han superado la mayor parte de los problemas administrativos que demoraron
la potenciación de la jurisdicción especializada por el hecho de encontrarse dentro del
Poder Judicial, predomina cierto mimetismo con el resto de Salas de la Corte Suprema, que
no tiene ninguna justificación. Las Salas de la jurisdicción ordinaria cumplen un papel
procesal y sustancial totalmente diferente al de la jurisdicción constitucional y su similitud
en la denominación no es más que el resultado de la voluntad del constituyente derivado de
integrar dicho órgano como parte del Poder Judicial. (Saborío: 1999,5)
Si en un momento se consideró que era conveniente que la nueva jurisdicción contará con
el apoyo institucional y el respaldo que le otorgaba la credibilidad de que goza el Poder
Judicial, la Sala Constitucional ya ha dado suficientes muestras, con la trascendencia de sus
resoluciones, de que cuenta con un lugar propio en el contexto institucional costarricense, y
ha llegado el momento de promover la reforma constitucional que establezca un Tribunal
Constitucional separado del Poder Judicial. (Saborío: 1999,5)
*
Especialista en Derecho Público, DEA, por la Universidad de París I, Sorbona; Doctor en
Derecho por la Universidad Complutense de Madrid; Investigador Visitante Harvard Law
School. (Saborío: 1999,5)