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Jacques Lacan / Los Escritos de Jacques Lacan / Escritos 2 / Seis / Apéndice.

La
metáfora del sujeto

Apéndice.
La metáfora del sujeto
(nota)(1)

Este texto es la reescritura, realizada en junio de 1961, de una intervención hecha el 23 de


junio de 1961, en respuesta al señor Perelman, quien argumentaba acerca de la idea de
racionalidad y de la regla de justicia ante la Sociedad de Filosofía.

Da testimonio de una cierta anticipación, a propósito de la metáfora, de lo que formulamos


después acerca de una lógica del inconsciente.

Debemos a François Regnault habérnoslo recordado a tiempo para añadirlo a la segunda


edición de este volúmen.

Los procedimientos de la argumentación interesan al señor Perelman por el desprecio en que


los tiene la tradición de la ciencia. Se ha visto así conducido ante una Sociedad de Filosofía
para protestar contra la equivocación.

Mejor sería que pasara por sobre la defensa para llegar a unirnos a él. Este es el sentido que
llevará la observación que ya he formulado, es decir, que a partir de las manifestaciones del
inconsciente, de las que me ocupo como analista, he llegado a desarrollar una teoría de los
efectos del significante en que doy con la retórica; lo atestigua el hecho de que mis alumnos,
leyendo sus libros, reconocen el brete mismo en que los he metido.

Me veré pues, llevado a interrogarlo, no tanto sobre lo que aquí ha argumentado, tal vez con
demasiada prudencia, cuanto sobre determinado punto en que sus trabajos nos llevan a lo más
vivo del pensamiento.

La metáfora, por ejemplo, acerca de la cual se sabe que articulo en ella una de las dos
vertientes fundamentales del juego del inconsciente.

No dejo de concordar con la manera en que Perelman la trata al descubrir en ella una
operación de cuatro términos y hasta con su justificación por el hecho de separarla
decisivamente de la imagen.

No creo que tenga por ello fundamento para creer que la ha reducido a la función de la
analogía. (Nota(2))

Si tenemos por adquirido en esta función que las relaciones A y D

B C

se sostienen en su efecto propio por la heterogeneidad misma en que se reparten como tema y
fora, este formalismo ya no es válido para la metáfora, y la mejor prueba es que se esfuma en
las mismas ilustraciones aportadas por Perelman.

Hay, si se quiere, cuatro términos en la metáfora, pero su heterogeneidad pasa por una línea
divisoria—tres contra uno— y se distingue por ser la del significante al significado.

Para precisar una fórmula que he dado en un artículo intitulado "La instancia de la letra en el
inconsciente", lo escribiré de este modo:

Va gráfico

La metáfora es, radicalmente, el efecto de la sustitución de un significante por otro dentro de


una cadena, sin que nada natural lo predestine a la función de fore, salvo que se trate de dos
significantes, reductibles, como tales, a una oposición fonemática.

Para demostrarlo con uno de los ejemplos mismos de Perelman, el que ha escogido
atinadamente del tercer diálogo de Berkeley(3), esto es, un océano de falsa ciencia, se
escribirá así, pues más vale restaurar lo que la traducción tiende ya a "adormecer" (para
honrar, con Perelman, una metáfora muy lindamente hallada por los retóricos):

an ocean of false ------------> an ocean (1 )


learning x ?

Learning "enseñanza", no es, en efecto, ciencia, y sentimos aun mejor que este término tiene
tanto que ver con el océano como los cabellos con la sopa.

La catedral sumergida de lo que hasta entonces se ha enseñado relativo a la materia no


resonará, sin duda, en vano a nuestros oídos porque se reduzca a la alternancia de campana
sorda y campana sonora con que la frase nos penetra: lear-ning, lear-ning; pero no lo hace
desde el fondo de un estrato líquido, sino desde la falacia de sus propios argumentos.
El océano es uno de esos argumentos, y nada más. Quiero decir: literatura, a la que hay que
restituir a su época, gracias a la cual soporta el sentido de que el cosmos en sus confines
puede llegar a ser un lugar de engaño. Significado, me diréis entonces, del que parte la
metáfora. Sin duda, pero dentro del alcance de su efecto franquea lo que allí no es más que
recurrencia, para apoyarse en el sinsentido de lo que sólo es un término entre otro del mismo
learning.

En cambio, lo que se produce en el luger del punto de interrogación en la segunda parte de


nuestra fórmula es una especie nueva dentro de la significación—la de una falsedad no
captada por la impugnación— insondable, onda y profundidad de un apeiroz de lo imaginario
en el que se hunde todo vaso que quisiera sacar algo de allí.

De "despertársela" en su frescura, esta metáfora, como cualquier otra, revela ser lo que es
entre los surrealistas.

La metáfora radical está dada en el acceso de rabia narrado por Freud del niño, aun inerme en
groserías, que fue su hombre de las ratas antes de consumarse en neurótico obsesivo, el cual
interpeIa a su padre al ser contrariado por este: "Du Lampe, du Handtuch, du Teller, usw." (Tu
lámpara, tu servilleta, tu plato... y qué más). En lo cual el padre titubea en autentificar el crimen
o el genio.

Y también nosotros entendemos que no se pierde la dimensión de injuria en que se origina la


metáfora. Injuria más grave de lo que se imagina reduciéndola a invectiva de guerra, pues de
ella precede la injusticia gratuitamente hecha a todo sujeto con un atributo mediante el cual
cualquier otro sujeto es animado a atacarlo. "El gato hace guau-guau, el perro hace
miau-miau." He aquí de qué modo deletrea el niño los poderes del discurso e inaugura el
pensamiento.

Puede uno asombrarse de sentir la necesidad de llevar tan lejos las cosas atinentes a la
metáfora. Pero Perelman me concederá que invocando, para satisfacer su teoría analógica, las
parejas del nadador y el sabio y de la tierra firme y la verdad, y reconociendo que de este
modo se las puede multiplicar indefinidamente, lo que él formula pone de manifiesto hasta la
evidencia que todas ellas están por igual fuera de foco y equivalen a lo que digo: que el hecho
adquirido de ninguna significación tiene nada que ver en el asunto.

Por supuesto, decir la desorganización constitutiva de toda enunciación no es decirlo todo, y el


ejemplo que Perelman reanima de Aristóteles(4), del atardecer de la vida para decir la vejez,
nos indica suficientemente la circunstancia de no mostrar tan sóIo la represión de lo más
desagradable del término metaforizado para hacer surgir de él un sentido de paz al que no
implica en modo alguno en lo real.

Porque si cuestionamos la paz del atardecer, advertimos que no tiene otro relieve que el del
tono bajo de las vocalizaciones, así se trate del jadeo de los cosechadores o del alboroto de los
pájaros.

Después de lo cual, tendremos que recordar que, por muy blablabla que sea esencialmente el
lenguaje, es de él sin embargo que proceden el tener y el ser.

Sobre esto actúa la metáfora por nosotros mismos elegida en el artículo recién citado,
precisamente: "Su gavilla no era avara ni tenía odio" de Booz dormido. No es cantar vano que
evoque el vínculo que une en el rico, la posición de tener al rechazo inscrito en su ser. Porque
ahí está el callejón sin salida del amor. Y su negación no haría aquí nada más, lo sabemos,
que plantearla, si la metáfora que introduce la sustitución del sujeto por "su gavilla" no hiciera
surgir el único objeto del que el tenerlo necesita la carencia de serlo: el falo, en torno del cual
gira todo el poema hasta su última imagen.

Vale decir que la realidad más seria, y aun, para el hombre, la única seria, si se considera su
papel en el sostenimiento de la metonimia de su deseo sólo puede ser retenida en la metáfora.

¿A dónde quiero llegar sino a convenceros de que lo que el inconsciente trae a nuestro
examen es la ley por la cual la enunciación nunca se reducirá al enunciado de discurso
alguno?

No digamos que he escogido mis términos, sea lo que tenga que decir, bien que no sea vano
recordar aquí que el discurso de la ciencia, en la medida en que sería recomendable por la
objetividad, por la neutralidad, por la grisalla y hasta por el género sulpiciano, es tan
deshonesto y tan negro de intenciones como cualquier otra retórica.

Lo que hay que decir es que el yo [je] de esta elección nace en una parte distinta de aquella en
la que se enuncia el discurso, precisamente en el que lo escucha. ¿No es proporcionar el
estatuto de los efectos de la retórica cuando se muestra que éstos se extienden a toda
significación? Si se nos objeta que se detienen en el discurso matemático, estamos tanto más
de acuerdo cuanto que apreciamos en el más alto grado este discurso por no significar nada.

El único enunciado absoluto fue dicho por quien tenía derecho; a saber: que ningún golpe de
dados en el significante abolirá allí jamás el azar, por la razón, añadiremos por nuestra parte,
de que ningún azar existe sino en una determinación de lenguaje, y esto, sea cual sea el
aspecto en que se lo conjugue, de automatismo o de encuentro.

Escritos 1

Escritos 2
Notas finales
1 (Ventana-emergente - Popup)
[Cf. nota de la p. 509 del t. I de estos Escritos. As]
2 (Ventana-emergente - Popup)
Véanse las páginas, que nos permitimos calificar de admirables, del Traité de l'argumentation, PUF, t. Il.
pp. 477~584.
3 (Ventana-emergente - Popup)
Traité de l'argumentation, pág. 537.
4 (Ventana-emergente - Popup)
Traité de l'argurmentation, pág. 535,

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