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La Capital
Domingo, 02 de agosto de 2015 01:00
"La inspiracin no existe, lo que existe es el trabajo"
Irreverente, frontal y duea de una vitalidad sin lmites, la
consagrada novelista rosarina cuenta cmo y por qu
escribe en este largo mano a mano con Ms. Tambin relata
la lucha que libr contra el cncer y explica por qu adhiere
fervorosamente a la causa del feminismo.
Los domingos le llevan el desayuno, le guardan la botella de vino
cuando no la termina de tomar, si est sola la acompaan para
cruzar la avenida y le pusieron un cartel con su nombre en una
mesa.
Anglica Gorodischer es de esas mujeres que no pasan
desapercibidas. Pelo cortado a lo varn color zanahoria, aros
redondos y grandes y pantalones animal print en compos con el
cuello de piel de su abrigo hacen que las miradas del bar de la zona
sur se detengan en ella una y otra vez. Sentada en la mesa que
lleva un cartelito con su nombre, habla fuerte. Charlatana y risuea
como es, despliega los buenos modales de seora del Jockey Club
pero no le tiembla la boca para proferir varias veces durante la
charla expresiones como "me ne frega", "vaffanculo", "carajo",
"cabeza de alcornoque" o "pedazo de boludo".
Sentada con su esposo (Sujer Gorodischer o el Goro como lo llama
ella), Anglica atiende en el bar frente a su casa como si estuviera
en su propio living: "Qu quers tomar? Ahora le pedimos a Nelson
que hasta recin te estaba esperando. Ac los chicos son tan
atentos". Desde que empezaron a demoler la vieja casa de familia
de avenida San Martn al 4800 ella pens que el lugar se convertira
en una tienda de ropa de esas que abundan en el centro comercial a
cielo abierto de la zona sur. Pero cuando vio el cartel colgado que
deca "Tomasa" y que en lugar de una pilchera haba un bar sinti
algo as como un sueo cumplido. "Fue lo mejor que me pudo haber
pasado. Casi me desmayo de emocin. En la cuadra no haba
ninguno y este es hermoso. Venimos siempre", dice.
Los domingos le cruzan el desayuno a su casa, le guardan la botella
de vino cuando no la termina de tomar, si est sola la acompaan
para cruzar del otro lado de la avenida y como si fuera poco le
pusieron un cartel con su nombre en la mesa en la que se sent
desde el primer da. Ningn otro parroquiano osa ocupar su lugar,
aunque nunca falta un despistado que se sienta y a ella no le hace
nada de gracia encontrar a alguien en su silla. "Hace poco hicimos