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Montgomery, W. (2009).

Mindfulness y gaudibilidad: Categorías en terapia de


conducta para tratar la evitación experiencial. Revista de Psicología de la
Universidad Inca Garcilaso de la Vega, 1(1), 55-61.

MINDFULNESS Y GAUDIBILIDAD: CATEGORÍAS EN TERAPIA DE


CONDUCTA PARA TRATAR LA EVITACIÓN EXPERIENCIAL

William Montgomery Urday

RESUMEN

Se revisa la función de dos categorías fenomenológicas de uso reciente en la terapia


conductual de tercera generación, como herramientas conceptuales y operativas para
tratar el trastorno de evitación experiencial. Para ello se comienza con una breve reseña
de las terapias conductuales contemporáneas y su concepción respecto al “yo como
contexto”, prosiguiendo con la descripción de los conceptos terapéuticos de mindfulness
y gaudibilididad, hasta explicitar su función como procedimientos válidos para tratar la
evitación. Por último, se hacen algunas reflexiones sobre el papel idiosincrásico la
evitación experiencial.

Palabras Clave: Mindfulness, gaudibilidad, evitación experiencial, terapia conductual,


fenomenología, budismo zen.

ABSTRACT

It reviews the role of phenomenological two categories of recent use of behavioral


therapy in third generation, as conceptual and operational tools for treat the disorder of
experiential avoidance. This begins with a brief overview of contemporary behavioral
therapies and its design "self as context", continuing with description of therapeutic
concepts of mindfulness and gaudibility, to clarify its function as a valid procedure to
treat avoidance. Finally, there are some reflections on the role of idiosyncratic
experiential avoidance.

Key Words: Mindfulness, gaudibility, experiential avoidance behavior therapy,


phenomenology, zen buddhism.

A más de tres décadas de la publicación del polémico libro de F.W. Matson


Conductismo y Humanismo, donde parecía mostrarse una brecha insalvable entre dichos
enfoques, las distancias se van acortando, a veces más allá de lo aceptado por ambas
corrientes de pensamiento. El punto de coincidencia lo dan ciertas ideas del
pensamiento oriental, entre las que destacan las del Budismo Zen con relación a los
estados de consciencia y las prácticas meditativas. Parece que la necesidad de buscar
fórmulas sencillas para la relajación y el sentimiento de esencialidad proviene de las
muchas exigencias que le presenta el postmodernismo a la persona común, obligándolo
a evadirse “de la responsabilidad de hacerse cargo de su propia existencia, como si no le
incumbiera dirigirla” (Martín, 2006, p. 106). Sin embargo esto no es algo nuevo, Erich
Fromm trataba en sus obras publicadas en los años 50 el fenómeno de “extrañamiento”1,
ejemplificándolo con el caso del turista que suele relacionarse más con las tomas y fotos
de su cámara que con la experiencia de disfrute frente al hecho real.
Así como en un sector mayoritario de la psicoterapia existencial hoy se da un
énfasis a la acción para el cambio conductual (Greembeg, Rice y Elliot, 1993/1996), en
la terapia del comportamiento también se observa un interés por los procesos
emocionales que tienen que ver con la interpretación subjetiva que el individuo hace de
ellos. Específicamente, las llamadas “terapias de conducta de tercera generación” que
surgen del conductismo radical, se mueven hacia una frontera lindante con filosofías y
procedimientos alternos antes rechazados, como los del existencialismo y la
fenomenología (Pérez-Álvarez, 2001).
En este artículo se pretende hacer una revisión de dos conceptos fenomenológicos
de reciente uso en la terapia conductista de tercera generación, el mindfulness y la
gaudibilididad, y su papel en el tratamiento del trastorno de evitación experiencial.
También se incluye una breve reflexión sobre el correlato social de ésta última.

ABORDAJE CONDUCTUAL DE “TERCERA GENERACIÓN”

No es éste el lugar adecuado para una exposición completa y detallada de la


llamada “tercera generación de terapia de la conducta” (por lo demás se halla
abundantemente descrita en numerosas publicaciones), que reclama su lugar como una
recuperación de las raíces contextuales de los procedimientos conductistas. Baste decir
que Pérez-Álvarez (2006) reseña cuatro de esas terapias: la psicoterapia analítico-
funcional (PAF), terapia de aceptación y compromiso (TAC), terapia dialéctica
conductual (TDC) y finalmente la terapia de activación conductual (AC).
La PAF se elabora teniendo como centro el contexto psicoterapéutico, analizando
las contingencias que ocurren ahí, con respecto a la equivalencia funcional, el
reforzamiento y el moldeamiento de la conducta. La meta es constituir un contexto para
el aprendizaje a través de la propia experiencia en la relación cliente-terapeuta.
La TAC procura cambiar el afán del cliente por controlar y evitar el contenido de
sus experiencias psicológicas no gratificantes, sustituyéndolo por el desarrollo de un
“distanciamiento comprensivo” hacia ellas. Es en ese sentido que la ACT distingue
entre el yo como contexto (yo-observador, dominio del distanciamiento) y el yo como
contenido (pensamientos y emociones no gratas).
La TDC, específicamente diseñada para tratar con disfunciones del tipo
personalidad límite, despliega estrategias a partir del esclarecimiento de la polaridad
dialéctica del contexto individuo-entorno, distinguiendo tres patrones de conducta polar:
la inestabilidad emocional contra la auto-invalidación, la pasividad activa contra la
competencia aparente y la crisis implacable contra el afligimiento inhibido.
Por último, la AC también se dirige a un problema específico, como lo es la
depresión, entendiendo que gran parte de su dificultad intrínseca radica en la evitación
de de importantes ámbitos de la experiencia que carecen de aliciente para el individuo
afectado. Se trata de “activar” a la persona de acuerdo con sus intereses, valores y
posibilidades, incluyendo procedimientos de la TAC y la terapia cognitiva de Beck.
Es así que la terapia de conducta tradicionalmente inmersa en un aparato
conceptual y operativo coherente con la búsqueda directa del autocontrol en sus diversas
formas, se compromete ahora con búsquedas más bien indirectas a través de
procedimientos que podrían considerarse “paradójicos” en la línea explicativa de
1
En la literatura marxista este concepto, en su sentido más sencillo, se identifica con “sentirse fuera de sí”
o a merced de circunstancias externas sin saberlo.
modelos como el de Frankl (1946/1991): en vez de preocuparse por “controlar” las
propias reacciones hay que abandonarse, en vez de esmerarse en pensar en soluciones
para los problemas hay que dejar que éstos sigan su curso, en lugar de evitar sufrir la
experiencia hay que disfrutarla. Hay que centrarse en el proceso, no en las metas.
Esto significa adoptar un punto de vista congruente con cierta interpretación
fenomenológica, o, mejor dicho, a conductualizarla. A saber: el establecimiento de una
distinción objetiva entre el “darse cuenta” como una acción discriminativa de eventos
externos e internos, y la “(auto)consciencia” como un proceso auto-discriminativo de la
propia conducta, sin connotar que las ideas o representaciones del mundo derivadas de
ellas sean causas del comportamiento, sino que forman parte de un contexto en el cual el
organismo y el ambiente son elementos constitutivos (Salgado, 2003). Esto es, el “self
como contexto social-verbal”, entendido desde la perspectiva de una función de
estímulos derivada de un marco relacional reducido, en el cual la operación
contemplativa de discriminar verbalmente el contenido de la consciencia o experiencia
total no incluye la evaluación, la conceptualización o la comparación de
acontecimientos (Dymond y Barnes-Holmes, 1997). En este sentido, el fenómeno es
abordable y hay investigaciones que lo estudian (p. ej. Torres y López, 2004)2.
Las categorías de mindfulness y gaudibilididad, de reciente uso clínico conductual
y presentes en cada una de las terapias reseñadas, podrían considerarse representativas
de semejante perspectiva. Ambas involucran tanto un estado de consciencia como una
capacidad. En los siguientes parágrafos se considerarán esos conceptos, primero
describiendo brevemente sus características por separado, y luego integrándolos en una
discusión acerca de sus incidencias y posibilidades terapéuticas para tratar el trastorno
de evitación experiencial.

EL MINDFULNESS

Sin traducción directa al español, el término mindfulness connota una filosofía de


vida y una praxis manifestada como atención receptiva hacia la experiencia y
consciencia plena que centra su interés y ejecutoria en la experiencia no valorativa del
tiempo presente (Vallejo, 2006). Esta contemplación medita sobre el propio cuerpo, la
respiración y, en general, los estímulos sensoriales. Tiene, en este sentido, un fuerte
parentesco con las prácticas de la cultura oriental adscrita al Budismo Zen, en la cual
usualmente se adoptan posturas favorables a la meditación contemplativa y la
concentración somática para auto-regular o silenciar emociones interferentes con la
tranquilidad personal (Hardy, 2006).
En resumen, del mindfulness puede considerarse a la vez tanto como la
descripción de una práctica para cultivar la atención, como un proceso psicológico y
como un constructo teórico (véase Delgado, 2009). Brevemente, sus principales
características: a) centrarse en el momento presente, b) abrirse libre a la experiencia y a
los acontecimientos, c) aceptar radicalmente la experiencia como venga, sin
valoraciones, y d) renunciar al control sobre la situación.

LA GAUDIBILIDAD

El término “gaudibilidad”, acuñado por Padrós (2000), proviene del vocablo en


latín gaudium, que en castellano significa “alegría”. Trata de englobar la potencialidad o
rasgo disposicional que las personas tienen para experimentar sensaciones gratificantes,
2
No se espera que psicólogos de tipo humanista ortodoxo acepten este tipo de explicaciones, pues para
ellos siempre hay un margen de esencialidad experiencial inconmensurable.
o sea “el conjunto de posibles moduladores que regulan la cantidad de disfrute o goce
que las personas experimentan” (Padrós, 2002, p. 35). Esas sensaciones subjetivas
pueden dimensionarse en función a su amplitud, frecuencia y duración, y las regulan
habilidades como la imaginación y el sentido del humor, creencias y valoraciones
acerca de los sucesos acaecidos, y el estilo de vida que cada cual tiene.
Un antecedente de este concepto es el de “susceptibilidad al reforzamiento”, de
Gray (1987/1993), según el cual los individuos con alta susceptibilidad muestran mayor
interés, persistencia y perseverancia que otros por buscar reforzadores. Sin embargo la
gaudibilidad es algo más que eso: se asocia a la emoción degustadora que acompaña al
refuerzo. Como anota Padrós (2002) parafraseando a los teóricos de la psicología
positiva Seligman y Csikszentmihalyi, es la misma diferencia que hay entre placer y
disfrute. El placer implica sentimiento de agrado relacionado con la satisfacción de
necesidades homeostáticas, en cambio el disfrute implica la posibilidad de “saborear el
placer”. Por ello gaudibilidad es sinónimo de capacidad de (o para el) disfrute.

LA EVITACIÓN EXPERIENCIAL

Este trastorno se manifiesta en la forma de una incapacidad del individuo para


vivenciar eventos privados tales como sensaciones somáticas, emociones, pensamientos,
recuerdos e imágenes, llevando a cabo con mucho empeño acciones destinadas a
evitarlas, alterarlas o suprimirlas aunque eso les provoque perjuicios. Pese a que
inicialmente las medidas que toma el sujeto para evitar esos problemas son en
apariencia efectivas, con el tiempo se tornan infructuosas, observándose un incremento
de aquellos y su resistencia al cambio, empeorando la calidad de vida y propiciando
condiciones para la aparición de estados psicológicamente mórbidos. En esta lógica el
componente esencial del trastorno es el desajuste entre lo que la persona espera
conseguir a través de sus esfuerzos, adversus sus aspiraciones y valores vitales,
limitando lo que quiere hacer con ellas (Hayes, et al, 1996; Vargas y Aguilar, 2006).
El excesivo control desarrollado por el individuo parece desprenderse de una
práctica social que considera la causa de la evitación experiencial en algún pensamiento
o emoción incapacitante. El fin perseguido de evitación o escape de estados o
situaciones aversivas relacionadas a esas cogniciones puede lograrse a corto plazo,
constituyéndose en una “tela de araña” que atrapa a la persona y la envuelve en un
círculo vicioso donde por intentar sentirse mejor, a la larga se siente peor.
Al decir de sus principales investigadores, dado que las (auto)percepciones del
individuo construidas en su historia y comportamiento pasado se basan en la
observación, descripción y análisis de los hechos adquiridas en esa práctica social, el
origen del trastorno de evitación experiencial reposa en la conformación de funciones y
generalización de respuestas displacenteras a través de relaciones verbales o sus
derivaciones (reglas), además del condicionamiento directo de tales funciones y de la
presencia de factores físicos compartidos entre los estímulos.
La evitación experiencial puede manifestarse a partir de un amplio rango de
síndromes de los cuales constituye el elemento común. En ese rango están, según la
revisión de Wilson y Luciano (2002): el abuso de drogas, el alcoholismo, la agorafobia,
la ansiedad generalizada, los trastornos de duelo, de personalidad límite y obsesivo-
compulsivo, la bulimia, diversas parafilias, el juego patológico y síntomas psicóticos.
Igualmente se halla en problemas no sindrómicos, como el suicidio, el maltrato sexual,
el dolor crónico y el estrés laboral entre otros. Se ha desarrollado a cargo de Steven
Hayes y sus colaboradores un Cuestionario de Aceptación y Acción (AAQ), que sirve
para evaluar la evitación experiencial y la aceptación psicológica3, pero más
recientemente Barraca (2004) lo ha adaptado al uso español, y Vargas y Aguilar (2006) lo
han aplicado a una muestra diagnosticada psicopatológicamente en México.

MINDFULNESS Y GAUDIBILIDAD ADVERSUS EVITACIÓN

El mindfulness forma parte explícitamente constitutiva de los procedimientos


terapéuticos conductuales de tercera generación. El ingrediente fundamental de su
manejo es “desmontar” los mecanismos inadecuados de control ya descritos, que la
persona ejerce para evitar el contacto con su experiencia no gratificante. De esa manera
se obvian los intentos psicológicos (o mediante fármacos) por bloquear el malestar, las
emociones, el estrés sentido, dejando fluir los mecanismos de biorretroalimentación y
autorregulación naturales del organismo (Hayes, Follette & Linehan, 2004).
Desde esta perspectiva el sujeto es entrenado para observar sin controlar su
fisiología, concentrándose en su somatismo, aceptando su autorregulación vegetativa y
cualquier modificación en ella (sensaciones, movimientos, etc.), y a la vez implicando
activamente su empeño en la tarea planteada. Incluso si hubiera distracciones
momentáneas la prescripción es no enojarse ni contrariarse, sino aceptar dicha digresión
y volver a atender sus sensaciones y tareas. El ritmo respiratorio en particular es auto-
observado, dejándose llevar por las sensaciones percibidas y entendiendo la relajación
sólo como forma de práctica y experiencia, en vez de recurso de afrontamiento.
En la reciente investigación de Delgado (2009), que considera el monitoreo de
tanto variables fisiológicas como emotivas, se comprueba la eficacia del uso del
mindfulness en muestras de sujetos con distintas edades y profesiones para superar
índices subjetivos de ansiedad, depresión, preocupación, quejas de salud y regulación
emocional.
La gaudibilidad, por otro lado, es una categoría que aún está en exploración y se
engarza en el marco de la psicología positiva, particularmente en el rubro del estudio y
promoción del bienestar subjetivo. Puesto que su característica disposicional implica el
manejo de habilidades como el humor, la concentración, la amplitud de intereses, la
capacidad para plantearse retos, la confianza en sí mismo y otras características que
permiten a ciertas personas disfrutar más y mejor que otras en las mismas situaciones, la
postura del presente artículo es que constituye un complemento para el proceder de
“centrarse en el proceso” que permite abandonar las obsesiones por evitar sentimientos
y pensamientos considerados dañinos, imperfectos o incorrectos, y maximiza los
resultados conseguidos desde el mindfulness.
Hasta ahora, la Escala de Gaudibilidad propuesta por Padrós (2000) se ha
relacionado clínicamente con la depresión, la calidad de vida, problemas de orden
esquizofrénico y drogodependencia. Al momento de escribir este texto, el autor en
compañía de dos colegas se halla al frente de una investigación en marcha, cuyo
proyecto presentado al Instituto de Investigaciones de la Universidad Nacional Mayor
de San Marcos se titula “Capacidad de Disfrute y Percepción del Apoyo Comunitario en
Adolescentes Espectadores de Violencia entre Pares”. La idea es identificar una muestra
de escolares con bajo grado de gaudibilidad y algunas relaciones del constructo con
variables sociales. El siguiente paso sería, por un lado, verificar las relaciones entre las
variables de gaudibilidad y mindfulness, y por otro, la elaboración de un programa de
intervención para desarrollar el conjunto de rasgos y emociones positivas que componen
la gaudibilidad.
3
Este instrumento de medición puede encontrarse tal cual traducido al español en la obra de Wilson y
Luciano (2002, anexo 1, p. 260).
EL PAPEL IDIOSICRÁSICO DE LA EVITACIÓN

La publicación financiada por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) del


Informe Lora (2009), sobre la percepción subjetiva de la calidad de vida en
Latinoamérica (y específicamente en el Perú) revela el fenómeno de la “paradoja del
crecimiento infeliz”. Según éste, hay una proporción inversa entre el grado de
crecimiento económico y la satisfacción de la gente con respecto a diversos aspectos de
sus vidas. La razón que se cree explicaría ese resultado es el aumento acelerado de las
expectativas de consumo material y de la competencia por mejor estatus
socioeconómico.
Cabe reflexionar si en semejante situación no juega un papel nacionalmente
idiosincrásico cierto tipo de evitación experiencial. Mucha gente no vive ni disfruta el
momento de creciente prosperidad relativa porque se ha acostumbrado a pensar
comparativamente siempre en futuro (donde esperaría “tener más”) y en presente con
respecto a otros mejor ubicados en la escala social. Así, sus relaciones verbales se
ajustan a un modelo de queja constante sobre “el lado malo” de las cosas (lo que en
ACT se llama “contexto de literalidad”), distrayendo su atención de lo constructivo con
el consecuente perjuicio psico(pato)lógico. Esa es una forma de evitación o escape de su
responsabilidad en la construcción de su porvenir y del porvenir de su comunidad.
En esta línea argumental, García-Montes, Fernández, Fornieles y Pérez-Álvarez
(2007) otorgan el calificativo de “superstición” al fenómeno de evitación, debido a la
diferencia sustancial entre lo que se estima subjetivamente y lo que, de hecho, se
obtiene objetivamente dentro de ese patrón de comportamiento. Así, las valoraciones
que una persona realiza acerca de un acontecimiento se entienden como propiedades
objetivas del propio acontecimiento, más que como meras atribuciones subjetivas (lo
que en ACT se llama “contexto de evaluación”). Y, a su vez, las razones que sirven para
explicar las propias conductas operan en función de esas causas que se suponen válidas
(“contexto de control” según la ACT). Dado que en la sociedad actual se promueven el
bienestar y la satisfacción inmediatas sin asumir el sufrimiento como algo connatural a
la vida, es obvio que para muchos individuos los contextos de literalidad, evaluación y
control se sitúan en una dimensión idiosincrásica de juicio subjetivo que rechaza la sola
posibilidad de responsabilizarse por el progreso. En otras palabras, “que me den más sin
que yo cambie y sin que haga ningún esfuerzo”. Desde una perspectiva de discusión
política eso ha sido recientemente presentado como parte del síndrome (o filosofía) del
perro del hortelano.

CONCLUSIONES

A través de estas páginas se ha señalado que en el mundo contemporáneo se


requieren fórmulas sencillas para la relajación y la búsqueda de esencialidad del
individuo procurando vencer su tendencia a la evitación experiencial, un trastorno cuya
principal característica es la incapacidad para vivenciar eventos privados, tratando de
evitarlos, alterarlos o suprimirlos aunque eso suponga perjuicios.
Esto conlleva un acercamiento de la terapia conductual de tercera generación a la
perspectiva existencialista, pero conductualizándola en términos de “self como contexto
social-verbal”. Dentro de esta concepción surgen categorías como el mindfulness y la
gaudibilidad, que connotan tanto una filosofía de vida como un conjunto de
procedimientos que sirven para “desmontar” los mecanismos inadecuados de control
implicados en la evitación, y dejar fluir el quehacer del individuo hacia una relación
natural y de disfrute con respecto a los acontecimientos.
Dicho trastorno también tiene correlatos sociales a nivel idiosincrásico, según lo
muestran recientes surveys acerca de la opinión pública, que en parte parece inclinarse a
apreciar su propia calidad de vida en términos inversos a su progreso real, debido a una
serie de contextos verbales que mantienen un control inadecuado sobre las respuestas de
valoración subjetiva, y consecuentemente sobre la conducta cotidiana.
En este escenario es importante desarrollar masivos programas tendientes a
desarrollar competencias de mindfulness y gaudibilidad en las personas Saber
concentrarse en el presente y saber disfrutarlo es una necesidad impostergable para la
salud y para el progreso individual y colectivo. De allí la utilidad de estas categorías en
la terapia de conducta contemporánea.

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