Presidente de la República Congreso Internacional de Educación Superior (CIESUP) Teatro Nacional, San José 8 de marzo de 2010
Amigas y amigos:
Desde los ignotos orígenes de nuestra especie, cuando en grutas y
cavernas empezaba la crónica de la existencia humana, el conocimiento se convirtió en la principal herramienta de poder entre los miembros de una colectividad. En la mitología griega, Prometeo transmite al hombre el secreto sobre la fabricación del fuego; pero en la práctica, lo más probable es que algún troglodita haya descubierto, por industria o por azar, la facultad de hacer chispas frotando dos piedras. Les aseguro que aquel troglodita tuvo poder sobre sus contemporáneos. Algún chamán curioso, en medio de una investigación rudimentaria, habrá dado con el sencillo arte de salar los alimentos para que no se pudrieran. En lugar de devorar un búfalo en una semana, ahora podía conservar los productos de la caza por días y días. Les aseguro que aquel chamán tuvo poder sobre sus contemporáneos. Alguna matrona tribal, mujer líder en un asentamiento largamente desaparecido y olvidado, habrá inventado la forma para construir balsas con troncos y sogas tejidas, permitiendo los viajes a regiones lejanas y la obtención de nuevas materias primas. Les aseguro que aquella mujer, y aquella tribu, tuvieron poder sobre sus contemporáneos. Esa fue la historia de la humanidad durante milenios: un relato sobre el monopolio del conocimiento. Algunos, generalmente muy pocos, tenían acceso a los instrumentos y los datos que les permitían controlar las circunstancias a su alrededor. El secreto bien guardado era la fuente del poder. Y quienes más concentraron ese poder fueron las universidades, que a través de los siglos fueron el cofre donde se guardaba bajo llave la información. Para aprender ciertas cosas, una persona no tenía más opción que inscribirse en una escuela, escuchar una cátedra de algún profesor erudito, y memorizar los datos que de otra manera no podía haber obtenido. Ese mundo ha dejado de existir. La invención de Internet, el acelerado proceso de integración de las comunicaciones en el mundo, la revolución informática que incluso hoy estamos experimentando, han construido una realidad en donde el profesor y el estudiante tienen acceso a la misma cantidad de información; en donde la universidad ya no monopoliza el conocimiento, sino que está obligada a difundirlo en medio de un mar de datos que inundan millones de páginas electrónicas. En el mundo actual, el poder ya no emerge del monopolio del conocimiento, sino de los criterios para discernir entre un aluvión de información que es de buena, regular o pésima calidad. Creo que éste es el dilema que enfrentan actualmente los centros de educación superior; ése es el tema detrás del título de este congreso: “El conocimiento a través de las fronteras: oportunidades y desafíos en el ámbito de la cooperación regional, transnacional y global”. Les presentaré dos ejemplos que ilustran un poco mi planteamiento. El Instituto Tecnológico de Massachusetts, la universidad tecnológica más prestigiosa del mundo, ha empezado a compartir gratuitamente sus 2
tutoriales en Youtube. Cualquier persona, cualquiera de nosotros, puede
escuchar a un profesor de MIT explicar una fórmula o un algoritmo, a miles de kilómetros del instituto bostoniano. Un slogan del proyecto dice: “Unlocking Knowledge, Empowering Minds”, “Desencadenando el conocimiento, dando poder a las mentes”. Algunos de ustedes se preguntarán, ¿pero qué pasa con la matrícula? ¿Quién va a pagar decenas de miles de dólares por estudiar en MIT, si puede recibir gratis las clases por Internet? Como decía un célebre comediante mexicano, “ahí está el detalle”. MIT es mucho más que sus tutoriales. Las universidades del futuro serán más que cátedras en donde un profesor erudito transmite a los estudiantes información inaccesible por otras vías. Los centros de educación superior deben concentrarse en ser centros de formación de mentes críticas, centros de debate en donde los estudiantes aprendan a discernir y a pensar, y no a repetir y a memorizar. Estos tiempos exigen la formación de un cuerpo estudiantil capaz de separar la paja del trigo, un cuerpo estudiantil que pueda distinguir entre estudios científicos y ocurrencias ideológicas, que pueda distinguir entre evidencia empírica y prejuicios y dogmas. Es bien sabido que Internet ofrece datos para todos los gustos. Casi cualquier teoría, por más descabellada, encontrará sus adeptos en alguna página extraviada. Es la responsabilidad de las universidades, y uno de sus llamados más urgentes, otorgar a los estudiantes una educación no de datos, sino de criterios. Bien dirigido, este proceso ofrece oportunidades infinitas. Ante todo, es un proceso en donde la creatividad del estudiante es cada vez más importante, en donde los programas ya no son una sucesión ad nauseam de lecciones aprendidas, sino un germinal de nuevas ideas. Esto promete un crecimiento exponencial de la innovación, que es fundamental si queremos propiciar un mayor desarrollo para nuestros pueblos. No nos quepa la menor duda: el futuro será de aquellos que sepan abrazar el cambio y adaptarse a las nuevas circunstancias. El segundo ejemplo que quería mencionarles, proviene de una reciente publicación del semanario londinense, The Economist. Según este medio, en el año 2009 el mundo generó un total de 1.200 exabytes de información. Esto es, un millón 200 mil millones de gigabytes. Para ponerlo en términos que puedan ser entendidos, es el equivalente a que cada uno de los seres humanos que habitan el planeta, llene de información 176 llaves mayas de 1 giga de memoria, en el transcurso de un año. ¿Qué implicaciones tiene esto? ¿Cómo puede una universidad competir con este “diluvio de datos”, como lo llamó The Economist? Pues fácil: si no puede competir en cantidad, tendrá que aprender a competir en calidad. Los centros de educación superior deben ser los productores del conocimiento más depurado, de los datos más rigurosos y más disciplinados. En esto creo que algunas universidades latinoamericanas quedan en deuda. Muchos de nuestros centros de educación superior han fallado en producir conocimiento nuevo, científico, empírico e imparcial. Aún tenemos facultades que habitan en el pasado, que continúan batallando contra fantasmas que desaparecieron con la caída del Muro de Berlín. Por eso me alegra la alianza que en este evento forman la Universidad Nacional y la West Chester University. Estoy convencido de que la colaboración entre universidades, en particular entre países en vías de desarrollo y países industrializados, es esencial si queremos lograr mantener la importancia de la universidad como centro rector de la 3
discusión pública nacional, como luz y guía de los esfuerzos de desarrollo de
un país. Se trata de conservar ese lugar principal de la universidad en el curso de la humanidad. Se trata de mantener a los centros de educación superior en el eje de la producción intelectual del mundo. Lograrlo no será tarea sencilla. Requiere un cambio de paradigma y una adaptación vertiginosa. Pero esta actividad me demuestra que las manos ya están en la obra, que la faena ya se encuentra adelantada. Poco a poco, la universidad encontrará su nuevo papel en la historia.
Amigas y amigos:
Como ustedes saben, me quedan pocos días al frente del Gobierno de
la República. Por eso quisiera aprovechar la ocasión para despedirme de la comunidad universitaria. Han sido cuatro años en que hemos estado de acuerdo en unas cosas. En otras, hemos luchado en tiendas contrarias. Ni en mi primer mandato, ni en éste, usé el poder para complacer a la gente. Siempre he usado el poder para defender lo que creo que es lo mejor para Costa Rica. He defendido ideas impopulares: el Plan de Paz, durante mi primer Gobierno, y el TLC, durante mi segundo Gobierno. Ninguno de estos proyectos era aceptado por la totalidad de la población. Pero le dije a los costarricenses lo que creía que debían oír, y no lo que sabía que querían escuchar. El papel de un gobernante es educar. Y yo hice mi parte de la mejor forma en que pude hacerlo. Sé que algunos de ustedes no compartieron mis ideas, pero creo que compartieron mi amor por Costa Rica y mi fe en un futuro más justo y más próspero para nuestro pueblo. Con ese sentimiento que nos une, esta noche les doy las gracias. Y agradezco también a una persona particular; a un intelectual, un amigo y un gran Rector universitario: don Olman Segura. Quiero felicitarlo por su imparcialidad, por su honestidad intelectual y por su lealtad para con los destinos de la universidad que lidera. Ha sido para mí un honor compartir con él durante estos cuatro años. El mundo exige personas como él. El mundo exige universidades que sean capaces de mirar más allá. Estoy convencido de que con el esfuerzo de todos, y con la insondable inteligencia humana, construiremos un futuro en donde el conocimiento ya no sea un cofre escondido, sino un tesoro abierto y compartido. Muchas gracias.