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Por Juan José Tamayo, director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones, de
la Universidad Carlos III de Madrid, y autor de Nuevo Diccionario de Teología (EL PAÍS,
04/03/06):
Desde su elección papal, Benedicto XVI no ha dejado de transmitir mensajes que van
mostrando gradualmente algunas de las grandes líneas de su pontificado y que están siendo
interpretados en claves distintas. Hay quienes ven en esos mensajes señales de apertura y
cambio, e incluso cierto distanciamiento del pontificado anterior. Apelan para ello a su
solidez teológica y recuerdan su etapa de perito del concilio Vaticano II. Otros consideran
que las actuaciones de Benedicto XVI revelan una continuidad con la etapa anterior, cuyo
guión escribió él mismo durante los casi cinco lustros que estuvo al frente de la
Congregación de la Doctrina de la Fe.
¿Cómo valorar, en este clima de opiniones cruzadas, la primera encíclica de Benedicto XVI
Dios es amor, que ha sido presentada oficialmente como documento "fuerte y programático"
del actual pontificado?
2. La encíclica defiende la compatibilidad entre el amor erótico y el amor a Dios, tras siglos
de demonización del primero. Para ello cita el Cantar de los Cantares, que entiende como
cantos de amor para una fiesta nupcial con exaltación del amor conyugal, y al Pseudo
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publicado.
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Revista de Prensa “Tribuna Libre”: http://www.almendron.com/tribuna/
Dionisio Areopagita, que llama a Dios eros y ágape, y critica a Nietzsche por decir que el
cristianismo convierte el eros en vicio. Sin embargo, a medida que avanza la argumentación,
la compatibilidad primera se torna en su contraria y las respuestas a quienes consideran el
cristianismo como adversario de la corporeidad vienen a dar la razón a los críticos como
Nietzsche. Para muestra sirva este botón: "El eros necesita disciplina y purificación, para dar
al hombre, no el placer del instante, sino un modo de hacerle pregustar en cierta manera lo
más alto de su existencia, esa felicidad a la que tiende todo ser... El eros quiere remontarnos
en éxtasis a lo divino, llevarnos más allá de nosotros mismos, pero precisamente por eso
necesita seguir un camino de ascesis, renuncia, purificación y recuperación" (nn. 4 y 5).
¿Dónde queda entonces el eros? Vuelve a ser demonizado. A su vez, la compatibilidad entre
amor humano y Dios viene desmentida en la práctica por el propio papa, quien sigue
prohibiendo a los sacerdotes católicos vivir en pareja y considera pecado las relaciones
homosexuales.
En esta encíclica Benedicto XVI vuelve a condenar el marxismo, al que define como
"filosofía inhumana" (n. 31), e indirectamente a la teología de la liberación, mientras
propone la doctrina social de la Iglesia como una indicación fundamental (n. 27). Yo creo,
sin embargo, que en encíclicas sociales como Populorum progressio (1966), de Pablo VI,
Laborem exercens (1981) y Sollicitudo rei socialis (1987), de Juan Pablo II, hay más
convergencias con el socialismo y con la teología de la liberación que las que deja entrever
la condena eclesiástica. Como mostraron los diálogos cristiano-marxistas del siglo pasado,
marxismo y cristianismo coinciden en el horizonte ético emancipatorio y en su ubicación
social del lado de los excluidos.
modelo insigne de caridad social y ejemplo de armonía entre oración y dedicación eficaz al
prójimo (nn. 36 y 40), mientras silencia otros ejemplos de compromiso liberador y de lucha
por la justicia como monseñor Helder Cámara y los mártires monseñor Romero e Ignacio
Ellacuría.
Benedicto XVI cita instituciones y personalidades cristianas del pasado como ejemplos de
caridad para con el prójimo, todas ellas bien elegidas, aunque algunas de tendencia benéfica,
y se olvida de iniciativas y personalidades en clave liberadora como las Reducciones del
Paraguay y Bartolomé de Las Casas.
Al final, la encíclica se refiere a María, de la que subraya sus gestos caritativos individuales,
como atender a su prima Isabel durante su embarazo, y el ser "la sierva del Señor" (n. 44),
pero no habla de lo que la define propiamente: su denuncia de los poderosos y su opción por
los humillados, como aparece en el canto revolucionario del Magnificat (Lucas 1,46-55),
inspirado en textos de la Biblia judía.
En conclusión, si alguna señal de cambio pudiera transmitir la encíclica a los teólogos y las
teólogas, se desvanece con el cese del jesuita Juan Masiá de la Cátedra de Bioética de la
Universidad Pontificia de Comillas y la prohibición de su libro Tertulias de bioética.
¿Vuelve Benedicto XVI a su etapa de gran inquisidor?
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