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mi papá es
gay, ¿y qué?
En los últimos meses todos han opinado sobre si es adecuado o no que padres
gays críen niños: jueces, políticos, activistas por los derechos homosexuales,
abogados, expertos en ética, padres y madres gays. Aquí recogemos una opinión
que faltaba. La de los directamente involucrados. Una estudiante universitaria de
22 años cuenta cómo ha sido crecer con su padre homosexual.

P or Alejandr a Matus ¶ F otogr afía : Rodrigo Chodil

040 | junio 2009


E
n el invierno de 2007 Gabriela Sánchez
(22) se sentía cada vez más incómoda
estudiando Derecho en la Universidad
de Chile. No le gustaban los ramos ni la
onda de sus compañeros de clase. “Todos
se creían algo. Algunos estaban apitu-
tados en los estudios de sus papás, otros
querían ser diputados”, describe. Pero ya
estaba en tercero y seguía los pasos de su abuela, Fabiola Lete-
lier, la hermana del ex canciller Orlando Letelier y destacada
defensora de los derechos humanos.
Gabriela sabía que desistir ocasionaría una crisis familiar y
no tenía valor para enfrentar a su madre. Entonces, como lo
hace siempre que está confundida, le contó su secreto a Carlos
Sánchez, su padre. “Yo sabía que él me iba a comprender”,
cuenta.
Gabriela busca en sus recuerdos una escena que defina
a su padre: “Cuando yo era chica me pegué piojos. Mi mamá
me quería rapar y yo me oponía. Mi papá medió entre las dos,
habló con una amiga peluquera y consiguió que me entresa-
cara pelo. Así le dio en el gusto a mi mamá y yo no sentí que
me lo estuvieran cortando. Así es él. Salomónico”.
Carlos se separó de Manuela Leiva, la madre de Gabriela, a
comienzos de los años 90, cuando se reconoció homosexual.
Mirista y defensor de los derechos humanos, emergió de su
crisis existencial como activista por los derechos de las mino-
rías sexuales.
Cuando Gabriela habló con su padre sobre su crisis voca-
cional, él la escuchó, la apoyó y la ayudó a idear un plan para
enfrentar a la familia. Carlos habló con su ex mujer para per-
suadirla de que el cambio de carrera era el mejor camino para
la hija de ambos. Gabriela escogió cambiarse a Pedagogía en
Historia en la Universidad Católica de Valparaíso.
Ella siente que en el debate sobre los derechos paternales
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y maternales de homosexuales y lesbianas (alentado por los
casos de la jueza Atala, a quien la justicia le quitó los derechos
sobre sus hijas, y el de César P. W., un padre homosexual que
obtuvo la tuición de sus hijos) no se ha escuchado la voz de los
principales involucrados: los hijos. Por eso, Gabriela se atreve a
responder preguntas que pocas personas quisieran enfrentar.
Mi papá me contó
Gabriela tuvo una infancia feliz. Sus padres crearon el Club
Ecológico Nueva Tierra en su casa, en Conchalí, cuando ella
tenía cuatro años. Vivía rodeada por los niños del barrio, con
los que iba de paseo al cerro San Cristóbal. “Nos tendíamos en
el suelo a mirar el cielo y escuchar qué nos decían las nubes”,
relata. Ese mundo idílico se derrumbó cuando sus padres se
separaron. Ella tenía seis años.
“El cambio fue dramático. Para un niño siempre lo es,
porque no tiene las herramientas para entenderlo y digerirlo
sin sufrir”, reflexiona. Gabriela no entendió mucho lo que
pasaba, pero lloró a mares. Extrañaba a su papá. “Todavía no
sé si dejé de verlo un par de semanas o un par de meses. Pero
lo eché mucho de menos. Yo era una regalona que le olía las
camisas cuando llegaba de trabajar, porque me gustaba hasta
su olor”, recuerda.
Tampoco hizo muchas preguntas. Temía hacer sentir más
culpables a sus padres. “No pregunté: ‘Oye, mamá, ¿qué pasa
con mi papá?’ Entendía que era doloroso para ella y por no
meter el dedo en la llaga... Recién ahora tengo las herramientas
para conversar sin sufrir ni herir a mis papás”.
Tras la separación, Gabriela iba a la casa de su padre y allí lo
encontraba con su pareja de entonces, Marcos. Carlos le decía a
su hija que Marcos era un amigo, pero poco a poco Gabriela fue
descubriendo la relación que había entre ellos. “No se tocaban
frente a mí, pero había una cercanía en la forma en que se tra-
taban que los delataba”, dice. Hubo un período largo, que
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Gabriela describe como de un “silencio tenso”, hasta que un día,
cuando ella ya cumplía 10 años, su padre le contó que era gay.
¿Cómo ocurrió?
Fue un show. Me habían empezado a llevar al siquiatra como
cuatro años después de la separación y yo decía: “¿Por qué
ahora?”. Iba obligada todas las semanas. Era terrible. El
siquiatra se sentaba al frente y yo, callada. Me pasaba una
cajita con lápices de colores para que hiciera algo. Yo dibu-
jaba para no tener que hablar. Una tarde, en la casa, me dio
una pataleta. Me puse a llorar y a gritar: “No quiero ir más.
¿Por qué tengo que ir?”. “Por la separación, Gabrielita”, me
respondió mi mamá. “¡Pero si eso ya pasó!”, grité. Entonces
mi mamá me dijo: “Es que tu papá es gay y además tiene
VIH”. Yo seguía llorando, pero era porque no quería ir al
siquiatra, no porque mi papá fuera gay. Pero justo llegó él
y mi mamá dice: “Le conté”. No pude aclarar que no lloraba
por eso. Ahí fue cuando mi papá habló conmigo.
¿Qué te dijo?
Me hizo una introducción sobre el machismo y los pro-
blemas de la sociedad actual, como para prepararme. Para
que no me asustara. Al final me dijo que era gay.
¿No te chocó?
¿Que mi papá fuera gay? ¡Me daba lo mismo! No fue ése el
eje sobre el cual giró mi pena ni mi duelo. Mi problema fue
que se hubiera ido de la casa. Que sea gay, que se acueste con
quien quiera, me da lo mismo. O si no se acuesta con nadie,
también. Mi papá es gay, bien por él. Mi mamá es hetero-
sexual, bien por ella. Para los hijos, son tus papás y se acabó,
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“A los 12 ó 13 años, en la
edad en que empiezan
las dudas, me decía: ‘Me
gusta este niñito. ¿Qué
pasaría si me gustara una
niñita?’. Y me respondía:
‘Sea lo uno o lo otro, de
qué me preocupo’. Nunca
pensé: ‘Mi papá es gay,
¿seré yo lesbiana?’. En lo
absoluto”, dice Gabriela.
no te importan sus opciones sexuales. Eso sí, en la medida
que el entorno no te haga sentir el peso del prejuicio. Tuve
la fortuna de estar en el Colegio Latinoamericano de Inte-
gración y de que las familias de mis papás fueran súper ati-
nadas.
¿Cómo tomaste la noticia del VIH?
Eso fue más difícil: entender que mi papá no se iba a morir.
Me había contaminado con el prejuicio de que la gente con
sida se muere. Con el tiempo caché que nada que ver, que
existen terapias y que la gente con tratamiento vive bien.
Una convivencia freak
Gabriela recuerda que le llamó la atención ver a Pedro
Lemebel de taco alto y pinta estrambótica en la presentación
de un libro a la que fue con su padre, pero no tiene registrados
gestos o conductas de Carlos que la hayan molestado o inco-
modado.
¿Nunca sentiste que hablaran mal de él o le hicieran el vacío?
Si había gente que lo hacía, te juro que me daba lo mismo.
Nunca incorporé en mi cabecita el criterio de “Uy, mi papá
es gay”. Mi papá es mi papá. Yo sé que para la gente es difícil
digerir que a uno le dé lo mismo, porque piensa: “¿Cómo?, si
tu papá es gay y es una minoría”. Pero si es por minoría, todos
somos minoría: hay guatones, pelados, negros, rubios, fla-
cuchentos, indígenas, mujeres. Si se toma cualquier criterio,
por alguna parte uno es minoría. Lo que sí, para que no te
importe, es vital que para los demás tampoco sea un drama.
¡Porque no es un drama! Cuando esta sociedad deje de picar

la cebolla porque tu papá es gay o tu mamá es lesbiana, va a
desaparecer ese sufrimiento que se impone a los hijos.
Gabriela asegura que, pasado el primer momento de la sepa-
ración, su padres reinventaron su relación y se convirtieron en
amigos. “Dentro de su dolor, tuvieron la lucidez de cachar que
lo más importante era la hija”, resalta.
Tan bien se llevan Carlos y Manuela que incluso, en 2003,
ellos y su hija volvieron a vivir juntos. Carlos se había separado
de Marcos, y Manuela tenía dificultades económicas. Él invitó a
su ex mujer y a su hija a instalarse con él, mientras se estabili-
zaban. Al cabo de un año, madre e hija volvieron a vivir solas.
Parece que soy hétero
Gabriela tiene el pelo largo y crespo. A diferencia de otros
jóvenes, no pertenece a ninguna tribu urbana.
¿El hecho de haber conocido tan joven que hay otras opciones
sexuales te hizo plantearte el tema antes? ¿Te notabas más
liberal que tus compañeros?
Igual influye, porque se me amplió el espectro. Veía una
panorámica más diversa. Conozco a los amigos gay de mi
papá y lo paso súper bien con ellos. Por mi experiencia he
desarrollado habilidades sociales y sicológicas para abordar
el tema con otras personas y con mayor madurez. Por
ejemplo, en básica veía a mis compañeros echando tallas: “Al
Lautaro le gusta el Juanito, ja, ja, ja”. Yo no le veía el chiste.
Ahora, sobre mí, no sé si me lo pregunté antes. A los 12 ó 13
años, en la edad en que empiezan las dudas, me decía: “Me
gusta este niñito. ¿Qué pasaría si me gustara una niñita?”. Y
me respondía: “Sea lo uno o lo otro, de qué me preocupo”.
Nunca pensé: “Mi papá es gay, ¿yo seré lesbiana?” En lo abso-
luto. Si él es gay, es gay. ¿Yo por qué tengo que serlo? Y si lo
fuera, ¿cuál es el problema?
¿Has pololeado?
Es medio antigua esa expresión, pero he sido poco polola.
No me gusta andar hueveando. He tenido algunas relaciones
largas.
¿Qué es lo que te atrae en lo afectivo?
Las personas con opinión y con posición en el mundo.
No quiero un Che, pero me gustan las personas que se la
juegan.
¿Tienes una opción sexual definida?
Hasta ahora, siempre me han gustado hombres. No me
cierro a la posibilidad de que algún día me guste una mujer,
pero no me ha ocurrido. Parece que soy hétero.
Por su propia experiencia, a Gabriela le parece aberrante que
la sexualidad sea el factor para decidir la tuición sobre los hijos.
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“¿Por qué no se preocupan de los millones de matrimonios
heterosexuales, de familias bien constituidas, que maltratan
a sus hijos? Tengo compañeros y compañeras de universidad
gays y lesbianas para quienes el tema de la paternidad es súper
importante. ¿Por qué no pueden tener hijos? Por otro lado,
casi todas mis compañeras están en la onda de que no quieren
ser madres. ¿Por qué no las persiguen a ellas, si también van
contra el mandato religioso? ¿Por qué el peso del juicio moral
cae sólo sobre unos?”.
Una relación nueva
Después de convencer a su padre de que la apoyara para cam-
biarse a Pedagogía en Historia en la Universidad Católica de
Valparaíso, Gabriela se trasladó de Santiago, donde vivía con
su madre, a la casa en Olmué de Carlos y su pareja, Manuel,
diseñador gráfico. “Me llevo súper bien con Manuel. Tenemos
varios amigos en común y entre los dos cuidamos a Dulce, una
perra callejera a la que alimentamos. Ahora estamos planeando
una salida a Limache solos, sin mi papá. Manuel es adorable,
comprensivo y muy generoso por aceptar que yo me aparezca
en su vida y la de mi papá”. Asegura que nunca se ha metido
al dormitorio de su padre sin tocar la puerta. “Pero no lo hago
con nadie”, explica. Sin embargo, el año pasado, para el cum-
pleaños de Carlos, Gabriela le mostró a cuanto familiar pudo la
forma en que Manuel decoró la habitación. “Recortó miles de
corazones y tapizó la pieza con ellos. ¡Súper tierno!”.
Manuela llegó a Olmué detrás de su hija, pues no le encontró
mucho sentido a quedarse en Santiago tras su partida. Ahora
han vuelto a vivir juntas en una casa que arriendan a una
cuadra de la de Carlos y Manuel. Y se apoyan entre todos. Si
Carlos necesita algo de Limache –el pueblo grande más cer-
cano– Manuela se lo compra cuando viaja. Si ella necesita
reparar una lámpara, Carlos aparece con las herramientas.
“Si tu papá es gay o tiene VIH no se te acaba el mundo. Sólo
cambia la plataforma en que te relacionabas con él. Para noso-
tros ha sido un proceso largo, de volver a conocerse desde otro
lugar. Gracias a mi padre he conocido a una gran diversidad de
personas, otras formas de vivir, y he aprendido a ser tolerante”,
dice Gabriela.
Cree que el hecho de que ahora vivan todos cerca le ha per-
mitido cerrar el ciclo que se abrió a los seis años, con la sepa-
ración de sus padres. “Siento que tengo dos casas”, explica.
“Entro y salgo de la casa de mi papá, que es mía también. Mi
papá siempre ha estado cerca y disponible para mí. Mi papá
es lo máximo. Es el hombre que más admiro sobre la faz de la
Tierra. No conozco un hombre más consecuente que él”.·
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