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Numero111.

Año 11
Santiago de Cali
Febrero de 2010

FUNDACION
ESTADO COMUNIDAD Y PAIS
E C O PA I S
UN NUEVO ESTADO PARA UN NUEVO PAIS

UN NUEVO ESTADO, PARA UN NUEVO PAIS.

EDITORES
DIRECTOR Jorge E. Salomon
Humberto Velez Ramirez Nelson Andres Hernandez

A propósito del Bicenternario

¿DE DÓNDE VIENE, EN QUÉ SITUACIÓN SE ENCUENTRA

Y HACIA DÓNDE MARCHA ESTA SOCIEDAD?

NUÑEZ Y URIBE: UN ENFOQUE DESDE LO ‘POLITICO’.

Este documento puede ser descargado, copiado e impreso solo para fines no
comerciales.

Humberto Vélez R, Marzo 2010


Dedicado a Investigadores, Analistas,
Estudiantes y, en especial , a la “Aso-
ciación colombiana de Historiadores”,
asocolhistoriadores@yahoo.com
ATISBOS ANALITICOS Pagina 2

Abstract
PRIMERA PARTE
1. EL PROBLEMA A ESTUDIAR. Páginas 2-8

SEGUNDA PARTE
2. ¿ACASO COLOMBIA EXISTE COMO SOCIEDAD INSTITUCIONAL?
Páginas. 8-12

TERCERA PARTE
3. HACIA UNA HISTORIA DE LA INSTITUCION DE LO SOCIAL
DURANTE LA REGERACIÓN DE NÚÑEZ. Páginas 12-25
3.1. Cinco Momentos de la Regeneración como letra, como espíritu y
como cultura política (1874-2010).Página 14
3.2. El Problema del Núñez “maduro”. Página 14-15
3.3. “La Paz científica” como método nuñista de Investigación.
Páginas 16-17
3.4. La Regeneración o cuando La ‘Virgen’ se le apareció a Núñez bajo
la forma de la guerra civil de 1885. Página 17
3.5. El Carácter de la Primera Regeneración: La Unidad del Territorio y la
Escisión sociopolítica de la Población. Páginas 17-20
4. LA POST-REGENERACION DEL SIGLO. Páginas 20-23
5. LA UNIÑIZACIÓN DISCURSIVA DE LA ESTRATEGIA DE SEGURI
DAD DEMOCRÁTICA Páginas 23-25

CUARTA PARTE
6. EL PAPEL DEL ESTADO EN LA INSTITUCIÓN DE LO SOCIAL
DURANTE LA REGENERCIÓN DE NÚÑEZ. Páginas25-26
QUINTA PARTE

7. EL PAPEL DEL ESTADO EN LA HISTORIA DE LA INSTITUCIÓN


DE LO SOCIAL DURANTE EL OCTOENIO DE URIBE.
Páginas 27-28

SEXTA PARTE
8. HACIA UNA MIRADA HISTÓRICO COMPARATIVA ENTRE DOS MO-
DELOS DE REGENERACIÓN. Páginas 28-34
8.1. El Estado y las dos Regeneraciones. Páginas 28-29
8.2. Del Éxito de la primera Regeneración al Desvanecimiento fáctico de
la Seguridad democrática. Páginas 29-30
8.3. Ocho Razones de la Evaporación práctica de la Seguridad
democrática como orden político autoritario.

ALGUNAS CONCLUSIONES SOBRE EL BICENTENARIO


NOTAS.
PRIMERA PARTE
1. EL PROBLEMA A ESTUDIAR.
No obstante que esta llamada sociedad colombiana, nos ha hecho, con
frecuencia, partícipes de pequeños eventos lindos en lo estético y gratifican-
tes en lo moral, sin embargo, situaciones desmesuradas, asociadas a la malig-
nidad y a la perversidad, han sido en ella de diaria ocurrencia y hasta de
amplia aceptación social. Para obstaculizar el desarrollo de la tesis, no parece
válida la idea que señala que cosas así suceden y han sucedido en muchas
partes del mundo. La réplica no es pertinente, pues en estos espacios y tiem-
pos de la llamada Colombia, con frecuencia se producen fenómenos que se
salen del esquema de una sociedad institucional tal como la nuestra presume
haber llegado a ser.
Ilustremos con un pequeño pero monstruoso islote ubicado en un archipiélago
más amplio de criminalidad socialmente aceptada. En este país ‘cristiano’, el
grueso de la población ha aprendido a no sorprenderse por nada, casi nadie
se conmueve de cara a la barbarie, pues el ciudadano del común, sin estreme-
cimiento íntimo, se sumerge en la página deportiva de los periódicos o se apre-
sura a buscar en ellos las últimas banalidades de la farándula, tras leer notas
como ésta sobre el reciente descubrimiento de dos mil cadáveres en una
misma fosa y en un mismo municipio. En ninguna sociedad institucional, dos
mil cruces con dos mil ‘NN” como INRI, pueden constituir una excepción. Los
medios apenas si registraron, en casi no leídas páginas, tan horrendo horror,
“En el pequeño pueblo de La Macarena, región del Meta, 200 kilómetros al sur de Bogotá, una de las
zonas más calientes del conflicto colombiano, se está descubriendo la mayor fosa común de la historia
reciente de Latinoamérica, con una cifra de cadáveres “NN”, enterrados sin identificar, que podría llegar
a los 2.000, según diversas fuentes y los propios residentes. Desde 2005 el Ejército, cuyas fuerzas de
élite están desplegadas en los alrededores, ha estado depositando detrás del cementerio local cientos
de cadáveres con la orden de que fueran inhumados sin nombre. Se trata del mayor enterramiento de
víctimas de un conflicto de que se tenga noticia en el continente. Habría que trasladarse al Holocausto
nazi o a la barbarie de Pol Pot en Camboya, para encontrar algo de esta dimensión. El jurista Jairo Ramí-
rez es el secretario del Comité Permanente por la Defensa de los Derechos Humanos en Colombia y
acompañó a una delegación de parlamentarios ingleses al lugar hace algunas semanas, cuando empezó
a descubrirse la magnitud de la fosa de La Macarena. ‘Lo que vimos fue escalofriante’, declaró a Público.
‘Infinidad de cuerpos, y en la superficie cientos de placas de madera de color blanco con la inscripción
NN y con fechas desde 2005 hasta hoy’. Ramírez agrega: ‘El comandante del Ejército nos dijo que eran
guerrilleros dados de baja en combate, pero la gente de la región nos habla de multitud de líderes socia-
les, campesinos y defensores comunitarios que desaparecieron sin dejar rastro’… El horror de La Maca-
rena ha puesto de actualidad la existencia de más de mil fosas comunes con cadáveres sin identificar en
Colombia. Hasta finales del pasadopasado año, los forenses habían censado de los que habían logrado
identificar a cerca de 600 y entregar los cuerpos a sus familiares.La localización de estos cementerios
clandestinos ha sido posible gracias a las declaraciones en versión libre de los mandos medios presunta-
mente desmovilizados del paramilitarismo y acogidos a la controvertida Ley de Justicia y Paz que les
garantiza una pena simbólica a cambio de la confesión de sus crímenes. La última de estas declaracio-
nes ha sido la de John Jairo Rentería, alias Betún, quien acaba de revelar ante el fiscal y los familiares
de las víctimas que él y sus secuaces enterraron ‘al menos a 800 personas’ en la finca Villa Sandra, en
Puerto Asís, región del Putumayo. ‘Había que desmembrar a la gente. Todos en las Autodefensas tenían
que aprender eso y muchas veces se hizo con gente viva’, ha confesado el jefe paramilitar a la fiscal de
Justicia y Paz.”
En otra declaración a la Fiscalía, un paramilitar de apellido Villalba contó la siguiente ‘pequeña enorme
historia’, “A mediados de 1994 me mandaron a un curso en la Finca la 35, en el Tomate, Antioquia, donde
quedaba el campo de entrenamiento. Narró que para el aprendizaje del descuartizamiento usaban
campesinos a quienes “bajaban del vehículo con las manos amarradas y los llevaban a un cuarto. Allí
permanecían encerrados en espera del descuartizamiento…Aún las manos atadas los llevaban al sitio
donde el instructor esperaba para iniciar las primeras recomendaciones. Las instrucciones eran, prosi-
guió Villalba, quitarles los brazos, la cabeza, descuartizarlos vivos. A las personas se les abría desde el
pecho hasta la barriga para sacarles lo que es la tripa, el despojo. Se hacía con machete o con cuchillo.
El resto, el despojo, con la mano. Nosotros que estábamos en instrucción, sacábamos los intestinos”.
Según Villaba, el entrenamiento lo exigían para probar el coraje y aprender cómo desaparecer a una
persona”. Finalmente, ahora en febrero del 2010, la Fiscalía ha informado que de acuerdo con las confe-
siones, interesadas de los paramilitares desmovilizados (que, en el marco de la ley de Justicia y Paz,
relatan crímenes para obtener beneficios como el de un máximo de ocho años de cárcel) antes del 2005
ellos produjeron 30.000 homicidios, 1000 masacres y 2.500 desaparecidos”. Pero, “aunque son horroro-
sas las estadísticas, no hubo reacciones del gobierno ni mayor repercusión en la agenda política nacio-
nal”. (1)
Inescrutable y hasta no desentrañable, y, por lo tanto, ininteligible, podría ser
una sociedad en la que el asesinato colectivo con extrema crueldad ha sido
racionalmente programado, enseñado, practicado y, sobre todo, sutilmente
ocultado en hornos crematorios.
Pero, por monstruoso, significativo y representativo, tomemos otro caso que
nos advierte que en Colombia, no como excepción sino como uno de sus
métodos, ciudadanos estatales han asesinado a miles de ciudadanos civiles
buscando engrosar las estadísticas oficiales sobre la eficacia militar del gobier-
no en su lucha contra las guerrillas obteniendo por ello beneficios aún de tipo
económico. Ha sido el caso de los falsos positivos,
Se ha tratado de miles de ejecuciones extrajudiciales realizadas por agentes del Estado, miembros del
Ejército, sobre todo, quienes, para obtener beneficios legalizados, han asesinado a centenares de
jóvenes, los más humildes entre los desempleados ‘sin propiedad’, haciéndolos aparecer como guerri-
lleros muertos en combate. A esos crímenes facilitados por autoridades militares para inflar los logros, el
DIH los denomina “ejecuciones extrajudiciales” mientras que el Derecho Penal colombiano los tipifica
como “homicidio en persona protegida”. Este horroroso evento se destapó a finales del 2008 cuando 19
jóvenes que habían desaparecido de Soachà, aparecieron registrados en Santander del Norte como
bajas del Ejército. Este complejo ovillo de crímenes se continuó envolviendo durante los meses siguien
tes en Antioquia, Boyacá y Sucre hasta llegar a mil casos contabilizados. De nuevo, como en el caso de
las fosas comunes, mil falsos positivos no pueden ser una excepción sino que revelan la existencia de
una práctica informalmente formalizada. Este eje de acciones perversas ha puesto en tela de juicio no
tanto los logros militares relativos de la Seguridad Democrática sino, más bien, los procedimientos
utilizados. No es que los Altos Mandos hubiesen ordenado una práctica así, sino que más bien, ésta
nació y se ambientó en el marco de una Directiva desregulada en su aplicación. En efecto, la Directiva
No 029 de noviembre 7 de 2005 del Ministerio de Defensa, ofreció estímulos a cada soldado que demos-
trara haber abatido a miembros de grupos de armados fuera de la ley. He ahí el secreto más intimo de
titulares de prensa como “Nos daban cinco días de descanso por cada muerto” o del caso macabro del
exguerrillero que, con una mano muerta en la suya viva, se presentó a las autoridades a reclamar una
millonaria suma de dinero por haber asesinado a un miembro del Secretariado de las Farc. Les llevaba
una mano sanguinolenta como prueba empírica de su productiva traición. Cierto, una vez conocidos los
hechos de Soachá, el Presidente Uribe, de modo ligero, ordenó la destitución de 27 militares, pero, más
temprano que tarde, el Ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, declaró que esos “crímenes eran
asunto del pasado”. Pero, los falsos positivos continuaron. Pasadas unas semanas, el presidente Uribe,
secundado por todo su equipo de gobierno, manifestó que, con precisas excepciones, esas acciones
eran un invento de la oposición proguerrillera y, que, por lo tanto, el gobierno estaba obligado a nombrar-
les abogados defensores a los calumniados acusados. Llegó entonces una cohorte de abogados que,
trabajando sobre la base de la táctica de dilaciones, logró la libertad de un buen número de ellos alegan-
do el vencimiento de términos. (2)

Aunque los defensores de los derechos humanos pusieron al descubierto las


intimidadades de ese macabro evento, en esta sociedad nadie se movilizó en
contra de la barbarie y la tremenda cobardía de los falsos positivos. Para la
mayoría de la gente fue una acción más, quizá “necesaria”, así de sencillo, sin
nada de inmoral. A esos muertos sólo los lloraron sus valerosas madres.
Pero, abramos otra ventana que evidencia cómo en esta sociedad, garantizar
la seguridad personal ha dejado de ser una función de la institucionalidad esta-
tal, para pasar a constituirse en un asunto de la iniciativa imaginativa de cada
ciudadano. Ya lo sugerimos, ante tanta barbarie reiterada y acumulada de
coyuntura en coyuntura, los colombianos hemos aprendido a no sorprender-
nos. No es que a la gente no le dé miedo, pero, con inmensa imaginación, ha
aprendido a manejarlo, retroalimentando así la pérdida de la capacidad de
sorpresa. En síntesis, para afianzar el dominio sobre cada ciudadano, el
gobierno ha aprendido a administrar el miedo mientras que la ciudadanía ha
aprendido a regularlo hasta convivir con él, con la barbarie y con la desregula-
ción normativa y moral.

Entre 1999 y el 2000, William Vollmann visitó a Colombia en dos oportunidades. Se trata de uno de los
escritores más versátiles del actual escenario intelectual norteamericano. Estaba viajando por las socie-
dades más críticas del mundo en materia de violencia adelantando un estudio macro sobre “sobre los
motivos y móviles de la violencia humana” en procura de construir “una especie de cálculo moral que le
permitiera medir el grado de madurez de las (finitas) excusas que las personas esgrimen para justificar
las violencias”. Sobre Colombia escribió dos cortos Ensayos comentados por estas semanas por Javier
Moreno, “Levantarse y Postrarse”, que gira alrededor de la violencia rural y “Nadie sabe Quien es Quien”,
una reflexión sobre la violencia urbana en Bogotá. Aunque por desgracia no fue posible acceder a estos
textos, nos atenemos a la seriedad del comentarista. De acuerdo con Moreno, así describió Vollmann a
Bogotá, “se siente como una sociedad resignada, ansiosa, demolida socialmente. Una versión atenuada
de Sarajevo durante el sitio. Aunque la violencia es evidente, parece controlable, predecible”. Esto no
obstante, cuando comienza a introducirse en la intimidad de los bogotanos, los escucha diciendo que, de
todas maneras, su ciudad es segura, que “no es tan terrible. La policía es impotente, pero todos están de
acuerdo en que se puede vivir”, en que su ciudad es “vividera”, claro que pasan “cosas terribles, pero
todo eso se puede prevenir “. Entonces, observó cómo, a toda hora, los bogotanos vivían imaginando
formas para administrar el miedo, “es cuestión de costumbre, de seguir ciertas reglas, evitar ciertas
zonas y ciertas horas, estar atento, invertir un cierto porcentaje de tiempo a la paranoia, y desconfiar,
porque nadie sabe quién es quién”. (3)

La progresiva pérdida de la capacidad de sorprenderse ante la barbarie que


se ha reiterado de coyuntura en coyuntura y el reiterado aprendizaje ciudada-
no de la administración del miedo han conducido , entonces, a una sociedad
donde la gente ha aprendido, como consecuencia lógica e histórica, a convivir
con la desregulación normativa y, sobre todo, moral. Como para decir, enton-
ces, que no ha sido la moral católica, inflexible y cerrada e implacable, la que
ha llegado a la gente en su cotidianidad. Se ha sobre-impuesto, más bien, una
ética de la situación altamente coherente con la elevada valoración social del
poder institucional (o Cultura del poder) que ha terminado por prevalecer en
lasociedad colombiana. Al haber sido así, explicable resulta, como ha reiterado
Jorge Luis Garay, que a los colombianos, entre coyuntura de barbarie y coyun-
tura de barbarie, se nos hayan corrido, cada vez más, las fronteras morales.
Para ilustrar esa corrida de los principios morales Garay ejemplificó con los proyectos levantados, en los
últimos años, por actores ilegales armados, quienes, con la finalidad de refundar el Estado, hicieron
pactos y alianzas con hacendados, políticos y autoridades civiles. Y no se trató de un hecho circunstan-
cial o de coyuntura, no, afirmó Garay, “aquí hay múltiples ingerencias de grupos de poder ilegal que no
sólo buscan réditos…sino que también generan transformaciones sociales y políticas que le están dando
forma a un nuevo Estado” y, “no se trata de moralismo, prosiguió, es un tema de moral pública. Me
refiero a un sistema de reglas aceptables”. (4 )

Pero, el grueso de la gente leyó o escuchó la noticia y como si nada hubiese


pasado, continuó impertérrita el camino con su capacidad de sorprenderse
más rebajada y con sus principios morales más relajados. No se podrá ocultar,
por otra parte, que en esa baja de la capacidad de sorpresa y en ese relaja
miento de los principios morales han jugado un papel importante las tácticas
de ocultamiento que, de coyuntura violenta en coyuntura violenta, han puesto
en juego sectores claves del establecimiento para impedir el afloramiento de
los distintos tipos de verdades. Nunca se ha permitido que, de cara a cada una
de las etapas de barbarie, salgan a la luz pública los actores humanos respon-
sables bajo el argumento de que lo acaecido se explica por actores no huma-
nos o por razones simplemente naturales. Así acaeció en la época de la
violencia entre partidos (1946-1957) con el libro “La Violencia en Colombia”
que, sobre la base de un buen trabajo descriptivo, puso sobre el tapete público
a los actores humanos responsables de, por lo menos, 200.000 asesinatos:
tacharon al libro de “subversivo” y todo el mundo se quedó callado. En la
década de auge de los narcotraficantes, la de 1980, los gritos críticos fueron
ahogados por las balas y por las movidas silenciosas de las personas y secto-
res de la sociedad que, ese momento, habían establecido buenas relaciones
con el nuevo poder de los mafiosos. Y en los inicios del siglo XXI, cuando
empezó desenrollarse el ovillo de la violencia paramilitar, los líderes victima-
rios, encabezados por Mancuso, fueron extraditados a los Estados Unidos y
en las mochilas se llevaron sus verdades sobre el cementerio de fosas con el
que habían blindado el país y los millones de hectáreas de tierras que les
habían expropiado a los campesinos pobres.
En uno de sus más recientes artículos, el historiador Medófilo Medina, al
recomendar el método de análisis que combina las miradas de largo y corto
plazo, las narrativas breves y los relatos largos, escribió, se imagina cómo
contaría después estas historias asociadas a la perversidad de esta sociedad,
un maestro de historia,

“Un hombre mató a otro. ¡Nada extraordinario! En aquel país hacía decenios la tasa de homicidios, por
cada cien mil habitantes, se había mantenido en altísimo nivel. Pero el asesino actuó en la noche mien-
tras su víctima dormía, máximo estado de indefensión. El homicida corrió a una guarnición militar a entre-
garse porque era guerrillero. Llevaba una bolsa. De ella extrajo una macabra prueba que exhibió como
trofeo: una mano de su jefe. El Ministro de Defensa apremió para que no se vacilara en pagar al asesino
una multimillonaria recompensa. De lo contrario se pondría en peligro una de las estrategias de la guerra
que estaba casi ganada. Los altos jerarcas de la Iglesia católica, institución que se atribuía el papel de
tutora moral del país, callaron. Como un pez también permanecieron en silencio los intelectuales. Los
periodistas no creyeron digno de sus plumas dedicarle unas líneas al episodio, más allá del umbral
noticioso. Los partidarios del gobierno, y eran muchos, aplaudieron. Quien contaba muchos después esa
pequeña historia la presentaba como ilustración del pragmatismo amoral que anestesiaba la sensibilidad
ética de una sociedad. En aquel tiempo todo lo que tocara con las Farc bien fuera real o supuesto
creaba un campo minado con respecto al cual se relativizaban las normas, los valores éticos y religiosos
y por supuesto el respeto de los derechos humanos”. (5)
Pues bien, para rastrearle algunas explicaciones a esas situaciones- la cons-
tante de violencias en la historia colombiana, la progresiva pérdida de la capa-
cidad de sorprenderse hasta llegar a la indiferencia, la convivencia y conni-
vencia con el crimen hasta desembocar en el pragmatismo amoral y anómico,
la presumible no inteligencia de esta sociedad- hemos pensando en este
Ensayo en el que buscamos preguntarnos por la historia de la institución de lo
social en dos períodos críticos de la vida nacional. No sobra advertir que a un
enfoque así, subyace la hipótesis de que una sociedad con esas característi-
cas y, sobre todo, en la que la construcción de lo social ha sido precaria, cons-
tituye el mejor caldo de cultivo para la constante de violencias que siempre
nos han acompañado.
En su libro “Orden Y Violencia”, Daniel Pecaut puso sobre la mesa el problema
de la formación del Estado, así como el de los dispositivos de construcción de
lo social y de lo político. Examinó cómo en la sociedad americana lo político
había transcurrido al lado de lo social, pero sin negarle a éste “el principio de
su propia unidad”. Contrastó, entonces, con las sociedades latinoamericanas
donde lo social daba “sin cesar la sensación de estar condenado a la desorga-
nización y a permanecer inconcluso”. Planteó así un problema teórico muy
válido. Sin embargo, en el enfoque que hemos adoptado en este Ensayo, sólo
el análisis de ciertos objetos “privilegiados” para descifrar la historia de la
institución de lo social, el papel cumplido por las formas de gobierno y los tipos
de Estado, por ejemplo, nos puede proporcionar respuestas para reflexionar
sobre el conjunto de estos problemas, así como sobre sus interrelaciones.
Para el caso colombiano, lo intuimos desde tiempo atrás cuando escribimos,

“El Estado, responsable de desarrollar la unidad de lo social (de “darle forma”), no logra consolidarse en
Colombia como su agente legítimo, y, postrado en su incapacidad histórica, abre paso a la violencia
como vínculo colectivo que desarrolla las adhesiones preestablecidas, sobre las cuales se apoya un
régimen tradicional de democracia restringida o, mejor, de proto democracia”. (6)

Quizá por escrúpulos cientificistas, los investigadores colombianos no sole-


mos preguntarnos por la inteligibilidad de nuestra sociedad. Rehuimos pregun-
tarle de dónde viene, en qué situación se encuentra y hacia dónde marcha en
materia de historia de institución de lo social. Y enfatizamos en ello, en la
historia de institución de las relaciones sociales, pues en una sociedad donde
lo social no ha tomado forma como un fenómeno que nos enhezbra a todos ,
no puede ser sino una sociedad sin horizontes definidos, una especie de eter-
nizada “patria boba”. Es por esto por lo que, para toda sociedad, no existe
pregunta tan importante, compleja y comprometida como ésa.
En el caso colombiano, dos obstáculos centrales se han atravesado para dificultar las respuestas a la
inteligibilidad de nuestra sociedad. Algunos de ellos los han colocados sectores de la dirigencia más
interesados, por razones de su culpa social, en que sobre esta sociedad nada logre explicación. Enton-
ces, para acallar al sector de intelectuales de pensamiento crítico, con mayor frecuencia de lo que se ha
dicho, han calificado sus conocimientos como subversivos cuando no es que han procedido al encarce-
lamiento o a su física eliminación sin darles tiempo de profundizar y asentar socialmente las respuestas.
Pero, entre los propios intelectuales un obstáculo particular ha encontrado igual fuerza. El cientificismo
prevaleciente en un sector de la intelectualidad colombiana, ha sido el tropiezo más fuerte cuando han
dicho que el aventurar respuestas a la inteligibilidad de lo social encerraba un peligroso enredo entre la
ciencia que estudia “lo que es y lo que ha sido” y la metafísica social anticientífica, que especula con “lo
que debería ser”. Enorme escrúpulo epistemológico éste cuando ni el propio Max Weber le dio una
solución adecuada al problema en su célebre conferencia “El l Político y el Científico “. (7)

En el este Ensayo, vamos a rastrear algunos problemas asociados a la historia de la institución de lo


social en Colombia y lo vamos a hacer desde el Enfoque de “Lo Político” tal como, en lo metodológico,
lo ha definido y practicado, en la última década, el historiador francés Pierre Rosanvallon. (8)

De entrada conviene precisar que, al margen de la similitud de los términos, lo político no es un compo-
nente de la política. Se trata de dos nociones distintas pero interrelacionadas, pues lo político, como
enfoque metodológico que estudia la construcción de lo social en los distintos presentes- pasados,
actuales y futuros- de una sociedad dada, recoge las distintas dimensiones de la vida social la política
incluida. El enfoque metodológico de lo político, entonces, tiene que ver con dos asuntos: primero, con
la historia de institución de lo social en los distintos pasados presentes y, segundo, con los esfuerzos por
articular e integrar los resultados del trabajo del conjunto de las disciplinas sociales. Ambas miradas son
indispensables para preguntarse por los problemas de la inteligibilidad de una sociedad. Ninguna discipli-
na social en particular, por evolucionada que se piense, se encuentra en condiciones de interrogarse por
un problema como este. Por eso importa fijar dos componentes en el enfoque de lo político de Rosanva-
llon, lo político como campo, escribió, “designa un lugar donde se entrelazan los múltiples hilos de la vida
de los hombres y las mujeres, aquello que brinda un marco tanto a sus discursos como acciones”. Por
otra parte, “la comprensión de la sociedad no podría limitarse a la suma y articulación de sus diversos
subsistemas de acción (el económico, el social, el cultural) que están lejos de ser inmediatamente
inteligibles salvo cuando son relacionados dentro de un marco interpretativo más amplio”.(9)

Ya lo insinuamos, del enfoque de lo político en Rosanvallon, sobre todo nos interesa lo metodológico. De
un lado, cada estudioso, de acuerdo con el contexto de teoría en que se inscriba, definirá qué es lo que
entiende por lo social como relación social dominante, y, del otro, a partir de allí fijará cuáles fenómenos,
procesos o dinámicas destacará para descifrar la historia de institución de lo social. A esos fenómenos
Rosanvallon los ha llamado “objetos privilegiados”. El, en particular, le dio prelación a las historias de la
democracia, del Estado nación, de las ciudadanías y de las identidades colectivas, (10) como indis-
pensables para desentrañar las relaciones sociales.

Para el caso de este Ensayo, como “objeto privilegiado” destacaremos el


Estado, pero asumido desde las lógicas contradictorias de las clases sociales,
de un lado, y, desde las de las ciudadanías, por el otro. Nos preguntaremos,
entonces, por el papel del Estado de clase y de ciudadanía en la institución
de lo social en dos etapas críticas - de enorme desazón intelectual y de aguda
desorientación práctica- en la historia colombiana. Vale decir, en dos etapas de
nueva “Patria Boba”. Recordemos que la primera forma de ‘Patria Boba’ fue la
que vivió el país durante las guerras de la independencia. Para efectos de este
Ensayo, confrontaremos otras dos formas de ‘Patria Boba’, primero, la transi-
ción entre la Federación y la Regeneración (1870-1886) y, segundo, el periodo
previo a la Seguridad Democrática (1980-2001) para, a partir de allí, entrar a
examinar y comparar las salidas estratégicas que se levantaron en cada caso,
de un lado, la Regeneración de Rafael Núñez y, del otro, la neo-Regeneración
de Alvaro Uribe Vélez.

En uno y otro caso las sociedades civiles pasaron por una enorme desazón
colectiva, muy asociada a los problemas del Estado que se estaba construyen-
do, pues hasta llegó a pensarse o en su disolución, en el primer caso, o en su
colapso, en el segundo. Como se podrá observar las razones para haber asu-
mido ese Estado, el de clase y el de ciudadanía, como “objeto privilegiado”, no
han sido solo teóricas sino, también, práctico-históricas.

SEGUNDA PARTE

2. ¿ACASO COLOMBIA EXISTE COMO SOCIEDAD INSTITUCIONAL?

No podemos ser prolijos en la materia, a guisa de ilustración, sólo presenta-


mos algunas consideraciones claves, que insinúan importantes ejes en las
respuestas. De todas maneras, precisemos de entrada que dificultoso se hace
fijar de dónde vienen y hacia dónde marchan sociedades cuya mera delimita-
ción conceptual resulta tan amplia, vaga y difusa. En el caso de este Ensayo,
es la conclusión a la que se llega cuando se investigan las formas y maneras
como nos han apreciado, sobre todo, desde el extranjero.

Quizá los viajeros del siglo XIX, aquellos extranjeros que llegaron movidos por
“el deseo de salirse de sí para descubrir al otro”” (11), utilizando un lenguaje
distinto y con énfasis muy diversos, nos dejaron una idea común al señalar que
esta emergente nación era un conjunto de zonas o regiones o territorios aisla-
dos y casi independientes. Precisamente hace unas pocas semanas William
Ospina nos ha hablado de “la fragmentación mítica del territorio propia de la
cultura colombiana”. (12)Se habría tratado de un rasgo precolonial, que des-
pués la historia no habría podido borrar.
. Quizás ahora en el 2010, no obstante que, en lo vial, esos territorios se han
aproximado un poco, en lo simbólico e íntimo, por razones de la ausencia de
“algo” capaz de darle forma a lo social, continuemos tan aislados y alejados
como en el siglo XIX. Sin embargo, no obstante la atisbada de esos viajeros,
ese rasgo, en su negatividad es insuficiente para caracterizar una sociedad.
Pero dejemos los viajeros y entremos a la literatura (que, para las actuales
ciencias sociales, que están logrando apresar la subjetividad, se ha convertido
en una fuente de primer orden de la investigación social,) destacando lo que
sobre Colombia han declamado en verso puro dos grandes, Pablo Neruda y
Jorge Luis Borges. De acuerdo con el chileno en “Residencia en la Tierra”,
Colombia es “una rosa educada por la sal”. (13) A varios ilustres literatos, que
fungen también como intérpretes críticos, les presentamos el verso sin que
lográramos fijar un eje de convergencias analíticas. Esto no obstante, le
encontramos lógica a la interpretación de Fabio Martínez, “Colombia es una
rosa agridulce, algo que no logró cuajarse en las mieles del polen de las flores,
sino en la sal, en lo agrio.” Esto no obstante, nos quedamos con nuestra sub-
jetiva interpretación de que Colombia en definitiva, en el imaginario de
Neruda, había llegado a ser una especie de “rosa salada”. Veamos, entonces,
qué es lo que nos proporciona una lectura lexicográfica. “Rosa, estamos leyen-
do Larousse, flor del rosal” y “rosal, arbusto espinoso de la familia rosáceas,
cultivado por sus magníficas flores con frecuencia olorosas (rosas).” Vamos
ahora al adjetivo “salado”. Continuamos leyendo, “salado,a, que contiene
sales en disolución//Que tiene exceso de sal//Fig. Gracioso, agudo…//Amer.
Desgraciado, gafe// Gafe, dícese de la persona a quien se atribuye que trae
mala suerte”. (14) Una rosa, sobre todo si es olorosa, es una emoción; una
rosa así, no tiene explicación, pero la requerirá si punza o si pierde sus olores.
Entonces, por sus olores frecuentes, lindo lo de rosa, pero ésta brota de un
rosal con espinas. Como decir, Colombia es una rosa, que brota de un rosal
con espinas. Pero, en un doble sentido es una rosa salada, por una parte,
porque contiene exceso de ‘sales’, no sólo materiales. Es salada también
porque ha sido ‘desgraciada’ y porque se la ha atribuido que ‘trae malaz
suerte’. Como para pasearse, entonces, por la historia de Colombia, con esa,
con frecuencia, olorosa rosa objetiva pero saboreando su exceso de sales,
sintiendo, a toda hora, el pinchazo de sus espinas y, sobre todo, experimen-
tando sus desgracias y la suerte que le han insuflado los dioses más perversos
del universo.
El otro grande de América latina, Jorge Luis Borges, en el cuento Ulrika, le hizo
decir a su protagonista Otálora que ser colombiano significaba “un acto de fe”.
(15)
“Yo lo interpreto así, nos dijo Fabio Martínez, “ante la situación de un país
atípico donde todo- hasta la política,- hace parte del ‘realismo mágico´’, sobre-
vivir en ella es un acto de fe, es tener una fuerte dosis de fe cristiana para
soportar tanta desmesura”. Pero, regresemos a Larousse, fe, “creencia no
basada en argumentos racionales/”. Como para decir que, como institucionali-
dad, en el imaginario de Neruda Colombia sólo existía porque un colectivo
humano andaba por el mundo pregonando, o escondiendo ,que era colombia-
no. Colombia sería, así, una creación subjetiva de los colombianos.
Para Neruda, entonces, Colombia era, en lo objetivo, una realidad, ‘salada’
por cierto, pero, al fin y al cabo, realidad; Borges, en cambio, sintió en un
momento dado de su creación literaria, que Colombia era algo subjetivo
creado por un creyente en un esforzado acto de fe.
En uno de mis “Atisbos Analiticos“, el No 76 de marzo del 2007, recogemos
la siguiente anécdota,
“En una de estas noches el Profesor José Joaquín Bayona nos contaba que, al saber que a uno de sus
Seminarios en Buenos Aires asistían dos colombianos, en el momento académicamente apropiado el
profesor Johan Galtung, el lúcido y persistente y productivo animador del Programa de Investigación
para la Paz y la Resolución de Conflictos, había afirmado, ‘Colombia, por ejemplo, no existe’. Ante las
miradas inquisidoras de los estudiantes, que le demandaban las razones de tan radical hipótesis, el
académico de Oslo les había anticipado, ‘es que como institucionalidad no puede existir como sociedad
un país donde las normas, las leyes y el derecho no existen’ “. (16)

En el extranjero, entonces, se ha dudado de Colombia, no tanto como realidad


informal sino, sobre todo y ante todo, como ‘sociedad institucional’. ¿Cómo
podrá tener existencia ontológica institucional, se han preguntado algunos,
una sociedad en la que a 200 años de existencia de su presumible Estado,
éste se debate entre sus propias armas, las de grupos privados que proclaman
apalancarlo sobre sus fusiles y la de insurgentes que lo cuestionan? ¿Cómo
podrá alegar existencia institucional una sociedad en la que el propio Estado,
a través de sus agentes, asesina a ciudadanos inocentes para probar empíri-
camente la eficacia de su lucha contra el crimen? ¿Cómo podrá sustentarla
una sociedad en la que “todo vale”, con tal de eliminar a los reales o presumi-
bles enemigos y en la que, con el más amplio apoyo social, se construye “lega-
lidad” usando como materia prima la más rampante y evidente ilegalidad?
Pero, detengámonos un poco más en los, con benignidad, por ahora llamados
“excesos y exabruptos y perversas excepcionalidades” de esta “sociedad insti-
tucional” en la que en el siglo XIX, lo que se hizo más evidente en su segunda
parte, la creación de institucionalidad, más que un producto de la política, lo
fue de las guerras civiles. Como para empezar diciendo que la añorada por
tantos Constitución centenaria de 1886, en sus contenidos radicales sólo
tomó forma definitiva cuando los conservadores, de modo contundente, derro-
taron a los radicales en la guerra civil de 1885. Hasta entonces, la oposición
conservadora se había limitado a demandar una reforma de la Carta constitu-
cional de 1863. Que el Estado Federal tuviese también su propio ejército y no
sólo los Estados soberanos, que ese Estado impulsase obras de interés
común para varios de ellos, sobre todo, en materia de construcción de ferroca-
rriles, que el Estado moderase el tratamiento dado a la Iglesia católica, sobre
todo en lo relacionado con la cuestión educativa, eran las reivindicaciones de
los conservadores, apoyados por la fracción independiente del partido liberal.
Pero cuando los conservadores en armas, coadyuvados por un ejército para-
militar de reserva reclutado por el General Canal, derrotaron a las fuerzas radi-
cales, Rafael Núñez, un liberal ‘independiente’ en alianza con los conservado-
res (17), no tuvo ningún empacho en asomarse al balcón de su casa presiden-
cial para proclamar, al otro día de la derrota, y en medio de la inmensa vocin-
glería que lo aclamaba,

“La Constitución de Rionegro ha dejado de existir, sus páginas manchadas han sido quemadas entre las
llamas de la Humareda”. “ ! Viva la nueva Constitución! “

Una nueva y, en su inspiración, casi antagónica Constitución, la de 1886, fue


el elevado precio que los liberales tuvieron que pagar por su rotunda derrota
en la Humareda. Este desenlace político de una guerra civil, no hizo más que
ratificar lo que había venido aconteciendo a lo largo del siglo XIX, que, tras
cada una de ellas, había llegado una nueva Constitución.(18)Este eje de la
historia colombiana del siglo XIX, evidencia entonces el papel cumplido por
las violencias en la configuración de esta sociedad “institucional”. Como para
no extrañarse, entonces, que en la primera década del siglo XXI, a 200 años
de fundado el Estado colombiano, un sector de la dirigencia institucional del
país haya pactado con un ultraderechista grupo en armas la refundación de un
establecimiento, que sentían amenazado por la Carta constitucional de 1991.
Dificultoso resulta, así, caracterizar este hecho como ‘una excepción” en una
Sociedad institucional.
Pero, ilustremos estas tesis con otro horrible y horrendo y horroroso hecho. En
las últimas décadas, han sido muchos los colombianos que han muerto bajo
los arañazos crueles de las motosierras: han sido rebanados como si fuesen
un enorme pan francés servido a la mesa de los más malditos y perversos
dioses.
. Cierto, no ha sido éste el estilo recurrente de asesinar, pero ha sido tan
frecuente que no logra calificarse como un evento ocasional. Pero suponga-
mos que lo ha sido, y aún así, como excepción, sería doblemente inmoral, en
sí mismo y por la innecesaria crueldad. Veámoslo. No estamos hablando de la
elevada tasa de asesinatos; tampoco nos estamos refiriendo a los enfrenta-
mientos entre pandillas cuyas balas penetran en los cuerpos de niños inocen-
tes ni a los casos en que los enfrentados se escudan en sus cuerpos ni a las
circunstancias en las que algunos adolescentes son contratados para que
funjan de sicarios. Estamos hablando de un estilo cruel de asesinar, así como
de las muy precarias reacciones sociales frente a la barbarie. Nos estamos
refiriendo a crímenes crueles que, han alcanzado regularidad y, frente a los
cuales, casi nadie se sorprende, ni muchos menos protesta, precisamente
porque hemos aprendido a no sorprendernos ni a protestar de cara a la barba-
rie. En los últimos 60 años de la historia del país, entre 1946 y el 2007, un
millón de intranquilos cadáveres ex-colombianos, el dato es de Jorge Orlando
Melo ( http: www.jorgeorlandoemelo.com/historia.htm), han bajado al sepulcro
arropados por el manto de la impunidad por razones ligadas a la connivencia,
la complicidad, los acuerdos tácticos o las alianzas estratégicas entre los acto-
res de las violencias o entre sus patrocinadores intelectuales. Muchos críme-
nes, doloroso, por cierto; abundante crueldad en muchos de ellos, inhumano
en extremo; cierta aceptabilidad social, inaudito en una sociedad regida por la
moral católica; indiferencia de la mayoría, una historia de barbarie la ha ense-
ñado; ausencia casi total de protesta, explicable.
Pero, detengámonos en el problema del ejercicio cruel de la violencia.
Precisamente, a finales del año pasado, Francoise Zimeray, Embajador de
Francia para los derechos humanos, concedió una entrevista al ‘EL Tiempo’ de
Bogotá, en la que destacó las siguientes ideas,
“hay una dimensión, dijo, que me impacta: cuando vemos como se atacan los derechos humanos en
Colombia, y veo muchos ataques en el nivel mundial, - estuve en Asia, en Palestina, en Africa, en
Chechenia, lo que me impacta de la situación colombiana no es solamente la violencia y la pobreza, o
los desplazamientos masivos, es la crueldad. )Subrayado nuestro) En Palestina…no se descuartiza la
gente”. Pero, no se quedó ahí el embajador francés, pues le impactó que de cara a esa situación nadie
se indignara ni protestara, “después de los falsos positivos, dijo, no estoy seguro de que haya una
indignación de la opinión pública lo bastante fuerte, para tener una traducción política”. Era como “si
existiese la idea de que, de todas maneras, no sirve para nada lo que podamos hacer”. Se preguntó
entonces qué era lo que estaba sucediendo en esta sociedad no obstante los esfuerzos del gobierno en
materia de derechos humanos, proporcionando una respuesta digna de mucha reflexión, “También me
pregunto, señaló, acerca de la sociedad colombiana misma…me pregunto si lo que se hace tiene funda-
mento en el cuerpo social”. (19)
Aunque más adelante retomaremos la idea, por ahora limitémonos a señalar
que tanta crueldad sólo puede ser una de las expresiones de una sociedad en
la que ha habido fallas notorias y notables en la historia de institución de lo
social. Como para decir que de tanto convivir con esta sociedad, sus habitan-
tes se han apropiado de su “esencia” casi perversa.

Al regresar al problema de la sociedad institucional, un colombianólogo con-


sagrado, especialista en Santander y en el siglo XIX, el historiado norteameri-
cano David Bushnell, en su momento argumentó que Colombia era una reali-
dad objetiva, que se había hecho contra su propia voluntad. Al respecto escri-
bió un famoso libro precisamente titulado “Colombia, una nación a pesar de sí
misma”. (20) En este texto, Busnhell, sin privilegiar ningún aspecto como más
importante- ni la economía, ni la política, ni la religión, ni la raza, ni la geogra-
fía- buscó explicar la formación de la nación colombiana planteando proble-
mas y formulándose preguntas y yendo, por lo tanto, más allá de lo historiográ-
fico mono-disciplinario y evidenciando, por lo tanto, algunas de los grandes
obstáculos que esta sociedad ha encontrado en la construcción de lo social.
Su conclusión implícita fue clara: Colombia era una nación no obstante que
sus directores y habitantes se hubiesen empeñado y hasta insistido en que
no lo fuese.

Entonces, para efectos de este Ensayo, como hipótesis general nos queda-
mos con el siguiente presupuesto al análisis: Colombia es una realidad, más
informal que formal, pero, en su historia ha habido cosas tan “desmesuradas,
contradictorias, perversas y disueltas” como para dudar de su institucionalidad
no obstante la sacralización que de ésta siempre han hecho las dirigencias del
establecimiento y no obstante el repudio por principio que, de cara a ella, siem-
pre han ejercido las izquierdas clásicas. Parecería, entonces, que la sociedad
colombiana, por específica o por carencia de una definida configuración insti-
tucional, fuese una sociedad indescifrable, y, por lo tanto, ininteligible.

Esto no obstante, en nuestro concepto es descifrable y claro que debe tener su


inteligibilidad. Hacerla medio visible es el objetivo de este Ensayo orientado a
preguntarnos por el papel que en ella ha cumplido el Estado en la institución
de lo social. Aspiramos a que, al final, podamos preguntarnos para dónde es
que vamos los que viajamos en este barco, que aunque ha salido de puerto,
parece no saber para dónde va.
TERCERA PARTE

3. HACIA UNA HISTORIA DE LA INSTITUCIÓN DE LO SOCIAL DURANTE


LA REGENERACIÓN DE NÚÑEZ.

Ya lo precisamos: en este Ensayo se busca examinar y comparar dos presen-


tes, uno pasado, la Regeneración, con otro actual, La Seguridad democrática,
con algunas referencias a un presente pasado intermedio, la experiencia
corporativista de Laureano Gómez en 1953, manteniendo como pregunta cen-
tral la del papel del Estado en la historia de institución de lo social. Ya lo antici-
pamos también, el método empleado es el del Enfoque de lo político como
estudio de la historia de la construcción de las relaciones sociales en la socie-
dad colombiana procurando siempre obtener algunas respuestas a la pregunta
sobre su inteligibilidad. Al ser ello así, importa precisar como punto de partida,
qué es lo que, en lo teórico, vamos a entender por lo social.
Al hablar de lo “social” en cualquier sociedad en cada una de sus presentes
pasados, es casi obligatorio, en primer lugar, preguntarse por las relaciones
sociales que se asumen como dominantes, ya las vigentes ya las que se
encuentran presionando por tomar forma o por aparecer. Para nosotros esas
relaciones no pueden ser otras que las relaciones sociales de producción,
Es ése el lugar o campo, el de las relaciones sociales dominantes, donde, de
modo directo o indirecto, “se entrelazan los múltiples hilos de la vida de los
hombres y mujeres” apareciendo todo a los ojos de los miembros de la socie-
dad como “formando una totalidad provista de sentido”, como ha dicho Rosan-
vallon. (21)
En la década de 1880, cuando el sistema político que llamaremos la primera
Regeneración tomó forma definitiva en Colombia, el país pasaba por una
etapa de transición entre un precapitalismo signado por relaciones serviles y
los primeras expresiones, todavía muy precarias, de un capitalismo, que sólo
empezaría a tomar forma medio siglo después. ¿Fue el Estado asociado a
esa primera Regeneración una fuerza protagónica en este proceso transicio-
nal?, he ahí la pregunta que nos animará.
Al lado de las relaciones sociales dominantes, “lo social” se encuentra asocia-
do, en segundo lugar, a las condiciones vitales de existencia del conjunto de la
población, lo que es la expresión más directa y efectiva de la distribución de lo
producido en una sociedad dada. Y en tercer lugar, sobre el carácter de “lo
social” no podrá hablarse sin una referencia directa a los niveles de organiza-
ción y de presencia de la ciudadanía subalterna, vale decir, de los sin propie
dad, en la vida sociopolítica de la sociedad estudiada. Estos dos componen-
tes, la distribución de lo producido y el papel cumplido por “lo popular” en ese
proceso, se encuentran asociados a lo que, desde décadas, se ha denomina-
do la cuestión social.
No se podrá olvidar que los delegatarios al Congreso que definió los conteni-
dos de la Constitución de 1886, asustados y asustadizos frente a las socieda-
des democráticas en las que se habían entrelazado los múltiples hilos de la
vida de los subordinados, prohibieron la creación de sociedades permanentes,
es decir, constitucionalmente le prohibieron a los sin propiedad que se organi-
zaran. Eran los “Don Nadie” de ese entonces, la multitud de las sociedades de
clase, a los que en la actualidad Eduardo Galeano ha recogido en un texto
titulado “Los Nadie, los hijos de nadie”,
“Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico
día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no
llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los
nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen el
año cambiando de escoba. Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada. Los nadies: los ningunos,
los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos: no son, aunque sean. Que no
hablan idiomas, sino dialectos. Que no profesan religiones, sino supersticiones. Que no hacen arte, sino
artesanía. Que no practican cultura, sino folklore. Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos. Que no tienen nombre, sino número. Que no figuran en la historia
universal, sino en la crónica roja de la prensa local. Los nadies, que cuestan menos que la bala que los
mata.” (22)
Entonces, de acuerdo con el método definido para abordar este Ensayo, debe-
mos preguntarnos por el papel cumplido por el Estado en la institución de lo
social durante la primera Regeneración del siglo XIX, vale decir, por los modos
como intervino para darle forma a lo social en lo referente a la reproducción o,
por el contrario, a la transformación de las relaciones sociales dominantes;
también debemos preguntarle por su conductas de cara a las condiciones
sociales de vida del conjunto de la población. Y al lado de estos dos proble-
mas, la otra mirada central se encuentra asociada al papel cumplido por el
pueblo, por los subordinados o sin propiedad en general, en sus luchas por
darle forma a lo social.
Ya lo sugerimos al empezar a pergeñar esta reflexión, al Estado que le pregun-
taremos por su papel en la institución de lo social no será sólo al Estado en su
relación con las clases, sino, también, al Estado en sus relaciones con las
ciudadanías. Más en serio que en broma, diríamos que para que los ciudada-
nos no se angelicen, constituye un asunto de método meter la lucha de clases
en la vida de la ciudadanía y que, para que los miembros de las clases socia
les no se demonicen, el método de nuevo debe hacer presencia para urgirnos
a inscribir las ciudadanías en las contradicciones de clase.

3.1. Cinco Momentos de la primera Regeneración como Letra, como


Espiritu y como Cultura.

La Primera Regeneración fue un fenómeno político exitoso aunque de signo


perverso, estrechamente asociado a una etapa concreta de la historia biográfi-
ca de un líder nacional, Rafael Núñez. Esto no obstante, en su proyección
histórica se convirtió en un fenómeno sociopolítico y cultural central, que cruzó
el conjunto de la historia contemporánea de Colombia. Por eso, al periodizarla,
sobre todo en lo referente a “ su espíritu vertido en cultura política’, podemos
distinguir los siguientes cinco momentos:

A.1874-1882: gestación y maduración ideológica del proyecto de la Primera Regeneración;


B.1883-1888: La implementación de la Regeneración propiamente dicha incluida su
formalización en la Constitución de 1886;
C. 1888-1898: la desnuñización o apropiación conservadora de la Regeneración durante
los gobiernos de Carlos Holguín y de Miguel Antonio Caro;
D. 1898-1991: La Post-Regeneración como letra, pero, sobretodo, como ‘espíritu vertido
en cultura política’ que, no obstante las reformas normativas y las variadas y
distintas amenazas de ruptura, se mantuvo vigente durante 105 años;
E. 2002-2010 La Segunda Regeneración, La Seguridad democrática.

Como para afirmar entonces, atando pasado y presente y futuro, que el senti-
do de ese “espíritu” de la Constitución de 1886, oloroso a valores como orden-
autoridad- progreso económico o moral – cohesión social, se ha prolongado
hasta nuestros días en la Estrategia de la Seguridad democrática de Uribe
Vélez.
Figura fría y enigmática, solo descubrible en la terquedad a prueba de cara a
su proyecto político, Núñez en muchos asuntos todavía se encuentra en el
centro de la polémica nacional.

3.2. El asunto del Núñez “maduro”

Por lo general, los grandes líderes políticos siempre han tendido a identificar
los años de “su gran proyecto” con los de su madurez política haciendo de
ésta una fuente de legitimación social. Han buscado así imponerle a la socie-
dad la idea de que la madurez alcanzada, que se encontraría por encima del
bien y del mal, es la indicación más sólida del éxito indiscutido e indiscutible de
su proyecto que, en adelante, debe asumirse como Política estatal perenne so
peligro de reversión a épocas de barbarie, de violencias y de hecatombes.
En el caso colombiano, Rafael Núñez no fue la excepción como tampoco lo ha
sido, por estos tiempos,
Alvaro Uribe Vélez aunque con marcadas diferencias entre ellos explicables
por los tiempos y los perfiles.
En el caso de Núñez, su larga estadía en el exterior en el servicio consular
(dos años en Estados Unidos y ocho en Europa entre 1863 y 1874) fue el
horno de esa maduración así como la razón explicativa de los cambios, cuali-
tativos para algunos, que tuvo en su formación intelectual y, sobre todo, en su
evolución ideológica y política. En la Memoria de Gobierno escrita en 1885 por
el Ministro de Gobierno, Diógenes Arrieta, se encuentra un texto clave, que
permite fijar el significado de esa presumible metamorfosis intelectual radical
sufrida por Núñez durante su permanencia en Europa,

Reitera Arrieta que Núñez vivió diez años en Europa y que “la ausencia de la Patria, siquiera por un corto
tiempo…suaviza los toques fuertes, rectifica o esconde las innobles depresiones de las líneas en las
figuras de los hombres y en los contornos de los hechos, y comunica a todo el cuadro el apacible color
del cielo querido que le sirve de fondo…Los pequeños rencores que aquí nos agitan; esta atmósfera
viciada…no nos acompaña fuera de la patria…Libre así, el entendimiento de preocupaciones, y transpor-
tado a la región más alta y serena, sólo obran ya sobre él, en tratándose de la Patria, los móviles de los
grandes intereses, los estímulos del bien, de la verdad, y del amor. Desaparecen entonces las líneas
divisorias de los bandos políticos, la acritud de nuestras controversias, la intolerancia de nuestras
costumbres: el compatriota se torna en hermano, y el sentimiento de la rivalidad política en sentimiento
fraternal”. (23)

Esa década en Europa, más incidente Inglaterra que Francia, habría tenido así
sobre el cartagenero el extraordinario efecto de la más sublime angelización.
El Rafael de la década de 1850- librecambista convencido, libertario efectista,
creyente decidido en la positividad de las revoluciones y anticatólico ferviente-
, por una metamorfosis con determinaciones casi geopolíticas, le habría
cedido el paso al Núñez de la década de 1870, tolerante, antiguerrerista,
proteccionista y apegado, de modo fervoroso, a la cuatríada valorativa orden-
autoridad –progreso económico- cohesión social religiosa eclesial.
Que entre el Núñez de las revolución anticolonial de 1850 y el Núñez de la
Regeneración hubo importantes cambios a escala de las ideas y conviccio-
nes, es algo ya evidenciado. Lo discutible es, más bien, la naturaleza y los
alcances de esas mutaciones. Ya Regenerador y con el orden y la autoridad,
no como simple opinión valorada, sino como componente eje de su proyecto
político, a Núñez, con frecuencia, su pasado ideológico le resbaló y rebotó en
el discurso. Un solo ejemplo, aunque la Iglesia católica se acomodó a su
romántico concubinato y, aunque él defendió los intereses eclesiales y
aunque, el Papa León XIII le concedió la Orden de Piana y, aunque, al realizar
la alianza definitiva con los conservadores de Caro, les dijo que no era decidi-
damente “anticatólico”, sin embargo, como precisa Eduardo Posada Carbó,
Núñez nunca se apartó del todo de su radicalismo de cara a la Iglesia como
Institución tal como lo había expresado en 1864 mientras se preparaba para
viajar a Europa, “hay que sacar de raíz esa yerba del catolicismo, cueste lo que
cueste”. Basta recordar que cuando ya llevaba 10 años en Europa, todavía
atacaba el Syllabus escribiendo, sin disimulos, desde Liverpool,

“el catolicismo, más una teocracia que una religión, representaba todo lo contrario de las fuerzas de la
civilización y del progreso”. Esto no obstante, escribió el historiador costeño, “desde su temprana expe-
riencia en los Estados Unidos distinguió entre la Iglesia católica a la que combatía, y la presencia del
espíritu religioso, cuyo dominio en las sociedades que visitó no encontró repugnante”. (24)

Entonces, más que en sus ideas que, por cierto, cambiaron o se morigeraron,
donde sí hubo verdaderos cambios, durante su permanencia en Europa, fue
en su actitud intelectual como método de vida, se tornó relativista, así como
en sus tácticas, aprendió, por ejemplo, que no obstante él mismo, la iglesia era
un vigoroso factor de poder con el cual había que contar para su proyecto polí-
tico fuese el que fuese. Por lo tanto, aunque en lo ideológico cambió, sin
embargo, aún en este ámbito, en ciertas dimensiones, sus desplazamientos
fueron más tácticos que substantivos. No fue, entonces, en Europa donde
Núñez se ideó el proyecto político de la Regeneración, pues ésta más que un
producto importado, fue el resultado de dinámicas nacionales. Cuando Núñez
regresó de Europa, le revoloteaban en la cabeza muchas ideas sin una estruc-
tura, jerarquización y organización definidas y, entre ellas, se destacaban las
asociadas a la necesidad social de un orden político más o menos perenne, a
una concepción no instrumental de la autoridad, así como a un cierto y progre-
sivo progreso económico. Ligado a esa tríada axiológica, lo inquietaba el
asunto de la paz, que él denominó “paz científica”, a la que el intuitivo presi-
dente Uribe o alguno de sus escribidores, al hablar de Núñez, ha llamado
“salvar la comunidad siguiendo los consejos de una lógica severa y fecunda”.
(25) A su regreso de Europa, Núñez percibía que el país requería un gran
cambio, pero ignoraba el cómo y cuáles serían su carácter y alcances. Aún el
8 de abril de 1880 cuando se posesionó para su primer mandato, de modo
vago lo llamó “transición”,
“Estamos en una época de confusión de ideas, dijo, un largo período de nuestra historia contemporánea
ha llegado, según parece, a su hora de transición y no todos comprenden el esencial carácter del
fenómeno que se verifica ni menos aún se alcanzan a definir los recursos que deben ponerse en activi-
dad para que la renovación se realice”. (26)

Esto no obstante, más válida puede ser una hipótesis que diga que, el regreso
de Núñez al país, aunado a las críticas que la fracción de los Independientes
le formulaba a su propio partido, a los errores de los radicales en el gobierno y
a la actitud escrutadora de los conservadores, que buscaban un camino de
retorno al viejo orden conservador, autoritario, procatólico y represivo de los
esclavos del General Pedro Alcántara Herrán (1841-1845), se inició la etapa
de la Primera Regeneración, la de 1874-1880, definida por la gestación y
maduración ideológica del proyecto.

3.3. “La Paz científica” como el Método de Investigación del


Cartagenero
Ya en 1968, a cuatro años de su permanencia en Europa, pensaba que el país
había caído,
“en tal decadencia que era preciso empezar la grande obra de la regeneración de la rudimentaria base
de restablecer la tranquilidad”. Y 14 años después, en 1882, señaló que aunque “las aspiraciones
subversivas no se habían extinguido”, de modo gradual, la nación se acercaba “al fecundo reinado de ‘la
paz científica’”. (27)

Lo de ‘científica’, en la actualidad nos puede sonar rimbombante, pero Núñez


había asimilado en Europa el enfoque positivista de la ciencia en su versión
spenciarana con sus teorías de la evolución, que destacaban que todo lo vivo,
los organismos, las sociedades y las mentes humanas, iba evolucionando de
lo homogéneo a lo complejo. Esa ley general de la evolución aplicada a su
propia vida lo tranquilizaba y animaba a persistir, pues le explicaba el por qué
de sus propios cambios en muchas de sus ideas y convicciones, lo que pasaba
era que se estaba volviendo “científico”. En 1868 Núñez ya examinaba que en
su país había intranquilidad colectiva y la asociaba al régimen político, el de
1863, que, incapaz de controlar las guerras, en la práctica las estimulaba
generando cada día que pasaba mayor desorden, intranquilidad y anarquía.
En 1882, por su parte, ya intuía que el país requería un gran cambio, que
enhebrado alrededor de la relación orden-progreso, se afincara sobre bases
inamovibles. A una conclusión así llegó nacionalizando la idea comptiana-
spenciarana según la cual el orden era la base del conocimiento científico del
progreso, razón por la cual éste no era otra cosa que el desarrollo del orden.
Fue en un contexto de ideas así donde inscribió su tesis sobre “la paz científi-
ca” que tomó forma más definitiva en 1883. Digamos que, como positivista,
apeló a la “paz científica” como método, lo que le permitió hacer un minucioso
examen de las causas de las insurrecciones que habían aquejado al país
entre 1863 y 1883. Fue así como su método de “la paz científica” lo condujo a
la conclusión que, precisado ya su proyecto político regeneracionista (“paz
científica” más progreso económico más cohesión social eclesial), le bastaba
acentuar el carácter violento de la Federación y su incidencia en el atraso eco-
nómico, para legitimarlo.

Digamos, entonces, que al terminar su primer mandato, 1882, Núñez, como


resultado de la aplicación de su ‘método científico’, vislumbraba ya el cuadro
ideológico de la regeneración, que presentaba los siguientes trazos,
su objetivo era llevar la tranquilidad al país para lo cual era necesario actuar sobre su causa - la Constitu-
ción y tipo de Estado y de régimen político de 1863- procurando no su cambio sino, más bien, su reforma.
El nuevo país, por otra parte, enhebrado alrededor del progreso regulado por el orden, debía montarse
sobre bases inamovibles. Por otra parte, sabía ya que, para sacar avante ese proyecto, en lo político
requería, primero, del apoyo de los conservadores que, en la práctica, ya habían tenido, entre 1841 y
1845, una experiencia de Estado montada sobre la autoridad como valor central; segundo, de la Iglesia
católica, que ya había cogobernado al lograr reconocimiento oficial en la Constitución de 1843; y, tercero,
de una fracción de su propio partido que, por distintas vías, se aproximase a sus nuevas convicciones,
ideas y situaciones. Por ninguna parte se asomó la necesidad de los apoyos ciudadanos o de los liberta-
rios de las sociedades democráticas o de alguna fracción de subordinados plebeyos más allá de lo estric-
tamente electoral.
3.4. La Regeneración o cuando La ‘Virgen’ se le apareció a Núñez bajo la
forma de la guerra civil de 1885.

Pero, en 1885 a Núñez se le apareció la Virgen bajo la forma de una nueva


guerra civil que, en lo empírico, confirmó la constante ya observada en el siglo
XIX al correlacionar nuevas Constituciones y las grandes confrontaciones
armadas: Que a cada una de las Guerras civiles le había seguido una nueva
Constitución, siendo ése uno de los precios que los vencidos en la guerra
tenían que pagar a los vencedores evidenciándose así que la institucionalida-
des macro, las Constituciones , más que un producto de la política civilista,
eran el resultado de las armas enfrentadas. (28) La Constitución de 1886 no
fue la excepción: cuando el ejército oficial, coadyuvado por una fuerza parami-
litar organizada por el General Canal, derrotó en la Humareda al radicalismo
liberal, Núñez se percató que había llegado el momento no simplemente de
reformar la Constitución de 1863 sino de cambiarla en su totalidad. Sorprendi
do y entusiasmado, intuyó que había llegado el momento del gran revolcón
institucional, de un timonazo en profundidad en la dirección del Estado, de un
redireccionamiento de primer orden en la orientación de la sociedad, de ahí su
seguridad discursiva, “la Constitución de 1863 ha dejado de existir”.
Para poner a marchar al país en la nueva dirección ideológico- política, Núñez,
con la mera aprobación formal de las municipalidades y sin la menor presencia
de la ciudadanía, el 10 de septiembre de 1885 dictó un decreto convocando a
un Consejo Nacional con el fin de cambiar la Constitución. Los delegatarios a
este evento, fueron designados casi “a dedo”. El 11 de noviembre Núñez les
envió una especie de Manifiesto constitucional en el que reclamaba,

“el establecimiento de una estructura política y administrativa enteramente distinta de la que, mante-
niendo a la nación en crónico desorden, ha casi agotado sus naturales fuerzas en deplorable inseguridad
y descrédito”. (29) En él precisó también lo que esperaba de la nueva Constitución, que “el particularismo
enervante debe ser reemplazado por la vigorosa generalidad. Los Códigos que fundan y definen el
derecho deben ser nacionales…En lugar de un sufragio vertiginoso y fraudulento, deberá establecerse
la elección reflexiva y auténtica y llamándose, en fin, en auxilio de la cultura social los sentimientos
religiosos, el sistema educativo deberá tener por principio primero la divina enseñanza religiosa…”.
Subrayó también la necesidad de limitar la libertad de prensa, eliminar el amplio comercio de armas,
reimplantar la pena de muerte y restringir los derechos individuales”. En resumen: “La repúblicas deben
ser autoritarias, so pena de incidir en permanente desorden…”. Para ello, y también para fundar la paz,
recomendó “un ejército fuerte”. (30)

3.5. El Carácter de la Primera Regeneración: Unidad del Territorio y


escisión sociopolítica de la Población

La Regeneración, fenómeno más amplio que la Constitución de 1886 aunque


inseparable de ésta, unió y dividió, juntó y escindió, pero fue un proyecto políti
co perversamente exitoso en cuanto a su vigencia en el tiempo. Al disolver los
Estados soberanos, juntó regiones que, marcadas por tendencias centrífugas,
se encontraban a las puertas de la desmembración territorial nacional (el
Cauca mirando hacia el Ecuador, Panamá hacia los Estados Unidos y Antio-
quia presionando su autonomía regional), pero, en lo social, escindió a la
población en siete asuntos cruciales de la vida cotidiana del país , así:

1. Estado central versus regiones reales en contravía de la nueva organización territorial ;


2. Pacifistas versus violentos mereciendo el primer calificativo los amigos del gobierno y reser
vándose el segundo para la oposición;
3. “los de arriba “versus “los de bajo” en términos de afianzar la dominación-subordinación de
los segundos despojándolos de toda posibilidad de organización autónoma;
4. “los hombres de bien “ versus “los hombres de mal”, escindidos, no bajo un criterio moral
sino por la fuerza de criterios de clase y de poder, que determinaban que entre “los de bien”
quedasen “los de arriba” y entre “los de mal” se destacasen “los de abajo”, sobre todo, si eran
rebeldes.;
5. conservadores versus liberales, pareja partidaria contrastante que Reyes rompió en 1904
inaugurando así el bipartidismo cogobernante;
6. católicos versus no católicos constituyendo los primeros la base social religiosa de la regene
ración y atribuyéndose a los segundos la condición de oposición liberal atea; y finalmente, para
no abundar en otras escisiones,
7. blancos y mestizos versus indígenas y negros, que fueron borrados como pueblos fundado
res de la nacionalidad.

Fue así como en la década de 1880 la Regeneración reunificó los territorios


fomentando, al mismo tiempo, la intolerancia entre una población socialmente
escindida. En condiciones tales, lo importante era el manejo y el control políti-
co de las escisiones mediante una estrategia enhebrada alrededor de valores
tales como orden, autoridad y progreso. Vale decir, mediante una estrategia
orientada, como les manifestó Núñez a los Constituyentes de 1886, a crear
una “república autoritaria”. En la búsqueda de este objetivo, coincidían Núñez
y Caro. Aún más, ambos aspiraban a construirla sobre “bases perennes e
inamovibles” pues, considerada la condición humana, ese era el tipo ideal de
sociedad. Esto no obstante, y aunque utilizasen las mismas palabras, en la
práctica, manejaban enfoques o concepciones distintas de la relación del
orden con el progreso.
Detengámonos un poco en este asunto que nos advierte sobre una importante
diferencia entre la Regeneración de Rafael Núñez y la de Miguel Antonio
Caro.
El cuatro veces presidente Núñez (1880-1882; 1884-1886; 1886-1892; y
1892-1898) tuvo siempre a su lado al Vicepresidente Caro quien, en lo que a
tiempos cronológicos se refiere, se desempeñó como presidente encargado
muchos más meses que el cartagenero. Esto no obstante, se trató de dos
personas de historia biográfica intelectual muy distinta. En algunos asuntos
claves - por ejemplo, en materia de la relación orden y progreso- usaron la
misma denominación nominal pero con significado semántico muy distinto. Por
esa vía, Caro, durante sus prolongados y hasta totales encargos, le imprimió
a la primera Regeneración algunas notas específicas un poco a-nuñistas.
Conviene recordar que en el último período formal de Núñez, cuando el Vice-
presidente Caro fue el presidente real, el partido nacional de los conservado-
res se fraccionó. Bajo el liderazgo de Carlos Martínez Silva emergieron enton-
ces los históricos, entre otras cosas, con un reclamo específico,
había que revivir las glorias del partido conservador que “consideraban en cierta forma traicionadas por
las ideas sostenidas por Núñez y Caro en esos años de gobierno”. (31)

A Núñez le tocó vivir en Europa, en la segunda parte del siglo XIX, los proce-
sos de industrialización capitalista en medio del fervor optimista por el desplie-
gue tecnológico y en medio del susto de muchos por sus miserables conse-
cuencias sociales; Caro, en cambio, brillante intelectual clásico formado en la
universidad del escritorio casero y en la oficina del Arzobispo de Bogotá, vivió
en ese pueblo grande que era el Bogotá de entonces en donde las relaciones
sociales estaban muy marcadas por las relaciones de servidumbre. Nunca
viajó muy lejos de la capital siendo nombrado delegado al Consejo Nacional de
Delegatarios de 1886 en representación de un Estado soberano que ni siquie-
ra conocía. Por experiencia política, los dos sabían cuál era la funcionalidad
del orden perenne en una república autoritaria y eso los unía, pero bajo la pala-
bra “progreso” entendían cosas distintas. El cartagenero la ligaba al progreso
económico de tipo capitalista, el Bogotano, en cambio, entendía por ella el
progreso moral de tipo eclesial. El problema intelectual de Caro no era si la
sociedad era pre-capitalista o capitalista, aunque esa última palabra, en la
práctica, lo asustaba. Núñez quería un Estado con una política económica que
buscase la promoción del progreso material de la sociedad; para Caro, en
cambio, la ‘cosa económica’ estaba ahí y había que dejarla que se fuese des-
envolviendo bajo las leyes de su propia espontaneidad, pero buscando siem-
pre que se mantuviese regulada por el orden institucional y por las reglas y
principios de la moral católica. Por eso fue que Caro en 1904 no apoyó a
Reyes en una empresa en la que la relación orden-progreso era una función
del acceso del país a la modernización capitalista. Caro, entonces, criticó a
Reyes su materialismo y por alejar su accionar político de los principios de la
moral católica. (32)Como podrá observarse si Núñez hubiese conocido al
Reyes estadista o, si por lo menos, lo hubiese previsto, como gobernante lo
habría preferido a Caro.
Desde otra lógica conceptual y práctica, en 1886 tanto Núñez como Caro coin-
cidieron en la necesidad del intervencionismo de Estado, sobre todo, en asun-
tos monetarios, pero, lo hicieron por razones muy distintas. Núñez, librecam-
bista por principio en la década de 1850, en la del 80 se había vuelto proteccio-
nista. En su concepto el Estado tenía que intervenir en la economía tanto por
razones políticas, para atar el progreso económico al orden perenne, como
económicas, en ese momento no había otro actor como él en condiciones de
promover el progreso económico. Caro, en cambio, como anotó Indalecio
Liévano Aguirre, porque quería recoger una tradición del Estado colonial que,
en su concepto, había protegido a los más débiles, a los indígenas, sobre todo.
(33)

La Constitución de 1886 fue una Carta especialmente blindada para asegurar,


en el tiempo, una “República autoritaria perenne y casi inamovible”. En primer
lugar, la institución del “Estado de sitio” le permitía al Presidente enfrentar, a
discreción, los grandes conflictos, así como mantener un control político coer-
citivo permanente sobre los sectores críticos de la población; en segundo
lugar, se trató de una Constitución anti-ciudadana no solo por su origen sino,
también, por sus contenidos ya que los ciudadanos eran sujetos sin mayores
derechos y sujetados a múltiples obligaciones; en tercer lugar, para evitar la
reproducción de los libertarios de las sociedades democráticas de mediados
del siglo XIX, se prohibió la creación de “sociedades permanentes” que, de
algún modo, posibilitasen alguna presencia activa de los sin propiedad, de las
ciudadanías, de los subordinado en la vida social; y en cuarto lugar , al consi-
derar a la Iglesia católica como un factor esencial del orden social, le devolvió
el control de la educación, lo que favoreció la gestación de una Cultura ciuda-
dana en la que el valor central era la moral católica.
Desde la perspectiva histórica de hoy, diríamos que la sola institución del
Estado de sitio habría bastado para producir y mantener una “república autori-
taria perenne” pues, de los 105 años de vigencia de la Constitución de 1886,
durante más de 50 el país estuvo en Estado de sitio, vale decir, gobernado
según la discrecionalidad de presidentes no sujetados a la Constitución en
materia del manejo del orden público.

4.LA POST-REGENERACION DEL SIGLO XX: DE NÚÑEZ A URIBE

La Regeneración propiamente tal se tradujo, lo que se fue consolidando en el


tiempo, en una institucionalidad estratégica, cerrada, autoritaria y casi por
encima de la historia, que funcionó con una estabilidad secular más allá de las
especificidades de las distintas etapas socioeconómicas por las que pasó el
país; su más importante dispositivo de reproducción fue la aplicación casi
permanente de la institución del Estado de sitio, que bloqueó la participación
de los sin propiedad en la vida social. Si el objetivo estratégico de la Regenera-
ción había sido crear y asegurar en el tiempo una “república autoritaria”, para
lograrlo, nos lo anticipó Frederik Martínez, no se debía hacer otra cosa que
impedir el acceso de “las masas en la vida nacional”. (34)Finalmente, desde su
subjetividad, la ciudadanía se apropió el sistema como si fuese una forma de
organización estatal natural, fundada en sí y por sí misma.
No es que en el país, en el transcurso del siglo XX, no hubiese habido luchas
democráticas, las hubo variadas y de buena calidad pero, en alta medida,
estuvieron orientadas a luchar contra la sociedad autoritaria heredada del siglo
XIX.
Casi por necesidad, la primera apertura la hizo, a escala del régimen político,
el autoritario Reyes cuando llamó a los liberales a cogobernar el país entre
1904 y 1909 y, poco después, en 1910, se instaló en Colombia el primer
gobierno de “tolerantes” que había habido en su corta historia, bajo el lideraz-
go del republicano Carlos E Restrepo. Durante los gobiernos de la llamada
“hegemonía conservadora” (1914-1930), quién más o quién menos, todos
estuvieron muy cerca del espíritu autoritario de la Regeneración. Esto no obs-
tante, fueron estos los años de importantes luchas y conquistas democráticas
fraguadas en las arduas movilizaciones de los sin propiedad hasta el año de
1928 cuando se produjo la “Matanza de las Bananeras”. Se llegó así a la
década del treinta, la de la “Revolución en Marcha”, cuando entre 1934 y
1938, producto de las conquistas de los sin propiedad pero también de las
necesidades de la emergente industrialización capitalista, se produjo el mayor
avance en democracia institucional, que había habido en la historia del país.
Fue ésta la segunda y más importante apertura a la democracia liberal en la
primera parte del siglo XX. Pero, más temprano que tarde, este proceso demo-
cratizador se vio frenado durante el gobierno de Eduardo Santos (1938-1942)
bajo la eficacia política de su consigna “una pausa en las reformas”. Esto no
obstante, durante la década de 1940, Jorge Eliecer Gaitán enfrentó y confron-
tó la directriz regeneracionista de excluir a los subordinados de la vida nacio-
nal. Fue así como levantó un proyecto político social en el que el pueblo, los
subordinados, los sin propiedad, por primera vez en su historia aparecieron
como los protagonistas. Pero, paralela a la movilización popular gaitanista,
Laureano Gómez, juntando votos y machetes, vale decir, apelando a todas las
formas de lucha, con celeridad se estaba moviendo con su estrategia de “la
reconquista conservadora”.(35) En opinión del fogoso y ultraderechista líder,
la primera Regeneración de Núñez y de Caro solo se salvaba, primero, des-
montando la institucionalidad demo-liberal paralela gestada por los liberales
en la década del 30, y segundo, saliéndole al paso al arrebato izquierdista de
Gaitán. Fue entonces cuando, como ha analizado el profesor Miguel Angel
Herrera,
“atendiendo al llamado social reformista de Jorge Eliécer Gaitán, crítico de la segunda república liberal,
un pueblo insumiso, superior a sus dirigentes, demandó con sus vidas democracia y paz, y sufrió la más
brutal represión”. (36)

Además de la represión del pueblo, Gómez, por otras dos vías, complementó
la “reconquista regeneradora”. Primero, conservatizando “a sangre y fuego”
numerosos poblados de tradición liberal y, segundo, controlando, de modo
exclusivo y excluyente, el aparato de Estado, su presupuesto y sus cargos.
Avanzando por estos caminos , llegó a la Presidencia en 1953 decidido a sacar
avante una reforma constitucional de inspiración antiliberal que le permitiese
establecer un régimen político en el que el peso político lo tuviesen los propie-
tarios de los grandes Corporaciones. Pero, al proyecto corporativista, a la crio-
lla, de Laureano Gómez, se le atravesó un golpe de Estado impulsado por la
dirigencia bipartidista demoliberal que buscaba así salvar, primero, el biparti-
dismo cogobernante y, segundo, la sobreviviente institucionalidad paralela de
los años 30 de inspiración liberal. Pero, más temprano que tarde, Gustavo
Rojas Pinilla, el Coronel montado por la civilidad para darle salida a sus con-
tradicciones, quiso ensayar, desde el Estado, un populismo que se salía de las
lógicas e intereses de la dirigencia dominante, lo que condujo, primero, a su
desmonte, y, segundo, a la creación del Frente Nacional con el que, por 18
años (1958-1974), el bipartidismo cogobernante se constitucionalizó como
partido único. Fue así como la democracia electoral llegó en el país a los lími-
tes más extremos de su precariedad, en Colombia sólo se podía votar y ocupar
un puesto público o ser elegido si, de modo integral, en el pensamiento, los
afectos y prácticas se pensaba y se actuaba como liberal-conservador. Como
en la primera Regeneración de Caro con el partido nacional como partido
único, ahora el régimen político se enhebraba al alrededor del partido único del
Frente Nacional. No es que en este período no haya habido luchas democráti-
cas, las hubo vigorosas e intensas y, como para destacar, las fuertes moviliza-
ciones de los sin propiedad rural por acceder a la propiedad de la tierra por la
vía de una reforma agraria. Pero, con el pacto de Chicoral se canceló institu-
cionalmente esta posibilidad, la de que, por fin, en Colombia hubiese la refor-
ma agraria prometida desde el siglo XIX. En esta ocasión, mediante la aplica-
ción sistemática de la institución- reina de la primera Regeneración, el Estado
de sitio, el movimiento campesino fue parado brutalmente en sus luchas y
aspiraciones.
Durante los cuatro gobiernos de alternación del Frente Nacional, la democra-
cia institucional entró en una situación de altibajos resultantes de una combi-
nación contradictoria entre eventos electorales con resultados preanunciados,
algunas reservas democráticas sobrevivientes y las vigorosas movilizaciones
de los campesinos, sobre todo, por acceder a la propiedad de la tierra.
Se llegó así a la década de 1980 cuando la universalización de las violencias,
acumuladas en sus consecuencias perversas, provocó la mayor crisis institu-
cional en la Colombia de la segunda parte del siglo XX. Se trató de una nueva
“Patria Boba” enhebrada alrededor de un Estado casi colapsado, que no atina-
ba saber a qué violencia responder, si a la de unas guerrillas en auge que
proclamaban que lo subvertirían o a la de unos poderosos narcotraficantes
paisas que, emparentados, sobre la marcha, con gentes autollamadas “de
bien”, rechazaban de plano su decisión de extraditarlos o a la de una delin-
cuencia común que se había organizado, de modo empresarial, para el ejerci-
cio del crimen o, finalmente, a la violencia de su propia cosecha generada por
la insistencia secular de los sucesivos gobiernos en sostener y afianzar unas
formas injustas de organización de la vida social. Fue ese el contexto en el que
producto de la más vigorosa movilización socio-ciudadana existente en el país
alrededor de un asunto del Estado, y en el que, producto de un desconocido y
casi inédito pacto social (entre partidos, entre ideologías, entre etnias, entre
regiones, entre diversas categorías de ciudadanos y casi entre religiones), se
produjo el desmonte por sus cimientos de la Constitución de 1886 y su reem-
plazo por la Carta de 1991. Al calor de esa coyuntura, no importó mucho que
la mayor virtud de la nueva Carta, la amplitud democrática de los apoyos
sociales recibidos, hubiese sido, en el mismo tiempo y acto, la fuente de su
mayor precariedad, el haber pretendido ser la expresión de todos y, sobre
todo, de tantos “diferentes’”, excepción hecha de las Farc y del Eln, que no
habían alcanzado a negociar con el gobierno. Fue así, entonces, que, como
resultado de una convergencia compleja entre un vigoroso movimiento ciuda-
dano y un inédito pacto social, se produjo el desmonte de la “República autori-
taria” de Núñez, por lo menos, en lo atinente a su expresión jurídico constitu-
cional.
Como podrá observarse, en la crisis institucional de la década de 1980, el
problema del Estado se puso en el centro de las miradas. Fue entonces
cuando muchos colombianos empezaron a preguntarse qué Estado era el que
tenían. En esa misma década, hizo presencia en la vida nacional una nueva
generación de paramilitares. En un principio, protegían a los hacendados
contra las amenazas de las guerrillas, pero muy pronto, más temprano que
tarde, alentados y financiados por hacendados y algunos militares de rangos
superiores, y convencidos de que su Estado militarmente era débil, entraron a
participar en la guerra interna trazándose un objetivo militar anunciador de la
Seguridad democrática. A las guerrillas, decidieron los jefes paras, había que
derrotarlas desmontándoles sus para-estados, expulsándolas de las regiones
donde ejercían control territorial. En esa línea se movieron durante la década
de 1990 en cuyo transcurso se fue abriendo paso una poderosa fuerza de
reacción contra la Constitución de 1991 en torno a la cual empezó a enhebrar-
se la que en este Ensayo llamaremos la Segunda Regeneración.
Completemos ahora esta mirada lanzada desde las peripecias de la democra-
cia colombiana, con otra que nos rescate la evolución de la Política económica
en sus relaciones con el problema del orden y de la autoridad, dos valores cen-
trales de la Cultura política de la Primera Regeneración.
No obstante el Quinquenio de Reyes que, saltándose a Caro, quiso traer a
Núñez al nuevo siglo por la vía del acceso del país a la modernización capita-
lista ; no obstante “La Revolución en Marcha “ de inicios de la década de 1930,
el intento frustrado más serio que hubo en el siglo XX por desmontar Constitu-
ción de 1886; y no obstante, las vigorosas pero inorgánicas luchas sindicales
y rurales acaecidas entre 1910 y 1930, dos eventos protagónicos posibilitaron
la reproducción de la letra y la vigorización del espíritu y de las valoraciones
sociales (cultura) ligadas a la Carta de 1886. El primero de ellos fue el de la
llamada hegemonía conservadora. Después de Reyes, hubo 18 años de
gobiernos conservadores dedicados a gestionar el orden por el orden, la auto-
ridad por la autoridad dejando la ‘cosa económica’ a su propia espontaneidad
en el estado de evolución en que se encontraba de transición hacia un tipo
dado de sociedad capitalista. En la década de 1930, por su parte, “La Revolu-
ción en Marcha” buscó inscribir el proceso de industrialización dependiente-
modelo de sustitución de importaciones- dentro de un ordenamiento político de
inspiración democrático liberal, esquema éste que, congelado por Eduardo
santos, buscó cerrar del todo Laureano Gómez en la década de 1950. En ade-
lante, hasta la Constitución de 1991, la regulación política de las Políticas eco-
nómicas bailoteó entre la institucionalidad demo-liberal instalada en la década
de 1930, el gobierno de Carlos Lleras Restrepo, sobre todo, y la institucionali-
dad de la Primera Regeneración, destacándose al respecto el Gobierno de
Julio César Turbay. Por su parte, la Constitución de 1991, como ya se anticipó,
colocó cimientos democrático liberales más sólidos al ordenamiento político
necesario para jalonar el desarrollo económico al destacar la importancia de la
participación ciudadana, la de los sin propiedad incluida, en la vida nacional.
Pero, en la primera década del siglo XX, Alvaro Uribe Vélez puso en marcha la
Segunda Regeneración siguiendo el esquema seguridad perenne e inamovi-
ble -prosperidad económica-confianza inversionista- cohesión social.

5.LA UNIÑIZACIÓN DISCURSIVA DE LA SEGURIDAD DEMOCRÁTICA


En los últimos meses del 2009 y los primeros del 2010, en casi todas sus
intervenciones centrales, sobre todo al inaugurar obras del sector privado, el
presidente Uribe ha fungido de investigador social interdisciplinario insistiendo,
entre otras, en las siguientes tesis,
A. En el siglo XIX sólo hubo 7 años de paz, los correspondientes al gobierno de Rafael Nuñez
siendo esos años, y no tanto las políticas económicas, “los que permitieron la industrialización de Colom-
bia”, dijo en el Valle del Cauca al inaugurar unas obras de cooperación de energías en el Ingenio Provi-
dencia. Más en concreto, el 27 de noviembre del 2009 al clausurar el VI Congreso de Infraestructura
precisó, “en los pocos años de paz de la Administración Núñez florecieron las primeras industrias del
Caribe y se dio un gran desarrollo a la economía cafetera en la Colombia andina”. Y dos semanas antes,
al celebrar su Consejo Comunal de Gobierno No 256 en San Juan de Rioseco, había adelantado que
“con la paz de Núñez se había iniciado la industrialización de Barranquilla y Santa Marta”.
B. En todas esas intervenciones, presentó a Núñez como una figura sobresaliente no sólo colom-
biana sino “internacional y latinoamericana”, así, fue “el mejor líder latinoamericano de la época en
moneda, en banco, en intervención del Estado, en dirección de la economía. Se anticipó 40 años a los
desarrollos latinoamericanos en esa materia”. Y al referirse a otros gobiernos del siglo XIX señaló, “El
país creyó encontrar un camino con la Constitución de 1863 y no lo encontró…tuvo buenos gobiernos,
como el de Murillo Toro (Manuel), pero las violencias no le dejaron producir buenos resultados y vino la
Constitución de Núñez, el período de la Regeneración, un período de orden, de la que se ha renegado
bastante en la historia de Colombia. Tal vez, nos dio los únicos siete años de paz del siglo XIX.” Y si
Núñez no pudo hacer más, fue porque “hemos tenido siempre el sino de la violencia”.
C. Por su parte, siendo éste mi “aporte a la reflexión histórica”, en el siglo XX sólo hubo paz hasta
1940, “dos centurias, agregó, con solo 47 años de paz, constituyen una tragedia”.
D. Y entonces, y vino así la reiteración de su propuesta, “necesitamos que éste sea un siglo de
prosperidad, que sea un siglo de desquite de prosperidad…la seguridad no es un capricho. No es una
pose doctrinaria, es un imperativo nacional”. Pero, para que haya un siglo de prosperidad, se requiere de
un siglo de orden sin salirnos de tres caminitos…del caminito de la seguridad, del caminito de la confian-
za inversionista y del caminito de la cohesión social”. (37)

Fue así como idealizándolo, Uribe, desde este presente de la primera década
del siglo XXI, se apropió del esquema básico de Núñez asociado a la idea
“orden político perenne-progreso económico-cohesión social eclesial”. De
signo negativo su proyecto, éste, fue, sin embargo, exitoso, pues duró 105
años. A su turno, Uribe se apropió del método nuñista de investigación que,
traducido a una versión contemporánea, le ha permitido fungir como un averi-
guador interdisciplinario habilitado para llegar a una conclusión “científica”
similar a la del cartagenero, que en este país todos los investigadores se
habían equivocado, que todo lo estudiado había sido “el producto de observa-
ciones superficiales de los hechos, y del fanatismo del progreso sin el contra-
peso del orden, la paz científica”. Ha sido así como Uribe, con la ayuda de su
equipo de asesores, como sociólogo descubrió que en Colombia no había con-
flicto armado; como politólogo verificó que un orden político perenne, por si
mismo y con algunos agregados más como la confianza inversionista, genera-
ba progreso económico y que todo eso, aunado, bajo la acción inteligente del
mercado libre, conducía al Estado comunitario y, de rebote, a la justicia social
y a la cohesión de la sociedad siendo ésa la quintesencia del más excelente
programa de gobierno; y finalmente , como historiador examinó que, en la
historia de su país, cuando en lugar de violencias y luchas sociales y subalter-
nos organizados, había habido esfuerzos por establecer un “orden perenne”,
éste, de modo automático, se había traducido en algún grado de prosperidad
económica.
Como recurso de ideologización de las ciencias sociales, como casi impeca-
bles se muestran estos argumentos caricaturescos, que aúnan dos propósitos
buscados por Uribe y que no es justo separar: en lo personal, el Uribe ambicio-
so ama y se deleita con el poder y, por eso, como Núñez quiere muchas reelec-
ciones pero olvidando que, para lograrlo en cuatro ocasiones, el cartagenero
nunca tuvo que apelar al cambio periódico y atropellado de las reglas de
juego. Pero, no sólo eso. Como hijo de la patria, para decirlo con benignidad,
Uribe desea la refundación del Estado colombiano y, por eso, se empeña por
perpetuarse o por mantener en el poder “una hechura suya” hasta el 2020
cuando, de acuerdo con sus asesores, estaría en pleno funcionamiento un
Estado comunitario sin espacios territorialmente controlados por las guerrillas
sino, más bien, ocupados por el gran capital, por las multinacionales y por los
intereses imperiales.
A Uribe no le importa que sus abusivas generalizaciones carezcan de rigor
conceptual y de vigor empírico, sólo le interesa que, salidas de una boca caris-
mática, cumplan el efecto demostración buscado. Por lo tanto, inoficiosa resul-
ta toda polémica historiográfica sobre la materia. Esto no obstante, en la histo-
ria colombiana casi imposible se hace establecer correlaciones entre períodos
de no violencia y elevadas tasas de prosperidad económica. Por el contrario,
hubo períodos de la historia colombiana, por ejemplo, entre 1946 y 1953, en
los que la industrialización sustitutiva coincidió con una etapa de máxima
violencia. (38) Aún más, si los primeros 40 años del siglo XX hubiesen sido
efectivamente de paz, como lo ha planteado el presidente Uribe, después del
frustrado intento de Reyes por llevar el país a la modernización capitalista, los
distintos gobiernos de la llamada hegemonía conservadora, los más identifica-
dos con la “república autoritaria” de Núñez, deberían haber logrado una pros-
peridad económica, por lo menos, mediana. Por el contrario, lo que la mirada
de largo plazo sobre la historia colombiana evidencia es que hubo tres gobier-
nos que, montados sobre la realidad o la aspiración a un ‘orden perenne’, no
pudieron separarse del problema de las violencias haciéndose discutible que,
si alcanzaron o no alcanzaron alguna prosperidad económica, ésta pueda
explicarse por un estatuto de orden en sí mismo considerado. Producto com
plejo de la guerra civil de 1885, la Regeneración propiamente dicha, posibilitó
las guerras civiles de 1898 y 1899 y no pudo impedir lo más cercado a su
‘esencia política’, como fue la desmembración territorial del país con el zarpa-
zo norteamericano en Panamá. Por su parte, el ‘orden perenne” montado por
Laureano Gómez en 1950 fue producto de una Estrategia de “tierra arrasada”
que, al combinar todas las formas de lucha”, tuvo como primera respuesta la
violencia de la subversión armada, de la que todavía no ha salido el país.
Finalmente, enredada en un ovillo de violencias entre las que sobresalió, como
apoyo destacado originario, la violencia paramilitar, la Seguridad democrática
de Uribe Vélez levantó la más enorme y masiva simpatía social con su prome-
sa inicial de derrotar en 18 meses las guerrillas. Ahora, a 90 meses de inicios
de su gobierno, es cierto que contuvo el vertiginoso ascenso de los guerrille-
ros, pero ni los ha derrotado, ni siquiera ha podido colocarlos en situación
objetiva de necesaria capitulación e, impotente, ha visto la reproducción de un
paramilitarismo de nueva generación.
De todas maneras, más allá de la caricatura de análisis, no es gratuita la identi-
dad doctrinaria que Uribe ha querido establecer con la Regeneración de
Núñez. Donde éste escribió ”orden”, el primero puso “seguridad”; donde el
cartagenero colocó “progreso económico”, el paisa leyó “desquite de prospe-
ridad”; donde el asiduo habitante del Cabrero pensó en “capital estatalmente
protegido”, el errante antioqueño imaginó “confianza inversionista”; donde el
cuatro veces elegido Núñez apuntó ´”cohesión social eclesial”, el reelegido
Uribe pergeñó “cohesión social egolátrica”.
Entonces, casi una perfecta ‘nuñización’ de la Seguridad democrática.

CUARTA PARTE

6. EL PAPEL DEL ESTADO EN LA HISTORIA DE INSTITUCIÓN DE LO


SOCIAL DURANTE LA REGENERACIÓN PROPIAMENTE DICHA. Página
25

Al preguntarnos en este Ensayo por la inteligibilidad de esta sociedad, un


punto central lo constituyen las respuestas abiertas que avancemos sobre el
papel del sistema político- tipo de Estado y Formas de Gobierno y de Régimen
político- en la historia de la institución de lo social.
Pero, más en concreto, el preguntarnos, para el caso de la Regeneración, por
el papel del sistema político en la historia de institución de lo social, significa
interrogarnos por el papel cumplido en esa dirección por un Estado atado,
en su accionar, en sus decisiones y políticas, a un orden político cerrado y con
pretensiones de perenne, que alentó la represión, por una forma de gobierno
autoritaria, que prohibió la creación de sociedades u organizaciones ciudada-
nas permanentes, por un régimen político antidemocrático con tendencias al
partido único, así como por una Cultura política de inspiración eclesial religio-
sa. Como destacara Jorge Orlando Melo,

Nuñez “adoptaba una posición moderada, abierta al realismo político, enemigo de los fanatismos y de los
choques entre los principios y la realidad. No era, además, amigo de hablar claro…Sin embargo, venia
con un objetivo claro” en lo que mantuvo una posición coherente: “era preciso reformar el sistema político
vigente para que el país superara el desorden y la violencia, y esto requería un sistema político en el que
el Estado fuera vigoroso”. (39)

La Regeneración nuñista pregonó un orden perenne generador de los mayo-


res avances económicos. Por su parte, la Constitución de 1886 posibilitó la
intervención del Estado en la vida económica para proteger una industria
nacional o, por lo menos, para impulsarla. Esto no obstante, no existía nada
que proteger o impulsar, pues la acumulación de capital se encontraba entre
las más precarias de América Latina, la más elevada proporción de la fuerza
de trabajo estaba atada o a relaciones serviles o a la pequeña y mediana
propiedad rural y el mercado interior no era sino un remedo enhebrado alrede-
dor de un conjunto de artesanías.

Es cierto que, en la época, los altos precios del mercado mundial favorecieron
la expansión de la economía cafetera; que Núñez creó el Banco Nacional y
arregló, en algo, el desorden monetario; es válido que impuso medidas aran-
celarias para proteger no a unos inexistentes actores capitalistas sino, más
bien, a los artesanos; que apoyó iniciativas aisladas para crear ferrerías en
Boyacá y Cundinamarca; que introdujo en el país el uso del Cable Submarino;
es correcto decir que estimuló la navegación por los ríos Magdalena, Lebrija
y Sinú; y que se preocupó por empezar a integrar algunas subregiones
animando avances en la construcción de los ferrocarriles de Girardot, la
Dorada y Buenaventura (34), pero, en lo demás, dejó que el país marchara a
merced de los intereses de los grandes propietarios de la tierra, exportadores
e importadores. Por su parte, para contrarrestar esta situación, en el lenguaje
oficial nunca aparecieron palabras como ‘ciudadanía y organización ciudada-
na’. Impuso, más bien, el control vertical de la política impidiendo que los
subordinados se organizasen en ‘sociedades permanentes’, que fueron prohi-
bidas en la Carta del 86 y se restringió hasta tal punto la democracia electoral
que, entre 1886 y 1904, sólo uno o dos liberales, entre ellos Rafael Uribe
Uribe, lograron llegar al Congreso. Sus Vicepresidentes, Holguín y Caro, por
su parte, no hicieron otra cosa que dejar que “la cosa económica” marchara
en su espontaneidad reforzando, por otra parte, la represión a la oposición y
preocupándose más por el progreso moral que por el económico. Como ha
señalado José Fernando Ocampo, cuando Nuñez,

“el capitalismo apenas se insinuaba en Colombia muy a lo lejos… en lo que Núñez no estaba pensando
al impulsar las medidas económicas que llevó a término “. (40) Por su parte, Caro anunció que iban a
hacer “una gran transformación social”, así, “es, Señor presidente, el paso forzado y glorioso, de la
anarquía a la igualdad…Es, Señor Presidente, la condenación solemne que vamos a hacer, con los
labios y el corazón, de la vida revolucionaria, de todo principio generador de desorden”. (41)

Entonces, es claro que en la política económica de Núñez nada hubo que


tocase lo más nuclear de las relaciones sociales como si lo intentó Rafael
Reyes dos décadas más tarde cuando buscó impulsar la economía hacia la
modernización capitalista. Se podrá inducir, entonces, que el Estado de la
primera Regeneración no cumplió papel alguno en la institución de lo social
siendo, en este caso, la cohesión social un asunto más ligado a la coerción del
Estado y al peso de la ideología bajo su forma eclesial religiosa, que a la apari-
ción y ampliación de nuevas relaciones sociales de producción.
Ahora, si nos preguntamos por las condiciones sociales de vida de los subal-
ternos y de los sin propiedad durante la Regeneración, se podrá decir que ese
no era asunto que el Estado sintiese como suyo o como de su competencia,
que allá cada quien se defendiese como pudiese acudiendo, sobre todo, a las
organizaciones de beneficencia y de caridad, que el Estado, en lo que alcanza-
sen sus recursos, les daría algún apoyo. En general, se trató de una benefi-
cencia como asistencia social inspirada en los principios de la caridad cristiana
o en los de algunos filántropos. En Colombia, sólo a partir de 1930, lo social,
como reivindicación o como Política pública, empezó a aparecer con cierta
importancia como un asunto del Estado. (42) Aun más, fue el propio Estado el
que bloqueó las posibilidades de organización de los subalternos al prohibir la
creación de ‘sociedades permanentes’. Pero, si nos salimos de la acción del
Estado para referirnos a la forma de gobierno, ésta, autoritaria e impositiva, no
hizo otra cosa que ejecutar y reproducir el modelo. Y si nos preguntamos por
el régimen político instalado en la época, importa destacar cómo el partido que
canalizó los apoyos electorales y simbólicos de la gente, fue un partico único,
el partido nacional de Caro, que copaba toda la institucionalidad estatal y
gubernamental.
En un contexto así, en el orden simbólico, la cultura política dominante, vale
decir, las ideas, creencias, apreciaciones y valoraciones con las que la gente
miraba y leía ese sistema político, no hizo otra cosa que reafirmarle un carác-
ter casi ‘natural ‘al orden vigente: Dios lo quería así y la Iglesia lo ordenaba. La
Cultura secular se encontraba, entonces, en retirada bloqueada en casi todos
los espacios de la vida social.

QUINTA PARTE

7. EL PAPEL DEL ESTADO EN LA HISTORIA DE LA INSTITUCIÓN DE LO


SOCIAL DURANTE EL OCTOENIO DE URIBE .Página 27

El análisis sobre el papel del Estado en la institución de lo social durante los


ocho años de gobierno de Uribe, puede iluminarse preguntándonos no tanto
por el debate sobre el comunitarismo en el ámbito de la filosofía política (43)
sino, más bien, por los modos como él, su equipo de gobierno y sus asesores
en ideas han pensado y, sobre todo, practicado el llamado Estado comunitario.
El gobierno de Uribe se ha caracterizado por una enorme capacidad publicita-
ria de juntar “palabras”, efectistas y atrapantes, pero que, en la práctica social
de cada día, conducen a hacer cosas distintas de las que, en su comunión,
sugieren destacándose, por ejemplo, pares de términos como Estado comuni-
tario, Seguridad democrática, Consenso social, Ciudadanía informante, Con-
fianza inversionista, Estado de Opinión, Empresariado con responsabilidad
social etc.
En general, la noción de Estado comunitario ha sido muy precaria y, sobre
todo, babosa y resbaladiza recogiendo, en su generalidad, la idea de una
ciudadanía participando en lo público y aún en la ligazón de lo público con lo
privado. Pero, desde una noción así, cualquier gobierno, que ponga cierto
énfasis en la participación ciudadana, hará méritos suficientes para ganarse la
condición de “comunitario”.

Examinemos, más bien, lo que el propio gobierno ha dicho que debe entender-
se por Estado comunitario. En “El Manifiesto Democrático- 100 Puntos, se lee
sobre la materia,

“Nuestro Estado comunitario dedicará sus recursos a erradicar la miseria (a.), a construir equidad social
(b.) y dar seguridad (c). Habrá más participación ciudadana en la definición de las tareas públicas, en su
ejecución y vigilancia”.
Pero, si pobre e imprecisa es, en su generalidad, esa idea de Estado comuni-
tario, más precaria se evidencia cuando se examina cómo Uribe invirtió sus
ocho años de gobierno buscando los objetivos de la seguridad personal y fami-
liar y patrimonial de “todos”, que no nos maten, por lo menos, digámoslo así
con benignidad, quedando la erradicación de la miseria y la construcción de
equidad social reducidas a la condición de políticas reflejas o, por lo menos,
subordinadas.
Al iniciar su primer gobierno, Uribe “farquicizó” la reflexión nacional. A la
manera como, de acuerdo con Núñez, las guerras civiles acaecidas entre 1860
y 1876, habían sido la causa de todas las desgracias del siglo XIX y, sobre
todo, del atraso económico, ahora para Uribe, las Farc eran las responsables
de todas las perversidades nacionales y, sobre todo, las culpables de que el
país no alcanzase una mayor prosperidad económica.
Entonces, de acuerdo con la “neopaz científica” de Uribe, no había sino una
salida, recoger y canalizar todos los recursos de Estado, sobre todo los fisca-
les, para financiar el objetivo estratégico de derrotar militarmente a las Farc.
De una vez por todas, el Estado debía enfrentar el financiamiento de todos los
costos de transacción asociados al final de la ahora llamada delincuencia
terrorista, tales como la acción militar en sí misma, la definición de un Estatuto
antiterrorista, el diseño de una nueva normatividad para garantizarle al capital
extranjero la seguridad jurídica, la creación de un Ejército ciudadano de infor-
mantes y la puesta en práctica de una Estrategia de reinserción orientada a
restarle todos los días miembros a las guerrillas.. En un marco de inspiración
y de acción así, la Seguridad democrática tenía que adquirir la condición de
Política pública- Reina, a ella, a sus lógicas, intereses, necesidades y ritmos
de temporalidad debía quedar subordinado el conjunto de la acción del
Estado.
Como para decir, entonces, que el Estado comunitario, dentro de los límites
de estos ocho años, no ha sido otra cosa que la ciudadanía participando para
entregar a la Fuerza Pública información sobre sus conciudadanos sospecho-
sos. Ha sido por esto por lo que el ciudadano informante, ha aparecido, en ese
contexto, como el ciudadano ideal. Fue así como durante el gobierno de Uribe
las funciones sociales del Estado fueron convertidas, cada día más, en funcio-
nes concretas de los ciudadanos concretos quedando estos obligados a satis-
facer por sí mismos sus necesidades de salud, educación y empleo. Constitu-
ye éste el otro pilar del Estado comunitario, el mercado como el más importan-
te regulador de la vida social.
En síntesis, durante este gobierno el Estado comunitario ha sido aquel en el que grupos de ciudadanos
individuales, mientras más desorganizados mucho mejor, han participado en semanales Consejos comu-
nales, ya se está llegando a la cifra de 250, en procura de que el Estado les subsidie, con algún nivel de
limosna, su condición de pobres o de indigentes con la conciencia de que, en lo substancial, sus necesi-
dades básicas deben ser satisfechas por el mercado.

Pero ocurre que vivimos en una sociedad en la que sólo un 25 o 30% de la


población es habitante del mundo del mercado; esto significa que entre un 70
0 un 75% de la ciudadanía es nada o casi nada lo que tiene que ver con él. O
sea que de los 41 millones de habitantes que tiene Colombia- dato del DANE
para el 2006- 29 millones es nada o casi nada lo que tienen que ver con él y
de éstos, 21 compran en la tienda de la esquina, los pobres, y 8 hasta de ella
están excluidos, los indigentes.
Como podrá observarse, entonces, a la luz de una sociedad con un cuadro
clínico social así, muy pobre y precario es el papel que puede cumplir el
Estado en la institución de lo social y casi nula podrá ser la contribución del
mercado a la creación de tejido social.

SEXTA PARTE

8. HACIA UNA MIRADA HISTÓRICA COMPARATIVA ENTRE DOS MODE-


LOS DE REGENERACIÓN.

8.1.El Estado en las dos Generaciones

Con el más celoso respeto a los contextos de especificidad histórica, que nos
inhibirán las generalizaciones abusivas y, por lo tanto, ahistóricas, creemos
que, partiendo de las reflexiones hechas hasta ahora, podemos fijar algunos
ejes de comparación entre los dos primeros gobiernos de Núñez y el “octoe-
nio” de Alvaro Uribe Vélez, sobre todo en lo referente a las formas de gobierno
y al papel del Estado en la institución de lo social en dos presentes precisos, el
de la Primera Regeneración de 1880, de un lado, y el de la Segunda Regene-
ración de los inicios del siglo XXI, del otro.
Empecemos diciendo algo sobre los individuos. De origen liberal el uno y el otro, ambos, ya por evolución
ideológica ya por táctica, pasaron con los años a posturas, por decir lo menos, a-liberales. Hasta a ellas
llegaron en plena maduración política cuando le atribuyeron a su respectivo proyecto político la condición
de inamovible y perenne y, por lo tanto, la de fuente exclusiva y excluyente de legitimación social. Enton-
ces como ahora en las elecciones presidenciales del primer semestre del 2010, todos los aspirantes a la
gobernanza relegitimaron al respectivo líder al señalar que, por fuera de la apuesta del Mesías, se
desembocaba en el apocalipsis: orden perenne o “catástrofe”, gritó Núñez desde el Cabrero, y seguri
dad democrática o “hecatombe” replicó Uribe desde el Ubérrimo. Pero, sus gritos arrastraron una peque-
ña aunque enorme diferencia, Núñez, al separar un poco su apetito de poder de la institucionalidad, fue
reelegido cuatro veces sin cambiar las reglas del juego, en cambio, el hijo de Puerto Salgar, uribizó la
institucionalidad en procura de hacerse reelegir hasta que la Corte Constitucional salió en defensa de la
democracia liberal a la que el mediático presidente, como situación fáctica, había reemplazado por (el
estado) de opinión de los Mas Media. Ahora, en cuanto a las formas de gobierno, el frío y distante Núñez,
en lo discursivo, fue más explícito que el errabundo, cercano pero nervioso Uribe. De entrada, el hijo del
Cabrero le dijo a los delegatarios de 1886 que lo que la regeneración buscaba era instaurar en el país
“una república autoritaria “, perenne e inamovible, como condición necesaria para el progreso económi-
co. Uribe, en cambio, buscando lo mismo, una seguridad autoritaria perenne como condición sine qua
non de la prosperidad económica, de la confianza inversionista y de la cohesión social, le colgó un adjeti-
vo atrapante como el de “democrática”. En los 100 Puntos insistió en que lo era, porque buscaba “prote-
ger a todos, al trabajador, al empresario, al campesino, al sindicalista, al periodista, al maestro, frente a
cualquier agresión”. Más allá de tanto y tan reiterado debate como ha habido sobre la Seguridad demo-
crática, se podrá observar ahora cómo en el Catecismo uribista de los Cien puntos, quedaron fijados los
contenidos, alcances y límites de la única política orgánica que ha habido en los dos gobiernos de Uribe.
La seguridad democrática era aquella estrategia que buscaba la derrota militar de la guerrilla arrebatán-
dole el dominio territorial que había alcanzado para, de esa manera, proteger a toda la ciudadanía de
cualquier agresión. A posteriori, presuponiendo siempre la efectiva derrota militar de las guerrillas, la
Seguridad perenne de Uribe podría haber merecido el carácter de “restringidamente democrática” dada
su intencionalidad de defender a la ciudadanía “de toda agresión”. Pero, como ya se vio, en el Catecismo
se alcanza a leer antes que con ella también se buscaba erradicar la miseria y construir equidad social.
Esto no obstante, al gobierno, digámoslo, de nuevo, con benignidad, un fisco de guerra no le alcanzó
para la inversión social. De todas maneras, entonces, en un punto clave, el de la forma de Gobierno, las
dos Regeneraciones se asentaron sobre una forma autoritaria de República a la que había que
construirle cimientos de perennidad. Constituye éste el punto central de aproximación, pues en lo
referente a sus concepciones sobre papel del Estado en la economía, Núñez y Uribe tuvieron una evolu-
ción doctrinaria distinta. Mientras que el primero evolucionó desde su liberalismo económico de media-
dos de siglo XIX a posiciones proteccionistas en la década de 1880, Uribe pasó del intervencionismo de
Estado que practicó López Pumarejo entre 1934 y 1938, a su actual neoliberalismo, tozudo y casi
vergonzante, pues niega serlo insistiendo en su tesis de Estado comunitario. Esto no obstante, como ya
se vislumbró en el acápite correspondiente, ninguno de los dos tipos de Estado, ni el de la primera ni el
de la segunda Regeneración, contribuyeron a darle forma a lo social en la sociedad colombiana. Por otra
parte, si al Estado de la primera Regeneración, no obstante la Rerum Novarum de 1891 de León XIII, no
le importó la cuestión social, al de la segunda el asunto le pasó resbalando. Su semejanza presenta
también el problema de las relaciones de las autoridades de las dos Regeneraciones con las ciudada-
nías. En la década de 1880 la palabra “ciudadanía” se encontraba expulsada del lenguaje oficial. Aún
más, la Constitución de 1886, de modo expreso, prohibió que los ciudadanos, entre ellos, sobre todo, los
subalternos sin propiedad, se organizasen en sociedades permanentes. Ahora en la primera década del
siglo XXI, Uribe ha dado muestras diarias de amor las ciudadanías, pero se ha quedado con las ciuda-
danías individuales y mediáticas sintiendo horror por las organizadas, de modo autónomo, como fuerzas
colectivas.
Como para no extrañar, entonces, el cuadro que observamos en la sociedad
colombiana en esta primera década del siglo XXI: la reiteración de una cons-
constante de violencias; las formas de extrema crueldad en su ejercicio;
los nexos entre las violencias, el crimen y la institucionalidad; “el todo
vale con tal de derrotar al enemigo”; la universalización del miedo y el
aprendizaje de su administración cotidiana por parte de la ciudadanía; el
pragmatismo amoral; y la relatividad de la normatividad y de las institu-
ciones, todo ello, de algún modo, asociado, a la existencia de un Estado
incapaz de contribuir a darle forma a lo social. Pero, ¿Qué más se podrá
esperar de una sociedad más para-institucional e informal que institucio-
nal, en la que el sistema político no ha podido cumplir un papel protagó-
nico en la construcción de lo social?
Como se podrá intuir, esta sociedad, no obstante las dificultades para
descifrarla, ¡sí que es inteligible!

A algunos les podrá parecer que a estas ideas subyace una defensa del
moralismo y de la institucionalidad per se. Pero, no. Que cada cual se
atenga a los principios morales que quiera, pero sin acomodarlos a la
elevada valoración social (cultura) que el poder institucional, sobre todo,
el macro, ha alcanzado en esta sociedad. Por otra parte, por tradición, la
defensa de la institucionalidad siempre ha sido una bandera de las dere-
chas. Esto no obstante, creemos que una nueva izquierda que, con difi-
cultades, ha roto con el método de las armas “por principio”, debe rein-
ventarse los criterios para luchar, desde el establecimiento, por la trans-
formación del establecimiento. Por ahora digamos que, al respecto, inte-
resan tres ejes, primero, el respeto a las reglas de juego establecidas,
segundo, el origen democrático de las instituciones, y tercero, la efectivi-
dad social de la institucionalidad.

8.2. Del Éxito de la primera Regeneración al Desvanecimiento fáctico de


la Seguridad Democrática.

No en el tintero, como antes, sino, más bien, en el computador se nos ha


quedado una corta reflexión sobre el grado de éxito de dos Modelos de
Regeneración con muchas semejanzas, a los que hemos valorado, por
qué temerle a la palabra, como de signo negativo y perverso.
Exitosa, como ya se ha insistido, fue la primera Regeneración. Tuvo una existencia secular. Así habría
deseado Uribe ver la suya, la segunda Regeneración. Como con reiteración se ha insistido, su deseo ha
sido el de instaurar un siglo de seguridad perenne con un siglo de prosperidad económica para asegurar,
así, una Arcadia continuada de muchos siglos de confianza inversionista y de cohesión social. Esto no
obstante, de acuerdo con nuestros análisis, la Seguridad democrática como proyecto político de largo
alcance, no como deseo suyo o como opinión de los Medios y de casi todos los candidatos a la presiden-
cia, no le duró sino siete años, pues, al entrar al octavo, evidenciaba los síntomas y enviaba las señales
(ninguna de ellas recogida y serenamente evaluada por la sociedad mediática) de una apuesta militar-
terca, agresiva y hasta imaginativa- que ya había dado de sí todo lo que podía dar. Pero, ¿Qué era lo
que había dado? Congeló, por un buen tiempo, el vertiginoso ascenso militar en el que, arrolladoras,
venían las guerrillas desde la década de los ochenta, las Farc sobre todo. No las derrotó en 13 meses,
como había sido la promesa inicial, tampoco lo hizo en los cuatro años de su primer mandato, razón con
la que justificó la primera reelección. Ahora sí, dijeron todos, vendrá el final de la serpiente herida y
efectivamente hubo importantes golpes armados y deserciones y operaciones espectaculares con resul-
tados más publicitarios que militares, pero tampoco llegó “el fin del fin”, como pregonaron los Generales
y ni siquiera logró colocarlas en situación de casi obligada capitulación como era la expectativa y la
esperanza del sector más moderado del uribismo. Reflexionemos aquí que a las Farc, se las habrá
derrotado militarmente cuando el Ejército logre colocarlas en una situación así. Hasta ahora ello no ha
sido posible. En contraste, desde mediados del 2009, las Farc han venido dando señales de una progre-
siva recuperación militar. Entonces, aunque la Seguridad democrática, por momentos, les ha hecho
morder el polvo a los farquianos, aunque, apelando a efectistas dispositivos mediáticos, los ha matado
en la intimidad de millares de colombianos, aunque casi todos los candidatos a la presidencia han
proclamado que, yendo un poco más allá de Uribe en lo social y en la construcción de convivencia
urbana, mantendrán la Seguridad democrática como inamovible Política de Estado, sin embargo, las
Farc no han sido derrotadas. En realidad de verdad que el gobierno de Uribe, en términos estrictamente
militares, no logró dar el paso de una estrategia defensiva de contención, por cierto exitosa, a una estra-
tegia ofensiva orientada a buscar una rápida definición de la guerra.
Por importante, admirable y admirado que haya sido ese acto de signo liberal democrático, el desmonte
del proyecto político de Uribe “de un siglo de seguridad democrática para un siglo de prosperidad econó-
mica” no tuvo lugar el 26 de febrero del 2010 cuando la Corte Constitucional declaró inexequible la ley
de convocatoria al referendo reeleccionista. EL fin de su fin empezó a gestarse por la acción envolvente
de un conjunto de acciones de naturaleza muy diversa que, silenciadas por los Medios o apenas medio
registradas de modo acrítico, se fueron acumulando durante muchos meses en sus consecuencias
perversas.

8.3. Ocho Razones de la Evaporación fáctica de la Seguridad democrática.

En sentido estricto, la Seguridad democrática no ha sido derrotada, más bien


diríamos que , como resultado de su propia acción perversa, ontológicamente
se ha venido evaporando tornándose cada vez más menos eficaz en lo militar
y, sobre todo, menos funcional en lo político, cultural y moral. Entre esas accio-
nes envolventes, que han venido incidiendo en la evaporación fáctica de la
Seguridad democrática, podemos resaltar,

1. El haber tirado la casa fiscal por la ventana apenas iniciada “la fiesta
uribista de la guerra”.

Al haber sido así, el próximo presidente se encontrará con el hecho creado y


casi irreversible, de que la financiación futura de la Seguridad democrática y
de toda la parafernalia institucional militar y publicitaria a ella asociada, FISt-
CALMENTE NO ES VIABLE: ya no llegarán seis mil millones de dólares en
cuatro años, pues ya no está Bush en la Casa Blanca.

2. El progresivo aislamiento internacional de Colombia: sola y solitaria en


América latina, con una Europa que, muy crítica por los exabruptos cometi-
dos, sólo envía señales de apoyo por parte países que, como España, han
consolidado en la última década sus intereses financieros en Colombia y con
un Obama que se ha hecho el de la oreja sorda en el momento de pagar el
regalo de las siete bases militares. En la época de la globalización, ningún país
del mundo, por si mismo y con su solo esfuerzo, podrá abordar el tratamiento
positivo y creativo de un conflicto tan complejo, tan antiguo y de tanto calado
como el conflicto armado colombiano. Esto reviste mayor validez cuando el
conflicto se ha internacionalizado.

3. La incapacidad de aprender de la propia práctica de la Seguridad demo-


crática. Enceguecido por la obsesión del triunfo, el equipo de gobierno nunca
hizo un balance sereno y crítico de los resultados de las operaciones militares
centrales. En nuestro concepto, los meros resultados de la Operación Patriota
deberían haber conducido a rectificar muchas cosas y a echar por la borda
ciertas convicciones o suposiciones dogmáticas. Esa Operación no fue una
acción coyuntural sino, más bien, el intento de una batalla final orientada a
derrotar a las Farc en su retaguardia estratégica procurando la captura del
Secretariado de la fuerza insurgente. Con 14.000 soldados se buscó envolver
en varios anillos a su dirección en una zona de 241.000 kilómetros cuadrados
(los departamentos de Caquetá, Meta, Guaviare y Putumayo) dejando allí
encerrada a una población de 1.7 millones de habitantes. Pero, ¿cuáles fueron
los resultados de esta operación, que los Medios apenas si mencionaron no
obstante tratarse de una de las acciones más espectacular, compleja y costo-
sa de la moderna historia militar del país? De acuerdo
con los datos suministrados por los dos militarismos enfrentados, el triunfalis-
mo oficial versus la invencibilidad de las Farc, ambos ganaron. Por su parte, el
académico Alfredo Rangel, que ha producido mucho pensamiento militar
estratégico cercano a las lógicas de la Seguridad democrática, se detuvo a
examinar los escollos encontrados por una operación como esa, asociados “a
la reacción de la población, las limitaciones de los mandos, la geografía, el
clima, entre otros factores, pero, sobre todo, a la reacción del adversario”.
(43)De todas maneras, más temprano que tarde, sobre ese evento, con muy
escasas excepciones, casi no se volvió a hablar en los discursos oficiales y por
ahí en algún Medio se filtró que la operación había sido cancelada, pues la
lesmaniasis estaba acabando con los soldados. El propio Rangel ya lo había
advertido, “La alternativa, escribió, ¿no será mejor seguir debilitando a las Farc
en muchos sitios donde es más débil, como ya se hizo en Cundinamarca,
antes de atacar mucho más fuertemente en el sur del país? Por lo pronto, la
opinión nacional no deberá esperar éxitos espectaculares del Plan Patriota, ni
reclamar rápidos resultados”. (44) Por el contrario, información indirecta
señala que en el sur del país, en la retaguardia estratégica de las Farc, la
Seguridad democrática no pudo con estas. De haber habido una evaluación
responsable de una situación así, se debería haber revirado hacia otro esque-
ma de guerra y por qué no, hacia un modelo de negociación distinto del des-
plegado en el Caguán, generador sí de un cambio profundo en el régimen polí-
tico y en la Cultura del poder, pero sin la exigencia de una zona de despeje y,
quizá, sin la necesidad de asignarle la tarea de producir la necesaria revolu-
ción social que el país requiere.

4. El reiterado incumplimiento en las fechas prometidas para derrotar las


Farc

Aunque el hecho se justificó con pequeños y aislados golpes militares o con


ciertas acciones de distracción más espectaculares, en la amplia base social
del uribismo la esperanza siempre fue mayor que la tardanza, pero los meses
transcurridos sin que llegase “fin del fin” empezaron a socavar los ánimos, así
como los bolsillos de los sectores que estaban cubriendo el impuesto de
guerra.

5. El ahondamiento progresivo del desequilibrio político entre las distintas


ramas del poder público agigantando un presidencialismo egolatrizado en la
coyuntura, constituyó otra de las causas que más incidieron en una rápida
evaporación “ontológica” de la Estrategia de Seguridad democrática. En una
primera etapa, el presidente trató casi a las patadas a los magistrados; en un
segundo momento, éstos, sobre sólidas pruebas penalizaron la parapolítica
untada hasta los tétano de uribismo; después Uribe, en vez de gobernar, se
dedicó a hacer política orientada a sacar avante sus reelecciones y, entonces,
ante su ausencia en el ejecutivo, algunos jueces lo reemplazaron dedicándo-
se a gobernar- recordar la sentencia de una de las Cortes en la que se reco-
gieron directrices sobre lo que debería ser una Política de Seguridad social;
finalmente, mientras Uribe le decía al pueblo, convertido en Estado de Opinión
pero vulnerando la Constitución, que presionara políticamente sobre los
jueces para que se abriesen a su segunda reelección, la Corte Constitucional
por 7 votos contra dos, en una sabia decisión política ajustada a derecho, deci-
dió restaurar el Estado de derecho. Ese día, el 26 de febrero, fue tan tenaz el
golpe recibido por Uribe, que, de súbito, tornó a ser liberal. Esto fue lo que dijo,

“Así como hay que respetar la participación del ciudadano, también hay que respetar la norma constitu-
cional y la norma legal que reglamenta esa participación del ciudadano y hay que acatar al órgano que
se expresa con fuerza de mandato sobre si el proceso participativo se ha ajustado o no a la ley y a la
Constitución”.
"El estado de opinión es una expresión del Estado de derecho, no es un oposición al Estado de Derecho.
El estado de opinión tiene que respetar la ley, la Constitución. La participación de los ciudadanos no
puede ser contraria a la ley. No puede ser contraria a la Constitución y ahí entra ese elemento fundamen-
tal del Estado de Derecho, la justicia y los órganos de control. Hay que acatar al órgano de control que
se expresa con fuerza de mandato sobre si el proceso participativo se ha ajustado o no a la ley a la Cons-
titución".

6. Diseñada para enfrentar unas violencias, otras han terminado siendo su


fruto casi natural. La seguridad democrática se ha venido haciendo astillas,
primero, bajo el peso de distintas violencias que, por distintas razones, estu-
vieron en su origen, y, segundo, impugnada por las violencias que ha reprodu-
cido. Digamos algo sobre las violencias que la acunaron. Originada en el
propósito de la más rápida derrota militar de las Farc, en un principio el gobier-
no habló de 17 meses, sin embargo, no ha logrado aclararse a si misma su
originaria relación con los paramilitares.Estos en el 2001, en Santa Fe del
Ralito, pactaron con fuerzas o sectores o individuos uribistas la refundación
del Estado y, ellos, con consentimiento o sin el consentimiento de Uribe, en
público adhirieron a su programa y, en lo político electoral, lo apoyaron sin que
el candidato rechazara nunca esas adhesiones. Vino enseguida un segundo-
pacto, ahora sí con la participación del nuevo gobierno. EL mismo día de su
posesión, el presidente Uribe radicó ante el Congreso una iniciativa de indulto
general que, entre otras cosas, posibilitaba el acceso de los paramilitares a la
representación regional y municipal. (45) Fue así como, de modo indirecto, se
les reconoció la condición de actores políticos. Vino después el enredo de la
polemizada ley de Justicia y Paz. De todas maneras, ésta quedó en suspenso
cuando, por las razones que fuese, el gobierno de Uribe extraditó a la cúpula
de la dirección del paramilitares quienes se marcharon llevando en sus mochi-
las muchos secretos- entre ellos, qué era lo que habían negociado con el
gobierno- y dejando intactas e inamovibles las estructurales regionales y loca-
les de poder del paramilitarismo. Ha sido sobre estas bases de poder hereda-
das sobre las que, con algunos cambios, se montó un paramilitarismo de
nueva generación que, en pleno gobierno de la Seguridad democrática, se ha
convertido en una importante fuente de inseguridad rural. Por otra parte, focali-
zados casi todos los recursos hacia “el fin del fin” de las Farc, no hubo el fisco
necesario para trabajar la convivencia citadina encontrándose allí una de las
fuentes de la inseguridad urbana.
No obstante que en varios aspectos importantes, secuestros, sobre, el crimen
se ha frenado, añádase a estas nuevas formas de inseguridad, la rural y la
urbana, el hecho de que las guerrillas no han sido derrotadas- sólo se las ha
contenido- y de que el narcotráfico continúa siendo un vaso comunicante en
nexos con todas ellas, para formarse un cuadro clínico más preciso sobre el
estado de las violencias a ya casi ocho años de la inauguración de la estrate-
gia de la Seguridad democrática.

7. “El todo Vale” con tal de derrotar al enemigo, ha sido el factor con
mayor fuerza en el progresivo desvanecimiento de la Seguridad democrática,
sobre todo en el mundo exterior
A este respecto retornamos a nuestro antiguo maestro de juventud, el lúcido e
incisivo y preciso y vigoroso y atormentado Albert Camus. Destacamos ahora
sus Cuatro Cartas escritas en la primera parte de la década de 1940 y recogi-
das en “Carta a un Amigo Alemán”. (46) Con ellas buscó contribuir a ganar la
guerra, primero, buscando construir una posición moral de cara a ella y, segun-
do, refinando la idea sobre la importancia de ganarla contra Alemania. En
Colombia en la época y coyuntura que estamos viviendo casi siempre hemos
prescindido de una lectura ética de los medios. La juzgamos innecesaria
porque, frente a tanta barbarie reiterada y frente tan elevada valoración social
existente en esta sociedad de cara a los poderes de turno, hemos aprendido
que el fin justifica los medios. Claro que esto es superable porque es en el
ámbito de los medios donde se le atribuye transgresión moral al quehacer
humano, y no tanto en la idealidad de los fines. Como en una charla de años
atrás dijera Fernando Cruz K, “Nada más peligroso que un fin noble en manos
de un asesino que dice defender un ideal” (47) La Colombia de la Seguridad
democrática, dados los manejos prácticos de ésta, ha sido muy propicia para
asentar socialmente la tesis de que el fin justifica los medios. El síndrome del
enemigo ha prendido en casi todos los corazones para generar en unos o
asentar en otros los odios contra las Farc. Por eso se ha asentado la idea de
que se debe apelar a los “medios que sean para aplastar al Secretariado de
las Farc. En opinión-representación de tantos y tantas, “bueno” es todo lo que
contribuya a lograr ese fin y “malo”, todo lo que lo entorpezca. De estar a
nuestro lado, Camus nos hubiera dicho, “No puedo creer que haya que some-
terlo todo al fin que uno persigue. Hay medios que son inexcusables”. En su
historia Colombia ha pasado por muchas fases de intensas violencias viéndo-
se éstas casi siempre justificadas con la idea de que “un fin elevado” se
merece “los medios que sean”. Ha sido así como, vía la acción colectiva,
hemos construido muchos monstruos. Para restablecer en Colombia una ética
de los medios y métodos, el esfuerzo colectivo tendrá que ser enorme, pues
enorme es el reto. ¿Cuándo será que, como lo hizo Camus con su amigo
alemán, nos podamos decir los colombianos unos a otros, “A pesar de uste-
des mismos, les seguiré llamando Hombres. Para ser fieles a nuestra fe,
estamos obligados a respetar en ustedes lo que ustedes no respetan en
los demás”.

8. La unidimensionalidad de la Seguridad democrática.

“Seguridad democrática”, de acuerdo con el Catecismo uribista de los Cien


Puntos, es la posibilidad de que a cada ciudadano le protejan el miedo a que
otro ciudadano lo afecte en su integridad física, en su vida misma, así como en
su libertad y patrimonio personales. Eso está bien en cualquier Estado, con tal
de que esa posibilidad se convierta en realidad para todos los “asociados”. Es
válido afirmar que en estos años del Octoenio de Uribe los indicadores han
señalado que, en relación con algunas de esas dimensiones, en unos años
dados, la acción criminal se frenó, sobre todo, en lo relacionado con la tasa de
homicidios y con el elevado volumen de los secuestros. Esto no obstante,
mirado al detalle, región por región, año por año, en su relación campo ciudad,
el asunto no es tan simple. Ya se ha visto cómo, no obstante los indicadores,
las violencias se han reproducido. Por otra parte, ocurre que la seguridad del
ciudadano es muy compleja, posee muchas dimensiones, son muchos los
ámbitos de la vida humana desde donde pueden brotar los miedos sobre todo
en una sociedad donde el 75% de la población, como ya se dijo, habita en las
fronteras entre la pobreza y la indigencia. Esto no obstante, la Seguridad
democrática se instaló en la seguridad como un mero asunto de que “el otro”
no afecte mi vida, ni mi libertad personal ni mi patrimonio con el inconveniente
que, no obstante algunos reconocimientos, La Alta Comisionada de la Nacio-
nes Unidas para los Derechos Humanos le acaba de precisar y presentar,
como cuestionamiento radical, un cuadro clínico, según el cual, en 20 puntos
álgidos la situación de los Derechos humanos, para enero del 2010, ha
empeorado.(48)
Ha sido así como, durante estos ocho años, lo social como cuestión social
asociada a las condiciones de vida del pueblo de los subordinados, de los sin
propiedad, ha quedado al garete no sólo porque el fisco no ha alcanzado para
la inversión social sino, también, por convicción de los gobernantes de turno,
que piensan y han pensado que el problema de las condiciones sociales de
vida de la población es un asunto del mercado. Las consecuencias de una
situación y de un enfoque así, están a la vista. No obstante los halagos y
embrujos del Mesías, la movilización social que ha habido alrededor de la críti-
ca situación de la salud de los colombianos ha contribuido a un mayor desva-
necimiento fáctico de la Seguridad democrática

ALGUNAS CONCLUSIONES ACERCA DEL BICENTENARIO

Una sociedad en la que, a dos siglos de existencia de su Estado, éste ha fraca-


sado en su papel de protagónico en la historia de institución de lo social - por
ahora sólo lo hemos avizorado en dos etapas críticas de su historia- en defini-
tiva debe ser una sociedad en la que la que cuestión de su Estado constituye
todavía un asunto sin resolver. Hace 200 años, lo que hoy es Colombia no era
una provincia más de la Monarquía española, era, más bien, una Colonia
sometida y subordinada al Estado colonial español. Con pertinencia así lo
visualizó Camilo Torres en su famoso “Memorial”, los “Agravios” no eran
hechos a los indios colonizados sino a los hijos americanos de los españoles,
“Los naturales conquistados, y sujetos hoy al dominio español, son muy pocos
o son nada en comparación de los hijos de europeos, que hoy pueblan estas
ricas posesiones”, se lee en el ya clásico documento. Aún más, habían sido
sus padres los gestores directos e inmediatos del dominio y, por eso, sí había
alguna “diferencia” entre los descendientes de Don Pelayo y sus padres espa-
ñoles había sido la de que “nuestros padres, como se ha dicho, por medio de
indecibles trabajos y fatigas descubrieron, conquistaron y poblaron para
España este Nuevo Mundo”. Los agravios que les estaban haciendo a los hijos
de los españoles consistían en que los estaban privando de “distinciones,
privilegios y prerrogativas” a los que eran acreedores como “el resto de la
nación” española. ( 49 )
Al iniciarse el desmonte de la dominación colonial, se iniciaron los esfuerzos
por echarle bases a un Nuevo Estado (primer gran efecto de las guerras inde-
pendentistas) desde dos lógicas, primero, la de los intereses, sobre todos
burocráticos, de los americanos descendientes de los españoles que adminis-
traban el dominio colonial, y segundo, desde de las exigencias de un Estado
Nacional. Como decir, que la evaporación del dominio monárquico, no se
tradujo, de inmediato, en la presencia de un nuevo Estado. EL que se puso al
frente de este reto fue un Equipo de funcionarios, muy inspirado en el espíritu
burocrático del “Memorial de Agravios” que, sin mayor experiencia y en medio
de enormes dificultades, empezó a echar las bases de un emergente Estado
sobre los ejes de la formación de un aparato coercitivo, de una apuesta tributa-
ria y de un programa de Administración de Justicia. Durante casi todo el siglo
XIX, esos incipientes cimientos presentaron vicios de cuna, sobre todo, los
asociados a los intereses privados, así como los ligados al papel de las gue-
rras civiles en la construcción de la institucionalidad. En los inicios del siglo XX,
más que una reforma del Estado lo que hizo Rafael Reyes fue una reforma del
Aparato de Estado. Ahora, al traer a la memoria los 200 años de esa funda-
ción, quizá el Aparato de Estado posee ciertos visos de modernización, pero
los vicios de cuna del Estado como compleja relación social se han fortalecido

Al iniciarse, entonces, el siglo XXI, la situación continúa siendo similar, consti-


tuyendo motivo de especial preocupación asuntos como,
1. La baja capacidad del Estado para darle forma a lo social;
2. La subordinación reiterada de lo público estatal a los intereses priva-
dos;
3. La supervivencia de un Estado cuyos tres monopolios más definitorios,
se encuentran afectados de modo severo.
He ahí con lo que nos encontramos al traer a este presente del 2010 la recor-
dación del Bicentenario: con la necesidad de reinventarnos el Estado.
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