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PARAÍSOS FISCALES

Joaquín Bochaca
En un mundo en el que, abierta o solapadamente, los estados imponen las leyes a sus
súbditos y en el que, a mayor razón, los países fuertes dictan su política a los más
débiles, no puede dejar de sorprender !a bula de que parecen gozar los llamados
paraísos fiscales. Y con mayor razón si se considera que tales paraísos están ubicados en
países de escasa o nula potencia militar e incluso, en algunos casos, forman parte, en
calidad de colonias, y hasta de provincias, de alguna gran potencia, cuales son los casos
de las Islas Caymán, las Bahamas o las Islas Anglo-Normandas. Es evidente que tales
Paraísos son, no ya tolerados, sino fomentados y protegidos por altísimas instancias
internacionales, es decir, genéricamente hablando, por el Sistema. Aunque ciertos
organismos estatales pretendan poner cortapisas a las actividades que en ellos se
realizan, el respeto a las soberanías nacionales y a la sacrosanta libertad individual, tan
repetidamente olvidadas, cuando no pisoteadas en aras de hipócritas pretextos, impide
que la labor de aquellos organismos sea realmente efectiva. Antes de entrar en materia,
conviene enumerar los citados Paraísos. Son los siguientes: Liechtenstein, las Islas
Anglo-Normandas, Andorra, Panamá, las Islas Caymán, las Bahamas, Singapur, Hong
Kong y, en cierto modo, Mónaco y Tánger. Y, por supuesto, el Paraíso de los Paraísos
como prototipo y paradigma de todos ellos: Suiza.
En los Paraísos Fiscales, los grandes negocios los hacen los bancos, mientras los estados
que los albergan reciben una contrapartida por lo general relativamente módica. Por qué
se conforman con ella se explica por el hecho de que los gobernantes conocen los límites
de su poder, que, como en todas partes, deben en mayor o menor grado a la
"generosidad" bancaria y porque, en última instancia, el Sistema puede montar contra
ellos cualquier "cruzada" en defensa de los Inmortales Principios, y cuya culminación será
la indefectible substitución del díscolo y recalcitrante gobierno por otro más dúctil y que
comprenda realmente qué se espera de él. A pesar de influir tan poderosamente en
nuestras vidas, pocas personas comprenden realmente el mundo de los bancos. Lo
primero que hay que tener presente es que los bancos comercian con dinero, sea éste en
forma de numerario, de oro o de otros valores, y el dinero, como dice un viejo aforismo
francés, "no tiene olor". Tampoco tiene patria. Y la gran verdad de la Banca es que
carece de moralidad y de nacionalidad. Por supuesto, estamos hablando del negocio
bancario sin importar bajo qué bandera se escude cualquier banco, incluyendo los
erróneamente llamados "bancos centrales", y no pretendemos cuestionar la ética
personal de los empleados -incluso de los altos empleados- que hacen funcionar ese
negocio suculento. Pero los hechos son los hechos y vamos a tratar de exponerlos
someramente.
De la misma manera que un "perista" del mundo del hampa se hace cargo del material
robado por los ladrones, cualquier banco puede manejar, con toda legalidad, - los
negocios de la Mafia, sin emitir juicios de valor desde el punto de vista ético y sin tener
en cuenta el interés nacional o cualquiera otra de las "manías" que preocupan al "vulgum
pecus". Conocido es el caso de un banquero de Ginebra en la pared de cuyo despacho
había un marco con la frase: "Je ne veux pas le savoir!" (No quiero saberlo); cuando uno
de sus clientes trataba de explicarle el origen de los valores que iba a ingresar en su
banco y los motivos por los que deseaba la más absoluta discreción, el banquero
señalaba con el dedo el susodicho marco. En principio, la Banca no quiere saber. Aunque,
por supuesto, sabe. Y mucho.
Los bancos ubicados en los llamados Paraísos Fiscales son, con diversas vaciantes y
matizaciones, sensiblemente iguales a los demás, y su modus operandi es el mismo. La
única diferencia consiste en el tratamiento fiscal interno y en la radicalización del secreto
bancario. Es decir: en que los bancos, en los Paraísos, no pagan impuestos -o pagan muy
poco- al Estado, y el secreto bancario es prácticamente total. Por ejemplo: si un estado
determinado, al que le consta que un súbdito suyo tiene dinero en una cuenta bancaria
en un país paradisíaco y pide oficialmente a éste que le facilite datos sobre dicha cuenta,
la respuesta será invariablemente negativa. Razón que se aduce: el titular de la cuenta
no ha cometido delito alguno en el Paraíso y por lo tanto es, en dicho Paraíso, un
ciudadano honorable que goza de todos sus derechos, incluido el que se refiere a la
inviolabilidad del secreto bancario.
Como se sabe, el prototipo de los Paraísos Fiscales es Suiza. Unas breves consideraciones
sobre ese país, su génesis y posterior desarrollo serán, -creemos- muy útiles para esta
exposición. Desde que, en el año 1291, se formó la Confederación Helvética, los suizos
se han caracterizado por su carácter reservado, típico de las gentes de montaña y por su
enérgica determinación a proteger sus vidas privadas. Esto dejaría una impronta
indeleble en el futuro desarrollo del país: cada cantón, e incluso cada ciudad, goza de
una amplísima autonomía, lo que facilita la convivencia de individuos étnicamente
franceses, alemanes e italianos, que hablan sus respectivas lenguas, con el aditamento
de una cuarta, el romanche, que se habla en la capital, Berna, y sus aledaños. En un
territorio estéril y relativamente pequeño (unos 41.000 kilómetros cuadrados) viven seis
millones de suizos. Sólo una dieciseisava parte de su territorio es cultivable, y carece por
completo de riquezas del subsuelo. Durante mucho tiempo, este pequeño pais
montañoso subsistía de modo harto precario, con lo que sus comerciantes podían sacarle
al entonces escaso turismo y sus pequeñas industrias tradicionales de precisión, como la
relojera.
Como saben fue Zwingli, el fundador de la Iglesia Reformada quien, en Zurich, montó su
Inquisición particular y, al incautarse del oro de las imágenes de las iglesias católicas
fundó, sin saberlo, la banca suiza. Zwingli, al escoger lo que más le convino de los
idearios de Lutero y Calvino, creó una doctrina protestante de carácter eminentemente
suizo. Esa doctrina y su consiguiente ética sostienen que el trabajo es la forma más
excelsa de la conducta humana, que la riqueza es la justa recompensa del hombre y que
el dinero debe ser ahorrado y acumulado, porque Dios en el Paraíso (no ciertamente
fiscal) mandó a Adán que trabajara, de manera que la pobreza es una ofensa a Dios.
Como todos creen lo que les gusta creer, las enseñanzas de Zwingli fueron prontamente
aceptadas por los hacendosos montañeses y, con el paso del tiempo, fueron añadiendo
otros dogmas de fe adicionales a su religión laica. Ya que Dios vigila siempre, la honradez
es siempre un buen negocio; puesto que las remuneraciones al trabajo son sagradas,
uno debe pagar por lo que desea y obtener aquello por lo que ha pagado. Una tercera
ley, no escrita, de la idiosincrasia suiza, y que, por una especie de ósmosis, ha llegado a
conformar la manera de actuar de sus bancos, es la discreción llevada hasta el
paroxismo.
Suiza empezó a convertirse en un lugar de refugio de los capitales de todo el mundo a
finales del siglo pasado. La Guerra Franco-Prusiana, con los empréstitos (forzosos) de
guerra de ambos contendientes, abrió los ojos de mucha gente. Les hizo ver que, con la
frenetización de la alta política y el costo geométricamente acelerado de los armamentos,
sus gobiernos iban a sangrarles económicamente. Y como el Dinero (con razón se ha
dicho) es cobarde, empezó a buscar adecuados refugios. El genio mercantil suizo tendía
un puente de plata, que pronto se vería ampliamente concurrido. Suiza ofrecía seguridad,
pues el país ha sido siempre políticamente neutral; ofrecía una discreción absoluta, con
sus cuentas numeradas o en código cifrado; y aunque daba unos réditos mínimos o -o
más a menudo- inexistentes, a cambio ofrecía una serie de ventajas sobre inversiones y
movilidad del dinero de los que más adelante hablaremos.
La 1 Guerra Mundial aceleró la huída de capitales hacia Suiza, que ha llegado a
convertirse en la Meca del Dinero. Sus banqueros tenían, ya entonces, un prestigio mítico
y, además, una tradición de, al menos, dos siglos de aciertos y clarividencia en sus
inversiones. No en vano Voltaire había dicho: "Si ves que un banquero de Zurich se tira
por la ventana, síguele. Es que ha visto el modo de hacer dinero mientras cae". Ese
prestigio y esa reputación debían forzosamente atraer a las gentes deseosas de escapar
a la voracidad del Fisco de sus respectivos países, pero también al dinero adquirido con
medios deshonestos y, por supuesto, y en primer lugar, si no cronológicamente, sí en
magnitud, al dinero de la Mafia. El sistema bancario suizo se vigoriza de modo
automático con los pánicos financieros que se producen en otras naciones, pues tanto las
víctimas como, sobre todo, los inductores de las mismas, ponen su dinero a buen recado
mientras dura el temporal. Los primeros, un poco tarde, cuando ya su capital ha sufrido
los iniciales mordiscos de esa bestia llamada crisis Financiera, y los segundos, por
supuesto, un poco antes. Creemos que sería útil una somera exposición de las diversas
categorías de bancos que ofrecen sus servicios, tanto a los ciudadanos suizos como a los
de todo el mundo. Para ello nos hemos documentado en una fuente tan aséptica como la
Encyclopoedia Britannica. Helos aquí:
La primera institución financiera suiza es el Banco Cantonal, propiedad del Estado,
aunque cuenta también con un importante núcleo de inversores privados. Se limitan a la
financiación en su propio cantón, principalmente mediante préstamos hipotecarios. Los
extranjeros pueden abrir cuentas en ellos, aunque sin devengar intereses. Son bancos-
refugio absolutamente seguros. Aún sin cobrar intereses, el dinero aportado en divisas
extranjeras puede ser convertido en Francos Suizos, que normalmente se revalúan con
relación a las demás monedas, con lo que el dinero allí depositado mantiene su poder
adquisitivo, como mínimo. Luego existen los denominados Grandes Bancos. agrupados
en una asociación llamada Unión de Bancos Suizos. Estos bancos tienen el privilegio de
que no están obligados a declarar su capital a las autoridades monetarias de su país. A la
cabeza de estos bancos se encuentran los Tres Grandes: el Banco de Crédito Suizo,
fundado el siglo pasado por Alfred Escher, el Banco Unión y la Sociedad de Banca Suiza.
Los restantes dos grandes son el Banco Popular Helvético y el Bank Leu & Co.
Los Grandes Bancos realizan prácticamente todo tipo de operaciones financieras.
Manejan valores, suscriben acciones, actúan como agentes de bolsa para todo tipo de
clientes, especialmente extranjeros, proporcionan asesoramientos y muchos otros
servicios. Una tercera clase de bancos suizos son los llamados Bancos Locales, cuya
función primaria es ocuparse de la financiación de hipotecas dentro de una comunidad.
Algunos han crecido tanto hasta llegar a equipararse con alguno de los llamados Grandes
Bancos. Evidentemente, este gigantesco crecimiento no puede lograrse tan sólo con las
susodichas funciones primarias. Otras dos categorías son las Asociaciones de Préstamos
y las instituciones de Ahorro. Tales instituciones son casi exactamente iguales que sus
equivalentes en todos los países. Básicamente, invierten los ahorros en hipotecas. Pero
tiene que haber forzosamente algo más... MUCHO MÁS. Pues según Waller y otras
fuentes, como Arnaune, resulta chusco notar que en una nación de seis millones de
habitantes hayan ocho millones de libretas de ahorro.
Luego hay que tener en cuenta a las Asociaciones de Préstamos que simple y llanamente
comercian con dinero, a la vista. Captan dinero y lo prestan. El dinero de los
cuentacorrentistas no residentes en Suiza no devenga intereses. Es más, en ciertos casos
-ciertas instituciones- el dinero depositado incluso paga un canon de depósito. También
hay que mencionar a los bancos establecidos en Suiza por extranjeros. Uno de los más
fuertes es el Exchange and Investment Bank, cuyos fundadores y primeros propietarios
oficiales fueron Garson Reiner y Benjamín Wheeler, aunque el deus ex machina era el
mítico mafioso Meyer Lansky. Finalmente existen los llamados Bancos Privados. No
publican ningún balance y su papel en las finanzas propiamente suizas es insignificante.
Pero su acción e influencia en las finanzas mundiales es enorme. En Suiza, en suma,
existen 4.650 bancos o instituciones financieras, lo que da un total de uno por cada
1.300 personas. Pero tan impresionante cifra no convierte al país helvético en el líder
mundial bancario per capita.
Las islas Cayman constituyen un pequeño archipiélago en el Mar de las Antillas. Lo
forman sólo tres islas: Grand Cayman, Little Cayman y Cayman Brac, con una extensión
de 259 kilómetros cuadrados y una población que no llega a los 20.000 habitantes. Se
trata de las antiguas Islas de las Tortugas, descubiertas por Colón en 1.503. Sus únicas
riquezas naturales son las tortugas marinas, las palmeras y los cocoteros. Desde los
últimos treinta años se han convertido en un importante centro turístico. Pertenecen al
Imperio Británico en calidad de colonias. Pero el atractivo de las Caymán ya no es,
específicamente, el turismo. Desde hace unos veinte años se ha convertido en un Paraíso
Fiscal, propiciado por la amplísima autonomía de que goza. En estos minúsculos
territorios hay más de doscientos bancos, es decir uno, por lo menos, para cada cien
habitantes. ¡Esto sí que es un récord!.
Las Caymán son uno de los escondites favoritos del dinero de la Mafia y también de las
grandes compañías, en muchas de las cuales tiene intereses el Sindicato del Crimen o
incluso le pertenecen por completo. Al entrar en las Caymán, que -recordémoslo- es
territorio británico, las autoridades de Inmigración no sellan el pasaporte, ni a la entrada
ni a la salida, a solicitud del viajero. Los bancos realizan todo tipo de operaciones:
inversiones, transferencias de fondos, órdenes de compra y venta de acciones y toda
clase de valores, etc. Según parece, el segundo Colón de estos territorios, el que los
abrió al capital evadido, fué un conocido personaje del hampa norteamericano, Eddie
Levinson, que había sido socio de Fulgencio Batista, el dictador cubano predecesor de
Fidel Castro.
El único problema que plantean las Caymán es que están sobresaturadas de bancos,
amén del peligro de que cualquier día, aunque sólo fuera para justificar su existencia,
alguno de los organismos que luchan -o lo hacen ver- contra la evasión de capitales,
decida intervenir, siquiera proforma y algún agente honrado -o, simplemente,
despistado- "levante excesivamente la alfombra" y se arme un imprevisto desaguisado.
Esto ha hecho que, sin que las Caymán pierdan posiciones, los detentores de capitales
hayan buscado, en la misma zona -tan interesante por su proximidad geográfica con los
Estados Unidos- otro lugar donde ubicar otro Paraíso Fiscal. El lugar elegido resultó ser el
archipiélago de las Bahamas; una colonia británica, dotada de amplia autonomía,
compuesto por unas treinta islas e islotes, con una extensión de algo más de 11.000
kilómetros cuadrados y menos de 200.000 habitantes, el 95% de los cuales son negros o
criollos. Estas islas, situadas entre Florida y Cuba, constituían el emplazamiento ideal, no
sólo para el camuflaje de dinero, sino también para su posterior blanqueo a través de
operaciones bancarias aparentemente respetables y, en cualquier caso, absolutamente
legales.
En realidad, cuando Lou Chesler, socio del afamado capo de la Mafia, Meyer Lansky, se
trasladó a las Bahamas en 1960, su objetivo principal no era montar un banco, sino
simplemente colocar dinero del Sindicato del Crimen en áreas en las que también podía
florecer el negocio del juego. Chesler consiguió comprar numerosas propiedades,
incluyendo más de la mitad de la Isla de la Gran Bahama, la mayor del archipiélago en la
que está ubicada su capital, Nassau. El dinero de la Mafia pronto transformó aquéllas
paradisíacas islas en una especie de Montecarlo en gran escala, a pesar de las rigurosas
leyes que allí existían contra el juego. Según Waller -crítico norteamericano que se ha
ocupado in extenso del asunto, el hábil Chesler consiguió obtener una licencia especial,
no se sabe si mediante soborno, chantaje, o ambos recursos a la vez. Los hombres de
Lansky obtenían en las Bahamas lo que se proponían. Un ejemplo: a pesar de la
prohibición oficial sobre el empleo de ciudadanos norteamericanos en la isla, los casinos
oficialmente pertenecientes a Chesler estaban bajo la dirección exclusiva de individuos
con pasaporte estadounidense: Morris Schmetzler, que se hacía llamar Max Courtney,
Frank Reiter, antiguos agentes del otrora célebre gángster Dutch Schultz, Jake Lansky -el
hermano de Meyer- y Dino Cellini.
Una vez firmemente establecida la Mafia en el territorio, Chesler fue substituido por Max
Orovitz, la mano derecha de Lansky para asuntos financieros. Orovitz y otro mago de las
Finanzas, Daniel Ludwig, fundaron un pequeño banco, el "Bahama Bank" que,
sorprendentemente, al cabo de poco tiempo, se hizo con el control de la entidad bancaria
“Tanque de Change et Investissements de Suisse", de Ginebra, entidad que serviría de
puente para el blanqueo de dinero vía Europa. Los primeros propietarios de aquél banco
fueron Garson Reiner y Benjamin Wheeler. Pero pronto, en las Bahamas, empezarían a
florecer los bancos como setas. Al frente de los mismos se encontraban nombres como
Eddie Levinson, Doc Stacher, Bobby Baker, el homosexual protegido en la Alta
Administración norteamericana por el Presidente Lyndon Jhonson, y Lou Polier. El
siguiente y definitivo paso consistió en conseguir -es de suponer que mediante los
habituales métodos mafiosos- que las autoridades coloniales de las Bahamas concedieran
numerosas licencias para la implantación de bancos extranjeros, particularmente
estadounidenses, en el territorio. El primero en hacerlo fue el "Miami National Bank",
propiedad de Samuel Cohen, pero luego seguirían muchísimo más, hasta los cerca de
cuatrocientos que había en 1991, y que suponemos habrán aumentado en nuestros días.
Sólo resta resta añadir que como todo Paraíso Fiscal que se precie, los bancos locales no
pagan impuestos y los extranjeros o los pagan ridículamente bajos o no pagan, según los
casos. Y el secreto bancario es rigurosísimo, a la suiza.
Otro Paraíso se encuentra en la República de Panamá, cuyo territorio tiene una extensión
algo menor que Andalucía y su población no llega a los dos millones y medio de
habitantes. En ese país nominalmente independiente, los Estados Unidos controlan de
hecho la zona del Canal de Panamá, que une los dos grandes océanos. Como en los
países hermanos, existen los bancos locales y los extranjeros, con el mismo modus
operandi, aunque la particularidad -la especialidad, podría decirse- de tales bancos
panameños es el blanqueo del dinero del Narcotráfico originado en la vecina Colombia y
en México. El mismo papel desempeña en la costa de China la colonia británica de Hong
Kong, y es de destacar que ese superpoblado aunque comparativamente minúsculo
territorio -que debe volver a soberanía china en 1997- sólo tiene segura una cosa: el
status quo de sus bancos. Todo lo demás: opción de naturalización de sus habitantes,
respeto de sus propiedades, derechos y libertades, aún está por discutir.
Al Oeste de Hong-Kong, la Ciudad-Estado de Singapur es un caso similar: con sólo 581
kilómetros cuadrados y casi tres millones de habitantes, cuenta con casi cuatro mil
bancos y agencias, siendo otro centro de blanqueo de dinero, aunque el origen del
mismo -según indicios- es bastante más limpio que el de Hong-Kong. En Europa, dejando
aparte el caso paradigmático de Suiza, los Paraísos Fiscales son, por lo menos en
apariencia, bastante más discretos. Pero, por lo demás, la mecánica de su
funcionamiento es la misma. En las Islas Anglo-Normandas, en el Canal de la Mancha, y
pese a formar parte del Reino Unido al mismo título que el territorio metropolitano, los
bancos gozan de una serie de prerrogativas, fiscales y contables, que facilitan la acogida
legal de dinero fuere cual fuere su procedencia.
Estas tres islas, con una superficie de 195 kilómetros cuadrados y una población que en
1986 (los últimos datos que poseemos) era de 130.000 habitantes, tienen registrados
ochocientos bancos y agencias. El caso del mini-estado de Liechtenstein, situado entre
Austria y Suiza es especial, pues aunque sus leyes bancarias son algo menos tolerantes,
presenta en cambio la gran ventaja de una legislación comercial extremadamente dúctil,
que permite la instalación de un sin fin de compañías tapadera. Con sede oficial en
Liechtenstein, empresas ubicadas en cualquier lugar del mundo, aparte de gozar de un
sistema fiscal excepcionalmente benévolo, pueden montar "holdings" en los que se
disimulan con toda comodidad titularidades empresariales y se invierten y reinvierten
valores, de un país a otro, según las necesidades de la coyuntura en un momento dado.
La población de Liechtenstein no llega a los 40.000 habitantes, una quinta parte de los
cuales vive en la capital, Vaduz, en la que, según los últimos datos en nuestro poder, hay
190 bancos y un número algo menor en el resto del minúsculo país. La pequeña
República de Andorra es, junto al Principado de Mónaco, una Cenicienta entre los
territorios que estamos estudiando. El secreto bancario es igualmente riguroso, pero, en
términos comparativos, el volumen de negocio de sus bancos -mucho menos numerosos
que en los demás Paraísos- es notablemente menor. La especialidad, por así decirlo, de
ambos, es la captación de residencias oficiales de gentes adineradas, pero cuyo dinero es
de un origen limpio. Muchos conocidos deportistas de élite, jubilados pudientes y ricos
industriales retirados huyen de la voracidad de sus respectivos fiscos nacionales y se
acogen a la residencia andorrana o monegasca, para justificar la cual les basta con pasar
unos cuantos días -creo que no llega a un mes, -oficialmente- y así poner a buen recaudo
su dinero.
Finalmente, hasta hace poco, también Tanger, en Marruecos, fue una muy importante
base de¡ dinero errante. Pero al perder esa ciudad su estatuto de internacionalidad y
pasar totalmente a depender de la soberanía del Reino de Marruecos, empezó una
plácida pero evidente decadencia. Sus bancos, aunque gozan de ciertas prerrogativas con
respecto a las demás instituciones marroquíes del mismo ramo, han ido perdiendo la
confianza del Gran Capital. Y ya se sabe que en el negocio del Dinero la confianza y la
discreción son absolutamente básicos. Actualmente, Tánger parece limitar sus
actividades bancarias a operaciones especiales más o menos controladas por las
autoridades locales.
Tras este rápido periplo por todos !os Paraísos Fiscales, será conveniente volver al
principio, es decir, al prototipo de todos ellos: Suiza. En ese país se inició la práctica de
las cuentas numeradas. Aunque el secreto ya está garantizado por la ley suiza, tener una
cuenta numerada significa, además, que menos empleados del banco conocen la
verdadera identidad del titular de la cuenta; tal vez tan sólo el empleado que la abrió y el
director del banco. No garantiza, pues, un anonimato total, pero sí reduce prácticamente
a la nada los riesgos, aunque -hay que repetirlo- el secreto bancario está asegurado por
la ley suiza. Además de las cuentas numeradas existen también las cuentas codificadas
(cuentas con nombres clave) y también es posible tener libretas secretas. En cuanto a la
correspondencia con los clientes, si éstos pagan por ello, es enviada por correo personal,
en mano. Este secretismo ha dado lugar, en ocasiones, a situaciones chuscas. Parece ser
que Eva Duarte de Perón abrió varias cuentas numeradas por un valor total de quince
millones de dólares. Pero se le olvidó, antes de morir, decirle los números a su esposo,
Juan Domingo Perón. Por lo que se sabe, Perón no pudo nunca echarle mano al dinero,
que sigue disfrutando de la paz de su tranquilo retiro helvético.
Una variante del caso expuesto les ocurrió a las autoridades fiscales norteamericanas,
que acudieron a Suiza para localizar siete millones de dólares pertenecientes al gángster
Billie SolEstes. Al parecer, éste no había pagado los impuestos correspondientes a esa
suma, importantísima ahora y astronómica en la época en que ocurrió (1952). Esto es un
delito en los Estados Unidos, pero no en Suiza. Y los suizos se negaron rotundamente a
aflorar el dinero y hasta a admitir que existiera tal cuenta. El caso está ampliamente
expuesto en la obra del Senador Kefauver, "Crime in America". Como siempre y en todas
partes sucede, la costumbre terminó por obtener el preceptivo respaldo legal. En el año
1934, el Parlamento Suizo decidió que el secreto bancario fuera tipificado en el Código
Penal. Según Haberler ("Estructura y Ritmo del Comercio internacional”) la legislación
suiza sobre el tema serviría de modelo para otros Paraísos Fiscales, incluso corregida y
aumentada. Haberler cita, por ejemplo, el Articulo 47, que regula la cuestión del
siguiente modo:
“Quien intencionadamente y como ejecutivo o empleado de un banco no cumpliera con
su deber de guardar absoluto secreto profesional; o quien indujera o intentase inducir a
otra persona a cometer tal delito, deberá pagar una multa de 20.000 Francos, o será
encarcelado por un período de seis meses o ambas cosas a la vez".
En realidad, esta ley cantonal no hacia más que complementar los códigos cantonales,
que ya habían legislado sobre el secreto bancario helvético. Para remachar el clavo, en
1935, el Parlamento Federal aprobó un nuevo artículo del Código Penal, el 273. Decía
así: "Quien investigue o haga investigar secretos comerciales para hacerlos accesibles a
gobiernos extranjeros, empresas extranjeras, organizaciones extranjeras o a sus
agentes, y a quien los haga accesibles, será castigado con penas de prisión, no inferiores
a tres años". Aunque, anecdóticamente, un secreto bancario suizo haya dejado de serlo,
ello ha sido debido a accidente; son rarísimos los casos de corrupción de un empleado,
pues el sistema penitenciario suizo tiene fama de ser severísimo. Además, hay que tener
en cuenta que, como complemento al Código Penal, los eventuales infractores de la ley
del secreto bancario perderán, en la práctica, toda posibilidad de encontrar un empleo
digno en el país y, según los casos, hasta sus familiares directos pueden sufrir las
consecuencias del desliz del infractor.
La única manera de levantar la barrera que protege el secreto bancario es demostrar que
el cuentacorrentista ha cometido un delito en territorio suizo. Así, un narcotraficante
internacional puede tener una cuenta abierta en un banco suizo con toda la tranquilidad
del mundo; de lo único que debe asegurarse es de no permitir que un sólo gramo de
heroína de un alijo controlado por él sea vendido dentro de los confines del territorio
helvético. Los demás Paraísos Fiscales adoptan una diferente actitud legal en el aspecto
de la protección de los secretos bancarios. Pero, en la práctica, los resultados vienen a
ser los mismos en todos ellos, con especial eficacia y dureza en los Paraísos de moda, las
Bahamas y las Caymán.
En Liechtenstein, por ejemplo, el secretismo protege especialmente, como es lógico, a las actividades
comerciales. Podrá llegar a saberse que un determinado "holding" está fiscalmente ubicado en aquél minúsculo
territorio, pero lo que será materialmente imposible llegar a conocer son los detalles y el modus operandi y, aún
menos, obtener pruebas documentales. Quedan tan sólo por mencionar un par de territorios que, sin ser
propiamente Paraísos Fiscales importantes, son también utilizados como refugios transitorios de capitales y,
sobre todo, como bases de contrabando: Gibraltar y Macao. Esta última, minúscula colonia portuguesa de
dieciseis kilómetros cuadrados, situada al Oeste de Hong-Kong, tiene una buena dotación bancaria aunque el
interés primordial de este territorio, -cuya soberanía, de momento, no ha reclamado, insólitamente, China-
consiste en servir de puerta comercial con éste gigantesco país asiático. Toda clase de mercancías -legales o no-
entran y salen a través de Macao. La lógica parece indicar que cuando, en breve, Hong-Kong vuelva a la
soberanía china, Macao le substituya en sus funciones, incluidas las bancarias, compartiéndolas, probablemente,
con Singapur.
En cuanto a Gibraltar, pequeño peñón de soberanía británica, con seis kilómetros
cuadrados y unos treinta mil habitantes, es una base de contrabando de tabaco y drogas
hacia España, directamente o en tránsito. Toda la prensa española ha denunciado, con el
paso de los años, ese tipo de actividades, que las autoridades del Peñón, increíblemente,
parecen incapaces de atajar. En Gibraltar, por supuesto, también hay una excelente
dotación bancaria, amén de más de ¡un millar! de empresas, muchas de ellas
inmobiliarias, que operan mayoritariamente en la Costa del Sol, según recientes
informaciones aparecidas en la prensa.
Hemos querido insistir, en la anterior exposición, en el hecho de que la inmensa mayoría
de los Paraísos Fiscales son territorios calificables de pequeños o minúsculos y, en
algunos casos, ni siquiera poseen una soberanía nominal. Sólo Suiza y Panamá merecen
el calificativo de naciones, aunque ésta última sea, a todos los efectos prácticos, un
satélite de los Estados Unidos, y aquélla no tenga ningún peso militar ni menos político,
dada su tradicional política de neutralidad. Si las grandes potencias, -incluso bajo la
bandera de la ONU se decidieran a acabar con los Paraísos Fiscales, sería una operación
facilísima, limpia e incruenta. Por qué no lo hacen ya lo hemos expuesto de entrada: por
que los poderes reales, los poderes fácticos lo impiden, por ser los Paraísos auténticas
bases territoriales suyas. Las excusas legales o morales para no intervenir son
insultantemente ingenuas. No las necesitaron los Estados Unidos para intervenir
militarmente en la Isla de Granada, o en Vietnam durante años. Hace unos años
ocuparon militarmente el territorio panameño para deponer a Noriega, pero dejaron
intacta toda la estructura del narcotráfico y, a mayor razón, dejaron de echar una ojeada
a los bancos de Panamá.
En resumen: los Paraísos Fiscales existen por conveniencia del Sistema, uno de cuyos
pilares incorporados es, cada vez más, el Crimen Organizado. Los lectores saben que
Política y Crimen constituyen un matrimonio de conveniencia que, según se dice, son los
que más duran. Los Paraísos constituyen también unas bases operativas de
imprescindible utilidad para los servicios secretos de las potencias de primer orden, tal
como todos los que han estudiado el tema saben perfectamente, y se ha demostrado en
la práctica infinidad de veces. Y también sirven para la consolidación de ciertas grandes
fortunas, facilitando su ingreso en la llamada sociedad respetable.

He aquí la génesis de determinado tipo de blanqueo: el padre y fundador de una dinastía


adinerada es, hablando en román paladino, un ladrón. Roba, legal o ilegalmente,
ganándose el título de "barón ladrón", "capitán de industria" o "despiadado
comerciante". Es un hombre odiado por todos aquellos a los que ha robado, estafado,
explotado, desposeído de sus empleos o perjudicado de un modo u otro. En el proceso
de su meteórico enriquecimiento, incluso, algunas personas se han suicidado, o han
resultado muertas, y sus parientes maldicen el nombre del hombre que pagó para que le
mataran, impotentes para vengarse o procurar que se haga justicia. El delincuente en
cuestión funda, con su botín, un poderoso imperio, que sus hijos proceden a consolidad
y justificar sobre firmes bases comerciales. Para ello ha sido preciso limpiar el dinero
del padre. Es una operación que se llama, en argot financiero, Blanqueo, y que se lleva a
cabo en cualquiera de los Paraísos Fiscales. Consiste, básicamente, en llevar a los
mismos dinero en metálico e invertirlo en valores o en empresas altamente lucrativas.
Así, enormes compañías que, frecuentemente, llevan el nombre del primer ladrón, son,
en realidad, el dinero que fue robado a miles o millones de personas, pero que ahora,
tras el Blanqueo, es el núcleo de un capital legítimo, o, por lo menos, legal.

La tercera generación ya ha pasado por las mejores universidades, se expresa bien, se


ha casado con damas de una cierta alcurnia -a veces integrantes de la tercera generación
de otro "barón ladrón", con la consiguiente acumulación de capitales- y entonces se llega
al Blanqueo perfecto. El blanqueo social. Con tales macrocapitales se establecen
fundaciones y se destinan grandes sumas a fines caritativos, educativos, culturales y
filantrópicos de todo orden. Los departamentos de relaciones públicas airean, con una
buena técnica publicitaria, la generosidad de los mecenas, olvidando cuidadosamente que
tales fundaciones son, en realidad, un recurso legal para eludir el pago de impuestos
que, en definitiva, sólo pagan realmente las clases medias y bajas. Los miembros de la
tercera generación, o sus hijos, entran en política y ha sido tal la eficacia del blanqueo
social -que sólo fue posible con un inicial blanqueo financiero en un Paraíso Fiscal- que,
amparándose en la tradicional amnesia de las masas, y con la ayuda de la magia
financiera, un nombre que antaño fue detestado sea ahora respetado y atraiga los votos
necesarios para catapultar al primer plano de la sociedad a los retoños de un criminal.
Este Blanqueo se ha dado en todas partes. En Europa hay descendientes de negreros y
corsarios cuyas sagas han sido redactadas y adornadas por biógrafos mercenarios.
Dinastías que han fundado hospitales, escuelas y hasta Universidades Pontificias. En los
ubérrimos Estados Unidos de América, los primitivos delincuentes hallaron el terreno
propicio y hoy día las gentes pronuncian con reverente unción los apellidos de
Rockefeller, Vanderbitl, Morgan, Astor, Narriman, Kennedy, Carnegie, DuPont o
Bronfman. Un blanqueo que no hubiera sido posible sin el entramado bancario y sin los
ParaísosFiscales porque -no lo olvidemos- el deus ex machina de tales Paraísos son los
bancos; respetables instituciones con sedes metropolitanas, pero con agencias en las
Bahamas, las Cayman, en Panamá, en Liechtenstein, en Hong-Kong, en Suiza...
Los paradisíacos tiburones de la Alta Finanza llevan consigo, cual sus homónimos
selacios, sus rémoras. Se trata de los titulares de cuentas bancarias alimentadas con
dinero del llamado opaco, es decir, capitales cuyo origen es, en principio, totalmente
limpio, pero que buscan refugio para huir de la creciente y casi confiscatoria voracidad
del Fisco. El dinero negro de la Mafia y de algún delincuente aislado, se apoya en el
dinero Opaco. Así, el gran público se fija en casos, convenientemente aireados por los
medios informativos, de industriales honrados o de deportistas de élite, presentados
como "los malos de la película" y como los principales defraudadores de los sacrosantos
erarios públicos. Estas rémoras, que en Zoología guían al tiburón, en el caso que nos
ocupa son tan abundantes, que llegan a ocultar -o, por lo menos, camuflar- el cuerpo de
la Mafia y los carteles del Narcotráfico más o menos a ella infeudados. Para las masas
ignaras, los Paraísos Fiscales son un refugio del dinero de los ricos, pero en realidad son
la guarida del dinero de los delincuentes de! Crimen Organizado, infeudados, como todos
nuestros lectores saben, a la Alta Finanza Internacional, es decir, al Sistema.
Escritos Políticos, nº 13, Verano 1995

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