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Domingo de Ramos (C)

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor (ciclo C)

Cuando estamos enfermos o cuando tenemos un sufrimiento muy fuerte,


los hombres solemos replegarnos sobre nosotros mismos y, como se suele
decir, “no estamos para nada ni para nadie”: tenemos bastante con atender a
nuestro dolor. En esos momentos los demás nos parecen unos seres más o
menos lejanos a los que nos cuesta mucho escuchar y atender en su situación
personal.
Lo que llama la atención en el relato de la pasión según san Lucas, que
acabamos de escuchar, es que el Señor vivió el inmenso dolor -físico y
espiritual- de su pasión, estando por completo pendiente de los demás,
acogiendo a cada persona o grupo de personas en su situación singular y
teniendo para cada uno de ellos una palabra especial que les ayudara a
alcanzar la salvación. Es como si el Señor se hubiera olvidado por completo del
propio dolor y estuviera tan solo pendiente de cada hombre.
Ya durante la cena vemos que tiene una palabra de agradecimiento para
los apóstoles por su fidelidad hacia él: “Vosotros sois los que habéis
perseverado conmigo en mis pruebas” (22,28), y una promesa de participar en
su gloria: “Yo preparo para vosotros un reino” (22,29). Después tiene una
palabra personal y específica para Pedro, puesto que a él le ha encargado la
misión de “dar firmeza” en la fe a sus hermanos, y le dice que ha rezado de
manera especial por él.
Y al inicio propiamente de la pasión, Jesús se dirige a Judas llamándole
por su nombre, por el mismo nombre con el que le llamó a su seguimiento y le
invitó a vivir en comunión íntima con él. Al pronunciar su nombre le está
recordando su elección y el contraste que hay entre el beso, signo de amistad y
de amor, y la traición. Es como un último intento de reconducir a Judas a la
comunión con él. Jesús se preocupa también del siervo del sumo sacerdote
herido y lo cura: no quiere herir a nadie, ni siquiera a sus enemigos. Después
vuelve a tener un detalle con Pedro a quien dirige una mirada, llena de ternura
y de misericordia, cuando le acaba de negar por tercera vez.
En el camino hacia la cruz se encuentra con un grupo de mujeres que
lloran por él y él, sin embargo, piensa en el destino que aguarda a esas
mujeres y a todos los habitantes de Jerusalén y les anima a convertirse. Y

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Domingo de Ramos (C)

cuando ya está en la cruz, ora por sus enemigos –el pueblo, las autoridades,
los soldados- suplicando el perdón para ellos. “Padre, perdónales, porque no
saben lo que hacen” (23, 34). Y finalmente escucha la oración del buen ladrón
y pronuncia las benditas palabras: “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el
paraíso” (23, 43).
Todo esto nos muestra el contenido del corazón de Cristo, en el que hay
un amor hacia cada hombre, hacia todo hombre, por el que quiere que todos
alcancen la salvación, que ninguno se pierda. Le damos gracias por este
apasionado amor y prometemos entregarnos a él.

Fernando Colomer Ferrándiz

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