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2.

El liberalismo totalitario
Maurice Cury

El mundo dominado por el capitalismo es el mundo libre; el capitalismo, denominado


ahora liberalismo, es el mundo moderno. Es el único modelo de sociedad, si no ideal, al
menos satisfactorio. No existe ni existirá nunca otro.

Éste es el canto unánime que entonan no sólo los responsables económicos y la mayor
parte de los políticos, sino también los intelectuales y periodistas con acceso a los
principales medios de comunicación: audiovisuales, prensa, grandes editoriales,
generalmente en manos de grupos industriales o financieros. El pensamiento disidente
no está prohibido (¡Liberalismo obliga!), pero sí canalizado en una semiclandestinidad.
Esa es la libertad de expresión de que se ufanan los defensores de nuestro sistema
liberal.

La virtud del capitalismo está en su eficacia económica. ¿Pero para beneficio de quién y
a qué precio? Examinemos los hechos en los países occidentales, que son la vitrina del
capitalismo, siendo el resto del mundo más bien su trastienda.

Tras su gran periodo de expansión en el siglo XIX, debido a la industrialización y a la


feroz explotación de los trabajadores, el movimiento precipitado en el curso de los
últimos decenios, ha provocado la práctica desaparición del pequeño campesino,
devorado por las grandes explotaciones agrícolas, con sus consecuencias de
contaminación, destrucción del medio ambiente y degradación de la calidad de los
productos agrícolas (y todo ello a costa del contribuyente, pues la agricultura no ha
cesado de ser subvencionada), la casi desaparición del pequeño comercio, especialmente
el de alimentación, en beneficio de las grandes cadenas de distribución y de los
hipermercados, la concentración de industrias en grandes firmas, nacionales primero y
luego transnacionales, que adquieren tales proporciones que tienen a veces tesorerías
más importantes que los estados y hacen la ley (o pretenden hacerla), tomando medidas
por encima de ellos para reforzar su poder incontrolable, como ocurre con el Acuerdo
Multinacional de Inversiones (AMI).

Los dirigentes capitalistas podrían temer que la desaparición del pequeño campesino,
del artesanado y de la pequeña burguesía industrial y comercial engrosara las filas del
proletariado. Pero el modernismo les ha procurado la solución con la automatización, la
miniaturización y la informática. Tras el despoblamiento del campo, asistimos al de las
fábricas y oficinas. Como el capitalismo ni sabe ni quiere repartir los beneficios y el
trabajo (se evidencia con las reacciones indecentes e histéricas de la patronal ante las 35
horas, medida sin embargo muy moderada), nos conduce ineludiblemente al desempleo
y a sus desastrosas consecuencias sociales.
Cuantos más parados hay, menos se les indemniza y por menos tiempo. Cuantos menos
trabajadores, más se prevé reducir las jubilaciones. Ello parece lógico e inevitable. Sí, si
se repartió la solidaridad a cuenta de los salarios. Pero si tomamos en cuenta que el
producto nacional bruto ha crecido más del 40% en menos de veinte años mientras la
masa salarial no ha cesado de disminuir, se ve de modo muy diferente. ¡Aunque no en la
lógica capitalista!

Cerca de veinte millones de desempleados en Europa. ¡Ese es el balance positivo del


capitalismo!

Y lo peor está por llegar. Las grandes compañías europeas y americanas, cuyos
beneficios nunca han sido tan abultados, anuncian cientos de miles de despidos. ¡Hay
que "racionalizar" la producción para poder competir! Se valora positivamente el
aumento de las inversiones extranjeras. Además de los peligros para la independencia
nacional, podemos preguntarnos si no es el descenso de los salarios lo que atrae a los
inversores.

Los apologistas del liberalismo nos presentan a los Estados Unidos y a Inglaterra como
los líderes de la prosperidad económica y de la lucha contra el paro. En los Estados
Unidos, paraíso del capitalismo, 30 millones de habitantes (más del 10% de la
población) viven bajo el umbral de pobreza, siendo la mayoría de ellos negros [1].

Personas sin techo en un barrio de Nueva York

La supremacía mundial de los Estados Unidos, la expansión imperialista y


uniformadora de su modo de vida y de su cultura, sólo puede satisfacer a los espíritus
serviles. Europa debería ponerse en guardia y reaccionar, ahora que todavía tiene
capacidad económica. Pero haría falta también voluntad política.

Para promover las inversiones productivas, en la industria o en los servicios, el


capitalismo tiene la voluntad de hacerlos competitivos frente a las inversiones
financieras y especulativas a corto plazo. ¿Cómo lograrlo? ¿Gravando estas últimas?
¡Nada de eso! ¡Bajando los salarios y las cargas sociales!
Es también una manera de hacer competitivo a Occidente con el Tercer Mundo. De
hecho, en Gran Bretaña se ha recomenzado a hacer trabajar a los niños. Además, este
vasallo de los Estados Unidos, al igual que su señor, no ha ratificado la Carta que
prohíbe el trabajo infantil. Atrapado en el círculo infernal de la competencia, el Tercer
Mundo tendrá que bajar a su vez sus costos de producción, hundiendo un poco más en
la miseria a sus habitantes; después será nuevamente el turno de Occidente...

Niños trabajando en una cantera del Perú

Así hasta que el mundo entero esté en manos de unas pocas transnacionales,
mayoritariamente norteamericanas, y ya no haya prácticamente necesidad de
trabajadores, a excepción de una elite de técnicos. El problema del capitalismo será
entonces encontrar consumidores más allá de esa elite y de sus accionistas y contener la
delincuencia fruto de la miseria. La acumulación de dinero –que no es más que una
abstracción–impide la producción de bienes de equipo y de bienes básicos de utilidad
general. Ya tenemos descrito el libro negro del capitalismo en su "paraíso". ¿Qué hay de
su infierno, el Tercer Mundo?
Los estragos, durante un siglo y medio, del colonialismo y del neocolonialismo son
incalculables, como tampoco se pueden contar los millones de muertos que le son
imputables. Todos los grandes países europeos y los Estados Unidos son culpables.
Esclavitud, represiones despiadadas, torturas, expropiaciones, robos de tierras y de
recursos naturales por las grandes compañías occidentales, americanas o
transnacionales, o por potentados locales a sueldo de las mismas, creación o
desmembramientos artificiales de países, imposición de dictaduras, monocultivos que
reemplazan a los cultivos alimenticios tradicionales, destrucción de modos de vida y de
culturas ancestrales, deforestación y desertificación, desastres ecológicos, hambrunas,
exilio de poblaciones hacia las metrópolis, donde les esperan el paro y la miseria.
Víctimas del hambre y la falta de asistencia sanitaria en Afganistán y Pakistán.

Las estructuras con que se ha dotado la comunidad internacional para regular el


desarrollo de la industria y del comercio están completamente en manos y al servicio
del capitalismo: el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Organización
para la Cooperación y el Desarrollo Económico, la Organización Mundial del
Comercio. Estos organismos han servido únicamente para endeudar a los países del
Tercer Mundo y para imponerles el credo liberal. Si bien se les ha permitido el
desarrollo de insultantes fortunas locales, éstas no hacen más que acrecentar la miseria
de las poblaciones.
Debido a la automatización, en unas pocas décadas el capitalismo internacional no
tendrá prácticamente necesidad de mano de obra. Los laboratorios americanos estudian
cultivos in vitro, lo que arruinará definitivamente al Tercer Mundo agrícola (y quizás a
la agricultura francesa, segunda exportadora mundial). En vez de repartirse los bienes,
será el paro lo que compartirán de forma definitiva los trabajadores de todo el mundo.

No obstante, servicios esenciales concernientes a la educación, la salud, el medio


ambiente, la cultura, ayudas sociales, no estarán ya asegurados, puesto que no entrañan
beneficios y no interesan al sector privado, al no poder ser asegurados más que por los
estados o por la comunidad de ciudadanos, a los que el liberalismo quiere suprimir todo
su poder y sus recursos.

¿Cuáles son los medios de expansión y de acumulación del capitalismo? La guerra (o la


protección, a semejanza de la mafia), la represión, la expoliación, la explotación, la
usura, la corrupción, la propaganda. La guerra contra los países rebeldes que no
respetan los intereses occidentales. Lo que fue en otra época patrimonio de Inglaterra y
Francia, en África y Asia (los últimos sobresaltos del colonialismo en la India, en
Madagascar, en Indochina, en Argelia causaron millones de muertos), lo es hoy de los
Estados Unidos, nación que pretende regentar el mundo. Para ello los Estados Unidos
no han cesado de practicar una política armamentista (que prohíben a los demás).
Hemos visto ejercer este imperialismo en todas las intervenciones directas o indirectas
de los Estados Unidos en América Latina, y particularmente en América Central
(Nicaragua, Guatemala, El Salvador, Honduras, Grenada); en Asia en Vietnam, en
Indonesia, en Timor (genocidio proporcionalmente mayor que el de los khmer rojos en
Camboya —cerca de dos tercios de la población— perpetrado ante la indiferencia —
cuando no con la complicidad— de Occidente), guerra del Golfo, etc.

Izda.: Bombardeo estadounidense en la Guerra del Golfo; Dcha.: imagen de una


víctima del embargo occidental contra Irak.

La guerra no se hace únicamente con las armas, sino que puede adquirir formas inéditas:
por ejemplo, para luchar contra el comunismo los Estados Unidos no han dudado en
ayudar a la secta Moon en Corea, como lo hicieron con los fascistas en la Italia de
posguerra, o en armar y subvencionar a los integristas islámicos, como los Hermanos
Musulmanes o los talibanes en Afganistán. La guerra puede adoptar también la forma
de embargos contra los estados rebeldes (Cuba, Libia, Irak), tan mortíferos para las
poblaciones (varios cientos de miles, quizás millones de muertos en Irak).

La expoliación es la causa evidente de la utilización de la fuerza. Si se quiere robar en


una casa habitada, más vale estar armado. Los métodos del capitalismo son similares a
los de la mafia, siendo sin duda el motivo por el que ésta prolifera tanto en su terreno.

A semejanza de la mafia, el capitalismo protege a los dirigentes sumisos que permiten


sin vergüenza alguna explotar su país por las grandes compañías americanas y
transnacionales. Consolida de este modo —cuando no las instala— dictaduras, más
eficaces que las democracias para proteger los bienes de las empresas.

Sus armas son indistintamente la democracia o la dictadura, el negocio o el


gangsterismo, la intimidación o el asesinato. Así, la CIA es sin duda la mayor
organización criminal a escala mundial.

La usura es otro procedimiento mafioso: al igual que la mafia presta al comerciante que
no puede nunca satisfacer la deuda y acaba por perder su negocio (o la vida), se incita a
los países a invertir, a menudo artificialmente, se les venden armas para ayudarles a
luchar contra los estados rebeldes, y deben reembolsar eternamente los intereses
acumulados de la deuda, convirtiéndose entonces en dueños de su economía.
Represión y explotación van de la mano: represión antisindical (en otra época legal),
ahora no confesada pero continuamente ejercida en las empresas, vigilancia represiva,
criminales milicias patronales, sindicatos auspiciados por la patronal (CFT) y represión
contra toda contestación obrera radical. La posibilidad de explotar tiene ese precio. Y
sabemos, por Marx, que la explotación del trabajo es el motor del capitalismo. Las
economías occidentales se benefician, en el Tercer Mundo, del peor modo de
explotación, la esclavitud, y en sus propios países de la servidumbre de los inmigrantes
clandestinos.

Corrupción: las multinacionales disponen de tales influencias y de tales presiones


financieras y políticas sobre el conjunto de responsables, tanto públicos como privados,
que ahogan cualquier resistencia con sus tentáculos de pulpo.

Propaganda: para imponer su credo y justificar el armamentismo, sus actos delictivos y


sus crímenes sangrientos, el capitalismo invoca siempre generosos ideales: defensa de la
democracia, de la libertad, lucha contra la dictadura "comunista", defensa de los valores
de Occidente, cuando generalmente defiende únicamente los intereses de una clase
dominante que quiere apoderarse de las materias primas, regentar la producción de
petróleo o controlar enclaves estratégicos. Esa propaganda es difundida por unos
dirigentes económicos y políticos, por una prensa y unos medios de comunicación
serviles. Son Les chiens de garde ya denunciados por Nizan, La trahison des clercs
vilipendiada por Julien Benda.

Partidarios del liberalismo, aduladores de los Estados Unidos, no he oído vuestra voz
alzarse contra la destrucción de Vietnam, el genocidio indonesio, las atrocidades
perpetradas en nombre del liberalismo en América Latina, contra la ayuda americana al
golpe de estado de Pinochet, uno de los más sangrientos de la historia, las muertes de
sindicalistas turcos; vuestra indignación era un poco selectiva: Solidaridad pero no
Disk, Budapest pero no Argelia, Praga pero no Santiago, Afganistán pero no Timor. No
os he visto indignaros cuando se mataba comunistas o simplemente a aquéllos que
querían dar el poder al pueblo o defender a los pobres. No os oigo pedir perdón por
vuestra complicidad o por vuestro silencio.

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[1] En el Diccionario del siglo XX (Ediciones Fayard), Jacques Attali nos da la cifra de
una persona de cada cuatro viviendo en EEUU bajo el umbral de pobreza. En el mundo,
cerca de tres mil millones de personas disponen de menos de 2 dólares diarios, 13
millones mueren de hambre anualmente y dos tercios de la humanidad no cuentan con
ninguna protección social.

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