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El liberalismo totalitario
Maurice Cury
Éste es el canto unánime que entonan no sólo los responsables económicos y la mayor
parte de los políticos, sino también los intelectuales y periodistas con acceso a los
principales medios de comunicación: audiovisuales, prensa, grandes editoriales,
generalmente en manos de grupos industriales o financieros. El pensamiento disidente
no está prohibido (¡Liberalismo obliga!), pero sí canalizado en una semiclandestinidad.
Esa es la libertad de expresión de que se ufanan los defensores de nuestro sistema
liberal.
La virtud del capitalismo está en su eficacia económica. ¿Pero para beneficio de quién y
a qué precio? Examinemos los hechos en los países occidentales, que son la vitrina del
capitalismo, siendo el resto del mundo más bien su trastienda.
Los dirigentes capitalistas podrían temer que la desaparición del pequeño campesino,
del artesanado y de la pequeña burguesía industrial y comercial engrosara las filas del
proletariado. Pero el modernismo les ha procurado la solución con la automatización, la
miniaturización y la informática. Tras el despoblamiento del campo, asistimos al de las
fábricas y oficinas. Como el capitalismo ni sabe ni quiere repartir los beneficios y el
trabajo (se evidencia con las reacciones indecentes e histéricas de la patronal ante las 35
horas, medida sin embargo muy moderada), nos conduce ineludiblemente al desempleo
y a sus desastrosas consecuencias sociales.
Cuantos más parados hay, menos se les indemniza y por menos tiempo. Cuantos menos
trabajadores, más se prevé reducir las jubilaciones. Ello parece lógico e inevitable. Sí, si
se repartió la solidaridad a cuenta de los salarios. Pero si tomamos en cuenta que el
producto nacional bruto ha crecido más del 40% en menos de veinte años mientras la
masa salarial no ha cesado de disminuir, se ve de modo muy diferente. ¡Aunque no en la
lógica capitalista!
Y lo peor está por llegar. Las grandes compañías europeas y americanas, cuyos
beneficios nunca han sido tan abultados, anuncian cientos de miles de despidos. ¡Hay
que "racionalizar" la producción para poder competir! Se valora positivamente el
aumento de las inversiones extranjeras. Además de los peligros para la independencia
nacional, podemos preguntarnos si no es el descenso de los salarios lo que atrae a los
inversores.
Los apologistas del liberalismo nos presentan a los Estados Unidos y a Inglaterra como
los líderes de la prosperidad económica y de la lucha contra el paro. En los Estados
Unidos, paraíso del capitalismo, 30 millones de habitantes (más del 10% de la
población) viven bajo el umbral de pobreza, siendo la mayoría de ellos negros [1].
Así hasta que el mundo entero esté en manos de unas pocas transnacionales,
mayoritariamente norteamericanas, y ya no haya prácticamente necesidad de
trabajadores, a excepción de una elite de técnicos. El problema del capitalismo será
entonces encontrar consumidores más allá de esa elite y de sus accionistas y contener la
delincuencia fruto de la miseria. La acumulación de dinero –que no es más que una
abstracción–impide la producción de bienes de equipo y de bienes básicos de utilidad
general. Ya tenemos descrito el libro negro del capitalismo en su "paraíso". ¿Qué hay de
su infierno, el Tercer Mundo?
Los estragos, durante un siglo y medio, del colonialismo y del neocolonialismo son
incalculables, como tampoco se pueden contar los millones de muertos que le son
imputables. Todos los grandes países europeos y los Estados Unidos son culpables.
Esclavitud, represiones despiadadas, torturas, expropiaciones, robos de tierras y de
recursos naturales por las grandes compañías occidentales, americanas o
transnacionales, o por potentados locales a sueldo de las mismas, creación o
desmembramientos artificiales de países, imposición de dictaduras, monocultivos que
reemplazan a los cultivos alimenticios tradicionales, destrucción de modos de vida y de
culturas ancestrales, deforestación y desertificación, desastres ecológicos, hambrunas,
exilio de poblaciones hacia las metrópolis, donde les esperan el paro y la miseria.
Víctimas del hambre y la falta de asistencia sanitaria en Afganistán y Pakistán.
La guerra no se hace únicamente con las armas, sino que puede adquirir formas inéditas:
por ejemplo, para luchar contra el comunismo los Estados Unidos no han dudado en
ayudar a la secta Moon en Corea, como lo hicieron con los fascistas en la Italia de
posguerra, o en armar y subvencionar a los integristas islámicos, como los Hermanos
Musulmanes o los talibanes en Afganistán. La guerra puede adoptar también la forma
de embargos contra los estados rebeldes (Cuba, Libia, Irak), tan mortíferos para las
poblaciones (varios cientos de miles, quizás millones de muertos en Irak).
La usura es otro procedimiento mafioso: al igual que la mafia presta al comerciante que
no puede nunca satisfacer la deuda y acaba por perder su negocio (o la vida), se incita a
los países a invertir, a menudo artificialmente, se les venden armas para ayudarles a
luchar contra los estados rebeldes, y deben reembolsar eternamente los intereses
acumulados de la deuda, convirtiéndose entonces en dueños de su economía.
Represión y explotación van de la mano: represión antisindical (en otra época legal),
ahora no confesada pero continuamente ejercida en las empresas, vigilancia represiva,
criminales milicias patronales, sindicatos auspiciados por la patronal (CFT) y represión
contra toda contestación obrera radical. La posibilidad de explotar tiene ese precio. Y
sabemos, por Marx, que la explotación del trabajo es el motor del capitalismo. Las
economías occidentales se benefician, en el Tercer Mundo, del peor modo de
explotación, la esclavitud, y en sus propios países de la servidumbre de los inmigrantes
clandestinos.
Partidarios del liberalismo, aduladores de los Estados Unidos, no he oído vuestra voz
alzarse contra la destrucción de Vietnam, el genocidio indonesio, las atrocidades
perpetradas en nombre del liberalismo en América Latina, contra la ayuda americana al
golpe de estado de Pinochet, uno de los más sangrientos de la historia, las muertes de
sindicalistas turcos; vuestra indignación era un poco selectiva: Solidaridad pero no
Disk, Budapest pero no Argelia, Praga pero no Santiago, Afganistán pero no Timor. No
os he visto indignaros cuando se mataba comunistas o simplemente a aquéllos que
querían dar el poder al pueblo o defender a los pobres. No os oigo pedir perdón por
vuestra complicidad o por vuestro silencio.
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[1] En el Diccionario del siglo XX (Ediciones Fayard), Jacques Attali nos da la cifra de
una persona de cada cuatro viviendo en EEUU bajo el umbral de pobreza. En el mundo,
cerca de tres mil millones de personas disponen de menos de 2 dólares diarios, 13
millones mueren de hambre anualmente y dos tercios de la humanidad no cuentan con
ninguna protección social.